Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
21/11/2018, 19:25 (Última modificación: 21/11/2018, 19:26 por Amedama Daruu.)
Hanabi revisaba el estado de la aldea a través del ventanal. Una mañana preciosa. El sol no era interrumpido más que por un par de nubes dispersas. Los pajaritos cantaban. Ya saben, todo lo usual.
Él disfrutaba de una humeante taza de café con leche. Nada mejor que un buen café con leche para empezar una mañana tan genial. Una mañana tan plácida. Tan tranquila.
Demasiado tranquila.
Hanabi se dio la vuelta y se sentó en la mesa. Apoyó la taza de café en el escritorio y acercó unas fichas de ninjas de la aldea que tenía apiladas cerca. Empezó a buscar algo entre ellas.
«Hace mucho que no tengo noticia alguna de Datsue. ¿Tendrá asignada alguna misión? ¿Qué estará...?»
El Uzukage escuchó los pisotones de unos zapatos en las escaleras del edificio, que retumbaban por toda la sala.
Datsue había oído una curiosa historia en una ocasión. Estaba ambientada en una época pasada, anterior incluso a la gestación de las primeras Cinco Antiguas Villas Ocultas, en ese arco histórico donde las guerras eran el pan de cada día. Se dice que, un hombre, cuyo pueblo había sido atacado por sorpresa de noche, se recorrió doscientos kilómetros para pedir refuerzos al clan amigo más cercano.
Nada más llegar al pueblo y cumplir su misión, murió. Murió cual caballo reventado.
Hay distintas versiones sobre la misma historia, claro, pero todos coinciden en que aquel hombre se llamaba Maratón. Y un maratón era precisamente lo que se había pegado Datsue. Esperaba —rezaba—, que no con tan trágico final.
Porque sí era por correr, había corrido lo indescriptible. Rápido y ágil como una gacela. Incombustible e inagotable como un camello. Más incluso que cuando le había dado aquel brick a Ayame con humo dentro —empezaba a ser costumbre eso de salir despavorido tras un encuentro con ella, menos mal que no era muy orgulloso—. Fíjense lo centrado que estaba en su carrera, que ni se había fijado en la cabeza faltante de la estatua de Sumizu Kouta al cruzar el Valle del Fin. Claro que, ¿quién se fijaba en ella? No era como si fuese la gloriosa representación de Uzumaki Shiomaru, o siquiera Koichi Riona…
Sudaba a chorros y debía apestar a kilómetros. Pero tenía un deber que cumplir, y ni un segundo que perder. Por eso, nada más entrar a la Villa, fue directo al Edificio del Uzukage. Y cuando pasó al lado de recepción, gritó algo así como:
—¡LeaconsejocancelartodaslascitasdelUzuakequetengaparaestatarde! —Todo ello mientras no paraba de subir por las escaleras de cuatro en cuatro. Quien avisaba no era traidor.
Y es que Datsue tenía una noticia de lo más crítica que transmitirle a su Uzukage. Una que volvería a hacer temblar los cimientos en los que estaba construida Uzushiogakure no Sato. Abrió la puerta del tirón, olvidándose de llamar.
—¡Uzukage… sama! —exhausto, cayó de rodillas—. Algo… horrible… —No conseguía aspirar el suficiente aire para poder hablar. Sus pulmones, que le ardían, no daban para más. Y le dolía el pecho. Empezaba a preocuparse de verdad por la historia de Maratón—. Estamos… en… —Ahora veía puntitos de luz aquí y allá. Por los Dioses, ¿se estaba mareando?—, peligro… mortal.
Y cayó redondo al suelo.
Había cumplido con su deber.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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30/11/2018, 18:32 (Última modificación: 30/11/2018, 18:33 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Pero Hanabi miró a la puerta y la puerta le dijo: OH, SÍ. Bueno, si la puerta hubiese podido hablar, se habría expresado así, aunque en realidad lo que pasó es que se abrió con gran violencia y un Uchiha cayó de rodillas ante él vodiferando algo de un peligro mortal.
Hanabi miró a Datsue. Miró a su escritorio. Suspiró. Dirigió entonces la mirada a la estantería de libros que, todos, le parecían más interesantes que ocuparse aleccionar a Uchiha Datsue el Intrépido por un nuevo desacierto. La desvió hacia el ventanal, y una divertida y pequeña parte de su cerebro le recordó que sería una buena vía de escape. Con un sencillo jutsu ni siquiera se haría daño, y podría...
Se desplomó en su silla y con gran desasosiego volvió a suspirar, desviando la cabeza hacia un lado, como si pesara una tonelada.
—A veeer, Daaaatsue —dijo, como quien le habla a un chiquillo—, ¿qué te ha pasado ahora?
Al habla Daruu otra vez. Paso esta trama a hueco de rol normal. Entiendo que no hay ningún problema, porque mi primer post lo hice hace un porrón y ahora tengo dos huecos, y la trama ni siquiera ha empezado. Es un desperdicio llenar uno de narrador si no tengo tramas que crear como usuario, así que... nuff said.
¿Ni unas palabras de preocupación? ¿De interés por su precario bienestar? El Uchiha abrió medio ojo como los que fingen haber recibido una falta y esperan que el árbitro pique. No tuvo esa suerte.
Se irguió con lentitud, con el pecho subiendo y bajando a gran ritmo y sintiendo una gran debilidad en el cuerpo. Se dejó caer en la silla de en frente, reventado, y tuvo que realizar un esfuerzo para mantener una compostura digna y no espatarrarse como hubiese deseado.
¿Qué le había pasado? Pues esa era una historia digna de contar. Mejor ir a lo sencillo y empezar por el principio.
—Verá, Uzukage-sama… —inspiró profundamente por la nariz y dejó escapar el aire lentamente. Empezaba a serenarse. A recuperar el aliento—. Estaba yo en el País de la Tierra, cuando por casualidad me encuentro a Eikyu Juro. Un ninja de Kusa que participó en el examen Chunin —agregó, por si acaso era desconocedor de quién era—. El caso es que intenté redimirme de mis actos en el pasado —«Eso, eso. Aprovechemos para echarnos un poco de flores»—. Limar asperezas. Dejar los viejos rencores atrás. He de decir que fue un encuentro positivo, y... —«Al grano ya»—. Bueno, lo importante, Uzukage-sama, que cuando regresábamos los dos juntos por el Bosque de Hongos, ¿a qué no sabe a quién nos encontramos?
Oh, sí. Apostaba a que Hanabi acertaba a la primera. Y, aún así, al mismo tiempo nunca estaría más lejano a la verdad. Se pasó la lengua por los labios, secos.
—A Aotsuki Ayame, señor. A Aotsuki Ayame en persona.
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—De todos modos, Datsue, ¿acaso te he dado permiso yo para limar asperezas con na...? —comenzó a protestar Hanabi, cansado de los tejemanejes en la sombra de Datsue, cuando sus oídos captaron una terrible señal.
El mandatario intentó echarse hacia adelante rápidamente, pero cayó de la silla de la impresión. Chasqueando la lengua, se levantó a toda prisa y chocó las palmas de las manos contra el escritorio. Un despeinado Hanabi le observaba con cara de horror.
»¡Oh, no! ¿¡Y qué hiciste!? ¿¡No me digas que...!?
Había tenido pesadillas con aquél momento. Si Datsue le había hecho algo a Aotsuki Ayame, sólo cabía esperar la guerra.
Datsue se levantó como un resorte ante la caída de Hanabi.
—¡No se preocupe usted, Hanabi-sama! ¡No debe preocuparse por nada! —Bueno, en realidad sí, y mucho. Pero no por lo que seguramente estaba pensando—. Después de todo, soy su ninja, ¿recuerda?
»Además, Ayame ni siquiera era Ayame. —Lo soltó como un simple pormenor. Como si no fuese el detalle más importante de todo aquel embrollo. Hizo una pausa medida. Lo suficiente como para que Hanabi asimilase sus palabras, pero no lo bastante como para que se le echase al cuello exigiendo que se aclarase—. Y no lo digo por su aspecto cambiado. Tenía el pelo blanco, los ojos de distinto color y un sombreado en los párpados inferiores de color carmesí. Hasta su voz sonaba distinta. Y cuando activé el Sharingan, Hanabi-sama, cuando activé el Sharingan… lo supe. Supe que aquello no era un poco de tinte y lentillas de color.
Solo el hecho de pensar en la cantidad ingente de chakra que poseía todavía le producía escalofríos.
—Un chakra como nunca antes había visto. Más incluso que cuando su bijū tomó posesión de ella durante nuestro combate. Más que usted y Shiona, en paz descanse, juntos. —¿Exageraba? Más bien se quedaba corto—. Y entonces se reveló. Kokuō, señor. El Gobi. Revertieron el sello y tomó control del cuerpo de Ayame. Total control —aclaró por si las moscas.
»Créame, no hay duda de esto. Nada más verme, supo que era el jinchūriki de Shukaku. Y no solo reveló mi identidad, sino la de Juro. El kusajin, Hanabi-sama. El kusajin es el jinchūriki del Chōmei. Sabe Dios desde hace cuánto que nos lo están ocultando.
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Durante un momento, fue como si Hanabi le penetrase con la mirada. Para Hanabi, en realidad, era algo muy distinto. Tenía la mirada clavada en él, sí, pero en realidad sus ojos escrutinaban el pasado. Si hubiera podido preguntar algo en aquél momento, la pregunta habría sido: "¿qué he hecho yo para merecerme esto?". Fue poco tiempo el que pasó desde que terminó su exposición cuando Datsue se dio cuenta de que a su líder le pasaba algo. Le faltaba... un brillo en su mirada.
Y entonces, Hanabi se desplomó hacia un lado, desmayándose en el suelo del despacho. ¿Era aquella la carga que había tenido que soportar Shiona?
Demasiadas emociones.
Y sobretodo, demasiadas drogas tranquilizantes para mantener la ansiedad a raya.
Hanabi, no solo su Uzukage, sino el hombre que había devuelto cordura y estabilidad a una Villa sumida en el caos. Un héroe, un salvador, cayendo. Y nadie estuvo ahí para cogerle en brazos antes de desplomarse contra el suelo.
Ni siquiera Datsue. Porque la mente de Datsue tardó en comprender lo que acababa de suceder. Para él, aquello era tan inconcebible como para un kusajin ver el Árbol Sagrado derrumbándose. Inconcebible, sí, pero al mismo tiempo tan real como para un amejin ver a su primer Arashikage decapitado.
—Uzu… ¡Uzukage-sama! —apoyó una mano sobre la mesa y la superó con la ligereza de un pájaro—. Uzu… ¡Ayuda! ¡¡¡AYUUUUDAAAAAAA!!!
Un simple desmayo, ¿o algo más? Apoyó la yema de un dedo sobre el cuello de Hanabi, buscándole el pulso. Seguramente se trataba de un simple desvanecimiento, sí, pero había rumores. Pequeños chismorreos. Una maldición que provocaba la muerte, de una manera u otra, de quien ocupaba el lugar de Shiona.
Gouna. Zoku. Algunos contaban incluso a Yakisoba. Como Hanabi se les uniese, aquel cuento de niños empezaría a ser algo más.
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7/12/2018, 17:43 (Última modificación: 7/12/2018, 17:45 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Unos pasos hicieron retumbar prácticamente todo el edificio. Cada vez estaban más cerca. Un preocupado hombre gordo con el pelo alborotado, corto y negro entró en la sala. Tenía dos esferas ovaladas horizontales bajo los ojos: dos tatuajes dorados. Era Akimichi Katsudon. Ahora que se había cortado el pelo, se parecía muchísimo menos a su padre.
El hombretón se arrodilló frente a Hanabi y Datsue.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué le has hecho?
Se quedó mirando a Datsue unos segundos. Entrecerró los ojos.
»...¿qué le has dicho? Últimamente está un poco... delicado. —El Akimichi se reincorporó y se dirigió a la mesa del Uzukage. Abrió el primer cajón trasero y sacó lo que parecía ser un bote con pastillas. Arrugó el morro.
Se dio la vuelta, abrió el ventanal, y las arrojó a tomar por el culo.
»A la mierda, joder. A la mierda. ¡Eres un kage, Hanabi-sensei! ¿No crees que deberías dejar de depender de estas para controlar la ansiedad? —Cerró la ventana y se dio la vuelta.
»Vamos, chico, dale un par de yoyas. No es ná. Seguro que se despierta enseguida.
Datsue giró la cabeza hacia la puerta antes de que ésta se abriese. No hacía falta tener muy buen oído para escucharle: las suyas eran las pisadas de un elefante. Pese a haberse cortado el pelo, era imposible no reconocerle: Akimichi Katsudon, hijo del inolvidable Yakisoba. Datsue, inconscientemente, siempre creía haber conocido a su padre. En realidad, no había sido sino una máscara de Zoku. Pero una máscara condenadamente buena.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué le has hecho?
La mirada de Katsudon se clavó en él, entrecerrada, y fue en ese momento cuando Datsue se sintió en apuros. Había sido el responsable de la muerte de un Uzukage —por merecido que lo tuviese—. ¿Quién no llegaría a imaginarse que ahora, de nuevo en la escena del crimen, no guardase también cierta relación?
—Y-yo… ¡N-nada en absoluto! —se apresuró a negar. «¡Por lo que más quieras, Hanabi, despierta!»
»...¿qué le has dicho? Últimamente está un poco... delicado.
—P-pues… Poca cosa… —Solo que un bijū había tomado el control de la jinchūriki de Amegakure. Que ahora andaba libre por el mundo. Y que Kusagakure tenía escondido a su propio jinchūriki todo este tiempo. Si, poca cosa, vaya.
Sin saber muy bien cómo explicárselo, Datsue se quedó momentáneamente sin habla. Katsudon, por su parte, rebuscó en el cajón del escritorio y halló un bote con pastillas. En un principio, Datsue creyó que para darle una a Hanabi. En su lugar, observó atónito como el Akimichi las arrojaba por la ventana.
Acto seguido le pidió a Datsue que le diese un par de yoyas a su propio Uzukage. Fue como si le pidiesen que se casara con una ribereña del Sur.
—P-pero… —¿Cómo iba él a mancillar a su máximo mandatario? ¿A golpearle físicamente aunque solo fuese por su bien? Miró a Hanabi, luego a Katsudon, y finalmente de nuevo a Hababi. «¡Toma al toro por los cuernos, Datsue, POR LOS CUERNOS!»
¡Plaf, plaf! Con la palma de la mano; con el dorso. Dos bofetaditas a su jodido Uzukage. Estaba que no se lo creía.
—¡Hanabi-sama, e-estamos en una situación crítica! ¡D-despiértese usted, por favor! —«Tranquilo, tranquilo. Estabas cumpliendo órdenes de un superior. Es lo que se espera de ti. No puede enfadarse, no puede enfadarse…»
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7/12/2018, 19:09 (Última modificación: 7/12/2018, 19:10 por Amedama Daruu.)
Pero Datsue no tenía por qué preocuparse. Oh, no, no tenía por qué. Porque el Universo siempre tiene una forma de poner las cosas en su sitio. ¿Que le das un par de hostias a la más grande autoridad militar de tu país para devolverle la consciencia? Pues oye, no pasa nada. Él se levanta, tomando aire como si hubiera estado una semana buceando, y te mete un cabezazo en la nariz sin querer que te tumba al suelo.
Hanabi apoyó las manos en el suelo para no volverse a caer de espaldas.
—¿Katsu... qué? Un momento, ¿qué ha...? —El rostro del mandatario palideció de nuevo, y por un momento parecía que iba a volver a caer, pero se contuvo—. Datsue, por favor, dime que le has estado dando al omoide. O que era broma. O que estaba soñando y me has encontrado aquí, tirado en el despacho.
—Osea, que le has dicho "poca cosa", no, chico? —Sonrió Katsudon, y se cruzó de brazos—. A ver, ¿qué está pasando aquí, sensei? —Se adelantó y le tendió una mano a Hanabi, ayudándole a levantarse.
El Sarutobi se acercó a su silla y tomó asiento despacio, todavía bastante mareado.
—Te aconsejo coger esa silla de ahí atrás, Katsudon —dijo Hanabi—. Vas a necesitarla.
Katsudon miró a la silla, pequeña y vieja, que descansaba al lado de un estante de libros.
—Me temo que esa vieja gloria no podrá soportar el peso de un auténtico Akimichi como yo —rio Katsudon—. Bueno, a ver, ¿qué ocurre? ¿A Yui le han decapitado otro monumento y nos quiere declarar la guerra?
Ni el Sharingan lo hubiese visto venir. Karma, mala suerte imperial, o simplemente casualidad, lo cierto es que recibió tal trompazo que temió por la integridad de su nariz.
«Oh, no». Datsue, caído en el suelo, se había llevado las manos al rostro con los ojos llorosos. Dolía. Dolía como una patada en los huevos. Exactamente igual, con ese primer momento anestésico, como si el cuerpo quisiese engañarte, inútilmente, del dolor que vendría a continuación. Datsue casi sufría más por ese malestar que también traía y te revolvía las tripas que por el dolor en sí. Y luego, luego llegaba la preocupación. ¿Se habría quedado estéril? O, en aquel caso, ¿con la nariz rota?
«Oh, no, no, no. ¡No, joder, no!» Si algo apreciaba Datsue, esa era su nariz. Jodidamente perfecta. ¿Se le iba a quedar ahora como a la de su Hermano? Solo imaginarse con la nariz torcida de Akame le dieron ganas de llorar.
Era horripilantemente fea.
Uzukage y Katsudon no le dieron ni un segundo de tregua, claro. Querían saber, querían ahondar en el mensaje que les había traído Datsue. El Uchiha se levantó con lentitud, algo grogui tras el golpe, y tomó asiento.
Algo mencionado por Katsudon le llamó poderosamente la atención.
—¿Otro… monumento decapitado? —preguntó, con extrañeza, a Katsudon. Todo ello mientras se palpaba la nariz, que la notaba hinchada, y que además le sangraba. «Oh, genial. ¡Genial! ¡Toda una vida ninja evitando que me estropeasen la nariz para acabar así! ¡PUES DE PUTA MADRE OYE!»
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—Ah, ¿aún no te has enterado? —dijo Katsudon, haciendo un aspaviento con la mano—. A los de Amegakure les vandalizaron la estatua de Sumizu Kouta. Bueno, la decapitaron. En el Valle del Fin. Ya no tiene cabeza. Y Yui pidió explicaciones a Hanabi.
—Bueno, pero vamos a lo importante, joder. Datsue, aclárate. ¿Qué es este asunto sobre el Gobi? ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? Joder, si es una broma acaba ya con ella.
¿¡Cómo!? ¿Qué habían decapitado la estatua de Sumizu Kouta!? El Uchiha no pudo evitar esbozar una sonrisa divertida. Incluso parte del dolor de nariz se le fue con ello. ¡Aquello era fantástico! Por los Dioses, si no estuviese la situación como estaba, incluso hubiese reído a carcajadas. Al fin, ¡al fin!, aquellos pisacharcos recibían un poco de su merecido. «Qué extraño que no lo viese a la vuelta…»
Había venido con tanta prisa, que ni se había fijado en la condenada estatua al atravesar el Valle del Fin. De hecho, ahora que lo pensaba, no había estado allí desde su combate contra Akame, cuando Shukaku había tomado control de su cuerpo. Estaba convencido de que por aquella época sí tenía la cabeza en su sitio, pues justamente habían librado la batalla encima de…
«Oh…»
… su…
«Oh, no».
… cabeza.
«Oh, no, ¡eso sí que no! ¡Me niego!» Akame le hubiese dicho algo. ¡Seguro que le hubiese dicho algo! Su Hermano, al contrario que él, era un chico responsable. ¡En la vida hubiese omitido una información tan crucial como aquella! Y, en ese momento, escuchó una risa en su cabeza; y fue también en ese preciso instante que se dio cuenta que se había puesto blanco, con la boca entreabierta y los ojos perdidos en algún punto del ventanal.
—¿C-cómo dicen? —«Mal, mal, ¡mal, MAL!»—. Oh… ¡Oh, sí! ¡Estamos en grave peligro, señores! —estalló, levantándose de un tirón y dando una palmada sobre la mesa, más fuerte de lo que hubiese querido. Se había prometido dosificar la información a Hanabi, pero en aquellos momentos necesitaba una bomba para eclipsar cualquier mínima sospecha sobre su persona—. ¡Aotsuki Ayame está siendo controlada por su bijū, Kokuō! Nada más verme, supo que llevaba a Shukaku en el interior. Y que Juro llevaba a Chōmei, a quien nosotros conocemos como Nanabi. Oh, y no solo eso. ¡Hubo una persona que revertió su sellado! Fue… —¿Cómo demonios se llamaba?—. No sé su nombre —cayó en la cuenta—, pero es una de las ocho Generales. Sí, verán, resulta que Kurama ha reclutado a ocho humanos a los que llama Generales. Una de estas Generales, mujer, se encontró con Ayame y ejecutó el Kyūjū Tensei, revertiendo el sellado. ¿Quién es Kurama? —se adelantó a la pregunta----. Pues un bijū. Y uno con muchas colas, por lo que me dijo Shukaku. Pretende hacer lo mismo con el resto de jinchūrikis y dominar el mundo —soltó, como si tal cosa.
»Y… Joder, todavía quedan muchas cosas por contar —dijo, agobiado, por las toneladas de información que tenía que suministrarles.
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El Uchiha fue asaltado por un súbito sentido de la responsabilidad, y, casualmente, recordó que la situación en la que se encontraban era de extrema urgencia. ¡Sí, por qué perder el tiempo discutiendo sobre la cabeza de una estatua, sobretodo si había sido pulverizada! ¿A quién le importaba ya eso? ¿A ellos? Por supuesto que no, estaba claro que era un problema de Amegakure.
Así pues, Datsue pasó a contar una vez más su historia. A cada palabra que pronunciaba, el rostro de Hanabi se iba ensombreciendo más y más. Apretaba las mandíbulas, entrecerraba los ojos. Trataba de ver a través de Datsue.
Sin embargo Katsudon, o, Katsudon. A ese sí que se le notaba lo que estaba pensando. Su cara de incredulidad... Cuando el Uchiha terminó, el Akimichi se rascó la cabeza, con los ojos desviados hacia el techo.
—Menuda milonga, Datsue. ¿Qué narices nos estás contando ahora?
Hanabi le chistó, mirándole de reojo. Suspiró. Cerró los ojos y se acarició el entrecejo con el dedo índice y el pulgar.
—Datsue, Datsue. Perdona la actitud de Katsudon, es sólo que... —comenzó. No supo como arreglarlo, y sentenció—: Datsue, no eres conocido precisamente por tu honestidad.
Antes de que su subordinado pudiera contestar, Hanabi levantó la palma de la mano, ordenándole esperar.
»No obstante, ni el mentiroso más grande de todo Oonindo podría elaborar una historia como la que has venido a contarme. Datsue-kun, haz el favor de calmarte, porque de verdad te digo que ahora mismo necesitamos calma. Si toda esta mierda es verdad, necesitamos más calma aún. Coge la silla —no creo que contigo se rompa—, siéntate y nos cuentas TOOOODO desde el principio. Despacio. Para que nosotros entendamos exactamente el qué, el quién y el cómo. Hazme el favor.
»A ver, si no recuerdo mal, habías empezado diciendo que estabas en el País de la Tierra. Bien, ¿qué hacías allí, a tomar por culo del mundo? ¿A dónde ibas? ¿De dónde venías exactamente cuando te encontraste con Eikyuu Juro?
»No creo que nos vaya a caer una bijuudama durante el transcurso de la tarde, de modo que será mejor que vayamos por partes. Por partes pequeñas.
Katsudon suspiró.
—Una bijuudama no, pero supongo que deberíamos cerrar la puerta para que nadie moleste durante un buen rato.
—Sí, Katsudon, hazme el favor, anda. Cierra la puerta.