Una aguja hecha de hueso del tamaño de un antebrazo se clavó con un ruido seco y vibrante en uno de aquellos árboles. Un ave salió volando asustada al oírlo y se perdió entre las copas de los árboles. He fallado... estos pájaros son más difíciles de acertar. Con tanto obstáculo... -pensó el muchacho.
Se había alejado mucho de la aldea. Quería descubrir lo máximo posible de aquel mundo que se abría ante sus ojos y llevaba varios días como un nómada, cazando cuando podía, pidiendo o tomando comida de los pueblos que veía a su paso, etc. Sin embargo no había visto en su vida un bosque como aquél.
Kondor, acostumbrado a la poca vegetación del desierto, tardó en acostumbrarse medianamente bien al entorno tan lleno de obstáculos. Los árboles eran muy variados: desde algunos inmensos como torreones hasta otros que le llegaban a la rodilla a Kondoriano. Y la fauna era otro cantar.
Las inmensas variedades de especies que podía encontrar aquí le fascinaron. Los olores que le acometían revolucionaban su cerebro. Este lugar estaba repleto de vida y Kondor lo notaba. Sin lugar a dudas prefería vivir ahí que vivir en el desierto.
Se estaba planteando abandonar su casa en Uzushiogakure y quedarse a vivir allí, cuando de repente apareció otro pájaro en escena. Al muchacho le rugían las tripas pero intentó concentrarse. Lentamente y en el mayor silencio que pudo, extrajo su cúbito del antebrazo en forma de aguja y lo agarró con la mano contraria. Esperó hasta notar que el pájaro se relajaba y bajaba sus defensas...
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Tsuchiyōbi, 15 de Primera Flor del año 202.
Bosque de la Hoja. País de la Espiral.
Llevaba varias horas dando vueltas como un pollo sin cabeza, sedienta y acalorada como pocas veces lo había estado. Y eso que aún faltaba prácticamente mes y medio para que diera comienzo el verano. Pero llevaba tanto tiempo perdida en aquel mar de árboles que ya había perdido todo sentido de la orientación. ¿No había pasado antes por aquel arbusto? ¿Pero entonces por qué la roca no tenía la marca que había grabado con el kunai por si se perdía y terminaba andando en círculos?
—Ah... ¡Esto es ridículo! —le gritó al aire, y los pájaros dejaron de piar momentáneamente, probablemente asustados.
Fue en ese brevísimo momento de silencio cuando lo escuchó.
Cloooooonk.
Un pájaro echó a volar por encima de las copas de los árboles justo después de aquel sonido. ¿Pero qué había sido eso? Había sonado como un golpe, pero nunca había escuchado algo similar. Y, a juzgar por la dirección del ave, no había sido muy lejos de su posición.
«¿Será una persona?» Pensó, esperanzada. Si era una persona podría preguntarle el camino y dar por finalizada aquella alocada aventura. Sin embargo, aquel breve momento de emoción se desinfló como un globo. ¿Y si no era una persona? O, de serlo, ¿podría fiarse de ella?
Tenía que ser especialmente precavida, sobre todo en una tierra que no conocía. Por esa misma razón, se subió de un salto a uno de los pinos y, escondida entre el follaje, comenzó a acercarse al origen del sonido. Y al cabo de algunos segundos, lo vio.
Definitivamente, era una persona. Aunque desde la posición en la que se encontraba, tras su espalda, no podía discernir si era una chica o un chico. Lo que sí era capaz de ver era que parecía algo más alto que ella y que sus cabellos, de un curioso color cobrizo, le caían sobre la espalda como una cascada. El desconocido hizo un movimiento extraño con sus brazos y Ayame, intrigada, ladeó ligeramente la cabeza. Seguía sin estar segura de si podría delatar su presencia sin correr un riesgo innecesario y todas las situaciones en las que se había visto metida le habían enseñado a mantener un perfil bajo en ese tipo de situaciones.
Por el momento esperaría, en silencio. Y si decidía que aquella persona era un riesgo al que no valía la pena someterse, se marcharía igual de sigilosa como había entrado en la escena.
A pesar de estar concentrado, había algo que no parecía ir bien. Algo le decía que no estaba solo. Su olfato, parecía estar captando un tenue olor, le venían retazos de aromas y no podía estar seguro. Aspiró profundamente, concentrándose, como si quisiera seguir cazando al pájaro.
Y entonces lo notó. Era un olor muy diferente, olía a ciudad, olía a humano.
No estaba seguro de su localización, pero parecía ocultarse. Aquello no le gustaba. Sabía perfectamente que ocultarse solo servía para acechar a tu presa o para evitar que te acecharan a ti. Como fuera, tenía que solucionar aquello con firmeza. Una advertencia le servía para intentar intimidar a su cazador, o si simplemente era alguien intentando esconderse, intimidarlo le serviría también; puesto que las intenciones de Kondor no serían malas y obligaría a salir al asustado humano.
El salvaje intentó concentrarse para encontrar el foco del olor, y a pesar de no encontrar la zona exacta, supo que venía de detrás de el. Con un rápido movimiento, lanzó la aguja de hueso a un árbol cercano al origen del olor mientras exclamaba:
- ¡Sal de allí! -con un torpe vocabulario y su estrafalario acento.
La aguja se clavó en el árbol, vibrando de nuevo. Cuanto más cerca de su objetivo, más nervioso se pondría, pero solo podía confiar en la suerte y en su sentido más fiel. Tenía que descubrir si aquel humano era peligroso o no, y si no lo era, continuaría su caza. El estómago empezaba a rugirle con severidad.
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1/08/2016, 22:45
(Última modificación: 1/08/2016, 22:45 por Aotsuki Ayame.)
El chico se detuvo durante unos segundos. Como congelado en el tiempo y el espacio, parecía estar extremadamente concentrado en algo. Pero desde su posición, Ayame no podía siquiera imaginar qué podía ser.
Y entonces, ocurrió.
Por un pelo no se le escapó una exclamación de sorpresa cuando el desconocido se dio la vuelta y lanzó un proyectil que terminó clavado con un vibrante sonido en el tronco del árbol sobre el que estaba apoyada, apenas unos pocos metros de donde se encontraban sus pies.
—¡Sal de allí! —exclamó, y sus palabras sonaron rudas y raras en sus oídos.
«Qué agresivo...» Torció el gesto, observando con cuidado el arma con el que la había atacado. Jamás había visto nada igual, era alargado, cilíndrico, de unos treinta centímetros de longitud y un peculiar color que mediaba entre el blanco y el pardo. La textura no era metalizada, pero eso no parecía haber sido un impedimento para terminar clavado de aquella manera. Fuera lo que fuera aquella cosa, podía ser peligrosa.
Y su dueño también podía ser peligroso.
¿Qué debía hacer? Aún estaba refugiada, supuestamente a salvo, entre la vegetación. Pero si intentaba huir notaría su movimiento enseguida. Y lo más probable es que volviera a atacarla. No debía meterse en líos, y menos en un terreno que no era el suyo, pero...
La muchacha saltó del árbol, con los brazos en alto y mirada nerviosa. Aunque estaba tan armada como el chico, buscaba hacerle ver que no tenía ningún tipo de intención hostil.
—Siento haberte sobresaltado, no era mi intención... —habló, ladeando ligeramente el rostro. Sus ojos, clavados en el chico, estudiaban concienzudamente cada uno de sus movimientos.
Buscando cualquier leve indicio de agresividad...
1 AO
Una hembra...
Tras lanzar su aguja, una hembra saltó desde el árbol donde se había clavado. Debía tener su edad, más o menos, era joven y por su aspecto parecía bastante frágil.
Pero su experiencia con los seres humanos le había enseñado a no fiarse únicamente de las apariencias. Muchos shinobis con aspecto delicado habían demostrado tener un poder muy superior al del salvaje. Y la lógica le decía que si aquella chica se encontraba en el bosque, sin rasgos evidentes de estar herida, era porque se desenvolvía bien por allí o era una superviviente nata.
A Kondor le pareció hermosa. Aquellos rasgos, aquellos ojos nerviosos, le recordaron a la mujer que conoció en su infancia; la que cambió su mundo de forma radical. Su corazón palpitaba de forma extraña, la mezcla de recuerdos con los nervios de la situación producía sentimientos enfrentados en el salvaje. La muchacha estaba visiblemente bien provista pero desarmada, y lo demostraba levantando sus manos. Aquellos ropajes, no eran iguales a los que acostumbraba a ver por su aldea, pero eran tan parecidos que Kondor intuyó que era una kunoichi. Ademas tenía una bandana...
La sangre se le heló en las venas al descubrir el símbolo. Kondor lo había visto antes. Era de Amegakure, la aldea oculta de la Lluvia. Era la primera vez que veía a un shinobi de otras villas. Eso le pasaba por alejarse tanto. La cara del salvaje reflejaba nerviosismo: sus ojos abiertos de par en par y una expresión nerviosa con los labios fruncidos que el muchacho no podía ocultar del todo.
La chica se disculpó con Kondor y aquello le hizo relajarse un poco por dentro, aunque por fuera seguía pareciendo un cúmulo de nervios. El salvaje sabía que no había enemistad entre las villas, pero también sabía que no debían interferir en sus misiones. Solo esperaba que la advertencia con la aguja de hueso no se considerara como una provocación y degenerara en algo peor.
- ¿Porrrr ké okultar? - inquirió el huérfano, con las rodillas semiflexionadas, al igual que los brazos, en una postura que revelaba que no tenía intenciones de atacar, pero que estaba preparado para ello. Aunque en realidad su intención sería huir de allí. La civilización no era como la naturaleza, desconocía todos los entresijos de la diplomacia y temía estar creando un problema con su sola presencia allí.
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Él parecía casi tan nervioso como ella misma. Con los ojos abiertos de par en par y los labios fruncidos en un gesto de máxima tensión, el chico estudiaba a Ayame como si fuera la primera persona que se hubiera encontrado en siglos. De hecho, sus ojos se detuvieron momentáneamente sobre la frente de la de Amegakure. Y aquello sólo hizo que la tensión crispara aún más el ambiente.
Sólo después de disculparse por su intromisión, Ayame detectó una mínima relajación en el cuerpo del chico. Pero seguía igual de receloso, y así lo revelaba: con las piernas y los brazos ligeramente flexionados. Por un momento se preguntó si ambos no estaban sintiendo en realidad el mismo miedo hacia el otro.
- ¿Porrrr ké okultar?
«Habla... raro.» Se había sorprendido. El acento de aquel chico no se parecía a nada que hubiera escuchado antes. Su tono de voz casi parecía... salvaje...
—No... no me ocultaba —mintió, y la mentira se reflejó como la luz de la luna sobre las cristalinas aguas de un lago en su sonrisa nerviosa—. Tan sólo necesitaba preguntarte algo...
Fue entonces cuando se fijó en algo que no se había percatado hasta el momento. Y los rasgos de Ayame se iluminaron.
—¡Vaya! ¿Eres un shinobi de Uzushiogakure? —comentó, señalando la bandana que cubría su cuello—. ¡Conozco a algunas personas de allí!
Poco a poco la adrenalina del momento se fue disipando. Los músculos de Kondor se fueron relajando lentamente cuando aquella chica de cabellos negros le respondió.
- No... no me ocultaba. Tan sólo necesitaba preguntarte algo... -dijo con una sonrisa que al muchacho le pareció encantadora. Por suerte o por desgracia el salvaje aun no había aprendido a discernir el lenguaje corporal para revelar una mentira. Sabía interpretar aquella sonrisa nerviosa, pero lo atribuía a aquella situación tan tensa.
De repente, todo ese estrés en la cara de la kunoichi se disipó al reconocer la bandana en el cuello de Kondor.
- ¡Vaya! ¿Eres un shinobi de Uzushiogakure? ¡Conozco a algunas personas de allí!
Estupendo, el primer problema. Kondor no conocía a demasiada gente en la aldea. Al menos no había intimado lo suficiente como para tener un amigo como dios manda. El salvaje agachó levemente la cabeza sin dejar de mirar a aquella extranjera y se irguió cuan alto era, desechando aquella pose de alerta de hace un momento. Sus huesos que a punto habían estado de mostrarse por la tensión se volvieron a retraer en un movimiento imperceptible.
- Yo poko en villa. Ser... -frunció el ceño y miró al suelo para concentrarse mejor. Aquella palabra era difícil- Eksss... esss, exxxtranjjjjero.
El muchacho miró a los ojos a su interlocutora, esperando alguna burla por su forma de hablar o al menos aquella expresión de ternura y/o lástima que provocaba en la gente al enseñarles sus habilidades con el lenguaje.
- Yo Konnnndoriano -optó por presentarse como solía hacer, acompañando aquella frase con un par de golpes leves en su pecho con el puño cerrado. Acto seguido extendió el puño hacia ella como señalándola. Esperando una respuesta.
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Ante su pregunta, el chico agachó la cabeza momentáneamente y Ayame temió haberse pasado de la raya de alguna manera.
—Yo poko en villa. Ser... —respondió, con un acento tan extraño que Ayame tuvo que concentrarse al máximo para entender sus palabras—. Eksss... esss, exxxtranjjjjero.
—¡Oh!
Parecía que no se lo había imaginado. La forma de hablar del de Uzushiogakure era totalmente diferente a la de cualquier otra persona. Si no se hubiera cruzado antes con nadie de aquella aldea, Ayame podría haber pensado que era el acento típico de allí.
—Yo Konnnndoriano —dijo entonces, golpeándose dos veces en el pecho.
Ayame volvió a ladear la cabeza, con una ceja enarcada. Pero cuando la apuntó a ella con el mismo puño con el que se había golpeado el pecho, comprendió que se había estado presentando y que ahora le estaba preguntando a ella su propio nombre.
—Yo me llamo Aotsuki Ayame —respondió, apoyando su propia mano sobre el pecho y esbozando una tenue sonrisa. A partir de entonces intentaba pronunciar sus palabras de manera más lenta, para asegurar que Kondoriano pudiera entenderla a la perfección—. Entonces... Dices que no has nacido en Uzushiogakure... ¿De dónde eres? ¿Dónde has nacido?
No podía evitarlo. Desde que había escuchado la extraña manera que tenía de hablar y desde que había sabido que no era de Uzushiogakure, Ayame había sentido una insaciable curiosidad por aquel chico y por la historia que le rodeaba. ¿Vendría de algún paraje exótico? ¿De lejanas tierras nunca conocidas en Onindo?
Los labios de Kondor se abrieron mostrando una pequeña y tímida sonrisa. Cada vez le iba cogiendo más el tranquillo a relacionarse con la gente y cada día se sentía mejor con ello. Quizá dentro de un tiempo se volviera menos antisocial. Quizá lo unico que le pasaba era que tenía miedo a lo desconocido, y la civilización le atemorizaba como nada en el mundo. Con lo sencillo que era moverse y vivir por la naturaleza... como hacía un rato.
Aquella muchacha, sin embargo, parecía interesada en sus orígines.
- ¿De dónde soy? ¿Dónde nací?... No tengo respuesta para eso -pensó Kondor, y de nuevo su semblante se tornó serio. Quizá aquella expresión de ahora preocupara a su interlocutora, pero el salvaje no podía remediarlo. No sabía ocultar sus emociones. Si algo le preocupaba se ponía serio. Si se sentía bien, sonreía. Era tan simple como el mecanismo de un chupete. Y ni siquiera se daba cuenta de ello.
- Nnnno sé. Konozko desssierrrrto desssde ser kría- comentó Kondor con el ceño fruncido y mirando al suelo, para concentrarse en recordar. Levantó la vista y se le volvió a iluminar la cara cuando preguntó- ¿Llevassss mapa de Munnndo? Yo enseñññññar donnnde vivirrr
Y de puro nerviosismo se puso a frotarse las manos mientras iba cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra, impaciente. De hecho si alguien se fijara detenidamente, en los codos, rodillas y nudillos de Kondor empezaban a asomar unos punzones minúsculos sin llegar a rasgar por fuera de la piel.
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Según la pregunta formulada, el rostro de su interlocutor pasaba de una sonrisa radiante a un gesto completamente serio. Parecía que sólo se movía entre aquellos dos extremos, como si no hubiese puntos intermedios entre ambos. ¿Sería por alguna razón?
—Nnnno sé. Konozko desssierrrrto desssde ser kría.
«¿Cría? ¿Habla de sí mismo como si fuera un animal? Quizás sea algo propio de su lengua y no se sabe expresar bien...»
—¿Llevassss mapa de Munnndo? Yo enseñññññar donnnde vivirrr.
Aquella repentina pregunta logró sobresaltarla. Ayame dirigió una fugaz mirada hacia la copa del árbol de donde había surgido y después sonrió con cierto nerviosismo.
—Y... yo... la verdad es que no... He debido dejármelo en Amegakure, sí... —farfulló, rascándose la nuca. Y una gota de sudor frío se deslizó por su sien. Y, sin embargo, una súbita idea iluminó su rostro—. ¡Ah! Pero...
Se agachó y rebuscó en el suelo hasta dar con un palito de grosor adecuado. Con trazos rápidos dibujó en la tierra un esbozo del mapa de Onindo a grandes rasgos y después dividió el territorio en fracciones aproximadas de lo que serían los diferentes países.
—No es una obra de arte... ¿pero te sirve? —preguntó, con una renovada sonrisa.
La pregunta pilló un poco desprevenida a la joven kunoichi. Vacilaba a la hora de responder y parecía nerviosa, pero Kondor no le dio importancia. Podría ocurrirle cualquier cosa y el no era un experto en adivinar las intenciones de la gente. Lo dejó pasar mientras la muchacha le explicaba que debía haberse olvidado su mapa.
- ¡Ah! Pero...
E inmediatamente rebuscó por los alrededores hasta que cogió un palo del suelo. El salvaje reprimió el impulso de adoptar una postura defensiva por si era algun tipo de trampa o ataque, y se limitó a observar a su compañera mientras realizaba trazos en el suelo. Kondor no entendía lo que hacía, así que se acercó hacia Ayame mientras esta realizaba un mapa improvisado.
Quizá se colocó demasiado cerca. Lástima que no entendiera lo que significaba el espacio personal y quizá aquella chica se sintiera incómoda, pero no era su intención molestarla. Solo quería ver de cerca cada paso de lo que hacía, ya que nunca había visto a nadie hacer algo como eso. Al estar tan cerca, Kondor pudo admirar más de cerca el precioso cabello de la chica y su olor, que era mucho más intenso a esa distancia.
- No es una obra de arte... ¿pero te sirve? -le preguntó nada más terminar. El huérfano sabía lo que era el arte, pero no lo entendía. Si aquella serie de trazos era arte Kondor estaría en un aprieto si aquella chica buscaba su opinión. Frunció el ceño y estudió el dibujo. Cuando Ayame remarcó los paises delimitándolos fue cuando la chispa de la comprensión encendió en su cabeza. No era mas que lo que le había pedido.
- ¿Donde... Uzussssshio...? -preguntó Kondor, y señaló sin saber a una zona cercana del País de la Espiral y bastante cercana a Uzushiogakure. En cuanto Ayame le corrigiera, Kondor le señalaría con el dedo haciendo una linea que desembocara en el País del Viento- Paissss Viento... Dessssssierto. Mi casa. -y el salvaje le señalaría una zona que concordaba con el Oasis de la Luna, en el País del Viento. Cuando los shinobis de su aldea le enseñaron un mapa por primera vez, él preguntó donde se encontraba el Oasis de la Luna y cuando se lo dijeron, la ubicación no se le olvidaría en la vida. Era el único lugar que conocía exactamente si le enseñaban un mapa. Su hogar.
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Cuando terminó su obra y levantó la mirada, Ayame se encontró de golpe con la silueta de Kondoriano inclinado sobre ella. Estudiaba el mapa con el ceño fruncido en una expresión concentrada. Muy cerca. Demasiado cerca. Tan cerca que el de Uzushiogakure podría percibir algo curioso en Ayame. Su cuerpo no emanaba ningún tipo de olor, como debería ser lo normal. Era completamente inodora.
—¿Donde... Uzussssshio...? —preguntó entonces, pero antes de que Ayame pudiera decir nada señaló un punto en el mapa dentro del País de la Espiral y situado en la península del sur.
«¿De verdad me acaba de señalar dónde se encuentra exactamente Uzushiogakure?» Se preguntaba Ayame, completamente horrorizada. Se suponía que las aldeas no se llamaban "aldeas ocultas" por casualidad. Lo que acababa de hacer Kondoriano, si se hubiese tratado de cualquier otra persona, era algo verdaderamente peligroso. Pero el chico parecía totalmente ajeno a aquella situación.
Entonces arrastró el dedo por el mapa, trazando una línea hacia el oeste en el mapa que terminó desembocando en el País del Viento.
[sub=limegreen]—Paissss Viento... Dessssssierto. Mi casa[/color] —añadió, con aquel peculiar acento suyo.
—El desierto... qué duro... —respondió Ayame, con un visible escalofrío—. La verdad es que nunca he estado allí, pero de tan sólo pensar en el calor...
Unos extraños silbidos surcaron el aire de manera repentina, y Ayame ahogó un gemido cuando el asta de una de las flechas que había caído sobre ellos la atravesó de parte a parte por la espalda. Su cuerpo se deshizo en un violento estallido de agua y la muchacha que hasta aquel preciso instante había estado charlando con Kondoriano desapareció sin dejar más rastro que un inerme charco de agua que ahora bañaba sus pies.
—¡Maldita sea su estampa! ¡¡La chica no era real!!
—¿Dónde cojones se ha metido? ¡Al jefe no le va a gustar que dejemos testigos vivos!
Los que maldecían de aquella manera tan escandalosa eran dos hombres que habían surgido de entre los arbustos. El primero que había hablado era pequeño pero de complexión ágil como un gato. Llevaba entre sus manos un terrible arco y, a su espalda, un carcaj repleto de flechas rematadas con plumas oscuras. El segundo, con un parche en un ojo, era más alto y fuerte, y en su cintura portaba una espada que lejos quedaba de parecer ligera.
—¡CHICO! —gritó el fortachón, señalando a Kondoriano—. ¡Será mejor que nos entregues todo lo que lleves encima y nos digas donde está la chica!
Mientras observaban el mapa y Ayame opinaba sobre su lugar de origen, Kondor no pudo evitar percatarse de algo muy extraño. Al acercarse a aquella chica no desprendía olor alguno. Era extraño porque juraría que había olido su aroma anteriormente, pero ahora que se concentraba... Nada.
Que extraño... -murmuró el joven salvaje. La respuesta, sin embargo, le asaltaría enseguida.
Un virote de los que habían empezado a silbar a su alrededor se clavó en la muchacha y otros tantos pasaron silbándole alrededor a Kondor. Rápidamente fue a agarrar a la joven para evitar que se desplomara y para llevarle a un lugar seguro. Pero increíblemente su cuerpo se deshizo inmediatamente en una masa de agua que le mojó las puntas de los dedos y que empapó la hierba que había a sus pies.
Con un rápido vistazo y mientras corría a refugiarse detrás de un árbol cercano, Kondor descubrió quienes eran aquellos atacantes. Ahora podía olerlos. Había estado tan concentrado en descubrir el misterio del olor de Ayame que había ignorado el resto de olores, además de que le llegaban muy tenuemente.
Parecía que aquella joven era su objetivo, sin embargo le gritaron a Kondor que les diera sus pertenencias y les dijera donde podían encontrar a Ayame. Por suerte su inventario era reducido y no le tenía mucho apego, y tampoco sabía donde se había escondido y la adrenalina del momento no le permitía concentrarse como para intentar buscarla por el olor. Tenía que salir de allí cuanto antes. Por lo general el salvaje prefería no enfrentarse a personas armadas, sobre todo si tenían un arco y eran dos contra uno. Tenía que pensar deprisa.
- ¡No atakar! ¡Yo no conocer! -exclamó mientras miraba por el borde del árbol a aquellos dos hombres. Sin que se notara, se despojó de su bandana y de sus pertenencias y las dejó en las raíces del árbol. No sabía desde cuándo llevaban esos dos tipos observando, pero esperaba que no le consideraran una amenaza y no quería que supieran que era un ninja. Cuanto más se confiaran mejor para Kondor.
El árbol no le permitía ocultar su posición a aquellos hombres, pero si le servía para evitar los flechazos del hombre del arco, que era el que más preocupaba a Kondor y por ello, no le quitaba la vista de encima. Si se acercaban a él estaría preparado...
¿Donde se ha metido esa chica? -pensó el huérfano. Solo esperaba que hubiera conseguido huir. Era de las pocas personas que se habían mostrado amables con Kondor.
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Rápido como una gacela, Kondoriano corrió para ocultarse detrás del árbol más cercano mientras sus asaltantes seguían vociferando nuevas exclamaciones.
—¡Sal de ahí, chaval! ¡Ya te hemos visto! —gritó el del arco.
—Si nos entregas ahora lo que llevas encima y nos dices dónde está la chica, podrás salir con vida de esta —añadió el otro, con una sonrisa tan afilada como su espada.
—¡No atakar! ¡Yo no conocer! —replicó el de Uzushio, provocando un intercambio de gestos entre los dos bandidos. Habían torcido la boca en desaprobación.
Kondoriano se atrevió a asomarse ligeramente, y justo en ese momento otra flecha pasó silbando a escasos milímetros de su nariz.
—¡Sal de una vez si no quieres que te convirtamos en un colador!
Una ramita se partió por la mitad al otro lado del árbol. Un gruñido seco y una serie de maldiciones masculladas entre dientes. Salida de entre el follaje que tenía sobre él, Ayame aterrizó súbitamente junto a Kondoriano, sin perder de vista a los dos malhechores, y esbozó una sonrisa nerviosa hacia él. El charco del clon de agua, a escasos metros de su posición, seguía intacto.
—Lo siento. He tenido que tomar medidas... por precaución —se excusó.
—¡Jodida cría del demonio! —chillaba el bandido de la espada, tambaleándose mientras trataba de quitarse de encima el hilo shinobi que se había enredado alrededor de su cuerpo. Sin perder un instante, el arquero se acercó a su compañero y lo cortó con una de sus flechas.
—Pues ahora que estamos todos reunidos... ¿vais a seguir jugando a los ninjas o dejamos ya estas tonterías?
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