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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Tras varios días de entrenamiento, el chico de orbes azules como el cielo tuvo una oportunidad inexpugnable. Su madre le ofreció traer a casa un par de sacos de arroz un tanto especial, uno llamado "el arroz que nunca se pasa". Al parecer, ese peculiar arroz era lo mejor de lo mejor, y por tanto una oportunidad de suculentas comidas. Además, tenía el añadido de ir bastante lejos, algo que no solía hacer con frecuencia. Ataviado con sus ropas de costumbre, así como con sus dos espadas y el resto de su equipaje shinobi, el chico emprendió el viaje. Llevaba consigo una mochila, en la cuál llevaba varios recipientes con comida. No sabía ni de qué se trataba, pero buena sería para el camino. De igual modo, llevaba consigo unos cuantos ryos... nunca se sabía, quizás en el camino le apeteciese comprar algo.

El joven comenzó a andar, no demasiado rápido, pues el viaje aparentaba largo. Casi tenía que salir del país, realmente estaba lejos, quizás un par de días de viaje. Mejor disfrutar el camino, pues el regreso lo haría cargado, y eso sí que sería algo mas molesto. El chico camino con no demasiada parsimonia, a ésta se la dejó en casa. Eso sí, tampoco iba dejándose el pulmón en el camino, había de disfrutar.

Las horas pasaron, y abrió el primer contenedor de comida. En su interior, arroz. El chico se quedó mirando ese monstruoso bol de arroz aprisionado en el envase, y sin rechistar comió éste manjar. Recuperó fuerzas, y continuó el camino. Caminó y caminó, hasta dar comienzo a un sinfín de arrozales. Las horas habían pasado hasta llegar la hora del almuerzo de nuevo, y por tanto sacó un nuevo envase de comida. Lo abrió, y observó que de nuevo se trataba de mas arroz.

— Me tienes que estar tomando el pelo... — Masculló para sí mismo.

Miraba la comida, profundamente decepcionado. Su madre no acostumbraba a hacer éste tipo de cosas... raro. Se terminó por comer ese plato, pues el hambre ya apretaba algo. Tampoco era cuestión de tirar comida. Ya que tenía esa comida, había de tomarla. Tras alimentarse, y descansar un poco, volvió a levantarse y emprender el camino. Caminó y caminó, mientras las horas transcurrían. Casi al ocaso, volvió a parar. Era la hora de la cena, y ya había de estar cerca de esa tienda que había de hallarse a mitad de los arrozales.

"Bueno... a ver si me he equivocado al pillar los envases. Ahora tiene que tocarme otra cosa... ¿no?"

Con paz y armonía, a la luz del sol casi escondido, el chico abrió un envase de comida mas. Sus ojos se ciñeron, y su entrecejo se frunció rotundamente. Si, de nuevo, la comida no era mas que arroz. Rodeado de arroz, en busca de arroz, y sin mas nada que comer salvo arroz. Iba a sacar cara de chino y todo...

— ME CAGO EN TODO LO CAGABLE! JODER YA! PUTA MADRE DEL ARROZ! —

Indudablemente, si, se le fue del todo la cabeza. Abrió un par de envases mas, y tras retirar cada una de las tapas, volvió a ver lo mismo. ARROZ. El chico inspiró una enorme bocanada de aire, y la dejó salir en una profunda exhalación. Intentaba relajarse, allí, en mitad del puto arrozal. Al mirar la última tapa que abrió, observó un par de puntos seguidos de un final de paréntesis.

Su cara resultó todo un poema al ver ese símbolo, había sido obra de su tío. Ese gracioso se la había jugado... a saber si realmente existía esa maldita tienda de arroz, o simplemente le había tomado el pelo junto a su madre. A saber qué había propuesto a la mujer para que aceptase a gastarle semejante broma...
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#2
Kazuma siempre fue un chico curioso, y nunca dejaba pasar una oportunidad para aprender. Para el ningún conocimiento era inútil, por lo tanto, cualquier persona que tuviera algo que enseñarle sería bien recibida. Lo mismo iba para las situaciones de las que pudiera obtener alguna experiencia.

Quizás por eso estaba tan emocionado cuando salió de viaje por órdenes de su maestro. El peliblanco desconocía el por qué de la travesía, pero ya había sido informado del lugar al que irían. Su destino era el país del bosque, más específicamente una región conocida como; los arrozales del silencio. Un lugar del cual se decía que había prosperidad y paz, ya que en su mayor parte solo se dedicaban al cultivo y al comercio.

Pero luego de dos días de viaje, sus esperanzas de encontrarse con muchas cosas interesantes fueron frustradas. Debido principalmente a dos cosas; La primera es que le habían enviado en compañía de Mizuki, la criada de más confianza del maestro y que también resultaba ser tanto la guardiana como la niñera del Ishimura. Lo segundo y peor fue el hecho de que por ningún motivo seria un viaje turístico o de disfrute, ya que en toda regla era solo por cuestiones de negocio. Cosas sobre los distribuidores con los que trabajaba el anciano maestro.

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—Como le iba diciendo; Para la próxima estación necesitamos un aumento del veintitrés por ciento en la cantidad de arroz que tendra preparado para la exportación privada. Eso equivaldría a cuarenta y seis sacos o dosmil ochocientos kilogramos —inquirió la chica mientras se ajustaba los lentes y repasaba una tabla llena de números y fechas.

—Pero señorita Mizuki —replico en tono lastimero aquel distribuidor de granos—. Las tormentas de verano han sido inclementes con nuestras cosechas. Con la última subida del rió Gaiden, perdí el trece por ciento de los arrozales que están bajo mi administración.

—Señor Fakku —exclamo con una vos tan seria como gélida—. Por su bien le recomiendo que se abstenga de tratar de engañarnos. Estoy enterada de que hace poco compro unas cuantas hectáreas de arrozales muy productivas, todo con el adelanto monetario que le dio nuestro señor, también estoy consciente del hecho de que el área que menciona como arrasada, fue vendida por usted mismo a unos granjeros locales antes de dichas inundaciones.

—Teniendo eso en cuenta; es mejor que busque la manera de cumplir con el contrato, a menos claro, que quiera separarse de nuestra línea de negocios —dijo con un tono bastante amenazador, por lo que a aquel hombre solo le quedo tragar saliva y prepararse para seguir con las negociaciones.

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«Cielos, esto es mortalmente aburrido… No vine al país del bosque solo para estar escuchando un montón de aburrido parloteo administrativo. Además me da mucha curiosidad esta zona, aun más después de leer aquel folleto turístico que traje conmigo» —con ese pensamiento en mente Kōtetsu, tomo su espada enfundada, y en cuanto tuvo oportunidad huyo por la ventana de la casa donde se encontraba, y se dirigió hacia el pueblo que estaba en las inmediaciones—. «Sé que Mizuki se va a cabrear cuando se dé cuenta de que me fui, pero esta es una gran oportunidad para conocer esta región»

El peliblanco no perdió ni un segundo. Luego de que abandono aquella reunión se tomo un buen tiempo para pasear por todo el pueblo, y para detenerse en cada tienda o lugar que le causara curiosidad. A pesar de que no se encontraba en esos lares con motivos turísticos, tuvo la suerte de contar con dinero suficiente como divertirse como cualquier visitante. Compro un sombrero de paja estilo campesino, se comió algunos dulces de fruta confitada, se detuvo a probar el té en varias puestos, e incluso logro ingeniárselas para entrar en un bar-restaurante y probar un poco de vino de arroz.

Luego de todo aquello se detuvo a escuchar las historias de uno de esos sabios ancianos del campo, y entre cuentos y fabulas escucho algo interesante; Una anécdota que hacía referencia a un maravilloso grano conocido como “El arroz que nunca se pasa”. Solo con aquel nombre bastó para que su boca se hiciera agua y su curiosidad se convirtiera en un fuego incontrolable, por lo que ignorando algunas reglas del sentido común, pidió información al anciano, el cual solo le dio unas cuantas indicaciones y luego señalo el este con la única mano que tenia.

Sin confirmar lo que había escuchado, salió a toda prisa fuera de la aldea, en la misma dirección que había señalado aquel viejo cuenta cuentos.

Su caminata por fuera de la aldea fue bastante entretenida; En una ocasión se topo con una granjera a la cual se le había atorado su arado en el fango. Siendo fiel a su naturaleza y sin que esta le pidiera ayuda, el ojosgrises se metió en el lodo que le llegaba hasta las rodillas y ayudo a desatorar aquel equipo, como recompensa la mujer le regalo dos botellones de leche recién ordeñada. Luego de aquello se encontró una cesta abandonada en medio del camino, dicha cesta estaba llena de pescado salado y algunas cacerolas pequeñas. En vista de que no había nadie alrededor tomo la cesta y siguió su camino hacia… hacia ninguna parte en realidad.

«Joer, creo que ese arroz maravilloso que había mencionado no se encuentra por aquí. y ya me empieza a dar hambre… Es más desde que llegue a esta región no he podido probar un bocado de arroz» —pensamientos de Kazuma luego de caminar sin rumbo por varias horas.

Cuando la luz del sol estaba casi extinta y la noche amenazaba con cernirse sobre él, la suerte a la cual tanto repudiaba le sonrió. En medio del ya oscuro camino, se encontraba lo que parecía ser una especie de cabaña de sendero para los viajeros cansados. Al acercarse a esta pudo notar que no estaba desocupada, y aunque prefería haberla encontrado sola, la hora y lo inhóspito del sitio no le permitía darse el lujo de pasar de largo, por lo que tendría que compartirla con quien sea que estuviese ahí.

—Buenas y disculpe mi irrupción, pero soy un viajero cansado que busca donde refugiarse —dijo él con el tono de voz más educado posible, mientras entraba a aquel refugio y esperaba a que le respondieran.
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#3
Con la tez pálida, pese a su bronceado, y una cara que reflejaba un tormento de un par de días comiendo tan solo arroz, el chico continuó su camino. La esperanza es lo último que se pierde. Pese a que probablemente la historieta del arroz que no se pasa fuera también invención de su tío, el chico prosiguió su camino, ya poco le quedaría para llegar a ese sitio que le dijeron tanto éste como su madre. Fuere como fuere, ya había llegado hasta aquí, era una tontería volver atrás sin tan siquiera comprobarlo. Como se dice, para que haya una sombra siempre ha de haber un obstáculo, y una luz que lo ilumine, tan solo es cuestión de mirar el ángulo.

"Bueno... ya que estoy, sigo... eso sí, cuando llegue a casa, será el primero en probar mi puño en el dojo..."

El chico terminó de comerse con desdén aquel recipiente de arroz blanco, soso y sin ningún añadido... ni tan siquiera una maldita salsa. Tras ello, guardó el recipiente en la mochila, y se la puso a espaldas de nuevo. Poco tardó en reanudar la marcha, con algo mas de alegría en el caminar, pero no en el cuerpo, el chico prosiguió.

Tras un rato caminando entre arrozales, el chico avistó a lo lejos una casucha. El sol ya se ceñía por el horizonte, apagando poco a poco la luz natural y necesaria que proporcionaba. Sin pensarlo dos veces, se acercó al sitio. Quizás el dueño le podía ofrecer alojamiento y algo de comida a cambio de unos cuantos ryos. Al acercarse, se percató de que él no era el único que se había aproximado a la casucha... eso, o bien el dueño se había encariñado con la puerta de sus dependencias. A saber, los tipos raros no escasean hoy día.

El chico terminó de acercarse, y cuando las distancias eran escasas, pudo escuchar que el chico que había frente a la puerta también iba con sus intenciones. Diablos, se le habían adelantado. Bueno, con algo de suerte, si uno era bien recibido, dos también. Al llegar a su vera, observó apenas a su igual, y prestó algo mas de atención al hombre que salió de la casa. El hombre había de medir al menos los 2 metros, y era una auténtica mole. Grande se quedaba chico a su lado. El hombre vestía un pañuelo negro a la cabeza, ropajes desgastados del mismo tono, y algunos tatuajes. Su rostro reflejaba pocos amigos, y tenía una marca en el ojo derecho de haberlo perdido en alguna disputa o algo parecido.

"Ostras..."

El rubio fue a darse la vuelta, la cosa no le había terminado de agradar, y pretendía escabullirse. Ni tan siquiera se había presentado al otro chico, tampoco pretendía hacerlo visto lo visto... quitarse del medio podía ser la mejor idea que había tenido en mucho tiempo. No era por juzgar el físico, pero ese hombre para nada parecía hospitalario.

— ¿Quie´ne sai? — Preguntó el hombre, con una voz mas grave que el bajo de Metálica.

El rubio no terminó de darse la vuelta, y volvió a mirar hacia la puerta, concretamente a esa mole. Alzó una ceja, e intentó descifrar que coño había dicho. Realmente ese tono, conjugación, y demases había sido... abrumador. En tan solo 2 palabras.

— No... yo solo pasaba por aquí... — Intentó de eludir.

Sin embargo, el hombre no mostró tropiezo alguno. No se iba a limitar a dos simples y mal conjugadas palabras. NO.

— O sus entrai o sus entro — Amenazó. — ¿Ma via ´cuchao? —

La cara del rubio reflejó una clara confusión. A decir verdad, no llegaba a entender por completo ese dialecto. Lo que si que quedaba claro eran sus intenciones, pues sus dedos gordos y asilchachados como morcillas señalaban el interior de la casa. El rubio quedó en silencio, y miró a su otro lado. Quería ver la reacción del otro amenazado.
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#4
Por un momento hubo silencio mientras Kazuma esperaba una respuesta. Al no oír nada la curiosidad lo empujo a tratar de pasar a dentro, pero algo le detuvo; Era un hombre, o al menos parecía uno, ya que las proporciones de su cuerpo eran cerca del doble de las un adulto normal. En cuanto se acerco más a la puerta los ciento sesenta centímetros de altura del joven, le hicieron sentirse como un enano.

«Cielos —pensó mientras ponía su cabeza en vertical para verle la cara al sujeto que estaba ahora frente a él—. Este sujeto es enorme, seguramente cuando no hay algún buey para el arado, el se pone el jugo encima y trabaja la tierra en lugar del animal»

Mientras aun se encontraba observando a aquel hombre con aspecto rudo y curtido por la vida. Este empezó a hablarle con un acento bastante particular y difícil de entender, el sujeto hablaba con fuerza como si le hablara a varias personas. Fue en ese momento al girar la cabeza que el peliblanco se dio cuenta que no estaba solo, a su lado igual de estático que él estaba un chico rubio, el cual se notaba unos años mayor al Ishimura.

«El sujeto no parece mal intencionado, pero igual no estaría cómodo estando solo con alguien de un aspecto tan rudo»

—Me parece que dice, que pasemos —dijo el peliblanco omitiendo la parte que parecía decir “O los are pasar”—. Además no creo que sea buena idea llevar la contraria a un sujeto como este —le susurro al chico rubio.

Mientras pasaba aquello el sujeto se hizo a un lado, haciendo espacio para que los chicos pasaran mientras este les arrojaba una mirada férrea con el único ojo que le quedaba.
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#5
Frente a ese gigante, el par de chicos parecían simples enanos de jardín. Salvo que no estaban ahí para decorar nada. El rubio había hecho por escaquearse, mas el estar allí lo llevó a ser incluido en el paquete de visita. Una gota de sudor le recorrió la sien, fría como el hielo. Observó en el otro chico una expresión bien parecida, y éste añadió que creía haber entendido que pasaran. Por otro lado, dijo algo bastante lógico... llevarle la contraria a semejante animal podía ser peligroso.

— Tsk... vaya tela... — Masculló el Yotsuki.

Dejando paso primero al de cabellera blanca, el rubio se adentró en la casa de aquella especie de gorila. Lo primero que vieron ante ellos era una única sala, hecha totalmente de madera. En el centro habían unas ascuas aún calientes, casi quedaban cenizas, depositadas en una especie de candela metálica. Hacia el lado derecho había una puerta, cerrada. En esa misma dirección se encontraba un par de sillones. A la izquierda había un par de puertas mas, ambas cerradas. También había un asiento mas en esa misma banda de la habitación. Al final de la misma habitación, aguardaba una mujer casi tan grande como el que les acababa de dar la bienvenida. Ésta mujer tenía aun ambos ojos, un corpulento cuerpo, y una cara casi tan ruda como la del mencionado gorila. Ataviada con ropas del mismo estilo, parecía tratarse de su mujer.

"Joder... ¿aquí todos son de éste tamaño? ¿que leches les dan de comer?"

Casi tan tímido como un gato en una casa ajena, el chico se adentró en la habitación. Hizo por mirar hacia detrás, observando cómo el hombre cerraba tras de ellos. Curiosamente, el hombre echó el cerrojo a la puerta, algo que no terminó de agradar al rubio.

— Buenas tardes, señora... — Intentó de animar la fiesta.

Sin embargo, ni la mujer ni el hombre volvieron a soltar palabra por el momento. El uno miró a la otra, y la otra miró al uno. El sepulcral silencio fue lo único que quedó. El Yotsuki aprovechó para echar la vista al peliblanco.

— ¿Amigos tuyos no son por casualidad, no? —
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#6
El chico rubio parecía estar de acuerdo con la observación del peliblanco. Por lo que luego de que este entrara en la casa, le siguió sin rechistar.

La casa era un lugar bastante rustico y acogedor. Todo estaba hecho en madera oscura; la sillas, las mesas, las puertas, las paredes y el suelo. Otra cosa que llamaba la atención es que todos los muebles parecían estar hechos pensando en una persona extremadamente grande.

«No puede ser, todo es enorme… me pregunto ¿Cómo hará la familia de este sujeto para utilizar estos muebles?»

Aquella pregunta fue rápidamente respondida cuando desde el fondo de la habitación se acerco una mujer, podía ser una señora cualquiera, excepto por un detalle; Esta era casi tan grande como el sujeto que los había recibido en la puerta. La mujer pasó cerca de ellos y antes que el Ishimura pudiera decir algo, el chico que estaba a su lado se adelanto a darle un leve saludo, sin embargo la señora ni se inmuto. Lo único que obtuvieron por respuesta fue que ambos gigantes intercambiaran miradas.

«No se… Esto empieza a darme mala espina, pero también estoy muy curioso de saber qué es lo que traman y por qué se comportan así»

Mientras pensaba aquello el chico rubio se acerco un poco, y discretamente le pregunto si conocía aquellos sujetos.
—La verdad es que es la primera vez en mi vida que ando por esto lares, y no conozco a nadie —respondió con despreocupación—. Ahora si te preocupa esta pareja, creo que lo mejor será esperar a ver qué es lo que traman. Después de todo incluso en un lugar tan remoto, deben saber que significan nuestras bandanas, digo si yo me di cuenta que eras un shinobi de kusa, me imagino que ellos también.

—Eso al agregado de que ambos vamos armados —aseguro mientras sonreía.
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#7
El cabello plateado contestó rápido y sin tapujos a su igual. Él pensaba sin miedo que esas bandas metálicas eran un salvoconducto, una protección asegurada. Así mismo, con ese mismo detallé confirmó que hasta él se había dado cuenta de que era un shinobi de Kusa... y que ambos iban armados. La verdad, esa respuesta le vino absurda al rubio. ¿Acaso no hay quienes disfrutan cometiendo crímenes? ¿Acaso no hay quienes disfrutarían despedazando a shinobis? La respuesta es obvia... aunque la paz es reina y soberana, siempre hay de todo en los valles sin dueño.

El rubio alzó una ceja, incrédulo a lo respondido por su compañero. Realmente no sostuvo ese gesto demasiado tiempo, y apresuró en acercarse un poco a éste para que los otros presentes no le llegasen a escuchar.

— ¿En serio piensas que todo el mundo vive en armonía y paz y respeta nuestras placas metálicas? El bien es solo ausencia de mal... que haya paz, solo refleja que hay pocos enemigos... pero ésto no quiere decir que no haya enemigos o gente que disfruta regocijándose en atrocidades... — Susurró al de Uzu.

La mujer, con un gesto tosco y para nada afeminado se rascó la parte mas baja de la espalda, si, el culo. Miró a su cónyuge, y tras un breve silencio rompió la armonía del sitio con una áspera voz.

— Yie´to quiene san? —

El rubio quedó de nuevo abrumado ante la lingüística de sendos gigantes, pero eso ahora mismo no era lo prioritario. ¿Cómo leches se había metido en éste jaleo? ¿Realmente serían estos dos enormes especímenes de humanos agigantados unos broncas?

— E´to san lo siho de Taho sehuro. ¿A que hí? —

El hombre grande, se apresuró en presentarlos como parientes de alguien que al parecer conocían. A saber quién era ese tal Taho... si es que ese era su verdadero nombre.
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#8
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El chico rubio parecía no estar muy convencido de las palabras del Ishimura. Aquello quedo demostrado, cuando se acerco a él, y le explico que en realidad cualquiera podía convertirse en un enemigo de un momento a otro, y que el hecho de que estuvieran en una época de paz, no significaba que estuvieran a salvo de conseguirse a gente terrible y mal intencionada.

—Creo que me habéis mal interpretado. Nosotros no somos ni misioneros ni embajadores, somos guerreros y soldados. Nuestras placas son solo para inspirar respeto entre nuestros aliados, para el resto es un aviso que dice que somos capaces de pelear y defendernos. Por lo que me ha parecido que siendo Shinobis con sus adecuadas habilidades y entrenamiento de combate, esta no debería ser una situación demasiado preocupante. —aclaro el joven peliblanco mientras también susurraba.

Pero aun con aquello dicho, se encontraba lejos de tener intenciones de combatir. Ya que según su lógica lo mejor era esperar a ver que pretendían aquellos gigantes. Aunque eso era más difícil de lo que parecía, debido más que todo a su extremadamente rara forma de hablar, y su extraña y distante forma de comportarse. Aun así la idea de pelear con civiles indefensos no le hacía mucha gracia, pero con esas dimensiones aquellos seres probablemente eran de todo menos indefensos.

«Esta situación es bastante incómoda, por no decir extraña… La verdad no quisiera problemas, después de todo solo pasaba por aquí»

Durante su momento de reflexión, la pareja intercambio algunas palabras, pero Kazuma no pudo llegar a entenderlas bien debido a que estaba distraído. Lo único que supo es los dos habitantes de la casa se giraron hacia donde estaban de pie ambos, y clavaron sus miradas en ellos.
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#9
El peliblanco aclaró al Yotsuki su condición, o mejor dicho, su comentario anterior. Éste lo había mal interpretado quizás, pues había sacado la conclusión de que aunque fuesen genins no había motivo para pensar que estaban a salvo. Sin embargo el pelo escarchado se refería a que ambos estaban armados, así como que sendos chicos habían sido adiestrados para combatir en casi cualquier tipo de situación. Viéndolo de esa manera, también era lógico.

— Dicho así... psss.... si. — Tuvo que aceptar el rubio.

Sin embargo, pese a que las personas de allí no tuvieran adiestramiento físico para el combate, una torta con una mano tan grande como una silla... eso duele sí o sí. Además, de que tumbar a una mole tan grande como media montaña no es cosa fácil. Fuere como fuere, no todo era un camino de rosas. El rubio no hacía mas que ver el lado negativo de ésta situación que tan mal le pintaba, pese a que su compañero de rango no lo hacía así.

Lo dicho por los gigantes casi pasó por desapercibido, de no ser por esa áspera voz que ambos portaban. Sin embargo, ninguno de los chicos lograron entrever qué insinuaban con esa lingüística tan peculiar y cerrada. Ambos quedaron al amparo de escuchar unas prosiguientes palabras o algo...

— Noooo. Ésta na san las´hio de Taho. — Apresuró a cantar la gorda. — ¿Como sus llamai? —

Su entrecejo unificado se frunció un poco, y su mirada se clavó en los chicos. Evidentemente les preguntaba cómo se llamaban, con ese peculiar acento o pronunciación. El Yotsuki quedó en blanco por unos segundos. En su mente, tan solo un pensamiento "¿Qué leches ha dicho?".

— ¿Que qué... ? — Alzó a preguntar.

Entre tanto, miró al peliblanco, por si éste se había enterado de la pregunta.
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#10
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La situación no paraba de dar giros extraños, sin embargo ante aquel mar de confusión, la mujer del gigante parecía tener un poco más de sentido común. Al parecer aquella señora se dio cuenta de que no eran las personas que su marido creía. Por lo que se digno a preguntar cómo se llamaban, o al menos eso era lo que se pudo entender de sus palabras. Sin embargo su gesto era bastante claro, aun mas con aquella ceja gigante hundida hacia el centro en un leve gesto de enojo.

—Esto no es bueno —dijo a su acompañante—. Si creen que los hemos engañado las cosas podrían ponerse feas… Tratare algo a ver si funciona.

En general no conocía mucho del mundo, pero si savia como eran las cosas cuando se iba de viaje. Y estaba consciente de que algo no cambiaba sin importar la región, y era el hecho de que aquellos que llegaban con regalos eran mejor recibidos, que los que se presentaban con las manos vacías.

Recordando aquello se quedo pensando por unos instantes que podía darles de presente a aquellos enormes seres, y de pronto recordó la cesta que llevaba consigo. Aquella en donde había guardado unos botellones de leche y unos pescados salados. Por un instante se lamento pensando en que ni siquiera les había probado, pero por otro lado se resigno a que eso era lo mejor que podía dar como una especie de ofrenda de paz.

—Viajeros —dijo el Ishimura, mientras levantaba por sobre su cabeza la cesta con alimentos a modo de regalo—. Creo que con esto las cosas estarán bien —susurro al chico rubio.
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#11
Kazuma dio por sentado que si los tomaban por mentirosos, las cosas podrían ir a peor. No era para nada una idea inteligente hacer eso. Por otro lado, el chico parecía tener una idea. Sin premisa, alzó una cesta que llevaba consigo, y se la ofreció al gigante. Afirmó que eran viajeros, mientras que intentaba agradar con un obsequio. Pensándolo bien, no era para nada una idea disparatada.

"Umm... ¿viajeros?"

El rubio miró al hombre, y éste a su vez miró a su mujer. La señora, sonrió con esa enorme dentadura mellada, fue entonces que el hombre agarró al chico de un jalón por la pechera. Sin perder segundo alguno, tomó también al rubio. Como si éstos estuviesen hechos de plumas, los levantó del suelo de un solo jalón.

— Eso´ta mu bien! poh´aquí yia no pasa musho´viahero. — Masculló el hombre.

Entre tanto, se movió hasta ofrecerles una "agradable" asiento. Los sentó como si fuesen meros muñecos, al sentarse el rubio dejó escapar un leve quejido, producto del intenso acoplamiento a la silla. Nervioso, no hacía mas que mirar al hombre y a su mujer, y de vez en cuando a su compañero en rango.

— Perarse ahi, que sus hago argo de´come. —

La mujer se movió a paso afianzado hasta la puerta de la derecha de la habitación, donde al entre abrirse la puerta pudieron ver los chicos algo parecido a una cocina. Evidentemente, el tiempo de apertura de la puerta fue ínfimo, y apenas pudieron ver su interior. El rubio miró a su compañero, mientras que el hombre se fue a sentar a otra de las sillas.

— Bueno... no parecen malos después de todo... ¿no? — Le confesó a susurro.

Cuando el hombre se sentó, dejó caer un suspiro. Tras ello se irguió, estirando la espalda por completo. Se veía dolorido, cansado quizás.

— ¿Y de onde sais? —

Era evidente, el hombre quería saber de dónde procedían los chicos... o los viajeros, mejor dicho.

— Yo soy de Kusagakure. — Se adelantó el Yotsuki.

"Creo que voy empezando a entenderlos... "
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#12
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Luego de decir aquella palabra y de hacer aquel gesto, el Ishimura solo pudo esperar a ver cuál sería la reacción de los gigantes. En algún lugar de su mente, se estaba planteando que haría en caso de que esas personas fueran de las que odian a los extranjeros. Sin embargo tenía algo a su favor, y es que no era solo un visitante, era un visitante que traía comida, algo que podría mejorar el aspecto de cualquiera.

Las cosas pasaron muy rápido, el hombre y su mujer intercambiaron miradas y algunas sonrisas, por el momento todo parecía ir bien. De repente el anfitrión se acerco y como si fueran ingrávidos, levanto a ambos chicos mientras decía algo que parecía significar que todo estaba bien, y que no acostumbraban a ver viajeros.

Mientras ambos genin se miraban, aquel enorme sujeto los deposito en unas sillas, con toda la sutileza de la que era capaz. La cual cabe destacar que no era mucha, ya que ambos chicos cayeron con suficiente fuerza, como para combarse mientras sentían el impacto en sus espaldas.

Una vez que estuvieron sentados y un poco menos adoloridos, pudieron escuchar como la señora de la casa les decía que esperan un poco, ya que pronto haría algo de comer. Aunque su acento seguía siendo brutalmente extraño, de a poco se iban adaptando a su forma de hablar, con lo cual podían entenderles un poco mejor.

—Tienes razón… Quizás solo son gente buena de campo como cualquiera de por aquí, solo que ellos son extremadamente grandes y rústicos —contesto en voz baja.

El hombre le llevo la sesta del peliblanco a su esposa, y luego procedió a tomar una silla para sentarse enfrente de ambos shinobis. Una vez hecho esto, se dedico a estirarse y a suspirar por un rato, aquello era obvio a pesar de la diferencia del leguaje. Era la típica forma de moverse de alguien que ha tenido un duro día de trabajo, y solo quiere relajarse un poco.

Estando todos un poco más cómodos, aquel hombre les pregunto de donde venían.

—Yo soy de Uzushiogakure, ubicada en el país de la espiral —contesto el ojos grises luego de que su homologo en rango respondiera.
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#13
Habiendo sido sentado cual muñeco de trapo, el peliblanco tampoco se tomó la acción como una agresión, de hecho coincidió en opinión con el rubio. Quizás estos no eran mas que campesinos, pero en tamaño industrial. Quizás algún rasgo de gigantismo circulaba por esa senda sanguínea, o a saber. Fuere como fuere, por ahora no pecaban de poco hospitalarios. Sendos chicos dijeron su lugar de procedencia, y el hombre quedó algo perdido. Quizás no sabía de las aldeas ocultas, realmente era probable.

— Hum... ps ni´dea. ¿So sta mu lehos? —

El chico quedó pensativo durante un instante, reflexionando en qué había preguntado, por lo cual tardó un poco en responder.

— Bueno, Kusagakure no está demasiado lejos. Sin embargo, Uzushiogakure si que pilla algo lejos. — Respondió tras los segundos de silencio.

Tras un rato, la mujer entró de nuevo a la sala, acompañada por un enorme cuenco de arroz en cada mano. Cada bol sería de al menos la cabeza de una persona normal, y para ellos no era mas que una ración de comida. De ahí quizás ese exagerado tamaño corporal. La mujer cursó ambos boles a los chicos, y se los ofreció a sendos genin.

— Qui tenei, que sus aproveche. —

Bajo el kilo de arroz, quedaban ahogadas un par de sardinas. El resto parecía simple arroz, aunque se notaba que estaba algo sazonado. Numerosas especias le daban al arroz un intenso sabor, y un pequeño toque picante. Sin duda, uno de los mejores arroces que los chicos pudiesen probar. Sin preámbulos, el rubio tomó los palillos que reposaban en el bol, y tomó la primera estocada de arroz.

— Dios! Ésto está buenísimo! — Proclamó a los cuatro vientos con la boca llena de arroz.

Sin demora, volvió a atacar al bol.
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#14
Luego de que ambos chicos dieran a conocer su lugar de origen, aquel hombre se quedo pensativo como si tratara de recordar algo. Pero aparentemente no tenía idea de donde quedaban aquellos lugares de los cuales le estaban hablando, por lo que intuyo que se encontraban muy lejos. Al menos eso fue lo que dio a entender con sus ahora más comprensibles palabras.

«Creo que es bastante entendible, para una persona que vive lejos de la capital y de las rutas de viaje, es bastante difícil el enterarse de donde y que tan lejos esta cada lugar» —pensó mientras el genin rubio ofrecía una rápida y simple explicación por parte de ambos.

El ambiente había pasado de estar en tensión, a algo más relajado. Como si desde un principio aquella hubiese sido una visita social, y al parecer esa era la manera en que se lo estaban tomando aquellos gigantes.

«Oh, huele muy bien» —Juzgo el Ishimura, mientras la puerta de la cocina se abría, para dejar pasar a la señora que traía en sus manos dos enorme platos humeantes.

Desde la altura de Kazuma le era imposible ver que contenían aquellos platos hondos. Al principio pensó que eran cuencos como los que se utilizan para el arroz, pero eran demasiado grandes. Mientras pensaba en ello, el señor se levanto para ir al centro de la sala donde se encontraba una enorme mesa de madera, tan grande que seguramente se necesito de un roble entero para fabricarla. Una vez allí, el gigante levanto la mesa con cierta facilidad para luego ubicarla en donde se encontraban los jóvenes. Todo aquello mientras el peliblanco veía con la boca abierta como una persona “normal” cargaba un mueble de posiblemente más de doscientos kilos, como si fuera una baratija.

Una vez que la mesa estuvo puesta frente a él, el ojos grises noto algo peculiar mientras miraba a su par viajero. La mesa le quedaba a la altura del cuello al chico rubio, por lo que para él, que era el más bajo en aquel sitio quedaba por sobre su frente. Por lo que tuvo que arrodillarse en la silla para poder quedar de frente a la comida que le habían servido. En ese momento se dio cuenta de que le habían servido un tazón gigantesco de arroz.

«Huele delicioso, ¿Me pregunto si sabrá igual? Pero es mucho, ¿Podre terminármelo?» —mientras se debatía con sus pensamientos, el chico de Kusa ya había atacado sus alimentos, para luego exclamar que estaba suculento, con suficiente ímpetu para que todo le oyeran.

Por lo que siguiendo los pasos de su compañero, el chico de Uzu dejo que su hambre lo guiara hacia la comida. Luego de probar unos cuantos bocados, pudo entender la reacción de su compañero. No solo era el primer arroz que degustaba en días, sino que también era el mejor que hubiese probado alguna vez.

«Cielos, que bueno esta» —se aseguro a sí mismo, mientras se daba cuenta que ya no tendría que preocuparse por dejar arroz en el plato.
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#15
El chico, tras dar una primera estocada al arroz, no pudo sostener en su rostro otra cosa que no fuese sorpresa. En vida jamás hubiese imaginado de ese intenso sabor en el arroz, y eso que llevaba días comiendo de éste cansino manjar durante un par de días... Incluso llegó a pasarsele una locura por la cabeza.

"¿Será... éste el arroz que no se pasa?"

El chico agitó repetidamente la cabeza, sacándose ese pensamiento de la sesera. Casi como un perro, y rápidamente volvió a atacar su plato. Bueno, quien dice su plato dice su bol de tamaño industria petrolífera. Enorme se quedaba corto para definir el tamaño del susodicho bol. Era dantesco, monstruoso... una barbaridad para una sola persona. Frente a él, casi a la altura de su cabeza, sobre la mesa, el bol parecía interminable. Pese a ello, el chico no cesó en intentar acabarlo. Comió y comió, hasta que la mandíbula le dolió tanto como el estómago, una vez ahí, el chico llegó a su límite.

El chico soltó un pequeño suspiro, lleno como un pavo en navidad. Tras ello, se asomó a ver el interior del bol. Para su sorpresa, el maldito aún estaría por la mitad. Esto parecía una broma en la que te echan mas comida cuando uno se distrae... solo que en ésta el bol había de tener un falso fondo y nunca acababa la comida. Si no fuese porque la mujer lo había traído, y la mesa la habían puesto ante ellos mas tarde, la verdad es que el chico hubiese mirado bajo éste, solo por curiosidad.

"Dios... ésto no termina..."

Echó la vista al lado, y observó por un instante a su compañero. Se llevó las manos a la barriga por un instante, y dejó caer otro suspiro de profunda desesperación.

— Tío.... ésto es interminable.... aquí hay comida para diez personas... — Le comentó en voz baja.

Lejos de pretender ser desagradable con los gigantes, el chico tan solo pretendía conocer si su compañero andaba en igual situación. Tras esa breve pausa, el chico volvió a atacar su plato. Volvió a tomar los palillos, y comenzó a propinarle ahora mas lentas estocadas. Realmente se apreciaba, pero es que ya su estómago no daba para mas. Era obvio, ellos no tenían un cuerpo del tamaño de los dueños de la casa.

Cuando el chico iba ya a casi toda vela, el arroz se le quedó algo trabado en la garganta. El chico soltó el par de palillos, y se propinó un par de golpes en el pecho con su diestra cerrada. Por suerte para él, el arroz terminó bajando. Por el buen lado encima, éste chico tenía suerte.

— Disculpa... ¿Podrían darme un vaso de agua si no es mucha molestia? — Preguntó el rubio.

Casi al instante, la mujer se dirigió hacia la cocina. En el transcurso, se llevó la zurda a la cabeza.

— Ya disia yio que se molvidaba argo... —

El hombre, quedó incluso dormido en la improvisada cena. Realmente se le veía cansado, en su rígido asiento, se sentiría como en el maldito edén. Después de un largo jornal en la cosecha, no era algo de extrañar.
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