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14/03/2016, 20:43
(Última modificación: 14/03/2016, 20:49 por Amedama Daruu.)
Advertencia: primera parte de una trama importante multi-post. ¡Síguela de cerca!
Eran dos los hombres y dos las mujeres que caminaban por el prado entre grupitos de guerreros armados con equipamiento de sámurai. Para cualquier persona habría sido evidente, pero para ellos estaba meridianamente claro: se trataba de un perímetro. Nadie podía acercarse, excepto ellos. Había dos posibilidades bien diferenciadas: la primera, que estuvieran protegiéndolos de algo o evitando el paso porque había acontecido algo importante. Eso no era preocupante, pero sólo uno de los que atravesaban el valle hacia allá, el que dirigía la marcha, era quien sabía a dónde se dirigían. Ni Shiona, ni Yui, ni Yubiwa podrían haber imaginado a dónde les conducía la senda. Sólo Noka. Y estaba rodeado por sus hombres.
A ninguno de los kage les preocupaba demasiado que la segunda posibilidad fuese real y les convino confiar, al menos de momento. Esa posibilidad era la de que intentasen emboscarles, por supuesto, pero había suficientes ninjas a su servicio en el valle como para tener las espaldas bien cubiertas. Y confiaban mucho en sus habilidades.
—Oye, Noka-san. Hemos estado un rato siguiéndote sin preguntar —espetó Yui, harta de incertidumbres— , pero honestamente, tus guardias nos están rodeando y no creo que sea necesario mantener más el secreto.
—Sí, sí, queremos saber qué pasa —comentó, juguetón, un Yubiwa que no dejaba de sonreír—. Como esto siga así, va a parecer que te he sobornado para que las alejes del estadio. No me extraña, con el ejemplo que hemos dado...
Chocó los puños y por un instante su sonrisa se convirtió en una mueca de ira que se reflejó sólo un instante en aquella piel blanca como el marfil. Estaba furioso, furioso con sus dos participantes pero sobretodo con uno de ellos. Sobretodo con él.
—Menudo deshonor —siguió hablando—. Reitero mis disculpas, Noka-dono. Lo del chico del tortazo contra el suelo lo entiendo. Incluso, mira, puede que en el fondo fuese gracioso, sí. Mira que les tengo dicho que desayunen fuerte.
»Pero lo de aquella sabandija... Maldito crío. ¡Aceptar un soborno! ¡En ese tipo de ninjas tengo yo que confiar!
Shiona soltó un bufido, Yui se desternillaba de la risa y Noka ni siquiera reaccionó.
—A ver, fue el mío el que intentó sobornarle, así que no sé si aceptarás este consejo —sugirió Yui—. Pero deberías colgarlo por los pies de algún sitio. La torre más alta, quizás.
—Tenía que tocarle con el niño rico de tu país, joder —se lamentó—. Pero no, no me gustan esa clase de castigos. Eso sí. Ya vendrá a pedirme algo. Una recomendación para subir de rango... Qué se yo, una misión...
»¿Qué opináis? ¿Restrego la mierda por las paredes del baño o me meo por todo el suelo del despacho?
—Qué asco.
—Lo va a limpiar él, al fin y al cabo —dijo—. Con las manitas. O con la lengua.
—En fin, ¿qué es, Noka? Ya basta de secretos.
—Se avecina una guerra, o algo peor —intervino finalmente Noka—. Callad un momento, estamos llegando. Allí, mirad.
Probablemente todos tres tuvieran cosas que decir ante una afirmación tan contundente como aquella, pero quedaron enmudecidos ante lo que había delante.
La guardia personal de Noka estaba de pie frente al cadaver ensangrentado de un shinobi, un hombre de avanzada edad con una mano de oro.
—Iminken Kodai. Uno de los Siete Ninjas Exiliados. Los Nana Nukenin. Ahora son seis.
—Migime-sama —dijo Noka, haciendo una marcada reverencia—. Están impacientes. ¿Podemos contárselo ya?
—¿Tú que crees? Nos han adelantado la sorpresa —hizo un ademán con la cabeza hacia el cadáver de Kodai—. Lo siento, sus señorías. El motivo de que haya convocado este Torneo es sólo una tapadera. Iba a reunirme con ustedes cuando todo acabase. Quizás lo retrasé porque estaba... disfrutando de algo de paz. De buenos duelos. De... distracción. Vamos, tenemos mucho de qué hablar.
»Llevaos el cadáver. Quemadlo. No queremos sorpresas. Y no toquéis esa mano.
—¡¡El jefe no es el jefe!! ¡¡Uuuuh, misterios, conspiraciones, drama!! Esto se pone interesante.
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Aquella no era una reunión habitual. Shanise lo sabía. Y por eso, caminaba junto a ella.
Lo había solicitado con especial ahínco, por llamarlo de alguna manera. Shanise se había peleado con la Uzukage y con el Kawakage, y había debido mantener el tipo lo suficiente contra dos malos genios como aquellos. Si no hubiera sido por Noka, la Arashikage y Shanise, ellas dos, tal vez hubieran sido excluídas de la reunión. Aunque era una reunión importante. Shanise lo sabía. Y por eso, caminaba junto a ella.
La ayudante o aprendiz, como la había definido su compatriota, era una muchacha alta y muy bella, con cabellos azabache y unos ojos azul entre oscuro y claro, grandes, y brillantes. Entre azul claro y oscuro, pero con trocitos, tropezones, brillos de un color purpúreo, o rosado, quizás. Tenía la tez clara de los ninjas de su aldea, y el símbolo de Amegakure grabado con un hierro candente en la frente. Como el ganado, le gustaba decir. Aunque se quedaba siempre con ganas de continuar la frase.
«Pero no soy propiedad de nadie».
Pero estaba mucho más arriba que el ganado. Era más alta, incluso, que la que vestía la máscara de gas y portaba aquellas ropas tan ostentosas. Ella iba vestida con un humilde kimono de color negro. Y aunque era más alta que ella, también intentaba ser mucho más humilde en ese sentido, de modo que se encorvaba.
Sabía que tenía que hacerlo.
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Hacía mucho tiempo que no se sentía así. La pierna izquierda le traicionaba, y, moviendo hacia arriba y hacia abajo el talón, daba pequeños golpecitos en el suelo de madera. Apretaba los puños y la mandíbula, tanto que creía que ésta se le iba a romper, de tanta fuerza que era la que hacía. Tenía los ojos purpúreos clavados en un brillo cercano proyectado en el barniz de la mesa, agachados, sin poder mirar a los que le acompañaban. Ni siquiera a esa ayudante de la Arashikage, de la que sospechaba desde que se había presentado exigiendo estar presente. Le temblaba el cuerpo, le sudaba la piel y sentía como si pudiera desmayarse de un momento a otro.
Tantos años de paz y estabilidad. Primero lo de Kusagakure. Y ahora aquello.
—A ver si lo he entendido bien —musitó la Arashikage, aún sin creérselo del todo. Como todos—. ¿Dices que los samurái pretenden hacer una guerra? ¿Y que tienen al Kyuubi?
—Guerra o no guerra. Lo que quiere Ieyasu es hacerse con todo Oonindo. No sé cómo pretende hacerlo.
Tantos años de paz y estabilidad que estaban escapándosele de las manos en ese preciso momento.
—Venga, no me jodas —se quejó Yui—. Si nos quieren guerrear, les expulsaremos sin problemas. Además, también tenemos un bi...
—No vas a volver a utilizar al bijuu nunca más —intervino Shiona, de pronto—. Y vamos a contar la verdad. No sé en qué momento, ni qué pasará, pero la vamos a contar.
Yui apretó los puños y cruzó una mirada con su ayudante. Ella se la devolvió y se cruzó de brazos. Dio un suspiro, y ambas clavaron la mirada en el barniz de la mesa, tal y como antes lo había hecho Shiona. La líder de Uzushiogakure entrecerró los ojos y se dirigió a Uchiha Migime, que, sola sin su títere Noka, era la moderadora e informadora de la reunión. Acababa de carraspear.
—Me temo que esa no sería una buena idea, Shiona-dono —protestó—. Una hipotética guerra sería un regalo para ellos. Los Nana Nukenin aprovecharán la inestabilidad para hacernos daño desde dentro, y...
—No habrá guerra, pero contaremos la verdad —interrumpió Shiona—. Me enfrentaré con quien tenga que enfrentarme, y Yui tendrá que hacer lo mismo.
—Mi aldea tiene un largo historial de guerras civiles. No quisiera enfrentarlos por apoyarme o por quererme derrotar o exigirme el retiro.
—Podrían aceptar el discurso de que es lo que había de hacer, si es que piensan como tú. Un líder se gana a su gente con respeto a su inteligencia. No podrás engañarlos por demasiado tiempo.
—Un líder se gana a su gente con mano de hierro. Acabando con la disidencia y quitándole las ganas al sector crítico de disidir demasiado.
»Con el tiempo, esa mano de hierro puede aflojarse, porque el miedo se convierte rápidamente en respeto de verdad. Hasta que aflojas la mano demasiado y te estiran del brazo. Entonces te asesinan y se pone otro. Hasta ahora, Amegakure ha funcionado así. Yo intento no apretar mucho pero no soltar nunca la mano.
Shiona suspiró. En Amegakure estaban locos.
—Como sea, ¿has pensado en retirarte por ti misma? ¿Por eso has traido a tu ayudante?
La ayudante de Yui soltó una pequeña risita. Demasiado... arrogante, diría. Pero enseguida volvió a tomar un semblante serio y formal, y a cruzarse de brazos.
—Lo he pensado, pero no, definitivamente no. No se puede hacer —dijo, con evidente inquietud—. Me retiro. ¿Y luego qué? La gente no va a aceptar a alguien que yo señale a dedo. La gente va a señalar a dos, o más candidatos distintos y va a volverse a producir una guerra.
—Entonces, parece que la mejor idea para esos 'Nana Nukenin' sería matarte a ti —bromeó socarronamente Yubiwa, que acababa de intervenir por primera vez en medio de aquél caos—. Te vamos a tener que poner un escolta, ¿eh?
—Estoy empezando a hartarme de tus gracietas, sabes, Yubi...
Shiona se levantó de la silla y puso un pie en la mesa, pero ya era demasiado tarde. Migime había desenvainado la espada en dirección al Kawakage, pero ya era demasiado tarde. La ayudante de Yui, con los ojos muy abiertos y alarmada, seguía con los brazos cruzados, atónita...
...observando el cuchillo clavado en el corazón de su Arashikage.
—¡¡KISHISHISHISHISHISHI!! —El rostro desencajado de Yubiwa reía como una hiena, pero su voz no era la suya, sino de alguien más.
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29/03/2016, 15:56
(Última modificación: 29/03/2016, 15:57 por Sama-sama.)
Cualquier otra persona, quizás, se hubiera puesto a pensar. Había muchas cosas en las que pensar, sin duda. Pero aquél momento era uno de sus favoritos, y quizás de los que mejor llevaba la aprendiz de la Arashikage. Hay ciertos momentos en los que pensar es un lastre. Y a una sólo le queda actuar.
Ya no había ningún motivo por el que tuviera que disimular ni su altura ni su imponencia regia, de modo que se estiró y sacó pecho. Levantó el brazo y rodeó el cuello del Kawakage con fuerza, lo apretó hacia sí misma y lo retorció, lo retorció, lo retorció hasta ángulos que la postura de un humano no hubiera podido asimilar de forma natural, provocando una serie de chasquidos muy desagradables mientras las otras dos mujeres de la sala sólo podían limitarse a observar y seguir asombrándose de lo que estaba pasando.
—¡Jaaaaa, puedes darme cuatro vueltas más al cuello, preciosaaa! —chirrió aquél hombre, o aquél demonio.
Ella levantó una ceja como única muestra de sorpresa. Cualquier otro podría haberse puesto a pensar, pero ella actuó.
De modo que levantó la otra mano y clavó sus dos dedos índice y corazón en las cuencas de aquella bestia, y los puso en un arco e hizo palanca, y los ojos salieron con un CLAC muy fuerte pero también muy poco orgánico. Y rebotaron en el suelo como dos canicas caídas de una caja.
—Una marioneta —se limitó a observar.
El muñeco abrió la boca y regurgitó un tubo metálico.
—¡Cuidado, chica! —advirtió Shiona.
Pero ya era demasiado tarde, y el muñeco emitió, no sólo desde el tubo sino también de las cuencas vacías donde habían estado los ojos, un chorro de humo venenoso de un peligroso y llamativo color púrpura, directo a la cara de la aprendiz de Arashikage.
Ella, simplemente, respiró el humo como si lo estuviera haciendo con el vapor de una sauna, y lo dejó escapar de nuevo por la boca. Dejó escapar una risotada de satisfacción.
—Te huele mal el aliento, muñequito.
Zas. Un puñetazo. Zas. Otro. A puñetazo limpio, la mujer golpeó, resquebrajó, rompió el rostro y el cuerpo de la marioneta hasta que solo quedaron las piezas trituradas en el suelo a las que siguió golpeando hasta que se pudo asegurar que ninguna de ellas se movería de nuevo.
Suspiró, se irguió y se sacudió el kimono. Observó con el rabillo del ojo al cadáver de la Arashikage, que yacía con una puñalada en el corazón, inerte.
—Mierda. Shanise... Has cumplido tu trabajo muy bien. Pégate una buena siesta en el infierno. Cuando vaya para allá, nos tomaremos unas buenas cervezas bien cargadas.
Shiona bajó de la mesa de un salto, pero no se volvió a sentar.
—¿Shanise? ¿De qué estás hablando? ¿Quién eres tú, acaso? ¿Qué significa esto?
La mujer sonrió y se dio la vuelta, se irguió, recuperando una altura que hacía varios años no exhibía, y miró desde arriba con sus extraños ojos cuando dijo:
—Mi nombre es Amekoro Yui.
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Caminaba a toda prisa. El lugar de la reunión estaba lejos, muy lejos. Al menos, muy lejos de Los Ramones, el puestecito de ramen que le habían recomendado. Como sin duda Shiona y Yui comprenderían, su retraso estaba justificado por la calidad de dichos fideos. ¡Dios sabe cuándo podría volver a probarlos!
La cosa ya le había parecido extraña cuando uno de los guardias le observó de arriba a abajo como si estuviera viendo un fantasma o como si no fuese quien realmente era. ¿Qué demonios?
Tremendamente sospechoso, desde luego. Todos y cada uno de ellos. Lo podía sentir en ellos. La duda. Todos y cada uno de ellos parecía perplejo de verle.
Raro, raro, raro.
De modo que aceleró el paso. Recorrió los pasillos del castillo y subió escaleras. Dioses, demasiadas escaleras. Tampoco le vendría mal, económicamente hablando, a Amegakure, eso de exportar más ascensores por todo el continente, ¿no? Joder, menudas agujetas que iba a tener al día siguiente, entre la carrera desde el puesto de ramen hasta allí y entre las putas escaleras de los cojones.
La cosa ya llamaba a las alarmas cuando se plantó delante del portón y uno de los guardias le preguntó cómo había salido de allí sin ser visto. De todas formas, temía más una patada en el culo de las tres mujeres que le esperaban que cualquier ataque de psicosis o epidemia psiquiátrica que estuviera pudiendo afectar al regimiento de guardias del castillo. De modo que abrió la puerta lo más rápido que pudo y...
—¡Perdón, perdón, sé que llego tarde, pero tendríais que haber probado ese ramen, después de esto os invi...
Yubiwa descubrió el cadáver de Yui tirado en el suelo al lado de un montón de escombros de madera y metálicos. A una mujer alta que no había visto nunca y que aseguraba ser la verdadera Yui, y, como macabra guinda en aquél pastel de sangre, su propia cabeza, agrietada, sonriéndole, rodando por el suelo y chocando contra su pie.
—Oooooostiaaaaaaaaaaaaaaaasssssssssssss.
...
—¿Qué me he perdido?
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8/04/2016, 00:12
(Última modificación: 8/04/2016, 00:18 por Amedama Daruu.)
Yui —la verdadera, no el cadáver aún caliente de su sustituta todavía en el suelo— estaba sentada con las piernas cruzadas y encima de la mesa. Los brazos también cruzados y la mirada clavada en la punta de sus propios pies, evaluaba la situación, y también probablemente el futuro a partir de ese momento.
Shiona, como si no pudiera creer lo que había pasado, tenía la mirada clavada en la Arashikage, aunque ésta no se la devolviese.
Migime tenía los párpados cerrados y la frente arrugada, meditando.
Y Yubiwa se rascaba la barbilla, confuso, mirando a todas partes y a ninguna.
—Entonces, a ver si me aclaro —dijo—. ¿Al final el jefe de los samurái no era el jefe, sino que eras tú, verdad? —preguntó, señalando a Migime. Ésta abrió los ojos y asintió con la cabeza, lentamente.
»Entonces yo me he vuelto loco, bueno, no yo, una marioneta con mi puta cara, y me he cargado a la Arashikage... Que tampoco era la Arashikage.
Sabía que no era momento para bromas. Pero era superior a sus fuerzas.
—Pues entonces sólo falta Shiona por revelarse. Venga, Shiona, ¿quién eres? Ese mismísimo Ieyasu que quiere invadirnos, ¿en persona?
—No tiene gracia —espetó la mujer, sin dejar de mirar a Yui—. Yui. ¿Entonces, todos estos años han sido una mentira? Te creía más que una aliada. Eras una amiga.
Yui chasqueó la lengua, molesta.
—Claro que no, joder —escupió—. Esto era un recurso durante los primeros años. Pero se estaba muy bien fuera del despacho. A veces, Shanise hablaba por mí, pero otras tantas sólo tenía que transformarme en ella y ya está. Has hablado en numerosas ocasiones conmigo, Shiona, y fíjate, si quieres una prueba, te puedo recordar aquella noche en tu aldea, después de la reunión en Bienvenida del año 194, cuando cogimos esa botella de licor de cerezas y...
—¡Ahg, cállate, idiota!
—Oh, no, por favor, no te calles, las mejores historias empiezan con una botella de alcohol.
—¡Y tú te callas también!
Migime se aclaró la garganta con una tos, atrayendo la atención de todos.
—Haya calma, por favor —anunció—. Tenemos un problema muy grave entre manos. Si nadie más ha visto a la Arashikage como la estamos viendo nosotros, podría haber una guerra en Amegakure. Ieyasu se habrá salido con la suya.
Yui soltó una risotada.
—No habrá guerra —aseguró—. Tengo una grabación en la que Shanise confiesa todo, y además todo el ANBU de Amegakure conoce mi verdadera identidad. Quien quisiera no creerme se tendría que enfrentar a lo mejor de lo mejor de la Lluvia. Crudo lo tienen.
—¿Y qué pasa con los jounin, y los chunin, y los genin? Incluso el ejército.
—¿El ejército? Tengo todo bajo control. Los ANBU, y el ejército también conmigo.
—¿Qué hay del señor feudal?
Yui sonrió.
—Lo sabe. Tranquila, Shiona, está todo bajo control.
—No entiendo nada, Yui. Cualquiera de tus ANBU podría haberte traicionado de todas maneras, más aún sabiéndose de tu confianza. ¿Qué sentido tenía todo esto?
—Mis Pactos son con sangre y llamas, al contrario que los tuyos, Shiona —Yui se pasó la punta de los dedos por el símbolo grabado a fuego de su frente, y éste refulgió por un momento con el color de los infiernos, provocándole una punzada de dolor que aguantó apretando bien los dientes—. Ellos no pueden hacerme nada.
Todos reflexionaron durante unos instantes, y después miraron a Migime, esperando que reaccionara. En realidad, estaba esperando a que dejaran de hablar.
—Si crees que puedes controlarlo, de acuerdo —asintió la Uchiha—. Sin embargo, el objetivo de Ieyasu será separar a los ninja y enfrentarlos, así que debéis estar alerta.
—Pues a la puta mierda con sus pretensiones —rió Yui—. Que nuestros ANBU trabajen juntos en una investigación a gran escala. Que nuestros servicios de inteligencia compartan toda la información posible sobre esos cabrones. Si quieren desunirnos, pues les damos por el culo y colaboramos.
—Uzushiogakure prestará hombres y compromiso con esa causa.
—Nunca he sido demasiado partidario de compartir información delicada con posibles... bueno, no es que os considere posibles enemigos en el futuro, pero ya sabéis que el mundo es una mierda, podría pasar —Yubiwa se encogió de hombros—. Pero vale, por esta vez, estoy de acuerdo. Aunque quizás debiéramos ir a por ellos y aplastarlos.
No podéis hacer eso —habló atropelladamente Migime—. Hay muchos buenos hombres con Ieyasu, pero están bajo el yugo de su acero maldito. Y entonces vosotros quedaríais como los genocidas, y no ellos. Debéis resistir, y acabar con los Siete y con él mismo cuando se presente una oportunidad.
Suspiró.
»Sin duda, vendrá. Es demasiado ambicioso. En algún momento, intentará desafiar al mundo ninja, más pronto que tarde y menos preparado de lo que debería. Es su forma de ser.
—Me estaba preguntando, también... —se interesó Yubiwa—. ¿La risa de esa marioneta, que me habéis dicho, era algo así como caballos relinchando, como un gato al que están destripando?
—¿Conoces a Warau? —se sorprendió Migime.
—Bueno, confirmado, ese hijo de perra no era nada de fiar. En fin... Tenemos que ir con cuidado, chicas. Me molesta reconocerlo, pero tiene mucho talento. Podría haber más marionetas.
Cuatro sombras se deslizaron detrás de Yui. Shiona se levantó y desenfundó una katana que llevaba escondida bajo la túnica. Yubiwa había empezado a hacer sellos, y Migime estaba ya con la mano en la empuñadura de su espada. Yui los detuvo extendiendo las manos.
—Les he llamado yo. Chicos, lleváos el cadáver de Shanise.
Los ANBU, conmocionados, observaron el cuerpo de Shanise, tendido en el suelo y con un charco de sangre bañando la túnica de Arashikage.
—Yui-sama... ¿Qué ha pasado?
—Eso, más tarde. Vamos, Yumaru-kun, llévatela y reúne a todos nuestros shinobi en la puerta de mi hotel. Hablaremos con ellos... A ver si resulta bien. Y prepárame una conferencia con Amegakure. Lo anunciaremos todo por las pantallas de la Torre de la Academia.
El ANBU se quedó en el sitio, sin saber muy bien qué decir.
—Habrá rebeldes...
—Los dos primeros días —cortó Yui—. Además, cuando se enteren de que Shanise utilizó a nuestra querida jinchuuriki para destruir Kusagakure sin esperar a confirmar los rumores de que tenían al Kyuubi, entenderán que la verdadera Yui no pudo hacer eso, y que ella sólo era un fraude.
—¿Un... fraude, Yui-sama?
—He estado ausente investigando a los sámurai por mi cuenta, y dejé en el mando a Shanise, que actuó irreflexivamente y sin mi aprobación. Pobre, sólo intentaba hacer lo mejor, pero se equivocó. De modo que a partir de ahora ejerceré como voz pública yo misma, y quien no esté de acuerdo que me lo diga a la cara.
—¿Es eso verdad? —preguntó Shiona—. ¿Fue ella?
—¿Y quién me va a llevar la contraria? —Yui sonrió y se encogió de hombros.
···
Durante los siguientes días, se endureció la guardia en los Dojos del Combatiente. Las entradas y las salidas eran anotadas cuidadosamente y vinieron ANBU de todas las aldeas para reforzar la seguridad.
Yui anunció a los miembros de su aldea su verdadera identidad, y admitió ante todos que Shanise había sido la que había perpetrado el incidente del bijuu en Kusagakure. Se incidió, de todas maneras, en que Kenzou era un traidor que iba a ser erradicado tarde o temprano.
Todos los shinobi fueron puestos a la orden del día sobre los sámurai, y se insistió en extremar la precaución.
Se intentó cancelar el torneo, pero los Señores Feudales y los nobles que asistían al evento se negaron rotundamente, exigiendo presenciar el final del acontecimiento.
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