2/08/2018, 21:56
Karma no podía quitarse de la cabeza eso que Ringo le había dicho sobre sus raíces. Ya habían pasado semanas desde aquello, pero la muchacha no había logrado espantar la idea; cada vez que lo hacía esta terminaba escodiéndose en algún recoveco de su mente para poco después arrastrarse de vuelta hasta el foco central de su pensamiento.
El concepto de investigar sobre sus padres y familia cercana en general ya se le había ocurrido más de una vez antes de conocer al que debía ser el primogénito de los Yoshikawa, pero siempre había optado por desarmar sus planes y no hacerlo. El asunto le producía una desagradable mezcla de solemnidad y miedo. Lo único que había conocido desde su nacimiento era un padre abusivo y una madre enterrada, parientes ausentes —ya fuese por desconocimiento, desentendimiento o por vivir lejos; era un misterio— y nada más. Con Kojima Satoshi, su padre, muerto, la pelivioleta prefirió no remover el pasado.
Al fin y al cabo, odiaba a su progenitor hasta el punto de darle matarile. No tenía una opinión mucho mejor de los demás, ya que no habían hecho nada por evitar las atrocidades que ella había sufrido. La única que se libraba era su madre, Yurisa. El parto se había cobrado su vida, así que no era responsable de nada. E incluso así no podía sentir pena o melancolía por la falta de alguien que no había conocido.
Pero ahora... ahora se sentía capaz de hacerlo, excavar en busca de verdades que probablemente no le aportarían nada, solo dolor. ¿Qué había cambiado? ¿Tanto le había influido la propuesta del alocado aspirante a Uzukage? ¿O es que su coraza psicológica ahora era más gruesa y la espoleaba a atraverse a enfrentar lo que antes no habría tocado? Fuera como fuese, su insaciable curiosidad también estaba de acuerdo en tomar cartas en el asunto de una vez por todas.
Así que, cansada de pelear consigo misma, Karma se puso manos a la obra.
Lo primero que hizo fue echarle un segundo vistazo a los pocos documentos pertenecientes a las épocas anteriores a su nacimiento que había rescatado en su propio hogar, después de que pasara a ser únicamente suyo. Precisamente los mismos que Ringo había curioseado ese día.
No había nada de especial utilidad en la ya referida pila. Las fotos le permitían saber el aspecto que tenía su madre en vida y el de su padre antes de la muerte de esta y su degradación gradual, que era muy diferente —mucho más sano y vivaz— que el que Karma guardaba. La carta le hacía creer que sus progenitores se habían querido de verdad cuando las cosas funcionaban, además de que sus abuelos por parte de madre todavía vivían por aquel entonces. Poco más.
Ahí es donde la sugerencia del muchacho entraba en juego. La joven se desplazó hasta el edificio del Uzukage y solicitó acceso a sus registros familiares. No le pusieron pegas, aunque necesitó esperar un buen rato entre que la atendían y finalmente el encargado de los archivos le entregaba de forma temporal los documentos correspondientes. Gracias a estos descubrió sobre sus abuelos, tanto de parte de padre como de madre.
Los padres de Satoshi se llamaban Kojima Nakao y Kojima Kaori. El papeleo indicaba que no eran originarios de la villa, si no que se habían mudado a ella cuando Satoshi era un niño. No había ninguna explicación respecto al motivo que los había llevado a inmigrar a Uzushiogakure, tan solo el registro de llegada y su empadronamiento, además de indicar que eran provenientes del País del Agua, del Puerto Kasukami. Karma no gozaba de información suficiente ni para formular una simple conjetura. Lo que el documento sí dejaba bien claro era que habían fallecido antes siquiera del nacimiento de la kunoichi; una vez más, el motivo no figuraba.
Los padres de Yurisa eran Uchida Yojimbo y Uchida Nanami. Ellos sí que eran originarios de la villa, una generación más de una familia con muchas a su espalda, siempre en Uzu. Yojimbo llevaba unos pocos años en el otro mundo, pero su esposa seguía con vida, si los registros no estaban equivocados. Hasta figuraba su dirección.
Karma recordó a la mujer de porte dignificado de la que le había hablado a Ringo. No tenía pruebas, pero su instinto le decía que era la misma.
Había llegado el momento de devolverle la visita...
La Iryō-Nin se personó frente a la finca a la que la dirección hacía referencia. Llevaba los datos apuntados en un trozo de pergamino, ya que los registros oficiales tuvo que devolverlos antes de abandonar la sala de archivos.
Era un caserón en toda regla, uno de muchos en el Barrio de la Brisa, uno de los barrios ricos de la villa. La fémina no podía vislumbrar demasiado porque todo el recinto estaba delimitado por un robusto muro de madera con un torii rojo sobre la puerta de entrada, pero era obvio que la casa en sí debía de tener tres plantas como mínimo, dada su altura.
Karma tocó y esperó. La recibió un individuo con vestiduras de sirviente al estilo oriental y actitud exageradamente servicial. Era joven, atractivo, de cabello moreno y corto. A pesar de su exuberante educación, el tipo no lograba ocultar cierto deje de soberbia en sus palabras y expresiones.
—¿Sí? ¿En qué puedo ayudarla, kunoichi-san?
—Ehm... me gustaría... —la genin nunca había tratado con un mayordomo; la intimidaba—. Estoy buscando a Uchida Nanami. ¿Vive aquí?
El hombre quedó en silencio un momento.
—Sí, esta es la residencia de Uchida-sama. ¿Es algún tipo de asunto oficial?
Preguntó porque Karma llevaba el hitai-ate en la frente, como de costumbre.
—Oh, no. Es algo personal. Me gustaría hablar con ella.
El mayordomo la miró de arriba a abajo.
—Le ruego que espere aquí un momento, veré si Uchida-sama está dispuesta a concederle una audiencia. ¿Cuál es su nombre?
—Kojima Karma.
La puerta quedó cerrada y la médica a la espera. Unos diez minutos más tarde, el sirviente hizo acto de presencia.
—Me temo que Uchida-sama no desea verla, Kojima-san. La señora me ha pedido que le indique que si quiere más dinero, deberá mandar una carta a esta misma residencia solicitándolo con el mayor de los respetos, unos días más tarde alguien le hará entrega de ello en su casa. Siempre que la cifra solicitada sea, claro está, razonable —recitó de una forma que a la pelivioleta le hizo hervir la sangre—. Uchida-sama también le advierte que solo lo solicite en caso de extrema necesidad y no ponga a prueba su generosidad. Así mismo, respetuosamente le pide a usted que no se vuelva a presentar por aquí. Uchida-sama no desea que se la vincule con su persona. Eso es todo.
—¡Pero esto no es sobre el dinero! ¡Es mi abuela, quiero hablar con ella cara a cara!
—Lo siento mucho, pero esta es la voluntad de Uchida-sama. Como kunoichi que es de esta nuestra aldea le agradecemos su servicio, pero le ruego que acepte la situación y se retire pacíficamente, o nos veremos obligados a ponernos en contacto con sus superiores.
Karma apretó la mandíbula y los puños, pero no hizo nada. Si su abuela no quería saber nada de ella, que le jodan. La situación solo servía para justificar sus malos pensamientos hacia esos parientes desconocidos que nunca se habían presentado en casa.
—Eso es todo. Espero que tenga un buen día. Si me disculpa... —el mayordomo aprovechó la mutis de la muchacha para retirarse a toda prisa, cerrándole la puerta en las narices a su interlocutora.
Y quedó en solitario, preguntándose una y otra vez qué demonios ocurría con su abuela materna para que la tratara así.
Era un misterio que no podría desentrañar, al menos por el momento...
A la pelivioleta le quedaba una última baza, aunque era una algo desesperada.
Su padre había sido mercader de frutas y hortalizas en vida, dueño de una humilde pero próspera tienda allí mismo, en Uzushiogakure, que quedaba a tres calles de la residencia Kojima. Parecía ser que el hombre había albergado sueños de convertirse en un magnate, pero no lo logró, claro está.
No esperaba que le aportara ningún retazo de valor sobre el pasado de sus padres, ¿pero qué demonios? Ya había agotado el resto de posibilidades. Así que se puso a investigar sobre los negocios del fallecido.
Además de las fotos y otros efectos personales que había ido encontrando por la casa y de los que ya se habló, también quedaron documentos sobre la verdulería. Karma se limitó a guardarlos e ignorarlos en su día, pero ahora los rescató y los estudió.
Definitivamente no eran una lectura que indujera adrenalina. Las finanzas revelaban que el negocio iba bien y la pareja disfrutaba de un deshaogo económico envidiable, pero no había prospecto alguno de que el asunto fuera a explotar y convertirse en el imperio millonario que Satoshi había querido. Quizás habría llegado a eso eventualmente, pero ya era imposible saberlo. Si su padre hizo algo mal con sus negocios que le impidió alcanzar la cuota de beneficios deseada Karma no era capaz de detectarlo; no sabía nada sobre administración de empresas.
Aunque sí que se percató de un detalle interesante, después de todo: su padre encargaba la mercancía a un solo sujeto, un tal Tokugawa. No hacía negocios con nadie más, o si los hacía no figuraba en su libro de cuentas. Además, los pedidos provenían del Puerto Kasukami, el mismo lugar del que su familia era originaria y donde había crecido hasta venir a Uzu.
¿Sería una casualidad? Karma quiso pensar que no.
La lógica le decía a gritos que era una pérdida de tiempo, pero se decidió a indagar sobre Tokugawa...
Tras pedir permiso en la aldea y tomar un barco hasta Kasukami, la jovenzuela se presentó en el puerto.
No le costó demasiado trabajo localizar a su objetivo; resultó ser que era bien conocido en el lugar y la empresa tenía su sede allí mismo. El nombre del dueño era Tokugawa Amagatsu.
Indicarle a la recepcionista que su nombre era Kojima Karma y que venía en nombre de Hortalizas Kojima le otorgó una reunión con el jefazo supremo a una velocidad pasmosa, dejándola patidifusa. ¿Acaso su padre había sido tan importante?
Fue conducida hasta el despacho del propio Amagatsu, una estancia amplia y opulenta, digna de su posición. El mencionado estaba allí, sentado en su silla de directivo tras un portentoso escritorio. Le indicó a Karma con una plácida sonrisa que tomara asiento. Ella obedeció.
Tokugawa Amagatsu no era, precisamente, atractivo. Además, sufría de sobrepeso. Pero lo contrarrestaba al ir bien vestido y despedir un carisma que te hacía confiar en él. Tenía el cabello castaño y bien arreglado, también lucía un bigote. Portaba en algunos de sus dedos anillos de gran valor, forjados en oro con gemas preciosas incrustadas.
—¡Buenos días, amiga! —afirmó—. ¡Tokugawa Amagatsu a tu servicio! ¿Eres la hija de ese cabronazo Satoshi? ¡Hace milenios que no me pide nada, ni siquiera me manda una carta!
—Esto... sí, Kojima Satoshi es mi padre. ¿Le conoce? He comprobado que siempre encargaba sus verduras y frutas a su empresa, Tokugawa-san.
—¡Claro que sí! Tu padre y yo somos amigos de la infancia, chica. Los dos nos hemos querido hacer asquerosamente ricos desde que éramos pequeños, pero él se marchó a Uzushiogakure. Yo me quedé aquí y ya me ves, no solo cultivo y vendo frutas y verduras, también fabrico armas y muebles, entre otras cosas. Hace unos días me hice con mi primera herrería. ¡Dentro de poco me comeré toda Kasukami! —empezó a reír—. ¡Todo conseguido con trabajo duro y saber aprovechar las oportunidades! ¡¿Pero es que tu padre nunca te habló de mí?! ¡Menudo mamón! ¡Siempre supe que la envidia que le producía mi éxito le terminaría consumiendo algún día!
—No, no... es cierto que nunca me habló de usted pero, no creo que fuera por envidia... Es... dejémoslo en que es complicado. Verá, mi padre murió hace un año, más o menos. Estoy aquí porque quería saber más sobre su negocio.
A Amagatsu se le ensombreció la cara.
—¿Qué...? ¿Satoshi, muerto...? Pero... ¡pero esto explica tanto! ¡Creía que había parado de realizar pedidos y de comunicarse conmigo porque estaba molesto por algo, o porque había encontrado un proveedor mejor! ¡Quizás algún pedido se había perdido por el camino y no me lo quería reclamar...! ¡Debería de haberme puesto en contacto con él, pero si te soy sincero, me daba miedo...! No tengo muchos amigos... —se lamentó, visiblemente afectado—. Maldita sea, ¿cómo he podido tardar tanto en enterarme de esto? ¿Qué le ocurrió?
—Como ya le he dicho, es complicado... la bebida lo terminó matando. Desde que murió mi madre, mi padre, bueno... supongo que no volvió a ser el mismo.
—Por todo los dioses... con lo que yo le quería... ¡Si hasta le ofrecí convertirse en mi socio cuando las cosas me empezaron a ir bien, pero se empeñó en sacar un negocio a flote él solo! Siempre fue muy tozudo... Es cierto que le noté más apagado cuando Yurisa-san murió, pero esto me toma completamente por sorpresa... —suspiró—. Cuando mi secretaria me ha dicho tu nombre y que venías en nombre de su compañía me he alegrado mucho. Pensaba que quería retomar el contacto y te estaba utilizando a ti como recadera, o incluso que había perdido el interés en el negocio y ahora eras tú la dueña. ¿Sabes? Siempre quise conocerte, desde que eras niña. Pero siempre andaba ocupado con esto o con lo otro... Has salido preciosa, Karma, tal y como tu madre era.
—G-Gracias, Tokugawa-san...
—¡Nada de Tokugawa-san! No son necesarios honoríficos ni tratarme como un desconocido. Llámame Amagatsu, por favor.
—Gracias, A-Amagatsu...
—De nada, de verdad me lo pareces. Entonces, ¿qué ha ocurrido con Hortalizas Kojima?
—La cerré cuando mi padre murió. Ahora el local está desocupado, creo. Lo vendí a una agencia inmobiliaria. Yo no quería ocuparme de ello, soy una kunoichi y no dispongo de tiempo ni aunque quisiera.
La pelivioleta tuvo que revelarle ese detalle porque en esta ocasión no llevaba nada consigo que la identificara como parte de las fuerzas de Uzushiogakure.
—Ya veo... los sueños de Satoshi e incluso él mismo, todo muerto y enterrado... te hace pensar sobre este mundo y su crueldad... —dijo, mirando al infinito—. ¿Así que kunoichi, eh? Entonces tienes mi respeto, aunque es una profesión peligrosa, ¿no?
—Lo es, y a mi rango, que es el mínimo, bastante mal pagada, honestamente. Pero me eligieron para el cuerpo médico y estoy contenta con ello. La medicina me resulta interesante.
—¡Vaya con Karma-chan! ¡Ademas de bella, inteligente!
La muchacha se sonrojó.
—Bueno —el mercader entrelazó los dedos de sus manos—. ¿Qué querías saber sobre la empresa de tu padre? ¡Te aseguro que a mí no me debe dinero! —bromeó.
—En realidad quería saber sobre mis padres, si no le importa... no conocí a mi madre y mi padre nunca me contó demasiado, dado su estado. ¿Usted los conocía antes de que yo naciera? ¿Cómo eran?
—Hmm, ya veo... Conozco bien a tu padre y en más de una ocasión hablé con tu madre, pero no nos veíamos tanto. Ya sabes, la distancia de aquí a tu villa y que cada uno estaba muy ocupado con sus respectivas vidas. Pero te contaré todo lo que sé.
Amagatsu cumplió su promesa. Le habló a Karma sobre sus padres —la versión anterior de ellos— a lo largo de un par de horas. Le contó mil y una anéctotas, la mayoría graciosas, algunas más tristes. Eventualmente el caballero hizo llamar a su secretaria y le ordenó a esta que les trajera una taza de té con pastas. Karma comió y bebió con gusto; todo estaba delicioso.
La imagen que la fémina se terminó haciendo le resultó surrealista, puesto que no encajaba nada con el padre que ella había conocido. Según el magnate, Satoshi había sido alguien muy noble, de ánimo paciente y tranquilo, extremadamente cariñoso. Por otro lado, su madre, Yurisa, se mostraba fría e intransigente en primera instancia —provenía de una familia adinerada y amante de la etiqueta, todo encajaba—, pero en realidad era una mujer tenaz, mal hablada y tan afectiva como Satoshi. Tokugawa aseguró en múltiples ocasiones que lo de ellos era amor verdadero.
La charla entristeció a la genin, pero también le brindó las respuestas que buscaba, provenientes de la fuente más inesperada.
El sol se estaba poniendo y aunque agradecía la hospitalidad del mercader, consideró que ya iba siendo hora de marcharse.
—Escucha, Karma-chan, quiero que sepas que si te hace falta cualquier cosa, aquí estoy yo —expresó al alzarse de la silla—. ¡Es más! Te pido que te esperes hasta mañana para volver a la Espiral, pasa esta noche en un hotel de lujo, pago yo. No solo eso, como ya te he dicho antes soy proveedor de armas, entre otras cosas. ¿Eres una kunoichi, no? ¡Entonces seguro que necesitas muchas armas! Hago tratos con un par de maromos que están establecidos en Uzu. Busca "Armas de Kon" o "Armamento Leal" y diles que vienes de mi parte, te harán un buen descuento. ¡Si alguno de ellos se niega, diles que les duplico el precio de sus pedidos en un abrir y cerrar de ojos, maldita sea!
Karma rió de forma honesta, algo raro en ella. Se sentía verdaderamente agradecida por todo lo que ese hombre estaba haciendo por ella a pesar de haberla conocido en persona ese mismo día.
—Agradezco mucho todo esto, de veras. Te haré caso y pasaré la noche aquí, ¡nunca he estado en un hotel de lujo!
—¡Así me gusta! —asintió con aprobación—. Y... pasa por aquí a visitarme de vez en cuando, si puedes. Te lo agradeceré. Que no te maten, Karma. Que no te maten.
La genin asintió, más seria.
Karma abandonó el despacho. La dependienta del recibidor de la sede la abordó a la salida y le indicó la dirección del hotel de lujo donde ya le habían reservado la habitación más cara. Impresionada y expectante, la muchacha se desplazó hasta el lugar, que no la decepcionó en absoluto.
Así, tras pasar una noche en el lugar más cómodo que jamás había pisado y abusar a conciencia del servicio de habitaciones —los gastos del cual también serían cubiertos por Industrias Tokugawa—, la médica retornó a su hogar, descansada y con su objetivo cumplido. No solo eso, si no que se había ganado un jugoso privilegio en el proceso.
Quién lo habría dicho.
El concepto de investigar sobre sus padres y familia cercana en general ya se le había ocurrido más de una vez antes de conocer al que debía ser el primogénito de los Yoshikawa, pero siempre había optado por desarmar sus planes y no hacerlo. El asunto le producía una desagradable mezcla de solemnidad y miedo. Lo único que había conocido desde su nacimiento era un padre abusivo y una madre enterrada, parientes ausentes —ya fuese por desconocimiento, desentendimiento o por vivir lejos; era un misterio— y nada más. Con Kojima Satoshi, su padre, muerto, la pelivioleta prefirió no remover el pasado.
Al fin y al cabo, odiaba a su progenitor hasta el punto de darle matarile. No tenía una opinión mucho mejor de los demás, ya que no habían hecho nada por evitar las atrocidades que ella había sufrido. La única que se libraba era su madre, Yurisa. El parto se había cobrado su vida, así que no era responsable de nada. E incluso así no podía sentir pena o melancolía por la falta de alguien que no había conocido.
Pero ahora... ahora se sentía capaz de hacerlo, excavar en busca de verdades que probablemente no le aportarían nada, solo dolor. ¿Qué había cambiado? ¿Tanto le había influido la propuesta del alocado aspirante a Uzukage? ¿O es que su coraza psicológica ahora era más gruesa y la espoleaba a atraverse a enfrentar lo que antes no habría tocado? Fuera como fuese, su insaciable curiosidad también estaba de acuerdo en tomar cartas en el asunto de una vez por todas.
Así que, cansada de pelear consigo misma, Karma se puso manos a la obra.
Lo primero que hizo fue echarle un segundo vistazo a los pocos documentos pertenecientes a las épocas anteriores a su nacimiento que había rescatado en su propio hogar, después de que pasara a ser únicamente suyo. Precisamente los mismos que Ringo había curioseado ese día.
No había nada de especial utilidad en la ya referida pila. Las fotos le permitían saber el aspecto que tenía su madre en vida y el de su padre antes de la muerte de esta y su degradación gradual, que era muy diferente —mucho más sano y vivaz— que el que Karma guardaba. La carta le hacía creer que sus progenitores se habían querido de verdad cuando las cosas funcionaban, además de que sus abuelos por parte de madre todavía vivían por aquel entonces. Poco más.
Ahí es donde la sugerencia del muchacho entraba en juego. La joven se desplazó hasta el edificio del Uzukage y solicitó acceso a sus registros familiares. No le pusieron pegas, aunque necesitó esperar un buen rato entre que la atendían y finalmente el encargado de los archivos le entregaba de forma temporal los documentos correspondientes. Gracias a estos descubrió sobre sus abuelos, tanto de parte de padre como de madre.
Los padres de Satoshi se llamaban Kojima Nakao y Kojima Kaori. El papeleo indicaba que no eran originarios de la villa, si no que se habían mudado a ella cuando Satoshi era un niño. No había ninguna explicación respecto al motivo que los había llevado a inmigrar a Uzushiogakure, tan solo el registro de llegada y su empadronamiento, además de indicar que eran provenientes del País del Agua, del Puerto Kasukami. Karma no gozaba de información suficiente ni para formular una simple conjetura. Lo que el documento sí dejaba bien claro era que habían fallecido antes siquiera del nacimiento de la kunoichi; una vez más, el motivo no figuraba.
Los padres de Yurisa eran Uchida Yojimbo y Uchida Nanami. Ellos sí que eran originarios de la villa, una generación más de una familia con muchas a su espalda, siempre en Uzu. Yojimbo llevaba unos pocos años en el otro mundo, pero su esposa seguía con vida, si los registros no estaban equivocados. Hasta figuraba su dirección.
Karma recordó a la mujer de porte dignificado de la que le había hablado a Ringo. No tenía pruebas, pero su instinto le decía que era la misma.
Había llegado el momento de devolverle la visita...
***
La Iryō-Nin se personó frente a la finca a la que la dirección hacía referencia. Llevaba los datos apuntados en un trozo de pergamino, ya que los registros oficiales tuvo que devolverlos antes de abandonar la sala de archivos.
Era un caserón en toda regla, uno de muchos en el Barrio de la Brisa, uno de los barrios ricos de la villa. La fémina no podía vislumbrar demasiado porque todo el recinto estaba delimitado por un robusto muro de madera con un torii rojo sobre la puerta de entrada, pero era obvio que la casa en sí debía de tener tres plantas como mínimo, dada su altura.
Karma tocó y esperó. La recibió un individuo con vestiduras de sirviente al estilo oriental y actitud exageradamente servicial. Era joven, atractivo, de cabello moreno y corto. A pesar de su exuberante educación, el tipo no lograba ocultar cierto deje de soberbia en sus palabras y expresiones.
—¿Sí? ¿En qué puedo ayudarla, kunoichi-san?
—Ehm... me gustaría... —la genin nunca había tratado con un mayordomo; la intimidaba—. Estoy buscando a Uchida Nanami. ¿Vive aquí?
El hombre quedó en silencio un momento.
—Sí, esta es la residencia de Uchida-sama. ¿Es algún tipo de asunto oficial?
Preguntó porque Karma llevaba el hitai-ate en la frente, como de costumbre.
—Oh, no. Es algo personal. Me gustaría hablar con ella.
El mayordomo la miró de arriba a abajo.
—Le ruego que espere aquí un momento, veré si Uchida-sama está dispuesta a concederle una audiencia. ¿Cuál es su nombre?
—Kojima Karma.
La puerta quedó cerrada y la médica a la espera. Unos diez minutos más tarde, el sirviente hizo acto de presencia.
—Me temo que Uchida-sama no desea verla, Kojima-san. La señora me ha pedido que le indique que si quiere más dinero, deberá mandar una carta a esta misma residencia solicitándolo con el mayor de los respetos, unos días más tarde alguien le hará entrega de ello en su casa. Siempre que la cifra solicitada sea, claro está, razonable —recitó de una forma que a la pelivioleta le hizo hervir la sangre—. Uchida-sama también le advierte que solo lo solicite en caso de extrema necesidad y no ponga a prueba su generosidad. Así mismo, respetuosamente le pide a usted que no se vuelva a presentar por aquí. Uchida-sama no desea que se la vincule con su persona. Eso es todo.
—¡Pero esto no es sobre el dinero! ¡Es mi abuela, quiero hablar con ella cara a cara!
—Lo siento mucho, pero esta es la voluntad de Uchida-sama. Como kunoichi que es de esta nuestra aldea le agradecemos su servicio, pero le ruego que acepte la situación y se retire pacíficamente, o nos veremos obligados a ponernos en contacto con sus superiores.
Karma apretó la mandíbula y los puños, pero no hizo nada. Si su abuela no quería saber nada de ella, que le jodan. La situación solo servía para justificar sus malos pensamientos hacia esos parientes desconocidos que nunca se habían presentado en casa.
—Eso es todo. Espero que tenga un buen día. Si me disculpa... —el mayordomo aprovechó la mutis de la muchacha para retirarse a toda prisa, cerrándole la puerta en las narices a su interlocutora.
Y quedó en solitario, preguntándose una y otra vez qué demonios ocurría con su abuela materna para que la tratara así.
Era un misterio que no podría desentrañar, al menos por el momento...
***
A la pelivioleta le quedaba una última baza, aunque era una algo desesperada.
Su padre había sido mercader de frutas y hortalizas en vida, dueño de una humilde pero próspera tienda allí mismo, en Uzushiogakure, que quedaba a tres calles de la residencia Kojima. Parecía ser que el hombre había albergado sueños de convertirse en un magnate, pero no lo logró, claro está.
No esperaba que le aportara ningún retazo de valor sobre el pasado de sus padres, ¿pero qué demonios? Ya había agotado el resto de posibilidades. Así que se puso a investigar sobre los negocios del fallecido.
Además de las fotos y otros efectos personales que había ido encontrando por la casa y de los que ya se habló, también quedaron documentos sobre la verdulería. Karma se limitó a guardarlos e ignorarlos en su día, pero ahora los rescató y los estudió.
Definitivamente no eran una lectura que indujera adrenalina. Las finanzas revelaban que el negocio iba bien y la pareja disfrutaba de un deshaogo económico envidiable, pero no había prospecto alguno de que el asunto fuera a explotar y convertirse en el imperio millonario que Satoshi había querido. Quizás habría llegado a eso eventualmente, pero ya era imposible saberlo. Si su padre hizo algo mal con sus negocios que le impidió alcanzar la cuota de beneficios deseada Karma no era capaz de detectarlo; no sabía nada sobre administración de empresas.
Aunque sí que se percató de un detalle interesante, después de todo: su padre encargaba la mercancía a un solo sujeto, un tal Tokugawa. No hacía negocios con nadie más, o si los hacía no figuraba en su libro de cuentas. Además, los pedidos provenían del Puerto Kasukami, el mismo lugar del que su familia era originaria y donde había crecido hasta venir a Uzu.
¿Sería una casualidad? Karma quiso pensar que no.
La lógica le decía a gritos que era una pérdida de tiempo, pero se decidió a indagar sobre Tokugawa...
***
Tras pedir permiso en la aldea y tomar un barco hasta Kasukami, la jovenzuela se presentó en el puerto.
No le costó demasiado trabajo localizar a su objetivo; resultó ser que era bien conocido en el lugar y la empresa tenía su sede allí mismo. El nombre del dueño era Tokugawa Amagatsu.
Indicarle a la recepcionista que su nombre era Kojima Karma y que venía en nombre de Hortalizas Kojima le otorgó una reunión con el jefazo supremo a una velocidad pasmosa, dejándola patidifusa. ¿Acaso su padre había sido tan importante?
Fue conducida hasta el despacho del propio Amagatsu, una estancia amplia y opulenta, digna de su posición. El mencionado estaba allí, sentado en su silla de directivo tras un portentoso escritorio. Le indicó a Karma con una plácida sonrisa que tomara asiento. Ella obedeció.
Tokugawa Amagatsu no era, precisamente, atractivo. Además, sufría de sobrepeso. Pero lo contrarrestaba al ir bien vestido y despedir un carisma que te hacía confiar en él. Tenía el cabello castaño y bien arreglado, también lucía un bigote. Portaba en algunos de sus dedos anillos de gran valor, forjados en oro con gemas preciosas incrustadas.
—¡Buenos días, amiga! —afirmó—. ¡Tokugawa Amagatsu a tu servicio! ¿Eres la hija de ese cabronazo Satoshi? ¡Hace milenios que no me pide nada, ni siquiera me manda una carta!
—Esto... sí, Kojima Satoshi es mi padre. ¿Le conoce? He comprobado que siempre encargaba sus verduras y frutas a su empresa, Tokugawa-san.
—¡Claro que sí! Tu padre y yo somos amigos de la infancia, chica. Los dos nos hemos querido hacer asquerosamente ricos desde que éramos pequeños, pero él se marchó a Uzushiogakure. Yo me quedé aquí y ya me ves, no solo cultivo y vendo frutas y verduras, también fabrico armas y muebles, entre otras cosas. Hace unos días me hice con mi primera herrería. ¡Dentro de poco me comeré toda Kasukami! —empezó a reír—. ¡Todo conseguido con trabajo duro y saber aprovechar las oportunidades! ¡¿Pero es que tu padre nunca te habló de mí?! ¡Menudo mamón! ¡Siempre supe que la envidia que le producía mi éxito le terminaría consumiendo algún día!
—No, no... es cierto que nunca me habló de usted pero, no creo que fuera por envidia... Es... dejémoslo en que es complicado. Verá, mi padre murió hace un año, más o menos. Estoy aquí porque quería saber más sobre su negocio.
A Amagatsu se le ensombreció la cara.
—¿Qué...? ¿Satoshi, muerto...? Pero... ¡pero esto explica tanto! ¡Creía que había parado de realizar pedidos y de comunicarse conmigo porque estaba molesto por algo, o porque había encontrado un proveedor mejor! ¡Quizás algún pedido se había perdido por el camino y no me lo quería reclamar...! ¡Debería de haberme puesto en contacto con él, pero si te soy sincero, me daba miedo...! No tengo muchos amigos... —se lamentó, visiblemente afectado—. Maldita sea, ¿cómo he podido tardar tanto en enterarme de esto? ¿Qué le ocurrió?
—Como ya le he dicho, es complicado... la bebida lo terminó matando. Desde que murió mi madre, mi padre, bueno... supongo que no volvió a ser el mismo.
—Por todo los dioses... con lo que yo le quería... ¡Si hasta le ofrecí convertirse en mi socio cuando las cosas me empezaron a ir bien, pero se empeñó en sacar un negocio a flote él solo! Siempre fue muy tozudo... Es cierto que le noté más apagado cuando Yurisa-san murió, pero esto me toma completamente por sorpresa... —suspiró—. Cuando mi secretaria me ha dicho tu nombre y que venías en nombre de su compañía me he alegrado mucho. Pensaba que quería retomar el contacto y te estaba utilizando a ti como recadera, o incluso que había perdido el interés en el negocio y ahora eras tú la dueña. ¿Sabes? Siempre quise conocerte, desde que eras niña. Pero siempre andaba ocupado con esto o con lo otro... Has salido preciosa, Karma, tal y como tu madre era.
—G-Gracias, Tokugawa-san...
—¡Nada de Tokugawa-san! No son necesarios honoríficos ni tratarme como un desconocido. Llámame Amagatsu, por favor.
—Gracias, A-Amagatsu...
—De nada, de verdad me lo pareces. Entonces, ¿qué ha ocurrido con Hortalizas Kojima?
—La cerré cuando mi padre murió. Ahora el local está desocupado, creo. Lo vendí a una agencia inmobiliaria. Yo no quería ocuparme de ello, soy una kunoichi y no dispongo de tiempo ni aunque quisiera.
La pelivioleta tuvo que revelarle ese detalle porque en esta ocasión no llevaba nada consigo que la identificara como parte de las fuerzas de Uzushiogakure.
—Ya veo... los sueños de Satoshi e incluso él mismo, todo muerto y enterrado... te hace pensar sobre este mundo y su crueldad... —dijo, mirando al infinito—. ¿Así que kunoichi, eh? Entonces tienes mi respeto, aunque es una profesión peligrosa, ¿no?
—Lo es, y a mi rango, que es el mínimo, bastante mal pagada, honestamente. Pero me eligieron para el cuerpo médico y estoy contenta con ello. La medicina me resulta interesante.
—¡Vaya con Karma-chan! ¡Ademas de bella, inteligente!
La muchacha se sonrojó.
—Bueno —el mercader entrelazó los dedos de sus manos—. ¿Qué querías saber sobre la empresa de tu padre? ¡Te aseguro que a mí no me debe dinero! —bromeó.
—En realidad quería saber sobre mis padres, si no le importa... no conocí a mi madre y mi padre nunca me contó demasiado, dado su estado. ¿Usted los conocía antes de que yo naciera? ¿Cómo eran?
—Hmm, ya veo... Conozco bien a tu padre y en más de una ocasión hablé con tu madre, pero no nos veíamos tanto. Ya sabes, la distancia de aquí a tu villa y que cada uno estaba muy ocupado con sus respectivas vidas. Pero te contaré todo lo que sé.
Amagatsu cumplió su promesa. Le habló a Karma sobre sus padres —la versión anterior de ellos— a lo largo de un par de horas. Le contó mil y una anéctotas, la mayoría graciosas, algunas más tristes. Eventualmente el caballero hizo llamar a su secretaria y le ordenó a esta que les trajera una taza de té con pastas. Karma comió y bebió con gusto; todo estaba delicioso.
La imagen que la fémina se terminó haciendo le resultó surrealista, puesto que no encajaba nada con el padre que ella había conocido. Según el magnate, Satoshi había sido alguien muy noble, de ánimo paciente y tranquilo, extremadamente cariñoso. Por otro lado, su madre, Yurisa, se mostraba fría e intransigente en primera instancia —provenía de una familia adinerada y amante de la etiqueta, todo encajaba—, pero en realidad era una mujer tenaz, mal hablada y tan afectiva como Satoshi. Tokugawa aseguró en múltiples ocasiones que lo de ellos era amor verdadero.
La charla entristeció a la genin, pero también le brindó las respuestas que buscaba, provenientes de la fuente más inesperada.
El sol se estaba poniendo y aunque agradecía la hospitalidad del mercader, consideró que ya iba siendo hora de marcharse.
—Escucha, Karma-chan, quiero que sepas que si te hace falta cualquier cosa, aquí estoy yo —expresó al alzarse de la silla—. ¡Es más! Te pido que te esperes hasta mañana para volver a la Espiral, pasa esta noche en un hotel de lujo, pago yo. No solo eso, como ya te he dicho antes soy proveedor de armas, entre otras cosas. ¿Eres una kunoichi, no? ¡Entonces seguro que necesitas muchas armas! Hago tratos con un par de maromos que están establecidos en Uzu. Busca "Armas de Kon" o "Armamento Leal" y diles que vienes de mi parte, te harán un buen descuento. ¡Si alguno de ellos se niega, diles que les duplico el precio de sus pedidos en un abrir y cerrar de ojos, maldita sea!
Karma rió de forma honesta, algo raro en ella. Se sentía verdaderamente agradecida por todo lo que ese hombre estaba haciendo por ella a pesar de haberla conocido en persona ese mismo día.
—Agradezco mucho todo esto, de veras. Te haré caso y pasaré la noche aquí, ¡nunca he estado en un hotel de lujo!
—¡Así me gusta! —asintió con aprobación—. Y... pasa por aquí a visitarme de vez en cuando, si puedes. Te lo agradeceré. Que no te maten, Karma. Que no te maten.
La genin asintió, más seria.
Karma abandonó el despacho. La dependienta del recibidor de la sede la abordó a la salida y le indicó la dirección del hotel de lujo donde ya le habían reservado la habitación más cara. Impresionada y expectante, la muchacha se desplazó hasta el lugar, que no la decepcionó en absoluto.
Así, tras pasar una noche en el lugar más cómodo que jamás había pisado y abusar a conciencia del servicio de habitaciones —los gastos del cual también serían cubiertos por Industrias Tokugawa—, la médica retornó a su hogar, descansada y con su objetivo cumplido. No solo eso, si no que se había ganado un jugoso privilegio en el proceso.
Quién lo habría dicho.