11/11/2018, 12:43
El peliblanco anduvo impasible por los páramos del País del Fuego hasta llegar al Lago de Shiona. Podría decirse que el destino lo había llevado hasta allí pues, a cada pisada, el chico no se detenía a pensar el rumbo de los pasos que dejaba atrás. Evadirse de la realidad le era necesario; sobretodo después del último entrenamiento que su abuela le había mandado.
«¿Cuidar de una planta? Me parece a mí que la abuela se está haciendo mayor... ¡¿de qué me va a servir plantar una semilla y regarla de vez en cuando?!»
Situaciones como aquellas le exasperaba. Su abuela se había encargado de su entrenamiento durante los últimos años —y le habían servido para mucho, no lo podía negar. — pero recientemente no entendía para que le servían las nuevas propuestas de aquella anciana. Prefería, cuando se daba el caso, poner en práctica su taijutsu o mejorar el uso de su ninjutsu. Pero... la planta...
«Hay muchas cosas que todavía me hace falta aprender... Y la abuela quiere dedicarse a la jardinería. Si es que...»
Soltó un bufido de impotencia. No podía replicarle o bien sabía que se llevaría un mamporro de su bastón. Finalmente, el peliblanco decidió aparcar aquel tema por un momento y alzó la vista para contemplar el lago. El Lago de Shiona. Nunca había estado allí y las aquellas primeras luces le parecieron una imagen de serenidad. Quizá por eso sus pisadas le habían llevado hasta allí: debía apaciguarse.
«¿Cuidar de una planta? Me parece a mí que la abuela se está haciendo mayor... ¡¿de qué me va a servir plantar una semilla y regarla de vez en cuando?!»
Situaciones como aquellas le exasperaba. Su abuela se había encargado de su entrenamiento durante los últimos años —y le habían servido para mucho, no lo podía negar. — pero recientemente no entendía para que le servían las nuevas propuestas de aquella anciana. Prefería, cuando se daba el caso, poner en práctica su taijutsu o mejorar el uso de su ninjutsu. Pero... la planta...
«Hay muchas cosas que todavía me hace falta aprender... Y la abuela quiere dedicarse a la jardinería. Si es que...»
Soltó un bufido de impotencia. No podía replicarle o bien sabía que se llevaría un mamporro de su bastón. Finalmente, el peliblanco decidió aparcar aquel tema por un momento y alzó la vista para contemplar el lago. El Lago de Shiona. Nunca había estado allí y las aquellas primeras luces le parecieron una imagen de serenidad. Quizá por eso sus pisadas le habían llevado hasta allí: debía apaciguarse.