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Y las gemelas, en silencio, simplemente, echaron a caminar a paso rápido. No contestaron a saludo ni a sugerencia alguna, solo echaron a caminar. De hecho, no lo hicieron en momento alguno durante una hora de viaje. Con aquella capa negra con capucha y los guantes y botas bien preparados para aguantar el frío, resultaban todavía más enigmáticas. Si Ayame o Kaido trataban de ir a la par, parecían esforzarse por adelantarlos y liderar la marcha. Tan sólo veían sus espaldas y las suelas de sus botas, horadando ahora un terreno embarrado por la lluvia y carente de vegetación, al norte del puente. A su izquierda todavía veían el lago, y a lo lejos al oeste, la sombra de un tren que salía ahora de la estación afuera de Shinogi-To.
Fue entonces cuando, aproximadamente a quince metros de Ayame y Kaido, las siluetas de las gemelas se dieron la vuelta. Ambas desenvainaron sus espadas y apuntaron directamente a sus compañeros de misión. Una risa socarrona salió de debajo de una de las máscaras.
— Al fin se acaba esta puta farsa —dijo, y dobló las rodillas para comenzar a correr...
...hacia su hermana.
El acero besó el cuello y la cabeza se separó de su cuerpo un instante. Luego, una nube de humo. Otra más pequeña. De la humareda emergió una mujer. Una mujer alta y altiva.
Usualmente, aquella mujer llegaba, veía y vencía. Rápido, sencillo. Como un rayo.
Como la Tormenta.
— Ey, sorpresa, cachorritos míos. —Yui, bajo la capucha de la túnica, les sonrió con aquellos dientes de sierra. Intercambió miradas entre Kaido y Ayame—. Qué puta vergüenza, lo que tiene que hacer una para que la dejen salir a pasear, ¿eh?
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Ayame no recibió respuesta alguna, ni siquiera sobre su sugerencia sobre aportar un posible medio de transporte. Terminó por encogerse de hombros cuando vio a las gemelas darse la vuelta en completo silencio y caminó tras sus pasos.
—Sobre esa misión en Yukio... —le comentó a Kaido, en un afán por romper aquel tenso silencio y, de paso, responder a su anterior pregunta. Se acomodó la mochila sobre los hombros—. La verdad es que ha pasado mucho tiempo de entonces. —¿Cuánto había sido? ¿Tres, cuatro años? Los recuerdos se mostraban neblinosos en su mente...—. Yui-sama nos envió a Kōri, a Daruu y a mí al norte en una misión muy importante —Ayame miró con intensidad a su compañero, en una pausa dramática—. Teníamos que ir a Yukio...
»Y recoger cierto ingrediente secreto para Kiroe que sólo crece allí —agregó, en un susurro aún más dramático. Entonces se encogió de hombros—. Lo siento. No puedo decirte qué es: secreto de profesión, ya sabes.
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Cuando Ayame rompió el incómodo silencio, tras caminar durante un rato; Kaido prestó toda la atención posible a los detalles que iba a darle la Hōzuki acerca de esa supuesta misión de la que había hecho un reporte. Claro que ni Ayame ni Kaido sabían que el escualo lo había entendido mal, y que ahora estaban hablando de algo que no tenía la más mínima relación con el verdadero reporte, que tenía que ver con Yukio, pero cuya misión no había tenido lugar allí. El gyojin arrugó la frente, porque no entendía nada.
—Ehm, ok. Pero, entonces... ¿qué tiene que ver esa misión con el Hotel Alba del Invierno, el Gobernador y todo lo demás?
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Kaido arrugó la frente, visiblemente confundido ante la respuesta de Ayame, y ella lo miró sin comprender. Le había dado la información que pedía, ¿a qué venía esa cara?
—Ehm, ok. Pero, entonces... ¿qué tiene que ver esa misión con el Hotel Alba del Invierno, el Gobernador y todo lo demás?
Y Ayame abrió y cerró la boca varias veces, como un pez fuera del agua. Sus mejillas se enrojecieron cuando el entendimiento la alcanzó. Con un pesado suspiro, la kunoichi se llevó una mano a la cara y se restregó los ojos.
—Ah... eso... Pues... nada. No tiene nada que ver —confesó, con un renovado suspiro—. Creo que ha habido un malentendido entonces: No estuve en Yukio más que esa vez, y no fue allí donde conseguí la información de mi reporte. Me la dio Kokuō. Ya sabes... El Cinco Colas —agregó.
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—Oh...
Claro, ahora todo tenía sentido. Kaido se sintió tonto por un instante, aunque en realidad, se vio más preocupado por quedarse viendo a Ayame, como si de algún momento a otro, algo fuera a salir de su interior. Y es que Kaido no era consciente de la relación que tenían ellas dos —más allá de la aparente "amistad" que demostraron aquella vez, en ColaDragón—. y no sabía si esa tal Kokuo ya tenía la suficiente potestad como para meter las narices en la conversación sin que Ayame le diera el conscentimiento. Le quemaba la lengua por preguntar acerca de eso. De cómo funcionaba. De si era como oír voces en su cabeza. Pero lamentablemente tenían cosas más importantes que discutir.
—Pues, ¿podéis compartir esa información conmigo? así tengo mejor noción de lo que ha estado sucediendo allí.
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—Oh... —murmuró Kaido. Parecía que había algo que le carcomía por dentro, pero Ayame terminó por apartar la mirada y no se atrevió a bucear en sus profundos y afilados ojos azules. Seguía sin sentirse cómoda en su presencia—. Pues, ¿podéis compartir esa información conmigo? así tengo mejor noción de lo que ha estado sucediendo allí.
Ella se removió, inquieta. Sus ojos, nerviosos, se desviaron inevitablemente hacia las gemelas que caminaban delante de ellos. Por mucho que trataba de alcanzarlas, ellas aceleraban el paso en cuanto lo sentían. Era como si quisieran mantenerse siempre en el frente. Al final, Ayame había desistido y se había mantenido en la retaguardia, aunque una parte de ella estaba convencida de que, si quisiera, podría adelantarlas muy fácilmente. Cuando respondió, alzó un poco la voz para que las gemelas pudieran escucharla. Después de todo, era información que les interesaba a todos.
—Lamentablemente no sabemos mucho más de lo que plasmé en el informe —confesó, hundiendo los hombros—. Cuando Kuroyuki revirtió mi sello, Kurama le dijo a Kokuō que le buscara al norte del País de la Tormenta, más allá de la Cordillera Tsukima. Que debía preguntar por una tal... Mae... —dudó.
«Maimai.» La corrigió Kokuō.
—¡Eso! Maimai. Debía preguntar por Maimai en un hotel al norte de Yukio, llamado Atardecer....
«Alba del Invierno.»
—Alba del Invierno —se corrigió, sacudiendo la cabeza—. No sabemos nada más.
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Ah, claro. El Sello revertido. Daruu le habló acerca de eso. A Ayame le habían quitado el control de su cuerpo pero el Bijū, lejos de ser cómplice de los planes de Kurama, decidió aprovechar la oportunidad y escapar al este para vivir una vida tranquila. Al escualo le resultó curioso, porque aquello tuvo que haber sucedido muy cerca de donde estaba él, y estaba claro que le hubiera gustado estar ahí; aunque dada su circunstancia con el sello maldito de Dragón Rojo, seguro no habría sido una buena idea.
Lo cierto es que la información acerca del posible paradero de las Fuerzas de Kurama en Yukio provenían de ese mensaje. Pero un montón de preguntas azotaron la cabeza del gyojin, quien no pudo evitar indagar en si el Kyubi, siendo tan inteligente como es, no habría decidido movilizar su base de operaciones una vez que Kokuo se hubiese mostrado indispuesta a seguir sus directrices. O claro que, es posible que ese bicho imperialista tampoco se hubiese imaginado que Ayame y su bestia con cola se harían tan cercanas incluso después de todo lo sucedido entre ellas y que esa invitación, a pesar de haber sido declinada, no iba a llegar a manos indeseadas como la de la mismísima Arashikage.
—Entiendo —dijo. Luego mantuvo un incómodo silencio por al menos un minuto. No porque no tuviese nada para decir, pero al contrario, no encontraba la forma de decirlo. En algún punto del camino se armó de valor y miró a Ayame, sin importarle que las gemelas le estuvieren sacando un palmo de camino—. oye. Gracias. Por todo.
Por todo. Y por tanto. Él, Umikiba Kaido, fue alguna vez una persona rencorosa. Fue el menos afectado en todo el conflicto con Uchiha Datsue, por ejemplo; y se lo tomó tan personal que estuvo hasta dispuesto a matarle sólo porque ese bribón había esparcido falsos, aunque inofensivos rumores. Una tontería. Ahora se ponía a pensar en todo lo que él le había hecho a Ayame, desde aquél encuentro en Tanzaku Gai y el horrible discurso que le dedicó —lo recordaba como si fuese ayer—. hasta ese momento en Coladragón donde pudo haber acabado con su vida. Y aún así. Aún así...
»Si no fuera por ti, no habría podido volver a casa. Gracias, Ayame... por no haber perdido la fe en el Alquequenje que se ocultaba tras la niebla.
Y le sonrió. En ese momento, no hacía falta nada más.
1
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21/11/2020, 19:01
(Última modificación: 21/11/2020, 20:09 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—Entiendo —asintió Kaido.
Un tenso silencio invadió el espacio entre ambos. Ayame suspiró ligeramente y acomodó la mochila sobre sus hombros, y siguió la marcha de las dos gemelas hacia el norte, como si conocieran bien el camino a seguir. Aunque la quietud no duró demasiado:
—Oye. Gracias. Por todo.
Aquellas tres simples palabras cayeron sobre ella de repente, como una tormenta de verano en medio de las Planicies del Silencio. Ayame volvió la cabeza hacia Kaido con los ojos abiertos como platos y se vio atrapada por sus iris oceánicos. Quiso responder de alguna manera. Quiso decir muchas cosas, pero el nudo en su pecho dolía como nunca lo había hecho y sentimientos encontrados giraban a toda velocidad como el yin-yang, como dos imanes atrayéndose y repeliéndose. Por un lado, su profunda amistad con él; por otro, las hirientes palabras que le dedicó allá en Tanzaku Gai y después en Coladragón. Añoranza y traición. Alegría y temor. La bala que perforó su abdomen... Al final, terminó volviendo a apartar la mirada, mordiéndose el labio inferior mientras luchaba porque las lágrimas no aflorasen a sus ojos.
—Si no fuera por ti, no habría podido volver a casa. Gracias, Ayame... por no haber perdido la fe en el Alquequenje que se ocultaba tras la niebla.
En aquellos instantes, era ella la que sentía que le estaba traicionando a él.
—Tenía que hacerlo... —respondió, con apenas un hilo de voz, agachando la cabeza—. Sabía... sabía que algo no estaba bien. Que no podías habernos abandonado así como así. Y cuando descubrí que ese maldito tatuaje te estaba lavando el cerebro... No... No podía dejarte. Sólo lamento no haberlo conseguido en Coladragón —Y que al final hubiese tenido que ser Yui quien lograra hacerle volver en sí—. Pero te me escurriste entre las manos como el Agua. —Se obligó a esbozar una sonrisa, pero esta aleteó nerviosa en sus labios.
Ojalá ella pudiese tener la misma fe ciega que le tenía Daruu. Pero no podía. Tenía miedo. Demasiado miedo.
Frente a ellos, las dos gemelas se detuvieron en seco su insistente carrera y se giraron, desenvainando sendas katanas que apuntaron directamente hacia ellos. Ayame, que ya se había parado junto a Kaido y miraba al frente llena de confusión, no dudó ni un instante en llevarse la mano a la empuñadura de su propia katana. Aunque algo le decía que, frente a dos espadachines expertas, su torpe manejo de la espada no tenía nada que hacer.
—¿Qué significa esto? —preguntó, alzando la voz. Su corazón se aceleró en su pecho.
—Al fin se acaba esta puta farsa —respondió, lanzando una carcajada al aire.
Flexionó las rodillas. Ayame se preparó para defenderse. Pero, ante sus estupefactos ojos, la ANBU arrancó a correr hacia su hermana y, con un único movimiento de brazo, el acero de su katana acarició su cuello y separó limpiamente la cabeza de su cuerpo.
«Q... ¿Qué...?» ¿Era esa la razón por la que Shanise estaba tan tensa? ¿Sospechaba que algo así podía pasar? ¿Pero entonces por qué...?
Dos nubes de humo estallaron en el mismo lugar donde habían estado las dos gemelas. Y entonces, de entre los guijarros de niebla, una mujer diferente hizo acto de aparición. Altiva, de electrizantes ojos azules y cabellos oscuros como el azabache que en aquellos instantes estaban parcialmente ocultas bajo una capucha. Dientes afilados como sierras les sonrieron. La Tormenta, Amekoro Yui, estaba allí.
—Ey, sorpresa, cachorritos míos. Qué puta vergüenza, lo que tiene que hacer una para que la dejen salir a pasear, ¿eh?
Ayame, que se había quedado mirándola con los ojos como platos, boca abierta de par en par y señalándola con un dedo, boqueó un par de veces antes de conseguir pronunciar palabra.
—Y... Yu... Yui... P... ¿Pero qu...? ¿Qué e... estás haciendo aquí? —balbuceó, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo frente a sus ojos.
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—La pregunta, querida Ayame —disfrutó Yui, palabra por palabra—, no es qué estoy haciendo aquí. —Negó con un dedo—. ¡Es cómo voy a partirle el culo a ese zorro hijo de puta como se le ocurra haber puesto una sola manita en MI TERRITORIO! —Yui abrió los brazos y dejó salir un grito. Gutural. Un grito de guerra. Se echó a reír—. ¡¡Oooooh, qué bien se siente estar aquí, en campo abierto!! ¡¡En el campo de batalla una vez más!! ¡¡SE ME ESTABA QUEDANDO EL CULO COMO UNA MANTARRAYA UZUJIN!! ¡AAAAH! —Sacudió la cabeza y los brazos. Y señaló a Kaido—. Ey, ¿y a este tarugo qué le pasa?
El, tiburón se había quedado tan perplejo que su boca, dormida como si acabase de despertar de una anestesia particularmente profunda, no conseguía retener ni su saliva. Babeando, miraba con ojos abiertos a la Tormenta, quien se encogió de hombros.
»En fin, vamos. Tenemos mucho camino por delante. —Yui se dio la vuelta y echó a caminar, a paso más resuelto—. Oye, Ayame, ¿qué cojones le echa Kiroe a esos putos pasteles como para tener que ir a Yukio a recogerlos? Nunca me lo ha querido decir. Pero tú sí, ¿verdad? ¡Tú y yo somos amigas!
La curiosidad de Yui sonaba de todo menos amistosa.
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«Como el agua...»
Pero, aunque se le hubiera escurrido en ese entonces, su heroica acción permitió que Kaido pudiera quebrantar mínimamente el sello. Esa pequeñísima grieta acabó volviéndose absoluta una vez Yui le tuvo entre sus manos, allí en pleno estadio, así que de no haber sido por ella, como dijo antes, su redención no hubiera sido posible. Así que, crédito a quien crédito merece. Y gran parte de la hazaña de hacer volver al tiburón era mérito suyo. Suyo y de...
—¿Yui-sama?
Yui-sama. La Arashi. La máxima líder de su País. En una incrédula secuencia de espadas, clones y desmembramiento; reveló su presencia de una manera épica. Kaido se quedó allí, perplejo, mirándola. No pensó ni por un segundo al salir del encuentro con Shanise que la iba a ver tan pronto y menos en estas circunstancias. Ayame no tardó demasiado en preguntar lo obvio, y la respuesta no tardó en llegar.
—La pregunta, querida Ayame, no es qué estoy haciendo aquí ... ¡Es cómo voy a partirle el culo a ese zorro hijo de puta como se le ocurra haber puesto una sola manita en MI TERRITORIO! —Yui abrió los brazos y dejó salir un grito. Gutural. Un grito de guerra. Se echó a reír—. ¡¡Oooooh, qué bien se siente estar aquí, en campo abierto!! ¡¡En el campo de batalla una vez más!! ¡¡SE ME ESTABA QUEDANDO EL CULO COMO UNA MANTARRAYA UZUJIN!! ¡AAAAH!
Kaido parpadeó por primera vez en todo el rato, esbozando una sonrisa.
»Ey, ¿y a este tarugo qué le pasa?
—Nada, nada. La impresión, Yui-sama, pero ya me espabilo, no se preocupe —dijo—. que bueno verla.
Cuando Yui se dio la vuelta, Kaido le hizo unos gestos a Ayame y le encomendó a empezar a caminar otra vez, y en silencio dejó que su compañera resolviera el asunto del ingrediente secreto. Por un momento sintió pena, porque a ver cómo le decía que no podía decírselo a nada más y nada menos que a su jodida Sombra.
«No me gustaría ser tú en este momento, prima»
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—La pregunta, querida Ayame, no es qué estoy haciendo aquí. —respondió Yui, casi paladeando cada palabra. Negó con un dedo en el aire—. ¡Es cómo voy a partirle el culo a ese zorro hijo de puta como se le ocurra haber puesto una sola manita en MI TERRITORIO! —bramó entonces, abriendo los brazos con un grito gutural de guerra antes de echarse a reír a mandíbula batiente—. ¡¡Oooooh, qué bien se siente estar aquí, en campo abierto!! ¡¡En el campo de batalla una vez más!! ¡¡SE ME ESTABA QUEDANDO EL CULO COMO UNA MANTARRAYA UZUJIN!! ¡AAAAH!
«Ahora entiendo por qué Shanise estaba tan nerviosa...» Ayame torció el gesto, e intercambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, visiblemente incómoda. Viéndola así, más que una kunoichi parecía una de aquellas guerreras bárbaras que las historias contaban que vivían en las islas congeladas del norte.
—Ey, ¿y a este tarugo qué le pasa?
—¿Qué? —Ayame se volvió para mirar a Kaido, cuyos ojos se habían perdido en la nada y su boca entreabierta dejaba entrever un hilillo brillante—. Eh... ¿Kaido?
Él sacudió la cabeza, con una sonrisa afilada.
—Nada, nada. La impresión, Yui-sama, pero ya me espabilo, no se preocupe —respondió—. Qué bueno verla.
—En fin, vamos. Tenemos mucho camino por delante. —Yui se dio la vuelta y echó a caminar, a paso más resuelto—. Oye, Ayame —La llamó, y la muchacha aceleró el paso hasta colocarse a su vera—, ¿qué cojones le echa Kiroe a esos putos pasteles como para tener que ir a Yukio a recogerlos? Nunca me lo ha querido decir. Pero tú sí, ¿verdad? ¡Tú y yo somos amigas!
—Eeeeehhh... —Titubeó, con el corazón en un puño. No pudo evitar echar una breve mirada de soslayo a Kaido, buscando auxilio. Pero sabía que no lo encontraría. ¿Pero qué debía hacer? Contárselo suponía traicionar la confianza que Kiroe, prácticamente una madre para ella, había depositado sobre ella. Ocultárselo suponía desafiar a la voluntad de Amekoro Yui, ahora Tormenta, un rango incluso por encima de el de Arashikage—. E... esto... —Y mentir quedaba absolutamente descartado. Ella no sabía mentir, y Yui se ofendería aún más de intentarlo. Pero si ni siquiera Kiroe había soltado prenda...—. Yu... Yui, se supone que, como kunoichi de Amegakure, no debo revelar los secretos de una misión, ya sabe...
Una gota de sudor frío resbaló por su sien.
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Y como única respuesta, Yui soltó un gruñido, apretó los puños y enarcó los brazos. Casi como protesta, echó a caminar aún más rápido que antes. Ayame no tendría absolutamente ningún problema en seguirle el paso, pero Kaido ya renqueaba cuando llevaban un par de horas, manteniéndose claramente rezagado. La Tormenta pareció ignorar el tema del ingrediente secreto, sobretodo porque ni a Kiroe había conseguido sonsacárselo. Quizás porque aunque le jodía, una parte de ella, muy pequeña, entendía que eso debía ser un secreto de Kiroe y de nadie más. Tan sólo... tan sólo... ¡joder, tan sólo le jodía no saberlo!
Caminaron y caminaron, el ambiente cada vez haciéndose más frío. Afortunadamente para ellos, las nuevas vías de ferrocarril habían hecho el viaje a Yukio algo más acogedor. Y allí es donde encontraron ellos el primer respiro. Tratando de ocultar su identidad bajo la capucha y una sencilla máscara de madera, Yui dejó que sus subordinaros hicieran todos los trámites: enseñando la acreditación de shinobi para no pagar el pasaje.
Aquél ferrocarril era cómodo, y tenía compartimentos individuales. Era muy similar al que había traído desde el Valle de los Dojos a Kaido, Daruu, Kiroe, Zetsuo, Kōri y Chiiro. Cuando Yui se acomodó —poniendo ambos pies, con las piernas cruzadas, en el asiento de enfrente sin ningún decoro—, se quitó la máscara y se bajó la capucha.
—En mis tiempos de jōnin los viajes a Yukio eran una puta pesadilla, con el frío metiéndose por entre toda la ropa y haciendo que mis putos pezones pudieran rayar el vidrio.
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Por suerte, Yui no descargó la ira de su relámpago sobre ella. Aliviada, Ayame comprobó cómo La Tormenta se limitaba a apretar los puños, a cruzarse de brazos y a acelerar el paso, de una manera similar a como lo había hecho cuando estaba bajo el disfraz de aquellas dos gemelas inexistentes. No hubo represalias, sólo la frustración de una curiosidad no satisfecha. Ayame lo entendía muy bien, ella podía ser tan o más curiosa que su superiora, pero su sentimiento de lealtad hacia los suyos la había refrenado de hablar. Simplemente, se limitó a seguirla.
Caminaron durante varias horas más, y el ambiente se fue tornando cada vez más frío a su alrededor. Ayame se arrebujó en su capa de viaje y enterró la boca y la nariz en la bufanda de su hermano, que aún olía a él. Ya creía que se convertiría en un polo congelado cuando llegaron ante las vías del ferrocarril.
«Genial...» Refunfuñó para sus adentros, pero no expresó su disconformidad en voz alta. Era consciente de que, pese a su reticiencia con aquel cacharro metálico, les llevaría a Yukio de forma más rápida y cómoda que si fueran a pie. Desde luego, al menos no pasarían tanto frío.
Y fue ella misma quien se adelantó para hablar con los encargados del armatoste y mostrarles sus identificaciones como shinobi para que les proporcionaran acceso al ferrocarril. Estando de misión, los shinobi podían utilizarlo como medio de transporte de forma gratuita para poder desplazarse de forma más rápida. Toda una ventaja para todos, y toda una condena para ella.
—Podríamos haber ido en mi halcón —masculló entre dientes en voz baja, malhumorada, mientras volvía hacia sus compañeros. Con las gemelas siendo un mero señuelo, Vedfolnir habría podido con los tres sin problema.
Pero, junto a Kaido y a una Yui que había ocultado sus rasgos tras una capucha y una máscara de madera, accedió a su interior. Se acomodaron en uno de los compartimentos individuales y Yui, con total ausencia de decoro, apoyó ambos pies sobre la mesa y aprovechó el momento para quitarse la máscara y retirarse la capucha.
—En mis tiempos de jōnin los viajes a Yukio eran una puta pesadilla, con el frío metiéndose por entre toda la ropa y haciendo que mis putos pezones pudieran rayar el vidrio.
Ayame, que se había quedado con los ojos abiertos como platos ante la intervención de La Tormenta, tuvo que sacudir la cabeza para apartar aquella ordinariez de su mente.
—Esto... Yui —la llamó, mientras dejaba su mochila en el portaequipajes que había sobre los asientos y terminaba por sentarse frente a la mujer. Señaló su cara—. ¿Crees que es prudente quitarse la máscara? Si alguien te ve...
No se atrevió a mencionar el tema de los pies sobre la mesa, aunque no le hacía ninguna gracia que aquellas sandalias llenas de barro húmedo estuviesen ensuciando de aquella manera el mueble.
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(Última modificación: 30/11/2020, 18:52 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
La negativa de Ayame a revelar uno de los secretos mejor guardados de Kiroe la Repostera se tradujo en una maratónica carrera —al menos para Kaido—. en la que el escualo luchó con todas sus fuerzas por no quedarse rezagado en el trayecto. Está de más decir que no tuvo mucho éxito en mantener el ritmo de aquellas dos gacelas, que avanzaban a paso agigantado, como si sus piernas midieran dos metros más que las del pobre gyojin. Fueron unas cuantas horas de odisea, donde además del cansancio, el frío empezó a hacer mella a medida que se adentraban más y más en el corazón del norte.
El merecido descanso llegó, finalmente, cuando el trío de shinobi encontró las vías del ferrocarril, sobre las cuales reposaba feroz ese titán de acero que se había convertido en el transporte más revolucionario de todo Oonindo. Kaido ya había experimentado anteriormente un viaje en su interior, así que daba gracias por que el último tramo hacia Yukio fuera en uno de esos camarotes tan cálidos y cómodos, y no yendo a pie, bajo el frío inclemente de estos páramos mientras los culos de Ayame y Yui se alejaban cada vez más de el, sin pensar en su pobre y lento compañero.
Hecho el papeleo y una vez permitido el acceso al camarote, Kaido se retiró el equipaje y parte de los harapos y trató de acomodarse en uno de los asientos.
—Si alguien la ve, se lo haremos olvidar a hostias.
Un método sencillo y práctico.
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—¡Eso es, joder, eso es! —exclamó de pronto Yui, tan alto que no supieron si ese zarandeo del vagón fue producto de las imperfecciones de la vía o de su entusiasmo—. A dar hostias. Hostias tengo ganas de dar.
»En cuanto lleguemos a Yukio, nos vamos directos a por ese hijo de puta de Maimai. O esa hija de puta. Quién sabe qué es. —La Tormenta chocó uno de sus puños contra la palma de la mano—. Y le damos de hostias hasta que confunda la izquierda con la derecha.
»¡¡JA!!
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