NinjaWorld
[Unific] Pesadillas antes del amanecer - Versión para impresión

+- NinjaWorld (https://ninjaworld.es)
+-- Foro: Amegakure (https://ninjaworld.es/foro-amegakure)
+--- Foro: Calles de la Aldea (https://ninjaworld.es/foro-calles-de-la-aldea--68)
+--- Tema: [Unific] Pesadillas antes del amanecer (/tema-unific-pesadillas-antes-del-amanecer)



[Unific] Pesadillas antes del amanecer - Aotsuki Ayame - 12/01/2022

Kurama levantó el brazo, sus labios torcidos en una escalofriante sonrisa. El filo de la katana reflejó momentáneamente la luz del sol. Y, con un simple movimiento deslizante, la cabeza de Amekoro Yui se separó de su cuerpo, rebotó varias veces en los escalones de aquel extraño hielo negro y terminó frente a los pies de Ayame. La mirada inerte de La Tormenta se clavó en ella como una daga al rojo vivo, y la sangre comenzó a brotar. Manaba de sus ojos, de sus oídos, de sus labios entreabiertos; pero, sobre todo de su cuello inconexo. Sangre roja, líquida, borboteante, que bañaba todo a su paso. Ayame, aterrorizada, intentó retroceder, pero era como si tuviera los pies anclados al suelo. La sangre seguía manando. Ya había llegado a sus pies. Y entonces, la cabeza de Yui habló:

«Todo es culpa tuya.»

La nieve se tintó con el color de la sangre. Toda Yukio se vio inundada de aquel color carmesí. Incluso las tormentosas nubes en el cielo eran rojas. Y el frío del invierno penetró en las entrañas de Ayame como una garra de hielo cuando la que había sido su Arashikage pronunció sus últimas cuatro palabras:

«¡TÚ ME HAS MATADO!»

Un súbito peso en la espalda le hizo caer de bruces a la nieve ensangrentada. Los ojos de Ayame quedaron a la misma altura que los de Yui, furibundos, eléctricos. Ella sollozó cuando sintió el sabor de la sangre en la boca. Y entonces, una risa estridente perforó sus tímpanos. La risa de Kurama, regodeándose en su terror:

«Hay algo que deseo todos y cada uno de los días de mi vida, Ayame. Me viene bien que estés aquí...

«...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.»







Ayame se despertó de golpe con un grito ahogado y el sudor frío perlándole la frente. Temblando sin control y respirando de forma entrecortada, miró a su alrededor. No estaba en Yukio, estaba a salvo en su habitación en Amegakure. No había sangre, sólo la penumbra de la noche. Y tampoco había nieve, sólo se escuchaba el suave rumor de la lluvia golpeteando su ventana. Respiró hondo, y se llevó una mano al cuero cabelludo, intentando calmar los alocados latidos de su corazón. Sólo ha sido una pesadilla, se dijo, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano para después encender la lamparita de noche que tenía junto a ella. La luz, amarillenta y no demasiado potente, inundó la habitación. Otra pesadilla más, se repitió, sentándose en la cama y apoyando los antebrazos en las piernas. No había dejado de tenerlas desde que regresó del infierno que había vivido allí, y ya había perdido la cuenta del tiempo que había pasado desde entonces. Se levantó, tambaleante, y con pasos lentos salió de su habitación.

En mitad de la noche, el resto de la casa estaba sumido en un denso pero tranquilizador silencio. Ayame se detuvo momentáneamente entre las habitaciones de su padre y su hermano. Necesitaba escuchar sus suaves ronquidos al otro lado de la puerta. Sólo eso podía tranquilizarla y hacerle sentir que todo estaba bien. Aunque dentro de ella nada lo estaba. Qué fácil era cuando de pequeña tenía la libertad de acudir a su padre o a su hermano en mitad de la noche porque había tenido una pesadilla. Pero aquellos tiempos tan fáciles habían quedado atrás hace mucho...

Ayame se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta tras de sí con suavidad. Apoyó sendas manos en el lavabo y se miró en el espejo. No reconocía a la figura que le devolvía la mirada al otro lado: Ojos enrojecidos y hundidos en profundas ojeras, piel lívida casi enfermiza, cabellos despeinados y faltos de brillo. Si no fuera por la luna de su frente, casi podría haber jurado que aquel no era su reflejo. ¿Por qué le estaba pasando todo aquello? Con una acuciante angustia creciendo en su pecho, Ayame abrió el grifo y se echó agua fría en la cara. Dejó momentáneamente las palmas de las manos presionadas contra su rostro, tratando de disfrutar el tacto del agua fresca en su piel. Pero cada vez que cerraba los ojos volvía a verla: la cabeza de Yui mirándola. ¿Qué había hecho para merecer todo aquello? Un silencioso sollozo sacudió sus hombros cuando se secó con la toalla. La angustia de su pecho había vuelto a extenderse hasta su garganta, cerrándola por completo.

Cuando salió del cuarto de baño y apagó la luz tras de sí, Ayame se detuvo un instante en el pasillo. Sentía que la oscuridad la engullía. Sentía que se estaba marchitando. La angustia era insoportable. Era como un agujero negro que estaba tirando de todo su ser, desgarrándola por dentro. Ayame giró sobre sus propios talones, y en aquella ocasión no volvió sobre sus pasos para regresar a su habitación. Enfiló el pasillo con una angustiante necesidad, y salió al balcón de su casa.

Desde allí, utilizó su propio chakra para invocar un par de alas de agua con las que voló hasta lo más alto del edificio. Se posó en el borde y la lluvia la recibió con los brazos abiertos, empapándola. Pero a Ayame no le importó ir descalza o en pijama. Alzó la barbilla y miró hacia el horizonte, hacia el lago que rodeaba Amegakure. Allí, mucho tiempo atrás, la barca funeraria de Amekoro Yui se había hundido tras recibir el impacto del rayo de Amenokami. Yo debería haber estado allí. Volvía a repetirse. Pero, en aquella ocasión, sus ojos no se inundaron de lágrimas. Era por su culpa que Amegakure había perdido a La Tormenta: Por no haber sido lo suficientemente espabilada, no se había percatado del veneno con el que habían contaminado la limonada que les ofrecieron en el tren y que propició su posterior secuestro. Fue ella quien dudó en más de una ocasión del juicio de Yui, e incluso llegó a plantearse la oferta de Kuroyuki. Fue su cobardía la que le hizo errar el disparo contra los shinobi del Copo de Nieve y que propició que Yui resultara gravemente herida. Fue ella quien no se dio cuenta de las intenciones de Yui cuando se soltó de su hombro justo antes de devolverla sana y salva a Amegakure. Fue ella la que se dejó esposar por los ninjas de Kurama y la que falló estrepitosamente cuando acudió a rescatar a Yui.

Fue ella... Ella había matado a Amekoro Yui.

Un relámpago cruzó el cielo nocturno como una furiosa saeta, iluminando sus ojos apagados durante un fugaz segundo. Amenokami había recibido a Amekoro Yui como un padre acoge a su hija predilecta. La había convertido en La Eterna Tormenta. La lluvia se hizo más intensa cuando Ayame despegó un pie del suelo y lo alzó sobre el vacío.

¿Cómo la recibiría a ella?


RE: [Unific] Pesadillas antes del amanecer - Aotsuki Ayame - 13/01/2022

Un súbito tirón en el estómago la empujó hacia atrás, física y psicológicamente. Sin ningún tipo de control sobre su cuerpo, sus manos se entrelazaron en el sello de la replicación, y una nube de humo estalló frente a sus ojos, justo antes de que algo blanco la embistiera a la altura del pecho y la arrojara al suelo de espaldas con un gemido de dolor.

¿Qué cree que está haciendo, Señorita? —dijo Kokuō, con voz ronca y terriblemente peligrosa. Ayame se encogió frente a la extraña criatura que se alzaba frente a ella. Su forma combinaba de forma extraña el cuerpo de un caballo con la cabeza de un cetáceo, con cinco colas que ondeaban al final de su espalda. Y sus ojos aguamarina bordeados de carmesí... hacía mucho tiempo que no los veía tan enfurecidos como estaban en aquellos momentos. Kokuō apoyó uno de sus cascos delanteros en su torso, clavándola al suelo para impedir que se moviera—. ¡¿Qué cree que está haciendo?!

Ayame se mordió el labio inferior y apartó la mirada, con los ojos anegados de lágrimas. Había caído tan profundo en su particular pozo de desesperación que lo había olvidado. Había olvidado que...

Ah, se había olvidado de que yo estaba con usted, ¿verdad? —replicó Kokuō, como si le estuviese leyendo la mente—. ¡Se había olvidado de que nunca está sola!

El cuerpo de Ayame tembló. No por miedo, hacía mucho tiempo que había dejado de temer al Cinco Colas, sino en un vano intento por reprimir las lágrimas. Kokuō entrecerró los ojos y acercó su enorme cabeza al rostro de ella.

¿Por qué...? ¿Por qué se le ha pasado por la cabeza hacer algo así siquiera? Es... ¡Es una egoísta, Señorita! —rugió, mostrándole aquellos dientes, afilados como cuchillas—. ¿De verdad cree que esa es la manera de afrontar sus problemas? ¿Huyendo de ellos? ¿Cargándole el peso al resto? Kurama no se va a detener porque usted pierda hoy la vida. Kurama vendrá a Amegakure. Kurama arrasará con todo lo que pueda a su paso. Kurama se llevará por delante a todos los humanos que osen enfrentarle. ¡Y eso incluye a su familia, a Daruu, a Shanise y a todos los humanos que conoce! ¡¿Cree que Amekoro Yui se quedó a luchar contra Kuroyuki para que usted hoy decida tirarlo todo por la borda?!

Ayame cerró los ojos, incapaz de controlar los temblores. Apretaba los puños con todas sus fuerzas, pero sólo consiguió clavarse las uñas en las palmas de las manos. ¡Dolía! ¡Dolía como si la estuviesen desgarrando desde el interior! Tan sólo quería dejar de sufrir. Quería dejar de sentir nada por un instante. Quería dejar de tener aquellas terribles pesadillas... Tan sólo quería...

No ha pensado en nadie más, ¿verdad? Igual que se había olvidado de mí, se ha olvidado del resto... —La voz de Kokuō sonó rota por la tristeza.

Ayame dejó de sentir el peso del casco sobre su pecho. La había liberado de la presión, pero no se atrevió a moverse. Simplemente, se llevó las manos al rostro. Pero algo una fuerza superior a la suya las apartó, la obligó a incorporarse y entonces un par de brazos la envolvió y la estrechó con fuerza. Kokuō, esta vez en forma humana, también lloraba.

Hicimos un trato, Señorita... Hicimos un trato. Compartimos cuerpo, y yo misma me he estado encargando todo este tiempo de cuidar de él mientras usted no era capaz. Y no me importa. No me importa tener que alimentarla, o asearla, o obligarla a pasear sólo para que no se marchite en esa cama. Hemos pasado demasiado tiempo juntas. Sé que muchos de estos años yo misma le he hecho la vida imposible. Pero... Pero no ahora... Ahora no quiero separarme de usted. No de esta manera. Aunque eso signifique perder la verdadera libertad.

No pudo contenerse por más tiempo. Ayame se agarró a las ropas de Kokuō y rompió a llorar de forma amarga, pero liberadora. Se dejó llevar por su calidez, por sus brazos envolviéndola de forma protectora. Simplemente, se dejó cuidar.

No es su culpa. No fue su culpa. No importa el tiempo que le lleve aceptarlo, no importa el tiempo que siga muda, yo estaré ahí para recordárselo siempre.

El cielo comenzó a clarear en el horizonte. Era difícil saberlo cuando estabas en una aldea siempre cubierta por nubarrones tormentosos, pero el amanecer se acercaba.


RE: [Unific] Pesadillas antes del amanecer - Aotsuki Ayame - 17/01/2022

Un tiempo despues...



El sol hacía tiempo que se había puesto. Aunque, en una aldea como era Amegakure, era difícil saberlo cuando el cielo estaba permanentemente cubierto de nubes. Los ciudadanos, ya acostumbrados a las características de su cielo, se guiaban por la luz que dejaba pasar aquella tormentosa capa.

Era la hora de cenar, y el aroma de los guisantes con jamón que se estaban preparando al fuego ya inundaba toda la casa. Pronto, el sonido de dos voces masculinas, enfrascados en una conversación trivial, se vio acompañado por el característico tintineo de los platos, los cubiertos y los vasos. Sin embargo, no había tres platos sobre la mesa, como era habitual. Sino dos. Aotsuki Kōri dejó la jarra de agua y sus ojos de escarcha se quedaron mirando una de las sillas vacías, absorto, pensativo. Desde lo sucedido en Yukio, Ayame no había vuelto a cenar en la misma mesa que ellos. Ni a desayunar, ni a comer. Si no fuera porque el Cinco Colas de vez en cuando tomaba el control de su cuerpo, su hermana ni siquiera habría salido de su cama por su propio pie. El bijū no tenía por costumbre compartir la mesa con ellos, y era muy probable que no lo hiciera por lo incómoda que sería la situación, por lo que aprovechaba los momentos cuando ellos estaban fuera del comedor o de la cocina.

...papeleos, papeleos y más papeleos. ¡Joder, creía que era médico, no secretario! —Su padre seguía refunfuñando de fondo, malhumorado.

Aunque trataban de aparentar normalidad, lo cierto era que el ambiente en casa estaba más tenso que de costumbre. Tanto Zetsuo como él estaban haciendo todo lo posible por intentar ayudar a Ayame. Pero parecía que todo caía en saco roto. Su hermana seguía sin hablar, seguía enfrascada en sus propios pensamientos y seguía despertándose todas las noches con las mismas pesadillas. Algo sí que había cambiado con respecto a los primeros días después de la tragedia en Yukio, sin embargo. Como médico, Zetsuo tenía acceso a gran cantidad de medicamentos. Y se había visto en la obligación de suministrar a su hija calmantes y antidepresivos para controlar su trastorno postraumático y los eventuales ataques de terror que la hacían despertarse entre chillidos de terror.

Zetsuo se dejó caer sobre su propia silla con la desgana de un hombre que ha perdido el apetito para siempre. Kōri le acompañó y sirvió sendos vasos de agua mientras el médico repartía la comida. Cualquier intento de iniciar una conversación se vio bruscamente truncado. Ninguno de los dos tenía ganas de hablar de nada, tampoco querían mencionar cualquier tema relacionado con la Arashikage, Yukio, Kurama o sus Generales mientras Ayame pudiese oírlos, por lo que terminaron sumiéndose en un denso silencio. Ni siquiera encendieron la televisión para ahogarlo. Por lo que, nuevamente, sólo escucharon el tintineo de sus cubiertos chocando contra los platos, acompañados por el constante y martilleante tictac de un reloj. Y poco después de empezar a cenar, Zetsuo levantó la cabeza de su plato de golpe. Sus ojos, abiertos de par en par y su semblante lívido fueron motivo más que suficiente para que Kōri se girara en su silla. Allí, plantada en el umbral de la puerta del comedor, la figura de Ayame los miraba ataviada con uno de aquellos cálidos pijama de invierno que le gustaban tanto.

¿Kokuō? —preguntó su padre, como si no terminara de creer lo que sus ojos estaban viendo.

Pero no podía ser Kokuō, se decía Kōri. Cuando el bijū tomaba el control sobre el cuerpo de su hermana, sus cabellos se volvían blancos y sus ojos aguamarina. No. La figura que tenían frente a ellos tenía el pelo negro como el carbón y los ojos marrones. Y no sólo eso. Era difícil de explicar, pero era como si toda su esencia cambiara por completo. Y la de Kokuō era muy diferente de la de su hermana pequeña. Ella tardó algunos segundos en responder de alguna manera. Intercambiaba el peso de una pierna a otra. Pero terminó asintiendo, confirmando sus sorpechas.

Zetsuo y Kōri se levantaron de sus asientos, al unísono.


RE: [Unific] Pesadillas antes del amanecer - Aotsuki Ayame - 24/01/2022

Un tiempo después...



Hay algo que sólo tú puedes hacer, Ayame.

Ayame evitó mirar a su hermano directamente a los ojos. Sentada en la silla de su dormitorio se mantenía con la cabeza gacha y los latidos de su corazón bombeándole en los oídos a toda velocidad. Él deslizó con suavidad un cuaderno por la superficie del escritorio hacia ella, y la muchacha, ahora pálida como la cera, contuvo la respiración cuando lo reconoció reconocerlo.

Sé que es difícil —agregó Kōri, consciente de la reacción de Ayame—. Y no tienes por qué hacerlo ya mismo. Pero lo necesitamos, y tú eres la única que... le ha visto en persona.

«Y ha regresado para contarlo...» Completó su mente, pero no lo dijo en voz alta.

Y es que aquel cuaderno era su cuaderno de dibujo. Aquel en el que, además de bocetos y obras para sí misma, Ayame había utilizado en más de una ocasión para ilustrar el rostro de shinobi exiliados para después completar sus reportes. Ella no lo había admitido nunca, pero era algo que se le daba bien y que ayudaba en el trabajo de la aldea. Y ahora que había escapado milagrosamente de las garras de Kurama, sólo ella podía ilustrar su rostro y mostrarlo al resto del mundo. Una orden de búsqueda y captura... o una advertencia para huir cuanto antes si alguien llegaba a verle.

Ayame abrió y cerro el puño derecho varias veces. Sus ojos, nerviosos y aterrados, se habían detenido en un lápiz y lo miraban como si se tratara del kunai más afilado del mundo. Tenía miedo, mucho miedo. Porque dibujar el rostro de Kurama implicaba primero visualizarlo en su mente. Y eso sólo atraería de nuevo las visiones de aquella escena. Se echó a temblar, sin poder evitarlo.

No es necesario que lo hagas ahora —repitió su hermano, acuclillándose para que sus ojos quedasen a la misma altura—. Pero deberías considerarlo. Y... yo puedo estar aquí, contigo, cuando tengas que enfrentarte a ese momento.

Ayame le cogió de la mano de repente, instándole a quedarse. En aquel instante, ni siquiera le importó el frío que siempre despedía su piel y del que tantas veces se había quejado en el pasado. Simplemente, necesitaba su presencia junto a ella. Tragó saliva, reuniendo el escaso valor que sentía. Kokuō, en su interior, no dijo nada, pero de alguna forma sintió su apoyo también reconfortándola. Pero no era suficiente. Tomó con mano temblorosa el lápiz y abrió el cuaderno. Pasando las páginas aparecieron frente a sus ojos caras familiares: Uchiha Akame, cuando lo vio tan desmejorado en aquellas sucias calles de Tanzaku Gai; Umikiba Kaido, cuando el sello de Dragón Rojo les hizo traicionarlos; Kuroyuki... Se detuvo momentáneamente en aquella página, pero enseguida pasó a una en blanco y posó la mina del lápiz sobre el folio. Inspiró y espiró varias veces, pero los latidos de su corazón no se calmaban. Invocó con temor a sus recuerdos, y estos regresaron como una avalancha de imágenes que había enterrado de mala manera en su memoria.



...Una sonrisa afilada como un kunai...


...Ojos del color de la sangre...


«...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.»



El lápiz rebotó contra el papel cuando Ayame lo soltó de golpe con un chillido de terror. La mina dibujó una salpicadura de negro en el blanco antes de que el lápiz cayera y quedara allí abandonado. Ayame se había retirado del escritorio, encogida sobre sí misma en la silla, se había tapado la cara con las manos y gimoteaba de forma lastimera. Kōri se quedó mirándola durante unos instantes. Su gesto se mantenía tan impasible como siempre, pero el brillo de sus ojos helados era diferente. Muy diferente. Le pasó el brazo por detrás de los hombros, pero su hermana se sobresaltó ante el contacto como si el mismo Kurama fuera el que la hubiese tocado. Él apretó los labios.

No tiene por qué ser ahora —le repitió, y la calma de su voz se abrió paso a través de la desesperación—. Tómate tu tiempo. Él no está aquí para hacerte más daño.

A Ayame le costó varios largos minutos tranquilizarse. Y le costaría varios largos días más el simple hecho de sentarse frente al papel y tomar el lápiz. Fueron muchos los intentos, y en todos y cada uno de ellos llamó a su hermano para que la acompañara en el proceso. Cada vez que intentaba concentrarse para rescatar el recuerdo del rostro de Kurama era como abrir de nuevo una herida mal cicatrizada con el filo de un kunai. Dolía. Le aterraba. Invocaba nuevas pesadillas para esa noche. Pero fue haciéndolo. Un día dibujó los ojos, crueles y de pupila rasgada; aunque Ayame pronto descubrió que aún no era capaz de quedarse mirándolos durante demasiados segundos. Otro día dibujó la nariz. La sonrisa, de suficiencia e igual de afilada que su mirada, tuvo que retocarla varias veces. Otro día lo dedicó al pelo, largo y llameante. Los últimos retoques vinieron acompañados con alguna que otra pincelada de color de los rasgos más importantes. Y cuando terminó y se vio enfrentada cara a cara con su propia obra, volvió a abrirse la herida. Las lágrimas volvieron a los ojos de Ayame y Kōri, siempre junto a ella, volvió a tomarla de los hombros y la estrechó contra él.

Bien hecho, Ayame. Bien hecho. Ahora descansa.

Kōri tomó el cuaderno de dibujo y se lo llevó de la habitación para que el retrato de Kurama no poblara también los sueños de su hermana pequeña. Aunque sabía que lo haría igualmente. Así había sido todas y cada unas de las noches desde que había vuelto de Yukio. Y aún tardaría más tiempo en recuperar una noche tranquila. Al menos le consolaba el hecho de que nunca la dejaba sola. Sabía que Kokuō siempre velaba por ella. Con un suspiro, cerró la puerta tras de sí y volvió a abrir el cuaderno. Debía grabar aquella imagen en lo más profundo de su retina. No debía olvidarlo jamás.




[Imagen: H1kNqzF.png]



This forum uses Lukasz Tkacz MyBB addons.