24/03/2018, 22:52
Hayato se despertó sobresaltado, entre sudores y respiración agitada, una noche más y ya iban seis. Desde que había llegado a la aldea se habían intensificado, en ellas aparecían siempre su padre y su madre, persiguiéndolos por un campo de té en mitad de la noche mientras una tormenta arrecia. Él corre junto a su hermana en una huida que parece no tener final, hasta que al final se encuentra con esos ojos... los ojos de su madre que le miran fijamente y un escalofriante susurro ininteligible le hace despertar.
Jadeante, se incorporó sobre su futón hasta quedar sentado mientras se llevaba ambas manos al rostro. Resopló más aliviado al darse cuenta de que tan sólo había sido otra de esas malditas pesadillas "Estoy a kilómetros de ellos..." se repetía una y otra vez, en cierto modo se sentía estúpido y culpable por tener aquellos sueños. Se suponía que los shinobi eran valientes, y él... sin embargo seguía asustado por un maldito borracho y una puta drogadicta "Joder..." se pasó las manos por el cabello para apartar un poco el sudor de su frente y miró al pequeño futón que tenía a su lado, su hermana dormía plácidamente "Qué envidia" pensó mientras retiraba con las piernas la manta que le cubría antes de levantarse para abandonar el pequeño dormitorio del apartamento que le había cedido el viejo del pueblo que al final había resultado que si que había sido ninja y uno bastante bueno por lo que había ido descubriendo a lo largo de aquella semana.
Cerró la puerta con cuidado tras de sí para no despertar a su hermana, cruzó el pequeño pasillo que vertebraba la pequeño hogar: al final la puerta de entrada, su derecha el salón comedor, frente a esta puerta una pequeña cocina y un poco más adelante la puerta del dormitorio del que acababa de salir y frente a ella la del baño.
Hayato siguió hasta la cocina, cerró tras de sí con cuidado antes de encender la luz de la pequeña habitación que consistía en un pequeño pollete con dos fuegos y un lavadero, por encima unos pequeños estantes y debajo un mueble con distintos compartimentos, al fondo una nevera y frente al pollete una mesa pequeña con dos sillas. Sobre la mesa, colgado en la pared un reloj con forma de pollo un tanto cómico cuyas agujas marcaban las cinco menos cinco de la mañana.
Al ver la hora no pudo más que suspirar, todos los días a la misma hora "Siempre igual"medio reprimió un bostezo mientras se acercaba hasta la alacena superior para coger un paquete de cereales que dejó sobre el pollo de la cocina. Después se agachó y abrió el armario justo debajo del fregadero para sacar un bol y una cuchara. Los dejó sobre la misma superficie que los cereales antes de llenar el recipiente de los mismos y volver a dejarlo en el estante de arriba. Tras esto, se dirigió hasta la nevera y la abrió "Buff..." el chico casi se echaba a llorar cada vez que abría aquel maravilloso aparato rebosante de comida, de hecho la primera vez que fue al supermercado y volvió a casa lo hizo a escondidas de su hermana. Nunca en la vida había tenido lo necesario antes, era una sensación que difícilmente podría describir pero que le encantaba. Cogió un bote de leche y volvió a cerrar la nevera con cuidado.
Regresó frente al bol y echó un chorreón de leche a sus cereales, antes de trasportar cereales y botella de leche hasta la pequeña mesita. Se sentó frente a su comida y comenzó a disfrutar de ella como cada mañana, despacio mientras dejaba su mente relajarse un poco. Mientras con una mano usaba la cuchara, usó la otra para tomar un pequeño librillo que había sobre la mesa <<Aprendiendo a leer>> se podía leer en su portada con letras de colorines y forma de animalitos, se había propuesto aprender pero le daba demasiada vergüenza pedir ayuda así que usaba los libros de la guardería de su hermana y un viejo cassette que los acompañaban con la pronunciación y demás lecciones. Aún así apenas se sabía el abecedario, pero no se desanimaría tan fácilmente.
Una vez hubo acabado de desayunar venía la parte más divertida y dura del día, alistar a su hermana para la guardería. La pequeñaja había salido rebelde, levantarla era una odisea y arreglarla ya para que contar.
Tras más de una hora de luchas, carreras, pataletas y alguna que otra burla. Los dos hermanos se encontraron cerrando la puerta tras de sí, ambos equipados con sus dos buenos chubasqueros. Él uno de color amarillo largo y ella uno rosa con dibujitos de unicornios de colores del que se había encaprichado.
—Pues ale, ¡a por un nuevo día!— dijo Hayato tras cerrar la puerta
—¡A la guardería, sí!— celebró la pequeñaja con alegría
—¡Sí!— respondió con la misma alegría el chico
Acto seguido se irían alejando poco a poco de su pequeño apartamento, descendiendo las escaleras del edificio y adentrándose en la eterna lluvia de Amegakure.
Jadeante, se incorporó sobre su futón hasta quedar sentado mientras se llevaba ambas manos al rostro. Resopló más aliviado al darse cuenta de que tan sólo había sido otra de esas malditas pesadillas "Estoy a kilómetros de ellos..." se repetía una y otra vez, en cierto modo se sentía estúpido y culpable por tener aquellos sueños. Se suponía que los shinobi eran valientes, y él... sin embargo seguía asustado por un maldito borracho y una puta drogadicta "Joder..." se pasó las manos por el cabello para apartar un poco el sudor de su frente y miró al pequeño futón que tenía a su lado, su hermana dormía plácidamente "Qué envidia" pensó mientras retiraba con las piernas la manta que le cubría antes de levantarse para abandonar el pequeño dormitorio del apartamento que le había cedido el viejo del pueblo que al final había resultado que si que había sido ninja y uno bastante bueno por lo que había ido descubriendo a lo largo de aquella semana.
Cerró la puerta con cuidado tras de sí para no despertar a su hermana, cruzó el pequeño pasillo que vertebraba la pequeño hogar: al final la puerta de entrada, su derecha el salón comedor, frente a esta puerta una pequeña cocina y un poco más adelante la puerta del dormitorio del que acababa de salir y frente a ella la del baño.
Hayato siguió hasta la cocina, cerró tras de sí con cuidado antes de encender la luz de la pequeña habitación que consistía en un pequeño pollete con dos fuegos y un lavadero, por encima unos pequeños estantes y debajo un mueble con distintos compartimentos, al fondo una nevera y frente al pollete una mesa pequeña con dos sillas. Sobre la mesa, colgado en la pared un reloj con forma de pollo un tanto cómico cuyas agujas marcaban las cinco menos cinco de la mañana.
Al ver la hora no pudo más que suspirar, todos los días a la misma hora "Siempre igual"medio reprimió un bostezo mientras se acercaba hasta la alacena superior para coger un paquete de cereales que dejó sobre el pollo de la cocina. Después se agachó y abrió el armario justo debajo del fregadero para sacar un bol y una cuchara. Los dejó sobre la misma superficie que los cereales antes de llenar el recipiente de los mismos y volver a dejarlo en el estante de arriba. Tras esto, se dirigió hasta la nevera y la abrió "Buff..." el chico casi se echaba a llorar cada vez que abría aquel maravilloso aparato rebosante de comida, de hecho la primera vez que fue al supermercado y volvió a casa lo hizo a escondidas de su hermana. Nunca en la vida había tenido lo necesario antes, era una sensación que difícilmente podría describir pero que le encantaba. Cogió un bote de leche y volvió a cerrar la nevera con cuidado.
Regresó frente al bol y echó un chorreón de leche a sus cereales, antes de trasportar cereales y botella de leche hasta la pequeña mesita. Se sentó frente a su comida y comenzó a disfrutar de ella como cada mañana, despacio mientras dejaba su mente relajarse un poco. Mientras con una mano usaba la cuchara, usó la otra para tomar un pequeño librillo que había sobre la mesa <<Aprendiendo a leer>> se podía leer en su portada con letras de colorines y forma de animalitos, se había propuesto aprender pero le daba demasiada vergüenza pedir ayuda así que usaba los libros de la guardería de su hermana y un viejo cassette que los acompañaban con la pronunciación y demás lecciones. Aún así apenas se sabía el abecedario, pero no se desanimaría tan fácilmente.
Una vez hubo acabado de desayunar venía la parte más divertida y dura del día, alistar a su hermana para la guardería. La pequeñaja había salido rebelde, levantarla era una odisea y arreglarla ya para que contar.
Tras más de una hora de luchas, carreras, pataletas y alguna que otra burla. Los dos hermanos se encontraron cerrando la puerta tras de sí, ambos equipados con sus dos buenos chubasqueros. Él uno de color amarillo largo y ella uno rosa con dibujitos de unicornios de colores del que se había encaprichado.
—Pues ale, ¡a por un nuevo día!— dijo Hayato tras cerrar la puerta
—¡A la guardería, sí!— celebró la pequeñaja con alegría
—¡Sí!— respondió con la misma alegría el chico
Acto seguido se irían alejando poco a poco de su pequeño apartamento, descendiendo las escaleras del edificio y adentrándose en la eterna lluvia de Amegakure.