Datsue le estrechó la mano con fuerza, eufórico porque hubiese aceptado.

—Ahora no me seas tú el único que no baja para joderme la apuesta, ¿eh? —bromeó. Ya había que ser muy retorcido para algo así, pero… Mejor prevenir que curar.

Sellado el pacto, el Uchiha se reclinó de nuevo hacia atrás. Luego, echó un largo suspiro, como si hubiese acabado de librar un intenso combate.

—Fiuu… Esta discusión me ha dejado reventado. —Echó la cabeza hacia atrás y contempló el cielo nocturno, plagado de estrellas y una luna menguante. Luego, sin volver a mirarle, añadió:—. Y cuéntame… ¿A qué anduviste estas semanas? ¿Algo más aparte de entrenar?

—Ahora no me seas tú el único que no baja para joderme la apuesta, ¿eh? —

— Por favor, Datsue, por favor. Que ante todo soy un shinobi respetable, cada mañana y cada noche estaré aquí esperando tu gran actuación.

Le dije serio como una ostra.

—Fiuu… Esta discusión me ha dejado reventado. Y cuéntame… ¿A qué anduviste estas semanas? ¿Algo más aparte de entrenar?

Despues de la discusión en la que nos habíamos enzarzado empezó a hablarme tranquilamente sobre cosas mucho más banales que el significado del compañerismo y su repercusión en el futuro desarrollo de la confianza mutua entre shinobis. Me puse a hacer memoria para saber qué había hecho aparte de entrenar y solo vinieron a mi imagenes de festines carnicos y cagadas monumentales, a veces las dos al mismo tiempo.

— Pues no mucho más, entrenar me distrae, pero he conocido gente. Lo cual es bastante común puesto que casi todos los sitios para entrenar son compartidos. ¿Y tú?

Le devolví la pelota despues de no contestarle con demasiada profundidad.

La respuesta de Nabi fue corta. Inusitadamente corta. Tan corta que, Datsue dedujo sin ningún tipo de duda, no podía significar otra cosa que desinterés por aquel tema. De lo contrario, se hubiese pegado dos minutos hablando sin parar.

Tras decir que se había pasado los días entrenando y conociendo gente nueva, le devolvió la pregunta al Uchiha.

—Pues yo… Bueno, ya sabes. Un poco de aquí, un poco de allá… Estuve haciendo una porra por ahí. Para que la gente apostase por el ganador del torneo. No tuvo mucho éxito —tuvo que reconocerle, con mala cara—. La gente de aquí son unos agarrados de cuidado, tío. Los de Kusa directamente andan con los bolsillos vacíos, cosa que no me extraña. No creo que su porcentaje de éxito en las misiones supere el treinta por ciento. Eso siendo generosos —«Muy generosos»—. ¡Pero es que hasta los de Ame, macho! Que no creo que les vaya tan mal, pasan de soltar prenda.

»Un par de días estuve con Aiko —continuó, y un ligero rubor asomó en sus mejillas al recordarla—. Una chica de Ame, no sé si la conocerás… Pero si la llegaste a ver te quedaste con su cara fijo. Una pasada de chica, te lo juro. Y… —se encogió de hombros—, ya está. Me enteré de algún cotilleo que se anda rumoreando por ahí, y poco más.

A Datsue no le costó nada aflojar la lengua, posiblemente le fuera a costar más aflojar la pasta cuando perdiese la apuesta. Empezó con no sé qué de una porra, ¿quien iba a apostar en eso? De hecho, ¿quien iba a apostar? Si somos genins que no pueden hacer misiones porque nos tienen encerrados aqui matandonos entre nosotros. Y ahí pasó a insultar a Kuseños y Amenios por igual, aunque digo insultar, sería insultar si fuera a alguien de la gran Uzushiogakure, pero en caso de Ame y Kusa no era más que decir la pura verdad.

Finalmente se le llenó la boca con una kunoichi de Ame, Aiko. Justo cuando acababa de despotricar sobre ellos relajó el rostro y lo que no era el rostro, es decir, el tono de voz. Estaba claro como la superioridad de Uzushiogakure que algo había entre Datsue y Aiko, y en parte lo comprendía y era bonito, pero algo en mi interior me decía que enamorarse de una amenia no podía ser nada bueno para nadie.

— No, ni idea de quien es. Es extraño porque cuando estabamos en la villa era poner un pie en un sitio un poco alejado de Uzu y se me aparecían amenios hasta debajo de las piedras. Y en cambio aqui solo me he cruzado con kuseños, tio. Que frustrante. Es como si los amenios estuviesen escondidos esperando a que una presa debil aparezca y llevarsela a su madriguera para desmembrarla y comerse alguna que otra de sus extremidades. No como los kuseños, que van por ahí tan tranquilos como si estuvieran de vacaciones.

Ahora que ya había vertido mi verborrea sobre aquellos extraños seres que no eran del remolino y estaban bien con ello.

— ¿De qué cotilleos te has enterado, Datsue, la maruja?

Esperaba que no se lo tomase mal, al final le estaba viendo como una persona que es más de devolver la puya antes de irse enrabietado porque le han puyado.

El Uchiha rio nasalmente al oír la broma de Nabi sobre los kusareños y amerienses. Siempre le parecían graciosas aquel tipo de bromas, sin importar que fuesen buenas o malas. Sin embargo, Nabi debía ser advertido sobre algo:

—Pero ten cuidado con los Kusareños de la Ribera del Sur, Nabi —le avisó, y tanto su rostro como el tono de su voz se endureció de pronto—. Esos tíos son los más peligrosos, porque te hacen creer que son inofensivos, pero en realidad son más ponzoñosos que el veneno de una víbora.

En la Ribera del Sur no había hombre, mujer o niño que estuviese tramando algo bueno. Era como una maldición, una maldición que solo se acabaría cuando el pueblo fuese erradicado de la faz de Oonindo.

Pero la conversación seguía fluyendo, como un río sinuoso que fuese tocando distintos temas. El Uchiha no pudo hacer más que reír ante el nuevo apodo que se había ganado: Datsue la Maruja. Ciertamente, tenía que reconocer, le sentaba como anillo al dedo.

—Ojalá pudiese contártelo, Nabi la Criticona —soltó, en referencia a cómo los había puesto a caldo a Kotetsu y a él, entre otros—. Pero… —se mordió la lengua. Se notaba que se moría de ganas por contárselo, pero que al mismo tiempo no debía—. Es que prometí guardarlo en secreto, tío. Pero muy pronto te enterarás, créeme. Seguramente un día o dos después de la siguiente ronda —le aseguró, pues en ese momento era cuando tenía pensado publicar el avance de la revista Corazón Uzureño.

—Pero ten cuidado con los Kusareños de la Ribera del Sur, Nabi. Esos tíos son los más peligrosos, porque te hacen creer que son inofensivos, pero en realidad son más ponzoñosos que el veneno de una víbora.

— ¿Qué ribera? ¿Y tú como sabes eso?

Desde luego en las diez respuestas menos esperadas, la que acababa de darme Datsue había ocupado los diez primeros puestos. ¿Qué me estaba contando de una ribera sur? Yo todo lo que no sea mi villa y su país no existe, bueno, ahora me estaba versando en el País del Fuego que lo tenemos ahí tocando y tampoco está manchado por ninguna otra villa.

La otra opcion sería el País del Agua, pero eso de "Agua" no me mola nada. El que sí que mola es el de la Tierra pero está encerrado entre Guatemala y Guatepeor. Pobre País de la Tierra, deberíamos liberarlo de su opresión.

—Ojalá pudiese contártelo, Nabi la Criticona. Pero… . Es que prometí guardarlo en secreto, tío. Pero muy pronto te enterarás, créeme. Seguramente un día o dos después de la siguiente ronda —

Me quedé un poco pillado, me había abstraido un poco demasiado y ahora no tenía ni papa de qué me estaba hablando. Finalmente me volvió como un bumerán olvidado.

— ¿Y si te mueres? Si apareces envenenado y más tieso que un kuseño en combate, ¿cómo sabré de quien sospechar? O te mueres en el torneo, que hay mucho loco suelto. Los Uchihas sois propensos a morir.

—¿Qué ribera? ¿Y tú como sabes eso?

—Pues la ribera que está al sur del Río del Árbol Sagrado. ¿Nunca oíste hablar de ella? Del País del Bosque —respondió, haciendo caso omiso deliberadamente a la pregunta de cómo sabía eso. Lo último que le faltaba era que le confundiesen con un kusareño por el mero hecho de haber nacido en su país.

Luego, el Senju insistió en saber qué cotilleo era ese del que se había enterado, alegando que los Uchihas eran propensos a morir. Datsue sonrió.

—Más bien diría que son propensos a matar, y por tanto también a morir de vez en cuando. Pero yo no soy un Uchiha al uso —le recordó—. Soy Datsue el Intrépido. ¡Así que no me tires más de la lengua, Nabi! ¡Solo puedo decirte que se trata de una traición! —se llevó una mano al pecho, y puso cara de afligido—. ¡Una traición al corazón! ¡La mayor infidelidad que han visto y probablemente vean mis ojos! —exclamó, tan emocionado como aparentemente indignado—. ¡Pero no puedo decirte ni una palabra más! ¡No señor! —terminó de decir, negando enérgicamente con la cabeza.

—Más bien diría que son propensos a matar, y por tanto también a morir de vez en cuando. Pero yo no soy un Uchiha al uso. Soy Datsue el Intrépido. ¡Así que no me tires más de la lengua, Nabi! ¡Solo puedo decirte que se trata de una traición!. ¡Una traición al corazón! ¡La mayor infidelidad que han visto y probablemente vean mis ojos!. ¡Pero no puedo decirte ni una palabra más! ¡No señor!

Quería contestarle, pero mi sistema digestivo me contestó a mi en vez de yo a él, con un apretón de mil demonios. Me levanté de golpe como si acabase de ver a un unicornio vigilandonos con un Byakugan. Sin embargo, soy un caballero.

— Datsue, lo siento pero tengo que dar por acabada la discusión porque me estoy cagando las patas abajo. Si ves una cagada de camino a tu habitación eres libre de dejarsela delante de la puerta a quien te apetezca.

Tras soltar eso más rápido de lo iba a salir mi mierda cuando mi culo tocase un inodoro, salí por patas tan rápido como pude, dejando al Uchiha con un mal sabor de boca y uno peor de nariz. Porque olería los peillos que se me escapaban en mi trote.

Primero, rio. Una carcajada que le salió de lo más hondo de su ser. Cuando se quedó sin aire y aspiró una gran bocanada, su rostro se volvió de color púrpura, la nariz se le arrugó, y de pronto se encontró doblado en el suelo, tosiendo y con arcadas de por medio.

Aquel malnacido se había tirado el pedo más putrefacto que el Uchiha había olido en su vida, ¡y se había quedado tan pancho!

«Maldito cabrón…»

Corrió a gatas por el suelo, tratando de encontrar aire fresco. Aire puro. Cuando al fin salió del radio de acción de aquel jutsu infernal, dejó que el oxígeno limpiase sus pulmones y sus fosas nasales. Finalmente, consiguió alzarse. Había sobrevivido a aquel ataque traicionero... por los pelos.

«Estas me las pagarás, Nabi-kun…»