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[Unific] Notas en el tiempo - Versión para impresión

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[Unific] Notas en el tiempo - Karamaru - 20/07/2016

El torneo había terminado. El encuentro de turistas, shinobis, kunoichis, habitantes y gente importante había llegado a su fin con calamidades que fueron más allá de lo que uno se pudiese imaginar jamás. Un evento como ningún otro se había llevado la vida de muchas personas presentes ese día. Desde simples ancianos hasta los todo-poderosos señores feudales fallecieron bajo la voluntad del Shukaku.

Esa bestia gigante, con forma de oso, formada por arena y marcas azules. Esa bestia poseedora de ojos aterradores que cualquier presente que los haya mirado viviría cierto tiempo con pesadillas por las noches. En el encuentro final comenzó, en un abrir y cerrar de ojos, esa fatídica sucesión de eventos. Todo terminaba, o parecía terminar, en una gran explosión. Tras el encuentro de mujeres, la aparición del bijuu, la intervención de los kages y los extraños hechos que ocurrieron en ese momento en el centro del estadio, el ser de arena implosionó.

Toda persona presente en ese momento pudo presenciar la muerte. Sentir en carne propia lo que es que se te desgarren los músculos, que se quiebre la piel, que se paré el corazón y tu mente deje de funcionar. Cada uno lo podrá haber sentido de una manera diferente pero fue menos que un milisegundo en donde el tiempo se paró. Algunos habrán visto su vida entera pasar justo enfrente de sus ojos, otros se quedaron pensando en ese hecho del que se tenían que redimir o vengar pero la muerte los alcanzaba antes.

Todo el valle veía su fin, pero algunas personas solo estaban comenzado su nueva vida. Es superfluo el hecho de que un momento así en tu vida puede traumarte, aunque mejor dicho, va a traumarte. Presenciar tu propio final de vida no es algo que se tiene que tomar a la ligera y menos cuando fue después después de ver sangre, mutilaciones y esos ojos negros y amarillos. El combo estaba hecho a la perfección para que ni el experimentado de los veteranos pudiera salir sin consecuencias mentales. Pero tras toda esa cortina de dolor y sufrimiento, tras ese milisegundo en que cada shinobi y kunoichi sintió que se juntaría, probablemente, con todos sus seres queridos, se hizo el silencio.

Cada uno se encontró en el medio del vacío. A lo lejos, la nada misma hacía presencia y a cada lado que se mirase la interminable profundidad mareaba y confundía a todos los que se encontraban en ese lugar. Y es que muchas de las personas que estaban ese día, viendo los ojos monstruosos de la bestia, se daban cita en ese oscuro y apresante lugar.

Ubicación desconocida para cualquiera, ubicación inmovilizante que no permitía siquiera el habla de los que allí se encontraban. Nadie movía un músculo, solo se podía permitir pensar y tratar de entender ese momento de paz. Ese momento de paz en donde a pesar de no poder generar ningún movimiento, uno se sentía más vivo que nunca.

En ese momento de confusión, en el que cada uno trataba de reconocer a cada persona que lo rodeaba con o sin éxito, una figura llamó la atención de todos. Y es que incluso decir que se trataban de reconocer sería incorrecto. Se sentía la presencia de muchas personas, pero en ningún momento se podía ver a una de forma nítida. Cada figura oscura que uno podría o no ver en la lejana profundidad oscura podía ser un acto de imaginación. Pero una imaginación más real que nunca.

De un momento a otro, el único ser que se encontraba en todas sus capacidades comenzó a desarrollar una historia y a unir las palabras con una voz tan calma y pacífica que le daba tranquilidad a cualquiera que lo escuchase. El ser luminoso, o tal vez solamente esperanzador, habló. Y todos los oyentes reconocieron la voz, todos podían asociar esa figura y esa voz a algo. Pero ese algo era una...

era una leyenda, un mito, un cuento de niños. Una historia que cansada de las variaciones generadas por las generaciones de familias, se presenciaba para aclarar todas las cosas. Lo primero: dar su nombre, un nombre que ya todos conocían pero que a la vez ninguno podía creer.

Me llamo Hagoromo. Sin duda me conoceréis por otro nombre.

Lo que os voy a decir no va a ser fácil de digerir, pero debéis escuchar con toda vuestra atención.

Allá afuera, lejos, una sombra conocida vuelve, sin nombre, hecha bestia. ¿O no? Tardará en descubrir que es más de lo que él cree. Siempre… Es el destino.

A mí me ha tocado este papel en este nuevo ciclo.

Comprenderéis que no puedo dejaros morir tan pronto. Los que estáis aquí seréis clave en el futuro del mundo.

Hay un mal ahí fuera, uno que ha comprendido muchas veces cómo está hecho el mundo. Uno que ha entendido de dónde viene el chakra y sabe utilizarlo.

Antes de que él lo controle todo y a todos y nos esclavice, o antes de que encuentre de nuevo los sellos que mantienen la energía del mundo fuera de sus garras… Debéis acabar con él.

Debéis ser cautos. Lo más cautos que seáis posibles. Y mantener la estabilidad. Debéis mantener… la paz. Por favor, os lo pido.

El Ninshu me permite salvaros la vida hoy. El Ninshu me permite hablaros. Pero el Ninshu sólo me permite estar conectado con la gente que es afín al chakra. Cuando volváis ahí fuera, os váis a encontrar con civiles muertos. Cientos. Miles. Los Dojos, devastados.

Debéis tranquilizaros, organizaros, volver a vuestras villas, prepararos para lo peor e investigar.


Un largo discurso de ese anciano tan conocido para todos. Un discurso resumido en esas ideas y finalizado con una frase con la que no se podía hacer más que temer. Un hombre los acechaba, los vigilaba y preparaba sus movimientos en la sombra esperando el momento ideal. Un hombre...... de risa escalofriante.

Pero así como en un milisegundo la muerte daba paso al vacío, el vacío ahora cedía el espacio a la vida. Cada ser que hubiese entrado en ese estallido de dimensiones gigantescas que poseía un mínimo de chakra podía volver a abrir los ojos. Una comunidad de zombies levantandose del suelo iluminaban ese paisaje en donde solohabía personas muertas e un cráter gigante. Del bijuu, ni rastro alguno.

Sin mirarse ni dirigirse palabra cada uno comenzó a caminar, como si recién hubiesen salido del vientre de la madre. Llenos de sueños, metas, esperanzas y desafíos a enfrentar. Ya todos sabían que no sería fácil pero cada uno tenía un objetivo y esos objetivo apuntaban a un bien común. A partir de ese día las cosas comenzaban a cambiar, todo gracias al Sabio de los Seis Caminos.

Y el mismo caso era para Karamaru, su tiempo del que le habían hablado en el templo había llegado. Era momento de peregrinar en su peregrinación, de ser un ermitaño por un tiempo. El brillo amarillo sobre fondo negro no salía de su cabeza y necesitaba viajar para poder tranquilizarse. Necesitaba entrar en armonía nuevamente y crecer. Ya era tiempo de que madurase, ya que después de todo, su historia no hacía más que comenzar.


RE: [Unific] Notas en el tiempo - Karamaru - 18/09/2016

Fue corta la estadía en Amegakure, o mejor dicho, en sus alrededores. Un viaje de vuelta sin ninguna complicación, un viaje con la mente en blanco preparándose para el tiempo de reflexión que se acercaba. Un leve y rápido paso por su morada solamente para obtener los recursos necesarios. Ropa, alimento y dinero. Destino: el norte.

El calvo nunca se había dirigido a la ciudad que había escuchado varias veces por las calles de su aldea. Una ciudad cubierta de nieve y rodeada de montañas que se escondía en la punta del continente, Yukio. Nombre que en uno de sus escritos Karamaru identificaría como "igual" al de su máximo predecesor, el padre de los sabios, el padre del templo. Yukio Hatoyama era el causante de toda la vida del monje, y de todos sus compañeros. Si no hubiese sido por él Karamaru no nacía, no crecía, no llegaba a lo que ese día debía de ser.

Pero antes de poder pensar en esas cosas las huellas ya se marcaban en el barro de los caminos del País de la Tormenta. La mente seguía en blanco, como si todavía siguiese procesando los eventos que habían sucedido varios días atrás. Sus ojos se perdían en los hermosos paisajes de su patria, y cuando no había nada para ver calvaba la vista en sus pies y cabizbajo seguía su camino. De pronto la lluvia comenzó a ser nieve, se paso de la humedad al frío y la transpiración a leves temblores para calentar el cuerpo. Velozmente transitaba de su ciudad de origen a esa bella ciudad escondida bajo las capas blancas de la nieve.

Los árboles lo rodeaban, árboles blancos y altos de troncos gruesos y oscuros. El sendero estaba marcado, solo quedaba mojar y enterrar un poco más los pies para arribar a la calidez de una casa en Yukio, una casa prestada por un viejo hombre de Amegakure. Paso tras paso fue descubriendo nuevos paisajes, los árboles se convertían en montañas y las luciérnagas en faroles. De noche llegaba a la entrada de la gran ciudad que lo contendría por un año.

Su estancia en los centros de la urbe sería muy reducida, solamente para comprar cosas necesarias. Su hospedaje se quedaba unos pocos kilómetros alejado y unos cuantos metros más altos. En la base de una de la montañas cercanas a Yukio estaba el edificio de madera, ni grande ni pequeño pero si bastante aislado.

Sería un año de entrenamiento y reflexión, un año lejos de la gente, un año para prepararse, un año para clarificar sus ideas. Su único contacto con la raza humana sería para obtener alimentos y si lo podría evitar mejor. Solo existiría el enlace entre él y la naturaleza. Todo tipo de vida y elementos lo rodeaban, todo lo que necesitaba para un año de ermitaño.

De ese año quedaron recuerdos y memorias, ideas y aprendizajes. Recuento de cosas que Karamaru ahora guarda en su habitación, pergaminos enteros llenos de sus escritos. Porque si algo hizo Karamaru en ese lugar de madera fue escribir. Cada noche se acercaba a su ventana, se sentaba en la silla debajo de ella y, con el escritorio de frente, tomaba tinta y pluma y dibujaba con letras el lienzo blanco.

Estas son las palabras de ese monje calvo, palabras hechas en el comienzo de su adolescencia, palabras jóvenes llenas de dudas e ignorancia.

Todo un momento que recordaría por ser el puntapié inicial en su maduración, en su conversión de niño a hombre, de aprendiz a shinobi.


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