27/01/2025, 04:23
En algún lugar perdido del Bosque de Hongos, peligrosamente cerca de Kusagakure no Sato, un joven ninja ataviado con una oscura y pesada armadura se enfrentaba a un demonio. En sus manos empuñaba una espada negra que sostenía con fuerza frente suyo, más interesado en utilizarla como un escudo que anteponer entre él y aquella maldita bestia que como un arma letal. Su respiración agitada empañaba la visera de su yelmo, oscureciendo su vista —un error de diseño que tendría que corregir si conseguía sobrevivir—, y el temblor de su cuerpo se hacía obvio por el sonido seco y metálico que hacía su cota de malla al sacudirse. Tenía miedo. Tanto miedo que quería llorar, pero los demonios no lloran.
En algún lugar perdido del Bosque de Hongos, peligrosamente cerca de una extraña criatura, una desgraciada bestia se erguía más alta que el más alto de los hongos del bosque. Gruñía en un tono grave, temeroso pero igualmente amenazador, intentando espantar a aquel intruso. Aunque era mucho más pequeño que ella, el sujeto emitía un ruido extraño y metálico constantemente, carecía de rostro y era completamente negro. Si la palabra hubiese estado en su vocabulario —y si tuviese la capacidad de formular palabras— le habría llamado demonio. Lo temía, pero ella también era un demonio, y los demonios no temen.
— Morirás... —Toshio tuvo que detenerse un instante para recobrar el aliento y reunir el coraje que se le escapaba—. Morirás hoy.
Se trataba de un gebijuu, por supuesto, un ser al que ya difícilmente se le podría llamar animal. Era más bien una quimera antinatural hecha de distintos seres a quienes se les había arrebatado tanto la vida como la muerte. Este presentaba tres colas. Uno de los más grandes que Toshio había visto nunca, y estaba solo. No estaban sus padres para morir por él, ni Yuki para sacrificarse por él, ni un ejército de ninjas para morir cuando lo tendría que haber hecho él. Estaban solos y no existían más que dos resultados posibles para ambos: morir o matar al demonio que tenían en frente.
No sabía del gebijuu, pero a Toshio no le importaba cuál de las dos cosas sucedía.
En algún lugar perdido del Bosque de Hongos, peligrosamente cerca de una extraña criatura, una desgraciada bestia se erguía más alta que el más alto de los hongos del bosque. Gruñía en un tono grave, temeroso pero igualmente amenazador, intentando espantar a aquel intruso. Aunque era mucho más pequeño que ella, el sujeto emitía un ruido extraño y metálico constantemente, carecía de rostro y era completamente negro. Si la palabra hubiese estado en su vocabulario —y si tuviese la capacidad de formular palabras— le habría llamado demonio. Lo temía, pero ella también era un demonio, y los demonios no temen.
— Morirás... —Toshio tuvo que detenerse un instante para recobrar el aliento y reunir el coraje que se le escapaba—. Morirás hoy.
Se trataba de un gebijuu, por supuesto, un ser al que ya difícilmente se le podría llamar animal. Era más bien una quimera antinatural hecha de distintos seres a quienes se les había arrebatado tanto la vida como la muerte. Este presentaba tres colas. Uno de los más grandes que Toshio había visto nunca, y estaba solo. No estaban sus padres para morir por él, ni Yuki para sacrificarse por él, ni un ejército de ninjas para morir cuando lo tendría que haber hecho él. Estaban solos y no existían más que dos resultados posibles para ambos: morir o matar al demonio que tenían en frente.
No sabía del gebijuu, pero a Toshio no le importaba cuál de las dos cosas sucedía.