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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Mirara donde mirara, las llamas cubrían todo lo que quedaba a la vista. Pero no estaba sola. Gritos desesperados, exclamaciones de auxilio, llantos de terror se sucedían sin parar a su alrededor. Ni siquiera tapándose los oídos era capaz de dejar de escucharlos, y en más de una ocasión llegó a desear poder arrancarse las orejas para que aquellos lamentos dejaran de atormentarla de aquella manera. Huía de ellos, corriendo sin parar, y el calor la hacía sudar copiosamente. Hasta el punto de pegarle la ropa contra la piel, pero hacía ya tiempo que había dejado de sentirlo. En su lugar, estaba más preocupada por el horrendo olor que inundaba sus fosas nasales: el olor madera quemada, a tierra quemada; y, sobre todo... a carne quemada.

—¡Papá! ¡Hermano! —se esforzaba en gritar, una y otra vez, aunque ya tenía la garganta irritada de tanto toser y su voz quedaba fácilmente ahogada por el desconsuelo que la rodeaba.

Pero por mucho que mirara a su alrededor, no conseguía ver absolutamente nada. Estaba rodeada por un denso humo, negro como el tizón, que la asfixiaba, le arrebataba el poco oxígeno que conseguía captar del aire ya enrarecido, y la obligaba a toser sin parar. Estaba tan confundida que ni siquiera habría sabido afirmar si era de día o de noche, pues la luz de las llamas decía una cosa, pero la oscuridad del humo decía otra.

—¡¡Papá!! ¡¡Kōri!! ¡¿Dónde estáis?!

Y así de desorientada vagaba por las calles de la aldea, buscando a sus familiares perdidos. ¿Pero qué había pasado? ¿Cuándo se habían separado? ¿Por qué no reconocía ninguna de las calles que estaba recorriendo? ¿Por qué no veía rascacielos, sino casas construidas con madera?

Un sobrenatural bramido hendió el aire súbitamente, haciendo vibrar la tierra bajo sus piesl y acuchillando sus tímpanos sin ningún tipo de piedad. Ayame ahogó una exclamación cuando todo el peso del mundo pareció caer sobre ella. Allí, a varias decenas de metros de su posición y más allá de los edificios en ruinas envueltos en llamas que habían terminado derrumbándose por su propio peso, una titánica silueta se recortaba contra un cielo completamente nublado por la humareda.

«Qué... ¿Qué demonios es eso...?» Estaba congelada. No era capaz de moverse. Era incapaz de apartar la mirada de aquella figura que, grande como uno de los rascacielos más altos de Amegakure, se enzarzaba con los pocos edificios intactos que quedaban y los destrozaba en cuestión de segundos como si no fueran más que cajas de cartón.

Con un violento aspaviento, el monstruo se sacudió sobre sí mismo y un objeto alargado surcó el aire como una flecha. Ayame apenas tuvo tiempo de cubrirse el rostro, con un alarido de terror, cuando el proyectil pasó a escasos centímetros de ella. Un brutal estruendo a su espalda la obligó a girarse para comprobar que había estado a punto de ser aplastada por una colosal viga. Otra persona no había tenido tanta suerte... o al menos eso pudo deducir cuando vio un líquido oscuro expandirse por debajo del listón y, a pocos metros de este, un brazo completamente cercenado.

Una arcada le subió hasta la base de la garganta, y poco le faltó para terminar vomitando.

Pero un nuevo rugido le obligo a apartar la atención de aquella macabra escena. Cuando se dio de nuevo la vuelta, comprobó con horror que el gigante se había vuelto hacia ella y mantenía una posición estática pero tensa. La misma posición que adopta un gato cuando está a punto de saltar sobre un pajarillo desvalido. Su alarido debía haber llamado su atención.

—No... por favor... —suplicó, con lágrimas en los ojos. Pero algo dentro de ella sabía que cualquier tipo de plegaria sería inútil contra algo así.

Trató de correr. Pero, como si no fueran más que dos estacas, tenía las piernas pegadas al suelo.

El titán comenzó a acercarse a ella, con pasos lentos pero seguros. Y en el momento en el que atravesó la última hilera de edificios en llamas que lo separaban de ella, Ayame supo que había llegado su final. Sólo pudo gritar antes de que la figura se abalanzara sobre ella con las fauces abiertas de par en par...
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#2
—¡NO! ¡NO, POR FAVOR! —gritaba, revolviéndose entre violentos aspavientos, tratando de apartarse de aquellos ojos aguamarina que estaban clavados sobre ella. Algo la retuvo agarrándola firmemente por los hombros y ella volvió a chillar.

—¡Ayame, cálmate! ¡Soy yo!

Ayame se detuvo en seco al oír aquella voz, grave y severa. Resollaba con esfuerzo y sentía las pulsaciones de su corazón en las sienes como si hubiese estado corriendo desde Amegakure hasta Kusagakure, y aún le costó algunos segundos comprender que había estado soñando y que no había ningún monstruo gigante persiguiéndola. De hecho, eran los brazos de Aotsuki Zetsuo, su padre, los que la sostenían contra el colchón. Y eran sus ojos los que estaban clavados sobre ella. El penetrante olor de los antisépticos había sustituído al del fuego, y cuando miró alrededor se vio en una habitación desconocida, de paredes y suelos inmaculadamente blancos y mobiliario prácticamente inexistente. Un armario empotrado, un par de sillas dispersas y la cama donde estaba tumbada ella era todo lo que se podía encontrar allí. Al fondo de la habitación, la lluvia repiqueteaba con fuerza contra las ventanas, a través de las cuales sólo era capaz de ver los oscuros nubarrones que cubrían siempre la Villa Oculta de la Lluvia.

—Do... ¿Dónde estoy? —tartamudeó, aún jadeante.

Zetsuo la soltó, quizás al comprobar que había terminado de calmarse. Cuando se reincorporó, Ayame se fijó por primera vez en que no vestía con sus habituales ropajes, sino que iba cubierto con una larga bata blanca.

—En el hospital —respondió, y ante la sobresaltada mirada interrogante que le dirigió su hija entrecerró ligeramente los ojos con el ceño fruncido—. ¡Te encontraron desmayada en pleno Distrito Comercial! ¿En qué cojones estabas pensando, niña? ¿Sabes la neumonía que has sufrido por esa jodida costumbre tuya de ir sin paraguas?

Ayame se vio obligada a agachar la cabeza en un gesto sumiso.

—Yo... yo... no recuerdo nada...

—¡Claro que no recuerdas nada! ¡Has estado inconsciente durante casi una semana!

—¡¿Una semana?! —aquello sí que no se lo esperaba. No sólo no recordaba nada sino que además había estado prácticamente una semana fuera de combate. ¿Pero qué era lo que le había pasado? ¿Qué era lo último que recordaba? Lo último... Lo último...—. Pero... el fuego...

—¿Fuego?

—Hacía calor... había fuego... Me quemaba...

Zetsuo sacudió la cabeza.

—Delirios de la fiebre. No ha habido ningún incendio, Ayame.

Ella asintió débilmente, aún compungida. Le resultaba terriblemente frustrante el no recordar algo que le había pasado. Y más cuando se trataba de algo tan serio como una pulmonía. Pero no le quedaba más remedio que resignarse a lo evidente.

—¿Cuánto tiempo tendré que quedarme aquí?

La pregunta pareció pillar desprevenido a Zetsuo, pero enseguida salió al paso.

—No mucho más, ahora que has despertado. Un día, o quizás dos —con las manos entrelazadas tras la espalda, el hombre se dirigió hacia la puerta de salida—. Por el momento deberías intentar descansar. Traeré algo para que puedas dormir.

—No quiero dormir... —replicó, temerosa de volver a aquella terrible pesadilla y encontrarse de nuevo cara a cara con el monstruo.

Zetsuo la miró largamente antes de responder.

—Dormirás. Aún no estás recuperada del todo.

Y, sin más, abandonó la habitación. Pese a que Ayame se había quedado con las ganas de pedirle que no la dejara sola en aquellas circunstancias, pese a que le hubiese gustado pedirle un abrazo que la tranquilizara... Nada de eso sucedió, y ahora estaba sola con su conciencia.

Sólo tenía que esperar a que la obligaran a dormir y rezar porque en aquella ocasión sus sueños fueran más agradables.

Pero aquella sólo había sido la primera de las pesadillas que la acosarían a partir de ese día.
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#3
No le sorprendió ver que Kōri estaba ya en el pasillo cuando la puerta se cerró a su espalda con un ligero "click".

—¿Has avisado ya a la enfermera?

—Sí. Enseguida vendrá con un calmante —Zetsuo asintió, satisfecho. Kōri dirigió una rápida mirada a la puerta de la habitación antes de volver a sus ojos—. ¿Cómo está?

Zetsuo volteó ligeramente el rostro.

—Mejor de lo que esperaba, la verdad. Por suerte, el sello de retención funcionó a la perfección —dejó escapar una risilla entre dientes, y se llevó una mano a la frente—. Quién me diría que esa ingenuidad suya sería tan afortunada en un momento así. No ha tardado ni medio minuto en comenzar a preguntar.

—Entonces... ¿No sabe lo que realmente ocurrió?

—No —el médico sacudió la cabeza. Su rostro volvía a ser tan serio y grave como de costumbre—. Son órdenes de Yui-sama. Y, realmente, es mejor así. Por ahora cree que ha sufrido una pulmonía que la ha mantenido en cama todo este tiempo.

Kōri se mantuvo algunos segundos en silencio, pensativo.

—¿Y qué pasará cuando sepa que Kusagakure ha sido destruida de la noche a la mañana? La voz ya ha empezado a correrse, no tardará en llegar a ella.

—Conocerá la versión oficial, la que conocen todos los ciudadanos: que el Kyūbi apareció en Kusagakure y ellos fueron incapaces de someterlo. Que nuestra aldea intervino para reducirlo y destruirlo, con grandes sacrificios a su paso —Zetsuo le dirigió una larga mirada a Kōri, asegurándose de que estaba comprendiendo todo lo que le estaba indicando. Su hijo no tardó en asentir, solemne como una estatua de mármol—. De hecho, sería conveniente que nosotros mismos nos creyéramos esa versión de la historia. La verdad es un arma peligrosa. Ayame no puede llegar a saber que fue ella la causante de una destrucción de tal magnitud.

—Entendido —los ojos de Kōri no reflejaban ningún tipo de sentimiento ni emoción cuando volvió a asentir, pero Zetsuo sabía que su hijo cumpliría con diligencia lo mandado.

Aún así, el joven dirigió una última mirada a la habitación donde se encontraba su hermana pequeña.

—Cuesta creer que un monstruo tan destructivo está en el interior del cuerpo de una niña tan inocente.
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