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Zaide suspiró, apesadumbrado, mientras dejaba caer los hombros. Realmente le hubiese venido de puta madre un buen trago. ¿A quién se le ocurría traer garrafas de agua selladas en pergaminos como única bebida al desierto? «A alguien que se toma la vida demasiado en serio».
Hubo un tiempo, cuando tenía su propio grupo, que podía permitirse sus borracheras en medio de un secuestro. Hubo un tiempo en que incluso se pudo permitir ponerse de omoide hasta el culo. En aquellos días tenía compañeros que le hacían el trabajo sucio, claro. Que le cubrían las espaldas. Que miraban por él.
Ahora, en cambio, cada día era él contra las cuerdas. Cualquier fallo, cualquier despiste… y más tarde que pronto dejarían de llamarle Zaide, el que no se muere, por Zaide, el que murió borracho y ensartado por la espada de un genin de medio pelo. Joder, sabía que a aquel ritmo no le quedaban muchos años en Ōnindo, pero al menos quería que su muerte fuese un poquito más digna que eso.
Se conformaba con solo un poco.
—¿Y a ti qué te pasa, si puede saberse? Aparte de lo evidente, quiero decir. ¿Tengo monos en la cara o qué?
«Vaya, así que eres de los que se vuelven violentos cuando beben, ¿huh?»
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Lejos de recibir una respuesta por parte del Uchiha, lo único que consiguió Daigo fue que este respondiese a la agresividad de su mirada con más agresividad.
— Nada especial. —Le dijo—. —Simplemente no puedo mirar a un traidor como tú de otra manera.
A ojos de Daigo, daba igual que no lo hubiese traicionado realmente a él o a su aldea. La traición era algo imperdonable que automáticamente lo hacía mucho más peligroso que Zaide.
Era imposible saber qué esperarse de alguien que ya había apuñalado por la espalda a sus hermanos.
— A menos que vayas a ayudar a Zaide a tirar del carro, apártate, por favor. Todavía tenemos mucho camino que hacer.
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El Kage Bunshin soltó una carcajada.
—¡Vaya hombre, ya estamos con la cantinela de siempre! —replicó, jocoso, aunque tanto Zaide como Daigo podrían intuir que aquellas palabras le habían escocido ligeramente—. Mira, lechugo, comparado con la historia de las Tres Grandes —pronunció aquel nombre casi escupiendo las palabras—, lo que nosotros hicimos fue el chocolate del loro. Así que no me vengas a dar lecciones: tenéis las manos tan manchadas de sangre como Dragón Rojo.
Entonces un pensamiento cruzó su mente, y el clon sonrió, divertido.
—Yo diría incluso, si no me falla la memoria, que tenéis algunos traidores célebres entre los vuestros también. Eikyu Juro... ¿te suena?
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Por una vez, Zaide no fue el blanco de la crítica. De alguna manera, fue algo reconfortante ver cómo otro —en este caso Akame— esgrimía unos argumentos parecidos a los suyos para defenderse de las continuas acusaciones de los kusajines. No es que ansiase llevar la razón, o ganar la guerra dialéctica. No al menos él, ya no. Se trataba de otra cosa. Se trataba de estar hasta los huevos de que unos asesinos le diesen lecciones de moral sobre asesinatos.
Luego Akame sacó el tema de Juro. A Zaide se le escapó una carcajada. Él había hecho exactamente lo mismo con Daigo y Yota cuando le agotaron la paciencia: utilizar a Juro como puñal en venganza. Funcionó muy bien con el segundo de ellos, pero intuía que Akame pronto descubriría que minar la moral de Daigo era una empresa mucho más complicada. No bastaba con un puñal. Se necesitaban cientos.
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Para la sorpresa de Daigo, parecía que sus palabras habían afectado a Akame, aunque fuera un poco. Esto, claro, no le impidió al Uchiha responderle con que las manos de los ninja de las Tres Grandes también estaban manchadas.
— Claro que mis manos están manchadas. Si no, no estaría aquí en primer lugar. —A punto ser entregado por el crimen que cometió—. Y mis hermanos también han matado. Mis manos están manchadas de esa sangre, también.
Podría haberle respondido algo como "No, pero los ninja solo matamos a los malos", o "¡Lo hacemos por el bien de Ōnindo!", incluso "al menos no nos cargamos cientos de civiles", pero a ojos de Daigo nada de eso tendría sentido. Quitar una vida era quitar una vida. El motivo no le importaba y, de hecho, él ya lo había hecho dos veces.
De nuevo: si no lo hubiese hecho, no estaría allí en primer lugar.
— Por eso te he llamado traidor y no asesino. —Porque allí los tres eran asesinos—. Y no me refiero a que hayas traicionado a tu señor feudal ni a tu kage, sino a la gente como tú y como yo: tus compañeros y los civiles a quienes se suponía que debías proteger.
No pasó por alto el comentario que había hecho sobre su capitán, tampoco, pero decidió no añadir nada al respecto. Juro era una persona a la que seguía respetando y deseaba encontrarse con él para escucharlo, especialmente ahora que sabía que no había asesinado a Kenzou a sangre fría como pensaba en un principio.
Pero Akame no tenía por qué escuchar nada de eso. No era la persona con la que quería hablar sobre su viejo amigo.
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El Kage Bunshin entrecerró los ojos con una sonrisilla divertida ante la furibunda réplica de Daigo.
—Grandes palabras para un shinobi tullido —siseó, juguetón—. ¿Sabes qué creo yo? Creo que tú y yo no tenemos nada en común. Y creo que no estarías tan dispuesto a reventarle la cabeza a un traidor de tu propia Aldea. A un... amigo. ¿O sí?
El viento de la noche mecía la capa de viaje color arena del clon mientras este se contoneaba ligeramente, divertido con la situación.
—¿Eh, Daigo? ¿Y si yo supiera dónde está uno de tus amiguitos sin bandana? —soltó una risilla traviesa—. Digamos incluso que te lo pongo a huevo, te la centro de forma que incluso alguien sin piernas, como tú, pueda rematar y meter gol. ¿Eso te gustaría?
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Zaide se arrebujó en su abrigo y se pasó la antorcha de una mano a otra. Llevaba tanto tiempo manteniéndola en alto que se le estaba cansando el brazo. Más callado de lo habitual, el Uchiha disfrutaba del discreto segundo plano en el que había quedado relegado en aquella conversación.
Demasiadas veces en el frente.
Demasiado tiempo siendo el blanco de la diana.
Daigo llamaba traidor a Akame. Una verdad de libro, aquella. Como también lo era la traición de Juro. La coincidencia hacía que Zaide conociese un poco de la historia de uno y del otro. Y si algo había aprendido en las calles de Shinogi-to y en las montañas de la Tierra, es que los libros no representan fidedignamente la realidad. Siempre se dejan cosas en el tintero. Matices grises. Realidades crudas.
—La lealtad es un camino de dos sentidos. —Algo le decía que en Kusagakure era de una sola dirección. Luego miró a Akame, intrigado por sus palabras—. No tenemos tiempo para grandes desvíos, Akame —dijo, viendo cómo el joven de los Uchiha se estaba dejando llevar por el ánimo de revancha. Fuese quien fuese que tuviese en mente, no le sobraban días para una visita inesperada.
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A Zaide no parecía agradarle la idea de hacer un gran desvío. A Daigo tampoco.
— No. —Le respondió a Akame, simple y llanamente—. No me interesa, gracias.
No comprendía lo que pretendía conseguir Akame. ¿Acaso estaba intentando encontrar alguna contradicción en sus convicciones? ¿O estaba buscando algo de maldad en él? ¿Algo que le permitiese decir "tú y yo somos iguales", quizás?
No lo creía. Por la manera en la que hablaba y se reía, le daba la impresión de que solo intentaba burlarse de él, y eso no le gustaba nada.
— Y tampoco quiero reventarte la cabeza, Akame. Ni a ti ni a nadie. Odio eso. —Dijo—. Si solo hiciera falta una conversación para que Dragón Rojo se separase y dejáseis de hacer lo que hacéis, estaría bien con eso. Lo mismo va para todo el que hace el mal.
Hablaba con seriedad y seguridad. Parecía estar convencido de todo lo que decía.
— Pero si te referías a Juro, sí que me gustaría pedirte una cosa, si salgo de esta... —Añadió—. ¿Podríais decirle que me gustaría hablar con él?
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El Kage Bunshin se encogió de hombros. La actitud de Daigo le molestaba, pero no estaba dispuesto a permitir que eso le sacara de sus casillas.
—Una conversación —repitió, con tono burlón—. Joder, estás todavía más loco de lo que pensaba. O eso o es que te has tragado sin masticar todo lo que siempre te han contado en la Aldea. Y mira de qué te ha servido, ¿eh?
Un sabor amargo le agrió la boca, pero trató de disimularlo con una sonrisa de suficiencia. Tampoco quería cebarse con aquel ninja, al fin y al cabo, parecía tener la tranquilidad de quien ya ha asumido su destino. Contra eso no se podía hacer mucho. En cuanto a lo de Juro...
—Le diré que aplique al régimen de visitas de la Prisión. Aunque según tengo entendido, hoy día no están muy por la labor.
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Pese a que ya le había escuchado decirlo, días atrás, no dejó de sorprenderle lo pacifista que a veces se mostraba aquel chico. Todo lo quería resolver hablando. Sin venganzas. Sin sangre. Se preguntó si seguiría pensando lo mismo en una década, o en dos. Apostaría una buena suma a que no. Aunque claro, para eso antes tenía que sobrevivir. Las apuestas tampoco estaban muy a su favor en eso.
—En fin, buena charla. —Por decir algo—. Gentōshin, ¿el día uno al anochecer? —preguntó a Akame.
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23/11/2021, 16:34
(Última modificación: 23/11/2021, 16:35 por Tsukiyama Daigo. Editado 1 vez en total.)
—Sí. Ese día me parece bien. —Respondió Daigo, sonriendo—. Confío en que le avisarás, Akame.
La verdad es que le hacía algo de gracia que Akame pensase que sus ideas se las había inculcado la aldea, pues en toda su vida jamás había encontrado a otro ninja que pensase como él. Ni siquiera Rōga y Ranko, dos de las personas en quienes más confiaba, lo hacían.
Ahora que lo pensaba, hacía mucho que no veía a Rōga, aunque aquello no le preocupó. Sabía que debía estar en Amegakure esforzándose para cumplir su parte de la promesa que hicieron.
Él también debía seguir esforzándose. No podía morir allí.
— ¿Continuamos?
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El Kage Bunshin se encogió de hombros y luego respondió a la llamada de Zaide con una sonrisa zalamera. Al final aquel fortuito encuentro sí que le había servido de algo.
—Aye aye, captain...
Y con aquellas, el clon desapareció en un "puf" de humo blanco que no tardó en desaparecer, mecido entre las dunas por la fría brisa nocturna del desierto.
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Varios días después…
Al otro lado de Inaka, el sol empezaba a despuntar. El desierto se encontraba en ese extraño momento donde el frío gélido se derretía ante el calor, y por unos minutos, la temperatura era, de hecho, agradable. A varios kilómetros de distancia, sobre una larga duna, Zaide y Daigo aguardaban. Llevaban haciéndolo varias horas, escuchando algún grito ocasional. Algún chillido. Alguna explosión procedente de la ciudad. Las llamas habían iluminado parte de Inaka por un tiempo. Ahora que el sol salía, en cambio, todo estaba en calma.
El Uchiha había preferido entrar a la luz del día y no a escondidas. Después de todo, él solo venía a hacer negocios. No fue hasta ese momento que empezó a cuestionarse su razonamiento.
— Será mejor llegar volando —dijo, al ver siluetas aquí y allá alrededor de la capital. Al principio había pensado que pertenecían a alguno de los dos bandos que controlaba Inaka, pero cuanto más los miraba, más le parecían otra cosa. No parecían estar salvaguardándola de ataques exteriores. Más bien sus ojos estaban puestos en el interior. Como si estuviesen…
… cercándola. Era un puto asedio.
Se miró de nuevo en el espejo de mano y terminó de retocarse la nariz. Tenía una muy grande y torcida, como si se la hubiesen roto varias veces en el pasado. Poseía un mentón mucho más abultado que de costumbre, y unos pómulos pronunciados. Era feo de cojones. Más feo que de costumbre, quiso pensar.
— ¿Te puedes creer que empecé a hacer estas cosas con doce o trece años? Mi hermana formaba parte de una troupe. Iban haciendo shows aquí y allá y yo les ayudaba con algún papel pequeño cuando el tiempo me lo permitía. —Guardó el lápiz en la caja de maquillaje y se guardó el cristal— . ¿Alguna vez viste una obre de teatro, Daigo? Oh, mucho mejor que las películas. En la caja tonta las historias siempre acaban bien. Es demasiado irreal. Pero en el teatro…
En el teatro cada obra era una sorpresa, como la vida misma. Tampoco había tomas falsas. Si la cagabas, tenías que improvisar y comerte el marrón. Todo se sentía mucho más vivo. Más natural.
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Llevaban ya varias horas esperando en aquel sitio, escuchando gritos y explosiones incesantes provenientes de Inaka. La estaban asediando y lo único que podía hacer Daigo era morderse la lengua y esperar.
En cierto modo, y aunque el kusajin no lo viese así, el hecho de no poder andar era casi una bendición en casos como aquel, pues de lo contrario habría intentado entrar a evacuar civiles, poniéndose en peligro.
Mientras Daigo esperaba, Zaide se retocaba el maquillaje, decidiendo que lo de venir de frente no era algo que pudiesen hacer ese día.
— Actué en alguna obra cuando era un estudiante. —Comentó, recordando cómo sus padres lo metieron para que se le quitase lo tímido de niño. No funcionó—. Nunca he visto una película, pero creo que se me sigue dando bien improvisar.
Miró hacia Inaka. Parecía que todo se había calmado un poco, pero quizás allí encontraba la oportunidad para salir de aquella situación. Aún así, estar allí le recordó a la situación en la que había dejado a Gura y Koku.
Esperaba que estuvieran bien.
— Veamos como acaba esta obra.
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Sí, era hora de ver cómo se cerraba el telón en aquella obra. Antes, sin embargo, tenía que advertirle de una última cosa.
— Si preguntan por mi nombre —dijo, modulando una voz distinta. Aquello también lo había aprendido en el teatro— . Tú… —puso el dedo índice y corazón en los labios del chico— , no digas nada. —Acto seguido, y para asegurarse, ejecutó una tanda de sellos y le tocó la frente— . O la bola de fuego que te acabo de sellar en la frente saldrá disparada y te reducirá a cenizas.
Una hora más tarde…
Uchiha Zaide y Tsukiyama Daigo avanzaban por la arena custodiados por media decena de guerreros sin alma, embutidos en su armadura, empuñando lanzas y espadas y sin la más mínima expresión de preocupación, cansancio o duda. Uno de ellos se había desplomado unos minutos atrás, probablemente por un golpe de calor. Nadie se inmutó. A nadie le importó. Y todos llevaban el kanji de esclavos en la frente.
El camino a la Prisión del Yermo estaba muy cambiado. Ahora más bien parecía una fortaleza, lleno de campamentos improvisados a su alrededor, soldados yendo de aquí para allá y mucho, mucho movimiento.
Cuando las puertas de la prisión se cerraron a sus espaldas, Zaide sintió un escalofrío. Había pasado allí una buena temporada, y no quería permanecer ni un segundo más de lo necesario. No obstante, tuvo que esperar más de media hora hasta oír los sonidos de un característico bastón: pam, pam, pam.
Custodiada por una decena de ninjas, Nathifa apareció en la gran sala de piedra. Vestía ropa negra, regia, y sus labios, pintados de un morado muy oscuro, destacaban sobre una piel pálida muy atípica en aquella zona.
— ¿Quién eres, y qué me traes?
Zaide realizó una pulcra reverencia.
— Mi nombre es Roro, un cazarrecompesas. Le traigo un obsequio —se apartó lo justo para que viese a Daigo, allí tumbado. Los ojos de Nathifa se iluminaron de golpe. Su mirada pasó del rostro del kusajin a sus piernas muertas, y de nuevo al rostro.
Una sonrisa afilada se acentuó en sus labios. No demasiado grande, como si eso fuese en contra de la etiqueta y la norma.
— Llegas con un año y dos meses de retraso, Daigo. No has cumplido con la misión que te encomendé, no has cumplido con la promesa que me hiciste —dijo, con el tono de una jueza dictando sentencia— . Al contrario, entorpeciste la caza de una criminal y asesinaste a uno de los míos. ¿Algo que decir en tu defensa?
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