Cuando su mano iba de camino hacia la cara de la niña, la kunoichi rogó porque Inaru no tuviese fiebre, aquella noche Reika estaba en una pésima racha de sucesos: una niña escapando asombrosamente, con sus piernas cortas de una ninja entrenada, la niña terriblemente empapada que ahora volaba en fiebre -Última vez que cuido niños- se dijo la kunoichi de cabellos dorados mientras acomodaba una nueva manta para abrigar la cama de la niña.

Luego de acomodar una nueva manta sobre el cuerpo de Inaru, la kunoichi fue rápidamente hacia la cocina, tenia en mente llenar una olla con agua tibia, tirando a fría pero no tanto, también tomó dos paños, los cuales llevó junto a la olla a la habitación de la niña.
La chica se sentó lentamente y con cuidado al lado del cuerpo dormido de Inaru, respiró profundamente y comenzó a sumergir varias veces el paño, para luego retorcerlo y colocarlo suavemente sobre la frente de la niña, el segundo paño, también lo sumergió varias veces hasta retorcerlo también y lo fue pasando con cuidado por los mofletes de Inaru que se encontraban rojizos debido a la fiebre.

¿Quien no sabía el cómo tratar una fiebre de un niño, siendo que probablemente todas las madres del mundo tenían la misma estrategia para todos? ¿qué madre no había dispuesto de una cubeta con agua fría, y un par de pañitos para aliviar el calor en la frente, y así intentar bajar los niveles de fiebre?

Probablemente, todas. Incluso la de Reika, si es que tuvo alguna. De cualquier forma, su respuesta fue la más apropiada según la situación prevista. La tarea de un ninja era pensar adecuadamente y actuar en consecuencia según las tribulaciones que se le presentasen durante un encargo. Un ninja no sólo era una máquina de guerra y enfrentamiento, sino también eran preparados para actuar con lógica y raciocinio, con inteligencia y prudencia. Independientemente de la dificultad de la misión, y siendo que cuidar a una afligida infante como Inaru probablemente una tarea de lo más sencilla, a Reika ya se le habían presentado varias complicaciones.

Y aquella fiebre, testaruda como el hombre más machista, era otra de ellas.

Pasó aproximadamente veinte minutos, y el tratamiento no parecía funcionar. La fiebre no bajaba, e Inaru no dejaba de trastabillar palabras ligeramente inaudibles, ni de temblar tampoco. Pero Reika era una kunoichi de Amegakure, una de las aldeas más avanzadas de todo Oonindo. Quizás el tratamiento más rudimentario y antaño de todos no era el más indicado, quizás, Inaru necesitaba algo más adecuado según los tiempos en los que ellos vivían.

¿Pero sería Reika capaz de comprenderlo, y ponerlo en marcha?