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[Unific] El deber de un shinobi - Versión para impresión

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[Unific] El deber de un shinobi - Uchiha Akame - 26/01/2016

Era mediodía, y el Sol alcanzaba en ese momento su punto más alto en el cielo. El clima primaveral, tan agradable en aquel punto de la geografía de Onindo, empezaba a hacerse notar. Los pájaros silbaban, el suave viento cálido mecía las hojas de los árboles y, en general, todo parecía apuntar a que el día sería inmejorable.

Con este panorama llegó Asahina Kunie a los Dojos del Combatiente. Al contrario de lo que su nombre pudiera dar a pensar, no se trataba sólo de un par de escuelas guerreras, sino de una vasta región en el País del Fuego. Sus límites abarcaban bosques, ríos, praderas y modestos montes, entre los cuales habían crecido villas, santuarios dedicados a todos los dioses, campos de cultivo y demás elementos típicos del paisaje feudal. Los caminos, en general bien cuidados y señalizados, estaban durante esos días abarrotados de visitantes de lo más variopintos. Desde rudos y serios habitantes del País de la Lluvia, hasta acaudalados nobles del Remolino, pasando por mecenas del País del Río. Todos iban camino a los Dojos, y todos compartían un motivo. No era de extrañar, ¿quién no habría oído del famoso Torneo, al que se habían convocado a ninjas de las Tres Grandes Aldeas?

Junto a un grupo de los que se han descrito viajaban dos personas. Concretamente, en la parte trasera de un carromato cargado de bidones de licor destinado al mismísimo estadio donde se celebrarían los combates. La primera persona era alta, o al menos más alta que la segunda, y visiblemente más corpulenta. Llevaba una gastada capa de viaje y un sombrero de paja para protegerse del Sol primaveral. La segunda estaba sentada a su lado, envuelta en una capa violeta y con la melena negra al viento.

- Parece que ya llegamos. - dijo Asahina Kisho, oteando el horizonte. Al entrecerrar los ojos se le formaban nuevas arrugas en el rostro.- Ah, estoy deseando estirar un poco las piernas y degustar el asado de la vieja Chiyo. ¡Hace años que no pruebo unas costillas como los dioses mandan!

La chica que iba a su lado asintió, sonriendo. Sus pensamientos estaban lejos de la tal Chiyo y su cerdo asado.

- ¿Por qué el Kawakage no querría que participase?

Su maestro suspiró, con una mezcla de pereza y resignación.

- Ya hemos hablado de eso, Kunie. Senju-sama es un hombre sabio. Sus motivos habrá tenido para no invitarte a tí también a competir en este Torneo. - no había enfado en el tono del viejo shinobi, pero sí cierta reprimenda en la enfatización del 'sama'.

En realidad, había sido el propio Kisho quien había intercedido ante Senju Yubiwa para dejar a su alumna fuera del Torneo. Había dedicado largos y trabajados años en enseñar a Kunie sus peculiares habilidades, y no iba a dejar que toda la Aldea, no digamos ya Ame y Uzu, se enterasen de lo que ella era capaz de hacer por una simple demostración de fuerza. Kisho entendía que tales cosas eran necesarias de vez en cuando para mantener la atención de posibles mecenas y para conservar intacto el honor de la Aldea. Pero no estaba dispuesto a exponer a su alumna ante las miradas del mundo. Había otros gennin, cuyos maestros no eran tan experimentados e inteligentes como él, que con gusto descubrirían a los demás sus mejores habilidades a cambio de 'gloria y fama'. Humo, tonterías para sorberle el seso a los chicos. Que me aspen si alguna vez la fama o la gloria han salvado a un shinobi de morir apuñalado. No, claro que no. Sin embargo, una técnica secreta que el enemigo no conoce vale más que cualquier espíritu guardián.

- Entonces, ¿por qué tenemos que venir?

Kunie suspiró, resignada, y se acomodó en la tabla de madera que hacía las veces de asiento. Sus ojos, del color de la miel, estaban fijos en la inmensidad del bosque que se extendía a su alrededor. Consciente de que la kunoichi podía ser dura de cabeza algunas veces, Kisho preguntó con la dureza del hierro.

- Refréscame la memoria. ¿Cuál es el deber de un shinobi?

Ella chasqueó la lengua, molesta, porque veía venir a su maestro. Hubo unos instantes de silencio, pero finalmente decidió contestar para evitar un sermón.

- Conocer a los demás mejor que ellos mismos.

- Eso es, mi querida Kunie. - respondió el viejo con una sonrisa.- Puede que, algún día, algo de lo que veas en este Torneo te salve la vida.

El carro aceleró, señal inequívoca de que el camino era mejor y, por tanto, de que se acercaban a su destino. Kunie asintió ante las palabras de su maestro con aire distraído, mientras sus ojos de ámbar seguían fijos en las ramas de los árboles mecidas por el viento.


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