Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Los Herreros era un pueblo muy curioso, teniendo en cuenta la manera en la que ōnindo ha funcionado; incluso desde sus tiempos más memorables, durante tantas generaciones. La confrontación, la guerra, las amenazas veladas. Los secretos, el subterfugio. Así se mueve el mundo ninja. Y sin embargo...
Allí estaba el pueblo de Los Herreros. Un bastión conocido de grandes artesanos armamentistas, cuyas más exóticas creaciones eran despachadas a los numerosos ejércitos que protegen a ōnindo. Desde milicias feudales hasta a las mismísimas tres grandes aldeas tenían las narices metidas en ostentosos contratos que probablemente le arreglaría la vida a más de un trabajador. Entonces pues, un pequeño asentamiento repleto de armas por doquier, con tanto dinero de por medio.
Y se decía que era uno de los pueblos más pacíficos de todo el país de la Espiral, al menos, por no ir más allá.
No está de más decir que existe más de un escéptico que desconfía de ésta primicia, pues para el que conoce los vestigios turbulentos de la historia ninja, poco puede creer en que algo así pueda existir, no sin un acuerdo fortuito, firmado y equitativamente beneficioso para todas las partes, como en el caso de Amegakure, Uzushiogakure y Kusagakure.
Es ahí, mis queridos colegas, donde la fábula de los Señores del Hierro comienza.
***
La entrada al pueblo era esplendorosa en su más humilde forma. Dos caminos conexos en cada extremo del asentamiento se unían en conformidad con las salidas a las distintas vertientes del país de la Espiral. Detrás se podía apreciar a lo lejano las extensas planicies del silencio que daban paso hasta los más frondosos bosques de la Hoja, y más adelante, sucedía lo mismo pero con un panorama más abierto y pulcro que el anterior, hacia allá, en dirección a la ubicación de la aldea de ese mismo país, desconocida, claro, salvo para los mismísimos miembros de su ciudad.
El pueblo estaba compuesto por numerosas cabañas de ladrillo y piedra, casi todas distinguidas por letreros únicos de nombres diferentes. Salvo por alguna excepción en particular, estas casas siempre estaban equipadas con grandes chimeneas donde probablemente estuviese ubicada la forja de cada artesano. Está de más decir que el humo despedido de ellas era abismal.
Además de, contaba con unos cuantos hostales, un par de bares y restaurantes para los turistas e incluso casas de empeño. Allí no sólo se vendían armas, también se compraban.
9/05/2017, 22:46 (Última modificación: 9/05/2017, 22:51 por Uchiha Datsue.)
—¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí le he dicho!
Un muchacho de cabellos negros atados en un simple moño salió trastabillado por la puerta de una herrería.
—¡E-está cometiendo un grave error! —exclamó, indignado, una vez recompuesto.
—¡El error ha sido dejarle abrir la boca para soltar esa sarda de… de…!
—¡Una propuesta de lo más decente! —le ayudó Datsue, pese a saber que el herrero no estaba a punto de decir eso—. Que beneficiaría a ambas partes. Un negocio dentro de la más estricta legalidad.
—¿¡Estricta legalidad!? ¿¡ESTRICTA LEGALIDAD!? —Sus ojos, teñidos de negro por el humo y el carbón, emitían un destello iracundo, mientras expulsaba un suspiro explosivo por la nariz que hacía temblar su inmenso y poblado bigote blanco—. ¡Que tenemos un pacto, hombre! ¡El gremio ha fijado los precios por algo! Y tú quieres que… quieres que…
Que haya competencia. Por Shiona, que en paz descanse, ¡sí! Pero apretó los dientes y no dijo nada, consciente de que ahora se encontraba en plena calle, donde las corrientes de aire se llevaban las palabras a más de algún oído indeseado.
—Lamento las molestias ocasionadas, herrero-san —Datsue realizó una florida reverencia—. Ya me iba.
Furioso, giró sobre sus talones y avanzó calle arriba, maldiciendo por lo bajo todo tipo de insultos y palabras malsonantes. Okane, su socio, le había recomendado aquel herrero para tratar de conseguir una rebaja de precio en las armas que importaban de allí. Un tipo con la mente abierta, le había dicho. Dispuesto a dialogar.
Le voy a decir yo lo que es mente abierta. Maldito rufián, el tipo debe tener algún tipo de ascendencia de la Ribera del Sur, ¡sino no me explico!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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Su agradable paseo por la ciudad de Los Herreros se vio interrumpido cuando, del interior de una tienda unos metros delante suya comenzaron a escucharse unos gritos. La mayoría de los transeúntes no le prestó demasiada atención, pero Riko, que no estaba acostumbrado a ver cosas así, se quedó parado, a una distancia suficiente como para estar a salvo di esos gritos acababan convirtiéndose en pelea, pero su sorpresa fue enorme cuando, de la tienda, salió un joven trastabillado, y no un joven cualquiera, si no uno que, aunque no tenían mucha relación, podría decir que eran viejos conocidos.
El chico, desde fuera mantuvo una ligera conversación con el herrero, ligera por decir algo pues, a pesar de que el chico no parecía estar para nada alterado, el dueño del local sí parecía estarlo.
¿Qué habrá hecho ahora?
De un momento a otro, se despidieron, y el muchacho comenzó a andar calle arriba, sin prestar mucha atención a nadie. Riko echó a correr, hasta ponerse a su altura.
— ¡Hey, Datsue-san! — Gritó, mientras terminaba de acercarse al joven. — ¡Qué casualidad! No me esperaba encontrarme con un compatriota por estas tierras, ¿qué te trae por aquí? — A pesar de no haber tenido nunca mucha relación, al Senju le gustaba intentar llevarse bien con toda la gente de su villa, por lo que siempr que se encontraba con uno, mostraba su cara más amable.
9/05/2017, 23:48 (Última modificación: 9/05/2017, 23:50 por Umikiba Kaido.)
Aquella fogosa aunque contenida discusión revelaba apropiadamente de qué estaba hecha aquella ciudad. Datsue pudo comprobar en carne propia el inminente rechazo de los lugareños hacia los timadores que buscan tergiversar el honorable sistema de Los Herreros. Para nada bien vistos, aunque no lo suficiente como para que alguien buscase exiliarlos del pueblo; estaban obligados a rondar por calles de una ciudad ataviada de un honor aparentemente inquebrantable.
Como era de esperarse, gran parte de los transeúntes percibieron la discusión como lo que era, un fallido intento de actuar bajo la mesa. Pero Datsue no había sido ni el primero, ni tampoco el último; pues el mundo estaba lleno de jóvenes insensatos como él.
Intentando comerse al mundo de un sólo bocado.
La mayoría lo ignoró, aunque alguien en particular se mantuvo atento a la persona, pero mucho más interesado en el nombre. Con capucha en ristre y mezclado entre la muchedumbre, siguió a aquel infractor en silencio y oculto a los intereses ajenos, deseoso de saber más de él.
Y de sus objetivos, que no parecían ser los más honorables ni mucho menos. Pero que le interesaban en demasía.
Datsue se sobresaltó más, incluso, que un Kusareño al descubrir que su plantación había sido arrasada por la peste. Alguien le había reconocido. Justo allí, tras una negociación de dudosa legalidad. Un sudor frío recorrió su espalda, mientras giraba, despacio, para ver el rostro del que le llamaba…
… y entonces el corazón se le detuvo: era Senju Riko, el traidor de Uzu.
Si en alguien no podía confiar para que guardase su pequeño secreto —de haberlo descubierto—, ese era, entre todas las personas de Oonindo, él. Kasumi-chan —la chica de la promoción anterior a la suya, compañera de Riko— le había comentado que lejos de ser engatusado o chantajeado, el muy canalla lo había soltado al viento como si solo fuese una anécdota más. El secreto mejor guardado y protegido por toda una generación, lanzado al viento por simplemente oír la dulce risa de un par de mozuelas de buen ver.
Una vergüenza.
¿Qué él probablemente hubiese hecho lo mismo? Era posible. Pero no eso hacía que dejase de ser una vergüenza.
—¡Qué casualidad! No me esperaba encontrarme con un compatriota por estas tierras, ¿qué te trae por aquí?
—¿Ehm? ¿Me lo preguntas a mí? —No, al viento, no te jode—. Pues he venido a… respirar aire puro —dijo Datsue, con el interior de las fosas nasales negras por tanto humo aspirado—. Ya sabes, con todo lo que se está cociendo ahora en la Aldea —añadió, intentando resarcirse de la peor mentira jamás salida de su boca con una medio decente—, notaba el ambiente un poco... caldeado. ¿Y tú qué haces por aquí? —añadió rápidamente, deseando cambiar el rumbo de la conversación.
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El joven Datsue se giró, lentamente hasta quedar mirando al peliblanco, que rápidamente lo alcanzó, por lo que se detuvo junto a él.
—¿Ehm? ¿Me lo preguntas a mí? Pues he venido a… respirar aire puro. Ya sabes, con todo lo que se está cociendo ahora en la Aldea, notaba el ambiente un poco... caldeado. ¿Y tú qué haces por aquí?
Riko no pudo más que reír ante la respuesta inicial del Uchiha, imaginando que era algún tipo de broma.
— ¿Respirar aire puro? ¿En Los Herreros? Pues me parece que no vas a respirar demasiada pureza aquí. — Aseguró el Senju, con la sonrisa en el rostro. — Ya... Ahí sí que tienes razón, ahora mismo la aldea esta un poco patas arriba, pero bueno, pronto todo volverá a la normalidad, es cuestión de tiempo. — O al menos eso esperaba, porque si salía el loco de Zoku como Uzukage, nada volvería a ser como antes. —Pues yo he venido a hacer un encargo para la familia, los kunai y los shuriken que usamos están un poco viejos, y hay que renovarlos. — Explicó el peliblanco.
En ese momento, Riko miró a su alrededor, hacía rato que había perdido a su tía Akiko de vista, por lo que seguro que no la importaba si descansaba un rato.
— Oye, si no tienes nada que hacer, ¿te importa si te acompaño? Así nos conocemos un poco, ¿qué te parece?
Datsue acompañó con una falsa risa a la broma de Riko. Sí, estaba claro que su mentira sobre el aire puro no había sido muy acertada, pero por el momento, unido al desvío en la conversación por el tema político, había bastado. «Así que todo volverá a la normalidad, ¿eh, Riko? Me da que tú no eres de los partidarios de Zoku, entonces.»
Fue en ese momento cuando el joven gennin le tiró un anzuelo: estaba allí para renovar su armamento. ¿Y qué mejor excusa que aquella para sacar a colación su tienda en Yamiria? Pero no, Datsue era más listo que eso. Después de todo, no se trataba de una persona cualquiera, sino del mismísimo Senju Riko. Tenía que andarse con pies de plomo.
Aunque no tenía porqué negarse a acompañarle.
—Claro —Datsue empezó a caminar calle arriba, sin un rumbo en concreto. Tras unos instantes en los que pensó la mejor manera de empezar, se atrevió a decir:— . Por cierto, Riko. Si algún día quieres renovar o comprar armas más pesadas, como un ninjato o algo del estilo, te puedo decir de una tienda en Yamiria donde tienen lo mejor de lo mejor. Acero forjado en las entrañas de Amateratsu, ¡y templado con la sangre del mismísimo Susano’o! ¡Y todo por un módico…! —Ya se había emocionado. No, decirle a Riko, el traidor de Uzu, que existía una tienda donde vendían las armas por debajo del límite impuesto era como decírselo a la Villa entera—. Quiero decir… —se corrigió—. Y además te regalan una piedra de afilar y un aceite especial para el máximo cuidado del acero. Buena mierda, te lo aseguro.
Normalmente, le decía a sus clientes que dijesen que iban de su parte para así obtener la oferta. Así, al mismo tiempo, facilitaba las cosas para cobrar la comisión y evitar malentendidos con su socio. En aquella ocasión, sin embargo, al estar tratando con quien estaba tratando, a Okane no le quedaría más remedio que fiarse de su palabra...
... y de paso se llevaría una comisión mayor, al no hacerle descuento. Todo eran beneficios.
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Datsue no se negó a caminar junto a Riko, al fin y al cabo no tenía motivo aparente, eran genin de la misma aldea, y aunque no hubieran compartido muchas cosas, tampoco había ningún motivo que les hiciese desconfiar el uno del otro, o eso pensaba el Senju, al menos.
Llevaban poco tiempo caminando cuando, de repente, el Uchiha comenzó a hacerle como algún tipo de publicidad de una tienda de armas situada en Yamiria, a lo que, el peliblanco prestó atención, dándose cuenta del cambio de rumbo que tuvo llegado a un punto, lo cual, a pesar de ser compañeros, le hizo desconfiar un poco. Riko mostró una de sus sonrisas.
— Y... me imagino que conoces al dueño... o algo por el estilo, ¿no? — Preguntó curioso. — Si algún día paso por allí, me pasaré a preguntar, si me la recomiendas será, por algo, ¿eh? Aunque espero que no solo vendan armamento pesado, pues no es lo mío. — Confesó, bajando el tono de voz en las últimas palabras.
Siguieron caminando, pues no tenían un rumbo fijo y, tras poco tiempo, el Senju preguntó algo que le carcomía desde el principio.
— ¡Por cierto! ¿Qué ha sido eso que ha pasado en la tienda aquella? Te vi tener un diálogo algo acalorado con el dueño, ¿algún problema?
10/05/2017, 22:02 (Última modificación: 10/05/2017, 22:03 por Umikiba Kaido.)
Quien les observaba desde las sombras, de pronto, logró acercarse a ellos a sus espaldas. Ninguno se percató de su silencioso movimiento hasta que la templanza de sus voz llamó la atención de ambos. De pronto, se adentró él mismo en una conversación ajena de la manera menos apropiada posible, aunque no por ello no lográndolo.
—¿Acalorada? ¡nada que ver, nada que ver! —comentó, teatral—. Yuunisho-san es más inofensivo que la cría recién nacida de una yegua. Ladra como el perro de raza más bravo, pero es de los que no muerde. Aunque pensándolo bien, no es un tipo que se ofenda con tanta facilidad... así que supongo que lo que le habrás pedido no ha sido precisamente la más decorosas de las proposiciones, ¿eh, muchacho?
Tanto al Uchiha, como el Senju; pudieron comprobar entonces de quién se trataba. Era un hombre de quijada cuadrada, piel de miel y ojos verde oliva. Cabello castaño frondoso y de altura prominente. Tendría probablemente unos veintitantos. Un desconocido al parecer servicial para los rezagados como ellos.
—Hablando de proposiciones indecorosas, ¿qué les trae hasta Los Herreros?, quizás yo pueda ayudarles.
Les miró, sonriente. Era un tipo muy carismático, de eso no había duda.
Datsue no sabía cómo interpretar las ráfagas de frases que Riko le lanzaba: “Y me imagino que conoces al dueño”; “si me la recomiendas será por algo, ¿eh?”. Eran imaginaciones suyas o aquello eran… indirectas. Pequeñas puyas encubiertas en un tono jovial y alegre. Su guardia subió más que nunca. Tendría que andarse con mucho ojo con aquel chico.
—Pues… —Acababa de preguntar por su pequeña discusión con el herrero, justo cuando creía que ya había evadido aquel tema. Justo cuando se había confiado. ¿Había sido todo aquello una distracción para cazarle en el momento adecuado o tan solo era casualidad? Tratándose de Senju Riko, todo era posible—. El tema es que…
Por suerte —aunque estaba a punto de descubrir que era suerte de la mala— un hombre le interrumpió en el momento justo, haciendo acto en escena. Aquel joven no solo había oído la discusión, sino que además aseguraba conocer al herrero en cuestión. Por momentos, los problemas se le multiplicaban al Uchiha.
—Fue solo un malentendido —se apresuró a decir, tras la intervención del joven de ojos verdes. Mejor no decir demasiado para no meter la pata. Además, ¿quién demonios era? No lo conocía de nada, pero le resultaba extrañamente familiar. Le recordaba a…
… él mismo, cuando se ponía una máscara de amabilidad y altruismo para ayudar a alguien, si bien en el fondo lo hacía únicamente para obtener algo a cambio. No, no había nacido ayer.
—Pues no sé yo si podrás ayudarnos —respondió, evasivo. No quería mostrar sus cartas pero tampoco deshacerse de él. Quizá sí le sirviese de algo…—. ¿Quién eres, a todo esto?
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La conversación de los dos uzuneses se había enfocado ahora en la pequeña discusión que Datsue había tenido con el dueño de la herrería, no por nada, pero a Riko le había llamado la atención ver a un compañero de villa salir así de una tienda, por lo que tenía curiosidad, pero, antes de que el Uchiha se explicase, un tercer hombre se unió a la conversación, un hombre al que, por lo menos el Senju no conocía por lo que supuso que sería conocido de Datsue.
—Fue solo un malentendido
Su compañero fue el primero en hablar, quitándole hierro al asunto de la discusión, pero, en aquel momento, Riko estaba solo interesado por el último hombre que había aparecido, que, a pesar de no conocerle, actuaba como si fueran amigos de toda la vida, algo que no terminaba de cuadrar al pelliblanco.
—Hablando de proposiciones indecorosas, ¿qué les trae hasta Los Herreros?, quizás yo pueda ayudarles.
En esta ocasión fue Datsue el que habló por los dos, diciendo exactamente lo que ambos pensaban, pero, lo que le sorprendió en cantidad fue le preguntó quien era, por lo que aquel hombre se había acercado a ellos sin conocerles de nada, había estado escuchando su conversación y se había metido en ella sin ningún pudor.
— Además, ¿no te han dicho nunca que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación? — Reprendió el Senju.
—Además, ¿no te han dicho nunca que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación?
El hombre se permitió sonreír, con sus dientes pulcros y blanquecinos. De galante sonrisa, atractiva.
—Puede que sí, aunque siéndote sincero, depende realmente de qué lado del charco provengas. Podrías esperar semejantes modales y etiqueta de algún noble ciudadano de la ciudad imperial de Yamiria, por ejemplo, pero no de éste pueblucho. Somos toscos, tercos e impredecibles; como el mismísimo hierro que forjamos.
Luego paseó sus ojos, tan verdes como los fructíferos verdeos del Bosque de Hongos, hacia el rostro del otro joven. Quien momentos antes de la suspicaz puntualización del peliblanco acerca de sus modales, había inquirido sobre quién era él.
—Me dicen Shinjaka, el placer es mío jóvenes shinobi —admitió, luego de haber puesto el ojo en la bandana que acaecía el cuello del uzureño—. sólo Shinjaka, sin apellido. Entenderán que nacer de una madre prostituta que se habrá acostado con una media de cien nobles y cincuenta ciudadanos de pueblo tiene estas cosas. ¡Jájá! es probable que tenga sangre feudal corriendo por mis venas, y yo ni lo sepa. ¿Os lo imaginan?
Parpadeó un par de veces, encantador, y movió la mano de arriba a abajo, restándole importancia a su anécdota.
—En fin, soy aprendiz de uno de los herreros más clamados de ésta ciudad. Que, a diferencia de Yuunisho-san; tiene a un joven pupilo con buen ojo para los negocios. Confía en mí cuando se trata de clientes, y regularmente salvo alguna excepción de peso, es un hombre muy abierto a mis sugerencias. Soy el canal perfecto para tramitar vuestros objetivos, si es que tenéis alguno para con nuestro querido pueblo, claro está.
Les miró cautivo, con el gesto ligeramente torcido. La palabra la tenían ellos, y nadie más.
—Me dicen Shinjaka, el placer es mío jóvenes shinobi. Sólo Shinjaka, sin apellido. Entenderán que nacer de una madre prostituta que se habrá acostado con una media de cien nobles y cincuenta ciudadanos de pueblo tiene estas cosas. ¡Jájá! es probable que tenga sangre feudal corriendo por mis venas, y yo ni lo sepa. ¿Os lo imaginan?
«Más de lo que te crees, compañero. Más de lo que te crees…»
El joven con lengua de plata continuó hablando, embelesando a Datsue con sueños prohibidos. Con promesas peligrosas. Él decía ser el aprendiz de un famoso herrero, y afirmaba tener la mente abierta para los negocios. Todo demasiado repentino y bonito para ser verdad. No, tenía que andarse con cuidado… pero al mismo tiempo no podía dejar pasar por alto una oportunidad así.
—¿Y no habría…? —carraspeó dos veces, mirando a un lado y a otro—. ¿Lugares preferibles a éste para tratar dichos negocios? —Ya había cometido el error de ser espiado por dos personas, no iba a caer en la misma piedra dos veces—. Ya sabe, lejos de miradas indiscretas y oídos envidiosos. Aunque parezca mentira, hay mucho envidioso por ahí suelto que detesta ver como al prójimo le va mejor que él.
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—Puede que sí, aunque siéndote sincero, depende realmente de qué lado del charco provengas. Podrías esperar semejantes modales y etiqueta de algún noble ciudadano de la ciudad imperial de Yamiria, por ejemplo, pero no de éste pueblucho. Somos toscos, tercos e impredecibles; como el mismísimo hierro que forjamos.
Desde luego, aquel hombre sabía como hablar con las personas para captar su atención, podría dedicarse a hacer publicidad de distintos negocios, pues la labia que demostraba, era envidiable. Rápidamente, procedió a presentarse, y, como si se conocieran de siempre, les habló de su madre prostituta y que éste era el motivo que le hacía no tener apellido.
— Encantado, Shinjaka, yo soy Riko. — Se presentó el Senju que, debido a la educación que había recibido, si alguien le daba su nombre, lo mínimo era responder con el mismo gesto.
—En fin, soy aprendiz de uno de los herreros más clamados de ésta ciudad. Que, a diferencia de Yuunisho-san; tiene a un joven pupilo con buen ojo para los negocios. Confía en mí cuando se trata de clientes, y regularmente salvo alguna excepción de peso, es un hombre muy abierto a mis sugerencias. Soy el canal perfecto para tramitar vuestros objetivos, si es que tenéis alguno para con nuestro querido pueblo, claro está.
Entonces Datsue, como si hubieran tocado el tema perfecto con él, propuso alejarse de miradas indiscretas, como si aquello fuera algo ilegal, por lo que Riko no entendía demasiado bien el comportamiento de su compañero de aldea pero, siendo compatriotas, no iba a llevarle la contraria, por lo que se limitó a asentir, apoyando la idea del Uchiha y esperando a que Shinjaka reaccionara.
¿Que si había un mejor lugar para tratar aquellos asuntos, lejos de oídos indeseados? ¿De envidiosos, como lo había llamado él, que querrían arrebatar de sus manos la que podía ser la oportunidad de negocio de sus vidas?
—Por supuesto que sí, si sois tan amables de acompañarme. Por aquí.
El galante aprendiz se emprendió en un viaje cultural de al menos cinco minutos. Dejó atrás la calle principal en la que intercambió palabra con los genin y serpenteó a pulso un par de calles cerradas que daban hacia el verdadero corazón de Los Herreros. La zona a la que se habían adentrado suponía verse como una especie de mercado de pulgas, donde detrás de cada casa construida, había una apropiada campaña de tela donde algunos comerciantes disponían de sus armas y/o creaciones de todo tipo al ojo público.
Era una zona concurrida, bulliciosa, donde el clank de los martillazos supuestos para ablandar el metal también le golpeaba los oídos a los transeúntes. Y hacía un calor del demonio, claro pues teniendo en cuenta que todas las forjas se encontraban en plena marcha.
Una cuadra más, y ya se encontraban frente a un lúgubre galpón de material pedrusco. Si alguno había visitado Shinogi-to alguna vez, allá en el país de la Tormenta, probablemente se daría cuenta de la similitud.
Shinjaka se abrió paso hasta el interior de la casona y esperó a que sus interlocutores hicieran lo propio también, donde una vez dentro, se encontrarían con un espacio de lo más rudimentario, repleto de herramientas de todo tipo, armas a medio terminar y polvillo de metal cubriendo cada una de sus pisadas. Más allá, lo que parecía ser la figura de dos personas intercambiando palabras, aunque a la distancia era imposible, por ahora, de detallar de quienes se trataban. Tan sólo se veía la colorida y azulada cabellera, por atrás, de uno de ellos. Nada más.
—Bienvenido seáis, jóvenes guerreros, al santuario de Soroku-sama. Décimo primer artesano del consejo de Herreros y el mejor de todos ellos, si me permiten acotar —cantó, para luego señalar con su mano derecha un par de asientos disponibles a la visita. Luego, señaló a Datsue—. Tú, me temo que aún no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas?