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Las armas son peligrosas - Versión para impresión

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Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 18/08/2015

Nunca antes había salido de su ciudad natal, pero lejos de sentirse eufórica ante la idea de un viaje inesperado (que lo estaba), la embargaba una cierta pero extraña sensación de inquietud.

Las lluvias a las que tan acostumbrada estaba fueron remitiendo conforme se alejaban de Amegakure, y pronto el sol predominó sobre las nubes. Para cualquier otra persona sería un hecho completamente normal, pero para alguien que había nacido y había crecido en una aldea donde llovía día sí y día también, y cuando no llovía se consideraba un mal presagio, la circunstancia de ver el sol brillando por encima de sus cabezas más de dos días seguidos le producía un cierto desasosiego. Aunque Ayame sabía que tendría que terminar por acostumbrarse, dudaba de que pudiera llegar a hacerlo del todo.

Después de todo, ella misma necesitaba el agua. Ella era el agua.

La idea de la excursión había sido de su padre. Taikarune era su destino; en concreto, el museo de armas al que debía su fama. Taikarune era un pequeño pueblecito ubicado en el País del Fuego, por lo que el viaje les llevaría una semana aproximadamente. Y, tras muchas jornadas de viaje, al fin llegaron a su destino.

Ayame no pudo menos que quedarse boquiabierta.

Ya habían pasado por otros tantos pueblecitos durante su travesía, pero nunca podría acostumbrarse al contraste que se presentaba ante sus ojos una y otra vez. Dejando atrás la lluvia, dejando atrás el gris plomizo, el cemento y el asfalto, ante ella se alzaba una ciudad de casitas de madera que no pasaban del piso de altura. De hecho, lo más alto que podía ver desde allí era el monumental arco de roca que había formado el mar con su actividad erosiva.

—El museo se encuentra allí —informó su padre señalando un punto sobre la cresta del precipicio. Kōri, situado junto a él, había alzado también la mirada.

A Ayame le costó verlo, pero afinando la vista se dio cuenta de que allí había un castillo.

—¡Qué pasada! —no pudo contenerse.

Los tres se adentraron en la ciudad, dispuestos a subir la empinada cuesta que conformaba el peñón. Sin embargo, a medida que avanzaban, la multitud se iba aglomerando más y más. Hasta el punto de que parecía que había más gente que las que pudiera albergar la propia ciudad. Ayame intentaba por todos los medios quedarse pegada a su padre o a su hermano mayor; sin embargo, en un desliz en el que tuvo que esquivar a una mujer con un niño en brazos se vio sumergida en un océano de gente que no conocía.

—¿Papá? —murmuró, inquieta—. ¡Kōri! ¿¡Dónde estáis!?

Giraba sobre sí misma, en una búsqueda frenética de sus familiares. Pero su voz quedaba ahogada por el continuo murmullo de la multitud, ante ella pasaban a toda velocidad caras y más caras totalmente ajenas a ella. Se había perdido, y sentía que se estaba ahogando en aquel mar de gente.

¿Qué podía hacer?


RE: Las armas son peligrosas - Blame - 18/08/2015

Los días habían pasado desde su graduación, y el equipo aún estaba en expensas de ser creado oficialmente. El Senju realmente no tenía ganas de tener un equipo, pero al parecer era la vía mas rápida para poder toparse con misiones mas complejas. A esperas de que pudiese formar parte de un equipo, lo cual sería difícil teniendo en cuenta su mala fama, no cabía mas que esperar o disfrutar del tiempo muerto.

Como bien había hecho en una anterior ocasión, lo de esperar en casa sentado iba a esperar, valga la redundancia. El albino se atavió con su pantalón negro, camiseta negra y blanca, y por último se vistió con la capa de viaje negra. Tomó su mochila, y la cargó con un táper lleno de arroz y pollo al curry, una lata de té verde, su viejo bloc de dibujo, y unos cuantos lápices. Tras ello, la armó a su espalda, tomó sus útiles ninja, y salió de casa. Antes de salir, tomó las llaves de la misma, y cerró desde afuera con éstas.

Al salir, quedó observando por un instante el buzón. Estaba repleto de cartas y panfletos, quizás debía echarle un vistazo...

"O también puedo tirarlas..."

Evidentemente, pensó que también había una salida mas drástica en un asunto tan liviano. Abrió el buzón, las tomó de un puñado, y volvió a cerrar. Caminó hasta una basura próxima, y allí dejó su participación en el reciclado de papel. Con una sonrisa, tiró todas y cada unas de las cartas y panfletos de anuncio. Uno de éstos cayó sin embargo al suelo.

El chico dejó caer un suspiro, realmente no tenía ganas de recogerlo. Pero sin embargo, lo hizo. Se agachó a tomar el panfleto, y pudo observar que era un anuncio sobre un museo de armamento shinobi, situado en el país del fuego, en una ciudad llamada Taikarune. Sin mas, lo tiró a la papelera también.

Aunque la verdad... suena bien...— Se dijo a sí mismo mientras andaba hacia la salida.

Al plantarse en la salida de la aldea, quedó pensativo por un instante.

"¿Taikaru-como se diga, o perderme...? Mmmm... Taikurame, supongo..."

Quizás el chico debió haberle prestado mas atención al nombre del sitio, pues encontrarlo se le hizo una autentica odisea. Le llevó bastante tiempo, sin duda demasiado. Pero al final, quien sigue la consigue. El albino terminó llegando a una ciudad que estaba plantada al lado de un risco enorme, sobre el cual parecía extenderse la misma.

El chico se adelantó un poco mas, hasta llegar a la entrada de la aldea. Al llegar, se puso la capucha por encima, esa holgada capucha que tanto le gustaba de esa capa de viaje negra. Sin ánimos de intimidar o asustar, el chico se acercó a una mujer, y le pidió indicaciones hacia el museo. Ésta no tuvo apenas reparo en señalarle la cima del risco, un castillo concretamente. Era casi agradable ver como su mala fama no llegaba hasta ésta ciudad. Casi le trataban como a uno mas. Que agradable sería salvarlos teniendo esas sonrisas de frente en vez de llantos y lamentos... Algún día quizás lo comprendiesen.

Sin mas, el chico comenzó a andar hacia la cima del risco. Al paso de un rato, la cima no era mas que lo que pisaba, y frente a él se hallaba el castillo. Por desgracia para él, parecía ser que estaban regalando caramelos o algo, pues allí había mas gente de la que pudiese caber en ese recinto sin lugar a dudas.

"Ufff..... dios, que pechá de gente..."

Sin embargo, eso no le quitó los ánimos, pese a que ánimos tenía pocos. Se fue entremetiendo un poco, buscando su puesto en la cola. Al cabo de un instante, terminó por rendirse. ¿Donde diablos estaba la cola? Allí la gente se estaba arremolinando sin ton ni son, era algo de lo mas raro.

Dejó caer un suspiro, y resignado se dio la vuelta. Al hacerlo, topó sin querer contra una chica algo mas joven que él. La joven tenía el cabello mas oscuro que una noche de invierno, uno ojos grandes y expresivos, e iba vestida casi en su totalidad de un tono azul. En su frente también destacaba un brillo metálico, una bandana de metal que hacía referencia a Amegakure.

"Dios... que agobio con tanta gente... ésto es... es increíble para lanzar una técnica y rebentarlos a todos! simplemente genial, pero ahora mismo agobiante...."

Sin ganas de tan siquiera pedir perdón, el chico volvió hacia su izquierda, apartándola de su camino y tomando otro. Intentó escabullirse de esa multitud tan atosigante, el aire le faltaba entre tanta gente. Sin demora, se fue abriendo camino hasta salir de esa muchedumbre, quedando a un extremo de la gran planicie que había sobre el risco, a vista del mar. Fuera de ese caos, dejó caer un suspiro e intentó relajarse un poco.


RE: Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 20/08/2015


Bueno, se suponía que yo roleaba desde la pendiente que iba hacia el castillo, pero no importa. Lo arreglaré de algún modo xD

Ninguno de los dos respondía a su llamada, y a medida que pasaban los minutos atrapada en aquella red de gente, le daba la impresión de que cada vez era más difícil que volviera a encontrarse con ellos. ¿Habrían notado su desaparición? ¿La estaban buscando como ella les buscaba a ellos? ¿Debería mantenerse quieta en el sitio o avanzar hacia la entrada del museo? Era probable que aquella fuera la solución más fácil, puesto que el museo era su objetivo inicial. ¿Pero y si ellos se quedaban buscándola en aquella maldita cuesta plagada de personas?

Le costó varios minutos decidirse, pero al final optó por seguir la corriente y avanzar. Atacada por los nervios, descolgó la cantimplora que lleva enganchada a la parte posterior de su obi y le dio un par de tientos. El agua fresca bajó por su garganta, y Ayame se sintió ligeramente revitalizada. Aún tardaría unos quince minutos en terminar de subir, pero se llevó una desagradable sorpresa al descubrir que frente a la entrada del museo había aún más gente. Debía de haberlo supuesto, aquel museo era la principal atracción turística de Taikarune precisamente.

«¡Ni siquiera saben guardar una cola ordenada! No voy a encontrarlos en mi vida...» Gimió para sí.

—¡Ay! —la persona que se encontraba frente a ella se había dado la vuelta repentinamente, y terminó chocando contra ella sin remedio—. ¡Lo siento! —se disculpó, aunque no había sido ella quien había chocado.

El chico iba enteramente vestido de negro. Si no fuera por aquel vital detalle, quizás podría haberle llegado a confundir con su hermano mayor. Tenía la misma tonalidad lechosa de piel, sus cabellos eran igual de blancos... Aunque lo más impactante de aquel sujeto era que tenía un ojo de cada color.

Él ni siquiera le respondió, y Ayame se limitó a torcer el gesto ligeramente cuando la apartó a un lado para marcharse del lugar.

«Tengo cosas peores de las que preocuparme ahora mismo» Sacudió la cabeza, y se puso de puntillas para poder mirar mejor a su alrededor.

—¡Papá! ¡Hermano! —gritaba, con las manos en forma de tubo alrededor de su boca para hacerse oír.

Pero un repentino revuelto agolpó a las personas que se encontraban a su alrededor, sus espaldas volvieron a empujarla sin ningún tipo de miramiento, y Ayame se vio expulsada del círculo de gente como una chiquilla vulgar y corriente.

—¡Hey! Jobar, así va a ser imposible...

Desde aquella posición sólo veía espaldas. Espaldas y un mar de cabezas irreconocibles. Ayame miró a su alrededor, desesperada, y entonces dio con la solución a su problema. Corrió hacia un extremo de la planicie y saltó encima de un poyete que encontró allí. Desde aquella posición más elevada quizás le sería más fácil identificar a sus familiares.

Ni siquiera se dio cuenta de que el chico de ojos dispares se encontraba a unos pocos metros de su posición también.


RE: Las armas son peligrosas - Blame - 27/08/2015

Al chocarse con la chica, ésta acudió rápidamente a pedir disculpas, pese a que no había sido su culpa. Había sido el albino quien realmente se había agobiado y girado de manera rápida y tosca, chocando contra ella en el proceso. Igualmente, pese al intento de la chica por pedir disculpas, el de ojos heterocrómicos ni se dignó en decir "no pasa nada" o "Ha sido mi culpa, lo siento". Pasó de ella como si de un cartón de leche de soja se tratase, y siguió su camino hacia afuera de esa marabunta.

Una vez fuera, el chico pudo comenzar a respirar, el aire por fin le llegaba a los pulmones. Tanta gente... solo hacía falta una buena bomba. El albino tomó un par de bocanadas de aire mas, y las soltó de forma profunda y tendida. Intentaba relajarse. Aunque en cierto momento, sus nervios peligraron.

De pronto, un grupo de chicos se aproximaron hacia su posición, y con una antigua cámara amarrada a un par de palos, se hicieron un par de fotos casi a su vera. Los chicos no tardaron en moverse apenas unos centímetros, cambiar la perspectiva, y hacerse otro par de fotos. Así prosiguieron por todo el largo del paseo, moviéndose de forma extraña y con ese curioso experimento entre manos. Al avanzar la mirada del chico en la dirección de ese extraño grupo, pudo ver que la chica con la que antes se había topado se había subido al poyete que daba fin a la planicie.

"¿Tanto le ha afectado el empujón que va a tirarse al mar?"

Sin embargo, la chica no miraba hacia el agua, si no hacia el mar de cabezas y espaldas. El albino se llevó la diestra hacia el mentón, y lo frotó levemente mientras volvía su vista hacia esa marabunta.

"Así que has perdido a alguien..."

Sin pensarlo demasiado, el albino se acercó a la chica. Evidentemente, ésta no le recibiría con los brazos abiertos, pero bueno, ¿Qué le iba a hacer?

Una de éstas, y esa bola de carne se disolverá rápidamente...— Aconsejó el chico, mostrando una bola negra del tamaño de una canica.

Lo que mostraba no era mas que una bomba de humo, pero sería suficiente para que la gente se apartase. Mataba dos pájaros de un tiro, se libraba de la cola, y quizás de algún humano si entraba en pánico y saltaba hacia el agua. Aunque quizás eso último era pedir demasiado a una pobre bomba de humo.

Fuere como fuere, su bondadosa oferta también le haría a ella tener una fácil solución a su problema. A nadie le gusta respirar humo, y un humo morado quizás pasase por un ataque venenoso, por lo que casi nadie quedaría por el lugar. Reducía drásticamente su búsqueda de quien quisiera que buscase. Pura bondad concentrada éste peliblanco...


RE: Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 29/08/2015

Por el rabillo del ojo vio que una sombra blanca y negra se acercaba a su posición, y Ayame se obligó a abandonar la vigilancia de la multitud para atender a su repentino acompañante. Para su sorpresa, se trataba del chico con el que había chocado anteriormente y algo dentro de ella se removió, inquieta por lo sucedido anteriormente. Por si las moscas, hizo fluir el chakra a la planta de sus pies y fijó su posición sobre el poyete.

Pero lo que hizo a continuación la dejó aún más estupefacta, si cabía. El chico sacó una pequeña esfera del tamaño de una canica y del color del carbón y fue entonces cuando Ayame reparó en la bandana que llevaba anudada en torno a su cintura. Era un ninja. Y a juzgar por el símbolo zigzagueante que lucía grabado en el metal, era de Kusagakure. Ayame no tardó en identificar el objeto, pues ella poseía una similar: le estaba ofreciendo una bomba de humo. Ladeó el rostro, torciendo el gesto en un claro gesto de reprobación.

—¡Pero no quiero que se disuelvan! Estoy buscando a dos personas, y remover a la multitud sólo complicaría las cosas —razonó, y justo entonces se le ocurrió algo. Flexionó las rodillas, para quedar a una altura más similar a la del chico—. Mi padre y mi hermano. Ambos son más altos que yo —comenzó a explicar, y con cierto apuro colocó una mano sobre su propia cabeza para simular una altura aproximada—. Mi padre tiene el pelo negro y los ojos aguamarina, y mi hermano tiene casi dieciocho años y es todo blanco. ¿Los has visto, por algún casual?


RE: Las armas son peligrosas - Blame - 29/08/2015

La chica no tardó demasiado en comprender de qué se trataba, cosa que no era realmente sorprendente, pues era una kunoichi. Sin embargo, su careto no mostró mas que reprobación ante la sugerencia. Se la notaba bastante opuesta a la idea, y no tardó en confirmarlo con palabras. Al parecer, tenía la certeza de que si hacía eso, lo tendría aún mas difícil para localizar a sus familiares.

Tras un breve instante, la chica flexionó las rodillas, acercándose a la altura de Blame. Desde allí, intentó explicar a quienes buscaban, así como ofreció una breve descripción de cómo eran. Al parecer el padre era de cabellera negra y ojos aguamarina, mientras que el hermano fue descrito como "todo blanco". ¿Qué querría decir con todo blanco? Según lo dicho, su hermano poseía una edad similar a la del Senju.

Sendo guardó la esfera de nuevo al ver que no iba a servir, y volvió su mirada hacia ese océano de cabezas y espaldas. Se llevó la zurda hacia el mentón, y frotó entre el índice y el pulgar éste.

Pues la verdad, creo que no les he visto... Con esa descripción podrían ser cualquiera. ¿A qué te refieres con "Blanco"? ¿Qué clase de ropa llevan?

Preguntó furtivamente, aunque pareciese un interrogatorio, era imposible responder a su pregunta sin algo mas de información. Aunque, pensándolo bien, ¿por qué querría ayudar a esa desconocida?

Por cierto, puedes llamarme Blame.— Se atrevió a presentarse en primer lugar.


RE: Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 3/09/2015

Mientras hablaba, el shinobi de Kusagakure guardó la bomba de humo de nuevo. Parecía que no había visto a sus familiares, y Ayame no pudo reprimir un suspiro de decepción.

—Jo, me quedaré atrapada en esta ciudad para siempre... Sola —se lamentó en voz alta, antes de volverse hacia él de nuevo. Le estaba preguntando por su hermano mayor, y Ayame alzó bruscamente las manos—. ¡Pues eso! ¡Es todo-blanco! —exclamó, haciendo un mayor énfasis en el color mientras gesticulaba con sus manos una forma redondeada y amplia. Después, se mantuvo algo pensativa durante unos segundos. ¿Cómo era posible que le costara recordar qué ropas llevaban en el momento que se perdió? Con respecto a Kōri no era un problema, pero...—. Pues papá iba vestido de negro... Con una gabardina de mangas cortas, pantalones largos y una camiseta de manga larga de color gris... Y mi hermano va de blanco. ¡Ah! Y lleva una bufanda de color azul en torno al cuello.

Su interlocutor se presentó repentinamente, sobresaltándola por lo repentino de la situación.

—¡Oh, es cierto! Disculpa mis modales. Mi nombre es Aotsuki Ayame, es un placer —dijo, con una inclinación de cabeza.

Justo en ese momento, dos personas atravesaron los colosales portones dorados del que en la antigüedad había sido el castillo del Señor Feudal. Eran dos hombres de una estatura similar, aunque uno era visiblemente más adulto que el otro. Como el yin y el yang, el más mayor tenía los cabellos oscuros, aunque el sol conseguía arrancar algunos destellos desteñidos azulados de su pelo, e iba vestido enteramente de negro. El otro, tal y como lo había descrito Ayame, era blanco de la cabeza a los pies. Blanco el pelo, blanca su piel, y blanca su ropa.

La diferencia de presión entre el ambiente exterior y el interior del castillo, levantó una ráfaga de aire que sacudió una gabardina de tela impermeable, negra como el tizón, y la bufanda azul del otro.

Pero Ayame parecía ignorante a la situación, ocupada con su presentación como estaba.


RE: Las armas son peligrosas - Blame - 7/09/2015

La chica no pareció dispuesta a soltar prenda, literalmente. En vez de describir las ropas de sus familiares, comenzó a decir cosas como que quedaría sola por siempre. La chica llegó a parecer realmente tétrica y pesimista, cosa que agradó en gran cantidad al albino. Éste no pudo evitar una risa, aunque la disimuló evitando la mirada y anteponiendo su diestra en la boca, imitando que se rascaba la nariz.

No tardó en expresar con gran amplitud lo que quería decir con que su hermano era blanco. Lo describió exactamente con las mismas palabras, solo que decoró sus palabras con un gesto no demasiado acorde a lo que intentaba de expresar, al menos a vista del albino.

Entiendo...

La verdad, no se le ocurría qué mas decir. Era evidente que esa clase de respuesta no le había llevado a ninguna resolución ante el problema. No sabía a quién buscar, o qué ropas llevaba. Fortuitamente, la chica llegó a idealizar las vestimentas de sus parientes, y comenzó a describirla con alguno que otro detalle importante. Con una descripción medio decente, el chico calló en cuenta. Los había visto antes, justo antes de tropezarse con ella.

Tras esas descripciones, la chica terminó por presentarse, justo como él había hecho segundos antes. Aunque evidentemente, ella fue bastante mas formal.

Igualmente, un placer señorita Aotsuki.— Contestó cortesmente. —Con respecto a tu hermano y padre... ¿No habrán entrado al castillo?

Por suerte o desgracia, para el par que mantenía la conversación, la escena de entrada de sus familiares al castillo pasó desapercibida. Aunque tampoco era de extrañar, todos venían a ésta ciudad con ese propósito...


RE: Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 9/09/2015

—Oh, no. Llámame sólo Ayame, por favor —pidió, con el gesto ligeramente torcido, cuando Blame se refirió a ella como "señorita Aotsuki". Nunca había sido muy amiga de los protocolos, aunque ella los siguiera a rajatabla. Pero simplemente no podía soportar la idea de que la llamaran de otra manera que no fuera por simplemente su nombre.

Blame hizo una nueva suposición con respecto a las dos personas que estaba buscando, y ella se llevó una mano al mentón con gesto pensativo.

—Es posible... después de todo era nuestro principal destino... —murmuró, ladeando el rostro ligeramente.

Había fijado la mirada en los portones de entrada del castillo, en la inmensa muchedumbre que se agolpaba allí. Ni siquiera guardaban un orden claro, no había filas o colas que seguir. Si quisieran entrar para comprobar sus sospechas, tendrían que colocarse en el borde del amasijo de cuerpos y hacerse paso como pudieran hasta el interior. Posiblemente tendrían que lidiar con gritos de desagrado, acusaciones de que intentaban colarse, pisotones, empujones...

Incluso era posible que incluso perdiera en el proceso a la única persona que parecía dispuesta a ayudarla.

—¿Pero cómo podemos entrar para averiguarlo? Atravesar esa masa de personas nos podría llevar horas, y entonces...

No se le ocurría nada. Incluso llegó a acariciar la idea de la bomba de humo. Pero no, aquella no era siquiera una opción.


RE: Las armas son peligrosas - Blame - 11/09/2015

Blame se encogió de hombros al escuchar la respuesta ante tan sofisticado comentario. Al parecer no le era agradable ser tratada como una chica de alta cuna, cuando ella misma se había presentado con apellido y todo. Curioso. Mas tampoco tenía mucho con que reprocharle, realmente le importaba menos que un bledo.

Mmmm ok, como quieras.

Habiéndole mencionado que era posible que sus familiares estuviesen dentro del castillo, la chico confirmó lo obvio. Tenían el museo como principal objetivo, y era posible que en camino se la hubiesen dejado enganchada contra algo. Como tampoco parecía muy engreída o de carácter, no era de extrañar la situación en que se encontraba. Sola, y buscando cómo llegar hasta ellos sin molestar a demasiada gente. De seguro aún andaba pensando en alguna manera de llegar hasta el museo con confrontar contra unos cuantos...

De pronto, la chica confirmó lo que pensaba el Senju. Buscaba como llegar hasta el museo, pero veía imposible llegar antes de pasadas unas cuantas horas. Qué poca maldad llevaba esa chica, o qué bien la disimulaba. Sin duda era un espécimen perfecto en teatro de sentimientos.

Se me ocurren varias maneras... pero no creo que ninguna sea de tu agrado...— Informó con una sonrisa.

Giró de nuevo, y buscó con la vista la puerta del castillo. Entre ellos y la puerta, un océano de personas.

«¿Y por qué querría ayudar a ésta chica?»

Un pensamiento bastante claro revoloteó por su cabeza. Evidentemente, no había nada que le hiciese querer ayudarla, quizás solo estaba perdiendo el tiempo. ¿O solo lo hacía por reírse viendo cómo la chica intentaba parecer un ángel inofensivo y hecho de pura bondad?


RE: Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 15/09/2015


Siento la demora

Blame parecía tener algunas ideas en mente, y Ayame no pudo evitar mirarle de reojo con cierto recelo. NI siquiera estaba segura de si debía preguntarle, después de la primera impresión que le había causado la primera vez que se había dignado a dirigirse a ella. Pero finalmente la curiosidad pudo con ella.

—¿Tiene que ver con bombas de humo? ¿O se te ha ocurrido algo más? —cuestionó, con un ligero escalofrío—. En realidad, es posible que yo misma pudiera pasar a través de todas esas personas sin problemas pero... no sin levantar un buen alboroto. Y finalmente nos detendrían los guardias de la entrada y no nos dejarían pasar...

Aquello era un verdadero dilema. Un acertijo que no sabía cómo solventar. Tenía que encontrar a sus familiares, pero no tenía modo de contactar con ellos ni de entrar en aquel condenado castillo sin llamar excesivamente la atención ni tener que esperar varias horas de caótica cola.

—Puede que sea mejor que los espere aquí fuera... Tarde o temprano tendrán que salir... —suspiró, resignada. Se iba a quedar sin poder ver el museo de armas.

¡Con la ilusión que le hacía ver todos aquellos artefactos!


RE: Las armas son peligrosas - Blame - 19/09/2015

La sonrisa del albino se ensanchó hasta mas no poder al escuchar las palabras de la chica. Evidentemente, ninguna buena idea se pasaba por la cabeza del albino. Sin embargo, la chica no dejaba de darle vueltas al asunto. Afirmaba que ella podía escabullirse hasta el inicio de la cola, pero que con el alboroto sin duda los guardias la apresarían y no la dejarían entrar al museo. En parte tenía razón.

Bueno... quizás la cuestión es echarle las culpas a otra persona, ¿no?

Su sonrisa se mostró de lo mas picarona, su mente ya tenía una idea la mar de divertida. Pese a que la chica siguiese ensimismada, la cosa se iba a poner mas divertida a partir del momento. Sin saber si la chica se encontraba en disposición de hacerlo o no, el chico la tomó de la mano con decisión. No tardó en jalar de ella para hacerla bajar de su privilegiada altura, y a la vez que le siguiese.

En todo momento su sonrisa fue de lo mas tierna, no literalmente.

Vamos, juguemos a un juego...

Sin mas, comenzaría a adentrarse entre la muchedumbre. Al comenzar a estar realmente atosigados de personas, Blame buscó los orbes de Ayame. Paró en seco, y acercó su boca a su oído para que ésta la pudiese escuchar.

Tienes que molestar de cualquier manera a alguien, haciendo que ésta persona confunda a una tercera contigo. ¿Me explico? Si haces que unas cuantas personas se enojen entre ellas, terminaremos tomando sus posiciones... y poco a poco vamos a avanzar de manera rápida y eficaz. Podrás entrar al museo, ver a tus familiares, y yo me divertiré un rato... todos salimos ganando.

Sin mas, el chico se dio la vuelta, observó quién sería su victima, y tras unos segundos actuó. El albino tocó el culo a una chica de unos veinte años, palpando desde el lado contrario al que se encontraba, y ésta al buscar al pervertido encontró a un hombre de cuarenta y largos años. El señor no sabía ni lo que se le avecinaba.

PERVERTIDO! CERDO! ASQUEROSO! AHHHHHH!!— Vociferó la chica a la par que arremetía contra el con su bolso.

El barullo que formaron fue espléndido, perfecto para que el albino pudiese jalar de nuevo de Ayame y colarse de al menos seis personas. Al estar éstas atentas a la disputa, no llegarían ni a darse cuenta de que había sido adelantados. Un plan sublime.

¿Ves? jajajajaja...— A penas podía contener la risa. —A ver qué se te ocurre... es tu turno... jajajaja...


RE: Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 23/09/2015

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Ayame cuando Blame esbozó una amplia sonrisa que se le antojó de lo más siniestra. Un mal presentimiento dentro de ella le hizo arrepentirse casi de inmediato de haberle preguntado a él, pero aún así esperó a que se explicara.

—¿Echarle las culpas a otro? ¿A qué te ref...? —comenzó a preguntar.

Pero antes de que pudiera terminar siquiera la frase, Blame tomó su mano y Ayame no pudo evitar sonrojarse ligeramente ante el contacto físico. Tiró de ella, obligándola a bajarse del poyete de un ligero salto. Y antes de que pudiera siquiera hacerse una idea de lo que estaba planeando su compañero, se vio arrastrada hasta el embravecido mar de gente que se agitaba ante ellos.

Y la última frase que le dedicó antes de que se sumergieran en aquella asfixiante multitud no terminó de calmarla.

Blame buscó sus ojos, y Ayame le miró con cierta confusión. Aún la tenía firmemente agarrada de la mano, por lo que no pudo apartarse como hubiese querido cuando se inclinó junto a su oído y le susurró una serie de indicaciones que terminaron de alarmarla.

«¡¿Pero cómo pretende que haga eso?!» No podía negar que era un buen plan. Pero para alguien como ella, era prácticamente imposible de ejecutar.

Sin embargo, Blame fue rápido y eficiente. En un rápido movimiento, le palpó el trasero a una joven algo más mayor que ellos que se encontraba por delante de su posición. La víctima se giró prácticamente al instante, y la primera persona que se cruzó con sus ojos fue un pobre hombre que debía tener una edad similar a su padre. Los agudos chillidos de histeria no se hicieron esperar. Los golpes no tardaron en acompañarlos.

Y en mitad de aquel caos, un Blame que no era capaz de contener las carcajadas arrastró a una Ayame roja de la más pura vergüenza unas posiciones más adelante.

—Q... ¿Qué? ¿Yo? —tartamudeó, con un hilo de voz. Se mordió el labio inferior, y sus ojos nerviosos comenzaron a mirar alrededor con desesperación. ¿Buscaba una manera de salvarse o de llevar a cabo aquellas disparatadas trastadas? Ni ella misma podía estar segura de la respuesta—. ¿Pero qué puedo hacer yo?

A unos pocos pasos de su posición un hombre degustaba distraído un enorme refresco. El refresco más grande que pudiera haber visto nunca. La sola visión le dio sed. Pero también una terrible idea que la estremeció.

Sin perder un instante, Ayame se colocó por delante de Blame y soltó su mano. Le dirigió una última mirada antes de mirar a su alrededor, asegurándose de que nadie más la estaba mirando directamente, y entonces su cuerpo se deshizo súbitamente en agua y cayó al suelo como una pequeña cascada. La salpicadura no tardó en alcanzar a un hombre musculado como un toro que se encontraba cerca del pobre consumidor del refresco, que no parecía haberse enterado de la desgracia. Y pronto la multitud volvería a agitarse.

—¡¿Pero qué coño te crees que haces?! ¡¡TEN MÁS CUIDADO!!

Ayame aprovechó la nueva turbulencia para volver a su forma corpórea. De nuevo, su rostro ardía como mil infiernos. Pero no perdió la ocasión y se adelantó unas tantas posiciones.

«Lo hago por encontrar a mi familia... Lo hago por encontrar a mi familia...» Se repetía, una y otra vez. Y como si aquello fuera a relajarse, desenganchó la cantimplora que llevaba adosada tras los riñones y sació su envidiosa sed de una vez por todas.


RE: Las armas son peligrosas - Blame - 25/09/2015

La chica no pareció en un principio dispuesta a ser partícipe de semejante tipo de acción o juego, quizás no era de ese tipo de personas. Sin embargo, pese a que todo parecía apuntar hacia lo contrario, la chica seguramente pensó que un mal menor era aceptable con tal de un bien mayor. Tras la primera broma del albino, Ayame se adelantó y prosiguió la sucursal de bromas a domicilio.

La kunoichi se diluyó como una pastilla efervescente, convirtiéndose en una especie de charco de agua. En un principio Blame no entendió la broma, pero al mojar a una persona, ésta no la vio a ella, si no a un sujeto que llevaba entre manos un tremendo vaso de refresco. El hombre, enojado por haber sido mojado, la emprendió con éste otro creyendo que había sido cosa suya... tampoco era de extrañar, era el único con bebida cerca de él.

Aprovechando el momento, tanto el albino como Ayame se adelantaron unos cuantos puestos. El principal objetivo era ese, entretenerse como espectadores de sus espectáculos no podía ser... quizás en otra ocasión.

Bien hecho, no se te da mal para ser una principiante... jajajaja.— Se jactó.

De nuevo, era turno del peliblanco. Buscó a su alrededor, un vistazo preliminar le llevó a ver a sus 10 a un grupo de señoras de avanzada edad, seguramente turistas también. Un tanto mas atrás había un señor vestido con gabardina y una pinta bastante siniestra.

«El sujeto perfecto...»

Sin pensarlo dos veces, empujó a una chica, la cual sin pretenderlo empujó a éste hombre. Antes de que sendos afectados pudieran reaccionar, el hombre terminó topando con el grupo de señoras. Adelantándose a las disculpas, o posibles desasosiegos, el albino tomó la iniciativa.

Un exhibicionista! Cuidado señoras!— Gritó tapando su voz con un acento grave, además de camuflar su boca con la penumbra de su capucha.

En ese instante, la cara del hombre se puso pálida. ¿Quién había sido? Sin tiempo a decir una palabra, el grupo de señoras comenzó a aporrear al hombre a diestro y siniestro. No hubo un respiro para el pobre. Entre él y la chica que le había hecho tropezar intentaron redimir su culpa, pero el grupo de señoras estaban mas asustadas que dispuestas a entender que no había sido algo a propósito.

Aprovechando el descuido, y el enorme bullicio, el chico jalaría de nuevo de Ayame para adelantar otro buen cacho en dirección al castillo. El plan parecía estar saliendo a pedir de boca.


RE: Las armas son peligrosas - Aotsuki Ayame - 2/10/2015

Blame halagó su destreza para colarse, pero Ayame no se sentía nada orgullosa de sí misma. Se mordía el labio sin cesar, y evitaba por todos los medios cruzar la mirada con el albino. Algo bullía dentro de ella como un furioso torbellino de vergüenza.

Pero la tortura no había terminado. Blame volvió a tomar la delantera. Ante la alarmada mirada de Ayame, Blame empujó bruscamente a una muchacha. En un efecto dominó, aquella joven empujó a un siniestro hombre vestido con gabardina, y aquel a un grupo de mujeres de avanzada edad. Los gritos de sorpresa e indignación no tardaron en sucederse. Y, por si no fuera suficiente con aquel empujón, Blame exhaló una exclamación falseando su voz desde las penumbras de la capucha que ocultaban su rostro.

Al pobre hombre no tardaron en lloverle los golpes, tal y como habían sufrido las anteriores víctimas.

—¡Esto no está bien! —le recriminó Ayame, en apenas un susurro sin embargo.

Pero Blame había vuelto a agarrarla y se adelantaron varias posiciones. Prácticamente, las últimas posiciones que les separaban de la entrada del castillo, del museo de armas, de su padre y su hermano. Habiendo tan sólo un par de personas por delante de ellos, ya no era prudente continuar con aquellas pericias para adelantar puestos. Les sería más conveniente esperar unos pocos minutos más.

—Esto no ha estado bien... esto no ha estado bien... —repetía Ayame, una y otra vez. Pero ahora estaba hablando prácticamente consigo misma. Se tapaba los ojos con una mano. No era capaz de mirar a su alrededor. Tenía la sensación de que todos a su alrededor sabían lo que habían hecho.

Y, si no lo sabían, seguro que eran capaces de verlo a través de sus iris.


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