El príncipe de los espejos (construcción) - Versión para impresión +- NinjaWorld (https://ninjaworld.es) +-- Foro: Base de datos del rol (https://ninjaworld.es/foro-base-de-datos-del-rol) +--- Foro: Historia, acontecimientos y ambientación (https://ninjaworld.es/foro-historia-acontecimientos-y-ambientacion) +---- Foro: Historias antiguas (https://ninjaworld.es/foro-historias-antiguas) +---- Tema: El príncipe de los espejos (construcción) (/tema-el-principe-de-los-espejos-construccion) |
El príncipe de los espejos (construcción) - Sasaki Reiji - 14/09/2015 Capitulo 1
Llovía, como casi siempre desde que los ciudadanos de Shinogi-To tienen memoria, rara era la vez en la que el sol se asomaba entre las nubes y la lluvia cesaba, rara y un mal presagio para todos los habitantes del país de la tormenta. Era prácticamente de noche, las luces artificiales iluminaban las calles abarrotadas de gente, pese a que era ya casi media noche. Entre toda la multitud había una persona que destacaba. Un hombre bastante alto, con el cabello blanco como la nieve pese a no aparentar más de veinte cinco años; ataviado con una gabardina de color negro, una camiseta de color granate, unos pantalones negros y unas botas. Sus ojos brillaban bajo la luz como dos esmeraldas. Caminaba con la mirada al frente y con las manos en los bolsillos, sin miedo, pese a saber en qué lugar se encontraba. Junto a él caminaba un hombre mucho más mayor, con los cabellos mayoritariamente canosos. Cargaba con una maleta que parecía algo pesada, y en la otra mano sostenía un paraguas para que su señor no se mojase. Las miradas los siguieron hasta que ambos se introdujeron un callejón y allí entraron en un antro de mala muerte. El lugar estaba iluminado tan solo por la luz de las velas, pese al avance tecnológico de la ciudad, algunas mesas y sillas estaban roídas por las ratas, otras llenas de moho. El lugar apestaba a tabaco, alcohol e incluso a sexo. La entrada del noble y su mayordomo atrajo la mirada de los clientes habituales, que simplemente les observaron de reojo y comentaron con murmullos. Ellos ya sabían a lo que un hombre como ese hacía en un local así, pero nadie podía decir nada, no al menos si querían conservar su integridad física. El hombre de cabellos blancos ni siquiera se dignó en mirarlos. Se acercaron a la barra donde un hombre bastante corpulento les atendió. No solo era tan grande como un barril de cerveza, sino que era tan bajito como estos, tenía las uñas de las manos bastante sucias, y su aliento apestaba a cloaca, incluso se podían apreciar algunos restos de comida en su frondoso bigote. —¿Que desea señor? —Pregunto a su nuevo cliente —Quiero que hagas realidad el deseo de todos los hombres — Respondió el hombre de ojos esmeraldas, aquella frase era lo que alguien le había dicho que tenía que decir. —Por supuesto, sígame. El hombre barril de cerveza guió al noble y su sirviente hasta la parte trasera de la tienda. A primera vista allí no había más que barriles de cerveza, estanterías llenas de comida y cajas cuyo contenido no podía apreciarse. El hombre arrastro como pudo algunas de estas cajas dejando a la vista una trampilla de la cual tiró para dejar a la vista unas escaleras. —Adelante, espero que encuentre lo que ha venido a buscar. El hombre de cabellos como la nieve y su fiel sirviente descendieron las escaleras sin ninguna duda, pese a que la apariencia del dueño y la apariencia del local indicaran que todo aquello podía ser tan solo una sucia trampa. Sin embargo, parecía saber con certeza lo que iba a encontrarse y no titubeo en ningún momento. El hombre barril había cerrado la trampilla en cuanto ellos habían desaparecido y no les había seguido. Al final de las escaleras tan solo había un enorme pasillo de piedra iluminado por antorchas sujetas a la pared a cada uno de los lados. El pasillo parecía eterno y se ensanchaba cada vez más, tras un buen rato de camino este giraba a la derecha y tras otro buen rato giraba a la izquierda. Al final, otro largo paseo después, alcanzaron el final del pasillo. Frente a unas enormes puerta de madera, un hombre ataviado con una túnica y una capucha que cubría su rostro y que caminaba apoyándose en un bastón de madera, recibió al hombre los ojos esmeraldas y a su sirviente. —Buenas noches, bienvenido —Aquella voz no tenía un tono concreto, no parecía la de un anciano, ni tampoco la de una persona joven, no parecía enfadado, ni alegre, era plana, tan plana como una tabla de madera —Síganme por favor. El encapuchado dio media vuelta y apoyo sus manos sobre las puertas de madera. Parecían bastante pesadas por su tamaño, pero basto con que el hombre las tocara para que estas se abrieran de par en par, dejando ver una enorme sala. El suelo de esta estaba cubierto por una especie de moqueta de color rojo, las paredes y pilares de la sala estaban hechos de mármol. Y la luz era abrumadora, se podía ver todo con perfecta claridad. Y sin embargo aquel lugar era oscuro, muy oscuro. Las paredes y los pilares que sostenían aquel lugar estaban repletos de mujeres y niños encadenados a ellas por unos grilletes, sus pies jamás tocaban el suelo y muchos habían sido azotados recientemente, pues en algunos casos la sangre aun goteaba en el suelo. Y esa era el único sonido que se escuchaba en aquel lugar, pues todos estaban amordazados, sin embargo tenían los ojos bien abiertos, para que el cliente pudiera ver bien la mercancía. —Puede darse una vuelta y elegir lo que más le guste, pero si necesita que le aconseje le esperare justo aquí. Las puertas se habían cerrado tras el paso de los tres hombres, y el más menudo de ellos, el hombre que les había guiado al interior de la sala, y que andaba con la ayuda de un cayado de madera, se había quedado al lado de las puertas a la espera de que sus nuevos clientes seleccionaran la mercancía que más les gustara, o que bien, les dejara intentar colarles algún esclavo del que quería deshacerse con rapidez. Aquello era a lo que él llamaba aconsejar. Sin embargo el noble y su sirviente comenzaron a explorar el lugar sin preguntarle ni pedirle ni un solo consejo al encapuchado. Hacía tiempo que el de los ojos esmeraldas se había enterado del negocio de venta de esclavos y estaba decidido a adquirir a su esclava. No es que no pudiera conseguir a la mujer que él quisiera, es que prefería una mascota a la que tratar como le diera la gana, una mascota que hiciera lo que él quisiera, cuando él quisiera y como él quisiera. Necesitaba encontrar algo que satisficiese a sus ojos y allí había de todo. Mujeres de diferentes edades, con diferentes tonos de piel, color de ojos y color de pelo. No le interesaban para nada las menores, así que simplemente pasaba de largo, indiferente ante el sufrimiento de estas. Observo a cada una de las mujeres del lugar, las había muy exóticas y también muy comunes, pero ninguna encendía su chispa y estaba a punto de irse cuando la vio. Estaba un poco apartada del resto y al contrario que las demás, las cadenas que la sujetaban era de oro, y su cuerpo no mostraba ni una sola cicatriz. Sus cabellos eran rojos como la sangre, largo, liso y bien peinado. Sus ojos eran dos rubíes, pero no había vida, no había brillo en ello. Al contrario que algunas de las demás, no quedaba ni un atisbo de esperanza en su mirada. Y sin embargo seguía respirando, seguía viva. —Me voy a llevar a esta —Sentencio el peliblanco. —Le advierto señor que esa mujer es especial, su precio es muy elevado, esa mujer es la última persona que conserva un Kekkei que se creía perdido después de la guerra, algunos shinobis hacen suculentas ofertas por ella. Con una orden de su brazo, el mayordomo se adelantó un paso y abrió la maleta que portaba frente al encapuchado, dejando ver una enorme cantidad de dinero. —Lo que hay aquí es suficiente para comprar al resto de los esclavos, te daré otra suma equivalente cuando haya llegado a mi carruaje sano y salvo con ella ¿Hay trato? El encapuchado, abrumado y ensimismado por la cantidad de dinero que había recibido y que iba a recibir no dudo ni un solo instante en asentir con la cabeza. Los acompaño por la salida secreta del lugar hasta las afueras del pueblo. Habían cubierto a la muchacha con trapos como si de una mendiga se tratarse. Los acompañó hasta donde el noble había dejado su carro con caballos, recibió su dinero, y desapareció por donde había venido. Capitulo 2
En algún lugar entre el país de la tormenta y el país de la tierra, entre bosques y montañas, se encontraba el castillo a donde el noble había llevado a vivir a su esclava. Un castillo digno de un señor feudal, sin embargo, aquel hombre no lo era. Había convertido a la esclava en su esposa, pero seguía siendo tan solo un maniquí que obedecía órdenes, una mascota que hacía caso a su dueño y que si lo hacía mal, le castigaban. Pero a ella la castigaban siempre, independientemente de si lo hacía bien o mal. Simplemente aquel hombre de ojos esmeralda y de blancos cabellos la usaba como quería. Y ella jamás se quejó, jamás le llevo la contraria, jamás intento defenderse, nunca alzo la mano contra su “dueño”. Y le daba igual, porque jamás había tenido esperanza. Pese a que sabía, gracias a que su madre se lo había contado de pequeña, que tenía un gran poder en su interior, jamás había sido capaz de utilizarlo, pues carecía del entrenamiento de un shinobi para manipular su chackra. Además, había sido capturada junto a su madre cuando no pasaba de los diez años, y habían visto como maltrataban y violaban a su madre hasta la muerte. Hacía mucho que había perdido la fe, hacía mucho que no tenía ningún motivo para luchar. Y sin embargo, el día en que tuvo que pelear llego inevitablemente. Aquel hombre la había dejado embarazada y más que preocuparse por la sangre de su sangre se había preocupado por encontrarle un comprador. Aquel hombre pensaba vender a su hijo al mejor postor. Ella le había escuchado negociar con un shinobi de Kusgakure, explicando que por las venas de aquel niño o niña no solo corría su sangre noble, sino también el Kekkei genkai de la madre. Y la mujer, y su bebe en camino, eran los únicos poseedores de aquella naturaleza. Y ella que hacía mucho que no tenía fe, ahora tenía que salvar a ese niño, como había intentado salvarla a ella su madre. No podía permitir que aquel despiadado hombre la separara de su hijo, no podía dejar que se lo vendiera a nadie. Y ella ni siquiera sabía por qué aquel hombre quería vender a su propio hijo al mejor postor. Lo planeo todo lo mejor que pudo. Tenía que escapar de aquel lugar antes de que el bebe naciera, antes de que nadie pudiera separarlos. Ni el tiempo ni la salud estaban de parte de aquella mujer, el embarazo hacia que no se encontrara en muy buen estado, pero tenía muy claro que si no se marchaba se arrepentiría el resto de sus días. Llovía, era casi más de media noche, hacía tiempo que el dueño del castillo se había ido a dormir, de hecho todo el castillo dormía, todos menos la esclava. Ya no la encerraban, hacía tiempo que no lo hacían, pues nunca había opuesto resistencia, nunca hasta aquel día. Salió del castillo a toda por la parte trasera, salió con el mayor sigilo posible intentando evitar a los guardias de la muralla. La puerta del jardín trasero siempre estaba abierta, por alguna razón que ella no conocía, pero aquello la beneficiaba. Una vez fuera corrió, corrió todo lo lejos que pudo. Sabía que no tardarían en darse cuenta de su ausencia, sobretodo su dueño, pues dormían en la misma cama. El barro y el peso de su barriga hacían de aquello una difícil tarea, además del cuidado que tenia de evitar tropezar para no caer y dañar al bebe. Pero ni siquiera sabía a donde ir, hacia donde ir, solo corrió hacia delante hasta que su cuerpo no pudo más y tuvo que apoyarse en un árbol a tomar un respiro. El hombre de ojos esmeraldas se había levantado sin nadie a su lado. Al principio todo fue caos, ninguno de los guardias sabia a donde había huido la esclava. Pero enseguida se calmó, y su calma atemorizo más a los guardias que su ira. No tardó mucho en organizar una partida de búsqueda, había pagado mucho por esa mujer, y llevaba en su vientre algo que le iba a proporcionar todavía más dinero. Cuando estuvo preparado, monto su blanco corcel, y partió en busca de sus pertenencias extraviadas. La noche no era precisamente calurosa, el camisón era lo único que ella llevaba puesto. Pese a que tenía algunas libertadas dentro del castillo aun siendo una esclava, era su dueño quien elegía las prendas de ropa que iba a utilizar a lo largo del día. Además, había otra cosa que la mujer no había tenido en cuenta al escapar. Las montañas estaban repletas de bandidos. El noble sin embargo, sí que había tenido en cuenta el hecho de que había bandidos por los alrededores, y temía que estos le arrebataran sus pertenencias. Lo que más preocupaba al hombre es que mataran al niño que estaba por nacer. Tenía dinero suficiente para comprar las esclavas que quisiera, y no le importaba en lo más mínimo perder una, pero esa no, no podía permitirlo, tenía que encontrarla el primero. Ni siquiera se fiaba de sus propios soldados. Si se quedaba parada mucho tiempo, el noble la alcanzaría, por eso ella decidió retomar el camino. Aunque fuera poco a poco, paso a paso, tenía que alejarse. Corrió y cuando no pudo más, caminó. Ya no podía pararse, tenía que alejarse lo máximo posible, encontrar algún lugar donde refugiarse. El problema era, que no era nadie, solo una esclava, desde que las atraparon a ella y a su madre en el desierto. La madre de la esclava había muerto defendiendo a su hija, y esta haría lo propio por el suyo. Al fin, al fin la encontró. Ella caminaba agotada apoyándose en el tronco de los árboles, mirando al suelo para evitar tropezar. A él no le importaba el terreno ni el cansancio, su caballo había sido entrenado para moverse por esos lugares. Ella se giró al escuchar los pasos del caballo acercarse, se quedó paralizada, asustada, no sabía qué hacer, ni hacia donde correr. El noble se apeó del caballo, camino hacia su esclava con total calma y tranquilidad mientras extendía su mano hacia ella, queriéndole decir que fuese con él. Ella daba pasitos hacia atrás, atemorizada, pero el peliblanco estaba cada vez más cerca. Hasta que la alcanzo. La bofetada resonó por todo el bosque. Después de golpearla, la agarró del brazo con fuerza y tiro de ella. Evidentemente, él era mucho más fuerte, y pese a la resistencia ella no podía hacer nada. —Te lo he dado todo, y me lo pagas así, prepárate para el infierno mujer. Sin embargo sus palabras quedaron eclipsadas cuando una bandada de cuervos salidos de la nada empezó a atacar al noble, quien no tuvo más remedio que soltar a la mujer para cubrirse, desenvainar su extraña espada, y comenzar a golpear al aire para alejarlos. Cuando al fin logró librarse de los pájaros, se giró hacia la mujer, pero algo, o mejor dicho alguien, se interponía entre él y su esclava. El que se interponía era hombre vestido completamente de negro, excepto por una bufanda de color rojo que le cubría la parte inferior de su rostro, su cabello también era negro y le alcanzaba hasta la mitad de la espalda. Sus ojos no eran tan oscuros, sin embargo en aquel momento también parecían negros. Sujetaba entre sus manos una espada cuyo filo era tan oscuro como la noche. La bandana de la villa de la lluvia se veía claramente en su brazo izquierdo. —Apártate, ella me pertenece. —Las personas no le pertenecen a nadie excepto a sí mismas. —Yo pague por ella, es mía, así que quítate de en medio o te sacare yo. —Inténtalo. Los dos hombres comenzaron a pelear. El noble utilizaba una extraña espada con forma de aguja y un mango que parecía la mitad de una esfera, además combatía con un estilo bastante extraño. El hombre de los cuervos también se manejaba muy bien con la espada, y gracias a la oscuridad de la noche era bastante difícil discernir su filo, pero ambos luchadores estaban a la par, era una lucha por ver quien cometía el primer error. Sin embargo el hombre de los cuervos era un shinobi experimentado, y no solo era diestro en la esgrima, por lo que se adelantó a su rival gracias a las artes ninjas. Si, había jugado sucio, pero eso venia implícito en su trabajo. Trabajo que había dejado de cumplir al escuchar el golpe resonando por todo el bosque, y había acudido raudo pensado que se trataba de algún enemigo, y sin embargo se había encontrado con aquel panorama. —Está bien, tú ganas, de momento. Fueron las últimas palabras del noble antes de subirse a su corcel y marcharse. Pero aquella no sería la última vez que los hombres se verían las caras. El noble esta resentido, le habían robado a su esclava y a su hijo. Y no iba a quedarse quieto, aunque le costara años, recuperaría lo que era suyo, incluso si tenía que enfrentarse a la villa oculta de la lluvia. —¿Estas bien? Pregunto el hombre de los cuervos a la mujer mientras le tendía la mano, que había quedado sentada en el suelo, y que al parecer aun no era capaz de articular ninguna palabra. Aún tenía miedo, y sin embargo acepto la mano que le tendían, aunque tímidamente. Capitulo 3
Aquel shinobi no abandono a la mujer en mitad del bosque, sino que la llevo consigo a la villa de la lluvia con todas las consecuencias que aquello acarreo para él. Ella había pasado por mucho, su vida había sido complicada, y necesitaba reponerse de todo aquello. Pese a todas las dificultades, ambos acabaron enamorados el uno del otro. El niño que ella llevaba en su interior había nacido sano. Su nombre fue Reiji, porque así lo quiso su madre y no porque alguien la hubiese obligado a elegir ese nombre. Aquel shinobi lo tomo como a su propio hijo, aunque no lo era, y lo entreno como antes había hecho su padre con él. Y no solo eso, sino que lo hizo ingresar en la academia para convertirlo en todo un Shinobi de amegakure. Ella no paso sus años en balde, él le había enseñado a manipular el chakra, y unas cuantas cosas más, y gracias a lo que sus antepasados le habían retransmitido, aquel raro Kekkei, había podido sacar algo de dinero vendiendo algunas artesanías y joyas, dinero que invirtió en abrir su propia joyería en el distrito comercial. Pese a que le preguntaron muchas veces y tubo la libertad de elegir, ella nunca quiso dedicarse a la vida militar. Sin embargo, si su hijo quería hacerlo ella no se lo iba a impedir, porque hasta que su amado la saco de aquel bosque, ella nunca había podido hacerlo, y no iba a permitir que a su hijo le sucediera lo mismo. El joven también pasaba tiempo ayudando a su madre en la Joyería, o entrenando con el quien creía que era su padre, porque, pese a todo, jamás le contaron la verdad. Al final, el joven Reiji, a la edad de 14 años, logro graduarse como gennin. |