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—Hikari... —contestó tímidamente la chica.
No hizo falta que Juro respondiese ante eso, Ayame acabó por resignarse y volver a la posición inicial...
—Hikari es un nombre muy bonito —le dijo,provocando la sonrisa de la niña—. Pero dinos, ¿qué te ha pasado? ¿Has perdido a tus padres?
—Tedi-sama... ¡He perdido a Tedi-sama y mamá no quiere volver a buscarlo! ¿Me ayudaréis? Porfiii...
—¿Tedi-sama...?
Juro cabeceó a su lado, en la misma posición que antes. Ni él ni Ayame entendían a quien narices se podía referir la pobre niña. Juro supuso que era algo importante para ella...
—¡Es mi osito! ¡Es grande y tiene un lazo rosa en la cabeza! Quiero a mi Tedi-sama... Estará asustado solita en la silla... ¿Y si alguien lo roba?
Ayame se volvió hacia él con preocupación, al ver como la niña estaba a punto de romper en llante nuevamente. Juro pensó y pensó... pero la situación le superó.
- Tranquila, Tranquila... - durante unos momentos, él era el que tenía que tranquilizarse como la niña - ¿Donde lo perdiste? Si nos lo dices, podríamos hacer algo al respecto...
Juro se volvió hacia Ayame. él desde luego pensaba ayudarla, al menos a intentarlo, pero no podía obligarla. Después de todo, ella estaba buscando a su padre y a su hermano...
"Katsue puede esperar. La niña es más importante..."
Nivel: 32
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—Tranquila, Tranquila... — intervino Juro, con tono conciliador—. ¿Donde lo perdiste? Si nos lo dices, podríamos hacer algo al respecto...
La cara de Hikari se iluminó de esperanza al escuchar al shinobi de Uzushiogakure. Con ojos brillantes por las lágrimas y la emoción, dio un par de saltitos en el sitio.
—¡En mi sillita! Os vi pelear con mamá y papá, ¿lo habéis olvidado? Tedi tiene que estar en mi sillita —repetía, una y otra vez, entre exagerados aspavientos de manos y piernas.
Ayame le devolvió la mirada a Juro. Por mucho que temiera una posible regañina de su padre o su hermano, no tenía un corazón tan duro como para dejar desamparada a la niña.
—Debe estar en las gradas. Tendremos que buscar allí —le dijo, y ante su débil intento de interpretar las confusas instrucciones, la pequeña asintió enérgicamente. Ayame se volvió una última vez hacia Hikari—. Pero es peligroso que estés aquí en medio, con tanta gente. Espéranos junto a tus padres en la salida del estadio, ¿de acuerdo?
Hikari pareció dudar durante unos breves instantes, pero entonces volvió a asentir y salió corriendo con toda la velocidad que le permitían sus cortas piernecitas.
—¡Vamos, antes de que se nos haga tarde! —le dijo a Juro, y ella misma echó a correr.
Ahora les tocaba deshacer el camino recorrido para volver a la arena de combate. Y, para hacerlo más difícil aún, en contra de la marea de gente que no parecía terminar de dispersarse.
¿De verdad había cabido tanta gente en el estadio? ¿Tantas personas les habían visto combatir?
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—¡En mi sillita! Os vi pelear con mamá y papá, ¿lo habéis olvidado? Tedi tiene que estar en mi sillita —repitió la niña, con una clara ansiedad proveniente de la perdida.
Juro se cruzo de brazos, pensando. La respuesta de la niña era más que clara... y sin embargo, no tenían ni idea de su asiento. Probablemente, ella misma tampoco lo sabía. Era una estupidez preguntarle, no iba a dar más información de esto.
Por lo menos, supo que Ayame estaba de su lado, o al menos eso fue lo que Juro interpretó con la mirada que le dio. Juro sonrió disimuladamente, iba a ser un trabajo para dos, aunque ambos fueran de diferente aldea.
"Misión de Rango D, encuentra el osito de peluche...."
—Debe estar en las gradas. Tendremos que buscar allí —la sonrisa de Juro se hizo más evidente, no se había equivocado con ella—. Pero es peligroso que estés aquí en medio, con tanta gente. Espéranos junto a tus padres en la salida del estadio, ¿de acuerdo?
La niña, motivada por las palabras de Ayame y el asentimiento de Juro, salió corriendo hacia lo que debía ser la salida. Juro esperó que no le pasase nada.
—¡Vamos, antes de que se nos haga tarde! —dijo Ayame, mientras comenzaba a correr.
- ¡Bien! - exclamo, mientras la seguía en el camino.
Y así, ambos shinobis comenzaron a correr con su agilidad característica, tratando de evitar la muralla de gente que se había formado. Si salir se había hecho difícil, entrar...
- Vale, tenemos que conseguir llegar hasta ahí arriba como podamos - murmuró Juro, antes de abalanzarse sobre la marea de gente, que poco a poco creccía sobre ellos - Las gradas tenían pinta de ser muy grandes y tampoco sabemos donde estaba exactamente... pero ahora, hay que conseguir llegar sin perdernos...
En el primer choque contra una persona, más bien un hombre alto y barbudo, Juro se sintió bastante mal.
- ¡Lo siento! - exclamó, rodeándolo para no perder a Ayame.
Los demás choque fueron inevitables, mujeres, hombres, incluso viejas., pero Juro ya no se sintió tan mal...
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Juro la seguía de cerca, podía escuchar el acelerado tamborileo de sus pasos haciendo eco de los suyos. Y pronto ambos tuvieron que enfrentarse a lo inevitable: el muro de personas que se les echaba encima. Ayame intentó por todos los medios evitar chocar con nadie, pero más que uno se llevó algún que otro inevitable empujón o golpe con el hombro coreado por disculpas reiteradas por parte de ambos. Aún así, si tenían que hacer un balance de impactos, sin duda Juro habría salido ganando. Ayame conseguía moverse con una mayor ligereza, con una mayor agilidad, y sus avispados ojos le permitían ver a la mayoría de las personas antes de terminar chocando contra ellas.
Siguieron corriendo durante un largo rato, recorriendo de vuelta el camino hacia el portón que daba la entrada al coliseo. Y, como si se tratara de un embudo, la multitud se iba haciendo más y más densa a cada segundo que pasaba...
Hasta que llegaron a su destino.
—¡Ah! ¡Al fin! —exclamó Ayame, profundamente aliviada, al ver la luz del sol en pleno campo de lucha.
Sin embargo, debería haberse dado cuenta ya de que no todo podía ser tan fácil. Un par de figuras oscuras se interpusieron en su camino, sendas manos alzadas.
—¡Eh, vosotros! —el hombre que había hablado, al igual que su compañero, iba vestido con una pesada armadura de samurai. Era alto y formido, con el escaso pelo que tenía recogido en una coleta baja y una perilla de chivo adornando su barbilla—. ¿Dónde creéis que vais? ¡No se puede pasar, el espectáculo ha terminado!
—Pero hemos venido a buscar...
—¿Es que no has escuchado a mi compañero? —le interrumpió el otro samurai, algo más bajito pero igual de imponente. Sacudió la cabeza con un gesto desdeñoso y brusco—. ¡Salid del estadio inmediatamente!
Ayame agachó la mirada, acobardada, y entonces ladeó la cabeza hacia Juro. ¿Y ahora qué?
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Tras muchos sufrimientos, ambos genins lograron acercarse al portón que les encaminaría hacia la dichosa arena...
— ¡Ah! ¡Al fin! —exclamó Ayame, a la vez que Juro recibía los primeros rayos del sol que indicaban su llegada.
Juro se ilusionó durante unos momentos. Habían llegado, lo habían conseguido, estaban tan cerca...
Y en ese momento, comprendió lo que significaba estar lejos de algo cercano, cuando dos figuras bloquearon el camino a seguir, con ambas manos alzadas. Eran dos samurais que protegían la entrada.
— ¡Eh, vosotros! —dijo el primero de los samurái. Era alto y formido, con el escaso pelo que tenía recogido en una coleta baja y una perilla adornando su barbilla—. ¿Dónde creéis que vais? ¡No se puede pasar, el espectáculo ha terminado!
—Pero hemos venido a buscar... – Ayame trató de hacerse oír ante la violencia del primer samurái.
— ¿Es que no has escuchado a mi compañero? —la interrumpió el otro samurái, secamente—. ¡Salid del estadio inmediatamente!
Ayame agachó la mirada, totalmente derrotada ante la presión de los dos hombres, buscando ayuda en Juro. Sin embargo, este carecía de cualquier método de convicción para que les dejasen pasar…
“No podemos volvernos atrás ahora…”
— Esperen, por favor — exclamó, apelando a lo único que sabía — No somos dos espectadores, somos participantes del torneo y hemos estado aquí hace poco. Nos hemos dejado algo muy importante aquí, solo tardaríamos un minuto en cogerlo, y luego nos iríamos…
Miró a Ayame, mostrando su lastima. Él no era un experto en la mentira, ni tenía ninguna capacidad especial. No tenía forma de convencerles inmediatamente. Solo les quedaba la influencia que pudieran causar en ellos esas palabras…
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—Esperen, por favor —intervino Juro—. No somos dos espectadores, somos participantes del torneo y hemos estado aquí hace poco. Nos hemos dejado algo muy importante aquí, solo tardaríamos un minuto en cogerlo, y luego nos iríamos…
Los dos centinelas se miraron mutuamente, y Ayame comenzó a sentir un cierto atisbo de esperanza al notar la duda en sus ojos. Los samurais volvieron a mirarlos a ellos con detenimiento, y entonces uno de ellos chocó el puño contra la palma de su mano extendida.
—¡Ay, mi madre! ¡Si este es el chico que ha pasado de ronda sin pegar un palo al agua! ¡A eso sí que le llamo un golpe de suerte!
El otro coreó su afirmación con una estruendosa carcajada.
—¡Y en cambio la otra chica es la que terminó su combate en cuestión de segundos! ¡Menuda paliza!
Ayame volvió a hundir la cabeza, cansada de la fama que se estaba ganando con su estúpido combate.
—Pero lo sentimos, chicos. No importa si sois mendigos o los hijos de un richachón de renombre, na vez finalizados los combates, ni los mismísimos Señores Feudales pueden entrar de nuevo en la arena.
—Así que ya podéis dar media vuelta. Lo que sea que hayáis perdido lo devolverán a objetos perdidos.
No había manera. Ayame suspiró con pesadez e inclinó el cuerpo en una desganada reverencia.
—Está bien... Sentimos las molestias...
Se dio media vuelta, dando por abandonada la incursión. Esperaba que Juro la siguiera, y sólo cuando se encontraron a una distancia prudencial de los dos samuráis le susurró:
—¿Y ahora qué hacemos? No nos van a dejar pasar por nada del mundo... Quizás deberíamos rendirnos y decirle a la niña que busque su osito en objetos perdidos...
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—¡Ay, mi madre! ¡Si este es el chico que ha pasado de ronda sin pegar un palo al agua! ¡A eso sí que le llamo un golpe de suerte!
— Bueno, yo...
—¡Y en cambio la otra chica es la que terminó su combate en cuestión de segundos! ¡Menuda paliza!
Juro se llevo una mano al rostro, en signo de decepción. No solo no había conseguido nada, si no que encima les habían dado donde más les dolía a los dos. Jaque mate, supuso.
—Pero lo sentimos, chicos. No importa si sois mendigos o los hijos de un richachón de renombre, una vez finalizados los combates, ni los mismísimos Señores Feudales pueden entrar de nuevo en la arena.
—Así que ya podéis dar media vuelta. Lo que sea que hayáis perdido lo devolverán a objetos perdidos.
—Está bien... Sentimos las molestias... — contestó Ayame, en mitad de un suspiro. No parecía conforme tampoco con lo que había pasado.
Juro, aun tratando de asimilar lo que había pasado, siguió agachando la cabeza a Ayame, dándose media vuelta. Cuando ambos se alejaron suficiente de los guardias, Ayame recuperó el valor para hablar.
—¿Y ahora qué hacemos? No nos van a dejar pasar por nada del mundo... Quizás deberíamos rendirnos y decirle a la niña que busque su osito en objetos perdidos...
— Tendríamos que volver a encarar a la niña, delante de sus padres, y decirle que no hemos podido recuperar a su osito de peluche y probablemente hacerla llorar ... — dijo Juro, con pesadez. No solo la decepcionarían, si no que encima demostrarían su ineptitud — No lo se... Que problemático es esto....
Suspiró y se rascó la nuca. Esa entrada estaba ocupada, totalmente. No quería rendirse, algo en él le decía que no podía rendirse... pero tampoco iba a violar la ley por un osito de peluche. Tenía que pensar, o al menos, intentarlo.
— Supongo que no habrá otra entrada con guardias más simpáticos ... — dijo por fin, sin acabar de decidirse — Esta entrada esta vetada, eso seguro. Habría que buscar otra forma de entrar... Si es que la hay. Si no, se acabó. La verdad es que no se orientarme demasiado bien, así que no tengo ni idea. Yo iría a la deriva aquí...
Juro recordaba como Ayame le había guiado hasta el lugar. Así pues, a no ser que el plan fuese dar vueltas a la redonda, Juro confiaba en que Ayame pudiese aportar algo, o en casa contrario, elaborar la mejor forma de rendirse sin herir los sentimientos de una niña...
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— Tendríamos que volver a encarar a la niña, delante de sus padres, y decirle que no hemos podido recuperar a su osito de peluche y probablemente hacerla llorar... — dijo Juro, con pesadez. A Ayame tampoco le hacía ninguna gracia aquella opción, pero, ¿realmente tenían otra alternativa?—. No lo se... Que problemático es esto...
Ayame hundió los hombros y suspiró, tan frustrada como su compañero, mientras continuaban su camino ahora a favor de la corriente de la gente que los rodeaba.
—Supongo que no habrá otra entrada con guardias más simpáticos... —añadió Juro, aparentemente indeciso sobre el camino a tomar—. Esta entrada esta vetada, eso seguro. Habría que buscar otra forma de entrar... Si es que la hay. Si no, se acabó. La verdad es que no se orientarme demasiado bien, así que no tengo ni idea. Yo iría a la deriva aquí...
—Que yo recuerde, hay cuatro entradas a las gradas en total, una por cada punto cardinal. Pero dudo que tengamos más suerte que en esta, la verdad... —volvió a suspirar, reajustándose la bandana sobre la frente—. Quizás... podríamos salir fuera y... escalar la fachada... —sacudió bruscamente la cabeza—. ¡Pero hay demasiada gente! ¿Y si nos pillaran? ¿Y si...? ¿Y si nos descalificaran del torneo por incumplimiento de las normas?
Se revolvió los cabellos, incapaz de decidir qué era lo mejor que podían hacer. No quería hacer llorar a la niña, ¡pero no podía permitirse que la expulsaran del torneo por ello! Su padre la mataría...
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Ayame suspiro ante sus palabras, mientras se ajustaba la bandana a la frente, por alguna razón.
—Que yo recuerde, hay cuatro entradas a las gradas en total, una por cada punto cardinal. Pero dudo que tengamos más suerte que en esta, la verdad... Quizás... podríamos salir fuera y... escalar la fachada... - pero pronto, ella misma se arrepintió de sus propias palabras, negando repetidamente con la cabeza -¡Pero hay demasiada gente! ¿Y si nos pillaran? ¿Y si...? ¿Y si nos descalificaran del torneo por incumplimiento de las normas?
- Sería horrible... - murmuró Juro, mientras cerraba los ojos e imaginaba lo que pasaría. La deshonra para la villa, avergonzar a su hermana, ser objetivo de las burlas de sus compañeros, que Shiori-sensei le diese una paliza... - No... ¡Cualquier cosa menos eso!
Durante unos momentos, se olvidó completamente de Ayame. El miedo inundó su pequeño cuerpo, ignoró todo... Luego, al ver como se había puesto, no pudo hacer otra cosa más que reír un poco, para relajar tensiones, y evitar dar una falsa impresion.
- Lo siento, me deje llevar... - comentó, rascándose la nuca - - Tienes razon, no tengo forma de pasar inadvertido, con la seguridad que hay nos verían con facilidad... No hay opciones.
Juro se llevó la mano al mentón, pensativo. Pronto, como una gran descarga eléctrica, algo iluminó su cabeza. Algo que le asustó hasta a el mismo.
- ¿Crees que los samuráis pueden entrar ahí libremente? - preguntó, frunciendo el ceño - Como ninjas, es imposible que entrasemos. Si fueramos otra cosa, quizás...
Nivel: 32
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—Sería horrible... —afirmó Juro, y cerró los ojos durante algunos segundos. Debía de estar imaginando algo, porque acto seguido su voz se alzó—. [sub=green]No... ¡Cualquier cosa menos eso!
Ayame ignoraba qué era lo que estaba pasando por la mente del chico, pero no podía extrañarse de aquel pánico a ser expulsado del torneo. ¿Cómo se lo explicaría ella a su padre? ¿Cómo la miraría su hermano mayor? ¿O Daruu, a quien debía superar para ganar la apuesta de sus padres?
—Lo siento, me deje llevar...
Ayame soltó un profundo suspiro.
—No tienes que disculparte, a mí tampoco me hace ninguna gracia que me descalifiquen ahora...
—Tienes razon, no tengo forma de pasar inadvertido, con la seguridad que hay nos verían con facilidad... No hay opciones.
Ayame asintió, pesarosa. Y de repente, como si un rayo de sol hubiese caído sobre su compañero, su rostro se iluminó súbitamente.
—¿Crees que los samuráis pueden entrar ahí libremente? —preguntó, frunciendo el ceño—. Como ninjas, es imposible que entrasemos. Si fueramos otra cosa, quizás...
Ayame inspiró súbitamente. ¡Pues claro! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Las palabras de Juro habían activado un click en su cerebro y todas las piezas encajaron de golpe.
—¿Hablas de...? ¡Eso es! ¡Vamos, Curro-san!
Sin esperar siquiera una respuesta, tomó del antebrazo a su compañero y se lanzó a la carrera. Esquivó como buenamente pudo a las personas que se cruzaron en su camino. Nuevamente, algún que otro empujón estuvo a punto de separarlos pero Ayame corría como una flecha entre la multitud, zigzagueando. Finalmente, tras algunos minutos de carrera, tomó un pequeño pasillo que se bifurcaba del principal y sólo entonces se detuvo y se volvió hacia el de Uzushiogakure entre ligeros resuellos.
—Veamos...
Sus manos se entrelazaron con agilidad. Perro. Jabalí. Carnero. Con una pequeña explosión, una nube de humo envolvió por completo su cuerpo.
—Vale. ¿Cómo estoy? —le preguntó, aunque se sobresaltó ligeramente al escuchar su voz. Ahora más grave. Más de... hombre.
Después de que Datsue la desdeñara por no conocer la técnica de transformación, Ayame había estado varios días tratando por todos los medios de dominarla. No le había costado demasiado hacerlo, teniendo en cuenta que era una técnica bastante básica para un shinobi, pero no había tenido oportunidad de utilizarla en una situación seria hasta aquel día. Ahora, Ayame ya no era Ayame. Se había transformado en el imponente samurai de coleta y barba de chivo que les había cortado el paso anteriormente.
—Deberíamos ir a alguna de las otras puertas. Es una estupidez que intentemos pasar por la misma donde están ellos —se rio, pero la sonrisa se congeló pronto en su rostro—. Sólo espero de verdad que los samurai sí puedan entrar en el recinto después de los combates...
«Y que no nos hagan muchas preguntas al respecto...»
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—¿Hablas de...? ¡Eso es! ¡Vamos, Curro-san!
Antes de que pudiese arrepentirse de lo que había pensado en voz alta, Ayame comprendió al instante sus ideas. Le agarró del brazo y se encaminó a la carrera.
Juro tuvo más cuidado esta vez, aunque arrolló a una que otra persona. Afortunadamente, no perdió de vista a Ayame, a pesar de que parecía mucho más segura que él a la hora de correr. Pudiera ser porque ella si conocía el camino hacia donde iban…
Tras encontrar un pasillo alejado de la multitud y de la gente, Ayame pudo ejecutar el plan de Juro. Entrelazó sus manos, ejecutó los tres sellos que él ya conocía y pronto ya no era ella, si no la viva imagen del samurái de antes.
—Vale. ¿Cómo estoy?
- Es perfecto. Aterrador, pero perfecto – contestó, sobresaltado al escuchar la voz que ahora salía de su garganta.
Tomó aire, y comprendió que era su turno. Tendrían que ser los dos samuráis si cumplían su cohartada. Ejecutó los sellos, al igual que Ayame, y con una pequeña explosión de humo, su cuerpo desapareció…
… Para resurgir como el samurái que había acompañado al otro. Un poco más bajito que Ayame, pero con la misma indumentaria.
—Listo… —murmuró, acostumbrándose al nuevo cambio.
Listos los dos, ahora tocaba lo más difícil. Infiltrarse en el recinto y salir de él con el osito, ilesos y sin problemas. Era la parte que Juro no había planeado aún.
—Deberíamos ir a alguna de las otras puertas. Es una estupidez que intentemos pasar por la misma donde están ellos —aunque la risa era de Ayame, escucharla de la voz de aquel hombre era muy inquietante—. Sólo espero de verdad que los samurai sí puedan entrar en el recinto después de los combates...
— Tienes razón, probemos con el lado más cercano, sin contar ese — dijo Juro, el samurái-Juro — Aunque el objetivo es pasar sin más, probablemente nos pregunten qué hacer. Tenemos que pensarlo bien…
« Veamos… ¿Nos han mandando patrullar la zona?... Quizás sea arriesgado… ¿Hemos visto como alguien se colaba por el tejado y vamos a echarle? – preguntó, mientras chasqueba los dedos – ¿Se te ocurre algo mejor?
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—Es perfecto. Aterrador, pero perfecto —respondió Juro, y Ayame, ahora transformada en el corpulento samurai, sonrió con henchido orgullo.
Su compañero no tardó en imitarla y, tras entrelazar las manos en la misma secuencia de sellos que ella había empleado, una pequeña nube de humo hizo resurgir al otro samurai, más bajito pero igual de imponente y la misma indumentaria.
—Listo…
Ayame asintió, satisfecha. Incluso el cambio de voz había sido perfecto. Ahora deberían moverse rápidamente y dar con el osito de peluche antes de levantar cualquier tipo de sospecha que pudiera complicar su misión.
—Deberíamos ir a alguna de las otras puertas. Es una estupidez que intentemos pasar por la misma donde están ellos. Sólo espero de verdad que los samurai sí puedan entrar en el recinto después de los combates...
—Tienes razón, probemos con el lado más cercano, sin contar ese —respondió Juro; y, sin perder un instante, Ayame se puso en marcha y echó a caminar a buen paso por uno de los pasillos aledaños—. Aunque el objetivo es pasar sin más, probablemente nos pregunten qué hacer. Tenemos que pensarlo bien…
—Es cierto... No había pensado en eso... —susurró. Aquel hecho era verdaderamente preocupante, puesto que no se le daba nada bien mentir...
—Veamos… ¿Nos han mandando patrullar la zona?... Quizás sea arriesgado…
—Demasiado simple... ¿Patrullar un estadio en teoría vacío?
—¿Hemos visto como alguien se colaba por el tejado y vamos a echarle? —continuó, chasqueando los dedos—. ¿Se te ocurre algo mejor?
Ayame lo meditó durante unos instantes.
—¿Y por qué no hemos accedido desde nuestra puerta? —le contradijo, torciendo el gesto—. No sé... no sé... Esto cada vez me parece una idea peor...
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—¿Y por qué no hemos accedido desde nuestra puerta? —le contradijo, torciendo el gesto—. No sé... no sé... Esto cada vez me parece una idea peor...
Ayame sentenció la idea, sin meter nada extra en ella. Todo parecía indicar a que no veía bien de ninguna de las maneras que esta idea funcionase.
Juro se encogió de hombros, con un largo suspiro. No se le ocurría nada más que hacer. Cuando estuvo a punto de rendirse, otra idea se le vino a la cabeza, para bien o para mal.
- Puede que los samurai sean los únicos que puedan entrar... - reconoció Juro - Pero quizás lo estemos enfocando mal. No podremos engañarlos con sus propios compañeros. Si tan solo pudiéramos lograr una distracción, uno podría colarse escondido...
Juro se llevó una mano al mentón, pensativo, aun con su forma de samurai. Entonces, reflexionó un poco, y al final, deshizo la transformación. Y antes de que nadie preguntase, hizo los sellos nuevamente y otra nube de humo le envolvió, mostrando ya no a Juro, si no a un niño pequeño, de unos cinco años, que vestía una sencilla camisa de botones y unos pequeños pantaloncitos. Tenía el pelo rubio, escaso, sobre su pequeña cabeza. Era un niño que había visto llorar y berrear mientras seguía a Ayame por el pasillo.
- He perdido a mi mama... - Juro, es decir, el niño, hizo un puchero, mostrando infinita tristeza en el pequeño rostro infantil - Quiero ir a casa...
Después se tumbo cuidadosamente en el suelo para no hacer nada malo con la transformación, y berreó un poquito, pataleando y dando puñetazos al suelo. Luego, se levantó y miro a la chica.
- ¿Que tal? - preguntó, con voz infantil.
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Juro se encogió de hombros y un tenso silencio se hizo entre los dos muchachos disfrazados de samurais adultos mientras avanzaban hacia un destino incierto. Ayame incluso terminó por disminuir el ritmo de sus pasos, temerosa de llegar a otra puerta custodiada por más samurais y no tener una excusa preparada de antemano. Las esperanzas se escurrían de entre sus dedos como granos de arena. Y cuando Ayame ya se estaba planteando por enésima vez abandonar aquella aventura cuando el de Uzushiogakure volvió a hablar.
- Puede que los samurai sean los únicos que puedan entrar... Pero quizás lo estemos enfocando mal. No podremos engañarlos con sus propios compañeros. Si tan solo pudiéramos lograr una distracción, uno podría colarse escondido...
—Una distracción... Algo que nos permita entrar en el estadio por otra puerta sin comprometer la que en teoría estamos vigilando... —repitió, pensativa.
La transformación de Juro se deshizo súbitamente, y Ayame sufrió un sobresalto que casi le hizo perder la suya propia.
—¡¿Qué haces?! —exclamó, en apenas un hilo de voz. Pero enseguida lo entendió.
Juro se había vuelto a transformar de nuevo, pero había abandonado su disfraz de samurai imponente para adoptar el de un niño rubio que no debía tener más de cinco años y los ojos inundados de lagrimas.
—He perdido a mi mama... —balbuceó, con una interpretación perfecta de un infante mocoso y lloroso desorientado en un océano de gente—. Quiero ir a casa...
Ayame se había quedado boquiabierta al verle tirarse al suelo y comenzar a berrear débilmente, con pataletas y puñetazos al suelo incluidos.
—¿Que tal? —le preguntó, abandonando su máscara para reincorporarse.
—¡Qué buena idea! —le felicitó, aunque aún dudó durante unos instantes antes de tomarle de la manita y echar a caminar de nuevo—. V... vamos. Cuanto antes terminemos con esto, mejor —balbuceó, con un ligero rubor tiñendo sus mejillas. No estaba acostumbrada a tocar a nadie. Y mucho menos a alguien con el que no tenía había cruzado palabra alguna hasta hace unos pocos minutos.
Aceleró el paso. Volvieron a toparse con la oleada de gente, ahora algo más dispersa, cuando llegaron al segundo pasillo que servía de salida del estadio, y Ayame y Juro volvieron a remontarlo. En aquella ocasión fue incluso más difícil. Al dirigirse en contra de la dirección general de la multitud tenían que extremar las precauciones para no chocar contra nadie y que sus respectivas transformaciones se fueran al garete. Si podía haber algo peor que los pillaran entrando de manera furtiva en los campos de batalla tras la ronda, era precisamente ver a una kunoichi y un shinobi (ambos participantes del torneo) tratando de colarse transformados en un samurai y un cebo. Por suerte, consiguieron su propósito y ambos llegaron sanos, salvos e intactos a la segunda puerta. Aquella estaba custodiada nuevamente por dos samurais, y a Ayame le dio un vuelco cuando uno de ellos los miró durante algunos segundos y el otro le saludó efusivamente.
—¿Qué hay, Mamoru? —fue únicamente por el tono de su voz que Ayame se dio cuenta de que era una mujer. Junto al resto de su cuerpo, cubierto por una armadura, tapaba la parte de sus ojos con lo que parecía ser medio casco. Tras su espalda caían dos largas coletas.
Algo amedrentada, y sin saber muy bien cómo debía reaccionar o como reaccionaría el verdadero Mamoru a un saludo así, se limitó a levantar una mano y esbozó una ligera sonrisa cansada.
—¿Por qué no estás en tu puesto? —preguntó el otro, receloso.
A Ayame se le colocó el corazón en la garganta.
—Yo... he dejado a mi compañero allí —dijo, había tratado de mantenerse lo más firme que era capaz, pero el temblequeo de su voz la estaba traicionando y el samurai no tardó en entrecerrar los ojos...
Nivel: 22
Exp: 22 puntos
Dinero: 610 ryō
· Fue 40
· Pod 50
· Res 60
· Int 60
· Agu 60
· Car 40
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· Vol 40
· Des 60
· Per 40
Ayame acabó aceptando la idea de Juro, y tras ello, ambos terminaron de camino a la puerta. Juro tuvo especial cuidado esta vez en no chocar con nadie, siguiendo a Ayame. Como tenían que mantener la compostura propia de un samurai y un niño, fue más fácil no perderla.
Aunque se preocupó y se preguntó más veces de las que querría si era una buena idea, ya era tarde para echarse atras.
Juro se sobresaltó al ver a Ayame, quien pensaba ir hasta el final con él. Entonce se quedó en blanco. ¿Debían hacer eso, o mantenerla oculta para no levantar sospechas? Iba a manifestar sus dudas, hasta recordar que era un niño, y ya habían llegado casi a la puerta. No pudo hacer más que seguir la corriente.
Pronto, Juro vio a dos samurais. Se le heló la sangre. Desde su pequeña altura, eran mucho más grandes e imponentes de lo que él mismo recordaba en su estatura normal. Trató de actuar natural, aunque el nerviosismo le traicionaba. Agradeció el hecho de ser un niño, y de estar justificado. Cualquier niño se asustaría al verlos. Ya estarían hasta acostumbrados. Su compañera lo tenía mucho más difícil fingiendo ser uno de ellos...
—¿Qué hay, Mamoru? —Juro se dio cuenta de que uno de los samurai era mujer. ¿Debía atacarla con su monería primero a ella?
—¿Por qué no estás en tu puesto? —preguntó el otro, mucho más frío y cortante. Si, definitivamente la mujer parecía más amable.
—Yo... he dejado a mi compañero allí
El ambiente no parecía muy en calma, y uno de los samurais parecía incluso desconfiar. Juro sintió la necesidad de apoyar a su compañera, antes de que algo malo pasase. Trató de dar un pasito con sus pequeñas piernas, aunque le costó sin alejarse de Ayame.
- Quiero a mi mama... - murmuró, con tono lloroso, para que se le oyese. Después, clavo su mirada en la samurai mujer, y hizo el puchero más triste que pudo - ¿Mami?
Juro quería ayudar, pero solo era un crío lloroso que había perdido a su madre. Tenía que interpretar su papel, quisiera o no.
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