10/08/2020, 01:11
La plataforma se movía más que de costumbre. Alimentadas por la tormenta de Amenokami las aguas del lago chocaban con una fuerza inusitada fuerza contra ella, y costaba casi el doble de esfuerzo y concentración guardar el equilibrio.
—Vamos, ¡concéntrate! —bramó su padre, junto a ella.
—Lo sé, lo intento... —siseó Ayame, reforzando la capa de chakra que había acumulado en la planta de los pies.
Pero era aún más difícil cuando estaba bajo continuo asedio. Con el siguiente estallido de un trueno, Zetsuo volvió a la carga con una patada directa a sus costillas y Ayame estuvo a punto de perder el equilibrio cuando trató de esquivarlo a un lado. Su padre aprovechó la ocasión para rematarla con un último golpe a sus pantorrillas, que la arrojó de costado contra el suelo.
Se había convertido en una especie de tradición familiar entrenar sobre las plataformas que flotaban sobre el Gran Lago de Amegakure. Lo habían hecho desde que Ayame comenzara sus andanzas en la Academia de Amegakure cuando era una niña, y seguían haciéndolo todavía. Pero Zetsuo jamás daba su brazo a torcer, cada vez que parecía que Ayame estaba a punto de alcanzarle, el experimentado médico aumentaba la dificultad sus ataques. Y en aquellas últimas sesiones, tras el ataque sufrido en el Valle de los Dojos, estaba siendo especialmente estricto.
—Arriba, joder, ¡arriba! —clamaba, impaciente—. Vamos, niña. Ahora eres la Mano Derecha de la Arashikage, ¡no puedes permitirte errores tontos así!
Ayame gruñó entre dientes, pero sabía que tenía razón. Ahora tenía una responsabilidad añadida, tenía que ser incluso mejor. Por eso apoyó los brazos en la madera flotante, hizo acopio de todas sus fuerzas... Y desapareció de su vista.
Los labios de Zetsuo se curvaron en una sonrisa apenas perceptible justo antes de recibir el brutal empujón que le derribó al suelo. Padre e hija cayeron entre roncos gruñidos de esfuerzo y rodaron hasta quedar peligrosamente cerca del borde. La fuerza física no era una característica precisamente destacable en la familia Aotsuki, pero al final sucedió lo que tenía que suceder: Zetsuo impuso su voluntad quedando encima de ella, pero cuando estaba a punto de inmovilizarla, Ayame se escurrió de entre sus dedos como un riachuelo. Literalmente. Ayame tomó forma corpórea un poco más allá, aparentemente lista para arremeter de nuevo, pero él levantó las manos en señal de paz.
—Suficiente por hoy —sentenció, y Ayame relajó la postura con un suspiro—. Pero tenemos que seguir trabajando esa concentración tuya. Cualquier mínimo despiste en el campo de batalla y estás muerta. Y Arashikage-sama depende de ti más que nunca.
—Lo sé, lo sé... —jadeó ella, arrodillándose en el lateral de la plataforma para echarse agua en la cara y limpiarse el sudor.
Era precisamente lo último que necesitaba: más presión. Antes porque era la supuesta Guardiana del bijū y tenía un deber con su aldea, ahora encima se le sumaba el peso del cargo de Mano Derecha de la Arashikage...
Y Zetsuo se acercó por la espalda, sus ojos sombríos clavados en ella. Como a su hermano, había visto a su hija crecer día a día. Aquella Ayame poco tenía que ver ya con la chiquilla asustadiza y quejica que fue antaño. Y había demostrado muchas cosas que habría creído imposibles con su evolución, y no sólo como kunoichi. También había demostrado valentía para desafiarle una y otra vez, el coraje para ocultar cosas, incluso a ellos mismos (por mucha rabia que le diera siempre); y la empatía para llegar a conectar emocionalmente con una bestia. A veces, recordando a aquella chiquilla, le costaba reconocerla. Y una punzada de dolor le atravesaba cada vez que lo pensaba, pero lo cierto era que cada día se parecía más a Shiruka. Aunque ella era una absoluta negada para los Genjutsu, cabía decir.
Pero Zetsuo inspiraba hondo y volvía a hundir aquellos sentimientos cada vez que salían a flote. Él era la coraza de los Aotsuki, el acero que había sido forjado a base de golpes. Y así habría de endurecer a sus hijos. Para protegerlos.
—La mujer que te atacó en el Valle de los Dojos... Kuroyuki no, la enmascarada. Dijiste que te inmovilizó.
—Sí... —asintió ella, volviéndose hacia su padre con cierta vergüenza aleteando en su voz—. Aunque no era una inmovilización, propiamente dicha. Usó una técnica extraña: me tocó y a partir de entonces se me hizo mucho más... difícil moverme, por decirlo de alguna manera. Era como si... Cuando intentaba mover una pierna, se me movía el braz...
No pudo completar la frase. Apenas un pequeño golpe seco en el pecho y Ayame cayó al suelo como un pelele sin vida.
—¿Así, dices? —preguntó Zetsuo, de pie.
Pero Ayame no pudo responder, ni tampoco hizo falta. Su cuerpo lo hizo por ella: al intentar hablar fueron los dedos de sus manos los que se movieron.
—Ranshinshō, también conocida como Perturbación de los Caminos del Cuerpo. Tuviste la mala suerte de toparte con una especialista en medicina, como yo. Pero podemos arreglar esto —Ante la alarmada mirada de Ayame, Zetsuo se arrodilló junto a ella, para que sus ojos quedaran a la misma altura—. No voy a meterme de lleno en una clase de anatomía humana, pero sabes que el cuerpo funciona a base de impulsos eléctricos. El cerebro —explicó, posando un dedo sobre su sien y después bajó hasta su bíceps—, coordina todos los músculos del cuerpo con estos. Una pequeña alteración de esos impulsos y... Se acabó esa coordinación.
«¿Y cómo se supone que me debería de haber defendido de algo así? ¡Ni siquiera utilizo el Raiton!» Pensaba Ayame, a sabiendas de que su padre podía leerle la mente.
—¡Déjate de Raiton y usa el coco, niña! —le espetó, sacudiendo la cabeza—. ¡Lo que tienes que hacer es aprender a reconfigurarte!
«¿A qué?» Repitió ella, confundida.
—¡A reconfigurarte, joder! En un combate, el tiempo juega en tu contra. Así que más te vale hacerlo de forma rápida para poder emprender la retirada hasta que al menos te hayas recuperado del todo. Tu ventaja en estos casos desesperados es que eres rápida, muy rápida. Puedes huir fácilmente. Pero vamos, usa esa cabezota que tienes, tú misma te has dado la respuesta: cuando intentas mover una pierna, mueves un brazo. Así que, para mover la pierna tienes que...
«¡Mover el brazo!» Dicho y hecho, Ayame consiguió flexionar la rodilla a base de intentar doblar el codo.
No se lo podía creer, ¿la respuesta era tan simple y no había sabido verla? Claro que, en la situación tan desesperada en la que se había encontrado encontraba, literalmente al filo de la muerte, era difícil intentar pensar con fría lógica. Eso era algo que a su hermano se le daba mucho mejor que a ella...
—Claro que no siempre será así —añadió Zetsuo—. La descoordinación entre el cerebro y los músculos es diferente cada vez que se realiza la técnica, y eso es algo que ni siquiera nosotros podemos controlar. Para mover una misma pierna, unas veces tendrás que forzar el brazo, otras la otra pierna, y quizás incluso el cuello. La clave está en encontrar rápido la solución a ese acertijo y después... Protegerte durante los siguientes tres minutos.
Y Ayame se incorporó lo suficiente, lenta y entre temblores, pero consiguió mantenerse sentada.
«Ojalá haber sabido esto en su momento...» Pensó, con cierta amargura.
Y una sombra cruzó los insondables ojos de Zetsuo.
—Lo sabes ahora. No sabemos si te volverás a encontrar con otro médico hijo de puta que quiera apalizarte, aparte de mí —agregó, con una seca risotada—, pero mejor tarde que nunca. Lo importante es que conseguiste salir de allí a tiempo.
Un escalofrío recorrió a Ayame, y no sólo por sentir que había recuperado el control sobre su cuerpo. Nunca lo admitiría en voz alta, pero aún tenía pesadillas con Kuroyuki y Kurama, con la bijūdama que había estado a punto a reducirla a cenizas...
—Gracias a que Daruu me sacó de allí a tiempo... Y... Gracias a Kokuō y a Shukaku —agregó, clavando sus desafiantes ojos castaños en los de su padre.
Pero se encontró con una extraña niebla en sus iris aguamarina.
—Gracias a ellos —admitió, con fastidio—. Joder, pero no me recuerdes que debo estarle agradecido a ese mocoso Amedama y a dos bestias, porque me vas a provocar una úlcera.
—Vamos, ¡concéntrate! —bramó su padre, junto a ella.
—Lo sé, lo intento... —siseó Ayame, reforzando la capa de chakra que había acumulado en la planta de los pies.
Pero era aún más difícil cuando estaba bajo continuo asedio. Con el siguiente estallido de un trueno, Zetsuo volvió a la carga con una patada directa a sus costillas y Ayame estuvo a punto de perder el equilibrio cuando trató de esquivarlo a un lado. Su padre aprovechó la ocasión para rematarla con un último golpe a sus pantorrillas, que la arrojó de costado contra el suelo.
Se había convertido en una especie de tradición familiar entrenar sobre las plataformas que flotaban sobre el Gran Lago de Amegakure. Lo habían hecho desde que Ayame comenzara sus andanzas en la Academia de Amegakure cuando era una niña, y seguían haciéndolo todavía. Pero Zetsuo jamás daba su brazo a torcer, cada vez que parecía que Ayame estaba a punto de alcanzarle, el experimentado médico aumentaba la dificultad sus ataques. Y en aquellas últimas sesiones, tras el ataque sufrido en el Valle de los Dojos, estaba siendo especialmente estricto.
—Arriba, joder, ¡arriba! —clamaba, impaciente—. Vamos, niña. Ahora eres la Mano Derecha de la Arashikage, ¡no puedes permitirte errores tontos así!
Ayame gruñó entre dientes, pero sabía que tenía razón. Ahora tenía una responsabilidad añadida, tenía que ser incluso mejor. Por eso apoyó los brazos en la madera flotante, hizo acopio de todas sus fuerzas... Y desapareció de su vista.
Los labios de Zetsuo se curvaron en una sonrisa apenas perceptible justo antes de recibir el brutal empujón que le derribó al suelo. Padre e hija cayeron entre roncos gruñidos de esfuerzo y rodaron hasta quedar peligrosamente cerca del borde. La fuerza física no era una característica precisamente destacable en la familia Aotsuki, pero al final sucedió lo que tenía que suceder: Zetsuo impuso su voluntad quedando encima de ella, pero cuando estaba a punto de inmovilizarla, Ayame se escurrió de entre sus dedos como un riachuelo. Literalmente. Ayame tomó forma corpórea un poco más allá, aparentemente lista para arremeter de nuevo, pero él levantó las manos en señal de paz.
—Suficiente por hoy —sentenció, y Ayame relajó la postura con un suspiro—. Pero tenemos que seguir trabajando esa concentración tuya. Cualquier mínimo despiste en el campo de batalla y estás muerta. Y Arashikage-sama depende de ti más que nunca.
—Lo sé, lo sé... —jadeó ella, arrodillándose en el lateral de la plataforma para echarse agua en la cara y limpiarse el sudor.
Era precisamente lo último que necesitaba: más presión. Antes porque era la supuesta Guardiana del bijū y tenía un deber con su aldea, ahora encima se le sumaba el peso del cargo de Mano Derecha de la Arashikage...
Y Zetsuo se acercó por la espalda, sus ojos sombríos clavados en ella. Como a su hermano, había visto a su hija crecer día a día. Aquella Ayame poco tenía que ver ya con la chiquilla asustadiza y quejica que fue antaño. Y había demostrado muchas cosas que habría creído imposibles con su evolución, y no sólo como kunoichi. También había demostrado valentía para desafiarle una y otra vez, el coraje para ocultar cosas, incluso a ellos mismos (por mucha rabia que le diera siempre); y la empatía para llegar a conectar emocionalmente con una bestia. A veces, recordando a aquella chiquilla, le costaba reconocerla. Y una punzada de dolor le atravesaba cada vez que lo pensaba, pero lo cierto era que cada día se parecía más a Shiruka. Aunque ella era una absoluta negada para los Genjutsu, cabía decir.
Pero Zetsuo inspiraba hondo y volvía a hundir aquellos sentimientos cada vez que salían a flote. Él era la coraza de los Aotsuki, el acero que había sido forjado a base de golpes. Y así habría de endurecer a sus hijos. Para protegerlos.
—La mujer que te atacó en el Valle de los Dojos... Kuroyuki no, la enmascarada. Dijiste que te inmovilizó.
—Sí... —asintió ella, volviéndose hacia su padre con cierta vergüenza aleteando en su voz—. Aunque no era una inmovilización, propiamente dicha. Usó una técnica extraña: me tocó y a partir de entonces se me hizo mucho más... difícil moverme, por decirlo de alguna manera. Era como si... Cuando intentaba mover una pierna, se me movía el braz...
No pudo completar la frase. Apenas un pequeño golpe seco en el pecho y Ayame cayó al suelo como un pelele sin vida.
—¿Así, dices? —preguntó Zetsuo, de pie.
Pero Ayame no pudo responder, ni tampoco hizo falta. Su cuerpo lo hizo por ella: al intentar hablar fueron los dedos de sus manos los que se movieron.
—Ranshinshō, también conocida como Perturbación de los Caminos del Cuerpo. Tuviste la mala suerte de toparte con una especialista en medicina, como yo. Pero podemos arreglar esto —Ante la alarmada mirada de Ayame, Zetsuo se arrodilló junto a ella, para que sus ojos quedaran a la misma altura—. No voy a meterme de lleno en una clase de anatomía humana, pero sabes que el cuerpo funciona a base de impulsos eléctricos. El cerebro —explicó, posando un dedo sobre su sien y después bajó hasta su bíceps—, coordina todos los músculos del cuerpo con estos. Una pequeña alteración de esos impulsos y... Se acabó esa coordinación.
«¿Y cómo se supone que me debería de haber defendido de algo así? ¡Ni siquiera utilizo el Raiton!» Pensaba Ayame, a sabiendas de que su padre podía leerle la mente.
—¡Déjate de Raiton y usa el coco, niña! —le espetó, sacudiendo la cabeza—. ¡Lo que tienes que hacer es aprender a reconfigurarte!
«¿A qué?» Repitió ella, confundida.
—¡A reconfigurarte, joder! En un combate, el tiempo juega en tu contra. Así que más te vale hacerlo de forma rápida para poder emprender la retirada hasta que al menos te hayas recuperado del todo. Tu ventaja en estos casos desesperados es que eres rápida, muy rápida. Puedes huir fácilmente. Pero vamos, usa esa cabezota que tienes, tú misma te has dado la respuesta: cuando intentas mover una pierna, mueves un brazo. Así que, para mover la pierna tienes que...
«¡Mover el brazo!» Dicho y hecho, Ayame consiguió flexionar la rodilla a base de intentar doblar el codo.
No se lo podía creer, ¿la respuesta era tan simple y no había sabido verla? Claro que, en la situación tan desesperada en la que se había encontrado encontraba, literalmente al filo de la muerte, era difícil intentar pensar con fría lógica. Eso era algo que a su hermano se le daba mucho mejor que a ella...
—Claro que no siempre será así —añadió Zetsuo—. La descoordinación entre el cerebro y los músculos es diferente cada vez que se realiza la técnica, y eso es algo que ni siquiera nosotros podemos controlar. Para mover una misma pierna, unas veces tendrás que forzar el brazo, otras la otra pierna, y quizás incluso el cuello. La clave está en encontrar rápido la solución a ese acertijo y después... Protegerte durante los siguientes tres minutos.
Y Ayame se incorporó lo suficiente, lenta y entre temblores, pero consiguió mantenerse sentada.
«Ojalá haber sabido esto en su momento...» Pensó, con cierta amargura.
Y una sombra cruzó los insondables ojos de Zetsuo.
—Lo sabes ahora. No sabemos si te volverás a encontrar con otro médico hijo de puta que quiera apalizarte, aparte de mí —agregó, con una seca risotada—, pero mejor tarde que nunca. Lo importante es que conseguiste salir de allí a tiempo.
Un escalofrío recorrió a Ayame, y no sólo por sentir que había recuperado el control sobre su cuerpo. Nunca lo admitiría en voz alta, pero aún tenía pesadillas con Kuroyuki y Kurama, con la bijūdama que había estado a punto a reducirla a cenizas...
—Gracias a que Daruu me sacó de allí a tiempo... Y... Gracias a Kokuō y a Shukaku —agregó, clavando sus desafiantes ojos castaños en los de su padre.
Pero se encontró con una extraña niebla en sus iris aguamarina.
—Gracias a ellos —admitió, con fastidio—. Joder, pero no me recuerdes que debo estarle agradecido a ese mocoso Amedama y a dos bestias, porque me vas a provocar una úlcera.