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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#91
La sonrisa en el rostro del Ichibi desapareció. En su lugar, sólo quedó una mueca de absoluto desprecio. Aquellos dos ojos dorados les perforaron casi hasta el alma. Shukaku emitió una onda de chakra que, dentro y fuera de la dimensión interior, les hizo caer al suelo de culo.

—¡¡Insolentes!! No apreciáis el PODER ABSOLUTO de Shukaku, ¡EL MÁS GRANDE DE LOS BIJUU! —bramó—. Por ahora os dejaré vivir, porque en el fondo, soy benevolente. Pero todas las noches, acudiré a vuestros sueños. Poblaré en vuestras pesadillas. Oiréis mi voz diciéndoos "mátalo", "aniquílalo", y cuando despertéis, una parte de vosotros no será el mismo. Soñaréis con vuestro kage siendo aniquilado por mi poder durante AÑOS. JIAAAAJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIA...

Luego, el silencio y la negrura. Y luego...

Calor.

Sudaban, quizás por el fuego que consumía el edificio o por el fuego que les consumía por dentro. Algo había quedado claro: el Ichibi, o Shukaku, como se hacía llamar, no podía escapar por sí mismo, al menos, no si conseguían que no les influenciase demasiado. Otra cosa, sin embargo, también había quedado clara: a partir de ese día, sus noches de sueño se iban a volver un infierno.

Pronto, las preocupaciones supra-terrenales de Akame y Datsue se verían sustituidas, sin embargo. Por la escalera, se oían voces, y alguien trataba de subir, aparentemente esquivando trozos de edificio que se le venían encima.

—¡¡Rápido, Sennochi!! ¡Los jinchuuriki se han descontrolado! ¡Han matado a Zoku-sama!

—¡¡Deberíamos ir con nuestra familia, deberíamos irnos a casa, Sennochi!! Esto ha ido demasiado lejos.

—¿Qué? ¿Qué dices? —el otro ninja tenía un deje claramente marcado de temor en la voz.

—¡Zoku ha muerto! ¡Honestamente, tío! ¿Has visto en qué situación estaba la villa últimamente? Teníamos un puto grupo rebelde organizándose... La gente les cubre. ¡La gente les quiere! ¿Quién quería a Zoku?

—¡Yo... yo quería a...!

—¡¡No!! ¡Tú le temías!! Como todo el mundo.

Datsue y Akame debían de subir al tejado, antes de que fuese demasiado tarde. Allí, podrían comprobar el estado de la villa en estos momentos.

La gente corría por las calles. La gente gritaba, asustada. Pero también reían y celebraban, como si la muerte de Zoku fuese lo mejor que les había pasado. Sólo llevaban media semana con él en la villa, y sin embargo...

—Aquí no hay nadie —pudieron escuchar en el despacho—. Han huído, o han muerto con él. Mira, Yanmaru, si te digo la verdad, creo que nadie llegó a aceptar que fuese Uzukage.

—¿Y qué va a pasar ahora? ¡La gente está harta de cambios de líder! ¡Esto podría ocasionar una guerra civil! ¡Nada más llegar, Zoku asesinó a todo el Consejo de Sabios Uzumaki! ¡No hay consejo provisional! ¡El señor feudal fue arrestado y sustituido por otro afín a él!

—Yo también estoy cansado de todo esto. ¿Sabes qué? Espero que Sarutobi Hanabi consiga terminar de unir a los rebeldes en torno a él y se proclame Kage. Corren ciertos rumores...

—Oye, espera. ¿No has oído algo...?

Los Hermanos del Desierto debían de abandonar el tejado y huir a través del caos, si es que les quedaba alguna esperanza de sobrevivir.

Ahora eran libres, sí. ¿Pero a dónde huirían?

...¿tenían algo que podían llamar hogar, o estaba roto?
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#92
Akame estaba sentado —más bien derramado— sobre las tejas de la casa de Zoku. Del Kage al que acababan de asesinar. Le dolían todos los músculos del cuerpo, como si hubiese hecho un esfuerzo sobrehumano; pero también notaba un resquemor más potente y generalizado, como si acabara de salir de una tinaja de agua hirviendo. Se miró el brazo derecho y pudo comprobar, con horror, cómo tenía la piel ligeramente calcinada.

«Por Susano'o... ¿Qué demonios...?»

De repente oyó un ruido delante de él y vio a su compadre —ahora Hermano— Datsue escalar de la misma forma que él lo había hecho. A Akame se le heló la mirada cuando vio lo que el otro traía en las manos.

Datsue-kun... Hemos... Hemos matado a un Kage... —balbuceó el Uchiha, como si todavía no fuese capaz de creerlo—. ¿Qué... Qué vamos a hacer ahora?

Unas voces interrumpieron la conversación. Pese al caos generalizado, los gritos, el fuego y el humo, Akame pudo distinguir cada palabra a la perfección. De aquella conversación le quedó un nombre; «¿Sarutobi... Hanabi?» Era el último candidato para Uzukage. Aquel que había recabado menos apoyos.

Incluso en semejantes circunstancias la ironía de la situación no se le escapó al Uchiha, que no pudo contener una carcajada amarga y seca como la risa de un perro callejero.

Vámonos...

El edificio pronto se vendría abajo, a juzgar por los daños y las llamas que lo consumían, y quién sabe lo que podría ocurrir si algunos de los guardaespaldas de Zoku los encontraban allí. Akame se incorporó con dificultad y caminó hasta el borde del tejado. Oteó el edificio más próximo y saltó hacia su tejado.

Una vez allí quiso seguir huyendo, quiso volver a casa, pero...

Espera, Datsue-kun... No podemos volver a nuestras casas —dijo de repente Akame—. Puede que... Puede que los hombres de Zoku las tuviesen vigiladas, para protegernos —el Uchiha matizó la ironía de aquella palabra—. Tenemos que encontrar otro lugar seguro...

»Vayamos a la residencia de los Sakamoto.
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#93
Y allí estaba la verdadera cara del Ichibi. De Shukaku, como ahora se hacía llamar. ¿Cómo Datsue había llegado a pensar que realmente se contentaría con matar a Zoku? ¿En qué triste momento la ingenuidad se había colado por sus venas para aflorar tal estúpido pensamiento? No lo sabía, pero si algo tenía claro, era que, al menos con Shukaku, no cometería otra vez el mismo error.

Pero no había tiempo para las lamentaciones, ni para compadecerse en el dolor, y ni mucho menos para preocuparse de problemas que acudirían a ellos en estado de ensoñación. Ahora tenían problemas mucho más inmediatos.

El balbuceo de Akame, que se preguntaba cuáles debían ser sus próximos pasos a seguir, se vio interrumpido por voces que provenían de la habitación. Ninjas de Uzu. «No… Ninjas de Zoku»

El Uchiha contuvo la respiración mientras oía todas y cada una de las palabras de aquel par de shinobis. Estaban asustados, confusos. No tenían una cadena de mando clara a la que seguir. No con Zoku muerto. No con el descontento de la gente, y, al parecer, cierta rebelión que Sarutobi Hanabi llevaba cocinando desde hacía un tiempo.

Sabe los Dioses por qué, a Akame le resultó gracioso; y sabían los demonios sus razones, decidió expresarlo en forma de carcajada. Datsue tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no pegarle allí mismo un guantazo. ¿¡Es que quería conseguir que los matasen, o qué!? Temeroso de que les hubiesen oído, Datsue saltó a la par que su compañero al tejado más cercano, mientras contemplaba desde lo alto la Villa.

La Villa de los Cerezos. La Villa del Remolino. La Villa de enormes jardines, blanca arena en sus costas, y aire puro. Nada quedaba ya de eso. Ahora, simplemente había caos. Gente riendo. Gente llorando. Alegre. Histérica. Confusa. Desolada. «Si Shiona levantase cabeza…»

Espera, Datsue-kun...

La voz de su hermano le detuvo de pronto. Había caído en algo. Algo en lo que a Datsue ni se le había pasado por la cabeza: no podían volver a casa. Aquel sería el lugar, por irónico que pudiese parecer, menos seguro para ellos en aquellos momentos. No, debían encontrar un lugar más seguro, y aquel lugar debía ser…

Vayamos a la residencia de los Sakamoto.

Datsue pareció atragantarse con algo.

¿Más seguro para quién, cabrón? —preguntó con voz aguda—. ¿Sabes las ganas que me tienen después de lo de la revista? —Había mancillado el nombre de Noemi. Lo había mancillado de la peor forma posible que un padre podía ver para su hija. O eso, al menos, creía Datsue. Y, sin embargo…, ¿a dónde iban a ir sino? Los Sakamoto eran una familia de prestigio y cierto poder en la Villa. Y habían sido siempre leales a Yakisoba. A Datsue no se le ocurría mejor lugar para refugiarse después de lo que acababan de hacer. Ni ninguno que se le aproximase remotamente—. Está bien, joder, está bien —aceptó, mientras era él mismo quien comenzaba la carrera, a través de los tejados, en dirección a la residencia Sakamoto—. Pero hablas tú —sentenció, mientras saltaba otro tejado—. Hablas tú.
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Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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#94
Los Uchiha saltaron de tejado en tejado, en dirección, parece ser, a la residencia de la familia Sakamoto. Por el camino, tendrían que bajar a la calle para cruzar el Jardín de los Cerezos (si no querían rodearlo saltando de azotea en azotea, lo que probablemente sería peor). No había nadie en los alrededores, pero cuando bajaron, algo blando y grande que salió de un callejón paralelo al último tejadillo que habían cruzado les agarró y los hizo adentrarse en la oscuridad.

—Ssssh. En silencio ahora, ¿eh? No levantéis la voz —dijo una voz conocida—. No somos enemigos. Repito: no somos enemigos.

»¿No creéis que es un poco estúpido querer pasar desapercibidos después de matar al kage si os paseáis con su sombrero de un lado para otro?

Ahora vieron lo que les había estado sujetando: una mano gigante. La extremidad se hizo más pequeña y más pequeña hasta revelar a su dueño. Su dueño era...

...Akimichi Yakisoba.


· · ·


Al menos, eso era lo que en un principio había parecido, de noche, en un callejón oscuro. Pero ante una inspección más calmada, uno encontraba diferencias evidentes. Por ejemplo, medía bastante menos, estaba bastante menos gordo, y parecía bastante más joven.

—Mi nombre es Akimichi Katsudon. Hijo de Akimichi Yakisoba, y orgulloso integrante del antiguo equipo seis. Creo que ya los conocéis. —Señaló hacia atrás.

Si a Akame o a Datsue le hubiesen preguntado si existían los muertos vivientes, en aquél momento habrían contestado con un sonoro y sincero . Allá estaba Yotsuki Raimyogan, observándolos con una media sonrisa, y más atrás, el mismísimo Chae.

—Parece que érais menos leales a Zoku de lo que pensábamos —dijo Chae, esta vez sobrio—. Yotsuki Chae, a vuestro servicio.

—No sería capaz de matar a mi Hermano, chicos.

Katsudon asintió con rotundidad.

—Y luego, cómo no, está nuestro sensei.

De las profundidades del callejón emergió otra figura, delgada, pero alta e imponente. Emanaba un aura regia que los dos Uchiha sólo habían visto en una persona: en la antigua kage, Shiona. Vestía un kosode blanco, unos hakama gris, un cinturón rosa cerezo y una fina túnica sin mangas de un color gradiente de naranja a amarillo. Su cabello era de un dorado intenso, y sus ojos, naranjas, brillaban como el fuego.

—Me llamo Sarutobi Hanabi —dijo, serio—. Venid, creo que tenemos mucho de qué hablar.


· · ·


Les habían conducido a una casa cercana. Una vez allí, habían descendido por unas escaleras, y ahora se encontraban en un sótano, sentados alrededor de una mesa redonda.

Les contaron todo lo que Zoku había hecho en la villa, aunque ellos ya se habían enterado mucho antes, de boca de otros. De cómo había aniquilado a todo el Consejo. De cómo había ejecutado a todo aquél que osaba mostrar oposición contra sus ideas en público.

Les dijeron que ellos sabían la verdad, que habían intentado difundirla, y que Zoku estaba aplicando una dura represión sobre la Espiral.

—Al final, las fotos de ese informador anónimo han salvado a la verdad —aseguró Hanabi—. Y ahora decidme, ¿qué os hizo Zoku para volveros de su parte? ¿Por qué os habéis puesto en su contra de golpe? Porque entiendo que hubo un momento en el que estuvisteis con él. Si no, os habría matado.

»Salisteis de Uzushio con Gouna y volvisteis con Zoku con un bijuu dentro. ¿Sólo lo habéis matado porque se os ha descontrolado el bijuu, y ahora intentáis huir?

»Os estoy dando oportunidad de explicaros. Me he explicado yo primero, y he pretendido sonar sincero. Ahora quiero que vosotros me contéis lo que queráis contar.

»Y si queréis un trago, no tenéis más que pedirlo.
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#95
Ambos Uchihas aterrizaron en el suelo como gatos callejeros, dispuestos a cruzar el Jardín de los Cerezos bajo el resguardo de la noche. Todo estaba en calma. Todo estaba tranquilo…

… Demasiado tranquilo.

¡Ugh!

No se lo vio venir. De pronto, como una puñalada en la espalda provocada por tu mejor amigo, una zarpa le atrapó. Una gigantesca mano que no tendría dificultad alguna en silenciarles para siempre. ¿Así sería su triste final? ¿Morir tras haber logrado matar a un Kage? ¿Tras, por una vez en su vida, haber hecho lo correcto?

—Ssssh. En silencio ahora, ¿eh? No levantéis la voz.

«Ya… Yaki… ¿Yakisoba?» No pudo ni pronunciar su nombre. No le salían las palabras. ¿Cómo era posible? Después de todo lo que les había contado Zoku… ¿Acaso la jugarreta se la habían hecho a él? ¿Acaso Gouna seguía también viva? Por un momento, se permitió tener esperanzas. Por un momento, creyó que todo podía salir bien.

Luego se dio cuenta que aquel no era Yakisoba, y las sombras volvieron a teñir su corazón.

No. Era parecido. Casi idéntico. Una versión rejuvenecida de lo que había sido. Pero no era él. El alma se le cayó a los pies, pese a que el hombre se proclamó como el hijo del Akimichi que una vez habían conocido. Lo triste era —y ahora Datsue se daba cuenta—, que la mayoría de recuerdos que compartía con Yakisoba, eran, en realidad, un embuste. Pues Zoku le había suplantado en la mayoría de ellos.

Pero a partir de aquel momento, las sorpresas se sucederían unas a otras. Cuando ambos Uchihas se dieron la vuelta a petición de Katsudon, se sorprendieron al ver lo que tenían ante sí. Datsue, de hecho, se sorprendió tanto que terminó con la boca desencajada y la piel púrpura, como si estuviese viendo un fantasma.

Era Chae, el borracho que Raimyogan había asesinado, que también estaba.

Fue entonces cuando lo comprendió todo —o, más bien, una parte del entresijo—, y se encontró a sí mismo sonriendo. Recordó como, horas antes, había teorizado con que aquel asesinato hubiese sido un montaje orquestado por el propio Zoku para ponerles a prueba. Resultaba que al final sí había sido un montaje… aunque no en el modo en que se hubiese imaginado. Ni muchísimo menos.

—Y luego, cómo no, está nuestro sensei.

Aquella noche estaba plagada de gritos, carcajadas y chillidos de histeria. Pero, por un momento, se hizo el silencio. Apenas fue un segundo. Un simple pero cargado instante, como el silencio antes del trueno. Y entonces surgió de entre la oscuridad: imponente, regio, firme. Derrochaba esa clase de carisma que solo los líderes natos poseían. Esa capacidad para hacer callar sin decir nada. Esa capacidad para transmitir sin pronunciar una sola palabra.

Le recordó a Shiona.

—Me llamo Sarutobi Hanabi —dijo, serio—. Venid, creo que tenemos mucho de qué hablar.

· · ·

Les habían explicado todo. Lo que ya sabían. Lo que se podían imaginar. E incluso lo que no. El Uchiha se encontraba, simplemente, estupefacto. Pero su lengua iba a tener que salir una vez más en su defensa. Una última, al menos aquel día. Pues, como era lógico, ellos también querían respuestas.

Agradecería un trago de agua, sí. —Fue lo primero que pudo decir. Tenía la boca seca, no solo por los nervios y el cansancio acumulado, sino también por tanto humo que se había tragado minutos atrás.

Cuando le trajeron el agua, dio un largo sorbo, mientras ordenaba sus ideas. Mentir, por descontado, había quedado descartado. No merecía la pena, ni iba a salirle bien de intentarlo. Quedarían demasiados cabos sueltos. Cabos sueltos que shinobis como ellos no tardarían en ver.

No, en aquella ocasión Uchiha Datsue contaría la verdad. Solo y nada más que la verdad.

No, no se nos descontroló —el Uchiha optó por responder una de las últimas preguntas, directo al grano, mientras sentía cómo el corazón se le descontrolaba por puros nervios—. A ver… Esto… Por el principio, sí.

»Volvíamos con Yakisoba del viaje que habíamos hecho —recordar todo por lo que habían pasado y poner orden a sus pensamientos le estaba resultando mucho más difícil de lo que le había resultado jamás—. O quienes creíamos era Yakisoba. Nos preguntó por Gouna. Quiso interesarse sobre la opinión que teníamos de ella. Creo que nos hizo algún tipo de fuuinjutsu, porque tuvimos que decirle toda la verdad… sin filtros. Verá, Akame y yo… —No sabía cómo continuar a partir de aquel punto. Dijese lo que dijese, no había manera de endulzarlo—. Bueno, teníamos ciertas dudas sobre ella. Somos gente demasiado escéptica, y nos resultaba rara su… entrada. Su coronación. Se lo soltamos todo, y entonces él se descubrió. Nos dijo que llevaba suplantando a Yakisoba desde hacía un tiempo. Que Gouna estaba a punto de morir envenenada por él. Que ambos habían atentado contra su vida, y no él contra la de ella anteriormente. Y que eran unos traidores que habían tratado de quitarle del medio para hacerse con el poder —desvió ligeramente la mirada hacia Katsudon, y luego la retiró, avergonzado, de nuevo a la mesa—. He de confesar que… que no le costó demasiado convencernos —¿Se estaba pasando de sincero? El Uchiha empezaba a creer que sí, pero ahora que había empezado ya no podía parar. Era su forma de calmar los nervios: hablar, hablar y hablar—. No paraba de lanzarnos argumentos que alimentaban nuestras propias dudas… Nuestras propias teorías. Encajaba todo tan bien. Tenía todo tanto sentido… Incluso nos dijo que tenía al Consejo y al Señor Feudal de su parte. Joder, fuimos estúpidos —dijo, en un nuevo arrebato de sinceridad—. Le creímos. Le creímos como imbéciles.

»Luego fue cuando nos puso un Vínculo de Sangre. Nos hizo jurar que le obedeceríamos, hasta que sus palabras o acciones fuesen en contra de la Villa. También que no revelaríamos nada de la muerte de Gouna ni Yakisoba, y que seríamos fieles a los intereses de Uzu. Y ahí nos selló al bijuu. Días más tarde despertamos. O sea… esta mañana —¿Había pasado tan solo un día? El Uchiha no daba crédito. Habían sucedido tantas cosas…—. Empezamos a ver… cosas. Cosas que no nos gustaron, como el asesinato de… Bueno —miró a Chae—, tu falso asesinato. Zoku nos aseguró que iba a controlarlo todo sin más muertes. Incluso te criticó, Raimyogan, por haber matado a tu compañero sin consultarle. Sin dialogar.

»Pero ahí nosotros ya empezábamos a tener nuestras dudas. Y luego… —un escalofrío recorrió su espina dorsal de solo recordarlo—, llegó el Ichibi. Se comunicó con nosotros mientras dormíamos. Nos contó cosas… Nos hizo ver otras… Joder, dicho así parece que nos dejamos convencer por el primero que pasa —soltó, avergonzado—, pero realmente empezamos a creer que Zoku no había sido tan trigo limpio como nos hizo creer. Y luego… —Joder, eran demasiadas cosas y se estaba saltando muchas otras, pero ahora solo podía continuar sin mirar atrás—, el Ichibi nos dio una idea: proponerle un Pacto de Sangre a Zoku, con la intención de comprobar si realmente todo lo que nos había dicho era verdad.

»Fue ahí cuando Zoku apareció en nuestros sueños… En esa… dimensión en la que nos encontrábamos. Lo aceptó todo. Lo confesó todo. Y aún así nos ordenó que siguiésemos siendo los esclavos en los que nos había convertido —Los nudillos de Datsue, bajo la mesa, crujieron. Todavía le invadía la rabia cuando lo recordaba, a pesar de saber que ya estaba muerto—. ¿Qué podíamos hacer? —preguntó, con un hilo de voz—. Nos enseñaron desde pequeños a obedecer órdenes… Pero aquel… aquel hijo de puta —masculló con rabia, sin poder contenerse—, no solo acabábamos de descubrir que había asesinado a Gouna por nada. Y a Yakisoba. Sino que era un traidor que se estaba cargando el legado de Shiona con sus malas decisiones. Así que… Así que… Bueno, el Ichibi nos había propuesto ayudarnos. Nos había dicho, incluso, que desharía el Vínculo de Sangre antes de hacerlo. Y que nada malo le pasaría a la Aldea. Ni siquiera tendríamos que deshacer sus cadenas.

»Entonces tomamos una decisión... y el resultado de esa decisión nos llevó hasta aquí.

Se había vaciado por completo. Ahora que la repasaba mentalmente, la respuesta no había sido todo lo buena que hubiese querido. Ni lo suficiente elaborada, ni hilvanada. Pero ya no se sentía ni con fuerzas de añadir ni una sola coma más. Simplemente, se había vaciado.
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#96
Cuando Akame notó cómo algo o alguien extremadamente fuerte le envolvían, pensó que había llegado el fin. Se sorprendió a sí mismo al entender que no era una sensación de miedo o congoja lo que sentía, sino alivio. Zoku estaba muerto y nadie podría jamás revertir eso, lo que significaba que... «Koko-chan está a salvo».

De repente oyó una voz y vio un rostro. Se le heló la sangre en las venas.

Tú... Tú estás... ¿Estás muerto?




La mayoría de gente en Uzu recordaría bien aquella noche, incluso cuando hubiese pasado mucho tiempo y la memoria colectiva empezara a fallar. Seguramente se referirían a ella por muchos nombres, todos relacionados con la muerte del Uzukage y sus imprevisibles consecuencias, que rajarían de arriba a abajo una nación ya devastada por la traición y las guerras fratricidas.

Sin embargo, para Uchiha Akame aquella noche sería siempre la noche de los muertos vivientes. No sólo aquel tipo que les había agarrado por sorpresa y arrastrado a un callejón se parecía endemoniadamente al difunto Yakisoba, sino que además el borracho del puesto de ramen, Chae, tampoco había cruzado las puertas del Yomi. Puede que para muchos ninjas veteranos aquello fuese algo dentro de lo común, pero para el joven gennin fue una bofetada de realidad... Con una manopla de acero y tachuelas de treinta kilos.

«Todos... Nos han engañado desde el principio. Zoku, Chae y Raimyogan, el Ichibi... Todos nos la han jugado. ¿Tan estúpidos somos? ¿Realmente lo somos...?»

Vio entonces a Sarutobi Hanabi, con aquel carisma irresistible y aquel magnetismo personal que le habían valido un puesto en la carrera por el sombrero de Kage. La ironía de la situación era insoportable, como una losa de piedra que le cayera a uno sobre los hombros.

Los últimos serán los primeros... —soltó entre dientes el gennin.

Hastiado del fuego, el humo y los gritos —también los de Zoku mientras su carne se quemaba— y demasiado agotado como para sorprenderse, Akame se limitó a asentir con gesto ausente y seguir a los shinobi. Mientras caminaban el Uchiha daba vueltas y más vueltas a todo tipo de pensamientos funestos...

«¿Nos matarán? ¿Nos interrogarán? ¿Nos interrogarán y luego nos matarán? ¿Estará realmente la familia Sakamoto a salvo?»




Los ojos del jovencito Akame se mantenían fijos en algún punto frente a él, situado entre la mesa y el torso de Hanabi. Ya no eran rojos —y lo poco que quedaba de ese color se debía al humo— y el Sharingan se había escondido en los pozos de petróleo de sus iris. Transmitían una sensación de profunda desesperanza, de abatimiento sin par.

Mientras caminaban acompañados del antiguo equipo seis, el Uchiha iba cayendo poco a poco en una espiral de pesimismo y malos presagios. Con cada escalón que bajaban hacia el sótano, Akame se sentía a sí mismo descender en el pozo de la oscuridad.

¿Realmente estaba su amada a salvo?

A su lado, Datsue hablaba. Akame siempre había agradecido tener a aquel muchacho de compañero, precisamente porque era todo un maestro en lo que a él peor se le daba; la charla. Él no estaba prestando atención, sin embargo, porque conocía el relato; y aun así algunas palabras llegaban hasta sus oídos.

«Fuimos estúpidos»

«Vínculo de Sangre»

«Nos dejamos convencer por el primero que pasa»

«Sino que era un traidor»

«Traidor»

«Traidor»

«Traidor»

«Traidor»


¡BAM!


Akame acababa de pegar un fuerte puñetazo a la mesa con la mano derecha. Entre sus dedos se escurrían unos hilillos de sangre producto de las heridas que se había hecho al apretar tanto los puños. Tenía los labios fruncidos de la tensión.

No soy un traidor —afirmó, tajante, y su mirada buscó los ojos del Sarutobi—. No somos unos traidores.

Entonces abrió la mano y la dejó boca abajo sobre la mesa. La madera se manchó con su sangre y Akame agachó la cabeza, con aquella breve chispa de firmeza esfumándose tan rápidamente como había venido.

¿Qué va a pasar ahora?
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#97
Todos los presentes se tensaron durante el relato, y lo hicieron aún más cuando Akame perdió los estribos y, sangrando en el proceso, había golpeado la mesa con desesperación. Sin embargo, no dijeron ni una palabra. Ninguno, menos Hanabi, que tenía la voz cantante.

—Akame-kun, tranquilo. Creo que lo que esta villa necesita es mirar para adelante y olvidar los fraticidios. Daigo y Shiona nos han convencido a título póstumo que su manera de llevar el gobierno era la adecuada. Necesitamos paz. Habrá paz. Creo en vuestras palabras. No teníais otra opción.

»Eso sí. Aunque ciertamente nos haya facilitado mucho las cosas esta vez, quiero pediros que nunca, nunca, nunca jamás os dejéis convencer de nuevo por ese bijuu. Por favor. Esta villa podría haber vivido una desgracia mucho mayor de la que ya está viviendo.

—¿Qué va a pasar ahora?

—Ahora, restableceremos la paz, la ley y el orden. —Quien habló bajaba por las escaleras. Era un hombre de unos cuarenta años, de pelo cano y ojos púrpuras que vestía una larga túnica negra y ceñía a la cabeza una bandana carmesí sin ningún tipo de adorno ni placa que le identificara como shinobi de ningún país—. Hay algo en lo que os contó Zoku que era verdad, claro.

»Tenía al Señor Feudal de su parte. Mientras estaba de viaje con mi hijo, alguien falseó una orden y tiró del hilo correcto.

»Ahora ambos están muertos. Confío en que las gentes de la villa todavía reconozcan y respeten la figura de su legítimo Señor.


Sonrió afablemente, torciendo el rostro, y terminó de bajar las escaleras, despacio como le correspondía a alguien de su edad. Se plantó frente a Datsue y Akame, y les ofreció la mano.

—Me llamo Uzumaki Rasen —dijo—. Encantado de conoceros.
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#98
El repentino arrebato de Akame hizo que se sobresaltase sobre la silla. Su compañero de clan no solía prodigarse mucho en palabras, siendo más bien de naturaleza lacónica y reservada. Pero cuando quería dejar las cosas claras, lo hacía, sin necesidad de soltar una verborrea como hacía Datsue. Y lo cierto era que ni mil palabras lo hubiesen dejado más claro...

No, ellos serían muchas cosas, pero no traidores.

Gracias a los Dioses, Sarutobi Hanabi les creyó, y Datsue se encontró a sí mismo suspirando de puro alivio, como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Sus hombros, antes caídos, se atrevieron a recuperar su posición original. E incluso sus ojos se aventuraron a abandonar la fría y dura mesa en la que habían estado fijos la mayor parte del tiempo.

Más tarde asintió, con más ahínco y energía del que hubiese sido necesario, cuando les pidieron que no volviesen a utilizar el bijuu. Ni le costaba obedecer aquella orden, ni tenía pensado hacerlo aunque no se lo hubiesen prohibido. Por él, como si no volvía a saber nada de él en su vida. «Pero mucho me temo que no será así...»

¿Debía contarles sobre el Shukaku? ¿Debía contarles las pesadillas a los que estarían sometidos a partir de entonces? El Uchiha no creyó que fuese el momento adecuado. No ahora que confiaban en ellos. Y no, justamente ahora, que el mismísimo Señor Feudal se acababa de presentar ante ellos.

El Uchiha se levantó como un resorte. Estaba, ni más ni menos, frente al hombre más importante de todo el país. Hizo una florida —o lo más florida de lo que fue capaz, dados los nervios— reverencia, y fue entonces cuando se dio cuenta de que una mano se extendía hacia él…

Datsue se la estrechó más por instinto que por pensarlo, porque, de haberlo pensado, jamás se hubiese creído que aquella mano iba dirigida hacia él. Él, un pobre muerto de hambre que había emigrado a tierras tintadas por el cerezo para buscarse la vida. Un simple gennin. Un don nadie. Sin nombre. Sin familia de alta alcurnia que le posicionase. Y allí estaba, frente al mismísimo Señor Feudal.

Meses más tarde —incluso semanas después—, el Uchiha se lamentaría de no haber aprovechado mejor aquella ocasión. Tener acceso al Señor Feudal era tener abiertas las puertas a cualquier negocio que se le ocurriese, por pintoresco, extravagante o de dudosa legalidad que fuese. Pero, en vez de tratar de caerle bien, en vez de soltar alguna frase ocurrente, tan solo pudo esbozar una sonrisa boba y, en el último momento, añadir:

E-el placer es mío, Rasen-sama.«¿El placer es…? ¿¡El placer es…!? ¡Pareces Akame, maldita sea!»
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#99
La respuesta de Hanabi le cayó encima como un jarro de agua fría. Era consciente de que se había propasado frente a varias personas que —muy probablemente— constituirían una parte importante de las altas esferas de poder de la nación en los próximos tiempos. «Estúpido», se recriminó a sí mismo. Y aun así, no pudo evitar sentir un escozor insano en el estómago mientras escuchaba aquella misma palabra repetirse una y otra vez en su cabeza.

Pero los dioses estaban a punto de sonreírles, porque el Sarutobi aceptó la explicación de Datsue sin reservas y perdonó el desplante de Akame como si no hubiese ocurrido.

Justo en ese momento hizo su aparición en escena otro hombre, mucho más mayor que el resto y con una mirada que delataba que también era más sabio. Akame no lo reconoció al momento —jamás en su vida se había codeado con gente tan importante como en la última semana—, pero cuando el tipo se presentó, no pudo evitar levantarse de un salto.

Era el mismísimo Daimyō de Uzu no Kuni.

El placer es nuestro, Uzumaki-sama —secundó Akame a su compadre—. Uchiha Akame.

Le estrechó la mano al Señor Feudal y luego hizo una profunda reverencia. O, al menos, todo lo profunda que le fue posible sin caer al suelo por el mareo y el agotamiento.
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Rasen rechazó formalmente los gestos de sumo respeto que los genin estaban mostrándole, enseñándoles la palma de la mano a modo tranquilizador.

—Oh, tranquilos, tranquilos —dijo, afable—. Guau. La verdad, espero que los demás habitantes de Uzushiogakure me tomen tan en serio como vosotros cuando anuncie que Hanabi-kun será el nuevo Uzukage.

Los ojos del Daimyo fueron a parar entonces a Datsue, y brillaron a la luz de la lámpara con astucia.

—Por cierto, muchacho. Creo que eso que sostienes en la mano no te pertenece. —Señaló al sombrero de Uzukage que, para sorpresa de todos los presentes, quizás demasiado absortos en el grueso de los problemas de la aldea, todavía sujetaba el Uchiha en su mano derecha. Extendió la mano para cogerlo.

Se acercó a Hanabi y le plantó el sombrero en la cabeza.

—Mañana zanjaremos todo esto con celeridad —dijo—. La mayoría de los shinobi de la aldea se arrojarán en brazos de la paz. Evidentemente, la transición no va a ser fácil —negó con la cabeza—. Pero tarde y temprano la gente que todavía tenga ánimos para cuestionar el nuevo mandato se cansará. Todo el mundo tiene familia y amigos con los que compartir la alegría de la vida y la paz. Con Shiona tuvimos de eso, mucho de eso. La mujer sobrevivió a toda una generación, y la siguiente creció bajo sus ideales. Sospecho, incluso, que si no hubiera muerto en combate, me habría sobrevivido hasta a mí.

Rasen se permitió reír un rato.

—Cuando pruebas la paz, sólo te hace falta un sorbo de guerra para anhelarla desesperadamente. Cuando vives en el orden, un sólo vendaval caótico te hace querer formar en fila de nuevo, y vivir tranquilamente. Esa es la verdad.

»El caos es atractivo y, permítanme la vulgaridad, incluso sexy. Pero solo han hecho falta tres días de Zoku para que todo el mundo eche de menos cualquier otra cosa. Sus argumentos, en saco roto.


—Akame-kun. Datsue-kun. Antes de nada, tenéis que tener en cuenta una cosa —intervino Hanabi—. Debéis saber que anunciaremos lo que os ha hecho Zoku. Si se enteran más tarde, van a pensar que sellamos al Ichibi nosotros mismos.

»Sin embargo, la versión oficial de los hechos es que Rasen-sama dio la orden de ejecutar a Zoku él mismo. Vosotros sólo érais rehenes. ¿Me habéis oído? Víctimas. Nos conviene, os conviene, y conviene a la aldea que sea así.

»¿Alguna objeción?


—Es lo que hemos planeado, pero no queremos daros la sensación de que os estamos manejando igual que Zoku. Si tenéis algo que contradecir al respecto, decidlo ahora.
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El Uchiha no abandonó su formal postura —incluso pese a la petición de Takaku— hasta pasados unos instantes. Quizás era un mero reflejo instintivo, un mecanismo de su cerebro que se había activado al entender que su supervivencia pendía de un fino hilo. O, al menos, eso pensaba él. Porque aunque el "antiguo grupo seis", Sarutobi Hanabi y hasta el mismísimo Daimyō fueran todo un dechado de amabilidad y buenas palabras para con ellos... La verdad era que Akame ya no se fiaba de ninguno. No se fiaba de nadie. En su cabeza no podía hacer más que repetir todas las mentiras que Zoku les había contado, todas las veces que les había manipulado. Y siempre concluía con la misma respuesta para sí.

«Nunca más».

Terminó su vaso de agua —que le supo a gloria— y escuchó con toda la atención que fue capaz de poner los planes que les relataba el Daimyō de Uzu no Kuni. No se sorprendió cuando el viejo les anunció que Hanabi sería el Rokudaime Uzukage; «¿o es el Gondaime?» Había perdido la cuenta.

Entonces llegó el momento de las mentiras. De más mentiras. Ahora tocaba decir que había sido en realidad aquel grupo rebelde el que asesinara a Zoku, y que ellos dos habían sido meros gennin desvalidos que —por conclusión lógica— debían estar ahora profundamente agradecidos a sus rescatadores. En un primer momento el Uchiha quiso levantarse de la mesa y escupirles en la cara; a Hanabi, al Daimyō y a todos aquellos condenados tipos.

¡Pues claro que ninguno de ellos había tenido las pelotas de liquidar al Uzumaki! ¿Cómo se atrevían siquiera a sugerir algo así? ¡Habían sido Akame y Datsue! ¡Los Uchiha! ¡Los mejores de su generación! ¡Los jinchuuriki del Ichibi! ¡Los Hermanos del Desierto! Y serían ellos los que tuvieran que pagar el precio. «Ojalá pudiérais robarnos no sólo la gloria y la fama, sino también las pesadillas que nos atormentarán el resto de nuestros días... ¡Malnacidos!»

Bajo la mesa, el joven apretó los puños. Si algo de lucidez quedaba en su castigada mente debió de aflorar en ese mismo momento, porque Akame finalmente se mordió la lengua y simplemente asintió. Estaba demasiado cansado, demasiado hastiado de intrigas políticas y sombreros cambiando de dueño, y posesiones demoníacas, y muerte y sangre y fuego. Además, no podía obviar que a Zoku —con total seguridad— todavía le quedarían partidarios en la Aldea. Si se corría la voz de que habían sido ellos dos sus asesinos, probablemente no tardarían en sufrir un desgraciado accidente.

Sólo una cosa.

La voz le salió sola, firme, serena. Cuando se escuchó, no se reconoció a sí mismo.

No más purgas. No más persecuciones... —por su tono aquello no parecía ni una súplica ni una exigencia, sino un término medio entre ambos—. Estoy cansado de esta mierda. Del olor del miedo en el aire. Del sabor de la sangre.

»Si matamos a Uzumaki Zoku fue para proteger a aquellos que amamos. Para hacer lo correcto —el Uchiha miró de soslayo a su compañero—. Mucha gente ha muerto... No más.
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Oh, sí, perdone —se excusó Datsue, cuando el Señor Feudal le pidió el sombrero de Uzukage. A decir verdad, hasta él mismo se había olvidado de que lo tenía, manteniéndolo sujeto más bien por puro acto reflejo—. Lo tomé para que no se… destruyese con el fuego.

El sombrero pasó de sus manos al Señor Feudal, y de éste, a la cabeza de Sarutobi Hanabi. Así de fácil fue.
«Hmm… A mí me sentaba mejor» Un comentario crítico que tuvo a bien no verbalizar.

Seguidamente, trató de poner toda su atención en lo que decía el Daimyo. Estaba cansado. Muy cansado. Habían pasado por un horror inimaginable. Habían descubierto que tenían una bestia en su interior. Habían matado a un Kage. Y habían visto coronarse a otro. Demasiadas emociones fuertes en un mismo día. Pero aún así, se obligó a escucharle, y a grabar a fuego en su mente cada palabra que decía.

El Uchiha abrió la boca en cierto punto. Concretamente, cuando Hanabi les indicó que no se sabría que habían sido ellos los asesinos de Zoku. Un shinobi modesto, que valorase la tranquilidad y la calma, hubiese asentido con alegría ante tal noticia. Un shinobi con un código de moral tan férreo como el de un samurái, hubiese bajado la mirada, avergonzado, pero agradecido al mismo tiempo. Matar a un Kage, por muy traidor que pudiese ser, no tenía demasiado de honorable.

Pero Uchiha Datsue no era ninguna de las dos cosas. Él era un shinobi vanidoso, presumido y al que le gustaba vanagloriarse. Durante aquellos días, el miedo, la tensión y el terror habían mantenido a raya su verdadera naturaleza. Pero ahora que ya empezaba a encontrarse a salvo…

«Pero, ¿cómo estrenaré entonces mi nuevo apodo: Datsue el Matakages? ¡Esto es una estafa! ¡Se suponía que si uno hacía las cosas bien, al final se vería recompensado!»

Sí, tienes razón, Akame —dijo, expresando su acuerdo con su compañero. No debía haber más muertes. Pero aquello era lo obvio, en lo que todo el mundo, ahora sí, parecía estar de acuerdo. Pero el Uchiha pensaba distinto en otra cosa…—. Y respecto a lo que nos dijo, Hanabi… Hanabi-sama —se corrigió al instante, al recordar que ahora no era tan solo un jounnin, sino el mismísimo Uzukage—. Bueno, más que una objeción, me gustaría compartir una opinión con ustedes —se pasó la lengua por los labios—. Verán… si algo creo he aprendido este día, es que las mentiras no llegan a ninguna parte. Tarde o temprano, acaban saliendo a la luz, como se ha podido comprobar hoy. Lo que quiero decir es… Entiendo que pueda ser bueno mentir sobre el verdadero autor del asesinato de Zoku —Ellos se llevaban la gloria y los vítores por héroes, y reforzaban su posición bajo el sombrero. Datsue y Akame, por otra parte… ¿En qué les beneficiaba a ellos? Semanas más tarde, hablando con su compadre, el Uchiha se daría cuenta de algunos puntos a favor sobre aquello. Pero, en aquel momento, simplemente no veía ninguno. No ahora que Zoku iba a quedar como el traidor que había sido—, pero considero que puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Quizá alguien nos vio. Quizá incluso tomó justo una fotografía en ese momento, como ese informador anónimo. O los guardias —se acordó Datsue, de pronto—. Entraron dos guardias justo cuando salíamos de la habitación. Juraría que no nos vieron… pero no podría poner las manos en el fuego por ello. Lo que quiero decir es… ¿Por qué arriesgarse a mentir? Si sale a la luz, la gente podría volver a tener sus sospechas. Alimentaríamos teorías conspiranoicas. Alimentaríamos a los que eran fieles al propio Zoku. Y, lo que es tan grave o más, haríamos creer a la gente que esta nueva era de paz y armonía que queremos construir empezó con una mentira.

»En mi opinión, no merece la pena, y por mi parte estoy dispuesto a aceptar la responsabilidad de lo que conlleva la verdad —hizo una reverencia profunda, mientras repasaba mentalmente sus palabras. ¿Había sido demasiado osado? ¿Demasiado descarado? Supuso que estaba a punto de descubrirlo—. Pero es solo mi más humilde opinión, por supuesto.
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Los presentes escucharon las apelaciones de los dos genin con sumo interés, sobretodo la intervención de Datsue, que contradecía directamente a su plan. Cuando terminó, Hanabi y Rasen se miraron durante unos largos segundos, tras lo que el mandatario del País asintió, se cruzó de brazos y cerró los ojos.

—Ambos tenéis razón. —Hanabi se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa—. No íbamos a perseguir a nadie, Akame-kun. Todos estamos hartos de que se mate a gente de nuestra propia aldea "por el bien de la Espiral". Es irónico que, mientras que algunos sostienen que deberíamos ser más duros con los ninjas extranjeros, hallan provocado que nosotros mismos nos debilitemos aún más.

»Nuestro plan me parecía bien, pero, Datsue tiene algo de razón. Y si el pueblo descubre una mentira más, volveremos a la confrontación. Y si tenemos que cuidar que no la descubra, ¿cómo lo hacemos sin purgar a nadie? Yo... Sinceramente, me gustaría convencer a los partidarios de Zoku, no obligarles a obedecer o condenarlos. No tengo tanta experiencia como un jounin más veterano, pero provengo de una familia humilde, no tengo nada que ver ni con los viejos Uzumaki ni con el clan establecido de la familia del antiguo Daigo y de Shiona. Espero que podamos forjar una nueva etapa de esta manera.

—Pero si os tenemos que presentar como unos héroes, tenéis que tener un nombre. La gente os recordará mejor así. ¿Tenéis uno? —Rasen rio. Lo decía medio en broma, pero...

—Oye, podría ser buena idea. Akame-kun, Datsue-kun. Me consta que estáis muy unidos. ¿Os llamáis de alguna manera? Los motes y las bromas siempre han sido bien recibidos en esta villa.

—"Akimichi Daigo, el Gordo", le llamaban a mi bisabuelo, antes de que se hiciera kage.

Y entonces, sucedió algo peculiar.

—Los Hermanos del Desierto.
—Los Hermanos del Desierto.

«¡¡JIA, JIA, JIA, JIAAAAAAAAAAAAAAA!!»

Las voces habían sido suyas. Habían hablado ellos. Pero el autor del nombre y de la acción tenía otro nombre. Se llamaba Shukaku, y de alguna manera, había logrado penetrar en su subconsciente y les había obligado a sugerir esos nombres malditos, los mismos que él les había concedido.

Hanabi se lo pensó unos instantes.

—A mí me parece un nombre fabuloso, que además, pensándolo fríamente, le dan un toque de epicidad al hecho de que sean jinchuuriki. A lo mejor les hace olvidar que Zoku selló al monstruo para fines de ataque y se toman a estos chicos como lo que deberían ser.

Hanabi asintió.

—Guardianes. Sí, estoy de acuerdo —dijo—. Bien, chicos. Ahora, deberíais de ir a dormir. A descansar. Mañana tenemos cosas importantes que hacer. Considerad esta vuestra casa... Hay una habitación con dos camas libre en el piso de arriba. Es la última a la derecha.

—¿Os apetece asistir a la coronación de un kage?


· · ·


Aquella noche, soñaron. Soñaron cosas terribles. Al principio, la pesadilla consistió en revivir el momento en el que ambos Hermanos del Desierto mataban a Zoku, cada uno desde su propia perspectiva. Sólo que en ese sueño, estaban sólos. Ellos sólos eran los que disparaban esa bola de fuego, ellos sólos eran los que hacían arder a Zoku en ese mar de llamas.

Luego, la pesadilla mutó, como lo haría un organismo para adaptarse al medio; en este sentido, el sueño se adaptó a sus preocupaciones y miedo y jugó con sus corazones. Ya no eran ellos los que mataban a Zoku, sino Zoku el que los mataba, con una bola de fuego idéntica. Sentían el fuego lamer a través de su piel y de su carne, derretirlos hasta no ser más que un líquido que se desparramaba en los adoquines de una ciudad en ruinas...

...luego, de nuevo, el sueño daba la vuelta y se iba por otro camino. Ahora eran ellos mismos los que disparaban la bola de fuego otra vez, pero en el otro extremo ya no era Zoku el que se retorcía y gritaba de dolor. Eran sus seres más queridos. Su familia, sus amigos. Incluso ellos mismos. Akame quemaba a Datsue, Datsue quemaba a Akame.

Akame convertía a Koko, su enamorada, en cenizas. Datsue volvía a Chokichi una siemple nube de polvo chamuscado. A todos sus conocidos allá en la Ribera. Akame veía a su compañero del pasado, Haskoz, y lo quemaban, lo achicharraban.

Luego, la escena cambiaba. Estaban delante de una cama en la que dormía una mujer. A veces, era Shiona. Otras, era Gouna. Ellos vertían un frasco de veneno en su oído.

Cada vez que una de sus víctimas morían, sentían el dedo acusador de miles de conciudadanos de Uzushiogakure, gritándoles, susurrándoles:

«Traidor.»
«Traidor.»

Y, al cabo de un tiempo, esas acusaciones se convertían en una revuelta. Les rodeaban, les manoseaban, les clavaban horcas, katanas y kunais, les arrojaban shuriken. Y la turba acababa por arrancarles los ojos, lenta, dolorosamente, con risas sádicas, risas que se parecían a... «JIAAAAA, JIA, JIA, JIA».

Luego, despertaban, entre sudores fríos y taquicardias. Y, cuando conseguían conciliar el sueño de nuevo... éste volvía a empezar desde el principio.

Pero, ¿sabéis que fue lo peor de todo? La inevitable certeza...

...de que el sueño se repetiría noche tras noche, hasta el final de sus días.


· · ·


Alguien abrió las cortinas, y los encontró allí, con unas terribles ojeras y los ojos enrojecidos.

—Es la hora, muchachos. —Raimyogan asomaba por la rendija de la puerta—. Vamos, vestíos y bajad al vestíbulo. Katsudon y yo os acompañaremos al Edificio del Uzukage antes de que la plaza se llene de gente.
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La luz del Sol matinal entró como un enjambre de dagas por la ventana, acuchillándole los ojos maltrechos por la falta de sueño. Cuando Akame salió de debajo de las sábanas —ni siquiera se había desvestido antes de acostarse— parecía tener incluso peor aspecto que la noche anterior. Trató de desenredarse la melena negra, y al no conseguirlo simplemente se hizo una coleta baja. Sendos surcos negros marcaban sus ojos, y estaba más pálido que un pergamino recién comprado.

Los gritos y las horrendas imágenes de sus pesadillas se repetían todavía, ahora lejanos y difusos, en su cabeza. Fue en ese momento que Akame se dio cuenta de hasta qué punto el bijuu, el demonio que llevaban dentro, era capaz de joderles la existencia. Pero ni siquiera tuvo fuerzas para quejarse.

El Uchiha llevaba los mismos pantalones largos color arena, botas ninja altas azabaches y camiseta azul marina con el cuello alto y mangas largas. El emblema del clan, arrugado, lucía todavía orgulloso en su espalda.

Ni siquiera el gozo que había sentido la noche anterior cuando Datsue convenció a Uzukage y Daimyō de que les dieran el crédito a ellos —convirtiéndolos potencialmente en héroes nacionales— era consuelo para las escasas y horribles horas de sueño. Como un autómata, Akame obedeció las instrucciones de Raimyogan y buscó reunirse con los demás en el vestíbulo.
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Cuando el cansancio venció al miedo, a la tensión y a los nervios por lo desconocido, Uchiha Datsue se durmió.

Su cerebro, como un casete antiguo, rebobinó, solo horas atrás, hasta el momento en que los Hermanos del Desierto habían asesinado a su Kage. No hubo tiempo ni para prepararse. El fuego en seguida se reflejó en sus ojos, los chillidos reverberaron en sus oídos, el olor a carne quemada inundó su olfato, y entonces se encontró a sí mismo esbozando una sonrisa en señal de triunfo. Lo habían conseguido. Habían vencido. Desvió los ojos a la izquierda, para mirar a Akame…

…pero Akame no estaba.

Aquel simple hecho le transmitió desconfianza. Le hizo saber que algo iba mal. Retornó la mirada al frente, y entonces, como el sharingan al devolver un genjutsu, se encontró con que esta vez la terrible técnica ígnea se precipitaba hacia él. No le dio tiempo ni a gritar. El beso de Amateratsu no fue suave ni tierno como el que daría una madre, sino cruel e inhumano. Un huracán de fuego que le embistió sin piedad, calcinando piel, carne, músculos, huesos…

Cuando creyó ya haber sufrido mucho más de lo soportable, el sueño mutó. Ahora volvía a ser él quién ejecutaba la técnica, y por un momento, se permitió suspirar de alivio… hasta que se dio cuenta de quién estaba al otro lado. Era su padre, que le miraba con ojos de incomprensión. Era su madre, que le contemplaba con ojos suplicantes, pero a la vez comprensivos. Era Akame. Eran todos sus compañeros de graduación: Chokichi; Eri; Plum; Cho…

Era ella. Con su eterno ceño fruncido, su pelo rapado a un lado, y sus cabellos plateados cayendo al otro. Apenas una niña de diez años, que le mostraba orgullosa y desafiante, como retándole a que se atreviese a criticarlo, un dibujo que había hecho. Un dibujo de un Nekomusume. Para él, ella era mucho más que su compañera de aventuras. Más que su amiga. Más que su hermana. Ella era su socia.

Ella era Anzu.

Ella había sido la persona más importante de su vida, y no aparecía ni en su historia. Ni de pasada. Ni en un margen con letra pequeña. Y entonces recordó porqué. Recordó porqué la había olvidado, porqué había arrancado su nombre a tiras de cada línea de su vida. Porqué la había borrado de su memoria, como si nunca hubiese pisado la faz de Oonindo. Porqué había tratado de arrancarse el propio corazón…

Porque era demasiado doloroso. Demasiado.

Y lo recordó al ver el rostro de Anzu, descompuesto en una mueca de desconcierto. Lo recordó al ver su piel, derritiéndose como la cera de una vela. Lo recordó al verla morir, otra vez. Lo recordó al saber que era por su culpa, de nuevo. Y lo recordó al leer en sus labios, como en aquella ocasión, una simple palabra:

«Traidor»

Su voz se le coló hasta el corazón y lo resquebrajó con la fuerza de un tsunami. Más voces se unieron a ella, repitiendo la acusación. Le culpaban de matar a Gouna. Le culpaban de matar a Shiona. Se dejó llevar, zarandear, sacudir, como una hoja arrastrada por el viento. Sin ejercer oposición. Sin protestar. Porque su mente era como un globo al que se le había intentado llenar con demasiada agua. Se había roto.

Se había colapsado.


· · ·


Cuando se despertó, la luz del sol le molestó en los ojos. Estaba cansado, como si se hubiese pegado una paliza el día anterior y no hubiese dormido nada. Tenía unas profundas ojeras, que se remarcaban todavía más por su inusual palidez en la piel, y se sentía débil. Muy débil.

Se vistió las ropas con lentitud, como un anciano postrado en la cama. Primero el pantalón, cortos y holgados. Luego, la camisa, blanca y de mangas enrolladas. Fue entonces cuando sus ojos se posaron por un momento en su mano. En su diestra, donde portaba un tatuaje minimalista de un diamante en uno de sus dedos. Esbozó una mueca de dolor, y con la otra mano, temblorosa como si tuviese frío, tapó el tatuaje.

Se terminó de calzar, y de atar en un simple nudo sus cabellos engreñados. No se hizo sus típicas trenzas. No se alisó las arrugas de su ropa. No se lavó la cara. No se puso coqueto.

Tan solo bajó, como un cuerpo en movimiento al que le hubiesen arrancado el corazón.
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