Daigo se llevó una mano a la nuca, visiblemente incómodo con el tema, y, por un momento, Ayame temió que su curiosidad le hubiese llevado a meter el dedo demasiado en la llaga.

—Sí, es verdad —admitió, cruzándose de brazos, y, aunque ya conocía la respuesta, Ayame abrió los ojos como platos. De alguna manera, una parte de ella había esperado que aquellas noticias fueran simples rumores fundados en el odio hacia los Kusajines. Pero ahora que lo oía de los labios de Daigo...—. Y no tengo ni idea de lo que se le pasó por la cabeza, pero espero que pueda recuperar su bandana pronto.

Ayame lanzó un profundo suspiro y se revolvió el pelo.

—Yo también lo espero, de verdad que sí...

Pero mancillar de esa manera la imagen del máximo representante de la aldea, encima fallecido en terribles circunstancias, era un tema delicado. Muy delicado. Y espinoso. Ayame no conocía a Kintsugi, pero sí tenía claro que Yui no se contentaría con hacer limpiar los muros de Amegakure al responsable de algo así...

Todavía de brazos cruzados, el chico no podía hacer más que preguntarse qué se le había pasado por la cabeza a su compañero en ese momento. Sabía que había sido un desliz porque tenía serlo. No se lo había pensado bien y cometió un error, pero Daigo pensaba que su respeto por Kenzou debería ser mas grande que eso.

Sabiendo que no conseguiría nada siguiendo dándole vueltas a eso, Daigo decidió dejar de pensar en ello.

—Cambiando de tema... —dijo, mirando las manos de la kunoichi—, pensaba que lo tuyo era el agua.

Daigo sonrió. Ya había visto en la ronda anterior como Ayame utilizaba el suiton con maestría, pero si conseguía dominar un nuevo elemento antes de su combate... ¡solo podía ser más emocionante!

—Cambiando de tema... pensaba que lo tuyo era el agua —comentó Daigo, mirando directamente a las manos heridas de Ayame.

Esta, genuinamente sorprendida por aquella pregunta, no pudo menos que pegar un brinco en el sitio.

—C... ¿Cómo sabes...? —preguntó, balbuceante.

Ella siempre era muy recelosa de mostrar sus habilidades a los demás, y sólo había coincidido con Daigo una vez, antes de aquel torneo. Pero ni siquiera recordaba si entonces mostró su dominio sobre el agua. ¿Entonces cómo? ¿Acaso la había estado espiando? ¿O se lo habría dicho algún compañero que sí la conociera, como Yota o quizás Ranko?

Daigo no lo entendia. ¿Qué parte de lo que había dicho la sorpendió tanto? ¿Era porque la había visto entrenar su Fūton o...?

—¡Ah! Es que fui a ver los combates de la segunda y te vi pelear con Uzumaki-san —al darse cuenta de lo que implicaba lo que acababa de decir, Daigo agitó las manos frente a su rostro, nervioso—. ¡No estaba espiando ni nada, lo prometo! Osea, tampoco hubiera podido hacerlo...

Realmente aquel combate sería algo difícil de recordar para el público, no porque no haya sido interesante ni nada por el estilo, sino porque literalmente no habían visto nada.

»Lo dije porque te vi utilizar una técnica de suiton para volar y... uh... —rápidamente pensó en algo—. ¡Puedo enseñarte una de mis técnicas! Así estaremos a mano.

Daigo se mostró sorprendido ante el súbito recelo de Ayame. No pareció entender enseguida qué era lo que le había sorprendido tanto, hasta un par de segundos después.

—¡Ah! Es que fui a ver los combates de la segunda y te vi pelear con Uzumaki-san —Daigo agitó súbitamente las manos en el aire, visiblemente nervioso—. ¡No estaba espiando ni nada, lo prometo! Osea, tampoco hubiera podido hacerlo...

Y a Ayame se le encendieron las mejillas.

—No... yo no he pensado eso... —respondió, aunque era una mentira como un templo. Sí se le había pasado por la cabeza esa posibilidad, y le había aterrado, y ahora se sentía profundamente avergonzada por ello.

—Lo dije porque te vi utilizar una técnica de suiton para volar y... uh... ¡Puedo enseñarte una de mis técnicas! Así estaremos a mano.

—¿Una técnica? —exclamó Ayame, con los ojos brillantes de ilusión. Pero entonces se dio cuenta de algo y volvió a hundir los hombros y apartó la mirada—. P... pero... no creo que sea adecuado...

¿Un shinobi de Kusagakure enseñando una técnica a la jinchūriki de Amegakure? Era lo último que necesitaba escuchar Kintsugi para que terminara de darle un infarto.

De nuevo, un malentendido parecía ir detrás de otro cuando el kusajin se ofreció a enseñarle una técnica a Ayame.

—¡Nonononononono! No me refiero a enseñar como a enseñar, enseñar, quiero decir... —casi le daba pena decirle que no ahora, especialmente con lo emocionada que parecía hacía un momento—. Ya he visto una de tus técnicas, así que lo justo sería que tu vieses una de las mías.

Se alejó unos pocos pasos de la chica antes de abrir sus brazos ampliamente para chocar sus puños el uno contra el otro.

¡BAM! Un par de vendas verdosas se ataron con fuerza en sus puños, justo antes de que unos guantes del mismo color aparecieran encima de estas, manteniendo sus puños cerrados.

—Esta es una de mis favoritas —dijo—. Me ayuda a golpear más fuerte.

—¡Nonononononono! No me refiero a enseñar como a enseñar, enseñar, quiero decir... —se apresuró a corregirla.

Y Ayame se sintió tan estúpida que se quiso morir allí mismo.

—Oh... C... claro... —balbuceó, con las mejillas tan encendidas como uno de aquellos neones de Amegakure.

—Ya he visto una de tus técnicas, así que lo justo sería que tu vieses una de las mías.

Ayame quiso preguntarle si estaba seguro de querer hacer algo así; después de todo, iban a enfrentarse en la última ronda del torneo. Pero ni siquiera le dio tiempo a abrir la boca. El peliverde hizo chocar sus puños con fuerza, y entonces Ayame pudo ver una gran cantidad de energía concentrándose en torno a sus puños. De un color esmeralda, el chakra formó lo que parecían ser unos guantes o algo similar.

—Esta es una de mis favoritas. Me ayuda a golpear más fuerte.

«Le ayuda a pegar más fuerte... ¿Será algo parecido al Ōkasho de papá?» Se preguntó, con la mano en el mentón.

—¡Qué interesante! —exclamó, con los ojos brillantes—. Supongo que los rumores sobre los Kusajines y el taijutsu son más verdaderos de lo que parece...

Los guantes desaparecieron de los puños del boxeador, seguidos de las vendas, que se desenrrollaron rápidamente por sí solas antes de desvanecerse en el aire.

—Oooh, son mucho más verdaderos de lo que crees —dijo, poniendo ambas manos en sus caderas, orgulloso.

No había ningún motivo detrás de ello, pero de alguna manera la mayoría de kusajin acababan centrándose en el Taijutsu, o en alguna forma del Bukijutsu. Quizá era así porque tenían importantes dojos de artes marciales, como el Cereberus, o quizá porque, sin darse cuenta, los estudiantes de Kusagakure intentaban parecerse a la persona a la que más admiraban.

»Y Kenzou-sama era el mejor de todos —aunque se podía notar algo de tristeza en sus palabras, Daigo estaba feliz de poder hablar con orgullo de quien fue el padre de toda Kusagakure—. Sería más fácil tirar cualquiera de las montañas del Valle que hacer que él se moviera un solo centímetro.

Los misteriosos guantes de Daigo se desvanecieron rápidamente en el aire, con una floritura de vendas desenrollándose desde sus manos.

—Oooh, son mucho más verdaderos de lo que crees —replicó, inflando el pecho como un pavo real en pleno apogeo.

«Tomaré nota.» Meditó Ayame para sí. La información siempre era poder, y nunca se sabía para qué podría necesitarla. Por lo pronto, era bien recibido saber algo sobre su próximo oponente en el Torneo.

—Y Kenzou-sama era el mejor de todos —añadió, con notable tristeza pero al mismo tiempo con palabras remarcadas de orgullo. Y al escuchar el cariño con el que hablaba Daigo de su anterior Morikage, más le extrañó a Ayame la reacción de Yota—. Sería más fácil tirar cualquiera de las montañas del Valle que hacer que él se moviera un solo centímetro.

—Estoy segura de que lo era —asintió, con una suave sonrisa. Ayame sólo había tenido la ocasión de cruzarse con aquel hombre una vez, justo cuando los mandaron a aquella misión de los hilos de chakra natural, pero recordaba con claridad la presencia que destilaba de él. Se hacía de respetar sólo con mirarlo—. Siento mucho vuestra pérdida... No entiendo muy bien qué pudo pasar para que... Bueno. Para que Juro hiciera algo así, la verdad.

Daigo bajó la mirada, entristecido. Así como Ayame no conseguía entender qué había llevado a Juro a hacer lo que hizo, nadie en Kusagakure podía entender cómo otro kusajin podría llegar a matar a su líder. No, a su líder no...

—Kenzou-sama era como un padre para todos nosotros —dijo, seguro de que cualquier kusajin diría lo mismo—. No creo que nadie pueda entender nada de lo que sucedió allí.

El chico suspiró y se cruzó de brazos, antes de dirigir su mirada hacia el cielo. El mismo cielo en el que vio alzarse al Nanabi.

»Y no creo que yo pueda entenderlo hasta que lo atrape.

—Kenzou-sama era como un padre para todos nosotros —respondió Daigo, agachando la mirada con infinita tristeza—. No creo que nadie pueda entender nada de lo que sucedió allí. Y no creo que yo pueda entenderlo hasta que lo atrape —añadió, cruzándose de brazos con un profundo suspiro. Daigo alzó la mirada, perdiendo la mirada en el cielo.

—Nadie excepto el mismo Kenzou-dono... y Juro.

«Pero Kenzou está muerto...» Fue la mente de Ayame la que completó las palabras que habían surgido de sus labios sin pensar.

—No soy quién para decir nada al respecto, pero... ¿Habéis pensado en hablar con él? ¿En, al menos, escuchar su versión de la historia? —Ayame suspiró, rascándose la coronilla—. La verdad, me aterra la posibilidad de que haya decidido unirse al Ejército de Kurama sin más, pero no se me ocurren muchas más opciones para explicar lo que hizo...

¿Que si había pensado en hablar con Juro? Sí. Eso le encantaría, pero el chico no sabía lo que acabaría haciendo el día que lo tuviera frente suyo.

De hecho sí, sí lo sabía. Y eso era lo que más miedo le daba.

—Sí. Sí... lo he pensado —dijo, y apretó los puños.

Daigo esperaba descubrir que fue culpa del Nanabi cuando encontrara a Juro. Confirmar de alguna manera que nunca fue su plan, que lo estaban controlando y que de alguna manera pudieran volver para arreglarlo juntos, aunque jamás pudieran traer de vuelta a Kenzou.

¿Pero y si no era así? ¿Y si la realidad era que Juro había hecho eso conscientemente?

¿Qué haría él entonces?

Lo sabía, y eso le daba miedo.

»Nunca había hablado de esto con nadie —admitió—, pero sí. Querría escuchar su parte de la historia. Querría poder entender de alguna manera qué sucedió ese día. Querría perdonarlo. Querría ayudarlo, pero si no puedo... —si su hermano resultaba ser culpable...

»Se tendrá que hacer justicia.

—Sí. Sí... lo he pensado —respondió Daigo. Pero era más que evidente que cargaba con un saco de dudas muy pesado, y no era para menos. Que un compañero de aldea, un amigo tan cercano, hubiese cometido un acto de traición como aquel... No era un plato nada fácil de digerir—. Nunca había hablado de esto con nadie —admitió— , pero sí. Querría escuchar su parte de la historia. Querría poder entender de alguna manera qué sucedió ese día. Querría perdonarlo. Querría ayudarlo, pero si no puedo... Se tendrá que hacer justicia.

Ayame agachó la mirada, sombría.

—Lo entiendo... —asintió, no sin pesar.

Ella no conocía de casi nada a Juro. Después de todo, sólo le había visto una vez, y ni siquiera había podido hablar con él. Pero en su momento, no le había parecido un mal chico. Y, desde luego, no le había parecido un chico capaz de asesinar a su propio Morikage. Pero ella no era quien para juzgarlo. Esa carga sólo correspondía a los de Kusagakure, y su derecho de reclamar la venganza o no hacerlo era algo exclusivamente suyo.

Ayame se frotó la nuca, espirando por la nariz. Le habría gustado añadir que intentara no pensar que todos los bijū eran iguales, que se podía llegar a confiar en ello, ¿pero cómo iba a hacer algo así, después de lo que les había pasado? El resquemor contra las Bestias con Colas también era legítimamente suyo, y ella no quería hurgar más en la herida.

—Lo entiendo...

El chico bajó la mirada.

«¿Qué estás diciendo?» Se dijo a sí mismo«¿Qué mierda estás diciendo?»

¿Que se tendrá que hacer justicia? ¿Y quién la haría? ¿Él?

¿Que temía lo que haría de encontrar a Juro? Mentira. Él mismo se mentía.

Él no tenía el valor necesario para hacer algo como eso y deseaba no tener que tenerlo jamás. Quizá por eso todavía no se había atrevido a buscarlo.

—Bueno... —sonrió. Le habría gustado hablar más con alguien de aquello, pero sentía que era algo que debía hacer con sus compañeros—. Debería dejarte entrenar, que al final no dominarás el Fūton por mi culpa.

—Bueno... —Daigo esbozó una sonrisa—. Debería dejarte entrenar, que al final no dominarás el Fūton por mi culpa.

Y Ayame correspondió a su sonrisa.

—Oh, no te preocupes, un pequeño descanso nunca viene mal —De todas maneras, no creía que le fuera a dar tiempo a dominar el Fūton antes del siguiente combate—. Pero tienes razón. Nos vemos en el siguiente combate, Daigo. Y que gane el mejor —se despidió, inclinando la cabeza.

Puede que hubiese sido una conversación corta, pero también había sido fructífera. No sólo había conseguido algo de información sobre su futuro contrincante, también había podido hablar de Juro con alguien de su misma aldea. Y, dadas las circunstancias con Kusagakure, aquello era mucho más de lo que podría haber aspirado en un principio.

«Juro... ¿Qué te llevó a hacer algo así?» Se preguntó, con un escalofrío.

Ayame volvió a adoptar la misma postura que antes. El entrenamiento debía continuar.