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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
¿Afectada ella? No realmente. Estaba algo molesta y planeaba tener una charla privada con su madre, pero no era algo que la preocupase. Hubiese preferido la cordialidad, sin embargo, no tenía problema en independizarse de forma temprana de la opinion de su madre. Tampoco sentía que hubiese comido suficiente para reposar. Tal vez si hubiese subido unos bollos chinos...

Sora miró fijamente a Rin.

No creo que pudieses descansar si me quedara. Mi presencia te pone nerviosa. — su tono era neutro, pero hubo un destello de lujuria en su mirada.
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Aquella negación eclipsó para Rin las segundas intenciones que mostró con su mirada, pasándola por alto por completo. Ando hacia ella entonces de forma apresurada, recortando esos pocos metros que las separaban en varios pasos debido a la corta estatura de la quasi-morena. Posó la cabeza contra el pecho de Sora, sin querer mirarla a los ojos, mientras con la otra mano agarraba la ropa de la albina a la altura del corazón.

O-Onegai... Q-Quedate un rato conmigo... — Su voz temblaba, y la mano que sostenía la ropa de Sora, pronto se desprendió para balancearse rozando sus dedos con los de ella.
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Por supuesto. — contestó de forma instantanea Sora. — Todo el rato que quieras.

Pasó una mano por la cintura de Rin y la estrechó contra ella en un torpe abrazo. En ningún momento quería darle la sensación de que no quería quedarse, pero sabía que no tendría descanso con ella cerca.
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Rin rodeó la cintura de Sora ante aquella afirmación, hundiendo un poco las cabeza en su pecho, respirando con profundidad. Cuando por fin se separó, Sora no vería una mirada de lujuria o segundas intenciones como la que ella había mostrado segundos atrás, si no la de una chica dolorida, débil y frágil. Se separó entrelanzando solo un par de dedos con la mano de Sora, para caminar hasta su cuarto tirando de ella con ligereza, tanta, que si Sora no le seguía se separarían sus dedos con una increíble facilidad.

Después, abrió la puerta de su cuarto, y se acercó a su cama para acomodar varios cojines y peluches.
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Sora se dejó llevar sin muestra alguna de resistencia. Cada mirada o acto de Rin le despertaban cosas en su interior que no sabía identificar. Ni siquiera sabía si eso era algo bueno o algo malo, pero no quería parar. No quería separarse de ella ni hacerle daño.

La siguió a la habitación y cómo solía hacer, se quedó en el marco de la puerta a la espera de alguna señal de Rin de que podía entrar o de qué quería que hiciese exactamente.
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Deshizo la cama, y termino de acomodar la esquina superior que pegaba a la pared, con algunos cojines y peluches para después meterse en la cama, arropandose por el momento solo la parte inferior de su cuerpo.

Cierra la puerta... — Después, solo el hizo un gesto a Sora sobre la cama para que entrara a ella, parecía empezar a entender como funcionaba su mecánica cabecita.

Se deslizó entonces algo más, para poder terminar de arroparse del todo, Sora tenía sobre el cabecero de la cama un monton de cojines y demás para quedarse apoyada sobre estos y sentada si lo prefería.
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Sora cerró la puerta y se acercó a la cama como le había señalado Rin. Se tumbó a su lado, doblando ligeramente las piernas para que sus cabezas quedasen a la misma altura. La miró, intentando adivinar cual era su intención con todo aquello. Sora pensaba que era cierto lo de que quería dormir, pero no entendía cual era su papel en aquello.

¿Quieres apoyarte en mi para dormir? — preguntó ofreciendole el hombro para que pusiera su cabeza y así pasar su brazo por su espalda en un medio abrazo.
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Sora pareció comprenderlo a la perfección, por lo que Rin no gesticulo ni una sola palabra más, tan solo se pegó a ella abrazandola y respirando con profundidad sobre su ropa. Se aferró a ella con fuerza, y Sora podría notar que por un instante tembló, pero entonces fue menguando lentamente, manteniendo el abrazo sin tanta presión.

Hueles como a menta... Una menta muy suave, es relajante — dijo con los ojos entreabiertos, y sin separarse lo más mínimo.
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Rin se acomodó al instante y Sora la dejó hacer, mirando al techo. Colocó su brazo firmemente en su espalda, bajando hasta la cintura, para mantenerla abrazada contra ella. Con la otra mano aseguró la sabana para que quedasen bien tapadas.

Será la crema hidratante que uso, pero no he leido nunca que tuviese aroma. — comentó extrañada antes de olfatearle el pelo a Rin levemente. — Tú hueles a frito como siempre.
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La chica infló los mofletes molesta ante aquella afirmación, se movió un poco, terminando de acomodarse. Moviendo algo el brazo, torso, también sus piernas... Lo habitual. Después suspiró sobre la ropa de Sora nuevamente.

Podias haber mentido aunque fuera un poco en eso... A ninguna chica le gusta que le digan algo así... Ahora me siento como... Grasienta, que tengo el pelo sucio, y que necesito una ducha... — Respondió molesta.
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No está grasiento. A mi me parece un olor acogedor. Un olor familiar. Hueles a que estás con tu familia y cocinais y comeis juntos. Os discutis, os peleais, pero después os apoyais. Yo, si no fuese por mi crema, olería simplemente a limpio, un olor septico e incaracteristico. Hueles a vida. — dio un parpadeo lento, dandose cuenta ella misma de que igual estaba desvariando. — Bueno, me gusta como hueles, quiero decir.

Tal vez había subestimado el efecto de echarse en la cama tras una buena comida. Se sentía más sentimental de lo habitual. Tragó saliva, nerviosa de lo que pudiese decir.
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