Un poquito mas viejo, tengo catorce.

Al parecer Riko era el más joven de los tres, lo cual no le sorprendía, estaba acostumbrado a ser el pequeño en todo. La cola había ido avanzando lentamente, pero, antes de que se quisieran dar cuenta, los tres jóvenes se encontraban a la altura de una mesa en la que podían observar dangos de todos los tamaños y colores y el Senju empezó a salivar.

El peliblanco observó como sus dos acompañantes pedían antes que él y se alejaban un poco, parándose a una distancia prudente esperándolo, por lo que no tardó demasiado en elegir, pidiendo un conjunto de uno blanco, uno naranja y uno rosa, que tenían un olor estupendo y rápidamente alcanzó a sus recién conocidos compañeros.

— Bien chicos, ¿y a dónde vamos ahora? Porque si no sabemos dónde va a suceder el evento, no sería muy buena idea alejarse mucho de aquí, ¿no?

El peliblanco los alcanzó, y los tres quedaron sin un objetivo fijo. Las atracciones eran bastantes, pero la más curiosa e importante se encontraba en paradero desconocido. El calvo pensaba, trataba de saber a donde ir porque quería sacarse lo antes posible de encima aquella muchacha. Pero había arreglado para ir a aquel lugar misterioso junto a ella. O eso parecía.

Mientras que Karamaru se comía su primer dango, Yachi dio un pequeño salto de emoción y se pegó nuevamente a Riko.

¡Riko, Riko, Riko, Riko! Mira por allá.- dijo completamente emocionada.

—Quiero ese peluche, me encanta, ¿Me lo consigues? No sé, como eres shinobi...- la mujer le hacía ojitos al peliblanco.

Riko podría distinguir fácilmente el lugar señalado. Un local de lanzamiento de shuriken, donde había que acertar varias veces en varios objetivos para conseguir premios. ¿El mayor y mejor? Un oso de peluche color blanco, del tamaño de un nene de unos cinco o seis años.

«Creo que todavía no se entera que también soy shinobi»

Su pregunta quedó sin respuesta, los tres muchachos simplemente se limitaron a caminar, sin un rumbo fijo y sin alejarse demasiado de la zona de feria, disfrutando de un ambiente festivo que, a pesar de lo pequeño del pueblo, proporcionaba una vida más propia de alguna ciudad grande.

¡Riko, Riko, Riko, Riko! Mira por allá. Quiero ese peluche, me encanta, ¿Me lo consigues? No sé, como eres shinobi...

La emoción de la chica sorprendió al peliblanco, que estaba dubitativo pensando cual de los tres dangos se comería primero. Riko entornó los ojos, mirando en la dirección que indicaba Yachi, y pudo distinguir el típico puesto de lanzamiento de shuriken, en el que se conseguían premios según el número de aciertos que hicieras.

— ¡Claro! Venga, vamos allá, Karamaru, y así vemos quien acierta más, será divertido. — Exclamó el Senju, sonriente mientras empezaba a correr al trote en dirección al puesto. —¡Hola jefe! ¿Cuánto vale una tirada? ¿Y qué hay que conseguir para llevarse el oso? — Preguntó al dueño del establecimiento cuando estuvo frente a él.

El calvo se sorprendió cuando le dirigieron la palabra. No esperaba ser participe de aquel juego, pero no podía negar la invitación de un compañero de profesión. Después de todo, el instinto competitivo yacía en todas las personas.

Muy bien, veamos que aldea entrena mejor.

Ambos shinobi aumentaron la velocidad dejando a Yachi detrás y metiéndose entre varias personas para poder llegar primeros al mostrador. El primero en hablar fue el peliblanco.

¡BIENVENIDOS!- los recibió un hombre grandote y barbudo, de piel bronceada y cabello negro. Una dentadura perfecta y reluciente hacía que su cara brille-¿Cómo andan los pequeñajos? ¿Eh?

La jugada vale 10 ryos pero...- el hombre miró al calvo, luego al peliblanco y volvió a mover los ojos de un lado para el otro-¿Dos shinobi? Mmmmh.... Interesante....

—El gran local de Ieyasu les dará una jugada gratis a cada uno. ¡PORQUE SOY LO MEJOR DE LO MEJOR!

Karamaru miró a RIko tratando de entender qué pasaba, porque definitivamente no entendía la personalidad de aquel hombre.

En un cartel a la derecha se podía leer:


Con una ojeada rápida se podrían contar fácilmente 5 dianas colgadas de una rueda girando circularmente, 5 calabazas girando de la misma manera, 10 dianas fijas, 10 calabazas fijas. A la izquierda, había un cartel similar con los premios dados. El importante, el gran oso de peluche, requería de 350 puntos.

Aquí tienen las 30 shuriken para cada uno.- una caja llena de shurikens se les fue entregada a cada shinobi.

¡BIENVENIDOS! ¿Cómo andan los pequeñajos? ¿Eh? La jugada vale 10 ryos pero... ¿Dos shinobi? Mmmmh.... Interesante.... El gran local de Ieyasu les dará una jugada gratis a cada uno. ¡PORQUE SOY LO MEJOR DE LO MEJOR!

El hombre, con un muy buen humor, había decidido, de la nada, por el mero hecho de ser shinobis, que la mejor idea era invitarles a la tirada. Los dos genin se miraron entre sí con cara de asombro, dedeluego que no se esperaban una reacción así por parte del dueño.

— ¡Pues muchas gracias jefe! ¿Qué te parece si empezamos, Karamaru? — Exclamó el peliblanco, claramente emocionado tras agarrar los 30 shuriken.

Riko se concentró, la sonrisa se le borró y enfocó su mirada en todas y cada una de las dianas fijas, una vez las tenía todas ubicadas, lanzó shuriken a shuriken, cada uno dirigido a una diana, dando 9 en el centro exacto y la última un poco ladeada a la izquierda.

— Oh vaya...

Pero rápidamente se recompuso, fijándose ahora en las calabazas, clavando un shuriken en cada una de ellas, por último se centró en los objetivos móviles, éstos eraan más complicados, pero llevaba mucho tiempo entrenando en lanzamiento de shuriken para que aquello fuera realmente fácil, y, como supuso, lanzó, acertando en 4 de las dianas móviles y, para su desilusión, sólo acertando en 2 de las 5 calabazas móviles.

— Bueno... No está mal... Tu turno Karamaru

Bueno... No está mal... Tu turno Karamaru.

El calvo tomó sus treinta shuriken, pero en el momento que llevó la primera a su mano, se dio cuenta del tiempo que había pasado desde su último entrenamiento con aquellas armas. Hacía meses que no lanzaba una, y además nunca había sido bueno en esas cosas.

«No pases vergüenza Karamaru, por favor no lo hagas»

Tomó aire, infló el pecho y lanzó la primera. Había fallado, pero tenía muchas más oportunidades. Falló la segunda y con la misma emoción tomó la tercera. Otro intento fallido.

Para cuando hubiese terminado, solo siete shuriken se habían clavado en los objetivos. Cuatro en las dianas fijas, tres en las calabazas fijas. No sabía donde meterse, en ese momento se arrepentía de haberse metido en un juego de ese estilo. Eso le pasaba por haber sido siempre el peor del templo en lanzamientos.

Ay que desastre...

Bueno, bueno, pero que tenemos aquí.- interrumpió el barbudo- Has dado en muchos jovencito. Y tú, bueno tú.... sigue practicando ¿Eh?

Aquí tienen sus premios.- y con la misma sonrisa con la que los había recibido se marchó a recuperar las shuriken y atender otros clientes.

El calvo se había quedado como premio con un grupo más de dangos, esta vez unos dulces. A Riko, por su parte, se le había otorgado una máscara de calabaza color oro que pocas personas tenían por el lugar. Tan pocas y entre tanta gente que se hacía imposible encontrarlas.

Estuviste tan cerca...- Yachi se había vuelto a acercar para cuando los shinobi se alejasen un poco del tumulto.

—Pero sigues siendo tan genial como antes, no cualquiera obtiene esa máscara. Como se nota que tienes madera de shinobi.

La mujer se agarró al brazo zurdo del peliblanco sin intención de soltarlo mientras los tres caminaban por una calle ancha llena de gente.

Karamaru, a pesar de que se le notaba con ganas y motivado, empezó flojo, falló el primero, falló el segundo y siguió con una mala racha que acabaría con 7 de los 30 shurikens clavados donde correspondía, lo cual, para ser un shinobi era algo flojo. Riko, por su parte, había acertado bastantes dianas, por lo que, a pesar de quedarse corto para el oso de peluche que Yachi quería, consiguió una máscara de calabaza dorada que, por lo que parecía, era bastante rara, ya que casi nadie tenía una.

— ¡Muchas gracias! — Se despidió el peliblanco del tendero. — ¡Cómo mola! — Riko admiraba su máscara era bastante bonita, así que decidió colocársela, para llevarla lo que quedara de festival.

Los tres muchachos siguieron caminando sin rumbo alguno, Yachi colgada del brazo de Riko y Karamaru, al lado de los dos, por una calle ancha en la que se hacía difícil caminar sin chocar con alguien si no se tenía cuidado.

— Bueno chicos, ¿y si preguntamos por ahí que va a pasar luego? O al menos para que nos digan dónde tenemos que estar.

El trío siguiendo su rumbo sin un objetivo claro. Aunque realmente, fuesen donde fuesen parecía que el lugar era tan grande y concurrido que no se perdían, que siempre estaban por caminos con bastante gente y atracciones y lugares de comida por doquier.

Supongo que es lo único que nos queda.- le respondió el calvo a Riko.

Karamaru se alejó unos metros y comenzó a preguntar uno tras otro a todos los transeúntes que por allí pasaban. Recibió la misma cantidad de "Ni idea" que preguntas hacía. Nadie tenía idea, a pesar de que algunos conocieran el mismo rumor.

Comenzaba a preguntarse a si mismo si acaso ese extraño evento nunca sucedería.

Por otra parte, Yachi seguía abrazada al brazo del peliblanco, con una sonrisa de oreja a oreja e inflando el pecho cada vez que una mujer los miraba. De vez en cuando llevaba su mirada al hitai-ate del muchacho.

¿Pudiste encontrar algo?- comentó Karamaru tras acercarse nuevamente, asumiendo que había hecho lo mismo que él. Preguntar.

— Lo único que me respondieron es que tal vez pasase algo en los campos. Pero allí no hay nadie ni nada, así que me no me fío para nada de la vieja que me lo comentó.

No quería ser prejuicioso, pero esa mujer de piel arrugada y cabello blanco y poco arreglado no parecía de las más confiable del pueblo.

Karamaru pareció estar de acuerdo con la idea que había tenido el uzureño, por lo que, rápidamente se separaron, al menos, el amenio lo hizo, puesto que Yachi no soltó el brazo del pelliblanco en todo el rato, pero, aún así, iban parando de vez en cuando a alguna persona, preguntándola acerca del gran evento del que habían oído hablar, pero nada, nadie tenía la más mínima idea de qué era, ni cuándo iba a pasar, ni dónde iba a ser, por lo que, con aspecto abatido, se volvieron a reunir los tres.

— ¿Pudiste encontrar algo? Lo único que me respondieron es que tal vez pasase algo en los campos. Pero allí no hay nadie ni nada, así que me no me fío para nada de la vieja que me lo comentó.

Riko le lanzó una mirada al calvo en la que dejaba ver la frustración que sentía, dando a entender que no había encontrado nada.

— Nada... Nadie sabe nada, ¿qué mierdas será? ¿Cómo es posible que nadie sepa nada? No me lo puedo creer...

Ya solo les quedaba esperar, en algún momento algo les llamaría la atención, o alguien les diría a donde tenían que ir o qué tenían que hacer, así que solo tenían que esperar.

El calvo se sentía abatido y, para no variar, sorprendido. Cada vez se le hacía más raro no encontrar ni siquiera un poquito de información sobre aquel evento, aquel rumor que había llegado a sus oídos. Tan raro se le hacía que tal vez, estaba completamente equivocado.

Tal vez son solo rumores.

Probable, pero me da curiosidad. ¿Y si no lo son?- interrumpió Yachi. El calvo la miró sorprendido al ver que le hablaba y encima de buenas maneras.

Bueno, esta la posibilidad de que no sea nada más y que nunca encontremos nada.

La idea de buscar información preguntando fue buena, pero sin éxito. Era difícil saber cuál podría ser el próximo paso para tratar de definir de una vez por todas que podría, o no, suceder. Hasta que a la muchacha se le ocurrió una buena idea. Nada que ver con aquel misterioso evento, pero una buena idea al fin.

¿Qué tal si vamos a mi casa?

—Mis padres no están, deben de andar dando vueltas por el festival. ¿Les apetece? Seguro encontramos algo para divertirnos.- el calvo seguía encontrando sorpresas al ver que formaba parte de esa invitación y aún más sabiendo que tenían una chance de entretenerse sin gastar un solo ryo.

El calvo devoró su último dango, el primer trío ya se lo había acabado, y caminó contento junto a Riko y Yachi, que con pequeñas instrucciones los fue guiando por el camino.

La cosa no tenía muy buena pinta y, al fin, Karamaru dijo lo que todos pensaban, ¿y si no era más que un simple rumor? Pues se llevaría un chasco importante, pero, al menos, había hecho un par de amigos.

¿Qué tal si vamos a mi casa? Mis padres no están, deben de andar dando vueltas por el festival. ¿Les apetece? Seguro encontramos algo para divertirnos.

Aquello, tanto para el calvo como para Riko fue una gran sorpresa, que, a pesar de todo, ambos parecieron aceptar sin pensarlo demasiado. El Senju no había terminado aún con los dangos, pues aún le quedaba el de color blanco, que fue comiendo mientras caminaban.

— ¿Vives muy lejos de aquí? — Se interesó el peliblanco.

¿Vives muy lejos de aquí?

La muchacha soltó una pequeña risa tapandose la boca con una de sus manos.

¿Lejos?

—Pues tenemos que cruzar los cultivos de calabazas, es una casa un poco alejada del centro.

El calvo decidió ignorar esa respuesta, no le prestó atención ya que tenía algo más importante en su cabeza. Por unos metros, mientras caminaban, siguió con su mirada a un hombre golpeando fuertemente un aparato con un martillo de juguete. Parecía forzudo, pero no estuvo ni cerca de golpear la campana que había en la cima.

El calvo rió, aunque minutos después se sorprendió.

Los tres se encontraron lejos de las calles y de sus luces que todo cubrían de naranja. Se encontraban en los campos, a oscuras si no fuese por la mínima iluminación que daban algunas luces por allí dispuestas. Un pequeño camino de tierra parecía el único sendero posible.

No se preocupen, no tendremos que caminar mucho.

Karamaru dirigió una mirada a Riko, igual a la que le había dado minutos antes.

«Definitivamente es raro...»

¿Lejos? Pues tenemos que cruzar los cultivos de calabazas, es una casa un poco alejada del centro.

Aquello empezaba a crispar a Riko, no le parecía algo muy acertado seguir a alguien que acababan de conocer hacia un lugar en el que no pasaba nadie, pero, dado que en un principio el calvo no parecía demasiado preocupado, lo dejó pasar, pero sin perder detalle de nada de lo que pasaba a su alrededor.

No había pasado demasiado, pero las luces anaranjadas y el bullicio propio del festival se había ido quedando atrás, se encontraban en medio del campo, prácticamente a oscuras y sin nadie cerca de ellos para pedir ayuda en caso necesario, todo aquello, cada vez, era más raro.

No se preocupen, no tendremos que caminar mucho.

Ahora sí, el amenio miró a Riko, y éste dejó ver su preocupación, aunque quizás no tenía el suficiente valor como para mostrarlo, por lo que se limitó a hacer un gesto con la mano a Karamaru, evitado que Yachi le viera, dándole a entender que estuviera atento a todo lo que pasara a partir de aquel momento.

El calvo miró hacia atrás. La cantidad de luces naranjas ya parecían converger en unas pocas. Venían caminando hace rato, tiempo en el cual la muchacha tarareó canciones sin parar. Karamaru empezaba a sentirse incómodo, como si todo lo que estuviese haciendo estuviera fuera de lugar.

Pero le era imposible decirle a aquella mujer que debía irse. Al menos Riko había demostrado sentirse igual que el monje.

«Lo mismo y termina siendo buena gente, pero es que esto de seguir a desconocidos... mal Karamaru, mal» se castigaba a si mismo por la falta de inteligencia.

Metros más, y tras pasar bajo una farola, unas luces naranjas se pudieron distinguir no muy lejos. Metros más y se podían distinguir como calabazas iluminadas por dentro, el mismo naranja que cubría la ciudad.

Ahí es, un poco rústica y acogedora pero a mi me gusta.

La casa era pequeña y de madera. Una madera húmeda y que se podía distinguir fácilmente como vieja y rancia, pero al menos seguía pareciendo una casa común. Acompañaban a las luces naranjas algunos faroles de luces amarillas.

La mujer abrió la puerta y los tres entraron. Una sala común y cuadrada con algunos lugares donde sentarse y algún que otra decoración, con muchas puertas a su alrededor. La sala estaba en la penumbra y Yachi tuvo que encender algunas velas mientras recorría en primer lugar la casa.

Vengan, pasen a mi habitación.

—Jugaremos a algo.- se fue por una de las puertas de la izquierda. Una puerta que, como no podía ser de otra manera, rechinó al moverse.

El calvo seguía junto a la puerta de salida y nuevamente buscó los ojos del peliblanco para confirmar las acciones que realizaban.

Los tres avanzaron, con paso continuado, dejando cada vez más atrás las acogedoras y tranquilas luces de la ciudad, y adentrándose más y más en el campo hasta que, llegado un punto, pudieron divisar una casa en la que podía vivir alguien como no, dado el aspecto que tenía de vieja, podría llevar años abandonada y tratarse del escondite de un psicópata que asesinaba niños.

Tranquilízate Riko, no te vuelvas loco, quizás solo es una chica amable que te quiere invitar a pasar un rato agradable entre amigos

¿Pero y si no? La duda estaba carcomiendo al Senju, que debería haberse negado a aquello desde el principio.

Ahí es, un poco rústica y acogedora pero a mi me gusta.

La voz de la joven sacó al peliblanco de sus pensamientos.

— N-No, no, m-muy bonita, sí, me gusta.

Al poco se encontraban dentro de la estancia, siguiendo a la joven a su supuesta habitación, en la que, cuando llegaron, les dejó solos, mientras se fue a buscar algo para ''jugar''.

— Oye, Karamaru, ¿no te parece algo raro todo esto? Quiero decir, ¿no estoy loco no? Esto tiene muy mala pinta... — La voz de Riko fue sumamente baja, lo justo y necesario para que el calvo le escuchara.