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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#76
Daigo le sonrió al gran gorila, agradeciéndole la ayuda.

— Sí... todavía me estoy recuperando de la pelea que tuvimos al salir de prisión. —Confirmó—. Agradeciría mucho su ayuda para caminar. Me gustaría presentarme ante Baruck de pie.

Dicho aquello, el joven intentaría ayudarse de una pared para ponerse de pie y andar con la ayuda del gorila.
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#77
Claro —dijo, ofreciéndole un hombro para que se apoyase en él—. Yo le ayudo.

El gorila guio a Daigo escaleras abajo, hacia las raíces del árbol hueco. Si bien antaño Daigo se hubiese mofado de aquella caminata, habituado a entrenos mucho más tortuosos en Kusagakure, con ninjas que te otorgaban misiones de correr alrededor de la villa como pasatiempo, ahora le resultó tortuoso. Sentía que las piernas le fallaban con cada escalón descendido, y el mero hecho de mover el cuerpo le dolía como si tuviese agujas clavadas en cada músculo.

Cuando llegaron al final del recorrido, dos guardias abrieron un gran portalón. Fue como abrir una presa que contuviese el agua de un río. De repente, los gritos, los choques de jarras y el sonido de la música salió en tromba, inundando la entrada al hall. Pronto Daigo se dio cuenta de lo que estaba sucediendo: un gran banquete, atestado de gorilas bebiendo, cantando o jugando. Los platos estaban ya con los restos. Lo único que se rellenaban eran las jarras de hidromiel. Una pareja de gorilas estaba echándose un pulso en una mesa, vitoreados por la muchedumbre de alrededor. Otro grupillo, que formaba un círculo entre ellos, jugaban a darse puñetazos en los hombros. El juego parecía consistir en ir turnándose para lanzar el golpe, hasta que alguien no aguantaba más, se rendía y salía del círculo. El ganador, estaba claro, era el último en quedarse.

El simple hecho de ser humano atrajo la mirada de muchos. El alcohol turbaba los ojos de varios, pero Daigo encontró en sus pupilas sorpresa, confusión, miedo o enfado. En unos pocos, simplemente intriga. Atravesó todo el hall hasta llegar a la mesa principal —situada un escalón por encima que el resto, al frente—. Vio a Junrei sentado en ella, junto a su hermano. Y, en el centro, un gorila atípico. Algo más bajito que los que estaban a su alrededor. Algo menos musculado. Portaba un trozo de tela carmesí anudado a la frente y una cicatriz rasgaba su mejilla izquierda. No parecía el más fuerte, ni el más sanguinario ni peligroso de aquel lugar. Y, sin embargo, todos parecían mostrarle un respeto mayor. Se veía en cómo los de su alrededor se interrumpían cada vez que él hablaba, o en cómo era el primero a quien iban a servir a la mesa.

¡Baruck, Primer Nudillo del Rey Hermoso! —anunció el gorila que acompañaba a Daigo, presentando al gorila de la tela roja.

Ah. Y tú debes de ser Tsukiyama Daigo. Me han hablado de ti —habló Baruck, fijando sus ojos negros en Daigo.
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#78
Daigo agradeció la ayuda del gorila, apoyándose en su hombro para poder caminar. De momento, con su ayuda, andar no parecía ser algo imposible, pero sí que era extremadamente doloroso. Le dolía cada músculo de su cuerpo, le quemaban las múltiples quemaduras que había sufrido y con cada paso sentía que sus piernas iban a ponerse en huelga por la cantidad de abusos que estaba sufriendo. Sentía que habían kilómetros y kilómetros de escalones y que el camino duraba horas, aunque probablemente no estuvieron más de unos minutos andando.

Al llegar, dos guardias abrieron la enorme puerta para ellos, abriendo el camino a lo que debía ser otra dimensión. Una dimensión llena de fiesta, comida y bebida a la que él no pertenecía, eso se lo dejaron claro con las miradas de miedo, sorpresa, confusión y enfado. Aunque Daigo sabía que los bosques eran su hogar, allí claramente era un extranjero. Hacía mucho no había dejado de ser un extranjero.

«Su guerra... ¿acaso será contra unos humanos?»

Daigo caminó con ayuda del gorila hasta Baruck, quien, en comparación con el resto, no parecía especialmente grande ni fuerte, pero sin embargo era el líder. Esto no era nada extraño, pues los señores feudales en Ōnindo no solían ser personas especialmente fuertes, aunque tampoco podría comparar a Baruck con los señores feudales, pues, aunque no lo parecía, por lo que había escuchado probablemente era el más fuerte del lugar.

Cuando Baruck le recibió, el Kusajin respondió con una reverencia.

— Sí. Es un honor conocerlo, Baruck-sama.
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#79
Baruck torció la boca en una media sonrisa, enseñando los colmillos.

Guárdate esos títulos honoríficos para otro. No soy el rey, solo quien se encarga de que esto siga funcionando mientras él se encuentra ausente. —Poco a poco, los juegos y las riñas fueron menguando. Alguno iba demasiado borracho o estaba demasiado ensimismado en su partida como para haberse enterado, pero la atención del resto fue posándose en ellos dos—. ¡Tsukiyama Daigo! Cuando escuché tu nombre hoy por primera vez me di cuenta de una cosa: ya lo había oído.

Junrei alzó las cejas, sorprendido. Nadie allí parecía saber de qué hablaba, pues lucían igual de intrigados.

Lo escuché de pasada, en una conversación entre el difunto Rey Kong y otra persona. Querían ofrecerte el Gran Pergamino de nuestra Familia, en cuanto probasen tus facultades en cierta misión en el desierto. Esa persona era Moyashi Kenzou, y según escuché, algo te insinuó.

¿Se acordaría Daigo de aquella conversación? ¿Seguiría todavía registrada en su memoria?

Y mírate aquí, años después, salvando a uno de los nuestros en una misión del desierto. El rey Kong y Kenzou ya han pasado a mejor vida, pero yo estuve ahí ese día. ¿Crees en el destino, Daigo?
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#80
Daigo se preocupó un poco al escuchar que Baruck ya había es escuchado su nombre. Hasta ese momento, cada vez que un desconocido lo reconocía no solía ser por nada bueno. Es lo que tenía que empapelasen todo un país con tu cara, que solías pillar cierta fama. Aparentemente había escuchado hablar de él en una conversación entre su difunto rey y otra persona en la que habían considerado otorgarle el Gran Pergamino de la familia. Esa otra persona era Moyashi Kenzou.

— Sabes, Daigo-kun, yo… —¿Cómo iba a olvidarlo? Desde su combate hasta la última vez que lo vio sonreír. Tenía aquel encuentro grabado a fuego en su mente. Todavía era algo que, hasta ese día, a veces no le dejaba dormir—. Bah, ya hablaremos de eso algún día.

— ¿Kenzou-sama...? ¿A mí...? Él nunca...

— Ya habrá tiempo para eso. ¡Toda una vida!

Daigo bajó la mirada, sintiéndose extraño de repente. Había admirado a Kenzou durante toda su vida, pero desde que había tenido su encontronazo con el maestro tortuga esa admiración había sido puesta a prueba. Desde entonces no había sabido exactamente qué pensar de todo aquello, e incluso había llegado a considerar su lealtad a la aldea si lo que le habían dicho era cierto.

— Nunca llegó a decírmelo...

No entendía por qué se sentía así. Incluso si Kenzou había confiado en él lo suficiente como para considerar otorgarle el Gran Pergamino, eso no cambiaba nada ¿no es así? Daigo se secó los ojos, que ya se habían humedecido un poco más de la cuenta. Quizás, y solo quizás, su admiración por él no había disminuido nunca, realmente. Quizás que Kenzou había confiado en él era algo que necesitaba escuchar.

— Me... gusta pensar que sigo vivo porque el destino tiene algo preparado para mí. —Dijo, recomponiéndose y mirando a Baruck—.Quizás tenga algo preparado para todos.
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#81
Baruck torció la boca, enseñando los dientes.

Yo, en cambio, odio el concepto del destino —confesó, inclinándose hacia adelante—. Significaría que no somos dueños de nuestros actos. Que alguien, en otra dimensión, escribe en lápiz y papel nuestros actos. Nuestras palabras. Las emociones que nos impulsa a actuar. No seríamos dueños de nuestras victorias, ni de nuestras derrotas. No, ¡me niego a creer en algo así!

»Nuestra idea de lo predestinado nos ha conducido a actuar de determinada manera demasiadas veces sin pensar. Estoy convencido de que el Rey Hermoso te ofrecería el pergamino sin darle más vueltas, aquí y ahora. Pero, pensándolo bien, ¿por qué lo haría yo?

Aunque Daigo pudiese parecer el receptor principal de aquel mensaje, el kusajin pronto se dio cuenta que no era a él a quien hablaba. No realmente. Los ojos de Baruck podían estar posados en Daigo, pero de reojo, su atención estaba puesta en el resto de gorilas. Que el encuentro se produjese en pleno banquete no era casualidad.

Aquel era un mensaje político.

Todos sabemos quién era Kenzou. El ninja más fuerte con el que hemos forjado una alianza, sí. Pero, a veces, eso no significa nada bueno. A veces, la fuerza debilita. No os hagáis los tontos, no os indignéis por oír el tabú. El Rey Kong, a instrucciones de Kenzou, obligó a muchos de vosotros a traicionar la confianza de vuestros invocadores para pasarle información de Amegakure y Uzushiogakure. Creó disputas entre nosotros. Nos hicimos daño. Hubo sangre.

»Así que ahora te miro y pienso, Daigo. Pienso. La firma del gran Pergamino implica entrar a la Familia. Lo que se traduce también en ayuda militar por las dos partes. Quizá te interese, nosotros podríamos ayudarte enormemente en tus objetivos, eso está claro. Pero, ¿cómo nos podrías ayudar tú? No parece que tengas heridas visibles gordas, y apenas te puedes mantener en pie. ¿Eres un ninja, o un lisiado que en el futuro próximo cobrará la pensión de retirado?
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#82
Daigo no pudo sonreír un poco al darse cuenta de lo que estaba pasando. Antes de entrar a la sala, ya se había imaginado que no iba a ser todo tan sencillo, pero se había confiado demasiado cuando Baruck le habló de Kenzou. Ahora parecía que estaba utilizando aquella oportunidad para declarar alguna especie de mensaje político. Uno para todos los gorilas.

El gorila empezó a hablar de la relación que solían tener con Kenzou. Habló de como hacía que le pasasen información y como eso creaba disputas entre la familia. Eso ya Daigo lo sabía. No lo detalles, sino que Kenzou era la clase de persona que hacía ese tipo de cosas, aunque ese no era el Moyashi Kenzou que él admiraba. El Kenzou que Daigo admiraba no existía. Era una especie de superhéroe que él mismo había creado y que, incluso sin ser real, había tenido efectos reales en él y en cientos de kusajin.

A medida que Baruck continuaba con su discurso, el boxeador poco a poco entendía mejor lo que buscaba. Parecía que no pretendía otorgarle el pergamino a Daigo sin más. Quería algo de vuelta y... eso estaba bien. De todos modos, el kusajin era la clase de persona que no podía ver un problema sin querer ayudar, aunque Baruck pareció dudar de la utilidad del chico en ese momento. Nathifa también dudó de lo mismo en su momento. Eso no acabó bien.

Daigo sonrió.

— No planeo retirarme. —Le dijo—. Volveré a andar y cumpliré con mi objetivo.

Al fin y al cabo ese era su destino.
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#83
En el Hall, varios gorilas cuchichearon entre ellos al finalizar el discurso. Algunos asentían ante las palabras de Baruck, otros, mostraban recelo o directamente desaprobación. Algo estaba claro: Baruck tenía capacidad de persuasión entre los suyos, pero no era total. El gorila de la tela roja entornó los ojos, centrando la atención de nuevo en Daigo. Su rostro se mostraba satisfecho, como si gracias a Daigo hubiese cumplido su pequeña misión del día. Ahora, solo quedaba lidiar con el propio Daigo.

Las palabras del chico invocaban una pregunta clara:

¿Y cuál es ese objetivo?
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#84
La respuesta de Daigo fue directa, concisa y sin un solo segundo de duda. Sus ojos se encendieron con determinación mientras miraba a Baruck directamente a los suyos.

— Crearé una época de paz mucho mayor a cualquier otra.
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#85
Baruck silbó, impresionado.

Eso es algo demasiado grande para alguien tan pequeño, ¿no te parece? —Aunque se mofase, fue la primera vez que Baruck le prestó atención. Atención real—. Como sea, la presencia de humanos que no pertenecen a nuestra Familia está prohibida en nuestro reino. Sin embargo, haré una excepción contigo, Tsukiyama Daigo. Te lo has ganado salvando a uno de los nuestros. Te acogeremos hasta que puedas caminar por ti mismo.

No hizo alusión alguna, sin embargo, a la firma del Pacto.

¡Hanrei! ¿Por qué no acompañas a Daigo al Lago de las Manchas? Tiene pinta de que le vendría bien. ¡Y a tu hermano también, en cuanto termine de emborracharse!

Hanrei se levantó, tambaleándose ligeramente, y llegó hasta Daigo caminando un poco en eses.

V-jen conmigo, Dai-go. —Le apestaba el aliento a alcohol.
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#86
¿Demasiado grande para alguien tan pequeño? Quizás. Incluso Daigo lo llegaba a pensar de vez en cuando, pero sabía que no iba a estar solo en su cometido. Rōga se lo había demostrado.

Daigo inclinó la cabeza a modo de reverencia cuando Baruck decidió que le permitiría quedarse.

— Muchas gracias. —Le respondió.

El chico pudo ver a Hanrei levantarse tambaleante cuando lo llamaron, haciendo que Daigo dudase un poco de que realmente pudiese ayudarlo a llegar a ningún sitio, cuando él apenas podía andar en línea recta.

— Uh... de acuerdo. Te sigo. —Le dijo, antes de mirar al gorila que lo estaba ayudando a mantenerse de pie—. Muchas gracias. Iré con él.

Estiró la mano para apoyarse esta vez en Hanrei, si él se lo permitía, y andar junto a él.
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#87
Cruzar el Hall fue como la primera prueba física que te pone Senju Shiten: dura de cojones, pero la puedes hacer porque lo único que quiere es poner a prueba tu voluntad. Subir las escaleras, en cambio, fue como pedirle a Shiten que te ponga un reto de verdad. A veces parecía que era Daigo quien tuviese que ayudar a Hanrei a no caerse. Y claro, tal y como estaban sus piernas, se caían los dos.

Al menos, Hanrei se lo tomaba con buen humor.

Pog el cugo de un orranjután, ¡she ve que mihe pasado de jarras! —balbuceó, riéndose—. ¡Mi heg… ¡glup!, mano ha vuegto, ¿te lo puedes creer?! ¡Pues claro que te lo puedes creer, tú lo trajiste! —Y le plantó un beso en los morros en agradecimiento.

El resto del camino fue igual de complicado. Curiosamente, cuando llegaron al exterior y Hanrei instó a Daigo a agarrarse tras su espalda, la cosa mejoró. Fue alcanzar la primera liana, y empezar a desplazarse entre estas con mucha mayor soltura. Quizá la altura y el hecho de estar en el aire despejó la mente del gorila; o, quizá, simplemente su cuerpo estaba mucho más habituado a aquel método de desplazamiento respecto a caminar a dos patas.

En algún punto de la periferia del pueblo, Hanrei se deslizó liana abajo hasta llegar al pie de un gran lago. Un lago de lo más curioso: Daigo hubiese pensado que estaba borracho al verlo de haber bebido algo en el banquete. El lago parecía que estuviese… bueno, manchado. De ahí su nombre. Pero no era eso. Simplemente, una capa blanca la cubría, parecida a la espuma, pero con múltiples círculos en medio donde se veía el agua. El caso era que en cada círculo… el agua tenía un distinto color. Azul, verde, y muchas otras tonalidades de en medio.

El Lago de las Manchas —anunció Hanrei, todavía borracho, pero algo más despejado como para poder hablar sin trabarse—. Tan solo nuestros guerreros heridos en batalla pueden acudir aquí para sanarse —miró a Daigo, y dio la impresión de que le costó enfocar la mirada en él—. Baruck quiso dejarte en evidencia en el banquete. Todo ese discurso del destino y lo preestablecido… No era más que una crítica a que el Rey Hermoso sea rey por ser el más fuerte. Es nuestra tradición ancestral, pero Baruck es de todo menos un gorila tradicional.

Colocó sus manos sobre los hombros de Daigo.

Menospreciándote, menospreció la toma de decisiones del Rey Kong y, por tanto, de su hijo. Estoy seguro de que él querría ser… Bueno, quizá hasta planee… —En un momento de lucidez, sus ojos terminaron por enfocar a Daigo y se dio cuenta de la gravedad de sus palabras—. Ah, ¡no sé por qué te estoy contando esto! ¡Estoy borracho, no me hagas caso! Lo que quiero decir, Daigo, es que Baruck debió ver algo en ti. De lo contrario, hubiese sido mucho más ácido en sus palabras, y, desde luego, no te hubiese dado el honor de probar estas aguas. No eres el primer humano en venir aquí, pero sí eres el primero que no es de la familia. Aunque para mí ya lo eres. Salvaste a mi hermano. Estaré en deuda contigo por el resto de mis días.
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#88
Daigo se creía que el camino de bajada hacia el Hall era un infierno, pero no. No podía estar más equivocado. El camino de bajada apenas era el vestíbulo. El de subida, en cambio, eran los nueve putos círculos de golpe y no ayudaba nada lo intoxicado que iba Hanrei, que se lo tomaba todo con humor mientras Daigo intentaba que sus piernas no lo matasen.

— Sí. Me aleg... —Pero antes de que pudiese terminar de hablar, Hanrei lo interrumpió con un beso en todos los morros. Parecía que estaba muy contento, mientras que Daigo tardó unos segundos en recomponerse.

Aunque el chico dudó al principio, aceptó ir a espaldas de Hanrei por las lianas, acabando muy sorprendido por no haberse estrellado en ningún momento. Al final del camino, cuando parecían haber llegado a su objetivo, el gorila se deslizó por una liana hasta quedar al pie de un enorme lago, que estaba cubierto de una capa blanca con múltiples círculos de colores en su interior.

Mientras Hanrei le presentaba el lugar, Daigo se inclinaba al frente para ver mejor el lugar, asombrado. ¿Era posible alucinar por comer insectos? No lo sabía, pero debía ser lo que estaba sucediendo, porque en su vida había visto un sitio como aquel. No brillaba, ni parecía mágico, pero definitivamente era un sitio especial. Uno al que, aparentemente, los guerreros acudían para sanarse.

Devolvió su atención a Hanrei cuando empezó a hablar de Baruck y el banquete. Estaba claro que aquel gorila buscaba algo con el espectáculo que había montado, pero Daigo todavía no sabía el qué. Probablemente estaba aprovechando que el líder estaba fuera para implantar la duda sobre las tradiciones en el pueblo, o quizás estaba buscando a otros gorilas que pensasen como él. Fuese para lo que fuese, definitivamente no había hecho ese discurso para nada, aunque Daigo todavía no tenía muy claros sus objetivos. Tampoco sabía qué había visto Baruck en él. Algo bueno, esperaba.

— No me debes nada, de verdad, solo... estoy feliz de haber podido ayudar a tu hermano. —Le respondió. No importaba cuantas veces sucediese, pero siempre se sentía incómodo cuando le agradecían—. Pero, incluso si eres el único que lo hace, es un honor que me consideres parte de la familia. No te decepcionaré.
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#89
¡Claro que no lo harás! De lo contrario, te mataré —Hanrei rio a carcajada suelta, y al cerrar los ojos, perdió el sentido del equilibrio y cayó —. Era broma. Anda, date un chapuzón en el lago. Te vendrá bien.

Y así fue como pasaron los días para Daigo. Se levantaba temprano, y a veces Junrei, Hanrei o su esposa Gokuin le ayudaban a dar paseos por el poblado, conocer el bosque y llevarle hasta el Lago de las Manchas para recibir su tratamiento.

Una tarde, cuando faltaba apenas una hora para anochecer, Daigo se encontraba solo en el lago. Normalmente alguien venía a buscarle a la noche, por eso le sorprendió cuando vio una figura aproximándose a él antes de lo habitual, cojeando.

No era ninguno de los tres gorilas habituales.

¿Disfrutando del lago? —Barduck se quitó la ropa, dejando a la vista una herida en la pantorrilla todavía cicatrizando. Tenía forma de mordedura. Despacio, se metió en el agua hasta el cuello—. Veo que te has habituado rápido a nuestras costumbres. Has caído bien entre los nuestros.

Inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

Así que crear la mayor era de paz, ¿hmm? ¿Y cómo piensas hacer eso? —preguntó, sin abrir los ojos.
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#90
Y así pasaron los días rápidamente para Daigo. Se levantaba, paseaba y se bañaba en el lago, aprovechando los momentos en los que estaba solo para hablar con Eri y asegurarse de que todo estuviese bien. También le gustaba meditar y entrenar como podía siempre que tenía la oportunidad, además de relacionarse con los gorilas del lugar y aprender más del sitio si ellos lo permitían. Incluso intentó aprender a balancearse entre las lianas si se lo permitieron.

Una tarde cualquiera Barduck apareció en el lago mientras Daigo se estaba bañando y se metió en el agua con él.

— Me alegro de escuchar eso. Me estoy esforzando mucho en encajar y no ser una molestia mientras estoy aquí. —Por suerte eso era algo que se le daba bien.

Entonces el gorila le lanzó la segunda pregunta. ¿Cómo planeaba conseguir la mayor era de paz? La verdad es que ni siquiera él conocía la manera exacta, pero sí que sabía por donde empezar.

— Con mucha ayuda. —Respondió, simple—. Tenías razón en lo que dijiste: es un objetivo demasiado grande para mí, pero no lo haré solo. Necesito amigos en todos lados. Amigos de verdad.
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