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Historia de Uchiha Kota - Versión para impresión

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Historia de Uchiha Kota - Umikiba Kaido - 9/05/2015

Historia de Kota
"Family and blood"


Prólogo
Los hermanos se encontraban postrados frente a un oscuro altar cuyos alrededores se antojaban imperceptibles por la lúgubre oscuridad que envolvía la habitación de lado a lado. Tan sólo les regocijaba la presencia de un par de velas que alumbraban lo suficiente como para percatarse del mediano monumento de piedra que reposaba frente a ellos, detrás del que también se encontraba una persona, alta y canosa; aunque fornida e imponente a pesar de la avanzada edad que aparentaba.

El hombre carraspeó la garganta una y otra vez hasta que tuvo la atención de los jóvenes, quienes habían estado buscando comfort en el otro debido a la extraña situación en la que se encontraban. No sabían el por qué se encontraban allí ni mucho menos con quién, pues en su vida habían visto al hombre que aguardaba impaciente al otro lado del podio improvisado. Incluso habían tratado de huir pero tras un par de infructíferos intentos, decidieron terminar con aquello lo más pronto posible para así volver a casa, preferiblemente con la cabeza reposando aún sobre sus hombros.

Una voz gruesa cuyo tono atestiguaba su paso por el tiempo terminó por abrazarles en súbito y romper con la espera.

Estáis aquí para saber la verdad, la cual nunca llegaríais a conocer de no ser por los esfuerzos de mi equipo. Uno que ha perecido y cuyo único legado en vida soy yo, todo gracias al vil esfuerzo de la familia de vuestro padre por ocultar la realidad. Nosotros hemos pagado las consecuencias, aunque creemos que ha valido la pena. Todo por el hoy, por el ahora... por el que vosotros podáis descubrir lo que realmente sucedió.

La sorpresa les invadió cuando los ojos del viejo se tintaron de rojo tal y como lo hacían sus relativos Uchiha. Era aterrador y aunque era probable de que se tratara de un truco, todo lucía demasiado real como para ignorarlo. Y así fue como la energía del sharingan les afectó por primera vez, cayendo ambos en un sopor durante el cual harían el papel de espectadores de una obra cuyo nombre se titula "pasado".

Capítulo I: Sesgando las rencillas del pasado
La existencia exige de forma predilecta que los shinobi se enfrenten por décadas, hasta que los vestigio del conflicto mermen las fuerzas de ambos obligando a que detengan la masacre. Se tienden las manos, las estrechan con rencor y conviven por generaciones hasta que las espinas del pasado vuelvan a clamar sangre. De pronto se encontraron en un ciclo repetitivo que no daba tregua en el que luchaban y luchaban hasta que la situación no les permitía continuar. Aún y cuando la historia les decía claramente que todo aquello no conllevaba a nada bueno, siendo la prueba más fortuita la desaparición de las grandes naciones por la avaricia de cada una de ellas.

Esto nos lleva a la época de reconstrucción, donde Uzushiogakure se alzaba junto a otras dos naciones pequeñas para proteger el patrimonio shinobi. Tres grandes salvadores y una bestia de consolación para escatimar esfuerzos y repartir equitativamente el poder por el cual se luchaba anteriormente. El clan de los ojos rojos se esparció por todo el mundo, las familias de dividieron y las generaciones comenzaban a perder aquel sentido de dirección que tanto se empeñaba en clan Uchiha en enseñarles en aquel entonces. Aún así, hubo un hombre, metódico y fiero como los shinobi más antaño que mantuvo la doctrina durante épocas, afianzando las tradiciones en su propio circulo familiar. Él murió, pero sus hijos y los hijos de ellos no perdieron el rumbo, manteniendo el camino que su antecesor quiso para todos ellos.

El año 180 vino afianzado por el poderío de un selecto grupo en las tierras del remolino, donde Uchiha Seiyo lideraba a la familia, aún y cuando su edad no era muy avanzada. Pero la muerte de su abuelo por una extraña enfermedad le obligó no sólo a tomar el mando sino a disponer de sus hombros para llevar una pesada carga que se había estado gestando durante los últimos años: un nuevo conflicto con los reductos del clan Senju que se habían asentado en la nueva nación de Uzushiogakure. Y aunque Seiyo no era ni de cerca tan tirano como sus antecesores, el sentido de responsabilidad se mantenía impoluto, lo cual le obligaba a responder con severidad; una que no pasó desapercibida y que tendría altas repercusiones más adelante.

Aún así, el destino parecía golpearle con realidades que traían un sabor agridulce. Porque el amor tocó a su puerta, aunque lo que le esperaba al otro lado del umbral no era precisamente lo adecuado. Porque la mujer que le conquistó con una mirada no sólo pertenecía a la casa Senju, sino que era la hija directa de quien lideraba a una de las familias en ese entonces. Pero para su suerte el afecto era mutuo y enfrentaron cualquier imposición para hacer de su relación un hecho que marcara el enfrentamiento y lo detuviera de una vez por todas. Fue el cariño de ambos que motivó a Seiyo a tomar cartas en el asunto y dar el primer paso hacia una reunión privada en la que él y Senju Miramoto darían luz verde para acabar con el conflicto de raíz.

Todo aquello concluyó en un acuerdo de hegemonía en el que por el bien de esa relación y de la aldea en la que convivían, mantendrían la cordialidad sobre todas las cosas. Un año después, una boda se celebró, acontecimiento que ayudó a afianzar el tratado.

La paz no parecía tan lejana, después de todo.


Capítulo II: El fruto de una rivalidad
Un matrimonio feliz, dos familias afianzadas, una aldea cuyo auge parecía elevarse año tras año. Todo lucía perfecto. El mundo shinobi no sólo gozaba de una próspera aunque delgada comunicación entre sus partes sino que las raíces más profundas, aquellas que la componían desde su base, no discrepaban en lo absoluto. Esto ayudaba a que el panorama se mantuviera tal y como se pretendía, sin ninguna complicación.

Tanto Seiyo como Naomi parecían convivir con alegría y aunque sus funciones para con sus clanes les obligaba a distanciarse cada cierto tiempo, en cuanto estuvieran juntos de nuevo ya nada importaba. Atravesaron momentos difíciles, misiones en conjunto cuyo riesgo era extenso, pero cada una de esas experiencias les llevó a tomar la decisión (acertada o no) de concebir a un primogénito. Ante los ojos de Seiyo, un hijo no sería más que una excusa para mantener su poderío sobre los Senju a través de su pequeño círculo familiar. Sin embargo, de nuevo el destino tenía planeado algo muy diferente, las pretensiones desde luego ya no podían ser las mismas.

El día en el que Naomi dio a luz, todo cambió. Porque de su vientre saldrían dos perfectos y moldeados pequeños, uno tras otro; aunque uno de ellos tenía unos cuantos cabellos blancos. Fuera de ese detalle en particular, sus dos primogénitos eran muy similares entre ellos.

Mellizos, desde luego. Kota y Yota, les llamaron. El yin y el yang, se atrevían a contar algunos.

Más que felicidad, estro trajo consigo una serie de consecuencias que se fueron suscitando en sus primeros días de vida. Miramoto, quien esperaba a un sólo nieto el cual desde luego ya había sido reclamado por su padre para tenerlo dentro de su clan, tomó la noticia del segundo nacido como una oportunidad para reclamar algo que según él le pertenecía a los Senju puesto que la sangre del clan también corría en las venas de los dos descendientes. Sin embargo, Naomi no estaba dispuesta a permitir que sus pequeños fueran tratados como carne de cañón, eran sólo unas criaturas, no armas en construcción. ¿Pero qué podía hacer ella en contra de los dos cabecillas de las familias a su costado?... Seiyo confrontó las pretenciones de Miramoto y el acuerdo que una vez les puso a salvo ahora estaba roto.

No quería esto para ustedes —dijo madre, una vez... en un lugar. Pero no puedo recordarlo.

Capítulo III: Gula de poder
Era una noche oscura, con el tenue brillo de la luna apaciguando la velada a través de la ventana. Kota y su hermano reposaban sobre una cómoda camilla amoblada y Naomi permanecía en un costado, viéndoles, observando y apreciando como sólo una madre lo hace. Lo hacía cada noche, porque no había nada que le llenara más que ver el rostro de sus pequeños, uno más inocente que el otro. Fugaces sonrisas, sollozos quejidos, dulces sonidos que querría guardar en su memoria antes de que crecieran.

Sin embargo, algo le distrajo de su pequeña burbuja de amor y le obligó a voltear alarmada. Una serie de pasos en marcha, posiblemente de una multitud recaudad, se abría paso a través del patio trasero del pequeño conjunto en el que ella y los demás Uchiha fieles a Seiyo convivían.

Incapaz de saber qué sucedía, intentó salir para exigir explicaciones. Pero se encontró con una custodia alarmante y extraña, personas que impedían el paso a través de su puerta y que daban una pésima explicación de lo sucedido. Tan sólo pudo tragar saliva y dirigirse hacia donde estaban sus pequeños, escuchando como los pasos se alejaban hasta que el sonido que generaban pareció abandonar el aire completamente.

Kota lloró, como si supiera lo que estaba a punto de suceder.

[...]

Seiyo apareció un par de horas después, vistiendo como lo hace cuando abandona la aldea para cumplir una misión. Casi no se podía percibir por la oscuridad, pero era evidente que tenía rastros de sangre a lo largo y ancho de su vestimenta. Se adentró con paso firme hasta la habitación de su mujer y aunque esta le recibió inicialmente con una cálida sonrisa, pronto le vería con confusión y cierto recelo por lo sucedido anteriormente. Un "¿qué has hecho?" salió de su boca pero nunca obtuvo respuesta. Solo una mirada perdida, quizás arrepentida; pero incapaz de admitir el error. Naomi imaginó muchas cosas, pero cuando se percató de el objeto que reposaba en la mano derecha de su esposo todo comenzó a tomar forma.

Era la bandana de su padre, característica y conocida; con bordados pertenecientes al símbolo representativo del clan senju. Una lágrima viajó por la mejilla de la mujer y ante la evidente muestra que se postraba frente a ella, no pudo hacer más que correr con todas sus fuerzas para comprobar que no estaban jugando con su mente. Cuando llegó a su viejo hogar, nunca deseó tanto el estar equivocada. Pero tuvo razón, Seiyo se había encargado de deshacerse de su padre y sus allegados. Y aunque no había ni un sólo cuerpo presente, la sangre derramada aún manchaba la habitación.

Al otro lado le esperaba Seiyo, con los niños en ambos brazos y con una mirada inundada en sangre. Tres aspas abrazaban sus pupilas, las cuales se vieron clavadas en Naomi a tal punto de hacerle temer por su vida. Nunca antes había sentido tanto miedo como el que aquellos ojos le generaba en ese momento.

"Callarás, por siempre... o los pierdes a ambos"

El silencio abrazó a Naomí durante 14 años. Ni una sola palabra, ni una sola acusación. Su esposo, ante sus ojos y los de la aldea, no había cometido delito alguno. Su familia había desaparecido y según sus declaraciones no sabía por qué. Pero el el precio de callar se equivalía a la dicha de ver crecer a sus pequeños, contemplar como se entrenaban, como desarrollaban sus personalidades; incluso cómo se graduaban de la academia. Bastaba y sobraba, decía ella, aunque eran pocas las noches en las que no se desvelara pensando en todo lo sucedido. Sabía que Yota y Kota corrían un riesgo constante bajo el cuidado de su padre, pero no había forma sutil y sin riesgo de decírselos. Además, eran adolescentes; ¿qué podrían hacer ellos con la verdad?...

Todo hasta que un mensaje llegó a sus manos, haciéndole recapacitar.

"Tráelos y yo me encargaré de hacer lo que tú debiste haber hecho hace años" — S

Epílogo
Sora era su nombre. Un hombre cuya infructífera relación con su hermano Seiyo (sí, es un Uchiha) y su disconformidad con el plan de eliminar a los Senju le llevó a abandonar la aldea con un puñado de compañeros igual de inconformes que él. Se mantuvo durante años en el exilio, esperando el momento adecuado para acabar con su hermano sin que Naomi ni los pequeños resultasen heridos. Esto fue imposible, desde luego. Seiyo era muy fuerte y tenía fuertemente asentado dentro de Uzushiogakure como para que pudieran hacer algo. Y tras su equipo perecer, uno tras otro, no tuvo otra opción que involucrar a quienes en un principio habían desencadenado todo lo sucedido.

Acudió a Naomi y ella se encargó de darle las señales a sus hijos para que acudieran al templo donde una vez los Uchiha guardaban sus secretos. Allí, en el país del fuego; donde la voluntad aún era fuerte.

Kota despertó del sueño, reacio a creer lo que el desconocido del sharingan le había mostrado. Miró a su hermano, confundido, aunque encontró en él las mismas sensaciones. Incluso estuvo dispuesto a hablar pero antes de lograrlo, una sensación de peligro le abrazó tal y como lo hacía la oscuridad. Lo importante era saber si todo aquello era verdad, y la presencia de su madre quien había entrado en el templo de un momento a otro ratificó la historia. La furia le inundó por completo, el velo del engaño ya no era un impedimento para sentir lo suficiente como para que la sangre en sus venas reaccionara.

Fue así como sus ojos se tintaron de rojo, el sharingan había despertado.

Lo que harán es un misterio, pero ahora que saben la verdad; todo es posible.




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