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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Haskoz despertó en una celda oscura y estrecha, desprovisto de todo su equipamiento, y de su ropa. Tan sólo vestía unos calzones blancos, limpios, pero irreconocibles como suyos. Tenía las manos atadas por una cuerda, y no parecía de las que se dejan soltar fácilmente. Los barrotes eran de acero, pero ya podían ser de diamantes.

Se notaba torpe, como si algo fallase, como si algo fallase mucho. Le pitaba el oído izquierdo. Lo peor era el pitido. En realidad no era lo peor, pero aún no se había dado cuenta.

Tenía un ventanuco, también reforzado, atrás de él. Por él se filtraba la suave luz de la mañana. Cuando recuperó la visión, se dio cuenta de qué era lo peor.

Lo peor era el parche en su ojo izquierdo. Y la sensación de vacío.

Su celda estaba en un pasillo estrecho, y era la última. O quizás la única —imposible de saberlo—. Escuchó el crujir de una puerta de madera al abrirse. Se oía lejos. Y luego, unos pasos.

Los recuerdos más recientes que pudo agarrar con la mano de la mente volvieron a visitarle. Pero había una importante laguna... Lo más reciente era... Lo más reciente era...

¿Y a dónde ir sino a los Valle de los Dojos? Haskoz había oído hablar de aquel lugar en innumerables ocasiones. Un sitio construido y dedicado por y para el entrenamiento. El sitio ideal para lo que quería.

Eso, fue al Valle de los Dojos después de su combate contra Uchiha Akame. Eso fue lo que pasó. ¿Y luego?

En blanco.
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#2
Al principio todo estaba oscuro, como si de pronto toda la luz y esperanza de Onindo se hubiese extinguido por completo. Sentía un extraño pitido en la oreja izquierda, como si alguien acabase de estallar una bomba sonora en su tímpano, pero por el resto estaba sumido en el más profundo de los silencios. Un silencio hueco y vacío, que le hacía preguntarse dónde estaba.

Poco a poco, fue tomando conciencia de su cuerpo. Sabía que estaba ahí porque tenía los músculos agarrotados, como si llevasen mucho tiempo en una posición incómoda. Notaba que algo le aprisionaba las muñecas, y aunque trató de moverlas, por alguna extraña razón le costó. No era que la cuerda le mantuviese inmóvil las manos de tal modo que le resultase imposible. No, era… otra cosa. Algo que no supo identificar, pero que le dejó con muy mala sensación en el cuerpo. Como si se debiese a algo terrible.

Trató de no darle importancia y tragó saliva, notando la garganta seca. Áspera. Entonces quiso ver qué había a su alrededor, abriendo los ojos…

Una celda diminuta, por donde se filtraba la luz por algún punto a sus espaldas. Unos barrotes, de acero, probablemente. Y... dejó de mirar. Algo fallaba. Algo muy gordo estaba fallando.

Que cojones… —su voz sonó rota, y notaba la lengua torpe, como dormida.

Pero la lengua era lo de menos. Un detalle insignificante. Lo verdaderamente preocupante era su visión. Su falta de ella, más bien. Era algo tan exagerado que creyó que se le habían quedado los párpados del ojo izquierdo pegados. Trató de abrirlos... pero los músculos no reaccionaban. Era como si no... Como si no...

… La celda empezó a dar vueltas a su alrededor y de pronto se encontró vomitando. Un vómito espeso y caliente que cayó por el suelo y manchó su cuerpo, desnudo salvo por un calzón blanco que no reconoció como suyo. Estaba temblando, y un sudor frío había invadido su cuerpo. No, no puede ser... No, no podía ser, y sin embargo…

Clac. El crujido de una puerta al abrirse. Luego, pasos. Probablemente acercándose.

Se obligó a dejar en un segundo plano el tema del ojo —casi agradecido de no tener que pensar más en ello por el momento—, y forzó a su mente a explicarle cómo demonios había acabado allí. Las respuestas fueron… escuetas, por decirlo de modo suave. Recordaba su batalla contra Akame. Como había quedado herido en orgullo y buscado una solución para su lamentable forma física. El Valle de los Dojos había sido su respuesta. Un lugar donde el entrenamiento era sagrado. Un lugar donde raro era el día en que no se producían al menos media docena de duelos… Había decidido viajar hasta allí. Sí, lo recordaba. Recordaba el valle entre las montañas, los innumerables dojos de acabado tradicional dibujándose en la distancia… Y luego…

Luego…

Joder… ¡PUTA MIERDA! —rugió, mitad desesperado, mitad entrado en pánico absoluto.

Nada. No recordaba absolutamente nada más.
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#3
A su alarido le respondió el silencio, aunque no duró mucho. Los pasos cesaron tan sólo un instante, y luego percutieron de nuevo en las baldosas de piedra hasta que el ojo de Haskoz se alineó con unos zapatos de mujer, de un negro brillante.

—¿Te has vomitado encima? Joder, qué asco —dijo una voz.

Era una mujer de unos treinta años, vestida casi totalmente de negro. Llevaba una especie de uwagi, y luego unos hakama bien anchos, pero terminaban a la mitad de las espinillas y acababa en aquellos zapatos, que podrían haber correspondido más a una prenda de vestir que a lo que solían llevar los samurai, como el resto de su indumentaria así sugería. Tampoco llevaba ninguna katana. Tenía el pelo largo, ondulado y de un color púrpura muy, muy pálido, casi blanco, muy exótico. Los ojos eran negros como un pozo oscuro y los labios, pintados también de negro.

Llevaba en la mejilla derecha una marca al hierro candente con el símbolo de Amegakure. También una cicatriz que cruzaba dicho símbolo. Las fechas de nacimiento de sendas marcas no parecían coincidir.

—¿Ya estás más tranquilo, extranjero? —preguntó—. ¿Mmh? ¿Qué pasa, no recuerdas nada, verdad? Será de la cogorza que llevabas, ¿quizá? ¿Es eso?
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#4
Los ojos —o el ojo, más bien— de Haskoz se vio atraído por el sonido de unos zapatos negros que detuvieron su avance tras las barrotes de su nueva y exótica habitación. Una habitación que cumplía con todos los requisitos para ser denominada como una celda... y no una de las buenas. Al menos no para los reclusos.

—¿Te has vomitado encima? Joder, qué asco —dijo una voz, y el ojo de Haskoz subió de forma instintiva para averiguar a quién pertenecía.

Se trataba de una mujer, de cabellos púrpura casi blancos que contrastaban con sus labios, tan negros como sus ojos, o como el resto de prendas que vestía, compuestas por una uwagi y unos hakama anchos. No era, por decirlo de manera suave, la imagen más tranquilizadora que podía habérsele presentado. Pero era lo que había.

Sin embargo, lo que más le llamó la atención no fue eso, sino una cicatriz en su mejilla derecha. No, no era una cicatriz, o al menos no solo eso. Era más bien una especie de… ¿marca? Como la que los ganaderos empleaban para marcar su ganado y así evitar confundirlo con propiedad ajena. A Haskoz le pareció discernir el símbolo de Amegakure en ella, con una cicatriz partiéndolo de lado a lado, pero no estaba muy seguro.

—¿Ya estás más tranquilo, extranjero?

Yo… —su voz sonó seca e insegura. ¿Cómo que más tranquilo? ¿A qué se refería con…?

—¿Mmh? ¿Qué pasa, no recuerdas nada, verdad? Será de la cogorza que llevabas, ¿quizá? ¿Es eso?

¿Cogorza? ¿Cómo que cogorza? Que él recordase, jamás en su vida había probado una gota de acohol… Bueno, quizá un par de gotas, por probar, pero si se hubiese emborrachado, sin duda lo recordaría, ¿no? Y por mucho que hubiese sido el caso, aquello no justificaba su situación actual.

Escuche, yo… —no sabía ni por dónde empezar. Por no saber, no sabía ni por qué estaba allí, ni dónde era allí. Siento las molestias que haya podido ocasionar… —Empezar con unas disculpas nunca estaba de más, sobre todo en una situación como aquella. Ahora, venía el turno de las elucubraciones. Tiró por la más sensata:—. Esto… Si esto es un secuestro, estoy convencido que Shiona-sama pagará una generosa cantidad de dinero por mi rescate. Soy un… un shinobi de Uzushiogakure —quiso ofrecerle su bandana para probarlo, pero de pronto se acordó que no la llevaba encima. Por no llevar, no llevaba nada de sus antiguas pertenencias—. Un shinobi muy… importante… y querido por la Uzukage… Sí… —parecía estar tratando de convencerse a sí mismo, más que a su propio captor. Si aquello era un secuestro, ¿se dignaría la Uzukage a planear una misión de rescate? ¿Le tendría tanto valor como para incluso ofrecer un pago por él? Hasta aquel momento había tenido muy clara la respuesta, pero ahora, lo dudaba.
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#5
En el oscuro pasillo de las celdas del castillo principal del Valle de los Dojos restalló una profunda risa femenina. Una carcajada.

—No malgastes saliva, extranjero —contestó la mujer—. No te vas a ir a ningún sitio en un largo tiempo. En un largo tiempo...

Se apartó un poco de la vista de Haskoz. Quizás éste pudo pensar que lo iban a abandonar de nuevo a solas con su silencio, pero al cabo de unos segundos la mujer volvió con una silla entre las manos. La depositó con cuidado enfrente de él y se sentó.

—De modo que... Tamashi-dono tenía razón. —Por lo que respectaba a Haskoz, su primera impresión de la fémina bien podría haber sido que estaba jugando con él. Pero su rostro ahora se había ensombrecido, y mantenía los ojos muy fijos en él con el ceño fruncido—. Dime, muchacho. ¿Te ha pasado esto antes? ¿Despertar y no recordar qué has estado haciendo?

»Puedo prometerte responder a casi todo lo que quieras preguntar. Pero primero vas a tener que esforzarte y pensar. Sospecho que tenemos algo muy importante que discutir sobre tu amnesia.
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#6
La carcajada de la mujer fue como echar sal en una herida abierta para su espíritu, ya de por sí maltrecho, y sus posteriores palabras no hicieron sino acrecentar su angustia y desesperanza. No, aquello no iba ser cosa de un día, y cuanto antes fuese aceptándolo, mejor.

No te vayas, por favor… —dijo, en un susurro casi inaudible, mientras tiraba del cuerpo hacia adelante para tratar de seguirla con la mirada.

Meses antes, o incluso el día anterior, se hubiese avergonzado de sí mismo por la lamentable imagen que estaba ofreciendo: patética, suplicando a su propio captor que no le abandonase. En aquel momento, sin embargo, lo único que le importaba era no quedarse solo. Incluso si eso implicaba descubrir más malas noticias.

Por suerte, la mujer volvió al cabo de unos segundos con una silla. Entonces, tras sentarse, mencionó un nombre que no había oído en su vida, pero que trató de grabar a fuego en su todavía adormecida mente. Nunca se sabía si resultaría valioso.

—Dime, muchacho. ¿Te ha pasado esto antes? ¿Despertar y no recordar qué has estado haciendo?

La pregunta le pilló a contrapié. No creía que en aquellos momentos fuese importante debatir sobre lo que recordaba y lo que no. Desde luego, no comparado con su apremiante deseo de saber por qué estaba allí, o por qué tenía vendas cubriéndole el ojo izquierdo… Porque el ojo tenía que seguir estando allí. No había posibilidad alguna de lo contrario. No podía haberla...

Quizá la mujer adivinase sus pensamientos, o quizá fuese porque se cansó de esperar, pero le apremió a contestar prometiéndole respuestas a cambio. Entonces, por irracional que pudiese parecer, le entraron ganas de reír. ¿Y se suponía que tenía que creerla? Luego la carcajada, antes siquiera de salir por su boca, se convirtió en un nudo en la garganta que apenas tuvo fuerzas para evitar que se transformase en un sollozo...

Joder, qué invencible se había creído y qué débil era en realidad.

Dio una profunda inspiración, dejó escapar el aire lentamente por la nariz y trató de serenarse. Ordenó como pudo sus pensamientos y, entonces, habló:

Verá… Me perdí en el Bosque de Azur hace como tres años —empezó hablando mirando al suelo, y poco a poco fue elevando su iris color miel a la mirada oscura y sombría de la mujer, que por alguna razón le ponía nervioso. Una aparte de la obvia, que era que le mantuviese allí preso—. Lo de la amnesia… no es nuevo para mí. Tengo una laguna enorme de lo que pasé allí dentro… Pero aparte de eso, nada. —¿Nada? Ahora que empezaba a recordar… —. Un día compartí techo con un chico —su voz sonó de pronto impersonal y fría, como sin alma. Su mirada, de nuevo en el suelo; y su mente muy lejos de allí—. Poco después de salir del Bosque de Azur… Estaba desorientado y perdido, y el chico me acogió en su… hogar —si es que se le podía llamar hogar a cuatro cartones tirados bajo un puente—. Un buen chico… Pero tenía una hermana pequeña que no paraba de llorar y llorar… Y yo estaba tan cansado… tenía tantas ganas de dormir… —el silencio volvió a reinar en su celda por unos instantes, tan solo interrumpido por su irregular respiración. Tras unos instantes, volvió a mirarla—. Lo siguiente que recuerdo fue despertándome en el bosque. Creo que… Creo que me harté de no poder dormir y me fui, pero lo cierto es que no lo recuerdo.

Ahora que ponía voz a todos aquellos pensamientos, se sentía mal. ¿Por qué no había tratado de encontrarles y dado las gracias? Se habían portado tan bien con él… jamás había encontrado a nadie tan hospitalario en sus meses venideros viviendo en la calle. Y él les había correspondido yéndose sin mirar atrás.
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#7
—Verá... Me perdí en el Bosque de Azur hace como tres años. Lo de la amnesia... no es nuevo para mí.

La mujer chasqueó la lengua. Tal y como pensaba. Y sus ojos... Sus ojos eran tranquilos, suplicantes. Tal y como había dicho Tamashi, en algún momento debió de haber un cambio. Y sus sospechas estaban confirmándose.

—Tengo una laguna enorme de lo que pasé allí dentro... Pero aparte de eso, nada.

La kunoichi lo miró inquisitivamente.

—Un día compartí techo con un chico. Poco después de salir del Bosque de Azur... Estaba desorientado y perdido, y el chico me acogió en su... hogar. Un buen chico... Pero tenía una hermana pequeña que no paraba de llorar y llorar... Y yo estaba tan cansado... tenía tantas ganas de dormir... Lo siguiente que recuerdo fue despertándome en el bosque. Creo que... Creo que me harté de no poder dormir y me fui, pero lo cierto es que no lo recuerdo.

La mujer sacudió la cabeza, miró al techo con el ceño fruncido y suspiró. Cerró los ojos y se cruzó de brazos.

—Pues yo creo que te hartaste, algo salió de ti y los mató. A los dos. —Su voz sonó tajante, como sin opción a réplica. Y no le dio tiempo a replicar—. Dime, ¿te duele la cicatriz?

Sacó de un bolsillo un pequeño espejo y lo plantó delante suya. Además de su aspecto demacrado, signo de necesitar una buena comilona, Haskoz pudo ver una linea de carne, muy fea, que le rodeaba todo el cuello. Claro, y el parche. El condenado parche.

—Porque hace dos días te cortaron el cuello, amigo. Te decapitaron. Casi por completo. Y el que te lo hizo podría jurar sobre la tumba de todos sus ancestros que el cuello se te volvió a unir, sólo.

»¿Has visto ese tatuaje que llevas en la nuca? Sé que la pregunta es estúpida, pero, ¿lo has visto? ¿Sabes quién te lo hizo? ¿De dónde ha salido?
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#8
—Pues yo creo que te hartaste, algo salió de ti y los mató. A los dos.

La cara que compuso el Uchiha no pudo reflejar más su desconcierto. ¿Matarles? ¿A los dos? Era cierto que tenía sus momentos, como todo el mundo, pero de ahí a decir semejante barbaridad… Sin embargo, antes de que pudiese decir algo en su defensa, la mujer le preguntó si le dolía la cicatriz.

Haskoz alzó una ceja al cielo, todavía más sorprendido. ¿La cicatriz? La respuesta le llegó en forma de espejo, que reflejó su rostro demacrado y pálido. Una línea de carne le rodeaba el cuello. Recta, como si alguien le hubiese hecho un corte de lo más profesional, pero horrorosamente gruesa. Una imagen dantesca, tan solo superada por la visión del parche en su ojo izquierdo. El tema que tanto había tratado de evitar volvió a pegarle de lleno, como un puñetazo en el estómago, y sintió como algo le estrujaba el corazón y le revolvía las entrañas.

La mujer no le dio tregua:

—Porque hace dos días te cortaron el cuello, amigo. Te decapitaron. Casi por completo. Y el que te lo hizo podría jurar sobre la tumba de todos sus ancestros que el cuello se te volvió a unir, sólo.

La información sonó como un sinsentido en su cabeza. ¿Qué le habían decapitado? Pero, ¿cómo narices no se iba a acordar de algo así? Aquella chica tenía que estar jugando con él. Debía ser eso… y, sin embargo, no se imaginaba qué otra cosa hubiese podido causarle una cicatriz semejante.

—¿Has visto ese tatuaje que llevas en la nuca? Sé que la pregunta es estúpida, pero, ¿lo has visto? ¿Sabes quién te lo hizo? ¿De dónde ha salido?

No… Yo no… —la cabeza le daba vueltas y no sabía qué pensar. La presión en el pecho fue en aumento y le costaba respirar—. Lo tengo desde que salí del Bosque de Azur, creo… Pero no tengo ni idea de cómo llegó ahí…

Ya había aguantado suficiente. Sabía que debía preguntar por aquellos chicos a los que se había encontrado. O porqué estaba en aquella situación. O qué iba a pasarle. Pero no podía. Simplemente, necesitaba saberlo:

Samurai-san —dijo, a falta de otro nombre por el que llamarla—. ¿Podría…? —Haskoz apartó la vista del espejo. No quería seguir mirando—. ¿Podría quitarme el parche? —esbozó una sonrisa. Una sonrisa amarga—. Como habrá deducido, mi capacidad para sanar está fuera de lo normal. Tuviese la herida que tuviese, seguro que ya está curada —su voz sonaba temblorosa, desesperanzada. Sabía lo que estaba a punto de responderle. Sabía lo que estaba a punto de revelarle. Tenía la misma certeza que cuando te golpeas el dedo meñique del pie contra una esquina, y no notas nada, pero sabes que el dolor está a punto de llegar...

Lo sabía, y aún así necesitaba oírlo.
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#9
—No... yo no... —balbuceó Haskoz—. Lo tengo desde que salí del Bosque de Azur, creo... Pero no tengo ni idea de cómo llegó ahí...

—¡Ja! ¿Y eso no te pareció extraño, melón? —La mujer dio una fuerte palmada, casi cabreada con la falta de deducción del Uchiha.

—Samurai-san —interrumpió Haskoz.

—Sannochi Pinkahime —dijo—. Llámame Pink.

—¿Podría...? ¿Podría quitarme el parche? Como habrá deducido, mi capacidad para sanar está fuera de lo normal. Tuviese la herida que tuviese, seguro que ya está curada.

Pink suspiró y cerró los ojos. Esperó unos segundos para volver a hablar.

—Sé que es difícil para ti asimilar lo que te estás imaginando, y más difícil apartar tus pensamientos de eso mismo —contestó—. ¿Si te prometo que esto tendrá un final satisfactorio para todos, terminarás de escucharme antes de abordar ese tema? Hablaremos de ello a su tiempo.

Se cruzó de brazos y abrió los ojos. Lo miró seriamente, casi con preocupación.

—Me preocuparía más por ese tatuaje. Atiende, porque esto es muy grave:

»Si no me interrumpes más, voy a empezar a contarte todo lo que necesitas saber. No te voy a ocultar más por qué estás preso. Estás en el Valle de los Dojos. Viniste aquí hace dos días. Entraste en una taberna. No, no pillaste una cogorza, pero pasó algo mucho peor. En la taberna había un área de combate. Entablaste uno contra un joven de Kusagakure. Contra las normas, destruisteis el tatami. Había un veterano de la Guardia en el local, y según su testimonio algo en tu voz, en tu forma de moverte y en tu mirada cambió radicalmente a medida que la ofensiva escalaba. Por no hablar del otro chaval, que se volvió completamente loco, fuera de sí. Pero según Tamashi-dono, tú parecías el doble de centrado.

»No hubiera supuesto un problema, si no te hubieras vuelto el doble de homicida. Tamashi tuvo que matar al ninja de Kusa porque se resistió al arresto. Lo tuyo fue aún peor. Dice que algo dentro de ti le daba escalofríos. Que cuando te dijo que se te acusaba de destruir el tatami dijiste "se te acusa de vivir" con un tono extremadamente impersonal. Luchásteis brevemente, y entonces te decapitó. Te casi decapitó. Pero tu cuello volvió a unirse, y la herida cicatrizó. Entonces perdiste el conocimiento.

»Aún inconsciente, te levantaste cuando los guardias iban a detenerte, y acabaste matando a tres de nuestros hombres más experimentados por sorpresa. Tuvimos que atarte con cadenas hasta que saliste del trance.

»De modo que estás aquí acusado de matar a tres de nuestros hombres y de destruir el tatami de una taberna. Pero sobretodo, estás aquí porque ese tatuaje es un sello maldito, y tienes algo dentro que es muy peligroso para el mundo.
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#10
La samurai —Pink—, le respondió con evasivas respecto a su parche. No, aquello no era precisamente lo que necesitaba oír. Prefería recibir el mazazo de una vez y soportar el dolor como buenamente pudiese, a sentir como la tenaza de la incertidumbre le oprimía cada vez más el corazón, como si estuviese cayendo en caída libre, sin saber cuándo iba a estrellarse contra el suelo, pero con la certeza de que lo acabaría haciendo. Sin embargo, como no creía estar en condiciones de imponer su voluntad en modo alguno, optó por permanecer callado, mientras un picor muy molesto empezaba a surgir en su ojo izquierdo… o quizá donde debería estarlo.

—Me preocuparía más por ese tatuaje. Atiende, porque esto es muy grave.

Haskoz hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para obedecerla y olvidarse del ojo. Cabe decir que no le costó tanto como pensaba. Las noticas que fue soltando Pink, a cuentagotas pero con precisión quirúrgica, tuvieron buena parte de culpa. Resultaba que se había enfrentado a un Kusagareño, y que, en un momento dado, había perdido los papeles.

Hasta allí todo era muy normal, pero luego la historia empezó a complicarse. En primera instancia, el Uchiha oía todo aquello como si le estuviesen narrando una película, una en la que tan solo compartía el nombre con el protagonista. Asimilar de buenas a primeras que no tan solo casi había perdido la cabeza, sino que también era el responsable de tres muertes no era fácil de digerir para un criajo recién salido de la academia, por mucho que se hubiese dado aires de grandeza por haber escapado de una pieza del Bosque de Azur.

Finalmente, la guinda del pastel. El giro de guion que toda buena historia debía tener: el tatuaje dibujado en su nuca era, en realidad, un sello maldito. Haskoz había leído algo sobre ello en alguna novela. Básicamente, lo usaban los “malos” para volverse más fuertes. Pese a que aquel hecho debería sorprenderle tanto o más como el resto de revelaciones, no supo por qué, no lo hizo tanto. Era como si, de algún modo, ya lo supiese de forma inconsciente. Quizá no un sello maldito en específico, pero sí algo raro. Porque no, tener regeneración divina de la noche a la mañana no era algo normal. Como tampoco el hecho de encontrarse con un tatuaje que antes no tenía.

¿Sabe lo que más me sorprende de esta historia? —preguntó, curvando sus labios en una especie de sonrisa amarga. Su voz sonó rota:—. Que siga vivo.

Había matado a tres de sus hombres y seguía vivo. Se había internado en el Bosque de Azur y seguía cuerdo. Cerró los ojos y se repitió aquellas dos frases mentalmente, dejando que su espíritu se insuflase por un rayo de optimismo. De prepotencia. Después de toda la avalancha de malas noticias, creía merecerse un instante así.

Entonces abrió los ojos —el ojo, más bien—, y volvió a la realidad.

Siento lo de sus hombres. —No lo sentía. Tenía tantas emociones encontradas que no había espacio para ninguna más. Quizá en un futuro, cuando pensase en las mujeres e hijos que había dejado enviudadas y sin padre, el remordimiento y la culpa le visitase en las noches de mayor insomnio. Pero no sería aquella noche—. Supongamos que ya he asimilado toda esta nueva información. —Cosa que era demasiado suponer—. ¿Sabe algo acerca de mi... de mi sello maldito? ¿Sabe si alguien puede quitármelo y solucionar todo esto?
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#11
—¿Sabe lo que más me sorprende de esta historia? Que siga vivo.

—Te habríamos matado, pero despertaste nuestro interés con ese sello maldito tuyo de las narices —dijo—. Por otra parte, técnicamente, no has hecho nada por tu propia voluntad. Claro que... la responsabilidad va a seguir cayendo sobre ti. Y lo más importante de todo, había un ninja de Uzushiogakure en el Valle cuando te apresamos, así que adivina qué fue lo primero que hizo. Írselo a contar a tu kage. Si te matábamos ahora, después de haberte apresado, sin contactar antes con Uzushio, nos podríamos haber arriesgado.

—Siento lo de sus hombres —dijo el Uchiha—. Supongamos que ya he asimilado toda esta nueva información. ¿Sabe algo acerca de mi... de mi sello maldito? ¿Sabe si alguien puede quitármelo y solucionar todo esto?

Pink suspiró y se rascó la cabeza.

—Sí, probablemente alguien podría quitártelo, y no se me ocurre alguien mejor que Uzumaki Shiona. Sin embargo yo no te aconsejaría hacerlo —explicó—. Sea lo que sea lo que tengas en tu interior, esa bestia mató a tres de nuestros samuráis más expertos controlando el cuerpo de un joven ninja de Uzushiogakure que aún está en pañales.

»Déjame que me explique bien... Si lo que hay dentro de ti resultara ser corpóreo, nos estaríamos arriesgando mucho, mucho, mucho. Esa es mi opinión, claro. Shiona... parece tener otra distinta.

Pink se acercó a los barrotes y los agarró con las manos. Acercó su cara a la del joven.

—Está aquí, Haskoz-kun. Uzumaki Shiona. De hecho, ya ha estudiado tu sello. Podrás hablar con ella, pero tenía que hacer los honores... En nombre del Valle, claro. Ahora... Déjame serte sincera. Creo que te lo mereces. Te has portado muy bien durante nuestra pequeña charla.

»La cifra de los daños materiales causados en el tatami asciende a 15.000 ryos. Atacaste a un guardia veterano y te resististe a tu arresto. Mataste a tres efectivos militares después. El Juuchin quería matarte, claro. Pero Shiona insistió tanto por ti que estábamos empezando a preguntarnos si Uzushiogakure tendría algo que ver en ese sello maldito. Pero luego recordé a la Shiona que conocí cuando era una cría, y ahora tenía la misma cara. La cara que pone cuando se preocupa por alguien. Así que puedes darle muchísimas gracias de que sigas vivo. Y de que no te hayamos arrancado algún ojo para nuestra colección.

Pink rio.

—Tenías que haberte visto la cara, extranjero. Sí, sigues teniendo ese ojo. Más o menos. Mira. —Extendió la mano, le arrancó el parche y le descubrió el párpado cerrado. Le puso el espejito de antes delante.

Donde debería haber estado su ojo, estaba... Su ojo. Firmemente cerrado, sí. Y con un nuevo tatuaje de regalo: el párpado tenía encima una complicada fórmula de sellado.

—Antes de que montes en cólera, el sello lo ha hecho Shiona. No, no podemos rompértelo. Nadie puede. Forma parte del acuerdo.

»Como ya te he dicho, nuestro Juuchin quería ejecutarte. Pero al final, Shiona presionó para llegar a un acuerdo. El sellado de tu ojo fue idea suya. Dijo que te ayudaría con la disciplina. No te lo va a quitar hasta que cumplas tu condena.

»Tu condena, en realidad, es bastante sencilla. Considéralo casi un regalo. Vas a vivir aquí, en el valle, recluído, durante dos años. Vas a controlar tus impulsos, vas a reflexionar y vas a relacionarte con los amigos y la familia de aquellos que has matado, para que se te quede clavado en la maldita conciencia lo que has hecho. Ayudarás a reparar el tatami, por supuesto.

»Nosotros prometemos protección y enseñanza. Tú, en cuanto te recuperes, recibirás misiones de Uzushiogakure por ave. Por otra parte, nosotros también te mandaremos encargos, y puedes pedir los que tú quieras también, siempre hay algo que hacer. Podrás salir para hacerlos, pero tendrás que volver o tanto nosotros como Uzushiogakure te daremos caza. Si vuelves a la aldea serás encarcelado y te pudrirás en una celda. Y si te quedas con nosotros y aprovechas para hacer amigos...

»...cuando cumplas la condena, te quitaremos el sello del ojo. ¿Qué te pareces? ¿Mejor perspectiva que la muerte, eh?
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#12
Haskoz escuchó las palabras de Pink con emociones encontradas: primero, desesperanzado por la dificultad —o poca conveniencia— de quitar su sello maldito; luego, con un rayo de optimismo y el pecho henchido por el orgullo al oír que Shiona-sama en persona se encontraba en el Valle. Había ido a ayudarle. Había ido por él.

Pero dígase una cosa de Pink: su sentido del humor era más ácido que la lengua de una víbora. Por cada noticia buena que daba, añadía dos malas. No le extrañaría que el símbolo tachado en su mejilla representase que la habían expulsado de la mismísima Amegakure por ser demasiado sádica para ellos. Y es que tras las buenas noticias, Pink se encargó de recordarle la cantidad que debía Haskoz a los Dojos. Por no hablar de los muertos, claro. O de su ojo…

—Tenías que haberte visto la cara, extranjero. —dijo Pink, tras una risotada, consiguiendo detener momentáneamente el pulso de Haskoz como si se tratase de un complicadísimo Ninjutsu. Lo que le estaba a punto de decir era…—, sigues teniendo ese ojo. Más o menos. Mira.

Las cadenas que sujetaban a Haskoz tintinearon y se tensaron, soportando todo el peso del cuerpo del Uchiha, que se había inclinado hacia adelante con todas sus fuerzas. Tras Pink quitarle el parche, volvió a acercar el espejito para mostrarle su rostro y…

Una oleada de alivio recorrió su cuerpo, aflojándole de una presión en el pecho que hasta aquel momento no se había dado cuenta que tenía. Su ojo estaba sano y a salvo. Cerrado y cubierto con un extraño símbolo, sí, pero ahí estaba. Y eso era mucho más de lo que había creído hacía tan solo unos instantes.

Por otra parte, la respuesta de por qué estaba así no le gustaba en absoluto. La propia Shiona-sama lo había decidido. Era parte de una condena… Una condena mucho más benévola de lo que hubiese podido esperar cualquier, y que aun así, le resultó mucho más cruel que cualquier otra cosa.

¿Mejor perspectiva que la muerte? —Aquella tipa pretendía encerrarle. Aprisionarlo durante dos jodidos años en un Valle que rendía homenaje a viejas glorias como los samuráis, cortando toda su progresión como ninja. Atándole. No, al viento no se le encerraba. Al viento se es imposible atarle. Antes prefería morir que…—. Lo es —Mejor dejar las frases rimbombantes y grandilocuentes de los libros que había leído bien guardaditas en su cabeza, no fuese a ser que hiciese cambiar de idea a Pink. Sin embargo, no pudo evitar añadir:—. Pero veo una serie de… de… complicaciones. Verá, aprecio mucho su buena voluntad, y ni muchísimo menos pretendo faltarle al respeto, pero… ¿Relacionarme con la familia de aquellos que he matado? ¿En serio? Que quiere, ¿que me presente cada fin de semana frente a la mujer e hija de aquellos a los que asesiné para tomar el té? Esto es…Ridículo. Es…Absurdo. Es…Grotesco. Es…

Sacudió la cabeza y emitió un gemido de frustración, sin terminar la frase. Cada palabra que se le ocurría era peor que la anterior, y mejor era no enfadar a Pink… por el momento.
[Imagen: ksQJqx9.png]

¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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#13
Daruu al habla. Lamento muchísimo la tardanza. He tenido mucho trabajo en varios frentes. Me gustaría dedicarme a esta trama con mucha más implicación personal, de modo que la voy a pasar a mis huecos de rol, que quede aquí presente y que conste para cuando pidamos experiencia, y así no puedo cogerme nada más en este lugar hasta que la terminemos.

—¿Mejor perspectiva que la muerte? —casi escupió Haskoz. Pink notaba el desprecio en su voz a kilómetros, y aún así se mantuvo firme, sólo entrecerrando los ojos, y esperando—... Lo es. Pero veo una serie de... complicaciones. Verá, aprecio mucho su buena voluntad, y ni muchísimo menos pretendo faltarle al respeto, pero... ¿Relacionarme con la familia de aquellos que he matado? ¿En serio? Que quiere, ¿que me presente cada fin de semana frente a la mujer e hija de aquellos a los que asesiné para tomar el té? Esto es.

—Tu pago.

—Es...

—Tu penitencia.

—Es...

—Tu castigo.

—Es...

Pink miró a la derecha. Sonrió, y se alejó por el pasillo, después de asentir a otros pasos que se acercaban hacia la celda.

—Es tu deber como honorable shinobi de Uzushiogakure. Lo harás.

Una mujer de cabello largo, liso y de un rojo intenso se había sentado en la silla en la que hasta hace unos minutos había estado Pink. Había cruzado una pierna sobre la otra bajo su túnica blanca de Uzukage, y lo miraba con sus ojos violetas desde arriba, con la barbilla muy alta.

Uzumaki Shiona estaba muy imponente aquél día.
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#14
¡Shiona-sama! — exclamó, incrédulo, ante la súbita aparición de la Uzukage.

Su primera reacción fue la de tratar de hacer una reverencia. La segunda, la de intentar ocultar como buenamente pudiese su torso, desnudo salvo por los calzones que llevaba puestos. Ninguna de las dos cosas le salió muy bien.

Shiona-sama, si es lo que desea, así lo haré… —se obligó a decir, una vez recompuesto de su entrada y procesado sus palabras. No se podía creer que su propia Uzukage cediese ante los chantajes de unos cuantos fracasos de samuráis. Ella representaba a Uzushiogakure no Sato, la Villa más grandiosa y poderosa de todo Oonindo. ¿Por qué no imponer su deseo? ¿Por qué ser tan diplomático? Trató de serenarse y de olvidar el pequeño cosquilleo que ahora asolaba en su nuca, mientras sus neuronas trabajaban como un enjambre de abejas, cada cual con su particular función, pero todas buscando alcanzar el mismo objetivo: encontrar el motivo adecuado que enterneciese el corazón de la Uzukage. Pero, ¿qué sería lo suficientemente duro y conmovedor como para emocionar a una experimentada y anciana líder, que probablemente ya había visto de todo? El Uchiha, carente de imaginación, se fue a por lo evidente y fácil:—. Pero quiero que sepa que me romperá el corazón. Verá… Acabo…

»Acabo de echarme novia.

¡Pam! ¡Gancho directo a la mandíbula!

Vale, quizá el impacto de su declaración sonó mejor en su cabeza que cuando su temblorosa voz lo materializó, pero por algo había que empezar, y el amor era un clásico que nunca pasaba de moda.

La mitad de mi generación suspira por ella. La otra mitad simplemente se olvida de respirar cuando pasa cerca. ¿Sabe la cantidad de pretendientes que tendrá detrás? Aún si fuese unos meses… pero, ¡¿dos años?! Será el fin de nuestro romance, de un amor platónico que apenas había dado sus primeros pasos. Cuando vuelva me la encontraré junto con algún guaperas resabido… o peor, con otro Uchiha. —No, aquello no estaba funcionando. Le faltaba chihca. Picante—. Además, creo que… —apartó la mirada, incapaz de mirarla a los ojos por lo que iba a decir—. Tengo la intuición, más bien... De que... de que dejé a Noemi... De que la dejé.... De que la dejé...

No fue capaz de terminar la frase. La figura de Shiona-sama le imponía demasiado respeto, paralizando una lengua que se veía incapaz de vocalizar la última palabra.
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#15
Shiona aguantó medio discurso del shinobi antes de introducir la llave en la cerradura de la celda, abrir la puerta, y levantar una pierna para propinarle una patada en los testículos que llevaba consigo más humillación y dolor psicológico que físico.

—Eres un crío imberbe que aprenderá a respetar al honor de su aldea y los valores de Uzushiogakure o morirá en el intento. ¿Entendido?

Resopló y volvió a sentarse en la silla.

—El sello maldito. Pink sugirió añadirle un sello de anulación. Fūja Hōin. Esto permitiría que fuese más difícil que lo que llevas dentro... se adueñe de ti. Esto tiene un inconveniente.

»Que no lo haría imposible.

»Por otra parte, hay otra posibilidad. He estudiado la fórmula del sello. Sin duda, soy capaz de anularlo por completo y librarte de ese... ser. Pero eso tiene... dos inconvenientes.

»El primer inconveniente es que no es cien por cien seguro que sobrevivas al proceso. Algunos chakras muy poderosos causan estragos en el huésped cuando se extraen. El segundo inconveniente es... Que no sabemos cuán de poderoso es lo que llevas dentro. Por tanto, estarías arriesgando la vida para poder vivir en paz.

»Y puede que yo también.

Shiona se cruzó de brazos y echó la cabeza hacia atrás.

—En mi opinión, hay que acabar con el mal de raíz. Yo lo eliminaría para siempre. Asumiendo los riesgos. Es lo que debe hacer un ninja. Pero quizás prefieras la vía segura. Lamentablemente, confiaría más en ti si decidieras eliminarlo, no en vano esa cosa ha demostrado ser peligrosa para los demás. Y además, tu sentencia habría sido de todas maneras la muerte si yo no hubiese intervenido, de modo que con morir ya contabas. Pero la decisión es tuya.

»¿Lo controlamos, o lo destruimos?
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