El peliblanco no confirmó si estaba libre de aquel límite que se dice los gatos no tienen. Y se mostró atraído hacia dicho tipo de animal.

”Espero que nunca averigüe si tiene ese límite o no. No quisiera que Hanamura-san llegase a...” pensó la chica con un suspiro.

Le alegró que Kazuma aceptase sus correcciones, y que las agradeciera. Ranko le sonrió cálidamente y asintió, mientras él se disponía a transcribir una “segunda edición” a la vez que decía un chistesillo. Ella rió suavemente y esperó con suma paciencia a que él terminara.

—C-creo que no conozco esa canción… Pero tiene sentido. Creo. A ve… A veces es difícil ver l-lo que a uno le… lo que a uno le falta. O aquello e-en lo que no está bien.

Una vez hubiese terminado Kazuma con la versión corregida, Ranko tomaría su haiku con ambas manos y respiraría profundamente. Sintió que hacía falta algo. En arrebato de emoción, tomó de nuevo el lápiz y escribió algo debajo de todo, un poco a la derecha.


No supo porqué, pero sintió que esa firma, “Conejo blanco”, le ayudaría a superar sus miedos, aunque fuese a garrotazos.

”Claro, la gente no sabrá quién es Hakuto. Yo no llevo nada blanco, ni soy un conejo, y no soy popular en lo más mínimo, como para que conozcan mi Hakuto no Mai. ¡Es el disfraz perfecto!”

Sonrió para sí.

—¿Listo, Hanamura-san? ¿Q-qué procede ahora?

—¿Listo, Hanamura-san? ¿Q-qué procede ahora?

Kazuma ya había terminado con sus correcciones.

—Ya tenemos con que participar, por lo que solo queda acercarnos a la caja del concurso y depositar nuestros escritos.

»¿Vamos?

De aceptar la invitación, Kazuma se levantaría y caminaría tranquilamente hacia el edificio; asegurándose, por supuesto, de no dejar rezagada a su compañera.

La caja del concurso (cuyo verdadero nombre era urna de participación) se encontraba justo frente al entarimado, al centro, sobre un pedestal y cubierto por la luz rosácea de un cuarteto de lámparas colgantes. La gente se movía a su alrededor como libélulas: algunas acercándose y haciendo un efímero contacto, mientras que otras se quedaban como observadores fantasmales.

—¿Quieres acercarte primero, Ranko-san? —preguntaría en cuanto estuviesen cerca.

El chico no tardó en corregir y reescribir, o al menos eso le pareció a Ranko. Cada segundo que se acercaba al momento de presentar su poesía le hacía estar más y más nerviosa. Kazuma le confirmó que solo hacía falta levantarse e ir a depositar sus papeles en la urna de participación.

La de la trenza asintió ante la invitación del peliblanco, y fue tímidamente tras de él. El camino a la urna se le hizo eterno, como si hubiesen pasado casi siete meses en aquél lugar, y no solamente un día.

La urna en sí, con sus adornos luminosos y la gente que estaba de curiosa, se le hizo demasiado amenazante. Parecía estar envuelta en llamas rosas que devorarían su mano, consumirían su haiku y se burlarían de ella.

Ranko negó lentamente, comenzando a resollar.

—N-n-no. D-después d-d-de Hana… Hanamura-s-san.

Daría un paso hacia un lado, esperando que el peliblanco depositase su obra en la urna. Ella lo haría después. O al menos así lo planeaba. Tal vez había un terremoto y tendría que salir corriendo. Tal vez un villano atacaba la aldea y tendrían que salir a pelear. Sí, posiblemente no tendría oportunidad de meter su papelito, a pesar de estar a escasos metros de la urna.

"¡No! ¡Tienes que hacerlo, Ranko! ¡Ya llegaste muy lejos, no puedes rendirte ahora!"

Ranko suspiró mientras apretaba el papel con sus manos.

—N-n-no. D-después d-d-de Hana… Hanamura-s-san.

A Ranko se le notaba sumamente tensa, casi paralizada e imposibilitada para retractarse y salir huyendo. Puede que todo el juego de luces y el revolotear de la gente fuesen demasiado para ella; aunque a su lado, Kazuma se encontraba bastante intrigado por el raro ambiente que se habían procurado los organizadores.

—Tranquila, Ranko-san —le dijo, poniendo la mano en su hombro antes de que las de la muchacha estrujaran hasta la destrucción el poema—. Podemos hacerlo juntos… Así será más fácil para ambos.

En su caso no es que sintiera miedo o pánico; sino que sentía la necesidad de compartir aquella experiencia con alguien, de no ser el único que experimentara el rosa devorador de las luces y la presencia imbatible de la caja que confrontaba a los anónimos.

Otro suspiro abandonó la boca de Ranko cuando sintió la mano de Kazuma en su hombro. Era como una manta cálida en una noche helada.

—Juntos. Sí.

Ranko sintió que aquellas dos palabras llevaban más convicción que todo lo que había dicho ese día en aquel lugar. Asintió y dio un paso hacia adelante. Caminaría lo que faltaba para la urna, siempre al mismo tiempo que el peliblanco, y extendería la mano con el papel. La luz rosa se le hizo agobiante, como si estuviese en un desierto al mediodía, como una madre que averigua el crimen de un hijo. Ranko tragó. Durante un segundo eterno, su cuerpo no respondió, y su mente cayó en un abismo, penando y gritando en su descenso, sin salvación, sin piedad.

Luego, si Kazuma iba a la par de ella, su mano se abriría y su haiku caería en la urna.

Ranko suspiró audiblemente. Su cuerpo se relajó como quien llega a casa después de una larga jornada de trabajo. El alivio era palpable en su respiración, y Kazuma podría ver unos ojos sumamente agradecidos en cuanto sus miradas se cruzaran.

—L-lo hice. Lo hicimos, Hanamura-san

Lentamente, como si fuese el mayor logro de su carrera ninja, Ranko esbozó una amplísima sonrisa mientras sus ojos se humedecían de la felicidad. Era algo tan sencillo para cualquier persona, pero para Ranko, el simple hecho de participar en aquel certamen era diferente.

Era una victoria.

Ambos se movieron como sincronizados, acercándose a aquella caja envuelta en un aura rosada y agobiante. De lejos parecían dos simples personas, sin nada de especial; pero para ambos aquel era un paso importante, una pequeña batalla cotidiana: Kazuma necesitaba de la experiencia, de probar a que lugares podía llevarle su curiosidad; mientras que Ranko necesitaba superar su miedo, demostrarse a sí misma que era capaz de hacer aquello que deseaba.

—Está hecho —declaro Kazuma, mientras ambos poemas revoleteaban juntos hasta perderse en la oscuridad.

—L-lo hice. Lo hicimos, Hanamura-san —dijo ella cuando se giró a verla.

Él le devolvió la sonrisa, pensando en que se veía bastante bien, como una flor que acaba de sobrevivir a la tempestad. Por un momento había temido que ella se asustara, diera media vuelta y se marchara corriendo; pero allí estaba, etérea y victoriosa luego de un esfuerzo emocional considerable.

«Parece que es cierto lo que dicen: en ocasiones, las mayores batallas se libran en nuestro interior… Aunque la sonrisa y la emoción de la victoria resultan ahora encantadoramente visibles», penso.

—Creo que ahora podríamos disfrutar tranquilamente de lo que resta de evento, ¿te parece, Ranko-san? —pregunto con algo de entusiasmo—. Hay un monto de cosas que ver y hacer.

Kazuma parecía compartir su emoción, aunque no sabía hasta dónde. No sabía si él también sentiría aquella acción como un triunfo personal, fuese o no seleccionado. Se veía, no obstante, muy sonriente.

—¿El resto? —Por un momento, Ranko había olvidado todo el evento que los rodeaba. La urna se había vuelto el objetivo principal, y todo lo demás había desaparecido de la mente de la de la trenza.

Ranko miró en derredor y vio que todavía había mucha gente. La tensión regresó a sus hombros, aunque no tan fuerte como antes.

—S-sí, claro —Ranko sentía que había sido desgastante escribir la poesía y participar en el certamen secundario, y pensó que tal vez era mejor ir a casa. Pero la emoción de Kazuma le hizo recuperar energía rápidamente —. ¿Dónde…? ¿Qué podemos hacer, Hanamura-san? —preguntó con una sonrisa honesta.

Kazuma se animó con la disposición de Ranko, pues el concurso de poesía era solo una de las muchas atracciones que tenía aquel evento.

Se aseguró de la cercanía de su acompañante mientras recorrían los distintos puestos. Se acercó a uno en donde vendían galletas de la fortuna, que en lugar de predicciones traían poemas ocultos en su interior; se aseguró de comprar un recuerdo, de uno de aquellos que vendían poemas escritos en pergaminos que debían de ir abiertos y colgados en alguna pared. En el itinerario también había un músico, maestros de variedad de instrumentos extraños, que ofrecía sus servicios para acompañar cualquier declamación con el ambiente sonoro adecuado; pero no menos sorprendente era una mujer de elegante vestimenta, que hacia caligrafías gigantes con un pincel que prometía pesar tanto o más que ella. Y no faltaron las novedades impredecibles, como lo era un pequeño puesto de dulces en donde los nombres y descripciones de las preparaciones estaban escritas en verso; lo cual hizo que fuera una parada imperdible.

—Ahora viene lo bueno —aseguro el peliblanco mientras se aseguraba un par de asientos para presenciar el certamen principal.

La competencia fue reñida y demostró sacar a flote a futuros talentos, poseedores del potencial de conmover al público. El tercer lugar se lo llevo un muchacho cuya poesía romántica hizo suspirar a todo el auditorio; el segundo, le correspondió a Yamashita Rukon (que a pesar de las mascara parecía estar a punto de derretirse bajo las luces del escenario), quien se había impuesto con una prosa que invitaba al conocimiento propio y a la reflexión; el primer premio, para sorpresa y agrado de muchos, se lo llevo una muchacha capaz de ensamblar unas rimas de un humor tan sobrio como inigualable.

El anuncio final invitaba a la gente a esperar el poemario en donde saldrían los ganadores del certamen principal y secundario, y a hacerse con algunos libros publicados por los mecenas. Y con aquello se daba por terminado el evento, coincidiendo con las últimas horas de la tarde.

—Que gran evento —afirmo el peliblanco mientras abandonaban la estancia—. ¿Qué te ha parecido, Ranko-san?

Lo que siguió fue una tarde bastante amena. Ranko se distrajo lo suficiente con todos los eventos y la compañía de Kazuma, que no sufrió de ningún otro ataque de pena en sus horas juntos.

Compró varias galletitas poéticas, pues le gustaba tanto el sabor apagado de la masa como los poemas que encontró dentro. Llevó también un cuadro con bordes de bambú y un haiku primaveral escrito con una cursiva hermosa, mas casi ininteligible. Prestó suma atención a aquel extraño músico, pues ella misma intentaba practicar la flauta de vez en cuando. Algo que le pareció en extremo curioso fue la mujer que practicaba shodō con un pincel enorme, como si se le hiciera un arte familiar. También probó varios de los dulces, y leyó la poesía que era su preparación, como si los versos culinarios fuesen un complemento de la comida.

Como acto final, Kazuma y Ranko se acercaron para presenciar el certamen principal de poesía. Ranko se veía superconcentrada, intentando comprender todas las emociones y expresiones de los participantes, pero lo disfrutó muchísimo. Aplaudió sumamente animada ante el tercer lugar, de cuyos versos románticos tomó nota mental para tal vez usarlos algún día; ante el segundo, Rukon, el amigo de Kazuma, quien daba la impresión de no poder soportar mucho el estar sobre el escenario, y el primer lugar, una chica que demostró cómo hacer reír con un arte tan hermoso.

El último anuncio era sobre el poemario, e instaba a la gente a adquirirlo en cuanto saliera. Ranko suspiró con esto, pues estaba emocionada y aterrada con su posible participación en un libro.

—¡S-sí! —le contestó, con una bolsita que contenía un par de libros de poesía adquiridos de último minuto, varios dulces envueltos y uno que otro regalito —. Ha sido m-maravilloso… ¡P-por cierto! No recuerdo… ahm… haberlo escuchado… ¿Sabe Hanamura-san cu… cuándo…? Ahm… ¿Cuándo publicarán el poemario?

Ranko se rascó la mejilla. Tal vez, y sólo tal vez, estaría interesada en si salía o no, a pesar de considerar como triunfo el mismo acto de participar. El viento de un anochecer invernal los saludó, no rudamente, sino con educación, como si los hubiese extrañado.

—Cierto, no lo dijeron —concordó, levantando un dedo como si supiese un secreto—. Pero escuche que unas personas hablaban sobre que en unos días habría una presentación en la librería más grande de la aldea.

»Imagino que querrás una copia de aquel libro —dijo sonriendo—. Yo también; estaré al pendiente para no quedarme sin la mía.

El día llegaba a su fin, tal como aquel improbable encuentro entre dos jóvenes amantes de la poesía.

—Ha sido un buen día —apunto con serenidad mientras llegaba al punto en donde sus caminos se separaban, para luego girarse hacia su acompañante—. Gracias por la compañía, Ranko-san; conocerte fue fantástico.

"¿Unos días? No creo que puedan revisar tantas entradas en tampoco tiempo… Me hace preguntarme cuántas personas participaron en el segundo certamen…"

La chica no externó su duda, sino que asintió muy animosamente.

—¡A-así es! No sé si sea seleccionada. No lo creo. ¡P-pero sería fantástico! Qui-quisiera conseguirlo, sea cual sea el… el resultado. T-tal vez nos encontremos a-al comprarlo. —Soltó una risita.

Ranko soltó un suspiro al llegar al punto de separación. Había sido un día bastante cansado, pero mucho muy divertido. Había aprendido un par de cosas, tanto sobre el mundo como de sí misma.

—U-uno muy bueno. Muchísimas gracias a usted, Hanamura-san. P-por sus consejos y su paciencia. No habría sido un… ahm… u-una buena experiencia sola. Gracias.

Buscó entonces en la bolsa que llevaba y sacó algo pequeño. Había comprado algunas monedas ornamentales, las cuales tenían algún emblema y colgaban de un cordel. La que había sacado tenía en el centro la figura de una planta: una serie de flores que crecían hacia abajo y colgaban de un tallo, un jacinto de los bosques.

Con suma timidez, Ranko extendió la moneda hacia Kazuma.

—Y-yo… ahm… M-me… Me gustaría q-que… Que conservara esto.

No sabía si el peliblanco tenía conocimientos sobre el hanakotoba, o el lenguaje de las flores. Una suerte de poesía atribuida a las plantas, se podría pensar. Aquel jazmín significaba agradecimiento.

—Y-yo… ahm… M-me… Me gustaría q-que… Que conservara esto.

Kazuma observo con curiosidad aquella especie de medalla. Con lentitud, la tomo de las manos de Ranko y la sostuvo frente a si, detallándola, permitiendo que los últimos rayos del sol se reflejasen sobre la flor grabada en el metal.

—Muchas gracias, Ranko-san… No conozco esta flor, pero será interesante averiguar sobre ella.

No tenía conocimiento sobre el lenguaje de las flores; sabía que tal simbología existía, pero poco más. En ocasiones se preguntaba si existirían suficientes flores como para representar todas las emociones o ideas abstractas del humano; o si, tal vez, existiesen plantas que pudiesen representarlos a ellos: quizás una flor llamada Ranko o una hierba llamada Kazuma.

—Yo también tengo algo para ti —dijo mientras rebuscaba en el interior de su túnica.

Mientras recorrían los puestos, Kazuma compro una pequeña libreta de cuero blanco y brillante. Era una especie de agenda-diario para escritores: contenía páginas con distintos formatos, correspondientes a distintos tipos de poesía (prosa, verso y otros); frases de poetas famosos de todas las épocas y un haiku para cada mes del año.

—Pensé que quizás te ayudaría con tu escritura…, me refiero a animarte a seguir escribiendo —aclaro, mientras la extendía hacia la muchacha—. Quizás es un demasiado, pero la he firmado, para que fuese algo un poco más personal.

Justo en aquella primera hoja que permanecía en blanco estaba un dibujo suyo y algunas palabras. Se notaba que había tratado de hacer una especie de caricatura riendo desmesuradamente; pero el resultado fue una figura ovoide sonriendo con la serenidad de un buda, y de ella emanaba un globo de pensamiento que rezaba “Animo, suerte y éxito.”.

—Si-significa que… que estoy muy agradecida con Hanamura-san. —dijo, con mejillas sonrojadas.

El chico no sólo aceptó la moneda, sino que devolvió el gesto y le entregó un regalo a Ranko: una libreta de escritor, perfecta para todo tipo de creación narrativa o poética, y con doce haikus para todo el año. La cereza en el pastel fue un dibujito algo gracioso y una frase de ánimo para ella.

—¡M-me encanta! —Ranko la hojeó, con una sonrisa enorme, y luego la introdujo con sumo cuidado a su bolsa —. Realmente… Realmente agradezco tanto, todo. Hanamura-san.

No le importó repetir las gracias, pues no podría ponerle un límite a lo mucho que el peliblanco le había ayudado durante ese día. Es más: sentía que su monedita se había quedado muy corta a comparación de la libreta.

—E-espero que el destino cruce nu-nuestros caminos. Pronto.

Aunque tomarían calles distintas, Ranko esperaría a que el chico se despidiera antes de tomar su senda de vuelta a casa.

—E-espero que el destino cruce nu-nuestros caminos. Pronto.

Kazuma observo con atención a la muchacha, y se le ocurrió que quizás, de alguna manera, ella era una de esas personas reales que deseaba conocer: solía sentir que los demás aspirantes a ninja solo tenían una faceta, una cara que se mostraba permanentemente como la única cosa que querían en la vida. En concreto, le parecían superficiales…, pero puede que entre ellos hubiese gente como Ranko.

—Y también lo espero, Ranko-san —dijo con una tenue sonrisa—. Hasta la próxima.

El joven comenzó a caminar, alejándose de la muchacha; pero de pronto una duda le asalto, y supo que no podría estar tranquilo sino la respondía, o al menos la expresaba.

—Solo una cosa más —dijo mientras se giraba lentamente—: dime, ¿por qué te gusta la poesía?

Ranko le dedicó una última reverencia antes de volverse en dirección a la casa de la familia Sagisō. Había dado sólo algunos pasos cuando la voz del peliblanco la detuvo.

"¿Por qué? ¿No es ésa la más abstracta de las preguntas?"

—Creo —comenzó a decir mientras se volteaba. Sostenía la bolsa con ambas manos, just frente a sí. Kazuma estaba ya a varios metros de distancia, mirándole —que no sé. T-tal vez porque… Bueno, mi entrenamiento ninja ha sido… ahm… demasiado físico. Y-y necesitaba lo más espiritual posible c-como para equilibrarme. Creo q-que ésa fue la razón p-por la cual comen… comencé con la poesía. Y con la música. A-aunque ésa es otra historia.

Soltó una risita, breve, queda, pero auténtica.

—¿Por… por qué pregunta eso Hanamura-san?

Ranko creyó que tenía algunos minutos de más, y que no importaría esperar un momento más. Al fin y al cabo, aunque en ese momento no lo supiera, sí cruzaría sendas con el peliblanco de Hanamura.