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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Momentos después del funeral de Yui...

La tormenta rugía, casi en un guiño existencial, caprichoso y cruel. Esas señales que vemos y queremos no creerlas. Esas señales que te dejan pensando, analizando como es todo. Mera coincidencia o mística pura. Relevante o no la respuesta, las palabras tan características de su anterior líder parecían ser tan reales como la vida misma. La tormenta es eterna. Desde la metáfora hasta lo cotidiano, el peso de esa frase parecía atravesar cualquier mente. Tal así, que podía hacer dudar hasta al menos creyente. Hasta al más lógico.

Ni Suzumu ni Shirō soltaron palabra alguna durante el camino a casa. Quizás ambos pudieron haber ocultado sus lágrimas con la lluvia. Pero no. Los dos manojos de orgullo hicieron caso omiso a su sentimiento más fuerte y le mostraron a su familia la cara que en verdad tenían ese día. Y es que no había nada que ocultar. Para el padre e hijo, Yui era un ícono y una persona que podían seguir hasta, bueno, la muerte.

Recién toda la familia había vuelto a su casa, pero fue cuestión de segundos para que, tanto Suzumu como Shirō, salieran de la casa. Nadie vio bien hacia donde fueron. Hinata parecía que había hecho lo mismo, pero en realidad se había ido a cambiar. Poco tardó en aparecer en la cocina.

Madre, saldré un rato. — Su voz parecía tranquila y con pocas preocupaciones.

No vuelvas tarde.

Cuando Suzumu está ausente, Tsubame muestra su lado estricto. Su tono de voz no fue amenazador, pero sí intenso y serio. Suerte tenían los hermanos Nara que no siempre estuviera mostrando esa cara. Ellos no lo sabían, pero podía llegar a ser peor que su padre en algunos aspectos.

Mientras Jun estaba sacando la tetera del fuego, su madre sostenía dos tacitas enfrente de ella. Luego del golpe de realidad que había sufrido en el entierro, un té era lo mínimo que podía hacer para alivianar un poco. Su mamá decidió acompañarla. Vertió el agua en ambos recipientes y dejó la tetera apoyada en la hornalla.

Hija mía. Parece que todo esto fue más fuerte de lo que esperabas. — Extendió una de las tazas a su hija, la cual la tomó sin mucha vuelta. La niña revoleó su mirada hacia otro lado.

La mujer comenzó a caminar hacia lo que vendría a ser su antiguo comedor. Una habitación no tan grande, con una tabla chica en la que podían entrar todos los platos de la familia y con unas especies de almohadones para sentarse. El cuarto estaba en desuso, por lo que podía haber un poco de polvo. Antes de entrar, miró a su hija y le hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. La jovencita no tenía mucho que hacer, por lo que le hizo caso a su indicación.

Luego de remover algo del polvo, ambas se sentaron sin mucha parafernalia. Unos segundos de silencio fueron más que suficientes para que una de las dos dispare.

¿Por qué no estás como mi padre o mi hermano? — Tajante y directa, como lo solía ser siempre. Sin vueltas y sin escrúpulos. —Tengo entendido que Yui era un ícono para todos us… Digo, nosotros.

La corrección de su hija le hizo soltar una leve risita.

Hace un tiempo ya te dieron la placa. Casi parece que te esforzás por no encajar. — Su tono era amigable y casi de broma, cosa que Jun nunca había visto en su madre. —Pero no soy como tu padre, no voy a decirte con qué deberías sentirte identificada. Tampoco soy tan temperamental como él, puedo procesar con más tranquilidad este tipo de situaciones.

Tsubame la dejó más confundida aún ¿Acaso su madre estaba en desacuerdo con cosas que opinaba su padre? Nunca pensó que alguien en esa familia iba a estar en desacuerdo con Suzumu. Pensaba que ella era la oveja negra de todos los que vivían ahí. Pero, parecía, que también había grises en su familia.

Sinceramente, esa mujer se llevó todos mis respetos. Todo lo que hizo por este país es incalculable. Es de las primeras veces que alguien que no conozco personalmente me inspire tanto y le deba tanto respeto.

Jun no pudo evitar mirarla raro y tener que preguntar lo obvio.

¿Pero?

No hay peros. Me duele mucho todo esto, aunque no parezca. Además de que esto va a implicar cambios gigantes. — No había que ser muy imaginativos para saber de qué hablaba. —Quizás había cosas con las que difería de lo que ella pensaba, pero nada del otro mundo. Y, a pesar de todo eso, no puedo estar como tu padre y tu hermano. Para ellos, ella era un poco más de lo que era para nosotras.

Necesitaba darle un sorbo al té. Esta vez a la pequeña le tocaba imitar en vez de que la imitaran, por lo que también quiso darle un sorbo. Estaba más paciente de lo normal, abierta a todo lo que le dijeran.

Ese sentimiento de pertenencia, ese orgullo por lo propio y el vivir y morir por los tuyos. Una sensación que el solo hecho de describirla es fuerte y sentirla debe serlo diez veces más. Nunca tuve el gusto de hablar con ella, pero todo esto se veía solo con su semblante y sus decisiones. — Bebió brevemente de su té.

Esa descripción encajaba con cualquiera de los miembros más ortodoxos de su familia. Quizá Tsubame y Hinata eran los que menos seguían esa mentalidad familiar, pero sabían como eran y como se mostraban los demás. Fuertes y orgullosos, imponentes y seguros.

¿Sabes? No debería contarte esto aún… O, mejor dicho, no debería contártelo yo. — Pausó por un segundo para soltar un breve suspiro y mirar hacia otro lado, como si estuviera pensando en alguien más. —Pero por como va todo, prefiero hacerlo.

No se quería ni imaginar a su esposo hablándole sobre este tema a Jun. Él ya no le tenía paciencia a la chica, era rebelde y encima todas las cosas se estaban torciendo cada vez más.

Bien sabes que los Nara vienen de Konohagakure. Siempre fue un clan bastante respetado y tenían una cierta importancia en ese lugar. — Tsubame es proveniente de otro clan pero bien conocía aquella historia. —Luego de todo el caos que hubo por aquellos tiempos, la aldea fue totalmente destruída y así fue como los Nara tuvieron que buscar a donde ir, desde dónde pararse frente a todo lo que estaba pasando, qué hacer.

Jun ya conocía todo esto, aunque quizá nunca se interiorizó del todo lo que esto significaba. Nunca se preguntó a sí misma “¿De dónde vengo?”.

Bueno, ya te imaginaras que se esparcieron por todo Oonindo, no eran precisamente pocos ni tampoco sobraban. Siempre fueron ninjas bastantes solicitados, no solo por sus habilidades sino también por su pensamiento estratégico. Aunque, bueno, también siempre fueron bastante cabeza dura. — No pudo evitar sonreír al verla. Realmente se notaba que era una Nara hecha y derecha. —O, bueno, por lo menos la rama de tu padre.

No sé muy bien porqué siempre me dicen eso. Creo que siempre intento ceder y aceptar lo que los demás me dicen. — Mintió pero sin perder la seriedad. —¿Qué tiene que ver todo esto con lo que hablábamos?

Se nota que no estás muy despierta hoy. — Dijo tajante. —Durante un tiempo, la familia de tu padre no fue muy respetada. Quizá no al nivel de lo que estaban acostumbrados. Eran unos shinobis más. De hecho, hasta se los cuestionaba por solo servir de apoyo. “¿Solo van a quedarse atrás?” “¿Qué harían si se quedan solos? ¿Usar su sombra hasta que llegue más ayuda?” “¿De qué les sirve esa cabeza sino pueden defenderse por su cuenta?”

Se mojó los labios con lo que quedaba de té e ingirió para refrescar la garganta, no solía dar este tipo de monólogos. Procedió a levantarse y salir de la habitación, dirigiéndose al patio a caminar un poco y estirar las piernas. Por instinto, su hija la siguió.

A veces los grupos pequeños son más ruidosos que los grandes. Todavía había gente que les tenía aprecio y aún eran valorados, pero igual había algo que todavía les seguía tocando el ego. Y es... entendible, dentro de lo que cabe. De ser uno de los principales clanes de un lugar, pasaron a ser cuestionados, tal vez en contextos donde no llegaban a entenderlos bien ¿Nunca te preguntaste por qué Suzumu se caracteriza más por su ninjutsu y taijutsu que por sus habilidades con la sombra?

De hecho, no. Nunca me lo cuestioné.

No solo tu padre, sino que su ascendencia también se caracterizaban por mostrarse como ninjas fuertes y con un repertorio mayormente ofensivo y llamativo. Aunque quizá tu padre, por como es él, exageró un poco en no centrarse en otros aspectos. Así y todo, no se sentían aún conformes. Y es ahí cuando entra Yui.

»Ya venían, por lo menos esta rama de los Nara, buscando tener un reconocimiento en Amegakure y en Oonindo en general. Volver a ser respetados y admirados como los viejos tiempos. Simplemente ser reconocidos al escuchar su apellido.

Y cuando aparece Yui se vieron representados con ella. Lo que estaban buscando hace tiempo se alineó con lo que Yui representaba. Una mezcla entre respeto y reconocimiento, en su caso para todos los amejines.

Tsubame asintió con la cabeza y frenó su caminata, poniéndose de frente a su hija.

Exacto. Yui les devolvió su identidad. Los amejines ahora no son solo respetados, hay casos que son hasta temidos por gente de otros países. Le dio eso y más, mucho más, a toda Amegakure. Pero a la familia de tu padre... — Le apoyó una de sus manos en el hombro y la miró a los ojos. —A ellos les devolvió el orgullo. Ese que habían perdido con el tiempo y que generaciones enteras no pudieron recuperar. Eso que tanto pedían y anhelaban, se los devolvió una sola persona.

»Eso es Yui para tu padre. Y para todo su linaje.

La chica no sabía cómo procesar tanta información. Nunca se imaginó el trasfondo tan complejo que podía tener su familia. Además, ella sabía que su madre no tenía todos los por menores que podía saber su padre. Ahora entendía mucho más, tanto de sus abuelos como de su padre y de su hermano. El orgullo no era una simple cualidad de su familia, sino que era algo más. Era historia y reivindicación, era una postura de vida.

Muchas gracias, madre. Por todo. — Pensó en darle un abrazo pero no se terminó de animar. Simplemente sonrió desganada y se fue en dirección hacia su habitación. —Si no es molestía, necesito un rato sola.

Tsubame asintió, sin mediar más palabras, viendo a su hija alejarse lentamente.
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#2
Días antes de viajar hacia los Arrozales del Silencio.

Perdón.

Las 3 armas ya se encontraban envainadas. La uchigatana y ninjato de Shirō, y la kodachi de Jun. El joven se encontraba casi intacto, como si no hubiera estado entrenando durante ese tiempo con su hermana. Por el lado de ella, estaba exhausta, tanto por el esfuerzo físico como por la frustración. No era fácil enfrentarse a un chunin, menos si se trataba de su hermano, uno de los más destacados espadachines de su familia.

La chica sintió que le hizo perder el tiempo. Tan cerca de que ambos partieran a sus respectivas misiones, tan cerca de la guerra... Le hacía mal que su hermano mayor no esté aprovechando esos momentos para entrenar con alguien más apto.

Shirō volteó la cabeza al escucharla y caminó hacia una dirección del dojo. La pequeña escuchó esos pasos, no se atrevía a mirarle a la cara, le daba vergüenza. Pero, la respuesta que estaba esperando, nunca llegó. Lo que recibió fue una toalla que le cayó en la cabeza.

No sé qué dices pero ya sécate, estás empapada de sudor. Cochina. — Luego de su caminata, se oyó como abría la puerta plegadiza del dojo. —Y cámbiate que saldremos a comer, yo invito.

Jun ni siquiera llegó a responderle, antes se escuchó la puerta cerrarse. No pudo hacer más que suspirar y secarse un poco con esa toalla. Desganada, entró a su casa y procedió a dirigirse a la ducha.

Algunos minutos después, la muchacha ya se encontraba cambiada, esta vez no con un top de deportivo, sino con una sudadera negra y ya no con unos shorts, sino que con unos pantalones negros holgados. De calzado tenía unas botitas del mismo color.

La noche ya estaba empezando a caer y, al salir, vio a su hermano apoyado en una de las paredes exteriores de su casa. Este, ni bien la vio, fue y le apoyó su mano en la espalda.

Con que la princesa vino de gala. — Comentó burlón y cómplice.

No me vuelvas a llamar princesa. — Respondió enojada mientras se subía la capucha de su sudadera y se adelantaba en el camino.

El mayor suspiró y no le quedó otra que alcanzarla, caminando a la par de ella para dirigirse hacia el distrito comercial. El camino lo hicieron en completo silencio, tan solo con el ruido de la lluvia y, mientras más se iban acercando a los lugares más concurridos, con el ruido de las personas.

La larga caminata, no tanto por la distancia sino por la pesadez que tenía la chica, terminó al llegar a uno de los restaurantes que más concurrían los hermanos. El lugar no era lujoso, tampoco era un sucucho. Era acogedor y parecía ser de un ambiente hasta casi de entre casa, aunque con todos los cuidados que debía tener un establecimiento de alimentos. Se sentaron en uno de esos asientos, uno en frente de la otra, aunque la mesa rectangular parecía ser para más personas que solo para dos.

Un shoyu ramen por aquí y un katsukarē para ella. — Le dijo al mesero cuando este se acercó.

Era el plato favorito de Jun. Elegía este lugar para comerlo ya que, en la preparación del curry, no usaban manzana rallada a la cual ella es alérgica.

El mesero ni siquiera anotó y se retiró, no sin antes dar una leve reverencia con la cabeza. El emplatado no tardaba más de algunos minutos.

Sabes que si no hablas esto va a estar complicado. Justamente tu eres la que no se calla la boca. — Comentó burlón, nuevamente.

Los dedos de Jun jugueteaban con los palillos que recogió de una cesta cerca de su mesa.

No sé por qué pierdes el tiempo conmigo. — Aún no se animaba a mirarle a los ojos. —Deberías haber entrenado con padre u otra persona. No creo aportarte mucho.

Pero a ti sí. Cualquier entrenamiento con alguien de un nivel superior al tuyo, te aporta muchísima experiencia. — Shirō suspiró y desvió su mirada. —Jun, no sé que tan preparada estás para irte.

No sonaba muy decidido, como lo solía ser, más bien sonaba melancólico. Pocas veces se mostraba de tal forma, solía ocultar bastante sus sentimientos. Le estaba costando un poco hacerlo esos últimos días.

Siento que estás muy verde aún.

Al contrario de alarmarse, la chica siguió jugueteando con los palillos. No lo miró a él, sino que relojeó al muchacho que se acercaba con sendos platos. Este los apoyó en la mesa y les sonrió a ambos comensales.

Muchas gracias.

El chunin levantó un poco sus ánimos al ver el plato. No sé limitó y tomó los palillos para ir metiendo algunos fideos en su boca. Jun le siguió, aunque con mucho menos ímpetu. Simplemente agarró uno de los trozos de cerdo empanizados y le pegó una mordida.

¿Tiene sentido lo que estoy haciendo? — Comentó luego de terminar de tragar. —¿Tiene sentido que vaya si siento que... — Se pausó y pensó bien las palabras que iba a usar. —… no voy a ganar?

Es que eso sí lo estás viendo mal. — Dijo terminando de meterse unos cuantos fideos en la boca y sorbiendo. —Las batallas no estan para ganarlas, están para llevarlas a cabo.

Jun le miró, entre sorprendida y confundida. Había algo de esas palabras que le habían llegado a tocar, aunque no entendía muy bien porqué.

Si supieras que siempre vas a ganar, nada en la vida tendría sentido. A veces tienes que defender algo, dígase tus ideas, tu gente, tu lugar. O inclusive a ti misma. No importa el qué o el porqué, ni tampoco si en esa pelea saldrás victoriosa o no. Lo importante es saber que hiciste hasta lo imposible para defender lo que tú crees justo.

La chica quedó como una incrédula, observando a su hermano mayor. No pudo evitar que en su cara se dibujé una sonrisita. La admiración que sentía hacia él era algo que nunca le pasó con ninguna otra persona. Tal vez era hasta un poco peligrosa, no solo por el apego que eso conllevaba, sino que también porque todo ese sentimiento solo lo abarcaba una sola persona.

Y-ya. Creo que entiendo.

De todos modos, incluso con todo esto que te dije, te pido el favor de que no hagas ninguna locura. — A pesar de sus anteriores palabras, se le notaba preocupado. Sabía las capacidades de su hermana y también conocía la estupideces que solía hacer. —Te juro que si te pasa algo… yo… yo n-.

Shirō. Te juro que no voy a morir. — Dijo con una supuesta calma y con una sonrisa en su cara.

El muchacho la miró y tuvo que reír leve. Tuvo que hacerlo. De lo contrario, habría mostrado otro tipo de sentimiento, el que verdaderamente sentía. Tristeza, miedo, desesperación, nervios. Todos esos combinados en uno. En una persona corriente, pudo haber desatado un llanto imparable.

Pero él rio.

Vale, si. Te tomo la palabra eh.

Tampoco podrías reclamarle a nadie si no la cumplo. — Comentó jocosa.

Ya, cállate y cómete tu comida. Se va a enfriar.

Sonaba nuevamente burlón, aunque tuvo que meterse otros cuantos fideos en la boca para callar lo que sentía. Jun parecía hacer lo mismo, tomando varios trozos de carne y arroz.

Ambos devoraron el plato.
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#3
"A veces pensaba que el infierno residía
en la profundidad de los ojos de mi padre. Cuando se enojaba,
el fuego no solo salía de sus técnicas, sino que también lo
desprendía con la mirada. Otras veces pensaba que era el Yomi,
un lugar con descripciones casi ficticias, donde vagan los muertos.
Pero, luego de lo que viví, me di cuenta que nunca pude estar tan
equivocada. El verdadero infierno yace en ese campo de batalla.
Yace en el, en sus personas, en sus supuestos dioses. Al fin y al cabo,
poco tenía que ver con la ficción. Tan cercano y terrenal como el día a día,
el infierno es la atroz y desoladora realidad."

Primera entrada del diario de Jun.



El viaje de vuelta a la aldea fue largo. Horas y horas de recorrido separaban a los Arrozales del Silencio con Amegakure. El agotamiento, tanto mental como físico, tampoco aportaba mucho a esta situación.

Nunca pudo sacarse de la mente aquellas imágenes que captaron sus ojos, aquellos olores que sintió cuando de un segundo para el otro el campo de batalla era un baño de sangre e intestinos, aquellos gritos y llantos que escuchó casi de manera permanente, que en un momento su cabeza tuvo que normalizar para no enloquecer. El dolor que vivía en su piel, tantos las heridas mortales que tuvo, como aquel dedo meñique que ya no tenía.

En su cabeza no podía seguir dándole vueltas a lo mismo ¿Cómo habían podido caer en esa emboscada? Entre muchas otras cosas, sentía mucha rabia al pensar como no pudieron evitar eso ¿Y que podía hacer ella? Muchísimo menos de todo lo que se había llevado a cabo para aquella operación. Así y todo, no podía sacarse esa idea de la cabeza ¿Tuvieron una oportunidad para retirarse antes? ¿Pudieron haber tenido más cuidado antes de meterse ahí? Una vez leyó una frase que decía algo parecido a: los ejércitos se miden por su eficiencia al retirarse del combate. Antes lo tomaba como una frase más, tal vez hasta pretenciosa. Pero hoy se daba cuenta que había algo de razón en eso.

Mientras más se acercaba a destino, más se despejaba su mente. Pensar en Ame la hacía pensar en el mañana, en que iba a hacer luego de eso ¿Qué iba a hacer después? ¿Cómo iban a progresar su mano y cómo podría hacer nuevamente jutsus? ¿Cuál era el siguiente paso de la alianza? ¿Y el de Kurama? ¿Qué era lo primero que iba a hacer cuando llegue a Ame, a su casa? Bueno, quizás no tenía la respuesta a casi ninguna pregunta, salvo a esta última. Sabía que lo primero que quería hacer era descansar, descansar bien. Sabía que quería comer en algún lugar, escuchar algo de música, tal vez leer o escribir algo. Obviamente, ver a los miembros de su familia.

La llegada, tanto de ella como de muchos otros ninjas de la aldea, no era algo que había pasado por desapercibido. Obviamente, era una situación que preocupaba a todos. Muchos ninjas andaban ayudando a los que volvían.

Al llegar a la aldea, muchas de las personas que la conocían, la recibieron y la trataban casi como si fuera una heroína que dejó todo lo que pudo en su servicio. Ella no lo veía así, de hecho, se reprochaba de que pudo haber hecho más, de que tuvo que prepararse más y que actuó de manera muy estúpida en bastantes situaciones. Que la traten así le daba vergüenza.

Intentaba no darle muchas vueltas a eso, ya iba a tener tiempo de sobra como para pensar y sobre pensar esas situaciones mil y una veces. Lo único que quería ahora era llegar a su casa.

Toc toc

Tocó la puerta, más que nada para que los de la casa escuchen. No oyó a nada ni nadie allí dentro, por lo que se metió sin más.

Hey, ¿hay alguien? Ya llegué.

Ya de entrada le pareció raro que ningún miembro de su familia este atento a su llegada. Aunque, bueno, no tanto. Casi todos también habían partido a sus respectivas misiones para con la guerra.

Maaaa. Shiroooo. Padreee. – Pronunciaba cansada mientras iba recorriendo la casa de manera cansina.

Del único que sabía algo era de Hinata, el hermano del medio. Ella ya sabía que él iba a ayudar a volver a los ninjas que venían de la guerra. Además de que, al ser cocinero, también hizo que pueda dar una mano para la alimentación. Algunos compañeros le pudieron hacer llegar que el joven se encontraba bien, aunque aun estaba cumpliendo su tarea.

Ya había recorrido toda su casa y, como lo supuso, no había nadie. Algo le hizo ruido en su cabeza y le entró una leve preocupación. Pasó por su habitación y se sentó en la cama. Sus ojos cansados empezaban a cerrarse lentamente, era casi involuntario. Si bien esa sensación de preocupación que tenía en el cuerpo iba en aumento, el cansancio que tenía era superior. Lentamente, fue apoyando su cuerpo en el colchón y sentía como poco a poco iba durmiéndose.

En el preciso momento que estaba por perder la conciencia para meterse al mundo de los sueños, el ruido de la puerta de calle la hizo sobresaltarse. Tragó la baba que estaba cayendo por su boca y se secó el rastro que esta había dejado. Con movimientos histriónicos se levantó, un poco atontada.

Escuchó el crujir la madera que correspondían a unos pasos. Esos pasos eran tranquilos, esa persona no parecía estar apurada ni tampoco se estaba preocupando por no hacer ruido. Por lo que Jun dedujo que tenía que ser alguno de la casa.

¿Quién anda ahí? — Dijo luego de levantarse y asomarse por la puerta.

Una figura que estaba a punto de meterse a otra habitación, dio la vuelta de inmediato.

¡¿Hija?!

Una Tsubame totalmente sorprendida y emocionada fue corriendo a abrazar a su hija. Jun le correspondió el abrazo, aunque todavía se sentía algo agotada para mostrar tanta efusividad.

¿Cuándo volviste? ¿Por qué estás aquí?

Llegué recién y estoy aq-… espera, ¿Cómo que por qué estoy aquí? — Se separó levemente del abrazo y miró confundida a su madre.

Bueno, veo que llegaste recién y todavía no andas muy enterada de las cosas. — Suspiró y terminó de separarse del abrazo. Le miró fija a los ojos. —Vengo del hospital, tu padre se encuentra internado.

Por un solo segundo casi se le sale el alma al cuerpo a Jun. Ese golpe había sido demasiado rápido e inesperado. Por suerte, Tsubame notó la expresión de su hija con velocidad.

Oh, perdón, no te preocupes. Ya se encuentra bien. — La chica volvió a respirar y relajó bastante su postura corporal. —Digamos que… lo lastimaron bastante. No se podía casi ni mover cuando llegó, aunque ahora tampoco es que anda saltando en una pata. Lo que sí, va a tener que hacer un buen tiempo de reposo. Los médicos quieren controlarlo y ver que todo evolucione bien.

»Vine a casa para buscar algunas mudas de ropa para él, ya que parece que esto va para unos cuantos días.

Si bien lo que contaba no era para nada lindo, Jun se sentía algo aliviada de que se encuentre vivo.

No sé muy bien cómo va a terminar todo esto, pero lo bueno es que él se encuentra a salvo.

Madre, por favor, la próxima intenta no darme un susto así. — Dijo llevándose su mano a la frente.

Ya, disculpa, la situación me llegó a sobrepasar un poco… Espera, ¿qué te pasó en la mano? — Comentó señalando el meñique, notablemente preocupada.

Larga historia, ya ve a buscar la ropa y en el camino te iré contando.

La chica fue a lavarse la cara mientras su madre entró a buscar ropa para su marido. Mientras el agua tocaba la cara de la adolescente, se dio cuenta de algo. Cuando terminó y se vio con su madre en la puerta que da afuera, tuvo que preguntarle.

Madre, ¿y Shirō?

Pues, debería de estar volviendo durante estos días, por lo que sé.

Vale, entiendo.

La alivió aun mucho más escuchar eso. Ya dentro de poco estarían todos juntos en casa nuevamente. La única preocupación que había era su padre, que debía recuperarse de vaya a saber lo que le pasó. Ella se imaginaba todo lo que pudo haber pasado y, al mismo tiempo, no quería saber para nada que era lo que exactamente había pasado. Ya había visto, oído y vivido mucho durante ese corto periodo de tiempo. No tenía las fuerzas como para seguir aguantando ese tipo de anécdotas, no quería recordar lo vivido. No aún.

Ambas fueron al hospital y su madre dejó la muda de ropa y algunos objetos de necesidad básica. Solo la dejaron entrar a ella y pudo estar un rato viéndolo, aunque el hombre tampoco podía hacer mucho. El tiempo pasó y al cabo de un largo rato, Tsubame salió de aquella sala de hospital. No la dejaban estar tanto tiempo allí, después de todo, debían estar atentos a como iba evolucionando el paciente y no se les hacía cómodo a los médicos tener distracciones. Además de todo lo que se sabe con respecto a los virus que hay en los hospitales con la entrada y salida de gente. Querían cuidar eso al extremo.

Sin mucho más que hacer, ambas volvieron a casa, sabiendo que cualquier cosa que pase en el hospital, se les iba a avisar con inmediatez. Andaban relajadas y más tranquilas sabiendo como iba todo, solo les hacía falta un poco de descanso. Tanto a Tsubame por tener que encargarse de todo ese tema ella sola y Jun por todo el periplo que tuvo que recorrer para volver sana y salva a Ame. Además de todo el tiempo que anduvo esperando ahora en el hospital.

Cuando estaban por llegar, las mujeres vieron a lo lejos a Hinata en la puerta de su casa. Parecía que, finalmente, ya había cesado la tarea que le habían encargado. Ambas sonrieron y empezaron a caminar algo más rápido, de la manera que pudieron.

¡Hinata!

Jun y Tsubame se acercaron al chico y le dieron una abrazo entre las dos. Por lo contrario, el chico correspondió suave al abrazo y tan solo sonrió cuando vio a su hermana, confirmando que ya había llegado allí.

Pero no dijo nada y esa sonrisa se fue desdibujando velozmente de su cara. Las miró a ambas pausadamente y suspiró profundo.

Me informaron que Shirō no pudo volver y que tampoco encontraron ningún rastro de él.

Jun sintió de golpe como le bajó la presión. Tan así, que se desplomó por completo y cayó de trompa a la calle mojada.
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#4
Volvió a ver la luz, sobresaltada y con la respiración agitada. Estaba en su cama, tapada casi hasta el cuello. Sacó su mano derecha de las sábanas para secarse el sudor de su cara y sacarse las lagañas de sus ojos. El sudor de su cuerpo la hacía sentir calor, por lo que de a poco se fue destapando. Acto seguido, vio sus manos. Su meñique no estaba ahí. Llevó sus piernas hacia un costado de la cama y procedió a sentarse, apoyando sus pies en el suelo. Cuando sintió el frio del piso, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y sintió un retorcijón en el estómago de inmediato. Sentía dolor y hambre al mismo tiempo. Quiso buscar unas pantuflas o unas medias para ponerse en los pies, pero la urgencia por ir al baño fue más fuerte.

Luego de unos minutos allí dentro, salió y vio de reojo la habitación de su hermano. Se quedó inmovilizada algunos segundos, recordando lo que había pasado antes de desmayarse. Salió disparada y abrió de una forma muy brusca, haciendo que la puerta choque muy fuerte con el mueble que hacía tope.

¡Shirō!

Aún tenía esperanza de que todo lo anterior era un sueño. Más que sueño, una pesadilla. Pero detrás de esa puerta no había nadie, tan solo una cama ordenada y una habitación bastante limpia en general.

Bajó apurada por las escaleras, buscando donde estaban los demás de la familia. Al llegar al comedor, tanto Tsubame como Hinata voltearon su cabeza, sorprendidos por ver a Jun despierta y así de agitada.

¿Q-qué pasó? Creo que tuve una pesadilla donde Shirō no había vuelto. — Tanto su hermano como su madre se miraron y no pronunciaron palabra. Luego soltaron un breve suspiro y Hinata tuvo que mirar hacia otro lado. —Fue un sueño, ¿verdad?... — Preguntó ingenua, casi convenciéndose a ella misma de que todo eso no había sido real.

La mujer miró a su hija y tan solo cerró los ojos y negó con la cabeza, evidentemente afectada por la situación. Esta incluso intentaba ocultar su cara entre las manos.

Por unos segundos Jun se quedó petrificada, con unos lagrimones que empezaron a salir en cantidad por sus ojos. Quería gritar y vociferar a los cuatro vientos, pero un nudo en la garganta se lo impedía. Esa ira, bronca e impotencia retenida que sentía la estaba casi asfixiando. Atinó a cerrar con fuerza sus puños y caminar en dirección a la puerta que daba al patio trasero.

¿A dónde vas?

Voy a buscar mi equipamiento. Voy a ir a buscarlo. — Dijo sin mirarla mientras que abría la puerta corrediza.

¡Es un suicidio! — Respondió fuerte y de manera abrupta.

¡¿Vamos a quedarnos aquí?! ¿¡Sin hacer nada!?

¡JUN! — Se levantó de la mesa y le tomó del brazo con fuerza. —Si Shirō no pudo volver, ¿qué piensas que puedes hacer tú? ¿Realmente, en tu estado, piensas que puedes hacer algo? — Cuando Jun la miró, notó que ella también estaba inundada en lágrimas. —Si te llegara a pasar algo también a ti, no sé si podría seguir.

La joven cerró los ojos y con furia apartó el brazo de su madre. Y después de unos segundos, terminó de explotar. Empezó a gritar tan fuerte que era probable que, a unas casas de distancias, se le haya escuchado y se lanzó directamente contra la pared. Empezó a darle puñetazos sin parar a una pared cercana.

¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ?

Los nudillos de la muchacha no tardaron en reventarse y a comenzar a brotar sangre de ellos. Hinata al ver eso, se comenzó a levantar de la mesa.

¿POR QUÉ NO ME MORÍ YO?

Logró dar unos cuantos golpes más, incluso cuando su madre y su hermano la tomaron de los brazos. Se le notaba agitada y con mucha tensión en su cuerpo.

¿Te volviste loca?

Por favor… Necesito ir a buscarlo. — Aún sus lagrimas se escapaban de los ojos y caían al suelo.

Jun, es imposible eso. Ya hay otros ninjas especializados que van a encargarse de buscarlo, cuando se dé el caso.

La chica empezó a rebajar un poco su enojo. De hecho, estaba dejando de hacer fuerza para sostener su propio cuerpo, solo le sostenían los brazos de su familia.

Tenemos que seguir con esperanzas. Es una mierda, sí. Pero todavía hay chances de que siga vivo.

Se notó en su comportamiento corporal como se calmó. Todo lo que el estaban diciendo ambos, le terminaba de caer. Ya se había descargado bastante, lo único que sentía era dolor y un gran vacío en su cuerpo.
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#5

Supongo que tuve que aclararlo antes, pero no lo tuve en cuenta.
Este post puede tener contenido sensible sobre salud mental.


Usé dos palabras (¿O kanjis? A veces me confundo) en japones que anduve buscando un rato largo y al final no se si son correctas o si puse cualquier cosa XD. Si alguien sabe del tema y me quiere corregir, estoy abierta a leerle.

Los días habían pasado y, sin embargo, la kunoichi casi que no se había movido de su habitación. Cada vez que la llamaban a comer era un “No tengo hambre”. Cada vez que quiso levantarse de la cama a agarrar un comic o un libro de los que tenía, algo en su cuerpo y en su cabeza se lo impedían. Tanto ella como sus sabanas y su ropa, olían mal. Ella lo sabía y eso le molestaba, pero no tenía ni la voluntad ni la fuerza suficiente como para hacer algo al respecto. Si fuera por ella, ni iría al baño, pero ya era un límite que no llegó a propasar.

Tenía un sentimiento de inutilidad que solo la hundía más en esa cama que parecía atraparla. Literalmente, no podía hacer nada. Si tan solo hubiera sido un poco más dedicada, si tan solo no se hubiera comportado como una niña todo este tiempo. En el momento que recibió esa bandana, tuvo que haber empezado a actuar como una mujer responsable. Tal como quería su padre y toda su familia. Pero no, era tan solo una chica inmadura que no supo sentar cabeza. Y ahora muchos pagaban por eso. Pensó que, si realmente hubiera sido responsable todo ese tiempo, ahora podría estar yendo a buscar a su hermano.

Estos eran tan solo algunos de los pensamientos que le atormentaron durante esos días y esas noches. Aunque ni de cerca eran sus pensamientos más oscuros. Más allá de su profunda melancolía, de sus ojos ya no salían lágrimas. Estaba seca por dentro. Estaba muerta por dentro.

Aquella tarde, una persona entró lentamente a su habitación sin siquiera llamar. Jun ni siquiera miró a su madre al escuchar el ruido de la puerta, estaba boca arriba mirando el techo. Tsubame se acercó, miró el plato de arroz que había traído hace un rato y vio que estaba todavía repleto, ya frío para ese mometno. Tomó el plato e intentó ver a su hija a los ojos. Dentro de estos, no veía absolutamente nada, eran tan solo dos esferas que no reflejaban vida y estaban rodeadas de abundantes ojeras.

Hija, no te quiero pedir que hagas nada pero ya sabes que ya podemos ver a tu padre. — Jun ni siquiera reaccionó. —Y, bueno, puede que dentro de poco ya pueda volver a casa.

»Tal vez, aunque sea bañarte puede ayudarte a levantarte a hacer algo ¿No crees? — Luego de que la chica no le responda por unos segundos, su madre chasqueó los dedos. —¿Me estás escuchando?

Vete, por favor. — Dijo desganada aunque con algo de enojo, aún sin mirarla. No parecía tener mucha paciencia en esa situación.

Tsubame suspiró y se retiró de allí.

Luego de unas cuantas horas, pasada la medianoche, Jun logró levantarse. Busco una hoja y comenzó a escribir durante unos cuantos minutos. Con la iluminación que le ofrecía la luna por la ventana, podía ver lo que escribía y podía desenvolverse de manera fluida. Era como si ya había pensado gran parte de aquel texto.

Al finalizar, dobló aquel papel y se lo guardó. Tomó una prenda de ropa y se dirigió a la ducha. Hizo todo lo posible en no hacer mucho ruido, después de todo ya era bastante tarde y no quería molestar a sus familiares.

La lluvia, de la ducha, (muy) caliente caía sobre la cabeza de la chica. Se había aseado ya pero su cuerpo encontraba un momento de paz allí, probablemente de los pocos momentos de paz de hace un largo tiempo ya.

«¿Que soy?»

Luego de apagar la ducha y secar su cuerpo, con una parsimonia impropia de la Nara, miró al espejo. Sin embargo, no encontró a nadie allí. Se puso el kimono floreado que había llevado al baño. Si bien en este predominaba un color blanco, los detalles tenían sutiles tonos de violeta.

Caminó por el pasillo, pero no se dirigió a su habitación, sino a otra de estas. Cuando abrió la puerta, lo hizo suave, no como las miles de veces que lo había hecho anteriormente de manera muy fuerte, generando que la puerta choque contra un mueble mal ubicado.

Cerró la puerta y vio, nuevamente, la organización y limpieza excelsa de la habitación, totalmente contraria a la suya. No parecía que nadie haya entrado ahí desde su partida. Abrió el armario y vio varias de sus prendas colgadas. Tomó una de las camisetas que usaba de una manera más casual por la casa y se quedó observándola, casi fascinada. Obsesiva, acercó su nariz y olió con fuerza esa prenda, buscándolo allí, por lo menos algunos segundos. De hecho, lo encontró. Encontró ese aroma cítrico que tanto usaba Él y con el que siempre andaba inundado. Le recordaba alguna vez que le regaño, otra que la estaba consolando, entre otros vagos recuerdos. Luego de aspirar como adicta, observó por última vez esa prenda y la volvió a guardar.

Antes de retirarse de la habitación, notó que había una pequeña cajita en algún estante del armario. En ella se encontraban dos pendientes, unos que usaba hace unos cuantos años. Estos tenían forma de letras y estaban escritos de manera vertical, por lo que son más alargados que anchos. Uno decía “Lealtad” (忠誠心) y el otro ponía “Disciplina” (躾). Simplemente tomó la caja y la guardó.

Salió de la habitación y se dirigió a las escaleras. Iba con mucha tranquilidad y con paso lento, siempre tanteando de que no haya nadie despierto ni merodeando por su casa. No se encontró a nadie en su trayecto hacia el patio trasero, por lo que salió sin problema alguno. El dojo de prácticas estaba conectado a la casa por un corto camino hecho con unas piedras lisas y aplanadas. Iba a mojarse allí, pero para una amejin el agua de la lluvia era casi lo mismo que una breve brisa para un humano normal.

Lo que sí, no quería enchastrar más su kimono de lo que ya lo iba a hacer, por lo que levantó un poco su prenda para que este no toque el suelo mojado.

Luego de entrar al dojo, rebuscó entre unas armas que Él usaba antaño. Algunas de ellas en desuso que, con el tiempo, se fueron poniendo romas. Él era (o es) un obsesivo con sus espadas, por lo que muchas de ellas si estaban bien cuidadas. Notó que la que estaba buscando, un tantō, estaba en condiciones aptas. Parecía que se usaba bastante para precalentar o para practicar situaciones en las que hay que estar mucho más cerca del oponente.

Ella nunca fue una persona que respete tanto las tradiciones. Pero creía que no está mal respetar algunas de estas.

Sin apuros, caminó al centro del dojo, donde alguna que otra luz de la luna se filtraba por el techo y las puertas de papel, y procedió a ponerse de rodillas. Apoyó, por un lado, el escrito que había redactado esa misma noche y, por el otro, los pendientes que había robado de aquella habitación.

Tomó con ambas manos el mango del arma y se quedó mirando como su filo reflejaba la luz. Pasó de apuntar la punta hacia el frente para apuntar a su propio cuerpo. Podía hacerlo en muchos lados, el cuerpo humano es mucho más frágil de lo que parece y sus puntos mortales son varios. Decidió elegir el órgano que más dañado tenía en ese momento, el corazón. Apoyó la punta en el lado izquierdo de su pecho.

Cerró los ojos e intentó respirar hondo.

Balbuceó unas cuantas palabras y balanceaba la espada para delante y para atrás, estudiando el recorrido.

Para ella misma, se repitió como un mantra: “Sin pensar”. Pero, evidentemente, a su cabeza la atormentaban mil y un pensamientos.

Pasaron algunos minutos y no pudo mantener ese semblante de tranquilidad, estaba nerviosa. De su cara caían gotas de sudor. Seguía balanceando el arma, pero sus manos temblaban.

Intentando no dejarse llevar por su miedo, sacudió la cabeza con desesperación y alzó su tantō lo más alto posible.

Y, finalmente, cuando iba a terminar de ejecutar el movimiento, ella…

…soltó el arma.

Algo le impedía terminar con toda esa miseria. No supo reconocer en ese momento el qué, si su orgullo, su poca esperanza, su propio miedo. Pero lo importante era que decidió frenar la estupidez que estaba a punto de cometer.

Se desplomó en el piso, en posición fetal, y pudiendo romper a llorar de nuevo.

«Ni para esto sirvo.»

Sin embargo, hay algunas derrotas que son más dignas que la victoria.
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#6
Las puertas de la casa se abrían con cierta dificultad, casi con la misma dificultad que caminaba el hombre. Según los médicos, ya estaba todo bien, pero era más que evidente que necesitaba reposar. Con suerte iba a poder seguir caminando sin ninguna dificultad. Su resistencia era buena, digna de un ninja de su nivel, pero nada comparada a la que tenía Él. Con muletas, se fue desplazando lentamente hasta llegar a la mesa. Su mujer le acompañaba al lado y el hijo del medio le acompañaba por el otro. Se sentó en una de las sillas, cansino, casi que lanzándose a ella. Revoleó la cabeza para un lado y luego para el otro. Pegó un suspiro largo y lento.

¿Cómo mierda pudo haber pasado todo esto?

Tsubame acompañó aquel suspiro con el suyo propio y se sentó en frente de su esposo.

Sabías que esto podía pasar. Es una guerra, Susumu.

Me importa una mierda. — Golpeó con cierta fuerza la mesa que tenía a un costado. La mujer no pareció alterarse en absoluto. —Quiero saber que le pasó a mi hijo, donde está. Sé que no está muerto, no creo que nadie haya podido...

Es una guerra, Susumu ¿No entiendes? ¿O necesitas que te lo explique? — Notó la mirada del hombre, con una cierta furia, ya a punto de esputar un gran descargo. Pero no le dejó hablar. —Mírate, Susumu. Con suerte te puedes mover. Con suerte estás con vida ¿Te piensas que estás en posición de decir que solo hace falta ser buen ninja para salir vivo de ahí? Hay muchos más factores que ese.

El hombre bajó sus humos, como si lo que dijo le hubiera tocado la moral velozmente. Se limitó a suspirar y dirigir su mirada hacia otro lado.

Ya dentro de poco me recuperaré y voy a traerlo de vuelta.

Querido, da gracias que puedes caminar. Tu recuperación va a ser bastante larga.

Después de una especie de alarido, golpeó nuevamente la mesa, esta vez con más fuerza y rencor. La madera era resistente y el estado de Susumu no era el óptimo, pero parecía que se escuchó un crujir en la zona de donde se golpeó. Inmediatamente se quejó del dolor, como si no se hubiera dado cuenta que había dado el golpe.

Nuevamente, Tsubame casi que no reaccionó.

Nara, hay que tener la cabeza fría. — Dijo seria. Con una pequeña muestra de disgusto en su cara, aunque por dentro probablemente lo estaba insultando en mil idiomas. —Lamentablemente, no tenemos muchas cosas en la mano para hacer. Tú estás como estás, Hinata no tiene las capacidades suficientes. Yo soy la única apta, pero sería una locura ir sola. Hay que esperar que la alianza tome acciones y actuar en conjunto.

Unos pasos se escucharon cerca de la cocina. Cuando voltearon, vieron a la chica, vestida de entrecasa. Lo nuevo eran los aros que robó de la habitación de su hermano, los cuales relucían en cada una de sus orejas.

Miró a los ojos a cada uno de sus padres. Parecía estar convencida y con una determinación pocas veces visto en ella. Aunque, en su mirada, todavía se notaba que faltaba algo. Además de aún tener unas ojeras cuanto menos interesantes.

Yo soy la persona indicada.

Su madre suspiró

¿Es que en esta familia no hay ni un cuerdo? Ya hablamos de esto. Es un suicid-.

No voy a ir ningún lado, no por ahora. — Le interrumpió. —Voy a entrenarme todo lo más rápido posible, todo lo más fuerte posible.

Está vez miró a su padre, tal vez sabiendo que iba a ser una de las pocas veces que no se decepcionaría de ella. O eso pensaba.

Voy a convertirme en ANBU.

Lo primero que se le vino en la cabeza a su madre, fue pegarse una palmada en la cara. Su hermano se quedó estupefacto, sin saber como reaccionar ante eso. Pero, el padre, la miró con una seriedad digna de una persona de tal jerarquía.

Posó su mano en el hombro de su única descendencia mujer y abrió de a poco su boca.

Hija. — Jun le mantuvo la mirada, sin reacción alguna a pesar de la tensión que había en el ambiente. —Eres imbécil.

Sonrió muy levemente, sin regalar ningún sentimiento de más.

Aún eres una genin, cabeza dura, enclenque y vaga. Te falta demasiado para llegar a algo parecido, además de saber que la vida de un ANBU no es del nada fácil.

»Sin embargo, me enorgulleces.

No solo era de las primeras veces que su padre le decía algo parecido, sino que también era la primera vez que la chica parecía que iba a tomarse en serio un proceso de entrenamiento. Por lo menos en actitud.

Me gustaría que me entrenes, eres de las personas más fuertes que conozco. — Se notaba algo de mentira en aquel pedido. —Pero creo que nuestros… estilos son algo diferentes.

Voy a entrenarte yo, vas a saber lo que es entrenar de verdad. Cuan-.

Cuando amagó a pararse, soltó un quejido de dolor. Tsubame, rápidamente, se movió a asistirlo para que no haga movimientos bruscos.

Ni lo pienses. No te puedes ni mover. Vas a recuperarte sin hacer nada. — Terminó de ayudar a su pareja a apoyarse en la silla y miró a Jun. —Conozco a alguien que va a poder ayudarte. Lo que sí, vas a tener que estar preparada.

La muchacha no respondió, pero, con solo verla, se notaba que estaba dispuesta a cualquier cosa.
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