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Una noche que ni recordaré - Ritsuko - 7/01/2017 Hay días en los que uno prefiere pasar de todo, no hablar con nadie, irse lejos de todos los lugares que tiende a frecuentar y pasar un rato de soledad en algún lugar alejado, a veces junto a desconocidos y otras completamente solos. Todos alguna vez se habrán sentido de esta manera o algún día lo experimentarán, y esta vez era el turno de Ritsuko que no tenía ganas siquiera de hablar con su propia madre, lo era equivalente a hablar consigo misma aunque ella no lo interpretase de dicha manera. Dentro de la aldea no podía alejarse de nada ni de nadie por mucho que lo desease, siempre habría algún niñato por allí deambulando para señalarla o incluso algún mayor que la mirase mal o muy por encima pese a su condición de kunoichi y ni hablemos de otros shinobis. En otras palabras, la chica necesitaba salir de allí para olvidarse de todo por al menos unos minutos. Pero claro, no podía sencillamente desaparecer así porque sí, por lo que terminaría por irse relativamente cerca de la aldea, más considerando las vías ferroviarias que ahora conectaban con prácticamente todas las localidades de importancia. Así fue como partió rumbo a la estación del tren presente en la Ribera del Sur, desde ahí unas dos horas aproximadas y ya llegaría a los límites del país, al pueblo de Kuroshiro donde la kunoichi lo primero que pudo notar fueron infinidad de decoraciones de pandas. ~Podría ser peor. ~Se planteó la pelirroja justo cuando bajaba del tren. De todas maneras, no había ido allí para hacer turismo ni nada por el estilo, iba básicamente a aprovechar que había cumplido la mayoría de edad y que incluso en cuerpo lo aparentaba lo que aseguraba que no tendría tanto inconveniente ni que dar explicaciones adicionales. Claro que iba armada como cualquier kunoichi e incluso lucía la bandana shinobi amarrada a su cintura pero no se molestaría en hacer su trabajo si la situación lo ameritaba… El objetivo de la chica era bastante sencillo, y considerando que la ciudad era prácticamente un centro turístico no tardó mucho en hallar una posada, no tan concurrida como uno esperaría considerando la hora y también el tipo de lugar en el que se encontraba, es decir, en pleno centro del poblado, pero le era suficiente a la pelirroja para adentrarse en el establecimiento y acercarse a la barra. —Buenas… ¿Tienen alguna habitación disponible? —Preguntaría en primer instancia, después de todo, era de noche, no había salido de casa muy temprano que digamos. —Claro, queda una disponible. —Diría el posadero mientras terminaba de acomodar algunos vasos en unas estanterías detrás de la barra. —Resérvemela por una noche entonces y… —Hizo una ligera pausa en la que tomaba asiento allí mismo, en una de las múltiples sillas altas que se encontraban disponibles. —Deme una botella de sake si no es molestia. —Agregaría bastante tranquila mientras se apoyaba sobre el mostrador sencillamente para estar más cómoda. ~Odio las bancas estas, son incómodas sin respaldo. ~ Pero claro que no lo diría, seguro y terminaba molestando al posadero. —Muy bien. —Diría enérgico el hombre de mediana edad. Sin más tomó una botella de lo pedido y un vaso limpio para dejárselo al alcance, incluso se tomó la molestia de servir el primer vaso. RE: Una noche que ni recordaré - Aiko - 8/01/2017 Kuroshiro, una segunda casa lejos del hogar. La noche ya empezaba a caer, y en ésta ocasión el turno de la chica no hacía mas que comenzar. Normalmente su compañera y amiga se solía ocupar del horario nocturno, pero había semanas en que cambiaban los roles por el mero hecho de descansar de esa rutina. No era tan liviano trabajar de noche, a éstas horas los borrachos pesados y los malos fumadores no hacen mas que arremolinarse torno al panda fumado como mosquitos en una luz intensa. Por suerte o desgracia, la chica no hacía mas que legar a la ciudad, y hasta podría decirse que algo temprano. Aún faltarían al menos un par de horas para que tuviese que hacer acto de presencia en su local, lo cual podía traducirse como un rato de relax antes del infierno. Bueno, quizás exageraba un poco, después de todo normalmente si alguien armaba bronca con una sola mirada las cosas se solían calmar. Cuando eso no era así, muchas veces con el portero del recinto ya sobraba, aunque bien era cierto que lidiar con esas cosas era lo que le daba emoción al asunto. La cuestión era quejarse por quejarse, la verdad. Andando desde la estación de tren, fue avistando los locales de la urbe. A decir verdad, últimamente habían surgido algunos negocios nuevos, así como otros habían ido a la bancarrota. Pero esas cosas pasan, es algo normal. Kuroshiro era una ciudad turística, y a la vez algo alejada del resto, lo cual la convertía en un sitio propicio para negocios un tanto... ilegales. Por el momento, solo el de la kunoichi era de los mas destacados, al menos a sus oídos. «Bueno... y yo fijándome en los locales de copas y demás, y apenas me había dado cuenta de que han abierto también un par de posadas nuevas... que puedan alojarse por aquí mas gente, es algo muy bueno para mi negocio. Quizás hasta debiese invertir en posadas, o incluso un hotel...» Su vena financiera pudo por un momento abarcar por completo sus pensamientos, entre tanto, sin pensarlo demasiado, se adentró en la última de las posadas que había visto. Abrió sin pudor la puerta, como si estuviese en su propia casa, y caminó con parsimonia hasta cerca de la barra. A su derecha había una chica de cabellera roja, un color carmesí que claramente contrastaba con el habitual tono de los hogareños. Frente a ella, un hombre de mediana edad, con una barriga claramente bien alimentada, y un delantal —el posadero— no había modo de no reconocerlo. —Buenas noches. —Inquirió mientras tomaba asiento. —Póngame una buena taza de café, y siéntese por aquí cerca, señor. Mi nombre es Katomi, y quisiera informarme un poco de su posada. ¿Cómo le va el negocio? ¿Es difícil llevar al día las cuentas...? La chica entrecruzó las piernas al tomar asiento, y se puso tan cómoda como podía, aunque la falta de respaldo en las sillas era de lo mas aterrador. Por otro lado, el posadero casi pareció tomarla a cachondeo, algo lógico si tenemos en cuenta la edad de la peliblanca. Comenzó a reírse, y tan solo le sirvió la taza de café. —Déjate de tonterías, niña, no estoy para perder el tiempo. Como podrás ver, la posada está hasta los topes, ya no nos queda ni una sola habitación libre, así que haz el favor de no molestar. Gracias. Como dato, destacar que ante todo no había perdido los modales, aún había conservado algo de respeto. |