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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
—Golpéame.

Tan sólo había pronunciado una palabra. Pero aquella palabra estaba cargada de una impersonalidad y una frialdad que Ayame no estaba acostumbrada a escuchar. Ni siquiera en su hermano mayor. Quizás fue eso lo que le hizo titubear durante unos instantes. Y aquello fue más que suficiente para que Kōri atravesara en apenas un parpadeo la distancia que los separaba. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, sintió el beso gélido de la muerte en su cuello.

Ayame jadeó, y un escalofrío recorrió su espina dorsal.

—Lo... lo siento...

—¿Qué te pasa? —preguntó él, al tiempo que retiraba la daga de hielo que se había formado en su mano—. Desde hace unos días parece que tienes la cabeza en otra parte.

Ayame desvió la mirada, incapaz de sostener aquellos iris escarchados que la examinaban de aquella manera.

Sí. Tenía la cabeza en otra parte desde hacía varios días. Desde lo ocurrido en aquella siniestra mansión encantada de la que fortuitamente había salido con vida. Desde que había descubierto la terrible verdad que yacía detrás de la destrucción de Kusagakure...

—¡Nada! ¿Qué me va a pasar? —replicó, sin embargo.

Kōri alzó una ceja en un gesto escéptico al ver bailar la sombra de la mentira en la temblorosa voz de Ayame. Sin embargo, en lugar de presionarla en un interrogatorio que no sacaría más que otro berrinche infortuito, se alejó de ella unos pasos:

—Será mejor que lo dejemos aquí —resolvió, y Ayame dejó caer los hombros antes de seguirle con gesto abatido de vuelta a su habitación.

El hotel en el que se habían alojado contaba con varios dojos de entrenamiento reservados aquellos días específicamente para los participantes del torneo que iba a celebrarse en breves. El tatami en cuestión era un edificio adyacente al hotel, construido con madera sobre una tarima flotante que crujía bajo los pies de los dos hermanos.

—No estás concentrada, Ayame —le dijo Kōri de repente.

—¿Q... qué? —Ayame brincó, distraída. Su hermano dejó escapar un profundo suspiro, abrió la puerta corredera con un ligero siseo y le dio paso para salir del lugar.

—Cuando combatimos, ya sea con padre o conmigo, no nos miras a nosotros. Miras más allá, como si estuvieras continuamente perdida. No escuchas nuestras indicaciones, vacilas cada dos por tres. Ni siquiera esquivas los golpes más simples. Si sigues así para el torneo, me temo que no durarás ni dos minutos allí fuera.

Ayame volvió a hundir la mirada, con un punzante dolor a la altura del pecho. Si había algo que le doliera de verdad, era precisamente decepcionar a su familia. Sin embargo...

—¿Algún día confiarás en nosotros?

Aquella frase caló como un jarro de agua fría. Ayame había detenido sus pasos y miraba con ojos desorbitados a su hermano mayor.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que no confías en nosotros. Te ocultas, no nos cuentas nada y tratas de enmascarar tus problemas detrás de una sonrisa temblorosa. Algo dentro de ti cambió cuando empezaste a acudir a la academia ninja. ¿Por qué esa obsesión de llevar siempre algo en la frente? ¿Por qué estás ahora en las nubes?

»Crees que no nos damos cuenta, pero eres como un libro abierto de par en par, Ayame. No nos puedes ocultar nada. Y a padre menos. Si no ha decidido meterse en tu cabeza para sacarte la información es porque respeta tu intimidad. Pero se nos está acabando la paciencia.


Ayame contenía la respiración, aterrorizada ante lo que estaba escuchando. Kōri nunca se había abierto hacia ella de una manera tan clara, pero sus palabras eran cortantes como la más fría ventisca en una noche despejada de invierno. Le hacía daño, dolía de verdad...

Pero antes de que pudiera replicar, o se le ocurriera siquiera algo que decir, se dio media vuelta y continuó su camino hacia la habitación 247.
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#2
Zetsuo entrecerró ligeramente los ojos al escuchar el sonido de unas pisadas acercándose a la puerta de la habitación que ocupaban en El Patito Frito. El sibilante silbido de la cafetera se entremezcló con los firmes toques de unos nudillos contra la madera.

El médico ladeó la cabeza. Sabía que sus hijos contaban con una copia de las llaves de la habitación, por lo que no podrían ser ellos a menos que se diera el improbable caso de que ambos la hubiesen perdido. De Ayame podría creerlo, después de todo aquella chiquilla parecía tener últimamente la cabeza en las nubes; pero Kōri no cometería una imprudencia así jamás. Pero si no eran ellos... ¿Entonces quién?

Los toques volvieron a repetirse. Zetsuo suspiró, y se apartó de la cocina para atravesar el comedor y abrir la puerta de la entrada. Y lo que vio allí no le gustó nada.

—¿Qué cojones estás haciendo tú aquí?

El visitante era un hombre alto de mediana edad y cuerpo tonificado que iba envuelto en una capa de viaje de color oscuro. Aquellos ojos castaños tan familiares le miraban esa sorna contenida que tanto detestaba en él, y de la que él tanto disfrutaba al verle perder los estribos

—Oh, Zetsuo, tú siempre tan formal y cordial como siempre, ¿sí? El viaje muy bien, algo ajetreado, ya sabes, los carros se movían demasiado para mi gusto. ¡Ay, pues claro que me gustaría probar una taza de ese café recién hecho que huelo desde aquí!

Pero Zetsuo no se movió del sitio, ni su rostro varió siquiera un ápice. La cafetera a su espalda cada vez silbaba con más violencia, pero él no parecía escucharla.

—Te presentas aquí después de... ¿Cuánto? ¿Once años? ¿Y de verdad pretendes que te reciba con los brazos abiertos, Karoi? Espero que no tengas los santos cojones de decirme que vienes buscando a Ayame.

La actitud despreocupada y mordaz de Karoi mudó repentinamente a un rostro inusualmente serio. Y Zetsuo ni siquiera necesitó adentrarse en sus pensamientos para saber lo que estaba a punto de decirle. Su rostro era un verdadero libro abierto.

—¿A qué iba a venir si no? ¿A verte a ti la cara, querido cuñado? Creía tener entendido que a cada participante del torneo le daban tres invitaciones para familiares y amigos, ¿sí? Esperaba que hubieras tenido la decencia de acordarte de mí, ¡pero al final he tenido que pagarme el viaje y el alojamiento!

—Ayame ni siquiera sabe que existes. ¿A qué viene este cambio ahora, Karoi? Después de tanto tiempo ignorando su sola existenc...

—Es injusto que alguien como tú me diga eso, Zetsuo —le interrumpió con brusquedad, temblaba de rabia—. Después de que te pasaras casi dos años ahogándote en alcohol después de la muerte de mi hermana y dejando que tu hijo se encargara de su hermanita, ¿sí? Sabes perfectamente que no he estado, precisamente, en un viaje de placer. Sabes perfectamente que casi he velado más por tu familia de lo que tú podrías llegar a hacer nunca.

La madera de la puerta crujió peligrosamente bajo los dedos de Zetsuo. Si hubiera podido volatilizarle con solo una mirada, lo habría hecho por lo menos cinco veces. Podía sentir su sangre borbotar de ira a la altura del pecho, como un caldero del infierno ante la mera mención de aquel doloroso pasado que tanto se afanaba por olvidar.

—No sabes nada, jodido niñato. Nunca lo has hecho. Y lo que ocurra en esta familia ya no es de tu incumbencia. ¿Vas a ir al grano o me vas a obligar a sacarte por la ventana de una patada en los cojones, Karoi?

—Oh, claro que voy a ir al grano —respiró hondo; y, de alguna manera, la calma pareció volver paulatinamente a sus facciones—. Y para que veas si me preocupa lo que ocurra en tu familia, serás el primero en saberlo, ¿sí?: Voy a entrenar a Ayame.

Aquellas simples cinco palabras fueron como un verdadero mazazo en el cráneo. La cafetera parecía a punto de estallar.

—¿Que... vas... a... qué...? —repitió, lento y siseante como una amenazadora serpiente de cascabel a punto de atacar—. ¿Qué te hace pensar que voy a permitir una locura así? ¿Has perdido el juicio del todo?

—Soy el único Hōzuki que conoces y del que te puedes fiar, ¿sí? Bueno, siendo tú, más o menos —añadió, al tiempo que le dirigía una mirada evaluadora—. Ayame tiene todo el derecho de conocer las técnicas de su clan, y me temo que ni tú ni tu hijo mayor, por muy genio que sea, vais a poder enseñárselas.

—Ayame es una Aotsuki. No necesita esas técnicas —susurró.

—Es una Aotsuki, pero por sus venas corre la sangre de Shiruka. ¿Le vas a negar eso? ¿Le vas a negar que conozca las raíces de su poder? ¿Acaso le negaste a Kōri que aprendiera las técnicas del hielo que ahora maneja?

—¡Los Yuki no tratan de arrebatarme a mi hijo! ¡LOS HOZUKI SÍ! —bramó Zetsuo, totalmente ido de sí.

Cualquier otra persona se habría amedrentado ante aquella muestra de ira primitiva, pero Karoi no era "cualquier persona" y se mantuvo sobre sus pies sin moverse ni un sólo ápice.

—Zetsuo-san, esto no es ningún capricho mío. Sabes que estoy de vuestra parte; si no, no estaría arriesgando el pellejo como lo estoy haciendo presentándome aquí —respondió, conciliador—. Pero Ayame necesita conocer esas técnicas, necesita saber defenderse frente a los suyos. Los Hōzuki están cada vez más inquietos, la están vigilando continuamente, y podrían saltar sobre ella en cualquier momen...

Se interrumpió bruscamente y giró la cabeza hacia un lado del pasillo. A lo lejos se escuchaba dos voces que se acercaban cada vez más: una voz masculina, átona e impersonal, que respondía a una femenina, más inquieta y cantarina. Kōri y Ayame. Karoi se volvió una última vez hacia él.

—¿Prefieres que sean ellos o que sea yo?
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#3
—Ayame, este es Karoi —farfulló Zetsuo, señalando al hombre que se encontraba junto a él. A Ayame le pareció que le costaba pronunciar aquellas palabras, como si fueran una masa pastosa en su boca que le impidieran vocalizar correctamente—. Tu tío.

Ayame tardó algunos segundos en darse cuenta de que se había quedado boquiabierta.

—Q... ¿Qué? —balbuceó, con los ojos abiertos como platos. Intercambió una mirada con Kōri, pero le sorprendió descubrir que, en contraste con su estupefacción, su hermano mayor se mantenía tan calmo como siempre—. Mi... ¿Mi tío? ¿Entonces es tu...?

El desconocido, su supuesto tío, soltó una carcajada que sonó como un ladrido seco y cortante.

—¡JA! ¡Qué más quisiera él! Yo soy hermano de tu madre, Hōzuki Shiruka.

Ayame los miraba de manera alternativa, una y otra vez. Ahora que se fijaba, en realidad Karoi era casi la parte opuesta a su padre. Aunque era prácticamente igual de alto que él, era notablemente más joven que él (debía rondar la treintena); y, sin duda, más fuerte. Su cuerpo no era especialmente corpulento, pero sí estaba tonificado y los músculos comenzaban a marcarse en sus brazos. Tenía la cabeza cubierta por un gorro de lana, en el que llevaba adosada la placa metálica que le identificaba como shinobi de Amegakure; pero algunos mechones de cabello azulado caían sobre su frente y sus hombros, a juego con la perilla que nacía de su barbilla. Sin embargo, lo que más contrastaba con su padre era, sin duda alguna su rostro, un rostro de gesto desvergonzado, sonriente y socarrón.

Ayame estaba atónita. Pese a lo simple de las palabras de Zetsuo y Karoi, ella no parecía entenderles. Como si le estuviesen hablando en otro idioma. La presentación había sido un tanto brusca.

Y, sin embargo, el que fuera hermano de su fallecida madre había despertado toda su curiosidad. Era lo más cerca que podía estar de ella... de saber cómo era.

—Pero... si eso es verdad... —continuó—. ¿Cómo es que nunca...? ¿Por qué...?

«¿Por qué nunca he sabido de tu existencia? ¿Por qué nunca has venido a verme si soy tu sobrina?» Completó en su mente, pero fue incapaz de pronunciar las palabras y terminó por morderse el labio inferior.

Un tenso silencio inundó el ambiente durante algunos segundos. Kōri se mantenía a un lado de la conversación, simplemente los escuchaba; Zetsuo estudiaba la situación con los brazos cruzados; y Karoi se limitó a ladear ligeramente el rostro como si estuviera decidiendo qué palabras debía utilizar.

—Lo siento muchísimo, Ayame. Tengo deberes importantes que atender como shinobi. Supongo que lo entenderás.

Zetsuo clavó sus ojos aguamarina en Karoi en una mirada nada amigable, y el hombre le sostuvo el reto prácticamente sin pestañear.

—¿Y ya no los tienes? —se atrevió a preguntar Ayame, con un débil hilo de voz—. ¿Por qué ahora de repente?

Karoi le sonrió con afabilidad.

—Sigo teniendo mis deberes, pero podemos decir que estoy más libre que antes. Por eso he decidido que, si tú quieres, te entrenaré para que conozcas las técnicas del clan Hōzuki.

Zetsuo había cerrado los ojos, pero a Ayame no le pasó desapercibido el hecho de que había apretado el agarre sobre sus brazos.

—Las técnicas del clan... —repitió, en un murmullo extasiado.

—Sí, las técnicas del clan —asintió el hombre—. Ya conoces las bases del Suika no Jutsu, ¿verdad?

Ayame asintió levemente. De hecho, no sólo conocía sus bases. Había alcanzado la segunda etapa e incluso había desarrollado una técnica propia a partir de los fundamentos de la Técnica de la Hidratación. Pero eso no lo sabía nadie, y era posible que no lo supieran hasta que decidiera usarlas en el torneo.

—Pues yo te enseñaré el resto del repertorio del clan Hōzuki y a perfeccionar tus técnicas. ¿Qué me dices, pequeñaja? Con estos dos me temo que no vas a poder avanzar...

Algo se removió dentro de Ayame al escuchar aquellas palabras.

—Basta, Karoi —intervino Zetsuo, con ojos relampagueantes—. No permitiré que la extorsiones de esa manera.

—¿Extorsionar? ¿Pero qué estás diciendo, viejo chocho? ¿Acaso me vas a decir que es mentira? ¿Pretendéis enseñarle vosotros los secretos del c...?

—¡Me importa una mierda vuestro clan! ¡¡Ella es una Aotsuki, no una Hozuki!!

Temblando de terror, Ayame se encogió ligeramente sobre sí misma, asustada ante la repentina explosión. Karoi la miró directamente, quizás buscando una respuesta a su invitación, pero fue incapaz de responder. Finalmente, su tío sonrió y se dio media vuelta.

—En fin. Yo ya he dicho todo lo que tenía que decir, la decisión está en tus manos pequeñaja. Ha sido un placer.

Le extendió la mano. Tras un momento de duda, Ayame se la estrechó y algo áspero rozó su palma. Karoi volvió a sonreír y le revolvió el pelo en un último gesto antes de encaminar el pasillo hacia la salida del hotel.

¡Bye-bye!

Todo se mantuvo inamovible durante algunos tensos segundos. Finalmente, Zetsuo resopló y se digirió a la cocina para limpiar los restos del café que habían ensuciado la encimera después de que la cafetera estallara. Ayame ignoró todo lo demás y se dirigió a un rincón de la habitación para tumbarse en su cama.

Desdobló el papel que le había pasado Karoi y lo leyó por lo menos tres veces.

"Si aceptas, te esperaré en el lago que queda al oeste del estadio del torneo."

Demasiadas cosas en las que pensar...
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#4
«Ni siquiera estoy segura de estar haciendo lo correcto...» Se repitió, por enésima vez, mientras sus ojos vagaban por la nota de Karoi una vez más.

Era consciente de la animadversión que parecía sentir su padre hacia su tío, aunque no entendiera el por qué de ello. Por eso había decidido, tras mucho tiempo meditándolo, que haría aquello a escondidas. Sin avisar a nadie. Prefería no tener que inventar excusas, ni tratar de convencer a nadie para que le dejaran hacer lo que deseaba. Aunque tuviera que lidiar después con las explicaciones que, sin duda, le exigiría su padre.

El estadio quedaba prácticamente en el extremo opuesto a El Patito Frito, por lo que gastó casi una hora en llegar hasta allí y buscar después el lago que debía encontrarse en su parte occidental. Por fortuna, no le costó encontrarlo. Una masa de agua tan grande difícilmente podía pasar desapercibida, por lo que enseguida llegó hasta él.

Aunque de espaldas a ella y con la mirada perdida en algún punto del agua, Karoi parecía estar aguardándola en la misma orilla, con los brazos cruzados y los pies sumergidos en las aguas.

—Así que al final has venido, pequeñaja —la saludó, sobresaltándola. No creía que hubiese percibido su presencia tan rápido.

—S... sí... supongo... —torció el gesto ligeramente, y no se le escapó la sonrisa burlona que había curvado los labios del que se suponía que era su tío.

—¿Por qué?

—¿Cómo dices? —aquella pregunta la sorprendió. Karoi se había girado hacia ella, y Ayame se vio sumergida en su penetrante mirada de color avellana. Aquellos ojos se le antojaban... familiares.

—¿Por qué has venido? Has decidido desoír las órdenes de tu padre, ¿sí? ¿O me vas a decir que le has pedido permiso para venir a verme y él ha aceptado de buen grado? —no necesitaba una respuesta a esas preguntas, su sonrisa irónica lo decía todo por él.

—Y... yo... —Ayame se removió en el sitio, incómoda. Intercambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, mientras trataba de pensar qué debía decir en una situación así—. Bueno... Has aparecido de golpe y... y... de repente tengo un tío... el hermano de mamá... y encima Hōzuki... como yo... —se había llevado la mano al pecho, tratando de contener el alocado ritmo de su corazón.

No conseguía explicar el enredado nudo que formaban sus sentimientos. No conseguía definirlos con palabras; y, para su completa desesperación, parecía que Karoi se estaba divirtiendo con toda aquella situación. Estaba segura de que él ya sabía todo aquello, pero parecía querer escucharlo de sus labios.

—¿Y qué más? —la instigaba.

—Tengo curiosidad...

«Nunca conocí a mamá, y tú eres lo más cercano a ella que puedo encontrar» Pensaba, pero era incapaz de formular aquellas palabras de manera tan directa, por lo que terminó mordiéndose el labio inferior.

—Me gustaría que me entrenaras, Karoi-san. Quiero conocer las técnicas de los Hōzuki...

Karoi la observó durante unos tensos segundos en los que el único sonido que se atrevía a romper el silencio era el murmullo del agua rompiendo en la orilla. Finalmente, la sonrisa de su tío se hizo aún más amplia e inclinó ligeramente la cabeza.

—Tus deseos son órdenes para mí, pequeñaja —teatralizó, con una exagerada inclinación con la cabeza. Entonces se llevó una mano al mentón, en un gesto pensativo—. Eso sí, llámame sólo Karoi, por favor. Dejemos los formalismos para gente tan recta como tu padre. Veamos... aún queda una semana para el comienzo del torneo, ¿sí? Tendremos que ponernos las pilas. ¿Qué conoces del clan Hōzuki?

—Eh... ¿nada...? —murmuró, con un tímido hilo de voz, pero Karoi la invitó a que continuara hablando. Ayame se mantuvo pensativa durante unos breves instantes—. Bueno... supongo que pueden transformar el cuerpo en agua a voluntad...

—Y viceversa. Sí, esa es nuestra principal característica. Pero no es la única, ni mucho menos —el hombre avanzó hasta salir por completo del agua y se sentó con las piernas cruzadas sobre la tierra—. Ven, pequeñaja. La primera lección es una vieja historia...

Ayame dudó momentáneamente, pero al final se acercó a Karoi y se sentó junto a él con el cuerpo rígido por la tensión que sentía. Su tío pareció percibirlo, porque soltó una sonora carcajada cuando la miró.

—Puedes relajarte, no te voy a comer, ni a lanzar al lago. Todavía —le guiñó un ojo, y Ayame se permitió el lujo de soltar una sutil risilla. Fue entonces cuando su gesto adoptó un tinte repentinamente serio, pero no severo. Era la seriedad de lo profundo, la seriedad de lo más hondo de las aguas de un océano—. El clan Hōzuki surgió hace mucho, mucho tiempo en algún lugar perdido en el este de Ōnindo. En lo que ahora llamamos el País del Agua, donde una vez se escondió la Aldea Oculta entre la Niebla: Kirigakure. Nadie recuerda lo buena o lo mala que fue aquella época... Bueno, quizás los miembros más ancestrales o los jefazos sí guarden leyendas sobre ello, pero yo no tengo la más remota idea. Sin embargo, todos nosotros sabemos que, tras la destrucción de las Cinco Grandes Aldeas al intentar utilizar a los bijū, los Hōzuki nos vimos obligados a repartirnos por el mundo huyendo de la muerte y de la destrucción...

Ayame volvió a removerse de manera inconsciente, con los puños apretados contra las rodillas. En su mente, la imagen de una aldea destruida a manos de una bestia, era la de Kusagakure. De tan sólo pensar que algo muy similar había ocurrido en cinco sitios a la vez... por la misma codicia de las personas...

Karoi la rescató de su ensimismamiento con un carraspeo, tratando de atraer su atención al mundo real de nuevo.

—Perdón, yo...

Pero Karoi le restó importancia agitando una mano en el aire antes de proseguir con su historia.

—Como iba diciendo, los Hōzuki se dispersaron por Ōnindo. Aunque una buena parte se quedó en Amegakure, por lo obvio, ¿sí?.

—¿Por lo obvio...?

—¡Por supuesto! Como tú misma has dicho, somos capaces de transformar nuestros cuerpos en agua y viceversa. Prácticamente somos el agua, por lo que un ambiente tan húmedo, en el que no para de llover, es lo mejor que podríamos encontrar junto a la ya destruida Kirigakure. Nuestras habilidades requieren que estemos constantemente hidratados, de lo contrario perderíamos gran parte de nuestro poder. Vivir en un desierto sería cavar nuestra propia tumba, desde luego. O un negocio millonario si consigues adaptarte al calor extremo y a la arena, ¿sí? —volvió a bromear, guiñándole de nuevo el ojo. Entonces se levantó repentinamente, y sacudió el polvo de sus pantalones—. Pero ya te he dicho que no es nuestra única habilidad, ¿sí? Y te enseñaré a utilizar nuestras técnicas.

—¿De verdad? ¡Sí! —exclamó una repentinamente eufórica Ayame—. ¿Y por dónde empezamos?

—No por el principio, desde luego —Ayame ladeó la cabeza, confundida, pero Karoi se limitó a encogerse de hombros—. Ya conoces el Suika no Jutsu, así que voy a comprobar cuál es tu nivel de manipulación del chakra enseñándote una técnica especial. De más alto nivel.

Aquello hundió un poco los ánimos de Ayame. Si no sabía nada del clan Hōzuki, si ni siquiera había llegado a perfeccionar la Técnica de la Hidratación, ¿cómo tenía la esperanza de que pudiera dominar una técnica de alto nivel? ¡Ni siquiera lo había conseguido con el Suiton o el Genjutsu!

Estaba a punto de protestar cuando Karoi levantó un dedo y señaló hacia su espalda.

—Es la hora de lanzarte al lago.
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#5
Por fortuna, lo de lanzarla al agua sólo había resultado ser una inocente metáfora. Karoi invitó a Ayame a que se colocara de pie sobre las aguas del lago, y la muchacha no dudó en acatar sus instrucciones.

—¿Qué es lo que vamos a hacer? —le preguntó a su tío, incapaz de retener por más tiempo la curiosidad.

—Tú espera y verás, ¿sí? —replicó, con una sonrisa.

El hombre no se había adentrado en el agua; de hecho, se había quedado a una prudente distancia de las olas rompientes, en la orilla. Ayame no tardó en reparar en que la tierra que estaba pisando su tío se oscurecía por momentos, y que esa oscuridad se expandía a su alrededor hasta que el suelo comenzó a arrugarse y convertirse en lo que parecía ser... ¿barro?

Ante la extrañeza de Ayame, Karoi levantó ambas manos. A su señal, un montón de burbujas de agua brotaron de la misma tierra empapada y se mantuvieron flotando a su alrededor como si de planetas alrededor de un sol se trataran.

—Mizu Fūsen no Jutsu —pronunció Karoi, ensanchando aún más su sonrisa.

Las burbujas se abalanzaron repentinamente contra ella, y Ayame apenas tuvo el suficiente tiempo para hacerse a un lado y dejar que pasaran junto a ella. Algunas de las esferas, sin embargo, acertaron como un auténtico cañonazo. De lleno en su hombro izquierdo. El impacto la tiró de espaldas con un aullido de dolor, y de repente se vio a sí misma pataleando frenéticamente por volver a la superficie.

—P... ¡¿Pero qué haces?! —le gritó, apenas hubo recuperado el aire.

Pero Karoi seguía sonriendo, despreocupado, como si todo aquello no fuera más que un infantil juego.

—Esta es la técnica de alto rango que voy a enseñarte, pequeñaja. Por eso te he traído aquí.

—¿¡Y era necesario lanzármela sin tan siquiera avisar!? —Ayame había apoyado sendas manos sobre el agua para impulsarse y colocarse de nuevo en pie—. ¡Ha dolido!

—¿Cómo vas a aprender una técnica si no conoces sus efectos? —Karoi se encogió de hombros, y Ayame sintió un desagradable escalofrío. Quizás su padre estaba en lo cierto al desconfiar en aquel hombre. Quizás era peligroso de verdad... Quizás había cometido una gravísima locura acudiendo sola a aquel lugar sin tan siquiera conocerle... Su tío debió de leer el terror en sus ojos, porque suavizó su gesto en una sonrisa conciliadora—. ¡Oh, vamos, pequeñaja! No me digas que te estás acobardando. Nunca permitiría que te pasara nada malo... ¡Ni siquiera he utilizado todo el potencial de la técnica! Deberías haber podido esquivarla.

«Pero no he podido...» Respondió mentalmente, mordiéndose el labio inferior.

—Bueno, dejémonos de cháchara y pasemos a la acción —zanjó el hombre, con una sonora palmada—. Te he echo meterte en el lago porque de esa manera te sería más fácil comenzar a practicar. Como ya te he dicho, es una técnica de alto nivel, algo lejos del alcance de una genin recién iniciada como tú que jamás ha tenido contacto alguno con los miembros de su clan.

Ayame agachó la mirada, ligeramente avergonzada. Realmente, era algo que escapaba por completo de su control, pero no podía evitar sentir que su retraso en el dominio de las artes del clan Hōzuki era por su culpa.

—La técnica se llama Mizu Fūsen no Jutsu; es decir "Tecnica de las bolas de agua". Y supongo que ya te habrás imaginado por qué se llama así.

Ayame resopló, aún enfurruñada; pero aquel gesto infantil tan sólo desató una nueva carcajada por parte de su tío.

—Vamos, vamos, pequeñaja. Si no me perdonas no podré enseñarte la técnica. ¿Trato?

—Me llamo Ayame, no "pequeñaja" —le espetó, entrecerrando los ojos, pero relajó la postura de su cuerpo lo suficiente como para dar a entender que aceptaba la condición del perdón a cambio de la instrucción.

—Pequeñaja, lo mismo da —Karoi volvió a encogerse de hombros, burlón. Si de verdad buscaba el perdón, desde luego no lo hacía nada fácil—. Bien, ¿por dónde iba? Ah, sí. El primer paso que tienes que llevar a cabo es extender el chakra en la masa de agua que tienes bajo tus pies. Inundarla de tu energía, y hacer que el agua te obedezca y se alce en forma de burbujas como he hecho yo antes.

Ayame tragó saliva con esfuerzo, abrumada. Lo que le estaba pidiendo era demasiado complejo para su manejo del chakra. Era imposible que pudiera conseguir una hazaña así...

—L... lo intentaré... —balbuceó; sin embargo—. Pero, Karoi-san, debajo de ti no hay agua. ¿Cómo lo has hecho entonces?

—Hablaremos de ello cuando termines con tus deberes —sonrió—. Ahora, si me permites, pequeñaja, te dejaré sola para que puedas practicar con tranquilidad, ¿sí? El proceso te llevará varios días como mínimo.

—¡Esp...!

Había alzado una mano, en un ademán de detener a su tío antes de que se marchara y la abandonara allí a su suerte. Pero la exclamación se ahogó en su garganta. Cuando Karoi se dio la vuelta, Ayame reparó en un objeto que pendía de la parte trasera de la cadera de Karoi.

Un objeto blanco y rectangular, con un pico puntiagudo y sobresaliente.

Una máscara...

De caballito de mar...

«¿Umiuma...?
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#6
Lo peor fue tener que admitir que su tío tenía razón. El entrenamiento del Mizu Fūsen no Jutsu no iba a ser cosa de un día... ni siquiera de una semana.

Era posible que su fracaso se viera a su actual incapacidad para concentrarse, tal y como ya le ocurría durante sus entrenamientos con Zetsuo y Kōri, Ayame perdía el norte cada dos por tres cuando su mente se empeñaba en volar más allá de las nubes, al otro lado del bosque... También era posible que aquellos fracasos tuviesen que ver con la carga de noticias que estaba recibiendo últimamente: Karoi, aquel hermano de su madre del que nunca había tenido noticia alguna y ni siquiera sabía de su existencia, había resultado ser la misma persona que Umiuma. Y por si no fueran ya suficientes las dificultades que encontraba a la hora de dominar la técnica, tenía que realizar los entrenamientos siempre a escondidas, para evitar la ira y la desconfianza que sentía su padre hacia su tío y hacia los Hōzuki. Por esa razón, Ayame acudía en cualquiera de sus ratos libres a aquel mismo lago donde Karoi la había citado para entrenar en secreto. En realidad podría haberlo hecho en cualquier otra laguna más cercana, las corrientes de agua eran abundantes en aquellos dojos, pero su principal intención era reencontrarse con su tío para poder preguntarle acerca de su máscara y de su identidad como Umiuma, pero el hombre había desaparecido desde el primer día en el que la dejó sola y no había vuelto a saber de él ni a recibir más instrucciones.

Y así pasaron los días de manera inexorable... Y a los días les sucedían los continuos fracasos, una y otra vez.

El torneo estaba prácticamente a la vuelta de la esquina. Y en más de una vez Ayame se estiró de los pelos, lloró y pataleó de pura rabia.

Las burbujas se negaban a levantarse a su orden. El agua se limitaba a burbujear y agitarse de manera nerviosa ante la inducción de su chakra. En alguna ocasión, el agua se alzaba en forma de churros amorfos que no tardaban en desaparecer y desplomarse de nuevo... Lo más lejos que llegó fue a crear una burbuja del tamaño de una canica. Y ni siquiera estaba del todo segura que hubiese sido un logro suyo o fruto de las continuas salpicaduras que formaba con cada intento.

—Es imposible... —sollozaba, una y otra vez. ¿En qué momento le había pedido a Karoi que le enseñara una técnica de alto nivel? ¿Por qué no habían empezado por lo básico más allá de la Técnica de la Hidratación? Ayame estaba segura de que la estaba sometiendo a algún tipo de prueba, pero a cada día que pasaba, más y más segura estaba de que aquello era demasiado para ella.

Hasta el día justo antes del torneo.

Aquella mañana se levantó con una energía inusitada. Algo dentro de ella le decía que iba a ser un buen día, e incluso el cielo despejado le transmitía, prácticamente por primera vez, una energía positiva que no creía que fuera posible sentir a aquellas alturas.

«Tengo que conseguirlo... O si no caeré en la primera ronda y entonces decepcionaré a papá al haber roto su apuesta. Además... es posible que me enfrente a Daruu-san.»

Con aquellos pensamientos en mente, Ayame volvió a colocarse en la misma posición de siempre. Cerró los ojos para poder concentrarse con mayor facilidad y respiró hondo. Moldeó el chakra de manera similar a cuando utilizaba su técnica de la hidratación, pero en aquella ocasión lo hizo fluir por debajo de sus piernas, inundando el agua que quedaba bajo sus pies. La sintió borbotar, la sintió parte de ella, como una pierna más que debiera alzar para asestar una patada. Y entonces levantó los brazos...

Y cuando abrió los ojos, estuvo a punto de tirar por la borda todo el esfuerzo de la semana. Con un gemido ahogado, Ayame se mordió el labio inferior para contenerse y no echarse a llorar allí mismo. Y es que, frente a sus mismos ojos, una burbuja del tamaño de una pelota se mantenía estática en el aire, como si esperara su orden.

Un sonido a su espalda la alarmó. Se giró a tiempo de ver cómo un proyectil se dirigía hacia ella a toda velocidad, y en un acto reflejo Ayame movió el brazo de manera que su propia burbuja se lanzó contra su atacante. Las dos técnicas chocaron en el aire y estallaron mutuamente en una nube de gotitas de agua.

—¡Bravo, bravo, pequeñaja! —Karoi aplaudía, sentado sobre una roca que sobresalía de las aguas del estanque.

—Tío Karoi... —balbuceó Ayame, inundada de felicidad. Y sólo fue consciente de que se le había escapado aquella forma de llamarle cuando vio que el rostro del hombre se tensaba súbitamente en un gesto de sorpresa.

Le había dejado sin palabras durante algunos segundos, hasta que recuperó el control de la situación.

—Vamos, vamos, parece que le vas cogiendo el truquillo, ¿sí? Ya era hora, comenzaba a preocuparme que no lo consiguieras jamás. Has conseguido asustarme, pequeñaja —le guiñó el ojo, pero Ayame dejó caer la mirada, avergonzada y desalentada.

—Sí, pero el torneo está a punto de comenzar... No lograré terminar de dominar la técnica para la primera ronda.

El silencio que se produjo a continuación acompañó al viento que les meció a ambos. Karoi se había puesto súbitamente serio, algo a lo que no estaba acostumbrada a ver en él.

—En ese caso, gana la primera ronda.

—¿Qué?

—Gana la primera ronda, Ayame, y te enseñaré a realizar el Mizu Fūsen no Jutsu sin ayuda de agua externa. Y no sólo eso: te enseñaré la fuerza que reside en el clan.

—Y... ¿Y si no lo hago?

—Dejaré de entrenarte.

Aquellas tres simples palabras calaron en ella como un zarpazo de garras gélidas. Parecía que en el torneo se estaba jugando muchas cosas, quizás demasiadas. La apuesta de su padre, su aprobación, la aprobación de los demás... y ahora su instrucción como Hōzuki. Sin embargo, eran esas pequeñas pero importantes cosas las que la animaban a seguir adelante, las que mantenían su motivación para disputar una serie de combates en los que no había encontrado otro aliciente más que ese.

—Está bien... —aceptó, aunque no estaba del todo convencida. Fue entonces cuando recordó algo más importante todavía—: Tío Karoi... ¿Tú eres Umiuma?

Aquella fue la segunda sorpresa para Karoi en un mismo día, y Ayame no pudo evitar preguntarse si algún día conseguiría romper ese récord. Karoi entrecerró ligeramente los ojos; y entonces, con una ligera sonrisa en los labios, ladeó la cabeza.

—Ya lo sabes, pequeñaja —afirmó, y el corazón de Ayame se olvidó de latir durante un instante—. Pero no debes llamarme por ese nombre nunca más.

—¿Por qué?

—Porque es peligroso para los dos.

Karoi se despidió con un gesto con la mano y se dejó caer sobre las aguas del lago antes de que pudiera hacer nada por evitarlo. Su cuerpo desapareció con las ondas, y Ayame volvió a quedarse de nuevo sola.
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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