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"Bueno, pues... aquí estamos"
En el cruce de los tres países, bajo la atenta mirada de tres enormes estatuas, las cuales representaban a tres poderosas personas que una vez habían habitado la tierra, se encontraba Juro. Después de tanto tiempo, y de todo lo que había pasado, necesitaba volver. Volver al sitio al que una vez había ido, en sus inicios de ninja, para admirar su grandeza.
Ya habían pasado tres años desde entonces.
Casi podía recordar sus pasos por ahí, aun de niño, casi de la mano de su hermana Katsue. Ella no estaba aquí con él, ahora. No por ninguna desgracia, claro esta. Gracias a los cielos seguía viva, bien, y más fuerte que nunca. Simplemente se había quedado en casa, junto con Furui, su anciana "sensei". Él mismo lo había pedido así. El hacer este viaje por primera vez, solo , había simbolizado su madurez.
Y ahí estaba. Había logrado llegar hasta aquella enorme cascada, con la esperanza de que sus ideas se aclarasen de una vez por todas. Porque nadie lo hacía. Nadie quería conversar sobre lo ocurrido en el torneo. Había pasado ya más de un año – casi dos, para ser exactos – y se había enquistado como un trauma en su subconsciente. Su hermana simplemente ignoraba el tema. Y Furui hacia igual. Pero él no podía olvidarlo.
– ¿Como lo hicisteis vosotros? – preguntó, en voz baja, mirando a las estatuas –. ¿Como enfrentasteis al mal? ¿De dónde sacasteis el coraje para hacerlo?
Porque el temblaba de puro miedo. Al recordar su casi muerte, que en realidad fue muerte del todo. Nunca nadie explico eso. ¿Quién era el hombre de la risa escalofriante del que se tenían que cuidar? ¿Había más como esa cosa que surgió en mitad del torneo? Necesitaba coraje. Coraje para seguir después de eso. Miraba a esas estatuas, esperando que le revelasen una pista para encontrar lo que perdió aquel día.
Entre esas y otras cavilaciones, Juro se quedó pensativo, cercano a una de las estatuas. Se mantenía sentado, mirando el paisaje. Pero no estaba para nada sereno. Más bien presentaba la obstinación propia de un niño, el cual no pensaba moverse hasta no lograr su objetivo.
Y el tiempo pasaba, al igual que la luz del sol...
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Ryuujin saltaba de rama en rama por las calles de Takigakure como era habitual en todos los ninjas de la aldea, tan acostumbrados a cruzar el bosque como a andar por casa. Con el final de la Despedida acercándose, el frío podía notarse en cada esquina aunque el yuki no lo sentía en absoluto, para él esa temperatura era normal, e incluso echaba de menos la nieve del País del Hierro, la cual no cuajaba en los húmedos bosques del País del Río. Se abalanzó sobre un charco y atravesando los pasillos de madera abrió la puerta de su casa.
- ¡Ya estoy en casa! - Informó mientras cerraba la entrada.
Era un piso pequeño con dos habitaciones, un único pasillo y lo básico, ubicado en un bloque de otros siete pisos iguales. Nada especialmente lujoso, pero suficiente para vivir. Se descalzó y posó su cazadora azul en el perchero. Cuando dirigió su mirada hacia la sala de estar vislumbró una figura adulta y gorda tras la pared. Era imposible que fuese su madre así que, con su diestra preparada, avanzó rápidamente y abrió la puerta corredera.
- Ya era hora de que llegases - exclamó. - ¿Dónde está mi dinero?
Se trataba de Shiro, el casero de Ryuujin. Un hombre obeso que pesaría aproximadamente unos ciento veinte kilos, con barba y peinado a lo césar. Su madre se encontraba al otro lado de la salita, vistiendo un kimono y sentada sobre un cojín. Hizo un gesto involuntario con la mano llevándosela hacia el portaobjetos.
- Ahora mismo no puedo pagarte… - explicó sin saber muy bien como mantener la mirada.
- ¡¿Cómo que no puedes?! - Gritó furioso haciendo retroceder al chico. - ¿Y qué es eso que llevas ahí?
El arrendatario se acercó furtivamente hacia las pócimas que Ryuujin guardaba pero éste reaccionó rápido, echando la pierna izquierda hacia atrás bloqueó con su muñeca el brazo de Shiro.
- Son las medicinas de mi madre, ni se te ocurra tocarlas. - Advirtió de manera lo suficientemente amenazante como para calmarle.
- Jumm… Está bien. En esta ocasión has tenido suerte, tengo un encargo para ti. - Respondió con media sonrisa a medida que se alejaba. - Hace pocos días compré unas armas a un mercader de la Ciudad del Herrero, en el País del Remolino. La situación es sencillo, ya no las quiero y tú vas a devolverlas por mi.
Ryuujin escuchó con suma atención los detalles que comentaba su casero, pese a que no tenía ni idea de dónde se encontraba esa ciudad.
- ¡Ah! Y que no se me olvide. El plazo de prueba es de siete días, y ya llevo digamos… unos cinco. Así que tienes dos días para llegar allí. - Finalizó.
- ¡¿Cómo?! Pero eso es imposible. - Respondió el ninja.
- Ese no es mi problema, si no vuelves con mi dinero os echaré a la calle.
El chico meditó por un momento las palabras del dueño y, mirando a su madre, finalmente aceptó la proposición. Gracias al tiempo que pasó con Tatsuya y Hao, aprendió lo suficiente como para poder moverse por este mundo algo mejor. Sabía que existía una red ferroviaria que conectaba todo el continente. Solo era cuestión de subir al tren como quien dice y dar con la ruta correcta.
***
Otra vez sus dientes afilados acechaban, el bucle de imágenes no paraba. Una y otra vez el gigante felino perseguía al niño por el bosque hasta alcanzarse. Fue el pitido del tranvía quien sacó a Ryu de su ensueño, o mejor dicho, terrible pesadilla. Con el cuerpo sudoroso alzó el torso y trató de poner en orden sus pensamientos. El tren había llegado a su última parada. Debía bajar y escapar como pudiese sin ser visto.
Minutos más tarde se encontraba en algún punto perdido en el País de la Tormenta. No se había dado cuenta, pero entre su vuelta desde La Frontera del este y este último viaje había anochecido. Ni si quiera le había dado tiempo a despedirse de Li o preparar algo de comer, aunque esto último no le preocupaba. Los samurais a veces se pasaban días en ayunas y la aspiración de Ryu era superarles. Tras un buen rato deambulando sin rumbo escuchó el sonido de una cascada. Comenzaba a anochecer, pero el familiar sonido le hizo confiarse y se guió por su oído. Corrió atravesando lo que quedaba del Bosque de la Hoja y acabó en el Valle del Fin.
Tres imponentes esculturas de piedra custodiaban el acantilado rodeadas del agua de la gigantesca cascada. El shinobi caminó por lo que parecía ser la estatua de un anciano con el sello del carnero, algo desesperado por no encontrar ningún indicio de población. Escrutó un poco el lugar hasta que dio con un chico de pelo obsidiana de grandes ojos color café. Tendría unos quince años pero al yuki no le importó y se acercó con total confianza.
- ¡Hey! - Saludó a corta distancia. - ¿No sabrás donde estamos, verdad? - Preguntó sonriente sin poder evitar un deja vi.
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La tranquilidad del lugar le había puesto casi en un trance. Observaba el recorrido del agua desde lo que antes había sido un gran lago hasta dar el salto final al que estaba predestinada a partir de lo que sucedió. Sin embargo, si nada hubiese pasado, esto seguiría siendo un lago más en todo el mundo. Era curioso como el destino actuaba.
Su trance se rompió al escuchar unas palabras tras su espalda, que le pusieron en alerta.
- ¡Hey! ¿No sabrás donde estamos, verdad?
Se giró para toparse con un adolescente, algo mayor que él. Poseía unos cabellos plateados, ligeramente desordenados sobre su cabeza, y unos ojos grisáceos que le recordaron a Kazuma. Parecían transmitir la misma tranquilidad, aunque los suyos eran más abiertos y más impactantes. Sobre su tez clara – aunque no tan clara como la suya, claro esta. Eso era difícil – Juro pudo distinguir una gran cicatriz en su rostro, que iba desde el ojo hasta su mandíbula. Se llevó una mano al cuello, instintivamente. Su bufanda tapaba sus propias cicatrices, afortunadamente.
En su cuello, pudo ver anudada la bandana de Takigakure. Era un ninja.
"¿Se esta quedando conmigo?" – pensó, con su amabilidad natural.
¿Como podía no saber algo tan básico? Era un lugar fundamental para cualquier ninja. Que decía ninja. Para cualquier persona con algo de cultura general. Trató de no mostrarse muy reticente, aunque lo cierto es que dudaba de su palabra.
– Hola. – No le quitó el ojo de encima, aunque dejó traslucir una sonrisa amable en su rostro, en respuesta a la sonrisa que mostraba el chico. Por una vez en su vida podría ayudar en cuestiones de orientación –. Claro. Estamos en el Valle del Fin, en la frontera del País de la Tormenta junto con los otros países.
Juro se levantó cuidadosamente. Aun estando a una distancia prudencial, no quería arriesgarse a alarmarlo. Comprobó, como ya había imaginado, que él era algo más bajo que el chico que acababa de aparecer.
– ¿Te orientas mejor? – preguntó, tras unos segundos de silencio –. Ya sabrás que este sitio es muy importante.
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Aquel muchacho pareció salir de un trance en cuanto escuchó las palabras de Ryuujin e inmediatamente tras girarse sus ojos le escudriñaron de arriba a abajo. Ryu por su parte observó de manera anónima aquel iris marrón, recordando la cantidad de coloridas miradas con las que se había cruzado desde que abandonó el País del Hierro. Quizá no era tan extraño como pensaba dicha diversidad de cromas.
– Hola. - Dijo el otro sonriendo finalmente – .Claro. Estamos en el Valle del Fin, en la frontera del País de la Tormenta junto con los otros países.
<< El País de la Tormenta, eso quiere decir… >> Empezó a reflexionar para sí, intentando hacer memoria del mapa de Ōnindo que aprendió en la academia.
El haber pasado la mayor parte de su vida excluido del mundo cerca de los montes de Sanryo-rama no le ayudaba mucho en estas situaciones. Pese al tono de perplejidad de aquel muchacho, la localización “Valle del Fin” significaba poco para el ninja de Takigakure. Suspiró y volvió a mirar al chico que se levantaba con cautela. No se había fijado en la blancura de su tez, aún más pálida que la suya, ni en su delgada constitución.
– ¿Te orientas mejor? Ya sabrás que este sitio es muy importante.
- Mmm, digamos que sí. - Respondió con las manos en los lumbares. El chico se mostraba muy precavido y Ryuujin realmente no tenía demasiado tiempo para charlar. - Estaba buscando un lugar llamado “Ciudad del Herrero”, - comenzó a explicar saltando un par de rocas para acercarse a él. - ¿No sabrás cómo llegar, verdad?
El aire comenzaba a resoplar más fuerte mientras la noche se cernía, haciendo bailar la ropa y el cabello al son del viento. En ese momento la bandana de Uzushiogakure se veía claramente anudada a la frente del quinceañero, tapada por su cabellera. Durante un segundo, Ryu no pudo evitar mostrar sorpresa en sus ojos, cerrando los párpados levemente. ¿Qué ocurriría ahora? Aquel ninja habría visto el símbolo de la cascada con total seguridad. Aunque no parecía gran cosa dada su filogenia, no era inteligente subestimar a nadie, y ahora se encontraban a menos de dos metros de distancia.
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23/12/2016, 01:17
(Última modificación: 24/12/2016, 12:59 por Eikyuu Juro.)
Juro observó su actitud reflexiva. No era broma. Realmente no tenía ni idea de donde se encontraban. Juro sonrió, nerviosamente.
- Mmm, digamos que sí. Estaba buscando un lugar llamado “Ciudad del Herrero”, - le dijo, mientras recortaba distancia entre ellos - ¿No sabrás cómo llegar, verdad?
Sintió el impulso claro de escapar y retroceder. Pero eso no era propio de una persona normal y corriente. Ese chico no parecía ningún peligro. Y no era la primera vez que se encontraba con ninjas de otras aldeas. No debería tener nada que temer ante eso. No era un niño.
"Pero ahora estas solo..." – le susurró la voz de su cabeza, recordandole que Katsue hoy no estaba con él.
– ¿La ciudad del herrero? – río, nerviosamente. Al menos contuvo el impulso de retroceder, aunque deseo que él no se acercase más –. La verdad es que no tengo ni idea. La orientación no es mi fuerte. Y justamente no tengo ningún mapa encima..., ya me perdonaras.
Trató de excusarse, sintiéndose realmente incomodo. ¡Demonios, él no tenía la culpa! ¡No tenía que disculparse ante nadie!. Trató de erguir su escuálida figura, con una mirada más decidida.
– ¿No sabes ningún otro sitio que este cerca? Una ubicación, o algún sitio cercano: algún monte, ciudad, monumento... Esta en el País de la Tormenta, ¿No? – preguntó, pensativo –. No he visto a nadie por aquí, pero quizá pudiéramos encontrar a alguien que lo supiera...
Sinceramente, con una señalización tan pobre, hasta buscar una aguja en un pajar sería más sencillo. Al menos sabías que aspecto tenía la aguja. Y donde estaba el pajar.
Por alguna razón, se sentía responsable de no saber el lugar. Sin darse cuenta, se había involucrado en la búsqueda.
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Poco a poco la situación se relajaba a medida que el chico de Uzushiogakure se iba percatando de que Ryuujin no suponía ningún peligro para él. El ambiente era de ayuda con el silencio nocturno y el caer del agua, aunque el shinobi del remolino no podía evitar mirarle con reticencia.
– ¿La ciudad del herrero?– Se auto-preguntó empezando a reír tímidamente –.La verdad es que no tengo ni idea. La orientación no es mi fuerte. Y justamente no tengo ningún mapa encima..., ya me perdonaras.
No parecía que la suerte le sonriese mucho, con el inicio del amanecer acercándose un día menos le quedaba, sin contar con que terminaba de conseguir entender la mirada de aquel chico. Siempre se mostraba amable como se le había educado desde pequeño, pero comprender el actuar de las personas era otra cosa para Ryuujin. ¿Acaso él se conocía así mismo?
– ¿No sabes ningún otro sitio que este cerca? Una ubicación, o algún sitio cercano: algún monte, ciudad, monumento... Esta en el País de la Tormenta, ¿No?– preguntó, pensativo –.No he visto a nadie por aquí, pero quizá pudiéramos encontrar a alguien que lo supiera...
La cantidad de posibilidades que le ofrecía el chico le estaban abrumando. Dedicó un momento a ordenar su cabeza mientras se pasaba la mano derecha por la nuca.
- Mmm, veamos. Se encuentra en el País del Remolino, debe ser una ciudad importante que se dedica al comercio de armas. - Hizo una pausa. - Digamos que tengo asuntos con una compañía de ese lugar y poco tiempo para solucionarlo. - Finalizó con una ligera mueca de molestia.
El pensar que podía estar dando demasiada información le hizo detenerse. Aunque se mostrase más afable, analizándolo fríamente no sabía con certeza si confiar o no en aquel ninja. Dio un paso a la derecha tras echar un vistazo a la luna, mirando hacia el Bosque de Hojas en dirección sur. Ahí se encontraba el país en el que en alguna parte existía una ciudad llamada Los Herreros, su destino.
- No puedo esperar al siguiente tren, así que supongo que tendré que ir caminando. - Explicó mientras avanzaba un par de metros. - Te agradezco mucho tu ayuda, al menos ahora sé donde estoy. - Concluyó con si habitual sonrisa.
Un ligero e inexplicable tono de melancolía surgió en sus palabras, aunque sencillamente lo ignoró y se dispuso a marcharse.
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Juro se mantuvo en silencio, expectante a las palabras del chico.
- Mmm, veamos. Se encuentra en el País del Remolino, debe ser una ciudad importante que se dedica al comercio de armas. Digamos que tengo asuntos con una compañía de ese lugar y poco tiempo para solucionarlo. -
– Ya veo... – La verdad es que no entendía muy bien lo que le estaban diciendo, pero el chico no parecía con ganas de repetirlo, así que solo asintió.
Juro frunció el ceño ligeramente. ¿Debe ser? A alguien no le habían informado demasiado bien si es que dudaba de hasta eso. Iba a ser difícil encontrarla.
"Me pregunto que tendrá que hacer con tanta urgencia"
- No puedo esperar al siguiente tren, así que supongo que tendré que ir caminando.Te agradezco mucho tu ayuda, al menos ahora sé donde estoy.
– ¿Vas a lanzarte así, sin más? – preguntó Juro, viéndole alejarse –. ¿Sin una sola indicación?
Pero sus palabras no iban a detenerle. Parecía más que encabezonado con ir hacia esa dirección. Sintió una sensación extraña, una mezcla de ansiedad, preocupación, y ligera indiferencia. ¿Que hacía? ¿Le dejaba ir así, sin más, aunque probablemente no le fuera a dar tiempo?
"Tú no vas a ser capaz de ayudarle. Mejor déjale irse" – reflexionó, volviéndose hacia la estatua.
Durante unos segundos, observó a la estatua. La iluminación le vino justamente después de ver su mirada.
Sonrió ligeramente, al darse cuenta de lo idiota que estaba siendo. Un trozo de piedra no le iba a infundir valor. Solo sus actos lo iban a hacer. Y pensar que después de tantas horas en meditación, la presencia de ese chico había sido lo que le había ayudado a verlo.
Salió corriendo detrás del chico. Afortunadamente, aun no había internado en el bosque.
– ¡Espera! – exclamó, sin perder velocidad. Una vez cercano a él, se serenó –. Si vas por este camino, te acompaño. Puede que no sea mucho de ayuda en cuanto a orientación, pero es mi país después de todo, seguro que te puedo ayudar en algo. No te retrasare, lo prometo.
Sonrió, ligeramente, con algo de autosuficiencia. Solo esperó que no estuviese cometiendo una gran estupidez.
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Una última pregunto llegó a sus oídos antes de lanzarse a la inmensidad del bosque.
– ¿Vas a lanzarte así, sin más? ¿Sin una sola indicación?
La preocupación de aquel chico empezaba a conmoverle, pero su voz se perdió resonando entre las rocas del Valle del Fin. Sus pies se movían raudos dejando atrás los parajes de aquellos tres grandes Kages, acercándose metro a metro a una aventura de la que ni si quiera sabía si llegaría a sobrevivir, porque, para qué engañarse, aún no podía considerarse un ninja y mucho menos un guerrero.
Por fin se dispuso a adentrarse en la flora, una densa capa de altos árboles y rutas amplias, aunque con la escasa iluminación todo parecía un camino lleno de obstáculos. Afinando el oído podía escuchar el sonido de los ríos fluyendo y el eco de la fauna.
– ¡Espera!– Pudo oír a escasos metros de distancia
Esta vez se detuvo y al girarse vio de nuevo al ninja del remolino, que respiraba a una velocidad considerable, exactamente igual a él. Tomó un segundo de relajación en lo que el otro recuperaba su aliento.
– Si vas por este camino, te acompaño. Puede que no sea mucho de ayuda en cuanto a orientación, pero es mi país después de todo, seguro que te puedo ayudar en algo. No te retrasare, lo prometo.
Las palabras resultaron, cuanto menos, chocantes y una expresión de asombro se dibujó en la cara de Ryuujin. ¿Por qué había tomado esa decisión? Un torrente de ideas le asaltaba la mente pero, cómo aprendió desde pequeño gracias a su aspiración de convertirse en samurai, a veces simplemente era mejor actuar y no dejarse engañar por la mente. Además ciertamente podría resultar una ventaja tener a alguien que conozca la zona, pese a que no sepa orientarse.
- Eh...está bien. - Respondió dejando actuar a los nervios restantes. Se giró echando una última mirada al Bosque de las Hojas antes de entrar.
La verdad es que no sabía muy bien cómo actuar. En Sanryo-rama no existían los enemigos, de hecho para él ese concepto no tenía significado. Lo que te hacía daño no era malo, ni bueno, estaba en tu mano saber qué hacer con ese dolor, si fortalecerte o rendirte ante él, al igual que ante la naturaleza puedes aprender de ella o perecer ante sus cambios. Pero este no era el caso, ahora formaba parte de una organización militar, con unos deberes y objetivos y se debía a ellos.
- Por cierto, mi nombre es Ryuujin, aunque mis amigos me llaman Ryu. - Dijo extendiéndole la mano y recuperando su habitual compostura. A fin de cuentas no tenía nada de valor, salvo el pergamino con las armas selladas de Shiro, si su intención era maligna, sólo el tiempo lo diría.
Espero a que terminaran las pertinentes presentaciones para centrar su mente de nuevo en su encargo.
- Siento meterte prisa, pero entraré en detalles según avancemos – comenzó a explicar reanudando la marcha, aunque esta vez a un ritmo sostenible. - Digamos que mi jefe no está contento con unos artículos. - Continuó una vez que le alcanzó. – El plazo de devolución termina en un día aproximadamente… y no puedo permitirme fracasar.- Susurraba para sí al final.
Pausó la charla un segundo entre lo que esquivaban las ramas y zarzas del bosque, intentando pensar cómo disimular esa metedura de pata. Al menos no distinguiría bien su expresión, dada la poca luz que entraba de la luna, o eso creía Ryuujin.
- Y básicamente es eso, debo llegar antes de que el plazo expire.
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- Eh...está bien.
Afortunadamente, el chico no mostró ni un solo reparo. Que alivio. Aunque fuese un ninja, su figura escuálida y su altura no muy considerable hacia que cualquiera no le tomara en serio. Acto seguido, se encaminó dentro del bosque. Juro sonrió y le siguió de cerca. Aunque se detuvo, para volverse otra vez.
- Por cierto, mi nombre es Ryuujin, aunque mis amigos me llaman Ryu.
Ryuujin le extendió la mano, en un gesto amistoso. Juro dudó unos microsegundos, hasta darse cuenta de que después de lo que había hecho, a estas alturas, dudar era rídiculo.
– Encantado. Soy Juro – exclamó, estrechándole la mano.
El duo se adentró en la corteza del bosque. Juro ya pudo ver la gran vegetación, la vida, los árboles, y el ambiente tranquilo. No se escuchaba a nadie por la zona. El sol ya se había desvanecido, y la noche llegaría, sin lugar a dudas, con ellos en el bosque. Desde luego, adentrarse solo en un bosque de noche era una imprudencia. ¿Siendo dos lo era también?
"Probablemente. Pero ya no hay marcha atrás"
- Siento meterte prisa, pero entraré en detalles según avancemos. Digamos que mi jefe no está contento con unos artículos. El plazo de devolución termina en un día aproximadamente… y no puedo permitirme fracasar.Y básicamente es eso, debo llegar antes de que el plazo expire.
– Un día... Eso es muy poco tiempo – asintió Juro, entendiendo la prisa. Pero... ¿Era realmente posible llegar en un día? –. En este bosque también debe de haber poblados. Quizá el que busques esta por aquí, quien sabe. Si encontramos a alguien, debemos preguntar.
No es que eso garantizase la forma de encontrarla. Podría equivocarse. Pero ahora mismo estaban dando palos de ciego. Debido a la poca visibilidad por la noche, era dificil observarle. Juro hacía un esfuerzo supremo por ver bien y no chocarse con ninguna rama, y a la vez atender a lo que le decían.
– ¿Y qué clase de artículos son? ¿Armas, metales, o algo así? – preguntó, manteniendo la marcha del chico sin demasiados problemas. Al ver que igual estaba siendo muy entrometido, añadió una versión más formal, rápidamente –. Si se puede preguntar, claro esta.
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– Un día... Eso es muy poco tiempo. En este bosque también debe de haber poblados. Quizá el que busques esta por aquí, quien sabe. Si encontramos a alguien, debemos preguntar.
La verdad es que las palabras de Juro le resultaban algo desconcertantes, aunque con la escasa información que le había dado supuso que era normal. Igualmente algo de razón tenía el muchacho, sin conocer la localización exacta y a esas horas, resultaría difícil cumplir con el plazo, pero Ryu apostaba todo a una corazonada.
- Debemos encontrar los raíles de las vías del tren. No sé dónde está la ciudad, pero la red ferroviaria del continente conecta todos los puntos comerciales importantes de los diferentes países. - Comenzó a explicar como si realmente entendiese del tema, pero solo hacía uso de una buena lingüística con escasa información. - Si mi intuición es cierta, debe haber algún tren que pase por ahí, si lo conseguimos encontrar… - hizo una leve parada de medio segundo. - Si lo conseguimos encontrar puede que lleguemos a tiempo.
Se estaba dando cuenta de que sus palabras no resultaban del todo confiables y no sabía por qué ya había involucrado a Juro como compañero de este viaje en su mente. Igualmente siguió avanzando, con aquel escuálido shinobi, esquivando ramas y piedras varias. Hizo un esfuerzo por recordar el camino que había utilizado anteriormente, pero con la nocturnidad latente se volvía una tarea bastante difícil. Según sus cálculos llevarían unos cinco minutos corriendo, cuando el tardó aproximadamente una hora desde la estación.
– ¿Y qué clase de artículos son? ¿Armas, metales, o algo así? – preguntó su compañero continuando la conversación – . Si se puede preguntar, claro esta.
Ryu meditó durante un minuto su respuesta.
- Sinceramente, no sé con exactitud qué tipo de artilugios son. - Respondió asombrándose asimismo. ¿De dónde provenía esta faceta engañosa? No era mentira que no conociese en profundidad los artículos, pero sabía que eran espadas, hachas y otros instrumentos bélicos.
Movió instintivamente la mano hacia su portaobjetos, pero camufló el hecho rápidamente saltando hacia el suelo, donde se paró en seco. Ryu escrutó la zona como si le sonase de algo. Se encontraban en una ntersección de tres caminos, vagamente iluminada por la luna.
- Mmm, no sé muy bien por dónde tirar… - Espetó con el aullador viento de la noche resoplando.
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Ambos shinobis comenzaron a avanzar raudos y veloces. Si supieran hacia donde iban, ya habría sido perfecto.
- Debemos encontrar los raíles de las vías del tren. No sé dónde está la ciudad, pero la red ferroviaria del continente conecta todos los puntos comerciales importantes de los diferentes países. Si mi intuición es cierta, debe haber algún tren que pase por ahí, si lo conseguimos encontrar… Si lo conseguimos encontrar puede que lleguemos a tiempo.
– Muy bien. No he viajado mucho por aquí desde que se pusieron, así que me limitare a seguirte, de momento. Un tren debería ser sencillo de oir y de ver.
Esquivó una rama, directa hacia su cabeza. Eso era lo peor de todo. Él y los arboles no solían llevarse bien. Aún recordaba cierto episodio donde una rama traicionera se había colado donde no debía y le había robado la bufanda.
– ¿Y qué clase de artículos son? ¿Armas, metales, o algo así? – preguntó su compañero continuando la conversación – . Si se puede preguntar, claro esta.
- Sinceramente, no sé con exactitud qué tipo de artilugios son.
Juro no pudo evitar fruncir el ceño, aunque con la oscuridad difícilmente se podría apreciar. ¿Tanta preocupación y tanta prisa por esos artículos y si ni quiera sabía que eran? Jesús. o le estaba mintiendo o era un chico muy extraño. La extrañeza siempre afianzaba la desconfianza. Sacudió la cabeza. Eso a él ni le iba ni le venía. No le contestó, se mantuvo concentrado en correr.
Sin embargo, su tarea se vio truncada por una trampa del destino, en forma de división de caminos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Una encrucijada.
- Mmm, no sé muy bien por dónde tirar… - Espetó con el aullador viento de la noche resoplando.
– Yo tampoco – admitió Juro, encogiéndose de hombros –. Lo lógico sería pensar que el camino del centro lleva al corazón del bosque, y los laterales lo rodearían. Pero quizá el del centro fuese más directo.
Reflexionó durante unos segundos, escudriñando la vista. No había nada que le diese una ligera pista de lo que hacer.
– Si hay alguna señal, difícilmente la veremos. No es que quiera remarcar mi inutilidad en este aspecto, pero como ya te he dicho, no suelo venir aquí, y menos de noche. Cualquier cosa que dijese sería solo una probabilidad. – se lamentó. Después, miró a Ryuujin, directamente a los ojos, aunque no le viese bien –. Creo que tendremos que apostar por esa intuición tuya.
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