Otoño-Invierno de 221
Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
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![]() Nivel
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11 |
![]() Exp
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0 puntos |
![]() Dinero
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20 ryō |
![]() Ficha de personaje
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Watasashi Aiko
![]() Datos básicos
· Fecha de nacimiento: Ceniza de verano, Hoyōbi del año 150 · Residencia: Amegakure · Sexo: Femenino ♀ · Facultad personal: Especialidad: Kamijutsu · Naturalezas del chakra: Katon 火 Descripciones
· Física: · Psicológica: Atributos
· Nivel: 11 • Fuerza: 20 • Resistencia: 20 • Aguante: 20 • Agilidad: 20 • Destreza: 50 • Poder: 30 • Inteligencia: 40 • Carisma: 50 • Voluntad: 20 • Percepción: 60 • PV: 150 • CK: 180 Facultades
• Especialidad: Kamijutsu: 50 Inventario
Méritos y defectos
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![]() Historia
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Prólogo
Toda historia tiene un comienzo, y un final. Quizás es mejor empezar por el principio, pues empezando por el final no se suele entender nada. Las trabas que el destino pone a un alma pueden ser infinitas, y caprichosas. Tanto es así, que una vida eterna en ocasiones puede verse como una tortura eterna. Ver cómo uno a uno tus seres amados mueren... hermanos, amados, amadas, hijos, hijas.... nadie escapa, todos desaparecen uno a uno. Una tortura que deja sin aliento al cuerpo, aunque bueno.. a veces ni eso queda ya en ese cascarón vacío.
Algunos rezan a Dios, otros buscan otros entes a quienes reclamar misericordia. Cualquier Deidad existente, inventada o por inventar es suficiente para tal reclamo; los cuales por ridículo que pueda sonar, llegan a ser de cualquier índole. Inventarse que existe la diosa de la fortuna, por el mero hecho de reclamarle suerte al jugar un juego de azar no es mas que un claro ejemplo de hasta donde llegan algunas mentes humanas en caso de necesidad. Todas y cada una de las personas tienen fe en algo, ya sea como costumbre o en última instancia. Lo que diferencia a las personas es con qué sentido buscan amparo emocional en esos entes. Lo que diferencia un villano de un héroe no es mas que el pensamiento con el que recurre a su fe. El señor Watasashi
Hace tiempo, un señor llamado Watasashi Mitoka se hizo con tierras cercanas a Amegakure. El hombre no era shinobi, pero su relativa proximidad con el sitio hacía que quisiese o no, pudiese observar de vez en cuando las sinuosas siluetas de éstos artífices del asesinato. El hombre jamás prestó demasiada atención a la causa, casi lo contrario. Día a día veía como éstos pasaban estoicamente por sus terrenos y tomaban las frutas y animales que le pudiesen venir en gana, y aunque éste tipo de hechos no era del todo frecuente, si que eran del todo onerosos.
Dedicado al mercado de frutas estacionarias y alguna que otra pieza de venado, esas recurrentes visitas no hacían mas que provocarle unas perdidas por las cuales no podía llegar a pasar la vista de largo. Desde luego, si uno dedica su vida a algo, y otros la toman... En clara desventaja, podía hacer de todo menos pelear. Pero, ¿qué hacer entonces? La respuesta le vino como caída desde los cielos. En el armario de trastos y cosas inservibles que quizás algún día usaría, encontró un potente veneno de ratas. Tan pronto como agarró el tarro, hasta las lágrimas le saltaron de lo potente que era. Sin duda, era lo que estaba buscando. Presto, roció numerosos manzanos, algunos olivos, e incluso alimentó a algún que otro venado. Sin duda, era posiblemente su sentencia de muerte, estaba sacrificando gran parte de sus bienes. Pero por otro lado, en cuanto enfermasen o muriesen alguno de sus indeseosos invitados, dejarían de hacerle visitas. La idea no era mala, aunque quizás muy arriesgada... por no hablar de que obvió por completo las posibles repercusiones por parte de los afectados. Sin embargo, muy a su pesar, ya no había vuelta atrás. Al cabo de un par de días, en uno de los mas lluviosos de la historia, golpearon numerosamente la puerta de su cabaña a la madrugada. El hombre, después de tropezar con todo aquello que podía, terminó encendiendo una triste vela. Tampoco es que tuviese otras muchas opciones, pero bueno, algo es algo. Con paso ofuscado, y un cabreo de mil demonios, asistió a la llamada de la puerta abriendo. Sus ojos se abrieron como platos al ver que frente al umbral de su puerta había una mujer. Era normal que hubiese alguien tras la llamada, pero no esperaba que alguien acudiese de esas maneras. Llevaba una gabardina negra como la misma noche, con una capa que recubría su cabeza casi por completo, pero que era suficiente holgada como para dejar pasar su cabellera dorada hacia el exterior. Su tez era mas blanca que el mismo mármol, y sus labios tenían un intenso color carmín fuera de lo normal. Sus ojos, rojos como sus labios, destacaban por encima de la penumbra que hacía su capucha. Pero ese tono que poseía en lo labios no era algo normal... No tardó en escupir sangre a modo de tos, así como en hincar las rodillas en el suelo. Su estado era lamentable, pero a pesar de la sangre en los labios, no parecía estar herida, lo cuál solo podía significar una cosa —Kunoichi— la chica sin duda había pagado por las malas acciones de sus iguales. Por un escaso segundo, el hombre mostró una sonrisa en el rostro, alegre de que se hubiese impartido justicia. —Ayuda... por... favor... La chica se llevó las manos al estómago, y se retorció en dolor acompañada de su continuo gemido casi de ultratumba. Volvió a toser sangre, y terminó por clavar el hombro izquierdo en el suelo, a lo cual sucedió la cabeza. La chica terminó de costado en el mojado suelo, pidiendo ayuda a un total desconocido, sin saber que ese desconocido había sido el artífice de sus dolencias. Pero el destino es muy caprichoso... Donde la lluvia no cesa
Movido por algo que no llegaba a entender, el hombre tomó el cuerpo casi inconsciente de la chica y lo llevó hasta la cama. Allí, desveló su capucha y le puso un paño húmedo en la frente, con tal de bajar su temperatura. Tras ello, limpió los labios y rostro de la chica con otro paño, en pos de quitarle toda esa sangre derramada. Por un rato, quedó embaucado de esos tonos blancos que conformaban su piel, así como de esos labios y rostro en general. El hombre dejó caer un suspiro, llevó su mirada hacia un lado, y después hacia el otro, pero no encontró sentido alguno a esa situación.
—Dios... ¿qué he hecho? —Ahora era algo mas consciente de sus acciones. —¿Qué he hecho...? Pero era tarde para lamentarse, debía actuar. Sin pensarlo dos veces, salió en busca de la aldea mas cercana, para encontrar al médico y arrástralo hasta su casa. No tardó demasiado, quizás unas cuantas horas, entre tanto la chica quedó en su cabaña. Para cuando regresaron, el médico trató a la chica con numerosos antibióticos y antídotos. Sin embargo, la chica parecía no reaccionar del todo bien a ellos. Su vida parecía una vela a punto de extinguirse, y el viento no parecía querer cesar en pos de ofrecerle un respiro. Pasaron un par de días desde la visita del doctor, y la chica había estado sin abrir los ojos desde aquella noche. Su respiración aún era palpable, pues le costaba hasta tomar el aire. Al menos aún estaba viva, no cabía duda. Fue al tercer amanecer que la chica abrió los ojos, encontrando a sus rodillas al dueño de la casa, que no había podido dormir bien desde aquella noche y había terminado abatido ante el cansancio. La chica permaneció inmóvil, tampoco se encontraba para dar saltos. —Gracias... Ante todo, agradeció el gesto del hombre, que sin duda la había salvado. La chica permaneció horas horas observando al hombre que tenía sobre las piernas, sin soltar una sola palabra mas. El tiempo pasaba lento, pero no tenía manera diferente de expresar su agradecimiento salvo decírselo en persona. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿desaparecer? No había modo... Al fin, a medio día aproximadamente el hombre despertó. Al abrir los ojos, lo primero que pudo ver fueron las piernas de la chica tapadas por la manta, un poco mas lejos unos orbes rojos como la sangre. La chica mantenía su mirada clavada en él, como desde hacía rato. El hombre se traspuso un poco, se levantó tan pronto como pudo, y se lanzó a abrazarla. —[colormediumseagreen]¡Al fin despiertas![/color] En un leve forcejeo, la chica trató de tomar aire. —S-si... pero déjame respirar... que me asfixias... —S-si... si... lo siento, lo siento mucho. —Se disculpó el hombre dejando espacio entre ambos. —¿Te encuentras bien? Casi te daba por perdida... Con menos tacto que un yogur de serrín, el hombre intentó hacer averiguaciones de su estado. La chica sonrió, tanto como pudo, que no era demasiado. —Si, ya me encuentro mejor... muchas gracias por todo. »Creo que debería regresar a casa, llevo varios días desaparecida, y seguro que están empezando a preocuparse por mi. De veras, muchas gracias por haberme cuidado éstos días. La chica intentó despedirse, e incluso ponerse en pie, pero en última instancia las fuerzas le flaquearon. Casi termina en el suelo, pero el hombre se apresuró en agarrarla para impedir dicha acción. Por un segundo, la chica contuvo el aliento, y permaneció con su mirada hincada en los ojos de su héroe. —Sería mejor que comas algo antes de irte, además... aún no se tu nombre. —Amekori Hui —Respondió algo avergonzada de no haber caído antes en cuenta. —Y no... no me gustaría darte mas problemas, sería mejor si me fuese ya... —¡Tonterías! No es ninguna molestia, todo lo contrario. Por cierto, mi nombre es Watasashi Mitoka, un placer. Y con éstas, la chica no tuvo mas remedio que aceptar la oferta, se quedó a comer con el chico que la había salvado. Éste sirvió unas cuantas patatas hervidas, frutas, y algo de arroz con salsa de soja. No sabía que mas ofrecer, la verdad es que tampoco tenía demasiado. Pero al parecer no terminó a disgusto, la chica aceptó la comida con la mas calurosas de sus sonrisas, realizando una pequeña reverencia en agradecimiento por ello. En medio de la comida, el chico empezó a preguntarle por su procedencia, y ésta terminó por descubrir algo no que pillaba por sorpresa; era una kunoichi procedente de Amegakure. Pero eso no fue el desvelo mas importante, al parecer la chica comentó al hombre que fue envenenada durante la misión que cumplía, y que acudió a esa caseta con sus últimas fuerzas siendo incapaz de regresar a su aldea. La verdad, esa información quitó un buen peso sobre los hombros del hombre, que se sentía culpable de esa situación vivida. Por unos cuantos meses, la chica continuó visitando al chico a su cabaña, y obviamente éste eliminó todo rastro de veneno de sus tierras. Guardó el tarro en el armario de nuevo, y se olvidó de éste. Entre tanto, éstas visitas cada vez eran mas y mas esperadas. Un romance nació desde la situación mas aleatoria, pero mas consentida. A veces, el destino es muy caprichoso... Watasashi Aiko, una hija amada
Al cabo de unos años, y como fruto del amor del mercante y a kunoichi, Hui quedó embarazada. Por nueve meses, llevó en su vientre un ángel, al menos con eso la confundieron cuando nació. La belleza de la pequeña fue abrumadora desde el primer momento que llegó al mundo. Tenía una cabellera rojiza tan intensa que parecía teñida, y unos ojos del mismo color; sin duda había heredado éstos tonos de su madre. Pero el pelo era una excepción a ambos progenitores, algo que no llegaban a entender. Sin embargo, eso no le quitaba mérito, era una niña preciosa.
Al poco de nacer, Hui le propuso a su esposo que se fuesen a vivir a Amegakure, pero éste no lo vio propicio. Se negó de forma rotunda, a su criterio criar a una hija rodeada de ninjas era darle rienda a que se convirtiese en una asesina... y no quería eso para su preciosa hija, ya sufría bastante cada vez que su mujer abandonaba la casa como para ahora tener a una hija bajo las mismas circunstancias. Su nacimiento fue alrededor del año 150, año mas o año menos. Conforme los años fueron pasando, la pequeña fue criándose ajena al ninjutsu, los ninjas, y las armas. Eso no quitaba que de vez en cuando ésta fuese entretenida por las habilidades de la madre, una auténtica experta en el arte del origami. Cabe destacar que la salud de la pequeña no era la mejor de todas, casi siempre estaba resfriada, por no hablar de que hasta sus huesos parecían estar hechos de cristal. Sufrió la primera rotura con menos de cinco años, lo cual es auténticamente inviable. Pero por suerte, tampoco corría demasiados riesgos habitualmente, lo cuál era un alivio. La infancia de Aiko fue deseosa y envidiable. Todo lo tenía al alcance, desde paz hasta amor. Por suerte o desgracia, en cierto momento la chica comenzó a ser un terremoto andante. En cierto momento de su infancia, la pequeña comenzó a sentir un espíritu explorador indomable. Quería verlo, tocarlo, morderlo y sentirlo todo... no había rincón de la casa que no tocase, nada escapaba a su mano. Curiosamente, eso también daba por alusión a cierta botella que el padre guardaba desde hacía años en el desván. El padre tardó poco en darse cuenta de que el silencio reinaba en la casa, y eso no era algo habitual. Había estado revisando sus cuentas, y había perdido la noción del tiempo y el espacio por unos minutos, quizás algo mas. Con parsimonia pero con atención, comenzó a buscar a Aiko por la casa. Comenzó por el salón, mirando por todos los recovecos, ya sabía como se las gastaba el pequeño terremoto. Buscó y buscó, pero la pequeña no se encontraba allí. —¡Aikoooo! ¿Donde estás, Aiko? —Tuvo que recurrir al grito pelado, pues era raro no escucharla. Conforme pasaba de estancia a estancia, el hombre seguía gritando en pos de localizar a la pequeña. Curiosamente, normalmente no tenía que insistir tanto, éste hecho comenzó a enervar al hombre. Aumentó la cadencia de su paso, y continuó su búsqueda mientras seguía gritando el nombre de su hija. Los minutos pasaban, y nadie respondía. Para cuando se quiso dar cuenta, terminó frente al armario o desván de las cosas que resultaban inútiles pero guardaba por si acaso. La puerta aguardaba abierta de par en par, y la luz estaba prendida a intervalos. En el suelo, se encontraba la pequeña sentada, mirando hacia adentro, con algo entre manos. —¡AIKO! —Trató de llamar su atención. —¿Me estás escuchando? Vaya susto me has dado, pequeño terremoto... venga, vente al salón. Aquí no hay juguetes para tí. Sin embargo, la pequeña parecía sumida en aquello que estuviese haciendo, continuaba sin responder o moverse. Fue entonces que el padre la tomó del brazo, al hacerlo, el cuerpo de la pequeña cayó con el mismo jalón. Era un saco de carne, sin fuerza alguna. Con el mismo gesto, pudo observar qué tenía entre manos. Se trataba de una botella que bien conocía, puro veneno... veneno que ahora mismo se encontraba rezumando de la boca de la pequeña; ésta inconsciente criatura que lo había tomado como la mejor de las mieles. Rápidamente, el hombre la tomó entre brazos y corrió hacia el salón. Tomó el intercomunicador que le había dejado su mujer, y se lo colocó en la oreja, tras ello volvió a correr tanto como pudo hacia fuera de la casa. —¡Hui! ¡Hui! ¡Avisa a un médico! ¡Aiko ha tomado veneno! ¡Rápido, voy de camino al muelle! —¿¡Pero qué diablos dices!? ¿¡Com- —¡Déjate de preguntas, y corre a buscar al médico! ¡RÁPIDO, POR FAVOR! —S-si... ¡VOY! Sendos padres se pusieron manos a la obra, siendo el varón quien llevó a la pequeña hasta los muelles. Cuando llegó, ya hacía unos escasos segundos que acababan de llegar la mujer y el médico. Inmediatamente, y sin mediar palabras, el médico se dispuso a atender a la pequeña. El padre andaba mas nervioso que un jugador de baloncesto en un campo de fútbol americano, pero la madre supo actuar y lo abrazó con firmeza. —Tranquilo, es el mejor médico de Amegakure, no tardará en curarla. El padre miró a la pequeña sobre los hombros de su mujer, y no pudo evitar que las lagrimas se desprendieran por su mejilla hacia el vacío. —La perdí de vista un minuto... un solo minuto... —Sin duda, no pudo aguantar la presión. El médico hizo todo lo que pudo, pero muy a su pesar, no pudo extraer el veneno en su totalidad. La pequeña tenía gravemente afectada la salud, desde los intestinos hasta los pulmones, por no hablar de otros órganos había sido afectados. Conforme fue creciendo, los síntomas se fueron viendo mas y mas agravados, pero ésta pequeña terremoto nunca cesó en su ímpetu aventurero, ni la mas severa de las lesiones pudo achantarla en absoluto. Con el mismo tiempo, sus aires alocados la llevó por el camino del dolor y el sufrimiento, pero no hay nada que el amor paternal no cure. Tenía a los mejores padres, y ahora si que era bien cierto que jamás la perdían de vista. Lo único malo, es que conforme fue creciendo fue viendo a su madre como el mayor de los ejemplos, una heroína sin capa. Sin duda, sus aspiraciones no eran menores. Al cumplir los 15 años, pidió a sus padres que quería ser kunoichi, que era la vocación de su vida. Obviamente, ésto encarriló numerosas discusiones, pues por mucho que esa fuese la profesión que quería tomar, era muy arriesgada y no podrían tenerla bajo custodia tanto como quisieran. Pero tarde o temprano era algo que debían aceptar, la madre fue la primera en ello, y por resignación el padre tuvo que aceptarlo. Tres años de instrucción fueron suficientes para acreditarla como kunoichi, además de una dura instrucción. Sin duda, su mala salud fue la primera en dañar ese tiempo tan demorado en su graduación. Si no era una rotura ósea era una catarro, o alguna otra enfermedad, pero mas tarde que temprano al final lo logró... Sin duda, el destino a veces es muy caprichoso. Y a los diablos rezó...
Pese a que tenía el apoyo de su padre y madre, éstos nunca dejaron de tenerla vigilada del todo, mucho menos conociendo de su débil estado físico. Por mucho que se esforzase, nunca llegaría a estar completamente sana, al menos eso afirmó el mejor médico de Ame. Por últimas, el padre recurrió hasta a los Dioses con plegarias en pos de que favorecieran la salud y preservasen la belleza de su hija. Tanto fue así, que se hicieron ambos bastante devotos, aunque ese Dios acababa de ser inventado por ellos mismos.
El tiempo pasaba, y por suerte esa deidad parecía escuchar las plegarias de los padres. La pequeña, que ya se hacía mayor, era hermosa como pocas chicas. Sin embargo, su belleza hacía clara rivalidad a su falta de salud. Éste hecho no parecía que pudiese cambiar, pero mientras no se alejase demasiado todo podía estar bajo control. En un momento dado, al hombre le llegaron rumores de que había cierto dibujante que hacía obras de arte sacadas del mismo infierno. Al parecer, el dibujante era capaz de convertir simples trazos con sangre en dibujos fuera del alcance de cualquier tecnología fotográfica. Sus dibujos eran mejor que las fotos, pero habían precios muy altos por sus obras. Pero eso no era problema ahora que había 3 sueldos en casa. Sin pensarlo, fue buscando de contacto en contacto hasta encontrar al susodicho pintor. El pintor vivía en una casa de lo mas tétrica y lamentable, casi ajeno a la sociedad, cerca del lago de los llantos. Un sitio apartado de todos y todo. Golpeó dos veces la puerta, y la misma quebró con la mera fuerza ejercida. Una voz de ultratumba paseó por la inestables paredes, carraspeando en pos de dar una bienvenida decente. —¿¡Quien anda ahí!? —Sin duda no fue la mejor de las bienvenidas. —Soy Watashi Mitoka, me han dicho que aquí vive un famoso pintor... Blame, ¿es usted? —¡No! ¡Largo! ¡Fuera de mis tierras! —Por todos los dioses... —Se quejó en susurro. —¡He venido a que realice un dibujo de mi hija, y no me iré sin uno! Armado de valor, fijó sus intenciones. En ese mismo instante, un encapuchado con ojos de diferentes colores abrió la ya quebrada puerta. Parte de ésta terminó de caer al suelo, en un estruendoso golpe mas abrupto que la dantesca aparición del dueño de la casa. —¿Por qué iba a dibujar a tu hija? ¿Acaso ella merece que sacrifique mi tiempo? El padre tragó saliva, casi sin respuesta, pero no dudó por mas que esos escasos segundos. —Ella es un auténtico ángel, la niña mas preciosa que existe. Quiero... quiero que la retrate para poder tenerla siempre conmigo. Ella... ella es mi vida. —¿De veras? ¿Y qué me darías a cambio? —Te pagaré cuanto me pidas, tengo dine- —¡No quiero dinero! El dinero apesta a los males que infectan a la humanidad... ¡Diablos! Aún no entiendo porqué no te he quitado la vida... —P-pero... —¿No lo entiendes? —Hizo un inciso. —Yo no pinto como cualquiera haría... y mucho menos por dinero. Solo dibujo el alma de la gente, y como pago por ello tomo el alma de quien dibujo. »¿Me ofrecerías tu alma a cambio del dibujo de tu hija? Entre toda la clase de tratos posibles, éste sonaba de lo mas ridículo y absurdo. El hombre andaba sin palabras para poder responder a tal disparate, ¿acaso ese pintor estaba tarado? Realmente así lo parecía, a saber porqué los Dioses ofrecen una capacidad artística así de buena a una persona que no sabe darle auténtico uso. Al menos eso pensó en primera instancia el padre. —Mi alma... ¿te refieres a que te de un papel en el que ponga que te doy mi alma? Perdona que te diga, pero suena de lo mas... raro... —Jajajaja.... nos ha salido gracioso éste humano. —Se burló el demente mientras que su cuerpo era recubierto por una sustancia negra que casi parecía petroleo. En unos segundos, su cuerpo entero se vio sumido en esa cosa, y terminó forjándose el mayor de los demonios que jamas hubiera podido imaginar al padre. Tan solo sus manos eran tan grande como él, el demonio quebró la casa en escasos segundos mientras se alzaba. De pronto, tomó al hombre y lo elevó como si de un peluche se tratase. Los orbes negros del diablo se clavaron en los del hombre, el cual no pudo mantener la compostura y terminó hasta orinándose encima. Apenas podía controlar el temblor que sacudía su cuerpo, mucho menos ese otro tipo de necesidades fisiológicas. —Tomaré tu alma, a cambio de un dibujo de tu hija. ¿Te parece? Irás de cabeza a mi infierno, serás mi trozo de carne con el que jugar, y a cambio ella vivirá por todo el tiempo que cuide el dibujo. Es un buen trato, ¿verdad? Lejos de achantarlo, esas últimas palabras le quitaron todo el miedo que pudiese tener. Le estaba ofreciendo aquello por lo que tanto había rezado, y le daba exactamente igual si era la deidad a la que estaba rezando un demonio o bien un espíritu sagrado bajado de los mismo cielos. —Si... acepto el trato... lo acepto... ¿Qué era su vida a cambio de salud para su hija? Tan pronto como aceptó, la transformación del diablo cesó. El hombre cayó un par de metros hasta topar con el suelo, donde notó la poca suavidad del mismo. Frente a él, el encapuchado tomó una aguja de metal y se la ofreció al hombre sin mediar palabra. Tras éste tomarla, con claro esfuerzo debido al daño sufrido en la caída, realizó un sello y pasó la mano por su antebrazo. Desde su antebrazo, un lienzo de dos metros tanto de ancho como de largo apareció. Lo agarró ferreamente, y se lo mostró al hombre; estaba totalmente en blanco. —Firma con tu sangre en mitad del lienzo, y yo haré el resto. Con un par de lagrimas resbalando por su rostro, el hombre clavó la aguja la palma de su mano zurda, y firmó a mitad del lienzo blanco. La sangre comenzó a resbalar un poco, pero curiosamente la mayoría se mantuvo en el sitio. A los pocos segundos, la sangre desapareció. El hombre quedó intrigado, pero no le dio tiempo a entender nada. Antes de mediar palabra, el lienzo había desaparecido en una leve nube de humo. —Watasashi Aiko, ¿verdad? Pero antes de que el hombre diese respuesta, o pudiese preguntar cómo lo sabía, el de ojos con dos tonos tocó la cabeza del padre. En un abrir y cerrar de ojos, su cabeza fue atravesada por un filo creado con la misma materia que segundos antes se había transformado en un demonio. Sin embargo, ni una sola gota de sangre se derramó, una tira de letras comenzó a surgir por todo el cuerpo del hombre, y de pronto desapareció. —Un humano menos... Un jutsu inventado por ese cabronazo que quería exterminar a la humanidad, pero que pese a sus principales intenciones, solía cumplir sin dudar a su palabra. Un experto en fuinjutsu que había comenzado a jugar con técnicas realmente enrevesadas. Un dibujo por una vida
La chica regresó a casa tras una pequeña misión, y algo fatigada de la dura acción terminó por sentarse en el sofá de casa. En un principio no se preguntó donde estaría su padre, pues de habitual solía encargarse de cultivar las tierras, así que se relajó. El día no había sido realmente duro, pero entre el asma, y el resfriado apenas podía respirar. Así pues, alzó los pies en el sofá y se dedicó a descansar tanto como pudiese. Tomó aire, y lo dejó escapar poco a poco en un suspiro aliviado. Soltó la cinta que aprisionaba su cabellera roja, y se echó hacia atrás la cabellera en pos de que no le tapasen la vista los pelos.
« Al fin un descanso... » Y tanto que descansó. Se dejó caer en el sofá, y con las mismas cerró los ojos. Cuando despertó, el sol casi estaba tocando el horizonte. Alzó la mirada, y avistó para encontrar a su padre en casa, sin embargo allí no había señal de que estuviese. Se estiró con perezoso gesto, como recién levantada de tres centenares de años en una tumba. —¡Papaaa! ¿Estás en la cocina? —Preguntó alzando la voz, pero su pregunta no recibió la información que quería escuchar. La chica se frotó los ojos, y terminó por bostezar, signo claro de su recién despertar. Tras ello, volvió a buscar con la mirada a su alrededor, y terminó por encontrar algo que no debía estar allí. Había un caballete, y tras de él claramente había una persona, sus pies intuían una silueta, la de un artista pintando. Por un momento dudó, pero rápidamente las ideas se le aclararon. Nadie en su familia dibujaba, o tenía afán de intentarlo. —Tranquila, ya terminé mi trabajo. —Anunció una voz desconocida para la retratada. —¿Ya has... terminado? —Si, ya terminé tu retrato. Tu padre pagó mucho por él, espero que sepas apreciar el trabajo y el sacrificio que ésto le ha tomado, a él y a mí. La chica alzó una ceja, sin encontrar del todo sentido a lo que sucedía, pero tampoco terminó de sonarle raro... después de todo, su padre siempre le solía cumplir los caprichos sin siquiera decirlo. ¿Un dibujo tremendamente caro? Sonaba ciertamente a idea de su padre... —Ummm... está bien. —Terminó por responder. —¿Podría verlo? El chico por fin salió de la penumbra, se levantó, y tomó consigo su obra de arte. Recortó un par de pasos la distancia con la chica, y con una sádica sonrisa mostró la mencionada pintura. El trazado era totalmente irregular, con tonos caoba y carmín, y algo de tinta. Por otro lado, habían numerosas letras y caracteres que ni entendía, los cuales entorpecían aún mas el tramado principal. La verdad, el dibujo parecía una pintura sacada de un híbrido entre Picasso y Van Gogh. La chica, que no se cortaba un pelo, no pudo ocultar su indignación ante el retrato. —¿De veras se ha gastado tanto dinero en pagarte para que hagas ese churro? En serio, dedícate a otra cosa... el dibujo no es lo tuyo. El chico clavó literalmente el cuadro un par de centímetros en el suelo de golpe, haciendo que ésto resonase en todo el habitáculo. De pronto, su mano libre la alzó hacia la chica, y ésta se estiró recubierta de un líquido que casi parecía petróleo. Sin aviso previo, no solo se estiró, si no que rodeó por completo a la chica y la atrapó en una multitud de hilos de esa materia que recubría el brazo. En un abrir y cerrar de ojos, su voluntad e intenciones se vieron eclipsados por un poder al que no podía hacer frente. Quedó quieta, atemorizada ante aquella sensación. La mano que sostenía el cuadro empezó a actuar de la misma manera, y comenzó a recubrir el susodicho por la zona dibujada. —El dinero no es mas que una lacra de la humanidad... además, aún no está terminado el dibujo. —Se jactó el artista. Tras un breve instante de incomodidad, el de chico de la capucha echó la mirada hacia el cuadro, y éste empezó a brillar en un tono morado como jamás había visto la chica. Sin duda, estaba realizando alguna especie de técnica. Tras un instante, el cuadro empezó a absorber la tinta roja, o lo que parecía ser tinta roja. El lienzo comenzó a quedar en blanco, pero tras ello rápidamente comenzó a tomar la apariencia de una fotografía de alta calidad. Su imagen era claramente el rostro de la chica, captando toda su belleza sin escasez de detalle. El detallismo era tan alto, que parecía que había cogido a la chica y la había metido dentro. En cierto modo, eso era lo que había hecho. —Ahora sí está terminado. Justo en ese instante, el chico dejó caer el lienzo. Éste quedó boca arriba, mirando el techo de la vivienda. Volvió entonces la mirada a la chica, y sonrió. —Aiko, a partir de hoy puedes considerarte afortunada. Jamás volverás a enfermar o partirte un hueso, y tu rostro no se verá afectado por el tiempo. Llamé a ésta técnica de sellado "tortura eterna". Espero que sufras por el resto de tus días tanto como tu alma sea capaz de soportar, cuando llegues a ese punto... recuerda que no puedes morir. Bueno, eso si es que no lo olvidas... Ja ja ja jaaaa. En ese instante, el albino deshizo la red de filos negros que mantenía cautiva a la chica. Realizó un sello, y desapareció en un torrente de chakra del mismo tono negro. Todo quedó en silencio, la chica tan solo podía escuchar la intensidad con que su corazón latía. Cayó en rodillas, y permaneció en el sitio por un par de horas al menos. Fue su madre quien llegó a casa y la encontró así, obviamente a su padre le era imposible. Por mas explicación que le intentó dar a su madre, lo vivido había sido tan raro como delirante. No cabía a entender lo que había pasado, no entendía las palabras del muchacho, y no entendía por que no regresaba su padre. Sin duda, el destino a veces es realmente caprichoso. La verdad que deja de apreciarse
Tras un tiempo, Aiko y su madre Hui terminaron por resignarse en la búsqueda del padre y marido, ya habían pasado meses, era obvio que o bien las había abandonado o bien algo le había pasado. Sin duda, normal no era, lo menos extraño era pensar en la segunda opción, pues el hombre había dedicado vida y alma en ellas —Literalmente— sin duda alguna, el hombre no estaba entre los vivos.
Curiosamente, durante toda esa temporada la pelirroja jamás había caído en enfermedad. Los debidos moratones se le curaban casi en el mismo día, y no había llegado a partir ningún hueso. Su salud parecía haber mejorado notoriamente, tal y como el extraño advirtió. Aunque no le prestó demasiada atención a ello, pues su prioridad en éstos meses había sido buscar a su padre por mar, cielo y tierra. Cumpliendo con sus obligaciones de kunoichi, ambas mujeres siguieron en una trayectoria de misiones y rutina que les facilitaba el olvido. Quizás se sumieron demasiado en el trabajo en pos de olvidar al cabeza de familia, y hasta terminaron por separarse un poco. Como familia, poco les quedaba. Aunque una cosa no terminaba de quitar la otra, eran madre e hija, de vez en cuando hasta se mostraban afecto. Por suerte o desgracia, sendas kunoichis tenían que atender misiones y pasaban bastante tiempo fuera, quizás ésto hacía que la situación no fuese peor. Mientras tanto, el tiempo pasaba y pasaba. Tanto pasaba el tiempo, que la chica debía cumplir los veintisiete años, pero su cuerpo apenas había cambiado. Permanecía con una belleza y apariencia de no mas de veinte, quizás de dieciocho, justo la edad en que le hicieron el retrato. En esos años, ya había partido alguna que otra vez algún hueso, y se había recuperado al día siguiente. Nunca había enfermado, y apenas sentía el tesón de la edad, la fatiga o el esfuerzo. Siempre que despertaba, se sentía como nueva. La cosa no era del todo habitual, y todo el mundo comenzaba a darse cuenta. Dado ésto, la chica empezó a alejarse un poco de todos, intentando permanecer siempre en el anonimato, pasar desapercibida. La cosa no era sencilla, pero para ello entrenaba a diario, era una kunoichi después de todo. Cierto día, la pelirroja abrió el armario que su padre solía llamar de las cosas inservibles que quizás algún día servirían. Allí, bajo una manta, reposaba el cuadro que un día le dedicaron en extraña instancia. Levantó el trozo de tela que le permitía ver bajo ésta, y echó un vistazo al dibujo. Allí, podía verse como en un reflejo, como si se mirase a un espejo... era como si pudiese ver su alma. A veces, acudía a hacer ésto, buscando un poco de escondite a su destrozado corazón. Ya hacía tiempo desde la desaparición de su padre, pero esa herida aún no había sanado. —Si tan solo pudieses estar aquí... te echo tanto de menos... Por mas que los años pasaron, la herida no cicatrizó, ya casi debía tener treinta años, pero aún seguía afligida. Su madre, jounin de Amegakure, cada vez pasaba menos tiempo en casa. En cierto momento, no volvió a aparecer. Murió en una misión, y fue entonces que la chica cayó en una profunda espiral de desesperación. A vece el destino es de lo mas caprichoso. Una ruleta rusa sin final
La chica terminó sola, con una apariencia que no databa su edad actual, y con lo que le habían anunciado como una vida eterna para sufrir hasta el punto de desear la muerte, pero sin poder alcanzar la meta. Aiko no se lo pensó demasiado, tomó un cuchillo en casa, redactó una nota por si alguien llegaba a verla, y se cortó las venas sin piedad. La sangre brotó y brotó, y la chica pudo ver su vida pasar por sus ojos a cámara lenta. Poco a poco, el calor fue dejando su cuerpo. Poco a poco, su cuerpo se iba relajando, poco a poco la chica podía descansar; al fin. Pero la mañana se anunció con la salida del sol, y los ojos de la chica volvieron a abrirse. La chica despertó en un charco de sangre, y con un cuchillo en sus manos. A su vera no había nadie, tenía que ser suya, pero... no recordaba nada de eso. De hecho, no recordaba lo sucedido hasta hacía varios años atrás. A su lado había una nota, la cuál tomó sin pensar demasiado. Una vez fui fuerte, una vez tuve una familia y seres queridos. Ya de eso no me queda nada, y por ello tampoco ganas de vivir. Mi nombre es Watasashi Aiko, y lo siento mucho por tener que recurrir a ésto, pero no hay otra salida. Siento mucho decepcionar a mis camaradas de aldea, pero no hay mas salidas que ésta. Fue un placer conocerlos, y servir como genin en ésta aldea. Adiós.
Conforme leía, quedó mas claro que lo que debía hacer era acabar con ésta situación. Agarró con fuerza el cuchillo, y de nuevo se rasgó las venas. La muerte la vino a buscar en numerosas ocasiones, en las cuales el proceso era casi idéntico. Cada vez que moría, sus recuerdos se veían afectados en años. Tanto fue así, que hubo un momento en que dejó de recordar el porqué estaba haciéndolo. No tenía sentido seguir muriendo, pues no podía, aunque eso también llegó a olvidarlo. Pasó varios años de meditación, forjándose como persona, madurando... hasta que cierto día decidió volver a la aldea que le había adiestrado durante años. Quizás allí encontrase algo parecido a una familia, pues ya no le quedaba nada, no tenía nada mas que perder. Con la bandana consigo, regresó a las calles de Amegakure, aunque continuaba viviendo en la casa que había heredado. Después de todo, una no debe abandonar sus raíces. |
![]() Cronología
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Año 218
♥ Primavera ♥
♦ Verano ♦
♣ Otoño ♣
♠ Invierno ♠
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![]() Técnicas del sistema
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Nº total de técnicas: 19/20 Kamijutsu Habilidades: ¤ Papiroflexia Explosiva Técnicas: ¤ Kami Shuriken ¤ Shikigami no Mai ¤ Shikigami no Mai: Chō ¤ Shikigami no Mai: Kami Hikōki ¤ Kami Bunshin ¤ Shikigami no Mai: Kami Shibari Habilidades: ¤ Escalada Vertical ¤ Andar sobre el Agua Técnicas: ¤ Bunshin no Jutsu ¤ Kakuremino no Jutsu ¤ Henge no Jutsu ¤ Kawarimi no Jutsu ¤ Sunshin no Jutsu Técnicas: ¤ Katon: Tenka no Jutsu ¤ Katon: Haijingakure no Jutsu ¤ Katon: Hibashiri ¤ Katon Dan: Homura ¤ Katon: Haisekishō ¤ Katon: Haijinbunshin no Jutsu Taijutsu Habilidades: ¤ Shinobi Kumite Habilidades: ¤ Shinobi Buki Kumite Técnicas: ¤ Kibaku Fuda: Kassei-ka Técnicas: ¤ Kage Shuriken no Jutsu |
![]() Evolutivas
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Primera evolutiva (1-5)
Segunda evolutiva (6-10)
Tercera evolutiva (6-10)
Cuarta evolutiva (11-15)
Quinta evolutiva (16-20)
Sexta evolutiva (16-20)
Séptima evolutiva (21-25)
Octava evolutiva (26-30)
Novena evolutiva (26-30)
Décima evolutiva (31-35)
Undécima evolutiva (36-40)
Duodécima evolutiva (36-40)
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![]() Técnicas alteradas
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Primer alterador (1-5)
Segundo alterador (6-10)
Tercer alterador (11-15)
Cuarto alterador (16-20)
Quinto alterador (21-25)
Sexto alterador (26-30)
Séptimo alterador (31-35)
Octavo alterador (36-40)
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Reacciones |
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