¡Katon: Sarutobi... Calzoncillo!
Una nube de humo oscuro invadió el patio y se tragó el pequeño lago central. La niña que acababa de realizar la técnica no pasaba del metro y medio de altura y llevaba el pelo castaño corto y erizado hacia arriba con vehemencia, como si no hubiera gravedad que lo intimidara. Permanecía estática, concentrada, a la espera de una señal; solo iluminada por el resplandor de media luna. Los tres cerezos del patio se sacudían apenas pero amenazantes. Las ventiscas del Remolino eran así: a veces una caricia, a veces un vendaval.
¡GLUP!
Oyó movimiento en el agua, pero fue mínimo. Necesitaba que el pez saltara alto, sino la explosión no lo agarraría. Siguió esperando. De golpe el viento arremetió con impertinencia y se llevó el humo hacia uno de los cuatro espacios habitables que rodeaban el patio. La niña clavó la mirada allá donde el humo se dirigía y le dio un vuelco el corazón: la entrada de la sala de meditación no tenía puerta.
-Mierda, mierda, mierda, mierda...
Se paró en el umbral de la entrada. El soplido del viento había cesado casi al instante pero había sido suficiente para que el humo adquiriera velocidad constante. Avanzaba lento pero sin perspectivas de detenerse y si seguía a ese ritmo terminaría metiéndose en el edificio. La niña empezó a soplar. El humo como si nada.
¿A quién se le ocurre tener una puerta sin puerta? Necesito un abanico o algo de eso" pensó, indignada pero rápida para buscar soluciones. Salió corriendo a buscarlo. El humo avanzaba.
Al otro lado de la casa se escuchó un grito. Venía de la puerta de entrada.
-¡Taoru! ¡Hake! ¡Alguien! ¡Hola!
La voz era grave y masculina y los gritos resonaron por la antigua casona de madera.
La niña pasó corriendo a toda velocidad frente al zaguán de la entrada y apenas dedico una mirada a lo que estaba sucediendo. Tal vez por eso tardó en interpretar lo que acababa de ver. Hasta entonces en su cabeza solo había un pequeño reloj que en lugar de horas y minutos tenía metros y centímetros y que se movía con la misma velocidad con había visto avanzar la nube de humo de su Haisekishō. Estaba a punto de llegar a las 12:00, donde en lugar de un 12, la niña imaginaba la cara del hombre que en ese momento aguardaba en el zaguán muy enfadado.
-¡Hake! Tengo alguien a quién presentarte.
El segundo grito sustituyó la imagen del reloj por lo que acababa de ver. De la mano de Yokusō había un niño pequeño de pelo blanco. Entonces frenó en seco y volvió hacia atrás. Se asomó al zaguán y se acercó caminando lentamente al ritmo que una sonrisa tímida se le dibujaba en el rostro. El niño le resultaba muy llamativo pero estaba todo sucio. Hake no entendía ni lo que estaba sucediendo ni lo que sentía, lo único seguro era que el problema de la nube de humo incendiaria que se arrimaba al interior de la sala de meditación era cosa del pasado.
-¿Quién es?
-Tu nuevo hermano. Aún no tiene nombre pero pronto le buscaremos uno. No sé mucho de él, pero...- Yokusō se detuvo al ver que entre aquellas dos personitas estaba sucediendo algo que trascendía la palabra.
Hake había llegado hasta la dupla y se había sentado en el suelo para quedar a la misma altura que el niño. Estaba perdida en su mirada. El también la miraba. No lloraba, sino que estaba serio. O más bien enojado, pero no sentía que fuera con ella. Parecía muy sereno para ser tan pequeño y estar en una situación desconocida. Estaba agarrado del dedo índice de Yokusō por propia voluntad, el hombre no lo tomaba y estaba parado un paso más atrás que él. Sus ojos eran particularmente llamativos en contraste con su piel parda, más oscura aún por la costra de tierra. Eran como dos destellos de luz en medio de la bruma. Como dos luceros en medio de un mar de... cen... i... zas...
¡BOOOOOOOM!