Uchiha Datsue aguardaba en la conocida Plaza del Sol, una de tantas y tantas plazas que había desperdigadas por el inmenso Jardín de los Cerezos. Hacía apenas un par de días que había vuelto de la masacre del Estadio de los Dojos, y tras su reunión con Reiji, Datsue no había tardado en enviar un mensaje por correo a un compañero suyo. Un compatriota con el que jamás había intercambiado palabras más allá de algún saludo cuando se cruzaban al entrar o salir de las habitaciones en las que se hospedaban en el Valle de los Dojos durante el torneo.

¿Por qué quería hablar ahora con él? Bueno, la respuesta era obvia. Porque el chico había estado presente en el ataque de Dragón Rojo, y porque Datsue quería recopilar información para hacerse una idea a gran escala de lo que había sucedido.

Así que, sentado en un banco, con su habitual indumentaria —camiseta blanca, pantalones azules oscuros y chaqueta colgando en el respaldo del banco— esperaba distraído al chico. La carta que le había enviado decía lo siguiente:

Takumi salió de su casa por primera vez desde que llegaron a Uzu pocos días atrás, Uchiha Datsue le había solicitado que acudiera a una plaza del Jardín de los Cerezos para hablar con él. No es que estuviera traumatizado con lo acaecido en el Valle, pero aquellas imágenes de caos habían ayudado a que sus pesadillas volvieran más fuertes que nunca, lo que se podía apreciar en unas remarcadas ojeras que ahora decoraban su rostro.

«¿Qué querrá de mí?»

Se podía imaginar que querría hablar sobre lo sucedido en el Torneo pero, ¿por qué con él? El kazejin no era más que un genin y le había citado el Jinchūriki de la Aldea, el portador del Bijū que protagonizaba muchas de las historias que le contaba su hermano de pequeño. La curiosidad era importante.

Allí se presentó con un pantalón ancho de chándal y una camiseta sin mangas, ambos de color negro, y con su habitual haori sobre los hombros. Vio al jōnin sentado en un banco de la plaza dónde se habían citado y se acercó hacia él con calma.

—Buenas Datsue-san, —Dijo mientras realizaba una ligera reverencia. —¿en qué puedo ayudarle?

Datsue no tardó en reconocerlo. Un chico alto, de más o menos su edad, con gafas y de pelo oscuro. Se levantó justo a tiempo del asiento para ver al chico hacerle una ligera reverencia.

—Vamos, vamos, no hacen falta tantas formalidades. Ni de tratarme de usted —añadió—. ¡Hace que parezca un viejo! —bromeó, soltando una breve carcajada.

Era jōnin, sí, pero no le había citado haciendo uso de su rango, sino como mero compañero. Como camarada.

—Directo al grano, ¿hmm? Bien, bien, me gusta eso —continuó, cuando el genin le preguntó en qué podía ayudarle—. Pero, antes de nada… ¿Todo bien? ¿Tú y los tuyos pudisteis volver a salvo de…? ¿De la catástrofe?

Si es que su familia había ido a visitarle al estadio, claro. El Uchiha ni siquiera sabía si tenía.

—Vamos, vamos, no hacen falta tantas formalidades. Ni de tratarme de usted. ¡Hace que parezca un viejo! —Le replicó riendo levemente.

Una situación similar a la que vivió con Eri al conocerla, el kazejin intentaba siempre ser lo más formal posible y sobre todo con sus superiores para evitar malentendidos.

—Directo al grano, ¿hmm? Bien, bien, me gusta eso. Pero, antes de nada... ¿Todo bien? ¿Tú y los tuyos pudisteis volver a salvo de...? ¿De la catástrofe?

—Si, bueno... —Vaciló mientras pensaba que palabras decir para no aburrir al Uchiha con su vida. —No perdí a nadie aquel día gracias a Dios, muchas gracias por preguntar.

Alguna ventaja tenía que dar no tener a nadie que perder y aunque su maestra sí que estaba en el Estadio el de gafas sabía que Junko podía salir perfectamente de una situación así sin dificultad alguna.

—¿Los tuyos pudieron salir bien de ahí? —Preguntó.

Tampoco quería importunar ni revolver recuerdos de ese fatídico día, pero era lo mínimo preguntar si el jōnin se había preocupado por ello.

Datsue fue a sentarse en el banco —pero en el respaldo de este, con los pies apoyados en la base— antes de responder a la pregunta.

—Sí, por suerte sí.

Tanto Eri como Hana habían logrado sobrevivir a aquel infierno. También Raito-sensei, como el propio Reiji. Dentro de la desgracia, podía encontrar consuelo en que no había perdido a nadie cercano.

—Verás, Tsukisame, quisiera preguntarte qué viste tú cuando empezó todo el jaleo. A mí me teletransportaron a otro sitio cuando llegó Dragón Rojo y no pude ver nada. —Tenía el testimonio apurado de Daruu y Ayame, así como el de Reiji, pero quería saber el de más personas. Quería hacerse una imagen clara de lo que había ocurrido.

—Verás, Tsukisame, quisiera preguntarte qué viste tú cuando empezó todo el jaleo. A mí me teletransportaron a otro sitio cuando llegó Dragón Rojo y no pude ver nada.

—No es que pudiera ver mucho la verdad... —Dijo mientras se sentaba en el banco. —Pero te diré todo lo que sé.

Comenzó a hacer memoria, pese a que los sucesos que iba a narrar habían pasado hacía escasos días todo estaba borroso, todo pasó muy rápido y el kazejin no quería dejarse ningún detalle.

—Yo no llegué a ver que pasó en el ring, después de mi combate me dediqué a arreglar mi marioneta, por lo que cuando me disponía a subir a las gradas para ver el final de tu combate un estruendo retumbó por todo el Estadio. Al poco la puerta que daba a la plataforma de combate se abrió y apareció él... —La mirada del genin se perdió en un punto indefinido del horizonte. —Aquella bestia de dos metros y piel oscura, una mole de músculos... Una samurái intentó frenarle, pero no pudo pudo hacer nada, en menos de un par de segundos estaba muerta... Aplastada por el abrazo del gigante de ébano. —Calló durante unos instantes para luego mirar al Uchiha. —No tuve tiempo ni valor para preguntarle, pero sobreentiendo que era un integrante del Sekiryū, ¿no?

No se quitaba de la cabeza la imagen de aquel monstruo matando con total tranquilidad. «Pobre del que tenga que hacerle frente...»

Al contrario, Tsukisame podía contarle muchísimo. Porque, a diferencia de otros, que estaban en el ring, él se encontraba en un punto muy concreto cuando el meteorito rojo colisionó. Ni más ni menos que en el pasillo que conducía al ring, en el interior del estadio.

—Sí, ese tipo… Ese tipo era de Dragón Rojo, sin duda —dijo, si bien él no había podido verlo con claridad. Después de todo, había estado demasiado ocupado enfocando su Sharingan hacia Akame—. Y… ¿Qué pasó después? ¿Os enfrentasteis a él, o…?

¿O habían optado por una sabia retirada? Viendo que seguía respirando, se imaginaba la respuesta.

—Sí, ese tipo... Ese tipo era de Dragón Rojo, sin duda. —Le confirmó. —Y... ¿Qué pasó después? ¿Os enfrentasteis a él, o...?

—No estaba en mis planes morir ese día la verdad, el Dragón no me quiso atacar y me dejaba irme de ahí siempre que no intentara frenarle. Mi plan era subir a las gradas para buscar ayuda, pero claro, el problema es que había más gente por los pasillos. —Para Takumi fue en este momento en el que empezó el caos, incluso antes de la ejecución de los Daimyōs. —A mi espalda apareció un kusajin llamado Daigo y al loco suicida no se le ocurrió mejor idea que retar a aquella bestia. —El kazejin no llegaba a comprender qué se le pasó por la cabeza al peliverde para hacer eso. —Y por si esto te parece poco hizo su entrada triunfal un tal Rōga, un amejin no mucho mejor de la cabeza que el de la Hierba. Y con entrada triunfal me refiero a que sin mediar palabra noqueó a Daigo de una patada. —Se masajeó las sienes con la siniestra. —Normal que ni nos intentara atacar tras aquel lamentable espectáculo... Junto con el de la Lluvia llevamos al suicida a la enfermería con planes de escapar de ahí lo antes posible pero... Todo empeoró más incluso.

Cada segundo que estuvo en esos pasillos la situación se tornó más y más complicada para el genin, seguía repasando todo lo que pudo salir mal y dando gracias al cielo por haber salido con vida del Estadio.

Lo que oyó a continuación parecía más una de esas escenas de comedia de una película desenfadada a una anécdota en la que tres ninjas a punto habían estado de perder la vida. Resultaba que Daigo había ido de cabeza contra el dragón, y a Roga no se le había ocurrido otra cosa que atacarle por la espalda y noquearle.

—Pff… En realidad, no me sorprende, viniendo de Roga. Es mucho de atacar a traición, él —dijo, todavía sin olvidar cómo había encajado un Chidori por la espalda por parte del amejin cuando menos se lo esperaba, justo después de que el Uchiha le hubiese salvado la vida—. ¿Qué pasó entonces, Tsukisame? —preguntó, deseoso de saber cómo continuaba la historia.

—Pff... En realidad, no me sorprende, viniendo de Rōga. Es mucho de atacar a traición, él. —Su compañero ya conocía al Lobo y alguna rencilla pasada debían tener, pero no era momento de preguntar por ello. —¿Qué pasó entonces, Tsukisame?

—Antes de llegar a la enfermería vimos al Dragón en el cruce de pasillos, nos miró y tiró una bomba de humo para cubrir sus acciones. Ya en la enfermería el amejin salió corriendo, no sé si para huir, para buscar ayuda o para enfrentarse a aquella bestia. Entonces se escuchó una explosión, pero nada muy excesivo, posiblemente un sello explosivo. Entonces vino lo gordo... —Aún tenía ese sonido en la cabeza. —Un gran estruendo resonó en el Estadio, todo comenzó a temblar y a derrumbarse. La verdad es que no hubiéramos salido vivos de esa sala si no llega a ser por la Morikage.

De todas las personas que que el kazejin podía esperar encontrarse en el Estadio la última era la mismísima Kintsugi.

—Para huir, seguramente —apostilló cuando Tsukisame se preguntó qué motivo había llevado a Roga a salir corriendo de la enfermería.

Así que el Dragón había tirado una bomba de humo en el cruce de pasillos y, poco después, había llegado el gran estruendo. No eran demasiados datos los que estaba obteniendo, a decir verdad. Nada respecto a las habilidades de aquel psicópata que le ayudase en un hipotético encuentro. Lo que sí que no se esperaba fue la revelación final.

—¿La Morikage? Según me había dicho Reiji, se quedó quieta en las gradas sin mover un solo dedo hasta que ya pasó la amenaza —confesó—. ¿Estás seguro de que era ella?

—¿La Morikage? Según me había dicho Reiji, se quedó quieta en las gradas sin mover un solo dedo hasta que ya pasó la amenaza. ¿Estás seguro de que era ella?

—Bueno, era un Kage Bunshin, pero no dejaba de ser la Morikage. Nos salvó la vida con un gran muro de tierra que frenó los escombros y desapareció, no sin antes pedirme que sacara a su shinobi con vida del Estadio. Mientras convencía al personal médico de salir del edificio de una vez por todas Daigo despertó y salió a buscar al amejin, serán amigos porque si no arriesgar la vida así es de locos. Rōga estaba tirado en el suelo hacia el cruce, inconsciente, y de milagro los escombros no le hicieron puré. Al final conseguimos salir de ahí sin daños mayores, pero tuve que noquear yo mismo al kusajin para que no se volviera a meter en el complejo mientras aún seguía derrumbándose. Ya fuera me dediqué a colaborar en las tareas de rescate y evacuación.

Esa era su historia durante el ataque del Dragón Rojo, Takumi lamentaba que la información que podía aportar fuera tan escasa.

—Si necesitas que profundice más en algún punto dime, no sea que se me haya pasado cualquier cosa que consideres importante.

Datsue se quedó mirando el suelo, pensativo. Así que Kintsugi sí había hecho algo, después de todo. No había hecho una mierda en el ring del estadio, no había echado una mano a los Kages —¿quizá Hanabi todavía conservase su brazo, si ella hubiese hecho lo que tenía que hacer un líder de villa?—, pero al menos había enviado unos clones a ayudar a los suyos.

La información que le brindaba Takumi, pese a escasa, le resultaba de lo más valiosa. Poco a poco iba haciéndose una idea más clara de lo que había ocurrido. Ahora solo necesitaba averiguar qué había pasado en el otro lado del estadio y lo que había sucedido exactamente con Ayame, y tendría el cuadro casi al completo.

—Respecto al dragón, ¿le viste usar alguna habilidad o técnica en concreto? —quiso saber—. ¿Puedes hacer un Henge de él? Desde mi posición apenas pude ver su sombra.

—Respecto al dragón, ¿le viste usar alguna habilidad o técnica en concreto? ¿Puedes hacer un Henge de él? Desde mi posición apenas pude ver su sombra.

Takumi se llevó la mano al mentón, pensativo. Al dragón no se le pusieron muchas dificultades para su cometido pero alguna técnica si que llegó a realizar.

—No es que tuviera que realizar muchas técnicas, pero cuando mató a la samurái creo que hizo una. Sus brazos aumentaron su tamaño en gran medida, parecían las patas de una bestia o así y fue de esa manera que con un "abrazo" mató a una samurái entrenada con armadura y todo. Esto no estoy muy seguro de si era una técnica o qué podía ser, pero su cuerpo lo recubría una serie de escamas como si de un reptil se tratara y debían de ser bien duras ya que la katana de aquella pobre chica no llegó a hacerle nada. —Se quedó callado un instante. —Ah, y también tenía una enorme espada la cual podía imbuirse en llamas.

Lo más probable es que alguien de ese calibre tuviera una panoplia de recursos mucho más amplia, pero eso es lo único que pudo percibir el shinobi del Remlino.

—En cuanto a lo del Henge...

Se levantó del banco, se puso frente al Uchiha y, retrayéndose a aquel momento, realizó la cadena de sellos. Tras una nube de humo el jōnin pudo observar a una persona de casi dos metros, tez de ébano y cabello oscuro. La habilidad del marionetista con el Henge aún era algo deficiente, por lo que no salió una copia perfecta; pero los detalles que más se le quedaron grabados en la cabeza, ojos dorados, piel escamada y una gran cicatriz en el pecho, estaban presentes.

—A esta altura súmale medio metro más aproximadamente, es sin lugar a duda la persona más alta que ha conocido Ōnindo. —Recalcó mientras se mostraba ante su compañero de Aldea.

«Fuerza colosal, escamas defensivas, espada imbuida en llamas…», apuntaba mentalmente el Uchiha. Takumi hablaba de él como si fuese invencible, pero el Henge reveló que no era intocable.

—Se le puede herir —dijo, al ver la enorme cicatriz que le cruzaba el pecho. Aunque no cabía duda de que lucía un físico impresionante. ¿El hombre más alto de Ōnindo? Quizá—. Tú no conociste a Kenzou, ¿verdad? El Morikage era también una mole impresionante.

Suspiró.

—Está bien. Muchas gracias, Takumi. Me has sido de mucha utilidad.