Otoño-Invierno de 221
Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
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![]() Historia
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Había una vez, hace ya varios años, una joven y feliz pareja, unida en la infancia por la amistad y más tarde, al juntos dar sus primeros pasos en el mundo adulto, por el amor. Ella era una doncella de alta alcurnia: primera hija de la rama principal de una acaudalada familia asentada en la Villa de la Lluvia. Y él, condecorado guerrero, un prodigio perteneciente al equipo médico de la milicia y basto conocedor de las artes curativas. El reconocimiento y la holgura económica, sumados a la temprana edad de los novios que les prometía un futuro esplendoroso, los convertía en una de las uniones más envidiadas entre su círculo social. Y todo habría ido sobre rieles, una vida maravillosa los hubiera de hecho recibido, de no haber la joven Yuki sucumbido ante la tentación del amorío prohibido. Poco después de haber contraído matrimonio con el amor de su vida, la hija del hielo se encontró a sí misma revoloteando cerca de otra flor. Poco se sabía de aquel hombre, un viajero proveniente de tierras lejanas. Se había establecido en la aldea pocas semanas atrás. Sonriente y de amena personalidad, transcurría sus días paseando de aquí para allá, pareciera que sin propósito particular. Él y la joven se conocieron una tarde como cualquier otra, resultado del azar, e instantáneamente, como si fuera cosa del destino o de la naturaleza, se sintieron inmensamente cercanos el uno al otro. Durante las semanas que siguieron a su encuentro, el joven y la dama se reunieron a escondidas varias veces. Todos los Días del Fuego se juntaban, lejos de la residencia que ella y su marido habían comenzado a habitar, lejos de toda mirada entrometida, y hablaban por horas. Todos los Días del Agua visitaban alguna cafetería o lugar de comida, se sentaban en mesas distintas y se observaban en silencio. La joven muchacha era invadida, en un principio, por fuertes sentimientos de culpa y arrepentimiento, pero toda duda se iba al escuchar su voz, al mirar dentro de aquellos brillantes ojos ámbar. Los meses pasaron, nadie parecía sospechar nada y, casi sin darse cuenta, los amantes dieron más y más pasos juntos. No transcurrió mucho tiempo hasta que la muchacha llegó a casa con una falsa sonrisa de oreja a oreja y, rebosante de alegría, le dijera a su marido que llevaba el fruto de su amor dentro del vientre. Ella se llenó de angustia. Había sido incapaz de controlar la situación, y todo había avanzado muy rápido. Ignorante de a quien pertenecía la criatura, y llena de miedo, rompió todo lazo con aquel viajero, se distanció de él y eludió todos sus intentos por acercársele. Al principio no fue tarea fácil, pero poco a poco la insistencia del hombre fue mermando y, al cabo de unas cuantas semanas, no eran más que dos extraños, desconocidos que no se molestaban siquiera en notar la presencia del otro, en las contadas ocasiones en las que coincidieron por las calles de la villa. Uno de aquellos días, en el medio de la noche, un extraño ser: un monstruo, mitad hombre, mitad bestia, se deslizó por la aldea, los rumores dicen que en un intento por llegar a la Academia. Otros hablan del edificio del Arashikage. El monstruo combatió a un puñado de shinobi y, tan rápidamente como había aparecido, se escabullo entre la oscuridad y se esfumó. La muchedumbre se llenó la boca con el tema y las exageraciones y falsedades se encontraban en cada esquina. Finalmente, quedo como una anécdota conocida por unos pocos. Aquella misma madrugada, la joven tuvo una pesadilla. Descansando junto a su amado, soñó con una inquietante figura de brillantes ojos que la observaban a través de su ventana, desde las sombras. Al día siguiente, se encontró frente a la entrada de su morada una pequeña bolsa hecha de hilos y, amarrada a ella, un pedazo de papel. Dentro de la bolsa había noventa y nueve canicas negras. El pedacito de papel tenía escrito “Para el bebé”. Diez años pasaron. Su antiguo amante había partido en un nuevo viaje. Ahora tenía un hermoso niño, al que amaba con todo su corazón, y un marido espléndido, quien se encontraba ansioso porque su hijo comenzara a recorrer el camino del shinobi. Ya faltaba poco para que el pequeño entrara en la Academia y con la sangre de los Yuki corriendo por sus venas, su padre solo podía soñar con las futuras hazañas de su retoño. Pero la historia tenía otros planes. Esa noche no llovía en la villa. La familia acababa de terminar su cena, y ambos padres compartían un tierno momento con su hijo en la habitación de éste. El niño estaba a punto de caer dormido. Desde la sala de estar se escucharon tres golpecitos. Alguien tocaba a la puerta. El padre se levantó de su silla, caminó hasta la entrada y abrió. Del otro lado se hallaba un hombre joven, alto y pálido, de largos cabellos lacios y oscuros. Su mirada era brillante, astuta, y su expresión relajada y soberbia. El dueño de la casa le preguntó sí necesitaba algo. El joven hombre permaneció en silencio unos instantes, ojeo sutilmente hacia dentro de la morada y dijo, en voz clara, que deseaba pasar. El médico, molesto por la actitud del joven, le exigió que se retirara y se dispuso a cerrar la puerta, pero el muchacho interpuso su pie y volvió a repetir “deseo pasar”. Desde la habitación del pequeño, tanto él como su madre comenzaron a escuchar estruendosos golpes, quejidos, objetos estrellándose y rompiéndose. La mujer camino con la mano en el corazón hasta la sala en dónde su marido se encontraba, y observo como una bestia, un hombre cuyas piernas habían sido sustituidas por una larga cola de serpiente, se batía en combate contra su esposo. Su amado le grito, urgiéndole que volviera a la habitación, que escapara con el niño. La doncella de los Yuki corrió desesperada y tomó a su hijo en brazos. Pero ya era demasiado tarde, el monstruo había vencido y, tras tomar la vida de su esposo, ahora yacía en el umbral de la puerta. Tranquilo, el hombre que se desprendía de la serpiente dijo: “Vengo a ver a mi hijo.” Lo que ocurrió después se encuentra borroso en la memoria de la madre, tras ser atacada, perdía el conocimiento y lo recuperaba solo para perderlo otra vez en cuestión de segundos, su visión era borrosa y las voces que a sus oídos llegaban parecían venir desde detrás de un cristal, o desde las profundidades de los océanos. “Un Kokuja…mi hijo…aun no…”. El niño no gritaba, no lloraba, parecía encontrarse en un profundo trance. “Tu voz…la…prestada por un tiempo…”. Tras la llegada de la milicia, ella fue atendida. Sus extremidades inferiores fueron removidas, pues el daño era insalvable. El niño parecía encontrarse en estado de shock, pero lo más extraño era aquella escritura alrededor de su cuello. Había perdido la capacidad de emitir sonido alguno. La familia de la madre no creyó su historia, ni tampoco lo hicieron sus vecinos o amigos. Poco a poco perdió la cordura, fue desheredada y cayó en la pobreza. Ella y su hijo se vieron obligados a abandonar la mansión y trasladarse a un lugar mucho más precario. Milos es el único que con viveza recuerda aquella noche, a aquel hombre y sus siniestros ojos. El único que conoce la maldición que su padre invocó sobre él: el contrato que fue obligado a firmar, y sus términos. Desde entonces, y solo por si acaso, mantiene siempre consigo las noventa y nueve canicas negras con las que solía jugar de niño. Milos entró en la academia, se graduó y comenzó su camino como shinobi. Despreciado por los que conocen su historia y aún más por los locos supersticiosos que de verdad creen que sea hijo de un monstruo. Vive en la miseria, cuidando de su madre y aprendiendo las técnicas de su familia como buenamente puede. Soporta día tras día, convencido de que el momento de vengarse llegará, lucha por ese momento, por el instante en que de sus labios salgan las palabras que tanto tiempo a anhelado pronunciar. |
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