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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
«Ni se te ocurra salir así a la calle.»

Kokuō ignoró deliberadamente la voz irritada de Ayame y ultimó los detalles en su peinado.

«¡Te lo advierto! Ni-Se-Te-Ocurra.»

—¿Y si no qué va a hacer, señorita? —terminó por ceder, irritada ante la insistencia de la muchacha—. Le recuerdo que este ya no es su cuerpo.

«Te pienso dar la tabarra todo el maldito día. ¡Gritaré todo el rato, hasta que te duela la cabeza! ¡Y sigue siendo mi cuerpo, por mucho que ahora tú lo controles! ¡Así que quítate eso ahora mismo!»

Cuatro coletas, ni más ni menos. Ni una. Ni dos. Ni tres. Cuatro. Kokuō se había peinado el pelo con cuatro malditas coletas que ahora caían hacia la parte posterior de su cabeza, como una burda imitación de sus cuernos perdidos. Y no le decía nada de la ropa porque ya era un caso perdido: había sustituido la habitual indumentaria de Ayame por un kimono blanco de mangas largas y amplias y rebordes de color crema, ceñido a la cintura por un cinturón rojo, y, cubriendo sus piernas, una falda larga dividida en cinco pliegues (tres por detrás y dos por delante) que quedaban por encima de unos shorts también de color crema.¡Pero las coletas no iba a consentirlas!

—Ah, ¿que iba a gritar más de lo normal? —Pero Kokuō terminó por resoplar, rendida ante la obstinación de Ayame y deshizo el peinado, liberando los largos cabellos níveos sobre sus hombros y su espalda.

Ayame debía haberse dado por satisfecha, porque no respondió más. Tras ultimar los detalles, Kokuō se separó del espejo y salió de la habitación. Bajó las escaleras, hasta la recepción de La Hoja Roja y tras una educada despedida dejó la llave de la habitación en la que se había estado hospedando y salió de la posada de camino al puerto.

Había pasado casi una semana desde lo ocurrido en el Valle del Fin y desde su encuentro con Datsue y Juro en el Bosque de Hongos del País de los Bosques. Después de huir precipitadamente para no ser capturada de nuevo, Kokuō había estado viajando de forma incansable hacia el este. El bosque enseguida se dispersó para dar lugar a los Arrozales del Silencio, y fue allí donde se dio de bruces con la realidad. Si quería llegar a su destino, tendría que tomar un barco. Cruzar las aguas andando o volando no era una opción, aquel débil cuerpo humano no soportaría una esfuerzo así. Ni siquiera nadando en su medio natural como Hōzuki que era. Así que su viaje se vio desviado hacia el sur, para adentrarse en el País de los Remolinos y desde ahí hasta Yamiria y después las Islas del Té, donde se encontraba ahora. Las primeras noches fueron las peores que había pasado nunca. En el silencio y la oscuridad, los fantasmas abundaban e invadían las mentes. Y Ayame no dejaba de llorar. Rendida a su destino a aquellas alturas, ya había dejado de suplicarle que la liberara y la dejara volver a Amegakure, pero Kokuō seguía escuchando sus silenciosos sollozos. Y ella era incapaz de descansar.

Era difícil pensar que aquella débil criatura era la misma criatura que la irritaba tanto en cuanto salía el sol.
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#2
Habia venido de visitas a la Mediana Roja durante el tiempo en que se sucedian los examenes Chuunin, la rubia recordaba aquella tarde en la que se habia encontrado a Uchiha Akame y Eikyu Juro por esta zona, ambos vacacionando igual que ella...vacaciones que se vieron interrumpidas por sucesos que mejor dejar atras.

A pesar de todo, habia algo que la Amejin no queria olvidar jamas en su vida y recrear la escena del hechos las veces que fuera necesario: el haber probado el excelente Té Rojo de esta isla. El verano ya habia pasado hace tiempo, por tanto, ahora le tocaba el turno a su version con mas temperatura

«Hmmm...si, si...era en aquella direccion!» dijo la kunoichi recordando el camino desde el puerto desde donde habia llegado.

El atavio de la Yamanaka era usual con esta epoca del año: las sandalias ninja, pantalon largo de tela negro, hoodie morado con bolsillos estilo "canguro", el cabello lo llevaba suelto y la banda ninja de Amegakure a la frente

-Disculpa ¿Sabes de alguna tienda callejera o restaurante que sirvan té rojo?- le hablo educadamente a una chica de cabellos pristinos terminados en color crema, le recordaba a alguien de su villa, de Amegakure, pero no asi...mas bien todo lo contrario: Su cabello claro y sus ojos aguamarina no coincidian con el castaño de su cabello y lo marrones de sus ojos «¿Ayame era su nombre?» aun que las facciones de su rostro se le parecian, cara comun como le suelen decir.
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#3
Y mientras caminaba hacia el puerto, una figura le salió al camino.

—Disculpa ¿Sabes de alguna tienda callejera o restaurante que sirvan té rojo?

La que había llamado su atención era una muchacha que rondaba la edad de Ayame, de cabellera rubia que caía sobre su espalda como una cascada y ojos celestes y penetrantes. Unos ojos que a Kokuō le recordaron vagamente a los de Aotsuki Zetsuo, capaz de atravesarte de parte a parte con una sola mirada. Vestía de forma abrigada, lo habitual en aquella estación del año; sin embargo, lo que disparó todas sus alarmas fue...

«¡¡Amegakure!!»

Sollozó Ayame, llena de desesperación.

Kokuō torció ligeramente el gesto, pero se obligó a serenarse. Ayame no conocía a aquella muchacha de nada, por lo que era más que improbable que la reconociera. Ladeó ligeramente la cabeza y la miró con sus ojos aguamarina entrecerrados.

—Lo siento. Nunca he estado aquí antes —respondió, cortante pero siempre educada—. Será mejor que pregunte a otra persona.

Inclinó la cabeza y reanudó el paso.

«¡¡No, no no!! ¡¡¡Por favor, déjame hablar con ella!!!»
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#4
La kunoichi esperaba su respuesta, mientras que la muchacha de cabellos claros se quedó como estudiandola, torcio su gesto y miro a la rubia con ojos entrecerrados «¿Que hice?» se preguntaba la Amejin al ser observada por sus ojos entrecerrados.

—Lo siento. Nunca he estado aquí antes —respondió, cortante pero siempre educada—. Será mejor que pregunte a otra persona.

Inclinó la cabeza y reanudó el paso.

-¿Tampoco te haz cruzado ninguno cuando venias de camino hasta aqui?- inquirio nuevamente mientras la muchacha pasaba a su lado, estando mas en frente a ella habia visto un poco mas de cerca su rostro

-¿Sabes? tu rostro se parece mucho a una chica de mi aldea...rostro común tal vez- reconoció la rubia que no era mas que una coincidencia de facciones faciales, no había hablado nunca con aquella muchacha castaña de Amegakure, pero la recordaba de cuando en el torreón de Amegakure, se había iniciado una pelea entre genins y Karamaru, entre otros, los separó.

«También estaban Keisuke y Mogura ¿Que se habrán hecho esos dos?» se preguntaba.
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#5
—¿Tampoco te has cruzado ninguno cuando venias de camino hasta aqui? —insistió la kunoichi, poniéndose a su misma altura para caminar junto a ella.

Eso no la detuvo, pero Kokuō se guardó un hastiado suspiro para sus adentros. ¿Por qué todos los humanos resultaban tan irritantes y obstinados? Iba a responder, cuando una nueva pregunta llegó hasta sus oídos:

—¿Sabes? tu rostro se parece mucho a una chica de mi aldea...rostro común tal vez.

Kokuō guardó un cauteloso silencio durante unos instantes. Sus iris aguamarina la miraron de reojo. Pese a ser de la misma aldea, Ayame no conocía a aquella chica, de eso estaba completamente segura. ¿Sería posible que ella sí la conociera? Quizás había oído hablar de ella, quizás se habían cruzado por las calles de Amegakure... No podía saberlo. Indiferente, volvió la mirada al frente, hacia el mar que se asomaba entre las casitas.

—¿Sí? Vaya qué casualidad... —comentó, fingiendo una sorpresa que estaba lejos de sentir.

«¡¡¡Kokuō!!!»

Seguía rogando Ayame, pero el Bijū la ignoraba deliberadamente.

—Ah, ahora que lo dice... Creo que sí he pasado junto a un local en el que vendían té rojo. Se encuentra por allí —indicó, señalando con el pulgar en dirección completamente opuesta hacia donde estaban caminando—. Era una casa de paredes rojizas y puerta de madera, no recuerdo el nombre. Espero que lo encuentre, señorita.
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#6
Kokuō guardó un cauteloso silencio durante unos instantes. Sus iris aguamarina la miraron de reojo. Pese a ser de la misma aldea, Ayame no conocía a aquella chica, de eso estaba completamente segura. ¿Sería posible que ella sí la conociera? Quizás había oído hablar de ella, quizás se habían cruzado por las calles de Amegakure... No podía saberlo. Indiferente, volvió la mirada al frente, hacia el mar que se asomaba entre las casitas.

—¿Sí? Vaya qué casualidad... —comentó la muchacha, que nuevamente hacia silencios antes de responder

«Acaso esta estudiando que respuestas darme ¿Pero porque lo haria si no tengo nada contra ella? ¿Tan desconfiada?» Se dijo a si misma

—Ah, ahora que lo dice... Creo que sí he pasado junto a un local en el que vendían té rojo. Se encuentra por allí —indicó, señalando con el pulgar en dirección completamente opuesta hacia donde estaban caminando—. Era una casa de paredes rojizas y puerta de madera, no recuerdo el nombre. Espero que lo encuentre, señorita.

La muchacha de cabellos dorados miro en direccion en la que ella le habia indicado, sonrio, mas que nada por los buenos modales de la chica.

-Muy amable- respondio haciendo una leve revencia -Espero que tenga un muy buen dia- Estaba dispuesta a ya no hacerle mas preguntas, pero por un momento mientras ambas se alejaron tanto solo unos pasos, la rubia fue asaltada nuevamente por la curiosidad

-Disculpe...- llamó su atencion una vez mas -¿Deseas tomar un barco de salida de la isla?- hizo una pausa -Acabo de llegar y aun no esta listo para zarpar nuevamente, quiza le lleve un tiempo, quiza una hora entre preparativos y que se yo que mas- si iba perderia su tiempo esperando -Propongo, si gustas, que vengas a tomar un té rojo conmigo, yo pago- propuso a la muchacha
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#7
—Muy amable —respondió la muchacha, con una afable sonrisa y una leve reverencia—. Espero que tenga un muy buen dia.

—Igualmente —correspondió ella, cordial.

«¡NO, NO, NO!»

La de Amegakure se dio la vuelta, dispuesta a seguir la dirección que Kokuō se acababa de inventar sólo para quitársela de encima, y el Bijū suspiró de alivio. Parecía que iba a conseguir que la dejara en paz. Sin embargo, no todo podía ser tan fácil...

—Disculpe... —la llamó de nuevo, para su completa y absoluta desesperación. Kokuō volvió a detenerse, con los ojos entornados, y aún tardó algunos segundos en volverse hacia la muchacha—. ¿Deseas tomar un barco de salida de la isla? —le preguntó, y aunque ella no respondió, continuó hablando—: Acabo de llegar y aun no esta listo para zarpar nuevamente, quizá le lleve un tiempo, quizá una hora entre preparativos y que sé yo qué más. Propongo, si gustas, que vengas a tomar un té rojo conmigo, yo pago.

«¡Sí! ¡Vamos, por favor! ¡Por favor!»

Pero Kokuō ladeó la cabeza ligeramente.

«No tengo yo otra cosa que hacer que ir a tomar el té con una humana.» Meditó, llena de sarcasmo y recelo. «Además, ¿una humana invitando a una completa desconocida así porque sí? Qué acto de generosidad... ¿Qué estará tramando?»

—No se preocupe, no hay problema. Esperaré —replicó ella.
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#8
«Algo importante decía, que necesitaba mi ayuda decía, que sería interesante... Sí ¿cómo no? ¿A quién le puede parecer interesante el té rojo?» me repetía mentalmente, después de todo mi padre sí era mi padre y sabía que palabras decir y en dónde accionar para que yo saliera corriendo al otro lado del país en busca de un producto único, esencial, necesario y no sé cuanto más se habría inventado para terminar convenciéndome de venir a La Mediana Roja.

«Nada le costaba comprar una bolsa de té por ahí, no, tenía que ser fresco, el de mejor calidad, había que llegar a los productores... Ya se le está pegando la pichirres de mi mamá» seguía irritada, aún no era capaz de entender la facilidad con la que había aceptado.

«Ah no, pero esto no va a quedarse así, deberán recompensarme con algo muy bueno, algo lindo, algo especial, sí, me lo merezco» buscaba en mi mente el articulo, o la forma, en que me cobraría este favor, que no era un simple favor claro estaba.

Afortunadamente no era la primera vez que visitaba la isla, aunque sí era la primera vez que iba a solas, mi padre se había encargado de enseñarme el local en repetidas veces en dónde le gustaba comprar, sí en La Hoja Carmesí, tenía lindo nombre y todo, debía admitirlo, y era un lugar agradable, incluso me acababa de tomar un taza de té, sería inaudito pasar por ahí sin hacerlo.

Todo transcurría de lo más normal, tenía la bolsa con el té en mi mano, ya que aún no lo guardaba, y quería que el olor se impregnase en mi piel. Vestía la ropa que habitualmente solía llevar, sólo que estaba cubierta por una capa de color azul celeste y en mi frente no lucía mi bandana, por alguna extraña razón seguía quitandola al salir de la villa, no estábamos en guerra ni nada por el estilo, pero prefería tomar precauciones con posibles shinobis de otras aldeas que quisieran pasarse de listos, el examen chunin había quedado atrás ya hace meses, no obstante, me sentía mejor así.

Como seguía diciendo, todo transcurría de lo más normal, hasta que me topé con una chica de cabellera dorada, tenía un suéter morado y pantalón negro, lo que llamó mi atención fue la placa metálica en su frente, un ninja de Amegakure, ¿qué haría por aquí? ¿Quería comprar té rojo? A ciencia cierta no lo sabía, pero podría averiguarlo, mejor dicho, lo averiguaría.

Guardé el té y muy cuidadosamente comencé a seguir a la chica, no hacía nada interesante ni nada que llamase mi atención, incluso empezaba a parecerme aburrido, hasta que se encontró con otra femenina, su vestimenta me gustaba, tenía un buen estilo, sobre todo aquellas sombras rojas bajo sus ojos «¿Cómo se le habrá ocurrido? No había pensado en maquillarme con rojo, solo el labial»

Me mantuve al margen, a esa distancia no podía escuchar lo que decían y ya me estaba picando nuevamente la curiosidad, por lo que sería cuestión de tiempo para que me acercase a ellas, ¿qué excusa iba a decir?


Vale, como no ha entrado nadie más me animo, cumpliré con la regla de las 72 horas, espero la pasemos bien
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#9
Lo siento, Reika, han pasado más de 72 horas.

Reika no volvió a responder a su contestación, y Kokuō lo tomó como carta blanca para poder marcharse al fin. Con una última inclinación de cabeza, el Bijū con forma humana giró sobre sus talones y comenzó a andar calle abajo.

«¡NO, NO, NO! ¡Kokuō, por favor, déjame hablar con ella! ¡Tengo que...!»

«No.» La interrumpió, tan cortante como el filo de una katana, y Ayame calló con una exclamación ahogada. «Es hora de que vaya aceptando que ya no pertenece a ese mundo, señorita. Ya no es una kunoichi de Amegakure.»

«¿Y qué soy entonces? ¿Tu prisionera...?»

Kokuō esbozó una sonrisa triste.

«Irónico, ¿verdad?»

El Bijū siguió calle abajo, con sus pasos resonando quedamente sobre el enlosado. Junto a ella pasaban multitud de personas, muchas de ellas con bolsas repletas de compras (en su mayoría de tiendas de té y de la lonja que se encontraba junto al puerto), pero ninguna de ellas parecía reparar en ella. Y los que la miraban, curiosos, abandonaban su interés al cabo de unos pocos segundos. Para sus adentros, Kokuō no pudo evitar reparar en lo curioso de la situación. Si una sola de aquellas personas supiera siquiera que estaba compartiendo calle con una de esas terribles Bestias con Colas que tanto odiaban y temían...

Llegó al puerto pocos minutos después, sin detenerse un instante siquiera a cotillear los escaparates de las tiendas que la rodeaban. Se trataba de una zona completamente llana, asfaltada, y repleta de diques paralelos que se adentraban en el mar y daban acceso a los diferentes barcos atracados allí. Había navíos de todas las clases, desde los pequeños botes que los pescadores más humildes utilizaban para faenar, hasta enormes cruceros que rivalizaban en tamaño con cualquier Bijū. A ojos de Kokuō, no eran más que colosales bestias de metal que no deberían poder flotar siquiera. Pero eran el único método de transporte que le permitiría llegar a su destino. Más allá, frente a un edificio de una sola planta y grandes dimensiones se formaba una cola inmensa. Por encima del constante murmullo de la gente pudo escuchar con claridad a los pescadores ofreciendo a los posibles clientes que se acercaran los productos más frescos a grito pelado. Kokuō lo ignoró, y tras mirar a su alrededor comenzó a pasearse por el puerto y se dirigió hacia los barcos más grandes que avistó.

—Disculpe, señor —le habló a un hombre de avanzada edad, barba negra como el carbón salpicada por las canas y barriga prominente—. ¿Cuál es el barco que viaja hasta el País del Agua?

El hombre señaló uno de los barcos más grandes, de varias platas de altura y dos chimeneas que expulsaban volutas de humo negro. En las paredes laterales llevaba grabado, en grande y en color azul, el kanji "agua".

—Es ese de ahí, niña, pero no va a salir hasta dentro de una hora. ¡Has llegado demasiado pronto!

Tal y como le habían advertido. Kokuō torció el gesto ligeramente, pero inclinó la cabeza respetuosamente.

—No importa. Muchas gracias.

Y así, el Bijū terminó por dirigirse hasta un montón de cajas vacías que había cerca de allí y se sentó sobre una de las más altas.
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#10
La kunoichi se quedó en silencio, no había problemas y mucho menos necesitaba de su compañía ni la de nadie. Lo que no entendía era su forma de ser «Si la perseguía alguien tampoco puedo hacer nada...No estoy en mi jurisdicción» fue el pensamiento de la rubia Amejin que decidió que lo mejor era hacer justamente lo que venía a hacer: comprar el té rojo para su casa y beberse uno ya que estaba.

Siguió el camino sugerido por la joven de cabello blanco, pero algo en su interior le decía que esa supuesta casa de venta no existía y que solo era otra mentira de ella «¿Qué necesidad tenía?»

...De todos modos, aun desconocía que una kunoichi Uzujin estaba en las cercanías observando todo.
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#11
Desde la lejanía mantuve mi vista en ambas chicas, con la esperanza de que algo interesante pasara, a lo mejor no específicamente ahí, pero más adelante podría ser. Sin embargo, la shinobi de Amegakure se quedó totalmente paralizada, por así decirlo, mientras que la otra se marchaba, al parecer le habría dicho algo que le dejó en shock, porque esperé un par de segundos para saber sí le seguiría o similar, pero nada ocurrió.

«Es que no eres nada interesante...»

Desistí de la idea de seguir a la kunoichi y entonces enfoqué mi atención en la que se retiraba, tomé su dirección con naturalidad, no podría haber ido muy lejos, ¿no? Al llegar a la calle noté como estaba prácticamente abarrotada, seguramente de turistas e isleños, la gran mayoría de las personas tenían varias bolsas de compras, y se movía con libertad en ambas direcciones, el detalle estaba en que no lograba ver a aquella muchacha.

«Estoy segura de que cruzó por aquí» me dije mientras caminaba por la calle viendo a todos los lados, claro no sin reparar un poco en los productos que ofrecían en las tiendas aledañas, entre mis distracciones y la multitud de gente que iba y venía había perdido el rastro de la chica con el kimono blanco.

«Quien diría que podría conseguir algunas golosinas de las grandes ciudades por aquí» en mi mano reposaba una plástica con varios empaques adentros, mientras que en la otra tenía uno de los mismos libres, de color amarillo metalizado y con varias letras entre las que destacaban la palabras "palitos de chocolate", el afán de encontrar a la joven se me había quitado, había perdido su rastro y esa era la principal razón, ahora me encontraba admirando los diferentes barcos y botes que se encontraban en el mar, eran de todos los tamaños y colores, incluso algunos tenían una forma no tan convencional, o por lo menos a los que yo misma tenía en mente.

Seguí explorando el muelle mientras disfrutaba de aquellas galletas crujientes y alargas bañadas en chocolate, intentaba recordar la última vez que realicé un viaje en un barco, no lograba recordarlo, no obstante, mis padres relataban un cuento en el que fuimos a un lugar que ahora mismo no lograba recordar, debía poner más atención para la próxima vez. Me mantuve inmersa en mis pensamientos mientras intentaba dar con los detalles de aquella expedición, tanto fue así que no había percatado que la presencia de la chica que estaba siguiendo estaba a unos pocos metros de mi, encima de unas cajas de madera, como sí de un trofeo se tratase.

«Conque aquí estabas...»

Me acerqué mientras seguía metiendo mi mano en el empaque y masticando —. ¿Hay una buena vista desde allí?— pregunté cuando estuve lo suficientemente cerca para luego mirar en dirección al mar, aunque mi visión se vería obstaculizada por los navíos más cercanos.
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#12
Kokuō disfrutaba de la tranquilidad con los ojos perdidos en el horizonte. El azul claro del cielo seguía diferenciándose del azul del océano, más oscuro, casi aguamarina. El sonido de las olas rompiendo contra los diques llenaba sus oídos y aquella banda sonora quedaba completa con los chillidos de las gaviotas, que volaban de aquí para allá, buscando cómo robar los peces a algún pescador. Muchos de ellos trataban de defenderse con absurdos aspavientos, y las gaviotas parecían reírse de ellos con sus graznidos burlones y aleteando por encima de sus cabezas, y alguno llegó incluso a tomar una manguera para ahuyentar a las aves a base de chorros de agua. Kokuō entrecerró los ojos, perdida en su paz interior.

Podría quedarse allí eternamente, si no fuera porque...

—¿Hay una buena vista desde allí?

Los humanos. Siempre los humanos.

«Ya no.» Le habría gustado decir en voz alta, pero en lugar de eso tuvo que contentarse con cerrar los ojos momentáneamente y lanzar un largo suspiro.

—Agua. Mucho agua —respondió en su lugar, volviéndose hacia la muchacha que le había hablado.

No la conocía, y el hecho de que no fuera otra kunoichi de Amegakure como la anterior la relajó un tanto. Era una muchacha algo más alta que ella y de cara más bien bonita. Su cabello oscuro, largo hasta casi la mitad de la espalda y recogido en una coleta alta, contrastaba con la palidez de su piel, y llevaba un par de mechones teñidos de azul marino que caían a ambos lados de su rostro. Vestía con una capa de color azul celeste que cubría su cuerpo y al mismo tiempo la protegía del frío del invierno; sin embargo, lo más llamativo de aquella muchacha eran los extraños pasadores que llevaba a ambos lados de la cabeza: con forma de huesos esqueléticos humanos.

«Qué gustos más raros tenéis los humanos.»

«¡Eh, que a mí no me gusta el estilo gótico!»

La muchacha además cargaba con una bolsa que parecía contener una gran cantidad de paquetes, quizás similares al que llevaba en su mano libre y de donde extraía unos extraños palitos que mordisqueaba.

«Me encantan esos palitos...»

Lloriqueaba Ayame.
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#13
—Agua. Mucho agua —respondió para luego voltear a verme.

«¿Si? No me digas...» hice una mueca al escuchar lo evidente, ¿qué más podría ver sí veía el mar? era obvio que veía mucha agua.

—Por cierto, me es difícil no decirte esto, espero no lo tomes a mal— mencioné con un poco de delicadeza sin querer sonar grosera o algo más, pero tenía que decírselo —. Tu rostro... Se ve muy agotado, y no sé sí el rojo sea el mejor color para esconder las ojeras...— y lo solté de una, era lo que venía pensando hace rato —. Aunque debo admitir que me gusta como se ve tus ojos con ese color carmesí.

Dicho aquello decidí dar unos cuantos saltos para escalar por las cajas y quedar a una altura considerable, pero no a la par de la muchacha, y ver hacia el mar, mis orbes se enfocaron en lo cristalino del agua, en el vaivén de las olas; ese olor tan peculiar, una mezcla de sal, rocas y peces; la humedad y el graznar de las gaviotas eran imposible pasar por alto.

—Es una hermosa vista— murmuré como embobada por la maravilla de la naturaleza.

Retomando el asunto de la belleza femenina —. Deberías intentar dormir más, sino tendrás arrugas desde muy joven— expresé para luego otro bocado, luego miré el empaque en mi mano, y posteriormente a la muchacha —. ¿Quieres?— me acerqué un poco más hacia ella y extendí la mano invitandole a probar, ¿quien quita y estuviera muriéndose del hambre?
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#14
Vuelvo a postear, ya que han vuelto a pasar otras 72 horas.



—Por cierto, me es difícil no decirte esto, espero no lo tomes a mal —habló la recién llegada, con cierto apuro en su tono de voz—. Tu rostro... Se ve muy agotado, y no sé sí el rojo sea el mejor color para esconder las ojeras... Aunque debo admitir que me gusta como se ve tus ojos con ese color carmesí.

Sin embargo, Kokuō se limitó a contemplarla con absoluta indiferencia mientras la muchacha escalaba entre gráciles saltos las cajas para colocarse a una altura similar a la suya. Debía admitir que parecía tener una habilidad superior a la de un humano normal y corriente, aunque no lucía ninguna bandana que la identificara como kunoichi.

«Se cree que las marcas de los párpados es maquillaje.»

Le explicó Ayame, pero aquello no provocó más que alzara una ceja.

—No es maquillaje, mis párpados son así de natural —respondió al fin, apoyando la barbilla sobre la palma de una mano—. Sobre lo otro, simplemente he tenido un viaje muy largo y cansado.

Y no era para menos. Desde que había resurgido en el Valle del Fin no había parado ni un solo instante: había caminado hasta el Bosque de Hongos en el País de los Bosques y desde allí se había visto obligada a escapar a todo correr hasta el borde oriental de Oonindo. Después de aquello su viaje hasta la Mediana Roja había sido más sosegado, pero aún así no se había permitido el lujo de detenerse a descansar más de lo estrictamente necesario para no desfallecer. Y no pensaba hacerlo hasta que se asentara en el País del Agua. Sin embargo, ella misma estaba notando ya los efectos de aquella travesía, con aquel cuerpo humano tan debilucho...

—Es una hermosa vista —comentó la muchacha, una vez acomodada a una buena altura.

«La vista de la libertad.» Completó Kokuō, asintiendo para sí.

—Deberías intentar dormir más, si no tendrás arrugas desde muy joven —expresó entonces, y cuando Kokuō dirigió sus iris hacia ella contempló como volvía a llevarse aquel palito a la boca y después le tendía la cajita—. ¿Quieres?

El Bijū entrecerró los ojos con recelo. Aquella debía ser la primera vez en la historia de Oonindo que un simple ser humano se atrevía a decirle a un Bijū algo sobre su aspecto o lo que debía hacer para mejorar su estado de salud. ¡Oh, cuánto cambiarían las cosas si supiera qué era realmente!

«¡Oh, vamos, sólo son Pokki! ¡Coge uno, por favor!»

«Y por eso siempre acaba cayendo en las trampas, señorita.»

—No, gracias, no tengo hambre —mintió, y Ayame prácticamente chilló de impotencia desde su interior. Bastante había hecho ya convenciéndola de aceptar la comida que le ofrecían en los establecimientos donde se habían hospedado. «¡No te van a envenenar en un sitio donde estás pagando, maldita sea, necesitas comer!», le había dicho. Pero de ahí a aceptar comida de desconocidos había un abismo que no pensaba cruzar—. ¿Siempre se preocupa así por un completo desconocido?
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#15
Afortunadamente la muchacha no se tomó a mal aquel comentario que realicé sobre su maquillaje, después reveló que no era maquillaje, sino que era totalmente natural, cosa que nunca me hubiera imaginado, no había visto a alguien con los párpados así —. Vaya... Será algo genético seguramente algún familiar tuyo los tuvo, eres única! Una no ve todos los días a una chica con parpados carmesí, por lo menos no tienes que maquillarlos es un gran alivio, ¿sabes?— bueno... No es que fuese la gran cosa no tener que maquillar los parpados, pero se ahorraba la simetría, tiempo en ellos, maquillaje...

—Y por lo que puedo percibir aún no has llegado a tu destino— de haberlo hecho, su cara sería otra, o eso me decía la lógica —. ¿A dónde se dirige con tanto apuro para no descansar lo suficiente?— volví a preguntar, ahora con un poco menos de temor de que la chica me saliera con una patada, puesto que esto era un poco más normal que empezar hablando sobre el aspecto de otra chica.

—No, gracias, no tengo hambre

La chica terminó denegando mi invitación, por lo que retiré mi brazo y seguí comiendo con calma, disfrutaba de cada crujir y del sabor del chocolate.

—. ¿Siempre se preocupa así por un completo desconocido? — preguntó con cierto recelo. Aquella frase me tomó desprevenida y entonces empecé a preguntarme sí estaba siendo demasiado atrevida con ella.

Dudé un par de segundos para responder, busqué las palabras que se no pudieran prestar para malentendidos y ofensas, según mi perspectiva —. Normalmente no, es que... Debo admitirlo, te vi hace un rato cuando bajabas por la calle y me gustaron tus parpados, entonces cuando estuve más cerca noté el cansancio en tu cara y bueno una cosa llevó a la otra — dije primeramente para hacer una breve pausa —Y como al parecer viajas sola pensé que quizá quisieras hablar con alguien o necesitar algo de ayuda... No sé.
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