¿Él, un Kage Bunshin? Oh, no. ¿Cómo podía pensar tan mal de él? Aunque, estaba claro, el Sharingan debía decirle que contaba con un chakra particularmente bajo teniendo en cuenta la fuerza con la que brillaba. Y, si su plan hubiese salido bien, habría quedado vulnerable ante tres o cuatro Cabezas de Dragón tras matar a Ryū, lo cual era temerario y loco hasta para él.

Sí, a veces había que ser prudentes.

—Así de fácil, ¿huh? —Desactivaba el sello, le daba la localización de Otohime, y se iba como si no hubiese pasado nada.

Como si no hubiesen matado a todos sus amigos. Como si no le hubiesen perseguido por Oonindo entero. Como si no llevase planeando aquello desde hacía meses, desde el mismo momento en que reconoció a Kyūtsuki en la prisión del Yermo. Y ahora que llegaba a la meta tras tres años de maratón, ¿quería que simplemente se diese la vuelta?

«Que te jodan.»

—Eliges bien las palabras, Uchiha Akame —«Si bien te falta fuerza a la hora de imprimirlas con algo de jodida emoción»—. Estoy cansado, esa es la verdad. De mis putas visiones. De esta… —abrió los brazos, señalándole a él, a Money, a sí mismo—, mierda. Querría hacerte caso. Lo intenté, dos años atrás. Pero no puedo, ¿no te das cuenta?

Esbozó una sonrisa amarga.

—Nunca podré dormir tranquilo mientras Ryū siga con vida. Fingí mi propia muerte, y el destino quiso que me volviese a encontrar. A millares de kilómetros, en un jodido calabozo del puto desierto. Allí, durmiendo entre mi propio vómito y mi mierda, desquiciado por el mono del omoide. ¿Y crees que se quedó satisfecho con eso? —Bufó—. Dos meses más tarde manda a dos Cabezas de Dragón a cruzarse todo el mapa para liquidarme. Quizás puedas convencerme, Uchiha Akame. Pero no a él.

Y, por tanto, no había otra opción.

—Piensa bien lo que vas a hacer, Akame. Solo tienes que dar un paso al lado, hacer como si nada de esto hubiese sucedido, y Ryū morirá. Apuesto a que ya sabes lo que eso significa para ti, sin necesidad de explicártelo. Así que piénsalo bien.

—Así de fácil —respondió Akame, aunque en su fuero interno sabía que aquello no podía estar más lejos de la realidad. Zaide parecía conocer a Sekiryuu mucho mejor que él mismo, «y con esta gente, nada es tan fácil.»

Lo siguiente fue algo que al joven Uchiha le afectó más de lo que jamás iba a estar dispuesto a admitir. La historia de Zaide con Dragón Rojo le parecía terroríficamente familiar, de una forma tan íntima que casi parecía haber sido elaborada para engañarle y que empatizara con el rapado. Su hastío por la vida que llevaba, el no poder fiarse de nadie y tener que dormir cada noche con un ojo abierto. El ser perseguido sin descanso por una organización que jamás iba a cejar en su empeño de darle caza como a un perro. La adicción al omoide. Aquella sonrisa amarga con la que lo contaba todo y que emanaba una resignación tan profunda y triste que a Akame se le hizo un puto nudo en el estómago. Tenía ante él a uno de los Uchiha más poderosos que había conocido, y cuanto le transmitía era la imagen de un hombre derrotado por la vida. Por las circunstancias. Cansado de pelear. «¿Es este mi propio destino?», no pudo evitar preguntarse el renegado.

¿Así acabaría él? La única respuesta que podía darse retumbó en su cabeza: «No.»

¿Pero qué podía hacer? Zaide parecía realmente poderoso y experimentado —si había sido capaz de burlar a numerosos Ryutō varias veces y de llegar hasta allí, tenía que serlo—. Nunca descansaría hasta matar a Ryuu, y Ryuu nunca descansaría hasta matarle a él. «¿Qué ocurre cuando una fuerza imparable se topa con un obstáculo inamovible?»

—Hay una tercera opción, Zaide.

Pues lo único que podía pasar...

—Money-san...

... algo absolutamente...

—Yo...

... Imprevisible.

—Tengo una sugerencia para reemplazar a Muñeca como Ryuutō.

Zaide levantó una ceja, intrigado. Una tercera opción. ¿A qué le sonaba aquello? Ah, claro… A Koko. En los días que había pasado con la difunta novia de Akame, había comprobado que ella siempre elegía la tercera vía. Aquella que ni él, ni el propio Katame, lograban ver. Ojalá no hubiese muerto. La chica le odiaba —con razón—, pero no se merecía terminar así.




Money, sentado, se atrevió a mirar de reojo a Akame.

—Y, pues, ¿de veldad clee que es el momento para discutil-lo? —Si un sarcasmo tan afilado cortase, el Susano’o de Akame ya estaría partido por la mitad—. ¡En selio se lo plegunto, blothel! ¿¡NO VE QUE TENEMOS COSAS MÁS GOLDAS DE LAS QUE PREOCUPALNOS!? —chilló, histérico.

Por todos los Dioses habidos y por haber, ¡qué tenía un jodido sello explosivo en el cuello! ¡Y el mayor hijo de puta detrás listo para hacerlo estallar! ¿A él qué coño le importaba que se le hubiese ocurrido un substituto para Muñeca? No… era… el… puto… momento.

«Me cago en todos tus ancestros, Money, eres más denso que una sopa de barro, hijo de puta.»

Si la situación no hubiese sido una de vida o muerte, al Uchiha todavía le habrían quedado ganas de palmearse el rostro de forma cómica ante la respuesta de su contable. Pero no, lo que él estaba proponiendo no era ningún asunto de broma; era resolver aquel entuerto de forma que todos conservaran la cabeza sobre los hombros... Al menos de momento. Akame seguía sin apartar los ojos de Zaide, pero cuando habló, sus palabras se dirigieron al negrote de los muchos oros.

—Propongo a Uchiha Zaide para que sea el sexto Ryuutō —dijo Akame, tratando de sonar decidido—, en sustitución de Muñeca. De hecho, creo que fue él quien la mató, y no Umikiba Kaido. Así que la posición le corresponde de acuerdo a las tradiciones de Sekiryuu, ¿me equivoco?

All in.

—Una vez que haya superado el Bautizo Draconiano, no habrá motivos para dudar de su lealtad. Y es un shinobi poderoso. Es un buen negocio, Money —cambió entonces para dirigirse al aludido, Zaide. Sus ojos, aun con el Mangekyō reflejado en ellos, parecían estar implorándole que aceptase—. Para todos.

Uchiha Zaide se quedó clavado en el sitio, como si le hubiesen paralizado por un fuuinjutsu. Él… ¿parte de la banda de Sekiryuu? Quiso reírse a carcajada suelta, pero hubo algo en aquella loca idea que le ponía. Solo de imaginarse la cara que se le quedaría a Ryū al saberlo…

Pero, ¿era esa la jugada? ¿La tercera vía que no había sido capaz de vislumbrar? No odiaba a la organización, por mucho que fuese perseguido por ellos durante años. Se lo había ganado, en parte, por su estupidez. Y él mismo había evitado asesinar a integrantes como Muñeca, por mucho tiempo, aun cuando la tenía a tiro. Incluso con Kaido se mostró benevolente. Pero, Ryū… Él era otra cosa. La fuente de todos sus males. ¿De todos? No… No podía engañarse a sí mismo. Él era responsable de hacia dónde se había dirigido. Pero Ryū sí era culpable de la muerte de su hermana. Estaba convencido de ello. Al noventa y nueve por ciento.

Y, aún así, cada vez que se le aparecía el rostro de su hermana, no era a Ryū a quien culpaba. Ni a un Ryuutō. Su mirada incriminatoria siempre iba dirigida hacia él…

Hacia él.




Money abrió tanto la mandíbula que casi le rozó la boca con el suelo.

—¡Ay, papi, si yo te dije que elas uno de los míos! ¡Un tipo con sesela! ¡¿Te lo dije o no?! —embriagado por la emoción, Money finalmente había tenido los bemoles de darse la vuelta y mirar a ambos. Seguía sentado, eso sí—. ¡Eso que plopone mi blothel es malavilloso, Zaide! ¡Te olvidarías de todos los ploblemas de una! —Y Money, del jodido sello que tenía pegado al cuello—. ¡Piénsalo! Tú siemple fuiste un rebelde, ¿viste? Siemple en contla de las tles Villas, liblando guerras que no podías ganal. ¡Aquí tendlías los recursos! ¡El punch que te faltaba! ¡La pegada, blothel, la pegada!

Y, no podía negarlo: tener a Uchiha Zaide de su lado sí que sería buen negocio. El problema más evidente, por supuesto, es que habría demasiados gallos en el mismo corral. Y dudaba que Ryū y Zaide aguantasen mucho sin matarse el uno al otro. Qué cojones, ¿aceptaría siquiera Ryū a Zaide, aún cuando fuese lo mejor para el grupo? Aunque, ¿acaso importaba? Como buen hombre de negocios que era, sabía que primero siempre había que ocuparse de lo más urgente. En aquel caso, sobrevivir.

—¿Es eso cielto? ¿Mataste tú a Muñeca? —Kaido había asegurado que fue él mismo.

—Depende de los ojos con que lo mires —respondió Zaide, con esa voz tan profunda que se gastaba. Money esperó a que continuase—. ¿Quién mata a una persona, Money? ¿El que empuña el arma, o el que empuja a la persona contra ella? —Algo así había pasado con Muñeca—. De todas formas, yo ya maté a un Ryuutō. Hayai —Allá en el Cañón del Secuestrado.

—Ah, ¡cielto, cielto! ¡Al palillo! ¡Todo encaja, pues! Y tienes que sabel, Zaide, que yo voté en contla de il a pol ti cuando estabas en el Yelmo. ¡Siemple fuiste uno de los míos! ¡Y ahora lo selás de sangle!

Zaide, en cambio, parecía seguir con dudas.

—Yo ya rechacé el puesto cuando Ryū me lo ofreció… ¿Por qué cojones habría de aceptarlo ahora, huh? Dime una cosa, Uchiha Akame. Solo dime una cosa: ¿cómo cojones vas a hacer para ver la cara del tipo que envió a los asesinos de Koko, día sí y día también, y no partírsela?

Akame contuvo la respiración. Los efectos de su a priori alocada propuesta no tardaron en hacerse palpables, y bien palpables. La estupefacción en el rostro de Zaide, la anticipación y el alivio en el de Money; que ya veía aquel sello explosivo lejos de su preciado gaznate. El aire se cargó de tensión durante unos momentos, Akame había aprendido a base de palos que con tíos como aquel Uchiha cabeza rapada, nunca las podías tener todas contigo. No obstante... «¿Se lo está pensando? ¡Se lo está pensando! ¡Por las tetas de Amaterasu!» Ni en un millón de años el joven renegado habría apostado a que semejante jugada a la desesperada iba a salirle bien, pero así había sido. Uchiha Zaide se unía a Sekiryuu, la asamblea decretaba poner fin a la caza de sangre decretada contra él, y su pequeña fraternidad se habría ganado un enemigo menos y un poderoso aliado más. ¡Era el plan perfecto!

«Uchiha Akame, pedazo de bandido. ¡Qué sesera tienes!», se alabó mentalmente el joven, mientras Money aportaba su granito de arena con efusividad. Desde luego, que tener a aquel tipo cerca había sido un plus. Dudaba mucho que otros miembros de Dragón Rojo tuvieran su olfato para los buenos negocios y su labia. Akame le dedicó un asentimiento mudo. Sin embargo, todavía quedaba una aspereza por limar. Y no sólo en el pasado de Zaide.

Akame se revolvió en el sitio, incómodo. Durante su travesía desde Tanzaku Gai hasta allí nunca se había planteado aquello. Era una información que su cerebro había tenido a bien olvidar, o más bien remendar con torpes puntadas, todo en pos del fin último de cualquier ser vivo; seguir estándolo. Sin embargo, ahora Zaide se la ponía en la cara. ¿Que cómo iba a hacerlo...?

Arrojándole encima una pila de argumentaciones lógicas que serían capaces de aburrir a un profesor de matemáticas.

—En Sekiryuu todo se decide por votación asamblearia, así que técnicamente la responsabilidad de ordenar su muerte es colectiva. De hecho, dudo muchísimo que la caza de sangre fuera llamada sobre Kageyama Koko. Era tu cabeza la que tenía una diana pintada, ella sólo fue... Ella murió porque tú la secuestraste. Porque tú la jodiste —el Uchiha sintió una furia primitiva borbotear en su estómago, pero se obligó a aplacarla—. Y el que empuñó el acero, en cualquier caso, no fue Ryuu, sino Katame. Y Kaido ya se encargó de ese tipejo.

Se cruzó de brazos. La figura espectral a su alrededor se desvaneció, aunque el Mangekyō seguía presente en los ojos de Akame, como una espiral eterna.

—Así que te voy a decir por qué deberías aceptarlo, Zaide. Por la misma razón que yo lo hice: para sobrevivir. No, joder. Para vivir, por primera vez en quién sabe cuánto tiempo. Porque la gente como tú y como yo, merece vivir en libertad.

Uchiha Zaide apartó la mirada cuando Akame aseguró que el máximo responsable de la muerte de Koko era él. Por mucho que hubiese intentado camuflar la realidad, el exninja de Uzu había llegado a la conclusión acertada. Zaide podía defenderse argumentando que, en realidad, había sido Katame quien la había secuestrado. Pero, ¿acaso eso le hacía menos culpable?

Él la había retenido en contra del consejo del resto para cobrar la recompensa. Para joder a Uzu —oh, sí, no había nada que le pusiese más que joder a una Villa—. Y, aunque nunca lo llegaría a reconocer en público, también para que Uzushiogakure no Sato pusiese en su punto de mira a Sekiryuu. Porque sabía que ellos atacarían tarde o temprano, y contaba con que la muchacha se llevase algún que otro rasguño que despertase la ira de los Sakamoto.

¿Qué había fallado? Su jodido plan, como siempre.

—Libertad, ¿huh? —Sobrevivir. Vivir. Ninguna de las palabras mencionadas por Akame le revolvieron por dentro como lo hizo aquella última. Le brillaron los ojos. De añoranza. De recuerdos. De anhelo—. Sí, eso estaría bien…

»Eso estaría muy bien, ¿huh?








Uchihza Zaide acababa de desaparecer en una nube de humo.

—Qué… ¿Qué significa…? Oh, estamos salvados. ¡Estamos salvados! ¡Hurra, blothel, hurra!

Se levantó de golpe, eléctrico, y abrazó con tanta fuerza a su blothel que le quitó el aliento. Sin poder contenerse, empezó a saltar abrazado a él, levantado un puño en señal de victoria.

—¡Salvados! ¡Salvados! Yo sabía que tú tenías buen ojo pal negocio, blothel. Yo sabía que… —De pronto, se quedó petrificado. La sangre se le había helado. Se puso tan azul que empezó a temblar—. El sello… ¡EL HIJOPUTA NO ME QUITÓ EL SELLO!

Todavía estupefacto —Akame no podía creer que su discurso hubiera convencido a alguien—, el Uchiha tardó unos segundos en reaccionar ante lo que acababa de pasar. Sus palabras estaban cargadas de sentido y verdad, pero para él, el ser capaz de llegar al corazón de alguien era algo totalmente nuevo. Durante toda su vida nadie había prestado nunca atención a sus consejos u opiniones —salvo su Hermano—, hasta tal punto que Akame había llegado al convencimiento de que nunca sería capaz de convencer a nadie para que viera sus puntos de vista. Zaide, sin embargo, había dado el primer paso de buena fe deshaciendo su Kage Bunshin y retirándose de la escena... Por el momento. Akame intuía que volvería a verle muy pronto.

Los gritos de Money, que le apretujaba mientras le zarandeaba, frenético, le devolvieron a la realidad. Akame no tuvo siquiera tiempo de devolverle el gesto cuando el contable empezó a chillar de puro terror. «¡Hostia puta, el sello!» El sello. Zaide había hecho desaparición de la escena sin atender a ese pequeño detalle.

—Vale, Money, joder, espera un segundo —el Uchiha trataba de racionalizar aquello como buenamente podía—. Pensemos con la cabeza. Quizás lo de la cuenta atrás era un farol, si Zaide ha aceptado nuestra oferta, no creo que vaya a echarla por tierra matando al tío que controla el dinero aquí. ¡No tiene sentido, cálmate joder!

Sus ojos habían vuelto ya a la normalidad y ahora, pasada la adrenalina del momento, Akame estaba empezando a darse cuenta de que le dolían como mil demonios. Era como si se los estuvieran quemando con un hierro al rojo vivo... Desde dentro del cráneo. «¿Qué cojones...?» Nunca había experimentado un dolor tan particular. Sin embargo, se obligó a apartarlo de su cabeza y centrarse en lo inmediato.

—No... No podemos quitártelo hasta que Zaide vuelva —porque iba a volver, ¿no?—. Tú intenta... Intenta no moverte mucho, ¿eh?

—¿No movelme mucho? ¡Eso es fácil de decil cuando no se tiene una bomba de relojelía en la yugulal!

¿Qué iba a hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Y si se sumergía en el lago? ¿Bastaría con mojar la pólvora lo suficiente como para que no estallase? Aunque, a ver si se le iba a despegar por el experimento y… ¡PUM!

El solo hecho de imaginárselo hizo que se le quitase la idea.

—Tienes razón, tienes razón. No selía buen negocio, no señol. Un farol, sí, eso es plopio de Zaide. Aunque también lo es hacel malos negocios. Agh, ¡no mames! ¡Si el tío es una bala peldida! ¡Nos robó el calgamento de almas años atlás y ni pudo vendel-lo! ¡No, el tío no sabe de negocios! ¡Un analquista! —dijo, masticando aquella palabra con todo el desprecio del mundo—. ¡Eso es lo que es! ¿Sabes qué también? Un agente del caos. ¡Sí, eso es! Ay, ay. ¿¡Qué voy a hacel!? ¡¡¿QUÉ VOY A HACEL?!!

—¡Money, que te calmes, hostia!

Pero Money no se calmaba. Es más, estaba empezando a alterarse más todavía. Y a alterar a Akame. Al Profesional. Aquello él no lo podía permitir, si perdía la calma, era fácil que todo se fuese al diablo; así que retrasó el brazo derecho, y con algunas de las últimas fuerzas que le quedaban...

¡Plas!

... abofeteó a Money en toda la cara. Una torta limpia, perfecta, sonora. Ejecución, un diez. Pegada, un diez. Remate, un diez. Una galleta de las que hacen eco, de las que son capaces de terminar una discusión. El Uchiha obligó a su contable a mirarle a los ojos.

—Escúchame bien, Money. Ese sello no tenía ninguna cuenta atrás. No va a explotar. Zaide estará de camino aquí con Otohime. Así que re-la-ja-te.

Akame respiraba agitadamente. Usar el Susanoo tras dos días de ayuno no había sido la mejor de las decisiones, y ahora le pasaba factura. Tuvo que apoyarse en el hombro del negro para no caer directamente al suelo, y con un hilo de voz pidió su última voluntad.

—Ve... Joder, ve a buscar algo de comer, ¿vale? Y agua.

Tenía razón, Akame. Una buena bofetada a tiempo hacía milagros. Desde corregir a un imberbe rebelde que se creía las cosas como no eran hasta detener la escalada de un ataque de histeria y pánico.

—Sí… Sí, blothel. Tiene usted razón. No hay nada de qué preocupalse. No va a estallal. No va a estallal. No va a estallal… —se repitió una y otra vez, con las manos entrelazadas e implorante. ¿A quién rezaba? A todos los dioses en los que no creía. Solo por si acaso.

»Sí, eso halé blothel. Eso halé. Porque a mí no me pasalá nada, ¿veldad? Mal negocio. Malo incluso pala Zaide, sí. Un farol. Eso es lo que fue —seguía Money, tratando de convencerse—. Y, pues, ¿qué quiele el sibalita? Ya que mi pizza no le vale.




Akame tuvo que esperarse, y esperarse, y esperarse. Recordó que a él y a la Anciana les había llevado dos buenas horas llegar del puerto a la cueva, y que probablemente Money hubiese ido hasta allí para comprarle comida. Eso si es que no le había pasado algo por el camino, claro. Como, por ejemplo, un sello estallándole en la yugular. Ese tipo de pequeños contratiempos.

Agotado, se sentía en las últimas. El Susano’o había vaciado las pocas reservas que le quedaban, e incluso mantener los párpados abiertos le costaba horrores.

Oyó pasos a lo lejos. Alguien se acercaba. Y ese alguien era…

—Y, ¿me echaste de menos, papi? —Money. Siempre Money. Todavía con el sello en el cuello, pero más relajado y feliz. Si no había estallado en tanto tiempo, era porque la teoría de Akame era acertada. Tenía que serlo—. Me debes una, papi. Pero a esta invito yo —dijo, dejándole una bolsa a sus pies llena de la comida que había pedido.

»Y, pues. Tenemos que pensal como enfocal esto —habló minutos más tarde—. ¿Zaide todavía no se apareció?

El Uchiha negó con la cabeza ante la pregunta de Money, mientras pensaba en cuándo había sido la última vez que se había alegrado tanto de ver a alguien. A alguien tan extravagante y cabrón como el contable. Concluyó que hacía demasiado tiempo de eso, así que simplemente reunió la última gota de fuerza —de voluntad, de la otra no le quedaba desde hacía rato— para tirarse de cabeza dentro de la bolsa y empezar a engullir todo lo que no tuviera rastro del maldito queso. Después de un rato de comer, y sintiéndose ya más revitalizado, Akame contestó.

—No, no lo he visto por aquí —replicó, sincero—. Pues... No sé, joder. ¿Cómo son esas asambleas vuestras, normalmente? Imagino que si Zaide ya se ha ganado el puesto de Ryuuto, es suyo por derecho. Que Otohime le ponga el maldito sello, que se eche una siesta... Y todo solucionado, ¿qué hay que debatir?

Akame a veces pecaba de ignorante. ¿Sería aquella una de esas?

Money bufó.

—¡Que qué hay que debatil, dice! —exclamó, conteniendo una carcajada—. Y, viste, aquí no todos son tan calmaos como tú y yo. Kaido, mi blothel y mi confidente, pol ejemplo, es un tío con caráctel. Con pasión. Cuando descubla que Zaide le engañó yo no sé cómo va a reaccional, ¿viste?

Pero el que más le preocupaba era Ryū.

—Y Ryū, yo no sé si aceptalá esto así como así, pol más que sea la ley del dlagón. Mucha historia entle ellos dos, ¿viste? Demasiada. Yo no apostalía en contla de que lo mate nada más vel-lo. —Ah, no. El dinero era sagrado y no se tiraba así como así. Aunque bien era cierto que Ryū siempre había hecho lo que él creía lo mejor para la organización—. Y, pues, selía bueno hacel-le vel que en realidad es una victoria para él. Que Zaide no gana haciendo esto, sino que simplemente se rinde. Ryū ya quiso metel-le un día en esta nuestla olganización, ¿viste? Si se lo pintamos así…

Dudó.

—Además, Ryū siemple hace lo mejol pala esta nuestla olganización. Lo que él clee, al menos. ¿Sabías que cada año, en Despedida, elimina una debilidad suya? El año pasado fue el tabaco. ¡No mames, el tabaco! El tío hizo retrospección sobre sí mismo y llegó a la conclusión que dependía demasiado de los cigarros. No pol cuestiones de salud, no. ¡Polque le gustaban demasiado! ¡Y lo dejó de un día pala otlo, sin nicotina ni vaselina! ¡Y a tomal pol culo!

»Aunque eso no fue nada compalado con lo de años atlás… —se mordió la lengua, y miró a un lado y a otro.

Dudó. Dudó si debía contárselo o no.

«Kaido querrá matar a Zaide, Zaide querrá matar a Ryuu, Ryuu también querrá matar a Zaide...» Akame no tardó en comprender que la tormenta que se le avecinaba iba a ser más difícil de capear que simplemente ponerse un kasa de paja en la cabeza y tomar un chocolate caliente. En las próximas horas, algunos de los peores hombres libres de Oonindo iban a juntarse en la misma habitación, y de cómo se resolviese el desastre consecuente dependía todo. «¿Pero y qué cojones puedo hacero yo?», se preguntó sin remedio el joven criminal.

Sin embargo, Money tenía su propia idea acerca de cómo encarrilar el asunto. A Akame le pareció tan buena como cualquier otra en la que él pudiera pensar, de modo que le dedicó un simple asentimiento mientras seguía engullendo sus provisiones. Conforme su cuerpo regresaba a la vida, le resultaba más fácil pensar y la bruma que empañaba su mente se iba disipando. A punto estaba de aportar su visión del tema, cuando Money le confesó algo que le resultó muy intrigante...

—¿Qué pasó años atrás? —quiso saber, sin remedio, el Uchiha.

—Oh, no sé si… ¡No me quielas tilal de la lengua blothel! Pelo ya que insistes…

Money observó una última vez a sus alrededores para asegurarse de que no había nadie.

—Fue en Despedida del año 216, ¿viste? Yo no estaba todavía aquí, pelo esta nuestla olganización andaba de guerrillas contra Kurhebi, nuestlo enemigo aquí pa’ hacelse con el control de la melca. Algunos dicen que financiados desde arriba, allá en Kasukami, ¿viste?

Eso decían algunas lenguas. La mayor organización criminal de Kasukami le interesaba tener a un pequeño socio comiendo de su mano —Kurhebi—, y que no una banda independiente y rebelde se hiciese fuerte en Hibakari.

—Ibamos a revental-los, papi. A ellos… y quizá más allá —aseguró, misterioso—. Pelo entonces Zaide nos roba un gran calgamento de almas procedente de los Herreros, y, pues, nos deja en una situación bien jodida. Lo que iba a sel una revolución bien olganizada se queda en chapuza, pol no hablal de las példidas que supuso. ¡Solo cuando llegué yo pudo reveltilse!

No era por echarse flores… pero así había sido.

—Total, que al bueno de nuestlo Ryū le secuestlan a su esposa e hija. Su hija sanguínea, de veldad, no como Muñeca. Kurhebi estaba detrás de esto, claro, y citaba a Ryū, solo, en una clara tlampa y pidiéndole enolme botín.

»Pero ahí que va Ryū. ¿Qué iba a hacel sino? Eran sus dos glandes amoles, ¿viste? Así que cuando ya cayó en la trampa, y ve a su esposa e hija junto a los secuestradores, rodeado… Se da cuenta. —Su voz acababa de bajar a un susurro misterioso—. Se da cuenta que ama demasiado a su esposa y su hija. Se da cuenta que pol ellas, hizo una estupidez. Se da cuenta que…

»Son su mayol debilidad. Y ya sabemos qué hace Ryū con sus debilidades, ¿no? —Sonrió, y se inclinó hacia él para permitirse bajar todavía más la voz—. Así que nuestlo querido Ryū toma una decisión en aquel momento. ¡No te acelques más!, le glitan los enemigos. ¡Un paso más y las matamos! ¡El dinero! ¡El money! Ah, pero Ryū ya ha tomado una decisión. Sigue acelcándose. Y sigue, y sigue, y sigue…

»Hasta que aplasta la cabeza de su esposa con una Dai Tsuchi. Todos quedan palalizados, sin sabel que huevos había pasado. Su hija empieza a lloral. Desconsolada. ¿Pol qué lo has hecho, papi? ¿Pol qué? ¿Pol…? ¡No, pol favor! ¡No me mates! ¡Papi no me mates! ¡Pol favol!

¡Plash! Money golpeó la base de su puño contra la palma de su mano.

—Y Ryū la mata, ante la milada atónita del resto. Fue tan inespelado lo que acababa de ocurril, que Ryū aprovecha el momento pala matal a dos de los más fueltes. Ellos, viste, contaban que tenían el escudo de la familia de Ryū. Pelo ya no lo tenían, y Ryū les mató uno a uno. No con saña. Ni con furia. Simplemente les mató. Desapasionado. Flío como el hielo. Pelo dejó a uno —dijo, levantando un dedo—. Solo a uno, vivo. Pala que contase la historia. Para que narrase lo que allí había pasado. Así fue como me acabé entelando de lo que sucedió. Ryū, viste, nunca habla del tema. Tampoco es que sea el homble más habladol del mundo, claro.