29/08/2016, 03:34
Me encanta comer tanto... Que no lo podría cuantificar ni expresar con palabras, ni aunque me dieran cien años para llevar a cabo esa imposible tarea. El mero hecho de imaginar un delicioso Udon con tofu, Onigri relleno de atún, anguila, o con salmón. O mejor aún, un delicioso Okonomiyaki, Ramen, Yakisoba o incluso Shushi...
Dios nos ha bendecido al ser humano con la comida, de eso no me cabe la menor duda. Hay variedad para satisfacer a todos los paladares, por muy distinguidos que sean. Por eso ésta vez, quería darme un verdadero homenaje. Mis padres me hablaron de que en muchos de sus viajes en el País de la Espiral, siempre se desviaban intencionadamente a una pequeña población ganadera que se llama Ushi. Al parecer si existiese la villa oculta de la Carne Roja, sería ahí mismo. Y su Kage sería sin lugar a dudas el vacuno más grande que jamás haya existido en este mundo.
Desde que me gradué como gennin llevaba arrastrando el antojo de comer un buen filete añojo y hoy era el día de satisfacer mi deseo. El viaje era largo, pero de una cosa estaba seguro, cada metro que recorrería en busca de mi filete valía la pena de todas todas. Por eso mismo, decidí comprar hace unas semanas un billete de tren, ¿Por qué tanto tiempo? Sencilla respuesta, estaba esperando que el tren hiciera el "recorrido largo" es decir, que no pasara por el maldito País del Bosque. Detestaba a esos fumadores de hierba.
Cuando subí en aquel artefacto de metal, la emoción comenzó a recorrer todo mi cuerpo. Mis papilas gustativas estaban ya a pleno rendimiento, menos mal que me entretuve bastante mirando el paisaje desde la ventanilla de mi asiento. Además de tener un buen rato para hacer una buena siesta, bastante despreocupado por cierto. Pues el tren cuando llegaba a cada parada, emitía un sonoro pitido, y anunciaba donde nos encontrábamos y hacía donde nos dirigíamos.
Finalmente, se oyó nuevamente aquel pito y el revisor del tren anunció a pleno pulmón. -¡Bienvenidos a Ushi, última parada!
!Que bien¡ Dije lleno de felicidad. Me apresuré para salir del tren y las vistas fueron... como decirlo delicadamente...No estaba mal, era un modesto pueblo. Casas muy rústicas la verdad, con muy poco encanto. Verdes praderas invadidas por gran cantidad de reses de todo tipo, y un fuerte olor a caca de vaca.
Pffffff que tufo...Olía a verdadera mierda de animal, pero que se le iba a hacer con tanta vaca y tanta oveja suelta, también había algún que otro individuo que competía con aquellos nobles animales. Pero bueno, no iba ahora a venirme abajo después de tanta ilusión desbocada. Seguí un camino de tierra que se dirigía hacía las casas del humilde pueblo. Y le pregunté al primer hombre con el que me crucé, se veía que como casi todos de por aquí, se dedicaba a cuidar animales.
-Disculpe señor, ¿Donde podría comer un buen chuletón? Lo bueno de todo el asunto es que ya estaba casi acostumbrado al fétido olor. El ganadero se lo tomó a broma, pues emitió una sonora y casi porcina carcajada.
-¡Ja ja ja! Muchacho, si quieres comer un buen filete, tienes que ir al mesón de Katsuretsu. Asombrado estaba de aquella gutural voz de aquel fornido hombre, que se tomó la molestia de alzar su colosal brazo y señalar una casa que destacaba de las demás. Pues era de piedra, la más grande y estaba equipada con una enorme chimenea que no cesaba de humear.
Si tiene pinta de ser ahí
-Gracias...buen hombre. Le contesté apartándome de él poco a poco, la verdad que daba un poco de miedo. Pero dejando eso de lado, me dirigí a aquella gran taberna, que a diferencia del pueblo, esta si que me causó buena impresión, más aún cuando entré. El local era grande, diáfano por dentro y de acogedora madera. Las paredes estaban casi completamente repletas de cabezas colgadas de todo tipo de ganado. Me senté en una de las mesas sin apartar la vista de aquellas cabezas momificadas. Esperando a que algún camarero me atendiera.
Dios mio...pedazo bichos hay aquí colgados...
Dios nos ha bendecido al ser humano con la comida, de eso no me cabe la menor duda. Hay variedad para satisfacer a todos los paladares, por muy distinguidos que sean. Por eso ésta vez, quería darme un verdadero homenaje. Mis padres me hablaron de que en muchos de sus viajes en el País de la Espiral, siempre se desviaban intencionadamente a una pequeña población ganadera que se llama Ushi. Al parecer si existiese la villa oculta de la Carne Roja, sería ahí mismo. Y su Kage sería sin lugar a dudas el vacuno más grande que jamás haya existido en este mundo.
Desde que me gradué como gennin llevaba arrastrando el antojo de comer un buen filete añojo y hoy era el día de satisfacer mi deseo. El viaje era largo, pero de una cosa estaba seguro, cada metro que recorrería en busca de mi filete valía la pena de todas todas. Por eso mismo, decidí comprar hace unas semanas un billete de tren, ¿Por qué tanto tiempo? Sencilla respuesta, estaba esperando que el tren hiciera el "recorrido largo" es decir, que no pasara por el maldito País del Bosque. Detestaba a esos fumadores de hierba.
Cuando subí en aquel artefacto de metal, la emoción comenzó a recorrer todo mi cuerpo. Mis papilas gustativas estaban ya a pleno rendimiento, menos mal que me entretuve bastante mirando el paisaje desde la ventanilla de mi asiento. Además de tener un buen rato para hacer una buena siesta, bastante despreocupado por cierto. Pues el tren cuando llegaba a cada parada, emitía un sonoro pitido, y anunciaba donde nos encontrábamos y hacía donde nos dirigíamos.
Finalmente, se oyó nuevamente aquel pito y el revisor del tren anunció a pleno pulmón. -¡Bienvenidos a Ushi, última parada!
!Que bien¡ Dije lleno de felicidad. Me apresuré para salir del tren y las vistas fueron... como decirlo delicadamente...No estaba mal, era un modesto pueblo. Casas muy rústicas la verdad, con muy poco encanto. Verdes praderas invadidas por gran cantidad de reses de todo tipo, y un fuerte olor a caca de vaca.
Pffffff que tufo...Olía a verdadera mierda de animal, pero que se le iba a hacer con tanta vaca y tanta oveja suelta, también había algún que otro individuo que competía con aquellos nobles animales. Pero bueno, no iba ahora a venirme abajo después de tanta ilusión desbocada. Seguí un camino de tierra que se dirigía hacía las casas del humilde pueblo. Y le pregunté al primer hombre con el que me crucé, se veía que como casi todos de por aquí, se dedicaba a cuidar animales.
-Disculpe señor, ¿Donde podría comer un buen chuletón? Lo bueno de todo el asunto es que ya estaba casi acostumbrado al fétido olor. El ganadero se lo tomó a broma, pues emitió una sonora y casi porcina carcajada.
-¡Ja ja ja! Muchacho, si quieres comer un buen filete, tienes que ir al mesón de Katsuretsu. Asombrado estaba de aquella gutural voz de aquel fornido hombre, que se tomó la molestia de alzar su colosal brazo y señalar una casa que destacaba de las demás. Pues era de piedra, la más grande y estaba equipada con una enorme chimenea que no cesaba de humear.
Si tiene pinta de ser ahí
-Gracias...buen hombre. Le contesté apartándome de él poco a poco, la verdad que daba un poco de miedo. Pero dejando eso de lado, me dirigí a aquella gran taberna, que a diferencia del pueblo, esta si que me causó buena impresión, más aún cuando entré. El local era grande, diáfano por dentro y de acogedora madera. Las paredes estaban casi completamente repletas de cabezas colgadas de todo tipo de ganado. Me senté en una de las mesas sin apartar la vista de aquellas cabezas momificadas. Esperando a que algún camarero me atendiera.
Dios mio...pedazo bichos hay aquí colgados...