8/04/2020, 16:22
(Última modificación: 8/04/2020, 16:25 por Aburame Kintsugi. Editado 1 vez en total.)
Cuando la espada de Reiji bajó por última vez contra la frente de Kazuma, el golpe resonó como el de un martillo contra el acero. Ni siquiera la bandana de Kusagakure pudo protegerle, se partió por la mitad como un trágico augurio y la cabeza de Kazuma sufrió toda la ira contenida del Uzujin.
Los médicos habían hecho todo lo posible, pero el golpe del Uzujin no sólo le había dejado el rostro prácticamente irreconocible. Una fractura craneal era algo extremadamente grave. El shinobi fue ingresado de inmediato, con sangre brotándole desde los ojos, de la nariz y de la boca; y los sanitarios se pusieron manos a la obra de inmediato. Tenían que sacar cualquier astilla de hueso que pudiera haber quedado enterrada bajo la piel y que pudiera afectar al cerebro, y no sólo eso, también debían drenar todo el exceso de sangre que la hemorragia había liberado producido por el golpe. Fueron horas muy largas, llenas de intervenciones, prisas, medicamentos y angustia.
Después de los combates, Aburame Kintsugi hizo llamar al jefe médico que se estaba encargando de la operación de Kazuma a sus aposentos personales. La líder de Kusagakure le recibió con un antifaz de esfinge calavera y su uniforme como líder, sombrero incluido.
—El pronóstico no es demasiado optimista, Kintsugi-sama.
—Explícate —ordenó la Morikage.
—El daño que ha sufrido el chico en el cráneo es severo. Muy severo. Hemos conseguido retirar las astillas de hueso y el exceso de sangre, pero no estamos seguros de si le quedarán secuelas que afecten al funcionamiento normal de su cerebro.
Aún a través del antifaz de mariposa, el rostro de Kintsugi se ensombreció.
—Secuelas cerebrales... ¿Cuándo estará disponible para que pueda hablar con él?
El médico agachó la mirada, profundamente compungido.
—Morikage-sama... Me temo que eso no va a ser posible. Al menos, no pronto. El chico ha entrado en coma.
—¿En coma? —repitió la mujer, sorprendida por la noticia.
—Eso me temo... Mis compañeros están haciendo todo lo posible por él, pero ahora mismo no podemos hacer mucho más.
La Morikage se dio la vuelta, dándole la espalda. Pese a la calma que aparentaba de forma externa, había apretado los puños.
—Muchas gracias, Takeshi-san. Puedes marcharte.
El médico, con una última reverencia, abandonó la habitación. Y apenas se hubo cerrado la puerta tras él, la Morikage descargó una fuerte palmada contra la mesa. Un sin fin de mariposas alzaron el vuelo, alteradas por la reacción de Kintsugi.
—Salvajes. ¡Son unos salvajes! —escupió entre dientes.
Aunque, ¿de qué debía sorprenderse? Había visto a la jinchūriki de Amegakure usando a su monstruo para apalizar a un compañero de su propia aldea clamando el grito de la amistad. El tal Amedama Daruu había aceptado esa paliza con una sonrisa, como si ser aplastado por un monstruo como ese fuese lo mejor que podía pasarle en su carrera de shinobi. Esos malditos bijū les habían lavado el cerebro a todos, estaba claro. Y, por si no fuera suficiente, ahora un shinobi de Uzushiogakure le aplastaba el cráneo a uno de sus ninjas... Y aún algunos se atrevían a decir que ellos eran los incivilizados.
—Hana —le habló a la nada—. Nos llevaremos a Kazuma a Kusagakure. Que lo traten allí nuestros médicos. Y, cuando despierte, hablaremos.
—Sí, Morikage-sama. —La voz surgió a través de los pétalos de la rosa roja que se encontraba sobre el escritorio.
Resistencia de Kazuma 30
Estado alterado provocado por daño: Resistencia 20: 5o PV
Daño recibido por Kazuma en su último post: 120 PV
Estado alterado provocado por daño: Resistencia 20: 5o PV
Daño recibido por Kazuma en su último post: 120 PV
Contusión. Fractura de cráneo.
–Los médicos habían hecho todo lo posible, pero el golpe del Uzujin no sólo le había dejado el rostro prácticamente irreconocible. Una fractura craneal era algo extremadamente grave. El shinobi fue ingresado de inmediato, con sangre brotándole desde los ojos, de la nariz y de la boca; y los sanitarios se pusieron manos a la obra de inmediato. Tenían que sacar cualquier astilla de hueso que pudiera haber quedado enterrada bajo la piel y que pudiera afectar al cerebro, y no sólo eso, también debían drenar todo el exceso de sangre que la hemorragia había liberado producido por el golpe. Fueron horas muy largas, llenas de intervenciones, prisas, medicamentos y angustia.
Después de los combates, Aburame Kintsugi hizo llamar al jefe médico que se estaba encargando de la operación de Kazuma a sus aposentos personales. La líder de Kusagakure le recibió con un antifaz de esfinge calavera y su uniforme como líder, sombrero incluido.
—El pronóstico no es demasiado optimista, Kintsugi-sama.
—Explícate —ordenó la Morikage.
—El daño que ha sufrido el chico en el cráneo es severo. Muy severo. Hemos conseguido retirar las astillas de hueso y el exceso de sangre, pero no estamos seguros de si le quedarán secuelas que afecten al funcionamiento normal de su cerebro.
Aún a través del antifaz de mariposa, el rostro de Kintsugi se ensombreció.
—Secuelas cerebrales... ¿Cuándo estará disponible para que pueda hablar con él?
El médico agachó la mirada, profundamente compungido.
—Morikage-sama... Me temo que eso no va a ser posible. Al menos, no pronto. El chico ha entrado en coma.
—¿En coma? —repitió la mujer, sorprendida por la noticia.
—Eso me temo... Mis compañeros están haciendo todo lo posible por él, pero ahora mismo no podemos hacer mucho más.
La Morikage se dio la vuelta, dándole la espalda. Pese a la calma que aparentaba de forma externa, había apretado los puños.
—Muchas gracias, Takeshi-san. Puedes marcharte.
El médico, con una última reverencia, abandonó la habitación. Y apenas se hubo cerrado la puerta tras él, la Morikage descargó una fuerte palmada contra la mesa. Un sin fin de mariposas alzaron el vuelo, alteradas por la reacción de Kintsugi.
—Salvajes. ¡Son unos salvajes! —escupió entre dientes.
Aunque, ¿de qué debía sorprenderse? Había visto a la jinchūriki de Amegakure usando a su monstruo para apalizar a un compañero de su propia aldea clamando el grito de la amistad. El tal Amedama Daruu había aceptado esa paliza con una sonrisa, como si ser aplastado por un monstruo como ese fuese lo mejor que podía pasarle en su carrera de shinobi. Esos malditos bijū les habían lavado el cerebro a todos, estaba claro. Y, por si no fuera suficiente, ahora un shinobi de Uzushiogakure le aplastaba el cráneo a uno de sus ninjas... Y aún algunos se atrevían a decir que ellos eran los incivilizados.
—Hana —le habló a la nada—. Nos llevaremos a Kazuma a Kusagakure. Que lo traten allí nuestros médicos. Y, cuando despierte, hablaremos.
—Sí, Morikage-sama. —La voz surgió a través de los pétalos de la rosa roja que se encontraba sobre el escritorio.