Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El Uchiha iba tomando nota mental de todo lo que Soroku iba informándole. El hombre que debía aflojar la cartera se hacía llamar Kojuro Shinzo, un tipo que al parecer había hecho un encargo particularmente grande para abastecer un futuro torneo. Cuando el herrero mencionó el precio al que ascendía el encargo, sin embargo, su semblante serio y concentrado a punto estuvo de romperse. El Uchiha tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no soltar un exabrupto en el acto. «¡¿Veinticinco mil jodidos ryos?! ¡¿En serio?! Joder, y yo aquí peleándome por unas pequeñas exclusividades y rebajas. Para este tipo debo resultar una simple migaja. La leche…»
Seguidamente, el herrero aseguró que el torneo existía de verdad, y que se haría llamar el Torneo de los Dojos. Una competición de la que nada había oído hablar Datsue… por el momento.
Con la zurda, el Uchiha tomó una taza de té, dejando que el cálido líquido humedeciese su boca. Le había dado mucho en lo que pensar. Tras unos segundos, dijo:
—¿Sabe si Shinzo acudirá al torneo? —De ser un torneo organizado por las tres grandes Villas, quizá tuviese la oportunidad de acudir como uno de los candidatos… o al menos como espectador. Y si el tal Shinzo decidía hacer una excepción y sacar la cabeza de su agujero para acudir al campeonato, seguramente tuviese allí su mejor oportunidad para abordarle—. De no ser así… —«Me cago en la puta, ahora entiendo yo tanto formalidad con la marca de hierro. Un tío seguramente bien posicionado, con contactos y de un país extranjero… Esto no se parece en nada a las misiones de capturar perros ladrones a las que estoy acostumbrado»—, me llevará su tiempo organizarme. Seguramente necesitaré un buen par de buenos shinobis para acompañarme. Shinobi en los que pueda... confiar.
¿Y podía confiar en Riko para tal tarea? El Uchiha no sabía qué pensar. En términos de seguridad, estaba claro, Akame sería el que más le convendría. No había en todo Oonindo mayor profesional que él. Ahora, ¿le convenía que se enterase de todos sus negocillos fuera de la Aldea?
«Definitivamente no…»
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Soroku-sama lucía, quizás, un tanto aliviado. Porque, de buenas a primeras, Datsue se mostró desde un principio como un muchacho eufórico e impulsivo, aunque de lengua filosa y de discurso bien pensado. Pero era tan joven que a un experimentado herrero como él se le hacía difícil pensar que el muchacho tuviera realmente la intención de someterse a los juicios del Hierro, creyendo con fervor que ante el inminente metal candente, Datsue desistiría de su posición. Que bajaría su mirada, y su barbilla tocase los vergonzosos linderos de su pecho en muestra de arrepentimiento.
Y sin embargo, allí se encontraba, mucho más sereno y centrado. Más envuelto en sus propias convicciones que antes.
—Todo depende de qué tan seguro se sienta acerca de mi aparente inacción. Shinzo es consciente de que mi posición no me permite más que hostigarle con incansables visitas y discursos sobre el honor de un contrato, pero estoy seguro de que tiene en cuenta de que otros pueden actuar por mi, y no así por eso en mi nombre.
Soroku sopesó la falta de té en su taza con un cansino suspiro, y luego continuó:
—De todas formas, Shinjaka-kun ha investigado y sabe de buena mano que el hombre sigue residiendo en Tanzaku Gai. Es probable que se sienta mucho más seguro ahí que en otro lado, teniendo en cuenta que allí creció, ahí ha hecho incontables negocios y que los lugareños le tiene en buen aprecio. Está bien protegido por las raíces de su pasado en esa ciudad.
El Uchiha escuchó, atento, la respuesta del herrero. Asentía ante cada frase, aunque permanecía con la mirada perdida en la superficie oscura de su té. Shinzo parecía encontrarse demasiado a gusto en sus tierras, como un topo en su madriguera, y según lo que apuntaba Soroku no sería fácil hacerle salir. Quizá incluso, receloso por saber que Soroku andaba tras él, ni siquiera acudiría al torneo.
Pero aquel no era el principal problema. La verdadera dificultad, que Datsue empezaba a darse cuenta mientras le escuchaba, era la sutileza con la que requería ser realizada aquel encargo. Soroku no simplemente necesitaba a un shinobi que cobrase su deuda, o por el contrario ya habría contratado a algún Uzureño más experimentado que él, en una misión oficial. No, lo que él precisaba era alguien que no manchase su nombre en caso de que las cosas se desmadrasen. Alguien que ni siquiera actuase en nombre de la Villa. Alguien con quien no se le pudiese relacionar… ni desde Tanzaku Gai, ni desde su propio gremio.
En definitiva: una misión con altas probabilidades de salir mal.
Se inclinó hacia adelante, con la mirada en el suelo, y permaneció así durante unos instantes, asintiendo una y otra vez para sí. No solo era un encargo complejo, que requería estudiarlo hasta el más mínimo detalle, sino que su posible fracaso conllevaría consecuencias impredecibles. ¿Qué opinaría su nuevo Kage, si se enteraba que su gennin había estado por ahí en una misión extraoficial? Y no una misión cualquiera, sino una en la que tendría que apretarle las tuercas a un tipo reputado de Tanzaku Gai. A saber qué hilos tenía, qué contactos, qué amigos nada convenientes para el Uchiha… «Espero que salga Yakisoba elegido... o si me pillan me crujen»
—Ahora entiendo la necesidad de la marca del hierro —dijo, con voz resignada, tras unos minutos. Levantó la cabeza y le miró a los ojos—. Pero se hará —aseguró, imprimiendo en su voz una convicción que estaba lejos de poseer en aquel momento—. Necesitaré hablar con Shinjaka. Tendrá que decirme todo lo que ha averiguado sobre él, hasta el más mínimo e ínfimo detalle… Todo. —«Y luego… Luego a la aventura»
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Soroku lucía complacido, se podría decir que más complacido de lo que hubo estado nunca con algún prospecto. Y es que había recibido a tantos jóvenes con delirios de grandeza, pregonando ideas revolucionarias y queriéndose pasar de listillos que probablemente se había decepcionado de éstos en numerosas ocasiones. No todos eran tan cumplidores, o efectivos. Muchos de ellos eran más lengua floja que otra cosa.
Con Datsue, sin embargo, era diferente. Sentía en él la llama viva, como si su alma hubiese sido concebida en la más ancestral de las forjas. Era una sensación interesante, que probablemente no podría descifrar, aún.
—Bien, pues, queda dicho todo. Shinjaka-kun te está esperando en la sala de recepción junto con tu amigo Riko, y un invitado de la casa, un shinobi extranjero que parece muy interesado en conocerte. Lo que sea que necesites preguntarle a mi aprendiz, él con gusto te lo responderá, tenlo en cuenta; es un joven muy diligente.
El amaestrado herrero se levantó de su asiento y miró desde las alturas al Sakamoto. Aguardó, en silencio, hasta que éste lograse levantarse y hablaría finalmente por última vez.
—Ha sido un placer recibiros, Sakamoto Datsue. Que el estandarte del hierro te proteja, y te permita volver aquí con tu favor plenamente saldado. Vuelve, en una sola pieza, con tus diseños revolucionarios, y reinventemos el negocio de la herrería.
Una despedida apropiada según los términos negociados.
Datsue asintió, conforme, con las palabras del herrero. Con que Shinjaka fuese la mitad de diligente que su maestro aseguraba le sería suficiente. Un pequeño tic se apoderó de una comisura de sus labios cuando oyó que se refería a él como Sakamoto, en un amago de sonrisa. Mirándolo en retrospectiva, quizá no había sido tan buena idea mentir sobre su apellido. Aunque si la cagaba en el encargo…
Como siempre decía Datsue, más valía mentir antes de necesitarlo que después, cuando tu palabra se miraba con lupa. En otras palabras, mejor prevenir que curar.
—Que así sea, pues —respondió, contento de que el herrero fuese tan optimista con sus diseños como lo estaba el propio Uchiha—. La próxima vez que nos veamos —esbozó una mueca de dolor, mientras se levantaba de la cama con esfuerzo—. Aparte de la deuda saldada —con el brazo bueno, trazó un arco abarcando las paredes de la habitación, desnudas salvo por el polvo que las cubría—, le traeré uno de esos calendarios típicos que toda herrería y taller de bien tienen… Para adornar un poco las paredes, que las veo un poco vacías.
Bajó el picaporte de la puerta y salió. Entonces, antes de desaparecer de la vista del herrero, dijo:
—Nos veremos antes de lo que cree, Soroku-dono.
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Quedando todo zanjado, el Sakachiha dejó los linderos de aquella habitación y se dirigió a las afueras del local, donde finalmente se encontraría con el hombre que empuñó el hierro que terminó marcando su hombro, y su vida. No obstante, a su lado no sólo yacía Riko, en silencio —ligeramente apartado hasta la puerta de salida, probablemente apartado de la conversación que los presentes estuviesen teniendo— sino también lo que parecía ser un espécimen desconocido, azul, y con una bandana ninja decorando la parte frontal de su cabeza.
El símbolo era irreconocible: se trataba de un ninja de Amegakure.
El escualo, cuya estatura y contextura le hacía suponer a cualquier que no tendría más de quince años, volteó a ver al recién llegado y le regaló una de sus tantas elocuentes sonrisas, donde una vez más, dejaría entrever el manojo de dientes afilados que adornaban su boca. Era uno de sus atributos más destacados, que junto con el color de su piel, por supuesto, daban la certeza —aunque falsa, desde luego— de que él no era humano. Pero lo era, tanto como Shinjaka, o el mismísimo Datsue.
—Vaya, vaya, pero si es el hombre del momento. El crío del remolino que se ha ganado la marca de uno de los herreros más envidiados de la ciudad, y así también su favor. ¿Qué es lo que tiene éste tipo, eh, Shinjaka, para ser merecedor de ese jodido "honor"?
—Una buena lengua, sin duda. Y agallas, como sinónimo de valiente, claro; y no a la locución que usan coloquialmente para referirse al par de branquias que adornan tu cuello, mi querido Kaido.
El escualo se chupó los dientes, y avanzó hasta las cercanías de Datsue. Extendió su mano, y le quedó mirando fijo, con la curiosidad de quien se sabe frente a un potencial enemigo a futuro.
Cuál fue su sorpresa cuando, en vez de encontrarse a Riko junto a Shinjaka, en su lugar vio a un tipo de cabellos largos y azules, que al darse la vuelta dejó entrever una piel azulada, como la que tendría un cadáver ahogado, y una sonrisa mortal entres sus pálidos labios. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Datsue. Los dientes de aquel chico eran como los de una trampa para osos, listos para cerrarse sobre su presa y no volverse a abrir.
—Vaya, vaya, pero si es el hombre del momento. El crío del remolino que se ha ganado la marca de uno de los herreros más envidiados de la ciudad, y así también su favor. ¿Qué es lo que tiene éste tipo, eh, Shinjaka, para ser merecedor de ese jodido "honor"?
—Una buena lengua, sin duda. Y agallas, como sinónimo de valiente, claro; y no a la locución que usan coloquialmente para referirse al par de branquias que adornan tu cuello, mi querido Kaido.
Datsue no pudo evitar mirar a Shinjaka, analítico. ¿Estaba gastando una broma o verdaderamente lo decía en serio? ¿Branquias? ¿De verdad? Se vio tentado de emplear el sharingan y comprobar que aquello no fuese un simple Henge, pero al hacerlo podría delatar su verdadero apellido… y no quería eso.
«Y el tipo es de Amegakure, para más inri. ¡Podría ser el mismísimo jinchuuriki y yo sin enterarme!»
—Entonces es un gusto, Datsue el Valiente.
—Ehm… El gusto es mío, Kaido —dijo Datsue, extrañado por el apodo recibido. Le habían llamado muchas cosas a lo largo de su vida, pero jamás algo tan disparatado—. Precisamente tenía que hablar con Shinjaka por un asunto relacionado con la marca… —miró al herrero, indeciso. No sabía si Kaido estaba también enterado del asunto o, por el contrario, era ajeno a todo salvo a la nueva cicatriz en su hombro derecho—. Pero puedo esperar a que vosotros terminéis vuestros propios… negocios, si lo preferís.
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Si existía alguien bueno para recibir indirectas, ese era Kaido. Así que en vista de los asuntos que ellos pudieran tener que tratar, él mismo decidió no entrometerse demasiado, ya sabía lo suficiente de boca del propio Shinjaka.
—¿Yo, negociar con ésta gente? ¡Já! no soy ni tan tonto, ni tan arrojado, colega; eso se lo dejo a los adultos. Sólo he venido a buscar un cargamento que mis superiores han encargado, nada más. Así que mejor voy dando vuelta y me apuro a llegar a Yachi, me están esperando.
El escualo sonrió una vez más, y antes de dejar atrás el local, alzó su mano aún de espaldas.
—Ha sido un gustazo presenciar el como has recibido la marca, compañero. Espero que ese par de cojones aún sigan funcionales para cuando anuncien las fechas del torneo. ¡Hasta entonces, pedazos de mierda!
Y así, la azulada figura del gyojin desapareció de escena.
Shinjaka, sin embargo, permaneció inamovible en su misma posición.
—Eso ha sido todo un cumplido, te lo aseguro. Sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que ha salido de boca de un muchacho que sencillamente no puede ser marcado bajo ninguna circunstancia —admitió, refiriéndose de forma galante y encriptada sobre el clan que corría por las venas de aquel azulado espécimen—. en fin, imagino que Soroku-sama ha puesto todo sobre la mesa. Dime, Datsue-kun, ¿qué más necesitas?
20/06/2017, 21:50 (Última modificación: 20/06/2017, 21:51 por Uchiha Datsue.)
Le caía bien aquel Kaido. Sin pelos en la lengua y extrovertido, de esos con los que difícilmente pasarías una tarde aburrida. El problema era cuando tuviese hambre, claro. Aquellos dientes no parecían haberse limado a base de verduras y fruta… sino más bien de triturar carne cruda. Si alguien tenía cara de caníbal en todo Oonindo, ese era sin duda aquel peculiar chico de Amegakure.
—¡Hasta pronto! —se despidió Datsue, mientras posaba brevemente la mirada en Riko. Se encontraba de espaldas, junto a la salida, y parecía estar distraído con…
—Eso ha sido todo un cumplido, te lo aseguro. Sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que ha salido de boca de un muchacho que sencillamente no puede ser marcado bajo ninguna circunstancia.
Datsue volvió a centrar su atención en Shinjaka, sin saber muy bien a qué se refería con que Kaido no podía ser marcado. Por azul y extraña que tuviese la piel, nada era inmune al fuego candente del hierro. El Uchiha, por desgracia, lo sabía muy bien.
—En fin, imagino que Soroku-sama ha puesto todo sobre la mesa. Dime, Datsue-kun, ¿qué más necesitas?
El Uchiha tomó aire y suspiró por la nariz, muy lentamente, mientras ordenaba sus pensamientos.
—Pues no estaría mal que me dieses su descripción física, para poder reconocerle al verle. Y su dirección exacta en Tanzaku Gai. Y si sabes con quién se suele relacionar, o por dónde suele pasarse cuando sale de casa, sería de lo más interesante. Te sorprendería la cantidad de morosos que pagan nada más ven que, en vez de irles a buscar en la privacidad de su casa, te vas directamente a la timba de póker que montó con sus amigos en el bar. Y no sé, cualquier dato más que te parezca interesante revelar —terminó por decir el Uchiha, convencido de que cuando se fuese de allí se le ocurrirían decenas de preguntas más que tendría que haber hecho.
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El galante pupilo de Soroku escuchó aquel cúmulo de interrogantes mientras buscaba entre una pila de papeles dispuesto sobre una de las mesas cercanas. No pudo encontrar lo que buscaba, así que empezó a hablar mientras aún sus manos hacían la labor de encontrar las hojas donde había anotado todo lo que creyó pertinente durante la investigación encomendada por su maestro.
—Pues, Kojuro Shinzo es un tipo bien parecido. Tan o más alto que tu servidor, de piel blanca y con un rostro cuadrado de facciones bien marcadas. Siempre viste muy galante, y su cabello es quizás una de sus más profundas obsesiones: lo peina cada vez que siente que hasta la fibra más imperceptible se le ha movido, y por ello siempre lo inunda de esas gominas estéticas que le hacen brillar el pelo.
Al conseguir lo que buscaba, se dio vuelta y comenzó a ojearlo de inmediato.
—Sé de buena fuente que tiene varias residencias dentro de Tanzaku, lo que ha hecho difícil discernir en dónde se está escondiendo actualmente. Además, teniendo en cuenta que sabe que tiene gente detrás de su pescuezo, es probable que su paranoia le haya llevado al punto en el que duerme cada noche en un bastión diferente. Hasta ese nivel llega su influencia dentro de esa ciudad, aún sin ser un noble, y sólo un bien relacionado mercader. Sólo logré conseguir tres locaciones, además de un par de locales a los que decía Soroku-sama que ambos frecuentaban en el pasado. Uno de ellos, en específico, un club de mujeres ardientes llamado el Molino Rojo, donde quizás podamos encontrar más conexiones que nos sean útiles en el futuro.
Le entregó el papel, y Datsue pudo ver que allí estaban especificadas las coordenadas de las locaciones que él hablaba.
»Y de la gente con la que Shinzo se codea, es extremadamente difícil puntualizar sobre eso. Tiene muchos aliados, no podíamos confiar en preguntar nada a nadie sin pensar que le iban a advertir que estábamos buscando saber sobre él. Me temo que será cuestión de juicio y mérito, el obtener más información. La pregunta correcta a la persona equivocada puede joder tu encargo en un simple plis plas.
Cuando Shinjaka hizo referencia a la obsesión por el cabello de Shinzo, Datsue a punto estuvo de preguntar si no tendría alguna relación sanguínea con los Sakamoto. Pero contuvo su lengua a tiempo, al recordar que él mismo se había presentado con aquel apellido, y que aquello podría desvelar —o al menos poner en peligro— su mentira.
Seguidamente, fue tomando nota mental de la información que iba soltando Shinjaka. Si en algún momento aquel encargo le había parecido fácil, a cada palabra que oía se daba cuenta que, en realidad, iba a ser todo lo contrario. Shinzo se movía como un topo por su ciudad, de madriguera en madriguera, invisible para sus depredadores naturales.
Pero hasta los topos más escurridizos tenían sus debilidades…
—Así que el Molino Rojo —repitió Datsue, grabando a fuego en su mente aquel nombre. Naturalmente, aquella sería una visita obligada. Una visita estrictamente profesional, por supuesto—. Comprendo —añadió, cuando Shinjaka mencionó que era complicado nombrar las amistades con las que Shinzo se rodeaba. Hacer demasiadas preguntas a la gente equivocada no solo levantaría sospechas, sino que podría arruinar la misión. Datsue se rascó la nuca. Aquel encargo le proporcionar más de una jaqueca—. ¿Y se le conoce algún familiar? —preguntó, esperanzado de tener algún otro hilo del que poder tirar—. Si todavía le viven los padres, o tiene por ahí algún hijo… Quizá contacte con ellos de cuando en cuando. Podría ser un camino para dar con él.
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—Nada que podamos utilizar, me temo. Soroku-sama me advirtió que el pasado del Shinzo está más que blindado, lo único que sabemos con certeza es que fue adoptado de joven y cuando sus padres adoptivos fallecieron, él adoptó una pequeña fortuna con la que hizo crecer su negocio e influencias. Más allá de eso, no se le conoce esposa o hijo alguno.
Aunque si lo piensas bien, siendo que solía frecuentar con tanta continuidad un putero, algo habrá hecho durante sus visitas. Insisto en que es ese lugar un buen sitio por donde comenzar.
Shinjaka, entonces, se le quedó viendo fijamente. Y si Datsue era avispado, podría notar cierto rencor en la mirada de su interlocutor. Una que ya venía acumulando desde que llevó al par de shinobi a la locación de su sensei, decisión de la que quizás se había arrepentido.
—Nunca pensé que Soroku-sama fuera a darte a ti, un crío, un encargo tan importante. De tantas tareas que podría haberte encomendado, te otorgó la más difícil. Al más inexperto. No logro comprenderlo, ¿tú sí? ¿crees que podrás lograrlo, Datsue-kun?
—Sí, tienes razón —dijo, en referencia a que el Molino Rojo era, sin duda, el mejor sitio por donde comenzar su rastreo. Y más teniendo en cuenta que al hombre no se le conocía familia alguna. Al menos, no viva.
Sin embargo, en las siguientes palabras del aprendiz pudo notar cierta amargura en su tono de voz. En su mirada. Datsue no se había dado cuenta hasta el momento, pero quizá a aquel chico no le hubiese sentado demasiado bien que le hubiesen dejado de lado cuando los negocios se habían puesto serios. Él había sido quien había encontrado a Datsue. Él había sido quien había convencido a su maestro para hablar con él. Y ahora había quedado relegado a un más que discreto segundo plano.
El propio Uchiha se hubiese sentido ofendido de haber estado en su lugar. Se rascó la nuca. No le importaba haber herido los sentimientos de aquel desconocido, pero la envidia y el rencor eran malos acompañantes en cualquier negocio.
—¿Qué si podré conseguirlo? No sin tu ayuda, compañero. No sin tu ayuda —dijo, tratando de capear el temporal y limar asperezas—. Además, no fue Soroku quien me descubrió, sino tú —le puso una mano en el hombro—. De no ser por ti, yo no estaría aquí. Estoy en deuda contigo, Shinjaka, no creas que me olvido.
«Y ahora que ya te he besado el culo, creo que es hora de que el mío se largue de aquí» pensó, mientras desviaba la mirada hacia la espalda de Riko. Todavía estaba decidiendo si tratar de convencerle o no para que se le uniese en tal alocada aventura. Iba a necesitar a alguien que le cubriese las espaldas, aunque… ¿era Riko el ideal?
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Como ya le era de costumbre, Datsue volvió a elegir las palabras adecuadas. Los gestos adecuados. Era un muchacho habilidoso, de eso no había duda. Y Shinjaka no pudo hacer más que dejar calar su su discurso como si realmente creyese en la falsa gratitud del uzureño, como si en realidad no tuviese otra opción.
Aquel rostro afligido entonces volvió a su ápice habitual, el gesto ahora era el de antes; galante y sereno, infranqueable. ¿Había sido aquello, quizás, una treta sólo para que Datsue le mostrara algo de respeto?
Por su siguiente acción, nadie lo sabría. Porque mientras Datsue volteaba ver a su catatónico y distraído colega, Shinjaka también se dio la vuelta, en dirección contraria.
—Suerte en el torneo, Datsue-kun. Ojalá nos veamos pronto, muy pronto.
—Seguro que será así —respondió Datsue, con confianza.
Lo primero de todo era averiguar cuando daría comienzo aquel misterioso torneo, y si iba a participar. De hacerlo, mejor sería posponer aquel encargo para después de éste, pues el tiempo podría jugar en su contra. Dudaba mucho que aquello lo resolviese en un día en Tanzaku Gai, ni muchísimo menos.
Lo segundo era buscarse un compañero o dos para el viaje. Alguien de confianza, que supiese que le cubriría las espaldas llegado el momento y, al mismo tiempo, no fuese aireando a toda la Villa aquella particular misión. Como Riko había sido testigo, en parte, de aquello, era uno de los candidatos a tener en cuenta.
Pero, ¿era el ideal? Los rumores no jugaban a su favor, eso desde luego. Pero Datsue le daría el beneficio de la duda, al menos, y trataría de averiguarlo...
—¡Riko, amigo mío! —exclamó, dándole un manotazo en el hombro y atrayéndole hacia sí—. ¡Parece que te haya comido la lengua el gato! Vamos, vamos. Tengo muchas cosas que contarte…
Y, así, ambos shinobis de Uzushiogakure no Sato desaparecieron entre las polvorientas calles de Los Herreros.
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