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No fue hasta que vio el aspecto del hombre que vino a buscar a la supuesta víctima, que Daruu creyó realmente que se trataba de una de ellas. Gigantesco y bien fornido, moreno, cabello negro y ojos más negros todavía, vestía varias cicatrices como prenda relevante en el rostro. Su sonrisa amarilla y hecha trizas contrastaba más que igualaba el pulcro aspecto del noble que había venido pidiéndoles ayuda.
—¡Satoru-sama, por fin os encuentro! Vuestro padre estará muy preocupado, ¿lo sabéis? —el noble, abatido, bajó los brazos y sus facciones se tornaron las de alguien con un profundo desasosiego. Ese fue el segundo signo que le indicó que decía la verdad, y que ahora estaba en peligro.
Por supuesto, seguía sin ser su problema. Pero una cosa es no meterse donde a uno no le llaman, y otra cosa muy distinta es quedarse parado sin hacer nada, aunque fuese un gesto insignificante.
Resulta irónico, porque lo que hizo Daruu fue precisamente eso, un gesto muy insignificante... Por debajo del kimono. Un simple sello de la Serpiente.
—¡Meh, vaya tío más raro! Bueno, Daruu-san, ¡creo que me marcho! Debo entrenar muy duro si quiero aprender una técnica más poderosa que tu Rasengan. Espero que te haya gustado el ramen, ¡ja!
—Espera un momento, por favor —indicó Daruu.
Clavó la mirada entonces en el tal Satoru, si es que se llamaba realmente así. El hombre le miraba con un resentimiento escalofriante, como si estuviera intentando clavarle un cuchillo envenenado con la mirada. Tampoco es que pudiera reprobarlo por ello, pero ¿qué quería que hiciera, liarse a ostias contra aquél tipo y trasladar su problema a él mismo? No podía hacer eso.
Pero había algo que sí podía hacer.
«Corre» —le dijo a Satoru moviendo los labios, sin pronunciar palabras, y se dio la vuelta encarando su ramen, disimulando como si no hubiera pasado nada.
Pero lo cierto es que de debajo de tierra había aparecido un pilón de madera, de apenas dos decenas de centímetros, que antes no estaba allí. Pretendía que el matón tropezara y cayese al suelo, y que Satoru pudiera entonces salir corriendo.
—Me odio a mí mismo por esto, Anzu, pero creo que no voy a poder resistir a ayudar a ese tío si el cabrón ese sale corriendo tras él o algo —confesó—. ¿Has visto sus cicatrices? Deben estar torturándolo, o algo. No puedo soportarlo.
»No estoy en condiciones de pelear mucho. Me encuentro algo mejor y va siendo la hora de los calmantes. Pero sigue siendo problemático que esto tenga que pasar ahora.
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—Espera un momento, por favor
Oyó la voz de Daruu a su espalda cuando ella ya se disponía a marcharse. Diligente, se dio media vuelta para ver al chico de Ame gesticulando con sus labios, ambas manos metidas bajo el kimono. Anzu siguió la mirada de Daruu hasta dar con aquel loco, que decía llamarse Satoru, y que se la devolvía con un marcado tinte de resentimiento. ¿Qué cojones le pasa a estos dos? ¿Es que aquí todo el mundo está loco menos yo?
—¡Ay!
De repente, el mercenario que escoltaba a Satoru tuvo un pequeño traspies. Apenas fue un instante, y la notable agilidad del tipo le permitió no caer siquiera al suelo; el muchacho, por su parte, simplemente compuso una mueca de resignación. Anzu no entendía nada.
—Me odio a mí mismo por esto, Anzu, pero creo que no voy a poder resistir a ayudar a ese tío si el cabrón ese sale corriendo tras él o algo —confesó el shinobi de Amegakure—. ¿Has visto sus cicatrices? Deben estar torturándolo, o algo. No puedo soportarlo.
La Yotsuki tuvo que reprimir las ganas de darle un puñetazo a Daruu. Este chico me está poniendo nerviosa con tanto cambio de opinión. ¿Hasta hace dos minutos no quería saber nada de él y ahora quiere ayudarle? ¿Pero qué...? Anzu sacudió la cabeza un par de veces con gesto de hartazgo.
—¡Vaya! Hace ni tan sólo cinco minutos estabas de acuerdo en mandarlo a tomar por culo, ¿y ahora quieres ayudarle? ¿Ayudarle a qué? Ya has escuchado a nuestro amigo el gorila, probablemente ese chico sólo sea un noble ricachón que se ha escapado de casa para vivir grandes aventuras entre la plebe —la Yotsuki arqueó una ceja— Además, ¿que lo han estado torturando? ¿De dónde sacas eso? Me parece que has leído muchas novelas, Daruu-san...
Echó una mirada a la curiosa pareja, que se alejaba cruzando la plaza entre la gente que iba de aquí para allí.
—Ya te podría haber salido antes la vena de buen samaritano. ¿Has visto al tío de la Sonrisa Diez? No parece de los que se andan con tonterías...
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22/03/2016, 22:54
(Última modificación: 22/03/2016, 22:54 por Amedama Daruu.)
«Tsk, ¿y ahora qué? ¡Mierda!». El hombretón apenas había trastabillado un segundo, y sin apenas esfuerzo alguno había conseguido reponerse del traspiés evitando caer al suelo. Satoru esbozó un lienzo resignado y ambos siguieron su camino.
—Me odio a mí mismo por esto, Anzu, pero creo que no voy a poder resistir a ayudar a ese tío si el cabrón ese sale corriendo tras él o algo —confesó el shinobi de Amegakure—. ¿Has visto sus cicatrices? Deben estar torturándolo, o algo. No puedo soportarlo.
—¡Vaya! Hace ni tan sólo cinco minutos estabas de acuerdo en mandarlo a tomar por culo, ¿y ahora quieres ayudarle? ¿Ayudarle a qué? Ya has escuchado a nuestro amigo el gorila, probablemente ese chico sólo sea un noble ricachón que se ha escapado de casa para vivir grandes aventuras entre la plebe. Además, ¿que lo han estado torturando? ¿De dónde sacas eso? Me parece que has leído muchas novelas, Daruu-san...
—Ya te podría haber salido antes la vena de buen samaritano. ¿Has visto al tío de la Sonrisa Diez? No parece de los que se andan con tonterías...
Daruu apretó los dientes enrabiado. Anzu era muy sincera. Muchas veces, la sinceridad es una aptitud muy noble, pero tiene la endemoniada manía de molestar.
—Te falta mucho por aprender, Anzu, ser ninja no sólo es tener la mejor técnica, sino saber analizar lo que ves —contestó Daruu—. Las cicatrices. La actitud asustada. Si te has fijado en el aspecto del tipo que se lo está llevando y tomas en cuenta todo lo demás... Si sabes sumar, aciertas.
»Además de que antes de ver al tipo no sabía si creerle o no, estaba pasando de él por dos cosas: la primera es que me dejo liar muy fácilmente, y hace poco tuve un día muy malo con un par de locos en la choza de un chamán. No preguntes.
Recordaba el incidente con Yota y aquél hombre en taparrabos. «Un, chaca chaca, ún!». Sacudió la cabeza apartando la danza demente del curandero.
—La segunda: no quiero meterme en problemas estando como estoy. Pero por dios, ¡míralo! No puedo dejarle así. ¿Qué hacemos? La conciencia me dice que no debería. Pero es la conciencia también la que me pide que me lance a ayudarlo.
Miró a Anzu, con evidente ansiedad.
—Pónmelo fácil. Haz una locura o algo.
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—Te falta mucho por aprender, Anzu, ser ninja no sólo es tener la mejor técnica, sino saber analizar lo que ves.
Para la Yotsuki —que tenía poca paciencia con estas cosas— aquella fue la gota que colmó el vaso. Sus ojos refulgieron con ira, clavándose en los de Daruu como si quisieran prenderlos en llamas.
—¡Que te jodan, socio! —replicó de mala gana, pegando un sonoro puñetazo en la barra del puesto que llamó la atención de los cocineros—. ¿Me das lecciones y luego quieres que me agarre a castañazos con un gorila por una 'corazonada' tuya? ¡Ja! Eres la monda. ¡Analiza esto!
Alzando la mano derecha con tan sólo el dedo corazón extendido, en claro gesto de desaprobación, Anzu se cruzó de brazos mientras veía al chico y su 'guardaespaldas'; por llamarlo de alguna manera. Pese a que esta enfurruñada como una niña —lo era—, no tardó en admitir que la teoría de Daruu tenía bastante sentido. Sin embargo, no por eso iba a dejar que un Amegakurense de tres al cuarto la tratase como le viniera en gana. Ella era Yotsuki Anzu, de Takigakure, y no se iba a amedrentar ante el primer canijo que pasara por allí.
Sin embargo, Yotsuki Anzu también tenía una fuerte conciencia y sentido del deber. Y ciertamente, cuanto más lo pensaba, más sospechoso era todo. Así que, todavía sin mudar su semblante de enfado contra Daruu, se metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, dejó algo de dinero sobre la barra, y se cargó la mochila al hombro.
—Está claro que no puedo con ese tío en combate directo. No hace falta ser un genio para verlo. Así que, de momento, voy a seguirles... A ver a dónde me llevan —cavilaba como pensando en voz alta, lo suficiente para que Daruu la oyese.
Así era ella, orgullosa también y depende de para qué. Sin más, Anzu empezó a caminar a paso tranquilo, intentando ser discreta, tras la curiosa pareja.
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23/03/2016, 18:47
(Última modificación: 23/03/2016, 18:47 por Amedama Daruu.)
Daruu no había tenido mucho contacto con la gente, de modo que no había podido comprobar, todavía, que no todo el mundo iba a estar siempre dispuesto a acompañarle en sus planes, reirle las gracias ni escucharle cuando hablaba en serio. Se había sorprendido antes del carácter abierto y tremendamente expresivo de Anzu, pero aquello lo pilló totalmente con la guardia baja.
—¡Que te jodan, socio! —contestó de pronto, prácticamente interrumpiéndole antes de que terminara de hablar. Daruu dio un pequeño saltito en el taburete y estuvo casi a punto de caer de él—. ¿Me das lecciones y luego quieres que me agarre a castañazos con un gorila por una 'corazonada' tuya? ¡Ja! Eres la monda. ¡Analiza esto!
Y, sin más, la muchacha le clavó un corte de mangas que atravesó cualquier tipo de vendaje y le dio de lleno en el orgullo. No supo por qué, pero recibir ese tipo de reacción de parte de alguien que le había estado adulando, y que además le había invitado a ramen, le había dejado peor cuerpo de lo que desearía.
Anzu pagó la comida, se cargó la mochila y bajó del taburete.
—Está claro que no puedo con ese tío en combate directo. No hace falta ser un genio para verlo. Así que, de momento, voy a seguirles... A ver a dónde me llevan
No le hablaba a él, pero estaba claro que le estaba hablando a él. Por lo visto la idea de Daruu no era tan descabellada como en un principio le habían hecho ver, y sin embargo la expresión de la kunoichi no dejaba lugar a dudar de que seguía enfadada con él por tratar de aleccionarla.
«Qué corte, joder» —fue lo único capaz de pensar mientras, él también, bajaba del taburete y se afanaba, con la misma cara de enfurruñado y todavía con el dedo corazón de Anzu clavado en la memoria visual, en seguir a su compañera de comilona.
—No voy a quedarme al margen ahora. Gilipollas. —El insulto había sido totalmente gratuito. Pero él era igual de niño e igual de picado que ella, aunque bastante más tímido.
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—No voy a quedarme al margen ahora. Gilipollas.
La cicatriz de Anzu se retorció cuando en el rostro de su dueña se dibujó una sonrisa áspera. Esa clase de shinobi se correspondía más al Hanaiko Daruu que había peleado con todas sus armas en la arena. Lo que sí está claro es que este tío es un bipolar de cuidado. Tendré que andarme con ojo... Echó un vistazo a Daruu, que ahora estaba a su lado: estatura media, complexión atlética, y vendas por todas partes. A ojos de Anzu, parecía un shinobi de lo más normal.
Al final, la curiosa pareja de ninjas terminó siguiendo, tan discretamente como podían, al mercenario y su 'prisionero'. Avanzaban a paso ligero, aunque era evidente que Satoru no quería estar allí; cuanto más tiempo pasaban caminando, y más cerca estaban de su destino, más nervioso se ponía el joven noble. Salieron de la plaza, bajando por una ancha calle que rebosaba de puestos comerciales y también de clientes. Entre la multitud, Anzu perdió de vista un par de veces a sus objetivos, pero al poco les recuperó la zaga.
De repente, al pasar junto a un puesto de tintes y perfumería, se desató el caos. Satoru tomó un tarro de tinte rojo con un movimiento extremadamente rápido, y antes de que el mercenario pudiera hacer algo, se lo estampó directamente en la cara. El guardaespaldas retrocedió, aturdido y cegado por el tinte. Alrededor se levantaron numerosos gritos, ya fuera de miedo, ira o sorpresa. En medio del tumulto, los gennin alcanzaron a ver cómo Satoru se escabullía doblando una esquina cercana.
—¡Allí! —gritó Anzu, señalando a su compañero la calle que el noble acababa de tomar.
La Yotsuki echó a correr en pos del huído, apartando a gente y saltando por encima de una cesta de manzanas que alguien había tirado por el suelo. Sin embargo, pronto se daría cuenta de que aquella callejuela no tenía salida. Y, sin embargo, Satoru no estaba allí. ¿Dónde demonios se ha metido?
Anzu recorrió el callejón con su mirada grisácea. Era más estrecho de lo normal, franqueado por dos edificios de un par de plantas que parecían residencias particulares. Las únicas ventanas que daban al callejón eran las del segundo piso, una a cada lado, y parecían cerradas a cal y canto. Algunas cajas de madera, quizá de algún comerciante de la calle principal, se apilaban contra la pared izquierda del callejón, y de un cubo de basura metálico ubicado al final del mismo provenía un hedor insoportable.
Pero ni rastro de Satoru.
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Aunque la cabeza de Daruu estaba llena de dudas, en aquella ocasión no se podía echar atrás. No tenía claro que involucrarse en aquellos asuntos fuera bueno para él. Al fin y al cabo, él sólo era un ninja al servicio de su aldea, ¿verdad? Cobraba por prestar un servicio a quien le pagase un dinero. No era más que un mercenario, excepto cuando se trataba de ayudar a los suyos. Pero aquél hombre no era de los suyos, de modo que, ¿por qué se había obligado a ir con Anzu? ¿Se sentía culpable de no ser el egoísta que el cerebro le decía que tenía que ser? ¿Y en el futuro, y si tenía que soportar ver más injusticias como aquellas? ¿Y si tenía que cometerlas él mismo?
Entonces se imaginó la clase de cosas que podrían hacerle a Satoru, como torturarlo. Y se le pasó.
Frunció el ceño y dio un paso más adelante.
Los jóvenes salieron de la plaza y atravesaron una amplia calle llena de puestos, acá y allá. A trompicones con el gentío, Anzu y Daruu se separaron varias ocasiones, y Daruu rezó para que la muchacha estuviera todavía siguiéndole el rastro a sus objetivos, porque él hacía tiempo que había dejado de verlos.
No sabía muy bien qué había pasado cuando la gente empezó a moverse, nerviosa, y pronto se desataron gritos. Daruu intentó empujar y abrirse camino, pero por la izquierda y por la derecha le golpeaban los hombros, y por poco cayó al suelo, de hecho no lo hizo porque alguien más le empujó por detrás.
—¿Anzu? ¡¡Anzu!! —gritó, y entonces vio por el rabillo del ojo un pequeño tumulto siendo empujado y arrollado, y decidió confiar que por allí encontraría a su compañera. Corrió y apartó él también a la gente, tropezó con una bolsa de manzanas que algún capullo había tirado al suelo, y arrastró la cara por tierra cuando aterrizó de morros, y sus malogradas quemaduras tiraron de la piel.
Con esfuerzo, se levantó y vio que Anzu se metía en un callejón. Daruu la siguió y giró la esquina, sólo por encontrar a su compañera de Takigakure en un pasillo sin salida lleno de cajas, y un cubo de basura metálico al final del todo.
—Os he perdido por el camino —jadeó el chico—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están?
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—Ha desaparecido —contestó la de Taki—. Ha desaparecido, sin más, el muy...
Anzu no estaba faltando a la verdad. En aquel callejón, precario y mal situado, no se veía un alma —aparte de ellos dos—. La Yotsuki, negándose a aceptar la realidad, empezó a revolver con furia las cajas de madera, apartándolas y destrozando una de ellas a patadas. Entre la ira y el desconcierto, dio media vuelta para encarar a su compañero de profesión.
—¿¡Dónde cojones se habrá escondido!? ¡Es imposible que no esté aquí!
Sus ojos grises se fijaron después en el cubo de basura. Era grande, casi tanto como ella, y parecía muy pesado. Pero Anzu tenía determinación, y unos brazos fuertes. Trató de apartarlo de la pared, como si Satoru se hubiera podido convertir en oruga para ocultarse tras el contenedor. No tuvo éxito, claro.
—¡Daruu-san, ayúdame, venga! —reclamó, con poca delicadeza.
Tampoco serviría. Satoru no estaba allí. Confusa, la kunoichi empezó a dar vueltas por la callejuela mientras murmuraba ininteligiblemente. Se negaba a darse por vencida, aunque parecía que el noble se hubiera evaporado como una gota de agua en un hierro candente.
—¡VOSOTROS! ¡VOSOTROS DOS!
El vozarrón del mercenario golpeó las paredes del callejón como una descarga de artillería. Allí de pie, cortándoles la salida, estaba la imponente y curtida figura del 'Cara Cortada'. Alzaba la mano diestra, con el dedo índice extendido, acusador.
—¡Sabía que teníais algo que ver! ¿¡Dónde está Satoru-sama!? ¡HABLAD!
Empezó a acercarse hacia los jóvenes gennin con gesto amenazador. Parecía como si el aire a su alrededor hubiese aumentado varios grados su temperatura, porque vibraba y casi parecía moverse con furia. Anzu y Daruu notarían como la increíble presión del chakra de aquel hombre empezaba a oprimirles el pecho.
—¿¡DÓNDE ESTÁ SATORU-SAMA!?
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Sin darse la vuelta, una confusa Anzu contestó a su pregunta:
—Ha desaparecido —contestó la de Taki—. Ha desaparecido, sin más, el muy...
Se giró para encararle.
—¿¡Dónde cojones se habrá escondido!? ¡Es imposible que no esté aquí!
Daruu echó un nuevo vistazo al callejón. Apenas unas cajas de madera y... Un cubo de basura tremendamente sospechoso. Era más grande que Daruu, definitivamente. O aparentaba serlo, desde aquella distancia. Anzu se acercó y empezó a mover el contenedor, tratando de apartarlo de la pared.
«Mmh...»
—¡Daruu-san, ayúdame, venga! —vociferó, exigiéndole presteza. Inmediatamente, empezó a dar vueltas por el callejón, murmurando, rebuscando entre los recovecos de las cajas. Daruu echó a andar hacia el contenedor de basura.
—Oye, Anzu, ¿no has pensado que...?
—¡VOSOTROS! ¡VOSOTROS DOS!
Daruu se sobresaltó y sin quererlo dio un saltito hacia adelante, golpeándose con la espalda de Anzu y dando ambos dos de morros contra el contenedor en una posición muy poco digna. Se sonrojó avergonzado, apartándose de golpe y frotándose la nariz. Pero lo que vio le gustó mucho menos que el susto que se acababa de llevar.
—¡Sabía que teníais algo que ver! ¿¡Dónde está Satoru-sama!? ¡HABLAD!
El mercenario que había secuestrado a Satoru empezó a caminar hacia ellos con un gesto nada tranquilizador. La callejuela se había transformado de pronto en una especie de hervidero, y notaba cómo le sudaba la frente sólo de pensar en enfrentarse contra ese tío. Dudaba mucho que todo aquello le viniera por haber caído tras Anzu.
—¿¡DÓNDE ESTÁ SATORU-SAMA!?
A Daruu le temblaron las piernas, sintió un mareo y ganas de vomitar. Pero flexionó las rodillas y se mantuvo estable, y con las manos tiritando como un flan, juntó las manos en un sello y masculló:
—Anzu-san... No te asustes, mantente en el sitio.
La tierra tembló y el suelo bajo sus pies se elevó convertido en un pilar de madera, muy parecido pero más ancho al que Daruu había exhibido ya en el combate contra Uchiha Nabi, en el que Anzu había estado presente. Llegó a ser tan alto como los edificios de ambos lados de la calle, y tan ancho como el mismo callejón, de modo que podrían caminar hasta el tejado de uno y otro edificio.
Mantuvo el oído alerta y se asomó por el borde, cauto, esperando ver si su adversario intentaba subir por el pilar.
—Creo que nuestro amigo Satoru está escondido dentro de ahí —señaló el contenedor, que irremediablemente había subido con ellos—. Y sinceramente estoy empezando a cagarme un poco en los pantalones, ¿tú has sentido eso? Era como si... como si...
Se echó una mano al cuello, lo acarició y tragó saliva.
—Como si intentaran estrangularme...
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Todo sucedió tan rápidamente que la kunoichi de Takigakure no tuvo tiempo ni para pestañear. De repente, Daruu le dijo algo en voz baja, hizo un sello, y ambos se vieron propulsados hacia arriba con una fuerza inusual. Anzu tardó unos instantes en darse cuenta de que un bloque de madera había surgido bajo sus propios pies, y se alzaba como una columna celestial hacia el mismísimo Sol... Bueno, puede que no llegase a tanto; pero sin duda era suficiente para saltar ágilmente al tejado contiguo.
—Creo que nuestro amigo Satoru está escondido dentro de ahí —el de Amegakure señaló el contenedor, que irremediablemente había subido con ellos—. Y sinceramente estoy empezando a cagarme un poco en los pantalones, ¿tú has sentido eso? Era como si... como si...
—Ese tío es un jodido monstruo —balbuceó la Yotsuki, todavía en estado de shock—. ¿Qué nos ha pasado? Nunca había visto a nadie hacer algo así...
De repente, los gennin empezaron a notar aquella presión. Anzu, que ya se había reincorporado de la caída contra el contenedor, trató de saltar al tejado para emprender una carrera por su vida. Sin embargo, notó cómo todo su cuerpo le pesaba terriblemente; era como si la gravedad hubiera quintuplicado su atracción en ella. Daruu experimentaría los mismos efectos. No podían huír.
—¡No podéis escapar, criajos del demonio!
Ante ellos apareció la figura del robusto mercenario. Sin dejar de taladrarlos con su chakra y mirada a partes iguales, el tipo cogió el pesado contenedor con ambas manos... Y lo levantó en peso. Los gruesos músculos de sus brazos se tensaron como cuerdas ante el esfuerzo cuando volcó el cubo metálico. Basura de variada índole quedó desparramada por el tejado... Pero ni rastro de Satoru. El mercenario frunció los labios en una mueca de disgusto.
—Así que sólo estábais distrayéndome para que Satoru-sama pudiera escapar...
—Pero qué... Cojones... Estás.... Diciendo... —balbuceó la Yotsuki, que sentía como si le estuvieran retorciendo el esófago—. No sabemos... Nada de... Ese Satoru...
—¡Mientes! —de repente sus ojos oscuros y afilados se fijaron en Daruu—. ¡Y tú! Tú eres Hanaiko Daruu, de Amegakure. ¡Un guerrero prometedor como tú debería tener más dignidad! ¿Qué dirá tu Kage cuando sepa que estás negando ayuda al propio Machii Isao, pariente cercano de Daimyo-sama?
Anzu se quedó paralizada. No es que ya no lo estuviera a causa del poderoso chakra de aquel hombre, sino porque éste afirmaba que le había contratado, nada más y nada menos, que algún primo del Señor Feudal de Hi no Kuni.
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—Ese tío es un jodido monstruo ¿Qué nos ha pasado? Nunca había visto a nadie hacer algo así...
—No lo sé... —dijo Daruu, retirándose del borde del prisma de madera, secándose el sudor con la muñequera derecha, después de comprobar que el hombre aún no subía, o no pretendía hacerlo—. Pero más nos vale darn... o... s... Pri...
Aquella sensación de opresión había vuelto. La sintió primero en los pies, luego hizo que doblara las rodillas y que quedara con el cuerpo arqueado, los brazos caídos, y finalmente en el peso de la barbilla, que fue difícil levantar para contemplar el rostro de aquél que estaba provocando esa fuerza sobrehumana. Se sintió como si alguien acabara de poner un gigantesco imán debajo suyo, y comprendió que era inútil resistirse.
—¡No podéis escapar, criajos del demonio!
—Ngh...
El mercenario cogió el contenedor con ambas manos y lo levantó como quien coge un lápiz para escribir. Arrojó el recipiente de metal contra el suelo, y se desparramó el contenido por el suelo. El contenido no incluía a Satoru, claro.
«¿Qué hago? ¿Alegrarme porque el tal Satoru se ha escapado o cagarme en mi vida porque esto significa que nos va a caer la de Rikudo en bragas?», se preguntó Daruu genuinamente, casi por reír antes que llorar.
Pero estaba acojonadísimo.
—Así que sólo estábais distrayéndome para que Satoru-sama pudiera escapar...
—Pero qué... Cojones... Estás.... Diciendo... No sabemos... Nada de... Ese Satoru...
«Es inútil... Es evidente que lo sabíamos, joder. No vas a engañarle.»
—¡Mientes! —Y de pronto, Daruu notó sus ojos llenos de ira clavados en él—. ¡Y tú! Tú eres Hanaiko Daruu, de Amegakure. ¡Un guerrero prometedor como tú debería tener más dignidad! ¿Qué dirá tu Kage cuando sepa que estás negando ayuda al propio Machii Isao, pariente cercano de Daimyo-sama?
De pronto, sintió como si el mercenario acabase de arrojarle un cubo de agua helada por la cabeza. Como si el mundo se hubiera dado la vuelta. Sus intenciones fueran loables o no, lo cierto es que aquél tío trabajaba para el señor feudal.
—Estaba... muy mal... —balbuceó, triplemente cohibido: por la asfixia, por el miedo y por la metedura de pata—. Parecía... Salido... de una sala de... tortura.
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(Última modificación: 11/04/2016, 12:14 por Uchiha Akame.)
El mercenario fulminó con la mirada a los dos gennin, y por un momento Anzu creyó que aquella invisible presa en torno a su cuello iba a cerrarse por fin, de forma mortuoria y definitiva. Sin embargo, tras unos momentos de tensión, el hombre relajó la crispada expresión de su rostro; como si aquella fuerza que los sometía fuese una extensión de él mismo, se debilitó hasta dejarlos en libertad. Anzu tomó una bocanada de aire con exagerado alivio, sintiendo sus pulmones hincharse sin impedimentos. Parece que no hubiera respirado bien en años. Estuvo a punto de caer de rodillas, pero se contuvo. Ya había ofrecido una imagen suficientemente patética ante Daruu.
—Una sala de torturas... —murmuró el mercenario, con cierta tristeza—. Parece que estáis diciendo la verdad. Pero entonces, ¿qué hacíais hablando con Satoru-sama en aquella plaza?
A la Yotsuki le pareció tan obvia la respuesta que no fue capaz de contener un bufido burlón. Agachó la cabeza cuando sintió la mirada dura y peligrosa de aquel hombre clavándose sobre ella.
—Ya te lo hemos dicho, ¡no conocemos de nada a ese 'raruno'! Este socio y yo estábamos comiendo ramen cuando se nos acercó balbuceando y pidiendo ayuda.
El mercenario le sostuvo la mirada largo rato, como si estuviera evaluando si Anzu decía la verdad o no.
—Ya veo. —calló durante unos instantes, y su rostro adoptó un gesto reflexivo que no le era nada propio; surcado de cicatrices y de aspecto curtido, aquel tipo parecía de los que nunca le daban dos vueltas a una misma idea—. Seré franco con vosotros, empezando desde el principio.
—Satoru-sama es el primogénito de Bayushi-sama, primo segundo de Daimyo-sama. Desde que era niño, siempre ha sido... —caviló un momento, buscando una forma respetuosa de explicarlo—. Peculiar. Cree que tiene poderes sobrenaturales y que los dioses le han maldecido, y con los años ha ido a peor. Ahora no pasan dos meses sin que intente escapar de la ciudad, Amaterasu sabe para qué. Él insiste en que tiene un 'don' y una misión que cumplir...
De repente se detuvo. La expresión dura y feroz del mercenario fue sustituída, durante un minúsculo instante, por la tristeza. Fue sólo un segundo; antes de que Anzu pudiera darse cuenta, volvía a ser el veterano corpulento, peligroso, y con un chakra con la fuerza de una tormenta en el mar.
—Sin supervisión, Satoru-sama es un peligro para sí mismo y para quienes le rodean —sentenció—. Así pues... Parece que él ha confiado en vosotros. ¿Me asistiréis en su búsqueda?
La Yotsuki se frotó las manos, nerviosa, con el recuerdo de aquella presa invisible cerrándole el pecho. ¿Podía negarse? No creo que este gorila sea de los que toleran un 'no' por respuesta... Resopló, resignada y molesta.
—En mi Aldea primero se da, y luego se pide —replicó, y no tardó en lamentarse de lo descarado de sus palabras—. Dinos al menos tu nombre. —agregó luego, esperando corregir lo anterior.
—Podéis llamarme Jin.
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Sintió la mirada del guerrero a sueldo clavada sobre ellos, y el nudo de su garganta apretarse más y más. O quizás no lo hacía en realidad, pero así lo sentía él. Intentó chocar su mirada contra la de él, intentó resistir el yugo, pero era extremadamente agotador. Finalmente, tanto la expresión del mercenario como la soga de sus cuellos se relajó, y Daruu dio una bocanada de aire limpio, puro y abundante al tiempo que aterrizaba las palmas de las manos sobre la madera. Jadeó unos segundos, sin saber si aquello significaba que ya estaban a salvo, o que ya se había cansado de jugar con ellos.
No quería saber la respuesta.
—Una sala de torturas... —murmuró el hombre, más tranquilo—. Parece que estáis diciendo la verdad. Pero entonces, ¿qué hacíais hablando con Satoru-sama en aquella plaza?
Daruu no entendía nada. ¿Diciendo la verdad? ¿Con lo de la sala de torturas? ¿Entonces, era verdad que le estaban torturando? No podía soportar la idea, pero el pasado reciente le había enseñado a no juzgar por las apariencias porque se iba a equivocar, de modo que se limitó a intentar reincorporarse mientras Anzu y el mercenario dialogaban sobre el tema.
Ya te lo hemos dicho, ¡no conocemos de nada a ese 'raruno'! Este socio y yo estábamos comiendo ramen cuando se nos acercó balbuceando y pidiendo ayuda.
Daruu terminó de ponerse de pie, pero tuvo que apoyar las manos sobre los muslos y agacharse, todavía jadeando. De pronto, sintió una terrible losa sobre él: el combate contra Nabi le había parecido difícil, y aquél tipo los había derrotado sin siquiera pelear. Se sintió débil y pequeño como una hormiga.
Ya veo. —Reflexionó el hombre—. Seré franco con vosotros, empezando desde el principio.
»Satoru-sama es el primogénito de Bayushi-sama, primo segundo de Daimyo-sama. Desde que era niño, siempre ha sido... —se lo pensó un instante, buscando las palabras apropiadas—. Peculiar. Cree que tiene poderes sobrenaturales y que los dioses le han maldecido, y con los años ha ido a peor. Ahora no pasan dos meses sin que intente escapar de la ciudad, Amaterasu sabe para qué. Él insiste en que tiene un 'don' y una misión que cumplir...
El relato que el mercenario le contaba le sonaba de algo, pero no sabía de qué.
—Sin supervisión, Satoru-sama es un peligro para sí mismo y para quienes le rodean. Así pues... Parece que él ha confiado en vosotros. ¿Me asistiréis en su búsqueda?
«Piensa...». La fuerza de aquél chakra le había hecho tener la cabeza embotada.
—En mi Aldea primero se da, y luego se pide. Dinos al menos tu nombre.
«Piensa...»
—Podéis llamarme Jin.
«Espera, ¡aquello! Entonces, ¿está diciéndonos la verdad?»
—No sé si lo que me dices es verdad, pero creo que no nos queda otra opción, Jin. —Daruu terminó de levantarse, dio una última exhalación fuerte de aire, y continuó—: Al menos, en algo coincide lo que nos has dicho con lo que ha pasado. Satoru intentó chantajearme. Decía que sabía cosas sobre una chica que conozco. Por supuesto que no me lo he tomado en serio.
«Pero parecía convencido. No, no. No dijo nombres, lo que me dijo se lo podría haber dicho a cualquiera.»
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Jin arqueó una ceja cuando el chico de Amegakure le contó que aquel noble desquiciado había intentado ganarse su confianza con algún tipo de truquito embaucador. El mercenario exhaló un suspiro de tristeza y resignación.
—Has hecho bien, muchacho. Satoru-sama cree que los dioses le han señalado con el don de la Clarividencia... Su frágil mente no es capaz de distinguir entre la realidad y esas fantasías. Por eso es importante que lo encontremos.
Los jóvenes gennin habían aceptado, de modo que, ya de forma más calmada —dentro de lo calmado que se podía estar cuando un mercenario enorme con un chakra todavía más enorme te vigilaba— Jin les explicó por dónde debían empezar a buscar.
—Satoru-sama intentará escapar de la ciudad, no me cabe la menor duda. Lo peor es que, haciendo uso de su condición, los guardias de Noka-dono no podrán impedirle que salga o entre a su antojo...
Anzu no lo entendió al principio, ajena como era a todo lo que tenía que ver con la nobleza y demás asuntos que nunca le habían interesado. Momentos después se dio cuenta de que Satoru era, posiblemente, una figura respetada en la jerarquía nobiliaria de Hi no Kuni, aunque fuese un tarado mental, y ningún guardia raso en su sano juicio se atrevería jamás a hacerle enfadar. Putos niños ricos... Esto complica mucho las cosas.
—Por eso mismo —Jin seguía hablando—, debemos asegurarnos de que lo cazamos justo cuando salga. Si le perdemos la pista y consigue internarse en el bosque, será como buscar una aguja en un pajar. O peor, podría convencer o comprar a algún transeúte para que le ayude a huir.
La Yotsuki asentía, tratando de poner toda su atención en las palabras del mercenario. Todavía se sentía fatigada, y le dolían el pecho y la cabeza. Tanto así que se apoyó en el enorme contenedor metálico que Daruu había hecho ascender con ayuda de su pilar de madera, y que Jin había volcado sin ningún esfuerzo. La basura seguía esparcida por el tejado, y empezaba a apestar bastante. Qué extraño... El puñetazo que me ha pegado este gorila con su chakra me ha dejado tan K.O. que ni siquiera me había fijado en el olor de la basura. Y era verdad. Ahora lamentaba haberlo hecho, porque aquel hedor la hacía arrugar la nariz.
Agachó la cabeza, aturdida entre el mal olor y la conmoción... Y lo vió. Una tapa metálica y redonda estaba encajada en el pavimento del callejón, allí abajo; nadie se había fijado, ni siquiera Jin.
—Las alcantarillas.
El mercenario, que estaba hablando en ese momento, se detuvo.
—¿Cómo dices?
—Las alcantarillas —repitió la Yotsuki, con la cabeza embotada—. Ese maldito ha escapado delante de nuestras narices por las alcantarillas.
Acompañó su teoría de un dedo acusador, que señalaba hacia abajo, hacia la tapa circular de hierro negro que daba acceso al sistema de alcantarillado de los Dojos. Sin pensárselo dos veces, Jin saltó tejado abajo, levantó la pesada tapa con una mano y se dejó caer por el hueco.
La kunoichi miró a su compañero de profesión. Podríamos largarnos de aquí ahora mismo... Luego recordó aquella mano invisible que había estado a punto de estrangularla... Y siguió al mercenario hacia la oscuridad del subsuelo.
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18/04/2016, 16:08
(Última modificación: 18/04/2016, 16:09 por Amedama Daruu.)
Jin arqueó la ceja y suspiró con tristeza.
—Has hecho bien, muchacho. Satoru-sama cree que los dioses le han señalado con el don de la Clarividencia... Su frágil mente no es capaz de distinguir entre la realidad y esas fantasías. Por eso es importante que lo encontremos.
»—Has hecho bien, muchacho. Satoru-sama cree que los dioses le han señalado con el don de la Clarividencia... Su frágil mente no es capaz de distinguir entre la realidad y esas fantasías. Por eso es importante que lo encontremos.
Daruu se cruzó de brazos. En un principio se había prestado a ayudar a Satoru porque creía que de verdad estaba en apuros. Jin sonaba bastante convincente, de eso no había duda. Cualquier persona suena convincente después de ahogarte con su chakra. Pero aquél asunto estaba fuera de su voluntad y de su jurisdicción.
Sin embargo, de nuevo: ¿quién iba a ser el guapo que se negase a prestar la mano para dar con Satoru después de haber sufrido el amarre de la energía de aquél mercenario?
Él, desde luego, no estaba dispuesto a pasar por ello. Tragó saliva.
—Por eso mismo, debemos asegurarnos de que lo cazamos justo cuando salga. Si le perdemos la pista y consigue internarse en el bosque, será como buscar una aguja en un pajar. O peor, podría convencer o comprar a algún transeúnte para que le ayude a huir.
Se rascó la barbilla y pensó en lo que decía Jin. Lo más razonable sería, sin duda, esperarlo a la salida de los Dojos. Llegar antes que él, quizás. Las entradas y las salidas solían estar bastante vigiladas, y la apertura del risco sólo era una. Era improbable que con aquél escuchimizado cuerpecito le diera por escalar una montaña. Y de nuevo, estaba la vigilancia.
De pronto, Anzu, que se había apoyado en el contenedor metálico resollando que apestaba a la basura que había contenido y que ahora se derramaba por el tejado, pareció caer en la cuenta de algo.
—Las alcantarillas.
—¿Cómo dices?
Oh, no. ¿Ahí dentro? Mientras Anzu completaba su frase, Daruu intentaba imaginarse allí dentro, entre la mierda y las ratas, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
Y sin embargo, había algo más importante. Algo que todavía le parecía sospechoso. El agarre de chakra le había dejado la cabeza y el cuerpo entumecidos, y sin embargo... sin embargo...
—Jin-san. ¿Por qué no le contamos lo que pasa a los guardias? Ellos nos podrían ayudar, ¿no es...? ¡Eh, espera, espera! —Sin pensárselo dos veces, Jin saltó tejado abajo, levantó la pesada tapa de las alcantarillas con sólo una mano y se dejó caer por el hueco.
Daruu y Anzu se miraron durante un instante. Pero la muchacha no tardó en acompañar al mercenario.
—Demasiado sospechoso, demasiado problemático... —se dijo Daruu para sí mismo, nada convencido con todo aquello, ni siquiera con su capacidad de hacer nada en el estado que estaba—, Debería irme, debería...
Vio el cuerpecillo curtido pero delgaducho de Anzu meterse en las alcantarillas tras Jin, y desgarró la voz al cielo con fastidio.
—Me cago en todo, me voy a la mierda. Literalmente.
Bajó el pilar con cuidado gracias a su chakra, y saltó adentro de la cloaca.
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