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Las andanzas de Daruu - Amedama Daruu - 6/08/2015 Las andanzas de Daruu Prólogo
Las historias que deciden Esta historia es una historia normal, en el sentido de que comienza y termina como todas de su clase. La vida de una persona. Esa es la clase de historia que vamos a contar. Y como todas las vidas, comienza con un nacimiento, y termina con la muerte. Pero... ¿Será esa muerte natural, en un lecho de plumas, en la tranquilidad del hogar, rodeado de familiares? ¿O por el contrario, será una muerte difícil, por una terrible enfermedad? ¿Morirá nuestro protagonista con el frío beso del acero en el cuello, o siendo abrasado por un torrente de llamas? ¿Seguirá vivo, a día de hoy, como un alma en pena de insondable edad? No podemos saberlo. Veréis, muchos creen que las historias tienen un final y un principio claramente diferenciables, también que dicho principio y dicho final los decide el narrador. Ambas cosas son mentiras, mentiras muy gordas. ¿Nunca habéis conocido una historia que aparentaba comenzar cuando la oíais, y luego descubrís que sus inicios se remontaban a una época mucho más antigua? ¿Nunca habéis conocido el final de una historia, que resultó no ser el final? ¿Nunca os habéis encontrado una historia sin final? ¿Que quedaban cosas por contar, misterios sin resolver? Una buena historia no se deja delimitar por un narrador. Comenzaremos a vivir esta historia desde cierto punto, mas no puedo asegurar cual fue su verdadero inicio, ni atisbar cual o cuándo será su final auténtico. Así pues, viajemos juntos por los cuentos de este joven de Amegakure. Se llamaba Daruu. 1
Sauce y Caramelo Daruu creció, como ya he dicho, en Amegakure, una gran ciudad abatida casi sin descanso por una lluvia que sólo dejaba de caer a lo sumo dos, o tres días al año. Puede que esté exagerando, pero creedme, en aquella ciudad del demonio no había apenas días sin tormenta. Pero eso a ellos no les importaba, claro. Los ciudadanos de Ame consideraban la lluvia un regalo de su dios, Ame no Kami. Incluso muchos de los que no eran supersticiosos ni creían en dioses celestiales temían como un mal agüero un día sin lluvia. Hanaiko Danbaku era su padre. Un hombre risueño, casi nunca de mal humor. Tenía un chakra muy fuerte que heredó a su hijo, y era usuario del Kekkei Genkai Mokuton. Le llamaban el Sauce por ello, aunque por la época que nació el chico ya empezaban a llamarle el Viejo Sauce. A pesar de ser relativamente joven, el lozano cabello rubio de Danbaku estaba siendo asolado ya por las canas. Al principio le daba rabia, pero más tarde adoptaría el apodo de buen gusto y con sentido del humor. Amedama Kiroe era una mujer de cabello negro y desordenado hacia un lado, y de ojos marrones y grandes. Ambas cosas se las heredó a su hijo, también la afinidad por el agua y un montón de cosas más que no deben ser despreciadas, como el amor por la cocina, la panadería y la repostería. ¿La inteligencia se hereda? Por que si se hereda, era una de las principales cualidades de esta mujer. Jounin de alto rango, servía en misiones de espionaje, rastreo y recogida de información mejor que ninguna otra. La llamaban Caramelo, por la dulzura y espontaneidad de su voz, también por su apellido. Cuando tuvieron a Daruu, algunos de sus amigos empezaron a llamarle el niño de Sauce y Caramelo. Las cosas se complicaron un poco, claro. Danbaku tuvo que dejar su trabajo de ninja durante un tiempo para asistir a su mujer en la crianza, y Kiroe, por lo obvio, también tuvo que dejarlo. Quedó bastante debilitada con el parto durante una temporada, de modo que fundó un local en el bajo del hogar de la familia, en lugar de volver a su trabajo como kunoichi inmediatamente. La Pastelería de Kiroe-chan. 2
La Pastelería de Kiroe-chan Empezó como una pequeña pastelería. Una barra y unos cuantos pastelillos al día. Algo temporal mientras se recuperaba del parto. A Kiroe siempre le había gustado la repostería, y aquél diminuto negocio era una oportunidad perfecta para perseguir durante un tiempo una de sus pasiones olvidadas. Pero lo que había sido una pasión olvidada acabó convirtiéndose en un auténtico sueño hecho realidad, y Kiroe dejó definitivamente su trabajo como kunoichi. Se permitió darle algunas reformas al local. Lo que había empezado siendo una pequeña pastelería se había transformado en una gran cafetería, con baldosas de cerámica de colores blanco y rosa y mesas de buena madera —que gracias a las habilidades de su marido no había tenido ni que comprar—. El sitio mantuvo su nombre por comodidad, y porque ya era conocido en la aldea. Cuando las reformas estuvieron completas, Kiroe se vio rodeada de un mar de gente, que visitaba todas las tardes el negocio. Daruu pasó la mitad de su infancia ayudando a su madre, que tenía mucho trabajo. Aprendió a cocinar a una tierna edad, a hacer pasteles y bollos y a elaborar masas de pan, empanada y pizza. El chico estaba destinado a seguir con el negocio de mamá, y sin embargo... A veces los padres intentan hacer que sus hijos se parezcan a ellos. Y a veces los hombres son muy cabezotas. Ambas cosas combinadas suelen resultar en una combinación desastrosa, aunque supongo que aquella salió bien: Danbaku estaba dispuesto a convencer a su hijo para que se hiciera ninja. 3
De pesca Eran las cuatro de la madrugada, quizás las cuatro y media, y un Daruu despeinado y profundamente dormido descansaba boca abajo en su cama, entre las sábanas, calentito. Era una de esas veces que no te apetece para nada madrugar, que deseas que la noche dure siempre un poco más cada vez que te desvelas y miras la hora. De modo que había apagado el despertador, con la diáfana intención de no despertarse hasta pasado el mediodía. Lástima que también fuese una de esas veces que tu padre te levanta a las cuatro con algún alocado propósito. —¡Vaaamos, chiquitín, nos vamos de pescaaaaaaaaa! BIM: la puerta. POM POM POM: los pasos de papá. RRRRRRRRRRRASSS: la persiana. —¡Ahhhhhh, pero papaaaá! ¿¡Qué haces!? —gimió un confuso Daruu, tapándose las manos con la cara. De pronto se dio cuenta de que a las cuatro de la mañana todavía era de noche—. ¿Y la persiana? ¡Pero si no hay sol! ¡Y ahora que lo pienso, aunque fuesen las ocho, en esta maldita aldea no-hay-sol! —Bueno, bueno —repuso él, canturreando—, ¡pero el ruido te despierta! ¿No vés como estás despierto ya? Entre las ojeras, el pelo, más desordenado de lo normal, y aquella cara de espanto, lo último que podría decirse de Daruu es que estaba despierto. —Más o menos, supongo... —dijo, dándole una palmada en la espalda a su hijo que le hizo ahogar un grito y toser—. Venga, va, como en las películas, padre e hijo... Se van de pesca. Arréglate y baja a desayunar, que tenemos croissants. «Como si eso fuese algo especial... Mamá es repostera, tenemos croissants cada dos por tres», pensó Daruu, tumbándose y resoplando con fastidio al tiempo que se tapaba la cara con un cojín, hastiado. No tenía ni idea de qué neurona se le había podido torcer a su padre para que ahora quisiese ir a pescar, tan de pronto. Daruu dio un respingo y abrió mucho los ojos, como dándose cuenta de algo. «Ah, no, ni de coña. Yo voy a pescar con él, pero no porque lo hayamos pescado nosotros me lo voy a comer. Seguro que es una artimaña para que me coma el pescado. ¡Y un cuerno!» ···
En otra habitación, marido y esposa mantenían una animada conversación. —Ya, la verdad es que a mí también me gustaría que fuese ninja... Aunque fuese sólo durante una temporada, como yo... ¿Pero crees que funcionará? —¡Claro que sí, mujer! Además, tú no fuiste kunoichi durante una temporada. Que yo sepa, sigues siéndolo, tu labor es muy importan... Kiroe chistó para que su marido callara. —¡Dijimos que no hablaríamos de esto a la ligera, Danbaku! ¡Cállate! —Mujer, ¿qué tenemos, micrófonos en casa? —bromeó Danbaku. —Tienes razón... Cosas del oficio, acabas pensando que te espían desde todas direcciones. De pronto, Kiroe se echó a reír. —¿Qué, qué? ¿Qué pasa? —Pero Kiroe le puso el dedo en los labios, y apuntó con el otro índice detrás de él. Danbaku se dio la vuelta. Pim. Pim. Pim. Pasito a pasito, un Daruu aún despeinado, con una mochila cargada de cacharros a la espalda y vestido con botas de agua hasta las rodillas, caminaba con ojos legañosos hacia la puerta. —Venga... vamos... a pescar... —Parecía que fuera a caer dormido en cualquier momento, después de cada palabra. Danbaku y Kiroe se echaron a reír al mismo tiempo. —¡Pero hijo! —dijo Danbaku intentando contener una nueva carcajada—. ¿Dónde vas con todo eso? —Pues a pescar —contestó de mala gana, todo convencido—. Como en las películas, hay que ir bien preparado... ¿No? Su padre caviló unos momentos, intentando encontrar alguna excusa que decirle. Finalmente Kiroe salió al paso y salvó la situación: —Hace mucho tiempo que tu padre no va a pescar, pero estoy seguro que su equipamiento sigue por ahí, en la cabaña de pesca. Y creo recordar que había una tienda por ahí. Cómprate unas botas especializadas cuando llegues, que esas ya están estropeadas. Y deja la mochila anda, que si no no llegáis ni mañana. —Ya has oído a tu madre. ¡Ponte algo cómodo, tortuguita! —levantó el pulgar. Una gota de sudor caía por el lateral de su cabeza. Cuando Daruu volvió a irse a su habitación refunfuñando blasfemias que le habrían costado alguna que otra torta, Danbaku le dio un discreto beso a Kiroe en los labios. —¡Uf, gracias! —dijo—. ¿La cabaña de pesca? Madre mía, no se me habría ocurrido nunca. ¿Qué es una cabaña de pesca? Kiroe rió. —Una cabaña con la que engañar a tu hijo, de momento —bromeó—. Bueno, me voy a la cama, ya es bastante que me hayas hecho madrugar. —¡Pero si has sido tú la que has querido cotillear a dónde me lo llevaba! Su mujer le sacó la lengua antes de salir de la cocina. ···
El viaje fue algo duro, y Daruu lo pasó refunfuñando la mitad del camino. La otra, hacía demasiado frío y caía demasiada nieve como para que quisiera gastar energías en quejarse. No sabía a dónde le estaba llevando su padre, pero desde luego, no parecía que se estuvieran dirigiendo a cualquier apacible lago para pescar. Al principio, la excusa había sido que en el lago de Amegakure no habían peces buenos. Pero ya habían pasado de largo al menos cinco más en los que Daruu creía que podía haber perfectamente de la clase de peces que estaba buscando su padre, de modo que había empezado a sospechar. Creyó que llegarían el mismo día, pero qué va. Las cortas piernas de Daruu y su reticencia a moverse habían hecho que tuvieran que hospedarse en una posada de un pueblo del camino. Intentó fijarse en los carteles que iban encontrando, pero sus limitados conocimientos de geografía le impidieron encontrarse. Estaban sentados frente a la chimenea, tratando de calentarse un poco, cuando el chico descubrió la verdad. —Esto... papá —llamó la atención Daruu. —Mmh... ¿sí? —contestó su padre. —No hemos venido a pescar, ¿verdad? ¿Qué se te ha ocurrido esta vez? Al principio, Danbaku intentó fingir cara de confusión. Pero aquellos ojos marrones eran tan inquisidores como los de Kiroe, y no pudo evitar dejar escapar una carcajada. —¿Tanto se nota? Daruu suspiró. —Hemos pasado por delante de no sé cuántos lagos ya —explicó Daruu—, aquellos cuchilleos en la cocina con mamá me han parecido de lo más sospechoso, y... —Hizo una pausa, como si quisiera añadirle dramatismo a la escena, y sonrió—. ¿Desde cuando tenemos una cabaña de pesca? Tan lejos. Danbaku rió aún más fuerte. —Está bien, está bien, no hemos venido a pescar. —Se limpió una lágrima—. Te voy a enseñar cómo funciona el Ninjutsu. —Bah... Ya te he dicho que el trabajo de mamá me gusta. Yo quiero ser pizzero. ¡Quiero encontrar la mejor masa de pizza del muuundo! Cuando pronunció la última palabra, Daruu extendió los brazos y se dejó caer atrás, con ilusión nada contenida. —Bueno, eso ahora, que aún no has visto de lo que es capaz tu padre... Ah, ¿y sabes qué? Tu madre fue una kunoichi genial también. Daruu se reincorporó de golpe y puso la oreja con interés. Hasta ahora ninguno de sus dos padres le había dicho que Kiroe había sido ninja. Era la primera vez que se enteraba. —¿Bromeas, mamá fue ninja? Danbaku asintió. —Y esta mañana, en la cocina, me ha dicho que también le haría ilusión que tú lo fueras. Al menos, no lo descartes hasta que no veas lo que se puede hacer. Daruu había sentido curiosidad, claro, tiempo atrás. Pero llegado el momento, había perdido el interés. Ahora que le habían revelado que su madre había sido kunoichi, sin embargo... —Siempre puedes retirarte a una pastelería más tarde, como tu madre. —Danbaku alzó los hombros con gesto de duda. Aquella vez, la mentira le había salido natural. Daruu pensó durante unos instantes, clavando la vista en el fuego. —Vale. Quiero verlo. Quiero ver qué es el Ninjutsu. Pero no sé si cambiaré de idea. Al menos, a la vuelta, no comerían pescado. 4
El Valle Aodori Al amanecer, padre e hijo continuaron su viaje. Cruzaron el pueblo nevado en cuya posada se habían alojado —que se llamaba Byanshiba, Daruu había leído en el cartel—, y pasaron por delante de un par o tres de lagos más, totalmente congelados. Si la mentira de su padre sobre ir a pescar todavía hubiera tenido cimientos, Daruu habría entendido perfectamente por qué su padre no querría pescar en aquellas balsas de agua escarchadas. Cada vez hacía más frío. ¿Para enseñarle cómo funcionaba el Ninjutsu, tenían que irse tan lejos? ¿No podía hacerlo en cualquier explanada? Las tormentas de nieve le calaban la tiritona hasta los huesos, y cada vez tenía más sueño. Daruu había leído sobre eso: tener sueño y frío es malo. Dormirse ahí implicaría la muerte. Cuando el astro rey estaba en su cénit, llegaron al pie de una enorme cordillera. No es que Daruu hubiera visto muchas cordilleras ni montañas antes, pero podría jurar que era la más alta del continente, al menos en aquél momento. Su padre se detuvo delante de una cueva oscura, medio escondida, y se dio la vuelta, cruzándose de brazos y sonriendo con picardía. —Bueno, hijo, prepárate para ver algo increíble —dijo, y sus ojos brillaron con secretos ocultos. —¿Qué? ¿Qué hay en esa cueva? Está muy oscuro —respondió Daruu. —No es lo que hay en la cueva. Es lo que hay al otro lado. ¿Vamos? —repuso Danbaku, y sin aguardar respuesta de su hijo se dio la vuelta y se metió de lleno en la penumbra. Tras vacilar unos instantes, Daruu le siguió. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, descubrió la cosa más bella que había contemplado jamás. La cueva estaba recubierta de hielo. No, no con un poco de hielo... La cueva parecía excavada en el hielo. Su propio reflejo le saludaba con la sonrisa de un tonto a cada trozo de pared al que dirigiera la mirada. Hacía un frío de narices, pero eso no le importaba. Su padre le había asegurado que lo bueno vendría cuando atravesaran la salida de la cueva, pero en ese momento Daruu no le creía. —¡Ya se ve la salida! —anunció papá. Era cierto, se veía la salida. Pero el resplandor del sol le impedía ver qué había más allá. ¿Sol? Pero si fuera estaba nevando, y el cielo totalmente encapotado. ¿Cómo era posible? Lo entendió cuando dio un paso fuera de la caverna. —Y este... —dijo Danbaku— ...es el Valle Aodori. Daruu quedó maravillado. Ante él se extendía una enorme explanada de hierba, con crestas bajantes y subientes, algunos arroyos, escasos árboles. De pronto sintió una oleada de calor, tanto que no lo había vivido ni en Amegakure, un calor primaveral. El Valle Aodori resultó ser, según explicó su padre, un recogido lugar entre varias cordilleras al que el mal tiempo no llegaba nunca. Por eso era tan especial. Y como estaba tan recogido, muy poca gente lo conocía. La que sí lo hacía solía ser ninja, y el valle era gigantesco. Allí no les molestarían. —Papá —Lo había estado pensando durante todo el camino, había estado decidiéndose. Tal vez fuera por lo maravillado que estaba, o porque se le había llenado la cabeza de antiguas historias de shinobis que había olvidado. ¿Sería verdad que los ninjas podían mover montañas y parar la corriente de los ríos? —No quiero ver cómo es el Ninjutsu. Quiero que me enseñes Ninjutsu. 5
Echando raíces Su padre estalló en una enorme risotada, tan estruendosa que intimidó a Daruu un tanto y le hizo encogerse, decepcionado. —¿Qué, tan difícil es...? —preguntó el pobre chico, avergonzado y sonrojado. —¡No es eso! No es eso... —explicó Danbaku—. Lo que pensaba que sería más difícil es convencerte. —No he dicho que quiera ser ninja —dijo Daruu. Al ver la mirada confusa de su padre, corrigió:—. No quiero trabajar como ninja. Pero quiero aprender Ninjutsu. Mamá no trabaja, y seguro que lo conoce. Puede ser divertido. Danbaku suspiró y sonrió con ternura. —Una vez aprendes algo de Ninjutsu, ya eres un ninja, estés en activo o no —se encogió de hombros—. Pero lo que tú digas. Tienes razón, puede ser divertido. Nunca me había planteado la posibilidad de enseñarte sin que entres en la Academia. Pero me vale. »Pasaremos aquí una temporada —continuó papá—. Unas semanas, nada más. Mamá está enterada, además, siempre podremos mandarle cartas. —¿Car...tas? ¿Cómo? —preguntó un pequeño Daruu. Danbaku rió, pero no contestó a la pregunta del chico. —Además, ¿dónde vamos a dormir? No quisiste traer equipaje, no tenemos sacos, y aquí no hay posa... Danbaku carraspeó y realizó con soltura una larga serie de sellos. Al cabo de unos segundos, la tierra retumbó como si se hubiera producido un terremoto, y de un estruendo casi grotesco que le revolvió el estómago a Daruu nació la técnica de madera de su padre. De detrás de él, a unos tres metros, más o menos, comenzó a surgir un enorme edificio con todo lujo de detalles, hecho de madera, tan perfecto que parecía hasta pintado con cuidado. Era una réplica de la posada en la que se habían hospedado. —¡Hala, qué pasada! —gimoteó Daruu, todavía asustado, pero sin duda sorprendido y maravillado. Entendedlo, para Daruu era como si alguien acabase de hacer magia. Se puede discutir sobre si el chakra es o no una especie de energía mágica, pero dejaremos eso para otras historias. —Los colchones son de hojas, y no hay chimenea —dijo Danbaku—. Son limitaciones, pero tampoco creo que sean para tanto. Además, aquí no hace frío. —No hace frío. —Daruu asintió sin escuchar. Estaba sonriendo como un idiota, acariciando el marco de la puerta de la cabaña. Su padre dejó escapar otra risotada más. —Bueno, manos a la obra. Te voy a enseñar qué es el chakra y como modelarlo. ¿Estás preparado? Pasaron gran parte de la semana intentando que Daruu aprendiese a manejar el chakra. Sorprendentemente, pese a los espabilado que era el chaval, le costó mucho dominar lo más básico. El ejercicio propuesto finalmente era sujetar una hoja en la frente con la ayuda del chakra. Algo bastante básico, según lo que le había estado contando Danbaku. Su padre entrenaba Taijutsu con un tocón de madera cuando sucedió. La hoja en la frente de Daruu había crecido. No solo eso, sino que alrededor del shinobi la hierba también crecía. Daruu abrió los ojos, curioso, cuando su padre había parado de golpear el tocón para observarlo con la boca abierta. —¿Qué, qué pasa? —preguntó, extrañado. Entonces se dio cuenta de que le salía una flor de la punta de la nariz—. ¡¡AHHHHHHHHH, QUITAMELA, QUITAMELAQUITAMELAQUITAMELAQUITAMELAaaaaa...!! ¿No sabéis lo que es perder la dignidad de golpe? Imagináos a alguien meditando, extremadamente concentrado. Imagináos que le crece una margarita desde la punta de la nariz. Ahora imaginad que se pone a saltar y a brincar, exaltado, agitando los brazos como si esa margarita fuese a hacerle algo. Danbaku tardó un rato en alcanzarlo, otro rato en enseñarle cómo quitarse la margarita de la nariz... ...y una semana en enseñarle a transformar su chakra en Mokuton, su Kekkei Genkai recién descubierto. 6
La triste noticia Aquella tarde, Daruu había ido a comprar un par de ingredientes que le hacían falta a su madre. Un poco de harina y unas cuantas cosas más, de esas cosas que no venden en un supermercado cualquiera pero que si eres hijo de una repostera eres capaz de encontrar sin demasiado esfuerzo. Desde que había salido de casa, Daruu había notado algo raro en el ambiente. ¿Sería el ritmo de la lluvia, repiqueando sobre los adoquines más lánguida que de costumbre? ¿El aire viciado de la ciudad, un poco más viciado que otras tardes? ¿Sería aquél presentimiento de que algo no iba a salir bien? ¿El vaso que se le había roto a mamá mientras retiraba sus cosas de la mesa? ¿El tropezón que dio Daruu en el pequeño escaloncito de la entrada de la pastelería? Pero cuando salió de la última tienda, y su piel no sintió el suave roce de las gotas de lluvia de Amegakure, supo que no se trataba de imaginaciones suyas. Aquello era un mal agüero. Había estado notando que algo no iría bien desde hacía mucho rato. Veréis, Daruu no era un muchacho supersticioso, pero los había más pragmáticos que él que aún temblaban cuando faltaban nubes en el cielo. No es que Daruu temblara, pero no era la primera vez que le había pasado algo cuando ha dejado de llover. En una ocasión, casi se parte la crisma durante una aparatosa caída recogiendo un libro de lo alto de su estantería. En otra, se había equivocado y le había echado sal en vez de azúcar a la masa de los bollitos de vainilla que tanto le gustaban a Kori, el vecino de arriba. Si supiérais la cara que puso cuando le dio el primer bocado... Era la primera vez que Daruu le había visto dibujar algo que no fuese indiferencia en su rostro. Pero había algo que le decía que aquello no iba a ser como confundir el azúcar con la sal, que podía significar algo más grave. Nunca supo por qué, pero lo sintió, y por eso, imitando los temerosos latidos acelerados de su corazón, acrecentó el ritmo de sus pasos y se puso en marcha para llegar a casa. Abrió la puerta de la pastelería, que debería estar en pleno funcionamiento, pero estaba cerrada. Otra mala señal. Avanzó apartando mesas y sillas, sin temor a que su madre le reprendiera por ello más adelante. Puso la llave en la cerradura de la puerta que llevaba a casa, subió por las escaleras y... Encontró a Kiroe sentada en una silla en la cocina, con gesto sombrío, ni rastro de la lozana energía que le caracterizaba. Apoyaba los codos sobre las rodillas y sujetaba un pedazo de papel blanco con tinta y noticias negras, negrísimas, con la mano izquierda. Cuando la mujer clavó los ojos en su hijo, no hacían falta más palabras. Su padre llevaba unos días de misión. —Papá ha... —Ahora vuelvo. Voy a apuntarme a la Academia. —repuso Daruu, apretando mucho los puños y dejando que una única lágrima escapara de sus ojos. Una única lágrima. 7
La Academia Como todas las pérdidas, aquella fue muy dura. Pero entendedlo, los shinobi tienen una manera especial de afrontarlas. En su mundo, todos los días cae un compañero tuyo, un amigo tuyo. Un padre, un hijo. Un hermano. A Kiroe le arrebataron una de las dos cosas que más quería en el mundo, pero la muerte ya había acabado con otras dos parejas antes de aquella, y aunque no fuese lo mismo, aunque con esta compartiese un hijo, no pudo hacer más que apretar los dientes y seguir adelante. También había visto morir a numerosos camaradas a su lado. Al fin y al cabo, ella era la especialista en inteligencia. Siempre se escabullía. Siempre jugaba seguro. Siempre sobrevivía. Por otra parte, Daruu aguantó el dolor de la muerte de su padre con estoicismo, y como si algo de aquello hubiese tenido que ver con la enseñanza que había recibido como ninja, apartó de su vida toda intención de convertirse en cocinero profesional y solicitó una plaza en la Academia para convertirse en shinobi y honrar a su padre como no podía hacerlo nadie más. Llegaba varios años tarde, con respecto a varios niños de su generación, pero como ya había recibido instrucción se sometió a una serie de pruebas para que le adelantaran el año de curso. No le fue difícil demostrar su valía, sobretodo teniendo en cuenta que no todos los días aparece un chiquillo que sabe utilizar técnicas de un Kekkei Genkai tan poderoso. En la Academia, Daruu fue un muchacho callado. No se relacionaba con nadie, a excepción de con Ayame, Aotsuki Ayame, para todos la jinchuriki de la aldea, y guardiana de contención de la bestia de cinco colas. Para él, su tímida y simpática vecina. De todos modos, apenas intercambiaban un par de palabras de vez en cuando. Daruu estaba concentrado en acabar con excedencias de esfuerzo su paso en la Academia y poder ser útil al legado de papá. Como ya he dicho, aguantó muy bien el dolor de su pérdida. Al principio. Hasta que se derrumbó. Entonces empezó a perder la atención. Entonces, empezó a necesitar un estímulo. Entonces... 8
La noche, la luna y cómo aullar Como desde hacía al menos un mes, Daruu volvió a casa desanimado. Ya casi no lograba concentrarse ni siquiera cuando modulaba su chakra. Suspiró mientras metía la llave en la puerta de la cerradura que llevaba a su vivienda, y de pronto percibió un olor a pelo mojado y a barro, y una voz masculina que retumbaba por el rellano de la escalera. Entrecerró los ojos y abrió la puerta con sumo cuidado, con la misma cautela con la que después empezó a ascender por los escalones. La voz de barítono se intercalaba con la suave y joven vocecilla de su madre. La conversación era seria, pero por la intensidad del sonido se deducía que no se trataba de una discusión. ¿De quién sería aquella voz? ¿Por qué olía tan raro? —¿Y entonces, encontraste el rastro de los conspiradores? —preguntaba mamá. —Era tenue, pero no me fue difícil. Sin embargo, hay dos cosas que debo decirte antes de que continuemos esta conversación —Su acompañante sonaba severo, pero divertido, como si de pronto se hubiera acordado de un chiste, pero como si lo que sea que estuvieran hablando fuese importante—. La primera es que perdí el rastro a las orillas de un lago, al sur, por desgracia. La segunda, es que tu cachorro nos está escuchando. Daruu no tenía ni idea de qué estaban hablando, pero acababa de acelerársele el corazón. Se había parapetado detrás del marco de la puerta con todo el sigilo que había podido para escuchar, ¿cómo le había descubierto? —¿Daruu? —preguntó Kiroe, dando un respingo, y de pronto se sintió avergonzada por haberse dejado espiar por su propio hijo. Bueno, una mezcla de avergonzada y orgullosa—. Pasa. Te presentaré a Seremaru. Sea lo que sea lo que os hayáis imaginado, Daruu no pudo haberlo asimilado de peor forma. Seremaru resultó ser un lobo. Un lobo gigantesco de color gris. Un lobo enorme con una cicatriz en un ojo, unos ojos dorados como el oro en contraste con la plata de su pelaje. El olor a pelo mojado y barro venía de él. Daruu quedó plantado unos segundos sin saber muy bien qué decir. Sobretodo porque estaba asimilando que la voz de barítono había salido de un maldito lobo. —Hola. Daruu señaló a Seremaru, alarmado. —¡¡UN LOBO QUE HABLA!! Comprenderéis que un muchacho como aquél, especialmente si no había estado prestando atención en clase últimamente, reaccionara de aquella manera. Como seguro sabéis ya, existen familias de animales que trabajan para los shinobi, que colaboran con las aldeas y con ninjas particulares. A Kiroe le costó un cuarto de hora explicarle —y tranquilizarle— a Daruu lo que eran, aunque no reveló el motivo de la visita de Seremaru. Por supuesto, Kiroe también le dijo a Daruu que antiguamente había trabajado como kunoichi. El muchacho se hizo el sorprendido, pero obviamente ya lo sabía. El lupino, por otro lado, emitía de vez en cuando unos gruñidos guturales que se acercaban a parecerse a una carcajada. —Bueno, bueno, muchacho... Tu madre me ha hablado de ti. ¿Qué tal va la Academia? Daruu desvió la mirada, incómodo. —Pues es una pena. Eres un cachorro, pero huelo potencial. Estoy seguro que podrías formar parte de nuestra manada, si te esfuerzas... Daruu era todavía un ignorante sobre muchas cosas del mundo ninja, pero con aquella ató cabos, y supo a qué se refería. —Pero... ¿cómo? Además, últimamente ando un poco desanimado... Kiroe permanecía callada, turbada y asombrada respecto a la proposición de Seremaru. A ella habían tardado mucho en proponérselo. Mucho. —¡Pues anímate y trabaja, vago! —rugió Seremaru, y Daruu se estremeció. Relajó el tono de voz, y añadió:—. Trabaja, estudia, entrena, sé fuerte. Cuando no seas un cachorro. Te enseñaré la luna, te enseñaré las estrellas, y te enseñaré como aullar. 9
Genin El estímulo necesario llegó con aquél extraño lobo-humano, y Daruu no tardó en remontar en sus estudios, incluso superando a sus compañeros de clase instantes antes de acabar el curso. No le fue difícil superar los exámenes de graduación, y tampoco tuvo que abandonar su pasión por la cocina por completo, porque seguía teniendo que ayudar a su madre de vez en cuando. ¿Estáis sorprendidos por la banalidad de algunos asuntos de la historia? ¿Cocina? ¿Pizza? Bueno, si creéis que todas las historias son de héroes y villanos, de grandes rescates en torres muy altas, os faltan muchas historias por escuchar. Eso, suponiendo, claro, que esta historia no acabe siendo la de un héroe, o la de un villano. Como ya he dicho, no sé dónde vamos a acabar. Pero eso es lo bonito de las historias, ¿no? Que deciden por sí mismas. Esta es la historia de Daruu, el shinobi. 10
La historia de Daruu, el shinobi ↓ - RE: Las andanzas de Daruu - Amedama Daruu - 6/08/2015 Año–200 • Primavera No existen registros en esta estación.
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