29/06/2016, 17:16
La casa estaba llena de gente, todos los amigos, conocidos e incluso clientes de sus padres habían ido a la casa, habían ido a presentarle sus condolencias al joven muchacho, apenas un crío que se había quedado huérfano de la noche a la mañana. El mismo crío que había muerto, lo recordaba claramente, todavía podía sentir el filo de aquella dichosa espada hundirse en su cuello, notaba la sangre borbotear y salir despedida, cubriendo el suelo, recordaba el grito de su madre, y era lo último que recordaba de ella.
La casa estaba llena de gente, pero para él, todo estaba vacío, no había nada, todas aquellas palabras de consuelo le eran completamente indiferentes, ninguno de los allí presentes había vivido lo que había pasado en los Dojos, nadie podría llegar a ser capaz de entender lo que sentía el muchacho.
El último de los invitados salió de la casa, dándole unas últimas palabras de ánimo al joven, que se esforzó en agradecerlas. Ahora la casa estaba vacía, simplemente los sirvientes de sus padres quedaban, recogiendo los restos que habían quedado del convite que se había ofrecido en honor de los padres del joven.
Riko se dirigió directamente a su habitación, a oscuras, no quería hablar con nadie, demasiado había escuchado ya, no tenía fuerzas para seguir fingiendo que todo aquello le importaba, no tenía fuerzas para seguir fingiendo que era fuerte, que podría seguir adelante después de aquello. Y se encerró en su habitación. Y se derrumbó. Dos lágrimas fueron las primeras en salir de los ojos del muchacho, pero no fueron las últimas. Sentado en la cama con la foto de sus padres en las manos, mirándola fijamente y buscando mil por qués de lo que había pasado en aquel dichoso torneo, aquello no tenía que acabar así, era él el que había muerto, y sin embargo allí estaba, sentado a oscuras en su habitación, llorando la muerte de sus padres.
Riko se encontraba tirado en el suelo, con la garganta destrozada y el hombre que le había apuñalado encima, el joven sabía que aquel era su último momento en aquel lugar, que todo había llegado a su fin, y una lagrima cayó por su mejilla...
— ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! —
Y todo se apagó.
Aquella escena la había recordado una y otra vez desde que había vuelto a la villa, la última vez que escucharía la voz de su madre, y ni si quiera había podido despedirse de ella como Dios manda, todo aquello le superaba, no sabía como reaccionar, se había quedado solo, en aquel instante no tenía a nadie.
— ¿Por qué? — Se preguntó el joven, sorbiendo los mocos que le estaban provocando las lágrimas.
Riko se había comido la cabeza una y mil veces desde el mismo momento en el que el Rikudo-senin les había salvado a todos, a todos aquellos usuarios de Ninshu, aquellos que fueran capaces de moldear el chakra, pero sus padres no estaban incluidos entre aquel grupo, por lo que habían quedado allí, muertos en aquel horrible lugar, cementerio de demasiada gente, todo por aquel monstruo...
El joven Haiso se tumbó en la cama, con la foto de sus padres abrazada, apretándola contra el pecho, y, entre lágrimas, vayó rendido al sueño.
La casa estaba llena de gente, pero para él, todo estaba vacío, no había nada, todas aquellas palabras de consuelo le eran completamente indiferentes, ninguno de los allí presentes había vivido lo que había pasado en los Dojos, nadie podría llegar a ser capaz de entender lo que sentía el muchacho.
El último de los invitados salió de la casa, dándole unas últimas palabras de ánimo al joven, que se esforzó en agradecerlas. Ahora la casa estaba vacía, simplemente los sirvientes de sus padres quedaban, recogiendo los restos que habían quedado del convite que se había ofrecido en honor de los padres del joven.
Riko se dirigió directamente a su habitación, a oscuras, no quería hablar con nadie, demasiado había escuchado ya, no tenía fuerzas para seguir fingiendo que todo aquello le importaba, no tenía fuerzas para seguir fingiendo que era fuerte, que podría seguir adelante después de aquello. Y se encerró en su habitación. Y se derrumbó. Dos lágrimas fueron las primeras en salir de los ojos del muchacho, pero no fueron las últimas. Sentado en la cama con la foto de sus padres en las manos, mirándola fijamente y buscando mil por qués de lo que había pasado en aquel dichoso torneo, aquello no tenía que acabar así, era él el que había muerto, y sin embargo allí estaba, sentado a oscuras en su habitación, llorando la muerte de sus padres.
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Riko se encontraba tirado en el suelo, con la garganta destrozada y el hombre que le había apuñalado encima, el joven sabía que aquel era su último momento en aquel lugar, que todo había llegado a su fin, y una lagrima cayó por su mejilla...
— ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! —
Y todo se apagó.
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Aquella escena la había recordado una y otra vez desde que había vuelto a la villa, la última vez que escucharía la voz de su madre, y ni si quiera había podido despedirse de ella como Dios manda, todo aquello le superaba, no sabía como reaccionar, se había quedado solo, en aquel instante no tenía a nadie.
— ¿Por qué? — Se preguntó el joven, sorbiendo los mocos que le estaban provocando las lágrimas.
Riko se había comido la cabeza una y mil veces desde el mismo momento en el que el Rikudo-senin les había salvado a todos, a todos aquellos usuarios de Ninshu, aquellos que fueran capaces de moldear el chakra, pero sus padres no estaban incluidos entre aquel grupo, por lo que habían quedado allí, muertos en aquel horrible lugar, cementerio de demasiada gente, todo por aquel monstruo...
El joven Haiso se tumbó en la cama, con la foto de sus padres abrazada, apretándola contra el pecho, y, entre lágrimas, vayó rendido al sueño.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»