Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Mientras Karamaru optaba por darse media vuelta y deshacer el camino andado en busca del tercer miembro del equipo —Akame—, que había desaparecido, Datsue decidió probar suerte con el señor Iwata.
La puerta se abrió lentamente después del cuarto toque, y tras ella apareció un hombre muy anciano, de piel arrugada y mirada penetrante. Era bajito, o al menos más bajito que Datsue, aunque quizás esa percepción se debiese a que caminaba sumamente encorvado, apoyándose en un recio bastón de madera. No tenía ni un sólo pelo sobre la cabeza, pero lo más llamativo era que tampoco había rastro de barba, cejas o bigote. Aquel viejo estaba raso y limpio como una bola de billar.
Del interior de la casa emergía un olor fuerte y amargo, como a té —muy pasado— o verdura podrida. Desde el umbral, el joven Uchiha fue capaz de distinguir que más allá había una pequeña sala de estar, con una mesa de madera y dos sillas, y una estantería repleta de libros al fondo.
El anciano no dijo palabra, sino que se limitó a clavar sus ojos oscuros y profundos en los de Datsue mientras cambiaba el peso de su pierna izquierda al bastón que sostenía con la diestra.
— — —
Karamaru empezó a andar de vuelta por la calle que llegaba hasta la casa del señor Iwata, pero no vio rastro alguno de Akame. Era ya pasado el mediodía, y Kawabe estaba un tanto desierto; probablemente, porque a aquellas horas la mayoría de los aldeanos estaban tomándose un descanso para almorzar.
Por muy pesimista que se encontrase Datsue, la imagen que se presentó ante él provocó que aún así la decepción le invadiera. Se trataba de un anciano que no parecía gozar de buena salud, más calvo que Karamaru —que ya era decir—, y cuya casa desprendía un olor ciertamente desagradable, como a verdura podrida o té pasado.
El anciano clavó su mirada oscura en los ojos de Datsue, quién, incómodo, miró hacia atrás para escudarse en Karamaru…
… solo que el muy malnacido también se había ido.
Pero, ¿qué cojones…? El Uchiha hizo amago de olerse los sobacos, a ver si resultaba que había olvidado ducharse y esa era la causa de tanta desaparición, pero se detuvo a tiempo al percatarse que quizá no fuese la mejor acción para causar una buena impresión en aquel anciano. Y las primeras impresiones siempre eran importantes.
Rápidamente, se llevó una mano a la boca y carraspeó.
—Perdone, discúlpeme que le interrumpa de… —Datsue echó una mirada rápida a las espaldas del anciano. Una mesa vacía, dos sillas y una estantería con libros. Fuese lo que fuese que estuviese haciendo, no parecía haber interrumpido nada importante—. Bueno, de esta agradable y tranquila tarde de otoño —esbozó la mejor sonrisa de vendedor ambulante—. Verá, soy un shinobi de Takigakure —pese a que ni siquiera le había mostrado la bandana al alguacil, hizo surgir su placa metálica del cuello, donde últimamente solía sellarla, para que el anciano pudiese verla con claridad—, y tras oír los trágicos rumores sobre la Finca Makoto, he decidido venir personalmente a ayudar a este tan venerable y honorable pueblo…
Datsue dejó unos segundos para que el anciano asimilase la información, consciente de que las mentes viejas no siempre conservaban la agilidad de antaño. Entonces, terminó la frase:
—…y me han dicho que usted es la persona indicada para ayudarme en semejante empresa.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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El calvo metió la mano en el bolsillo y sacó de ahí un pequeño caramelo naranja que había conseguido en su viaje a Kawabe. Desenvolvió el papel y lanzó el dulce al aire para recibirlo más abajo con la boca abierta, tiro con total precisión. Mientras giraba el caramelo de lado a lado con su boca miraba curioso cada rincón del pueblo. Caminaba a paso lento y seguro tratando de recordar lo mejor que podía cada lugar para luego saber cómo volver.
"Si es que hace tan solo un tiempo había un montón de gente. ¿Dónde estarán? ¿Qué solo aparecen para ver las peleas de su alguacil?"
La búsqueda de referencias para su camino pronto se convirtió en una búsqueda de personas. Poco se acordaría de Akame hasta no encontrar un habitante del lugar, y aun más de recordar el camino que hacía.
Sin saber muy bien cómo, sus andadas lo llevaron al centro del pueblo, lugar de la casa del alguacil. Situación divertida si lo volviese a ver por sus tierras pero Karamarau prefirió tomar asiento en el medio de la plaza para haber si algún transeúnte llegaba al mismo punto que él.
Podría llegar a ser su compañero, el alguacil, o cualquier persona que pudiese ayudarlo. Alguien tuvo que haber visto al Uchiha, el calvo estaba seguro de eso.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
El anciano le sostuvo la mirada a Datsue, mientras éste hablaba, con el espíritu de un bravo guerrero. Tan penetrantes eran sus ojos oscuros y profundos, que al Uchiha pudo haberle parecido como si le estuviese leyendo el alma misma. La expresión del viejo se tornó más agria cuando el gennin mencionó la Finca Makoto, y sus labios se fruncieron en una mueca entre el desdén y la tristeza. Sin embargo, no dijo una sola palabra. Apoyado en su bastón, se limitó a observar al chico de Taki durante lo que pareció una eternidad.
Luego, simplemente se dio la media vuelta y, renqueante, se internó en la casa dejando la puerta abierta. Datsue pudo observar desde el zaguán cómo el anciano se acercaba a la mesa y tomaba asiento en una de las sillas apolilladas. Luego le dirigió una mirada apremiante y cogió algo —que el Uchiha no pudo distinguir desde tan lejos— entre sus dedos huesudos. Se lo llevó a la boca, aspiró, y luego soltó una bocanada de humo.
La nariz del joven shinobi pudo reconocer aquel olor agrio y fuerte.
— — —
Karamaru no tuvo que sentarse mucho a esperar en la plaza para avistar algún lugareño. A lo lejos vio una figura robusta y alta, que al acercarse, no tardó en identificar como el pescador que les había estado sirviendo de guía durante toda la mañana y parte de la tarde. Le habían preguntado primero por la casa del alguacil, y luego —Datsue— por la del viejo Iwata.
Al ver al calvo, el pescador se acercó a paso tranquilo, simplemente dirigiendo su paseo hacia donde estaba el shinobi de Ame. Era de hombros anchos y manos callosas, y mirada dura como la madera de su bote. Al pasar junto a Karamaru, se lo quedó mirando con evidente desconfianza.
—¿Qué zigue' por aquí, mozo? ¿Qué no escuchaste lo que dijo er zeñor alguacir? —se rascó la barbilla redonda y dura con la mano diestra—. Mira tú que ar finá vas a tené problema' con Hizagi-dono...
La mirada de aquel anciano le estaba poniendo nervioso. No hablaba, no carraspeaba ni tragaba saliva. Tan solo le miraba, con aquellos ojos tan oscuros y penetrantes que parecían atravesarle el alma de parte en parte.
Por eso fue todavía más evidente cuando, al mencionar la Finca Makoto, en el semblante serio e imperturbable de aquel anciano apareció una mueca de disgusto. Datsue se mantuvo a la espera de algún comentario avinagrado, pero éste, simplemente, no llegó.
El hombre, con una lentitud que podía llegar a exasperar al hombre más paciente de todo Oonindo, dio media vuelta para internarse en el salón de su casa, sentándose sobre una de las sillas y dirigiendo una mirada apremiante al Uchiha, quien captó el mensaje y cerró la puerta tras de sí.
Fue entonces cuando se dio cuenta.
—Oh, no… —se lamentó, al darse cuenta de lo que estaba pasando.
Y es que el olor tan agrio en el que estaba impregnada la casa no provenía de otra cosa que del humo que fumaba el anciano. Un anciano que parecía estar en sus últimas horas, más encorvado que los viejos que se pasaron toda una vida cultivando arroz, fumando aquel tipo de cosas… Era algo que ni Uchiha Datsue podía permitir.
—Iwata-san, por favor, le ruego que deje de fumar ese tipo de cosas —le suplicó, con la cara teñida por la preocupación—. Es malo para su salud.
Datsue se sentó en la silla de enfrente, y rápidamente se llevó las manos bajo el… calzoncillo. Instantes después, el Uchiha sacó de allí un grinder junto con un cogollo, una cajita diminuta de cartón y una pequeña bolsa de plástico.
—Verá —empezó a explicar, mientras depositaba el cogollo en el grinder y le daba vueltas para triturarlo—, ese olor tan agrio es característico de una planta en mal estado. Lamento decirle que le han vendido medicina infectada de moho… o mucho peor, hongos —mientras hablaba, Datsue abrió la tapa del grinder esparciendo su contenido sobre un papel de fumar que había extraído de la cajita de cartón. Luego, le añadió tabaco de la bolsita, pues sabía que aquella planta, pese a haberle nacido más o menos bien, no se había secado de la mejor manera y le costaba combustionar. Finalmente, añadió un filtro y enrolló el papelito, obteniendo un decente resultado final, para no haber practicado mucho—. Pruebe de mi material, cosechado en mi propia casa. Le aseguro que es bueno bueno. No se arrepentirá —le aseguró, ofreciéndole el improvisado porro.
Quién sabía, quizá se fuese de allí sin su ansiado dinero, pero sí con un potencial cliente en el bolsillo.
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El calvo frotaba sus manos mientras degustaba de los últimos pedacitos de ese caramelo que poca vida tenía por delante. En cuestión de pocos minutos y sin que Karamaru se diese cuenta se deshacería por completo en su boca dejando un aroma a menta en sus palabras.
«Akame... ¿A dónde habrás ido?»
En su espera por encontrarse con alguien de la ciudad el monje recordaba una y otra vez el camino que había utilizado para llegar donde estaba y pasaba una y otra vez por su cabeza la idea de que era imposible de que un shinobi como Akame no pudiese seguir el rastro de sus compañeros.
Por fortuna para él, una cara conocida se apareció de entre la niebla. La cara de un hombre que ya le había dado direcciones antes en su trato con el Uchiha que seguramente en ese momento estaría hablando con el señor Iwata.
¿Qué zigue' por aquí, mozo? ¿Qué no escuchaste lo que dijo er zeñor alguacir?
Mira tú que ar finá vas a tené problema' con Hizagi-dono...
Estoy aquí porque perdí a un colega, no me importa Hizagi. ¿No viste por casualidad a un morocho de ojos negros dando vueltas?
—Lleva la bandana de Takigakure y no es del pueblo, estaba conmigo y con el otro muchacho cuando te hablamos la otra vez. ¿Lo recuerdad?
Esperanzado el calvo se levantó del asiento para no perderse ni una palabra de lo que aquel hombre tuviese para decir. A decir verdad ya estaba cansado de esperar allí sentado, no era lo suyo quedarse haciendo nada pero era imposible para él buscar a un hombre en un pueblo desconocido de tales dimensiones.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
Iwata aspiró con ansia el humo de su cigarrillo mientras Datsue se explayaba en contarle por qué aquella hierba era una mierda y cómo la suya era mucho mejor. Claro, no había duda de que el cultivo de aquella planta era más fructífero al Norte, donde hacía un Sol radiante casi todo el año y mucha menos humedad. Sin embargo, a un lugareño no tenía por qué sentarle bien que un forastero llegase allí diciéndole qué debía fumar. Y, a juzgar por el ceño fruncido del anciano, él no era la excepción.
Su rostro se arrugó todavía más cuando el Uchiha se permitió llamarle de '-san', pero aun así, no dijo nada.
Cuando el joven gennin le tendió su pitillo, Iwata dejó sobre la mesa el que había estado fumando y lo tomó entre los dedos huesudos de su mano diestra. Lo observó durante un momento antes de sacar una caja de cerillas de uno de los bolsillos de su yukata y prender una. Dió fuego al cigarro, aspiró una honda calada y su rostro se relajó visiblemente. Estaba claro que esa mierda era buena.
El anciano siguió fumando durante un rato, hasta casi acabarse el cigarrillo, sin parar de observar fijamente a Datsue. Era como si quisiera leerle con la mirada. Cuando casi quedaba sólo el filtro, lo dejó sobre la mesa y cogió el suyo, ofreciéndoselo al Uchiha.
— — —
Las palabras directas y sin rodeos de Karamaru fueron tomadas por el pescador como malos modos y falta de cortesía. Apretando los dientes y arrugando el ceño, el tipo alzó un puño amenazador.
—Mira zagal, yo no jé de dónde viene' tú, pero por aquí zomo' gente educá, mentiende'? —resopló como un caballo enfurecido—. Azinque si no quiere' terminá en er río, más te vale que...
—¡Karamaru-kun!
Una voz sorprendió a muchacho y hombre. Akame acababa de aparecer detrás de su compañero, y al ver la situación no tardó en alzar ambas manos en gesto conciliador.
—Tranquilo, buen hombre. Mi compañero es un poco brusco, pero ya nos vamos.
El pescador pareció satisfecho con la disculpa, aun sin quitar aquella expresión rabiosa de su rostro, y dándose la media vuelta echó a andar en dirección contraria a donde estaban los ninjas. Akame esperó a que el tipo estuviese a una distancia prudencial antes de abordar a su compañero de profesión.
—¿No habías ido con Datsue-kun a interrogar a ese tal Iwata?
A Datsue no le pasó desapercibido el sutil desagrado mostrado en el ceño de Iwata cuando habló mal de su hierba. El Uchiha tomó nota mental: para la próxima vez, tenía que tener más tacto. Sin embargo, la medicina era la medicina, y ningún enfermo de ella se negaba a aceptarla.
Pareció gustarle su mercancía, y el Uchiha esperó paciente las palabras halagadoras y de aprobación que solían acompañar tras el cate de una hierba como aquella. Y espero, y espero, y espero... y tuvo la impresión de que podía seguir esperando hasta hacerse viejo, que aquellas palabras nunca llegarían.
En su lugar, el anciano le pasó su propio cigarrillo.
—Oh, disculpe, yo no… —¿Qué podía decir Datsue? Por muy novato que fuese en el tema, sabía muy bien que sería un insulto rechazar un intercambio de cates como aquel. Por Amateratsu, después del omoide, esto no puede ser tan grave. Por un par de caladas no pasará nada…
No tan convencido como le gustaría, su mano temblorosa acercó el pitillo a sus labios y aspiró… La primera calada fue horrorosa. El humo le abrasó los pulmones y no pudo contener una tos seca y desgarradora, dejándole un regusto amargo en la boca.
—Vaya… Es… fuerte.
Como sabía que estaba quedando a la altura del betún, se armó de valor y le dio una segunda calada. Esta vez trató de aspirar mejor el humo y retenerlo en los pulmones por unos segundos, y la cosa no fue tan mal, aunque sin poder evitar toser de nuevo tras expirar la última voluta de humo.
—Sí, fuerte de narices… —añadió, con lágrimas en los ojos.
La tercera calada no fue tan mal, y en la cuarta hasta empezó a notar los efectos. Una sonrisa se dibujó en su rostro de forma inconsciente y un remanso de tranquilidad invadió su espíritu.
—Como le iba diciendo, señor Iwata —dio una quinta calada mientras se recostaba en la silla, con la cabeza colgando hacia atrás y el humo saliendo de su boca como si de una chimenea se tratase. Cuando quiso volver a enfocar la mirada en el anciano, se dio cuenta de que la cabeza le pesaba menos de lo que debería—, estoy aquí para investigar los trágicos sucesos acontecidos en la Finca Makoto. Se habla de muertes… Mis compañeros están hablando con el aguacil en estos momentos, por supuesto, pero me han dicho que usted podría serme de ayuda…
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Karamaru se sorprendió al ver la reacción del hombre, para él sin justificación. No pudo hacer más que poner cara de "no entiendo nada" y dejarlo hablar con todo el enojo que él quisiera. Reaccionar era lo más prohibido que podía hacer en ese momento y su mente maquineaba para tratar de llegar a una conclusión sobre cómo resolver las cosas con el hombre. Pero una voz familiar hizo acto de presencia para rescatarlo.
¡Karamaru-kun!
Karamaur dio media vuelta y pudo ver a Akame, tan tranquilo cómo si nada hubiese pasado. Tras su llamada se dirigiría al enfadado pueblerino para tratar de calmarlo.
Tranquilo, buen hombre. Mi compañero es un poco brusco, pero ya nos vamos.
Si si, ya nos vamos.
El hombre pareció entrar en las disculpas ofrecidas por el de Taki y comenzó a alejarse. Segundos después, los shinobi comenzarían a hablar al fin.
[sub=indianred]¿No habías ido con Datsue-kun a interrogar a ese tal Iwata?[/color]
«¿Acaso no sabe que lo considerabamos perdido?»
Vine a buscarte pensando que andarías perdido por la ciudad. Cuando llegamos a la casa vimos que no estabas, así que Datsue se quedó y yo comencé tu búsqueda. Pero parece que ya terminó.
—¿Por donde andabas?
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16/11/2016, 19:09 (Última modificación: 16/11/2016, 19:10 por Uchiha Akame.)
Las hierbas de aquel anciano eran amargas como un charco de barro, fuertes como un bocadillo de guindillas y al mismo tiempo tenían un regusto dulzón, como a almizcle. Datsue fumó, estoico, ante la atenta mirada del señor Iwata, que permanecía inmóvil como una estatua; no se le movía una sola arruga.
Luego el Uchiha retomó su interrogatorio, notando como la cabeza empezaba a pesarle y a su alrededor todo parecía más... vivo. Pero los labios de aquel viejo siguieron tan sellados como al principio. Ni una sola palabra.
De repente, Datsue lo oyó. O lo vió. O ambas cosas. Sentía como si la mirada de aquel anciano le estuviese arrastrando al pozo sin fondo que eran sus ojos, negros y profundos. Sentía que le estaban hablando. Poco a poco la realidad empezó a parecerle cada vez menos interesante, pues su cabeza tenía claro que no había un sólo secreto que aquellos ojos no pudieran contarle. Se olvidó de la casa donde estaba, del hedor de la hierba, del escozor en la garganta. Hasta de su propio cuerpo. Se sentía etéreo, incorpóreo, espiritual en su más pura concepción.
Entonces oyó un cántico. Estaba oscuro a su alrededor, salvo por un círculo de velas sobre el suelo, ante sus pies. En mitad del círculo yacía un niño, y el cántico se intensificaba. Decenas de voces entonando palabras gurutales, imposibles de pronunciar, que no sonaban a este mundo. De repente empezó a brotar sangre del cuerpo del muchacho, de su boca, de sus ojos, de su nariz, de sus manos. El líquido negro se derramó a su alrededor, dibujando una serpiente que se devoraba a sí misma.
Alzó la vista y pudo ver como alguien le devolvía la mirada. Pero no era el señor Iwata. Aquellos ojos no eran oscuros, sino rojos y ardientes como dos carbones al fuego. Una voz hizo una pregunta que no fue capaz de entender; y, aun así, tuvo la certeza de que iba dirigida a él.
Los cánticos se disiparon, todo quedó en oscuridad, y pudo sentir el frío húmedo de la tierra a su alrededor.
Cuando el joven Uchiha volvió en sí, Iwata estaba en la misma postura de antes, sin quitarle ojo de encima. Tenía los ojos anegados en lágrimas y apretaba los nudillos de sus manos huesudas.
— — —
Akame no pudo evitar reír ante la preocupación de su compañero.
—Vamos, vamos Karamaru-kun... Este pueblo tiene cuatro calles, es imposible perderse aquí —replicó, sonriente y afable.
Empezaron a caminar hacia la casa del viejo Iwata, donde supuestamente estaba Datsue tratando de conseguir algo de información. Por el camino se toparon de nuevo con el pescador, que les dedicó una clara mueca de desdén —y que Akame ignoró por completo—.
—En realidad, quise optimizar nuestro tiempo. Así que mientras vosotros os encargábais del viejo, yo pensé en hacer otras averiguaciones... —alzó una mano con el pulgar hacia arriba—. De forma exitosa.
»¿Recuerdas que todo el mundo ha mencionado algo de más muertes en la casa? Pues es cierto. Dos casos más, concretamente. Aunque los afectados no viven en Kawabe... Por desgracia para nosotros —se lamentó el Uchiha, porque no andaban precisamente con excedente de informantes y poder interrogar a testigos de primera mano hubiera supuesto un gigantesco avance.
Cuando volvió en sí, Datsue miró a izquierda y derecha y parpadeó varias veces, como si no se creyese lo que acababa de sucederle. Por unos minutos, el Uchiha se había visto transportado a otra dimensión, como una especie de Genjutsu que le había mostrado una enigmática escena. Entonces su mirada bajó hasta el porro que mantenía en la mano, ya consumido hasta el filtro, y una parte de su cerebro —la pequeña parte que se había despertado ya de aquel trance—, le recriminó por haber caído dos veces en la misma trampa.
En la trampa de la droga.
Los ojos del anciano, sin embargo, le decían que aquello no había sido una simple alucinación. Aquello había sido algo más… real. Trató de recordar lo que segundos antes había logrado vislumbrar gracias a los efectos narcóticos. El cántico, el niño, la sangre… Los ojos del mismo color que su Sharingan… y la pregunta. Una pregunta que recordaba como un sueño lejano. Sabía que se la habían formulado, pero no era capaz de materializarla en algo concreto.
—¿Quién era ese niño? —preguntó de pronto, con voz ronca. Tenía la intuición de que aquella alucinación no había sido casualidad. De que, incluso, había sido una especie de Genjutsu realizado por el propio Iwata—. ¿Era usted? ¿Alguien que vivió en la Finca Makoto, quizá? —preguntaba Datsue, con la esperanza de que el anciano al menos le respondiese afirmando o negando con la cabeza—. Era como… un ritual. Un ritual que tiene que ver con la Finca Makoto, ¿me equivoco?
Por primera vez en todo el día, Datsue ansiaba respuestas más que el propio dinero que podría sacar de todo aquello. Todo era tan extraño, tan surrealista, que su mente no podía aceptar marcharse de allí sin respuestas…
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El calvo definitivamente no pudo creer lo que escuchaban sus oídos y veían sus ojos. Una sonrisa y se dibujó en el rostro de su compañero y tras eso una carcajada lo acompaño. Acaba de desaparecer y andaba tan tranquilo con todo que al calvo hasta le hubiese gustado pegarle.
«Por lo menos sé que le gusta hacer cosas en solitario y sin avisar, supongo...»
Karamaru se contuvo de revolear los ojos para no quedar mal y dejó a Akame contestar su pregunta.
Vamos, vamos Karamaru-kun... Este pueblo tiene cuatro calles, es imposible perderse aquí
No tenía nada que ver con que uno al darse vuelta no encontrase a su compañero pero el monje prefirió dejarlo estar y ponerse a caminar junto a él. Después de todo esa conversación no llevaría a ningún lado y solo habría un capricho de uno contra excusa del otro.
¿Entonces?
En realidad, quise optimizar nuestro tiempo. Así que mientras vosotros os encargábais del viejo, yo pensé en hacer otras averiguaciones...
¿Recuerdas que todo el mundo ha mencionado algo de más muertes en la casa? Pues es cierto. Dos casos más, concretamente. Aunque los afectados no viven en Kawabe... Por desgracia para nosotros.
«Por lo menos parece que ha hecho cosas interesantes.»
Parece que tenés buena lengua para estas cosas, bueno saber que contamos con un poco más de información.
—Aunque a decir verdad es raro, demasiado cómo para que sea casualidad. ¿Crees que pueda haber algún asesino?
El calvo no tenía claras sus ideas en ese momento. Pensar que había un asesino que solamente mataba a los residentes de esa casa era hasta casi imposible pero por el momento cualquier idea podría ser válida. Karamaru siguió caminando junto a Akame sin pensar mucho en el camino dejando que él lo llevase hasta Datsue.
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Iwata apretó los puños con más fuerza todavía ante la lluvia de preguntas que le estaba haciendo Datsue. Sus labios permanecieron sellados, pero su cabeza se movió con la sequedad de un gozne oxidado. Primero hacia los lados, luego de arriba a abajo con un movimiento rápido y brusco, y luego otra vez. No, sí, sí. Luego sus ojos, rojos e hinchados, se anegaron en lágrimas y el anciano empezó a gimotear. No era un llanto desconsolado, sino un quejido gutural y grave. Entristecedor y escalofriante al mismo tiempo.
Empezó a mecerse sobre la vieja silla de madera, con los brazos alrededor del pecho, como un niño aterrado. Entre los pliegues de la manga derecha de su camisa, Datsue pudo intuir un dibujo en tinta negra sobre su antebrazo.
Una serpiente que se devoraba a sí misma.
— — —
Akame no pudo sino asentir ante la deducción de su compañero. El Uchiha había hablado con varias personas del pueblo —antiguos vecinos de las víctimas, amigos y enemigos— y lo único que había podido sacar en claro es que los sucesos eran demasiado similares como para no guardar ningún tipo de relación. Así trató de exponérselo a Karamaru.
—Yo diría que sí. Verás, esta casa fue propiedad de la noble familia Makoto durante mucho tiempo. Eran muy queridos por aquí, me ha costado que alguien hable mal de ellos —admitió—. Sin embargo, en algún momento debieron de ganarse el odio de Kawabe, así que se marcharon... Nadie parece recordar qué sucedió —agregó, con un tono que pretendía asegurar que no se creía una palabra de aquello—. La casa estuvo abandonada varios años, hasta que nuestro benefactor, el señor Ho Itachi, la inscribió como suya en el censo.
Justo en ese momento pasaron junto a la taberna, que a juzgar por el bullicio que se oía desde la calle, debía estar a reventar.
—El caso es que tanto la familia Ichibou como la familia Nibou ha residido anteriormente en esta casa. Y lo que cuentan los vecinos no es bonito... Unos hablan de repentinos ataques de locura homicida, otros aseguran que el fantasma del patriarca Makoto atormenta a quienes se atreven a poner un pie entre sus muros...
El Uchiha negó con la cabeza, frustrado.
—No he podido averiguar mucho más.
Habían llegado a la vieja y desvencijada casa del señor Iwata. Akame advirtió, nada más acercarse, que la puerta estaba entrecerrada, y que un quejido lastimero salía del interior...
Los ojos de Datsue buscaban ávidos cualquier señal o gesto que el anciano pudiese agregar a tan contundentes afirmaciones, pero, si las hubo, el Uchiha no fue capaz de reconocerlas. En su lugar, el anciano pareció derrumbarse. Las lágrimas anegaron sus ojos y un quejido grave y gutural salió de su garganta, mientras se abrazaba a sí mismo con fuerza.
Fue entonces cuando lo vio.
La serpiente que se devoraba a sí misma, la misma que había visto en la alucinación, dibujada en tinta negra en frente de sus narices. En el brazo del anciano. Datsue intuía, pese a que le faltaban demasiados datos para lanzar una teoría, que aquel símbolo era importante para descubrir el misterio de la Finca Makoto. ¿Acaso era una especia de secta? ¿Una organización que marcaba a sus miembros con un extraño fuuinjutsu?
—Señor Iwata… Ese símbolo que lleva dibujado en el brazo… ¿Es lo que le impide hablar conmigo? —preguntó de pronto, soltando la primera teoría que se le había pasado por la cabeza.
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El camino se hizo corto y sin ningún sobresalto. Poca gente caminaba por las calles y, cómo seguramente deducieron ambos gennin, el motivo era porque se reunían todos en la taberna. La cantidad de ruido que provenía de allí los delataba.
Karamaru se dedicó a escuchar durante todo el camino las palabras de Akame que le contaban el panorama general de la situación en la que se encontraban. Era curioso cómo en tan poco tiempo había podido conseguir tanta información, sin duda alguna el calvo debí aprender algunas cositas antes de decirle adiós al shinobi de Taki.
No he podido averiguar mucho más.
Con eso sentenciaba su discurso el morocho una vez que ambos llegaran a la residencia en la que anteriormente había localizado con Datsue.
"Ni que hubieses averiguado poco amigo mío."
El calvo se rió para sus adentros y antes de unos pasos para acercarse a la casa, se detuvo para dejarle una idea en la cabeza a su compañero.
Tal vez tengamos que quedarnos unos días en esa casa, puede ser divertido.
Karamaru soltó una risa mientras caminaba hacia la puerta de madera. Se detuvo frente a ella y golpeó, a pesar de que no estaba completamente cerrada.
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