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Ni siquiera los gritos del shinobi a sus espaldas logró detenerla. Ayame siguió corriendo lo más rápido que podía, sorteando obstáculos y volviendo de nuevo a los territorios de las obras, siguiendo la dirección de las voces. Ni siquiera se fijó en las señales que prohibían el paso a aquellas instalaciones.
«Ese estruendo... ha sonado como un golpe. ¿Habrá alguien herido?» Se preguntaba, aunque en su interior se estaba produciendo una encarnizada lucha entre su insana curiosidad y la necesidad de hacer el bien contra el miedo que sentía de encontrar a alguien peligroso...
La luz de una farola titiló durante un instante, y Ayame se encogió sobre sí misma, sobresaltada.
—Uno, dos, tres ¡Fuerza! —escuchó a lo lejos, y Ayame retomó la marcha.
—¡No se mueve! —exclamó otra voz, y a Ayame sintió que se le congelaba la sangre en las venas. Inconscientemente, frenó ligeramente el paso.
«¿Un... asesinato...?» Se preguntó, con el corazón retumbándole en las sienes.
—¡Apresúrense, tenemos que rescatarlo antes que nos descubran! —volvió a hablar la primera voz.
«Un rescate, un accidente.»
Conforme se fueron acercando al lugar de los hechos, redujo la marcha notablemente. Al final terminó caminando casi pegada al vallado, observando con cuidado el panorama. Al apoyar la mano sobre la madera sintió algo fresco y líquido que le hizo torcer el gesto. Las pintadas de los graffitis eran frescas. De hecho, aún quedaban latas por el suelo.
—Cuidado con la pintura y con las latas —le advirtió a su acompañante en un susurro.
Habían llegado a un lugar baldío en el que se alzaba la estructura metálica de un edificio a medio construir. Cerca de él, un grupo de seis muchachos se agolpaban cerca de un montón de tablones de madera. Parecían estar intentando moverlas.
—¡Te dije que no tocaras nada! —El chico que hablaba llevaba el pelo rubio en un lado y moreno en el otro.
—¡Por el amor de Ame no Kami sáquenme de aquí! Casi no siento la pierna ya —aulló otra persona, rota de dolor, que quedaba fuera de su rango de vista.
Ayame se había sobresaltado al escucharle, pero tras echar un vistazo alrededor y fijarse en las cuerdas rotas que rodeaban las maderas y la polea que pendía por encima del montón se dio cuenta de lo que pasaba.
—Deberíamos ayudarles —Ayame volvió la mirada hacia su acompañante. Aunque había cierta duda en sus ojos.
Aquellos chicos no daba la mejor impresión del mundo, con todos aquellos collares, pulseras y anillos de plata y oro.
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2/03/2017, 00:51
(Última modificación: 2/03/2017, 00:52 por King Roga.)
Kagetsuna estaba muy, pero muuuy agradecido con el hecho de que Ayame hubiese bajado la velocidad. No es que fuera un flojo, pero odiaba tener que hacer carreras. Tuvo la suerte de que Ayame le advirtiera de las latas, que en su distracción bien pudo haber tropezado y resbalado. Imitó el movimiento de precaución de Ayame. Ahora sí que podía escuchar las voces de las que le había hablado.
—Hablando de vándalos...— Masculló al el vallado pintarrajeado.
Ayame sugirió ayudarles, no muy convencida. Kagetsuna estaba en el mismo dilema. Observando las pintas que tenía aquella pandilla, pudiese ser que la oferta no fuese muy bien recibida. En condiciones normales, su reacción inicial sería la de intentar llevar a aquellos delincuentes juveniles ante la justicia. Pero estando necesitados como estaban, le costaba decidirse.
—Esos tipos no tienen planta de ser muy amigables. Podemos intentarlo, pero recomendaría no bajar la guardia.— Sugirió, mientras se quedaba pensativo.
Se quitó la bandana del brazo, para intentar esconderla dentro del bolsillo de su chaqueta, aunque quedó un poco abultado. Creía que si evitaba que viesen su símbolo de autoridad, las probabilidades de que se portaran agresivos serían menores.
—Si quieres vamos juntos a ver.— Le ofreció —Pero, no sabemos cuanto nos vamos a tardar. ¿No te importa llegar aún más tarde?— Quería cerciorarse.
Los muchachos seguían forcejeando inútilmente, sin percatarse de la presencia de ellos.
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Él tardó algunos segundos en responder. Parecía tan o más indeciso que ella misma.
—Esos tipos no tienen planta de ser muy amigables. Podemos intentarlo, pero recomendaría no bajar la guardia.
Ayame asintió en silencio. En realidad, desde que habían decidido seguir la dirección de las voces habían sentenciado el resto de su proceder. Porque no podían dejar a una persona malherida y atrapada entre escombros en mitad de la noche así como así. Por muy malas pintas que tuvieran los chicos, ¿cómo podrían hacerse llamar ninjas si lo hicieran? ¿Cómo podrían, siquiera, llamarse personas?
Su acompañante se quitó la bandana del brazo y la escondió en el bolsillo de su chaqueta. Se notaba ligeramente el abultamiento, pero a Ayame le mosqueaba algo más.
—Si quieres vamos juntos a ver.—Se ofreció—. Pero, no sabemos cuanto nos vamos a tardar. ¿No te importa llegar aún más tarde?
Ayame negó con la cabeza.
—Mi padre no se enfadará porque llegue tarde por haber ayudado a alguien. O eso creo, al menos —añadió, con una sonrisa nerviosa. Entonces señaló hacia su pierna y hacia su cadera—. No entiendo muy bien por qué te has quitado la bandana, pero ese portaobjetos y esa espada siguen llamando bastante la atención... Aunque de todas maneras no creo que sea importante.
Cerca de ellos, los angustiados jóvenes seguían luchando contra los pilones de madera para tratar de rescatar a su amigo.
—Tenemos que darnos prisa... —le dijo a su acompañante, antes de salir de su escondite. Titubeante, aún se quedó a varios metros de distancia. Por si acaso—. ¿Necesitáis ayuda? —alzó la voz, tratando de hacerse oír.
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El tuerto por un momento sintió una punzada en las palabras de Ayame. Dos verdades en dos frases, una equivocación obvia y otra que no tanto.
—Tienes razón, error mío.— Afirmó cuando Ayame señaló la falta. Suspiró frustrado.
Esperaba no tener que deshacerse del portaobjetos en caso de emergencia, pero era un gran fallo el querer disimular quitándose la bandana mientras todavía llevaba puesto el resto del equipo. Se agachó para quitárselo de la pierna y colocárselo mejor en la parte trasera del cinturón. Por lo menos así no estaría tan a la vista pues lo taparía con la chaqueta. Aunque si de llamar la atención se trataba, de por sí su cara y peinado dejaban mucho que desear.
—Con la espada no puedo hacer nada para ocultarla.— Alzó los hombros, resignado.
Ayame fue la primera en salir a dar el quite, mientras el grupito volteaba a ver la unísono con caras de nerviosismo y quizás hasta miedo. El de cabellos bicolor se giró para encarar a la chica, mostrando una mirada claramente amenazante, como un búfalo tratando de cornear a la leona. Sin embargo, al notar que no estaba sola; sino que era acompañada por el pelimorado armado, su actitud pasó a ser más defensiva.
—¡¿Qu-quien putas son ustedes?!— El muchacho alzó su dedo índice para señalarles de forma acusadora.
Estaba agobiado por el temor a ser descubierto con las manos en la masa. Claramente había evidencia por todo el lugar, pero no esperaba que alguien más estuviera presente como para delatarlos. Planeaban dejar un decorado especial en la altura del armazón de hierro, cuando se produjo el accidente de la polea.
A pesar de ser un delincuente juvenil, no era tan hijo de puta como para dejar a alguien de su pandilla a la deriva de las autoridades. Pero ahora que existían testigos de lo ocurrido se debatía en como debía proceder.
—Ustedes mejor se me van a ver si ya puso la marrana. Hagan que no han visto nada, ¿me captaron va?— Rechazó el ofrecimiento.
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El grupo se volvió hacia ella al unísono. Por la expresión de sus rostros, parecían estar terriblemente nerviosos y asustados. Como si los hubiesen pillado haciendo algo que no debían estar haciendo. Ayame frenó sus pasos y no pudo evitar retroceder, intimidada ante la mirada amenazante del chico de los cabellos rubios y oscuros.
—¡¿Qu-quien putas son ustedes?! —les espetó, señalándolos con el dedo índice.
En un gesto conciliador, Ayame alzó las manos, mostrando las palmas de las manos para que viera que no constituía ninguna amenaza.
—Tranquilo. Yo soy Aotsuki Ayame, y él es... —comenzó con las presentaciones, pero se interrumpió al darse cuenta de que no conocía el nombre del chico que la acompañaba.
«Menudos modales los míos...» Se lamentó, pero enseguida tuvo que abandonar aquellos pensamientos, porque el muchacho volvió a plantarles cara.
—Ustedes mejor se me van a ver si ya puso la marrana. Hagan que no han visto nada, ¿me captaron va?
«¿"Se me van a ver si ya puso la marrana"? ¿Pero qué ha querido decir con eso?» Se preguntaba Ayame, confundida, al tiempo que torcía el gesto. Fuera lo que fuese, lo que sí quedaba claro era que no era un ofrecimiento precisamente amable...
—Hemos escuchado el jaleo a lo lejos y hemos venido a ayudar a vuestro compañero —se explicó—. Si nos lo permitís podemos echaros una mano a sacarle de ahí antes de que empeore su situación...
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10/03/2017, 21:03
(Última modificación: 10/03/2017, 21:05 por King Roga.)
—...Isa Kagetsuna— Completó la frase de Ayame para no dejarla a la deriva.
El vato no parecía estar muy complacido con los recién llegados. Por mucho que le ofrecieran ayuda se comportaba renuente, sin dejar de mostrar su postura agresiva. Caminó hasta ambos mientras extendía los brazos como pidiendo explicaciones, mirando a los dos niños con sumo desprecio.
—¿No entendieron nada va?
—Burayan, mano, tenemos que sacarlo de ahí y pronto, pela ya si nos cachan o no.— Dijo otro de los jóvenes, colocando su mano sobre el hombre del chico de cabellos bicolor.
Kagetsuna por su parte tenía sus dudas. En el momento en el que vio las latas y los graffitis supo con que clase de gente se estaba metiendo. Se supone que cuando encuentras a un maleante lo que debes hacer es denunciarle, o al menos esa era la forma de pensar de él. Pero no, ahora eran ellos las víctimas de un incidente y le tocaba ser su rescatista. No lo iba a negar, no estaba nada complacido con eso.
"Suficiente tenía ya con acompañarla a su casa, para que ahora tenga que ocuparme de estos pandilleros."
—Va pues, háganme el paro.— Terminó por ceder.
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Pero ni siquiera las palabras de Ayame lograron hacer que el chico bajara la guardia. Más bien al contrario, caminó hacia ellos con aquella postura tan amenazante, extendiendo los brazos. Por un momento, aquel chiquillo parecía más grande de lo que realmente era...
—¿No entendieron nada va? —les espetó, y Ayame retrocedió un paso, intimidada.
Otro de los chicos del grupo se acercó al de cabellos bicolores y apoyó la mano sobre el hombro en un gesto conciliador.
—Burayan, mano, tenemos que sacarlo de ahí y pronto, pela ya si nos cachan o no —le dijo, en aquella extraña jerga que Ayame era incapaz de comprender.
—Va pues, háganme el paro —respondió el otro, rendido.
—Entonces... ¿nos vais a dejar ayudaros? —preguntó Ayame, insegura de haber interpretado correctamente las palabras de los dos chicos. Sin embargo, parecía que así era, y la muchacha no tardó en sonreír. Enseguida se volvió hacia su compañero—. Bien... ¿Se te ocurre algo para levantar todos esos tablones de madera, Kagetsuna-san? —le preguntó.
Quedaba más que a la vista que ella no era precisamente una mujer fuerte, más bien al contrario. Y, de las escasas técnicas ninja que conocía, ninguna le permitiría realizar una proeza de tales dimensiones...
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—Déjame pensar.— Se llevó la mano diestra al mentón, apoyando el peso de su codo en su brazo izquierdo. —Ustedes. ¿Han intentado levantar las tablas una por una?— Inquirió al grupito.
—Simón. Pero ni a palos se mueven.— Movió su cabeza para asentir, y luego negó con la misma.
"Ellos son un grupo grande, pero si aún haciendo esfuerzo entre todos no lo lograron dudo que nosotros dos vayamos a hacer alguna diferencia. Los tablones son gruesos, además se mira que miden unos 4 o 5 metros. Aunque lográsemos quitarlos poco a poco tardaríamos siglos en remover esa montaña."
La madera era de una pieza, no en capas. No era de pino, tenía un tono más colorado, como caoba, quizás a eso se debía su exagerado peso. Empezó a buscar con su ojo algo en los alrededores que les ayudase a removerlas, quizás alguna de las herramientas que usaban los propios constructores, pero de igual forma no tenían experiencia para usarlas. Incluso pensó en sellarlas, pero comprobó que eran demasiado grandes para sus capacidades. Llegó a la conclusión que no era necesario quitarlos del todo para poder sacarlo.
—No tenemos que levantarlos totalmente. Podríamos sólo moverlos un poco hasta dejar suficiente espacio para que él pueda moverse y sacarlo de ahí. Quizás con alguna vara de metal o tubo, usándolos de palanca. Es lo mejor que se me ocurre.— Se cruzó de brazos al rematar.
—No me importa que hagan, pero apresúrense, por favor— Dijo el afectado, cuyo rostro estaba colorado ya.
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—Déjame pensar —respondió Kagetsuna, al tiempo que se llevaba una mano al mentón con gesto pensativo—. Ustedes. ¿Han intentado levantar las tablas una por una?
Ayame devolvió la mirada al grupo. La verdad es que era poco probable que lo hubiesen intentado de otra forma que no fuera levantando una tabla al mismo tiempo. De hecho, seguramente habrían unido fuerzas para intentar moverla y liberar a su compañero. Sin embargo...
—Simón. Pero ni a palos se mueven.
«¿Tan pesadas son que ni entre todos ellos han logrado moverlas? ¿Pero de qué son esos pilones, de madera o mármol?» Pensaba Ayame, con los hombros hundidos por la angustia. Por un momento casi se arrepintió de haberse ofrecido voluntaria a ayudarlos. ¿Qué diferencia iban a marcar ellos dos? Además, ella no era más que una chiquilla enclenque y debilucha que seguramente no sería capaz ni de levantar diez tristes kilos.
Pero tampoco podía abandonar a aquel chico a su suerte...
—No tenemos que levantarlos totalmente —sugirió Kagetsuna—. Podríamos sólo moverlos un poco hasta dejar suficiente espacio para que él pueda moverse y sacarlo de ahí. Quizás con alguna vara de metal o tubo, usándolos de palanca. Es lo mejor que se me ocurre.
—No me importa que hagan, pero apresúrense, por favor —suplicó el herido, con un hilo de voz. Su rostro ya se había teñido de un peligroso color rojizo. ¿Cuánto más podría soportar la presión.
—Una palanca... ¡es buena idea! —exclamó Ayame, que enseguida se puso a merodear alrededor, buscando algún tipo de vara metal o un objeto lo suficientemente alargado y resistente que pudiera tener alguna oportunidad de poder mover alguno de aquellos pesados pilones de madera—. Pero... si esto no funciona deberíamos ir pensando en llamar a algún ninja superior... —comentó, deslizándose por los bordes de la estructura en construcción.
Martillos y todo tipo de herramientas de las que Ayame no conocía siquiera de su existencia o utilidad, neumáticos, ladrillos, sacos de cemento, más pilones de madera, rocas, escombros... Todo se aglutinaba aquí y allá sin ningún tipo de control u orden, aunque al menos los obreros se habían ocupado de proteger de la lluvia los materiales más delicados.
—¡Ah! ¿Esto servirá? —preguntó, alzando una vara de metal de aproximadamente un metro y medio de largo y lo suficientemente grueso como para poder agarrarlo con comodidad. Uno de los extremos estaba doblado.
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Aparentemente todos estaban de acuerdo con el plan. Era de suma urgencia rescatar al muchacho, sin embargo hubo algo en las palabras de la chica de cabellos negros que descolocó al jefe de la banda.
—¡Ni se te ocurra llamar a nadie!— Nuevamente se puso tenso y agresivo. Prácticamente gritándole a la muchacha —¡Nadie debe enterarse, nadie! ¿Va?
—Ya bájale— El Senju se acercó para agarrarle el brazo —¿Qué te importa más, la seguridad de tu amigo o que descubran tu travesura?
El de cabellos bicolor apretó los dientes, mirando fijamente al de iris turquesa. Se soltó del agarre con gesto brusco, para luego voltear la cara y escupir al suelo. No respondió nada, pero se acercó a Ayame y con la misma brusquedad arrebató de las manos de esta última la vara de metal. No le agradaba tener que cooperar con dos posibles shinobis.
—Hahhhh— Suspiró para luego cruzarse de brazos y negar con la cabeza. —Pst, pst.— Trató de llamar la atención de la Hozuki —¿Qué haremos con ellos cuando lo saquemos de ahí abajo?
Era hora de ponerse manos a la obra. Con el fierro doblado lo colocaron debajo de las tablas, ejerciendo presión para levantar el túmulo de maderas, más no parecía ser suficiente para darle espacio al chico. Era necesario levantar en otros puntos para poder sacarlo.
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—¡Ni se te ocurra llamar a nadie! —Gritó el de cabellos bicolores. La chispa de la agresividad había vuelto a prenderse, y aunque Ayame no había esperado una respuesta calmada a sus palabras, no pudo evitar volver a retroceder, asustada—. ¡Nadie debe enterarse, nadie! ¿Va?
Ayame agachó la mirada, incapaz de responder. En cualquier otra circunstancia habría aceptado de buen grado no decir nada a nadie, pero estando la vida de alguien en juego era incapaz de hacerlo. Por suerte, fue Kagetsuna el que intervino:
—Ya bájale —Le increpó, agarrándole del brazo—. ¿Qué te importa más, la seguridad de tu amigo o que descubran tu travesura?
El otro chico apretó los dientes, con la mirada clavada desafiante en el único ojo visible de Kagetsuna. Tras un breve intercambio de miradas, rompió el contacto visual y se soltó del agarre con un movimiento brusco. Se giró y escupió al suelo con desprecio. No llegó a formular palabra alguna, pero cuando se acercó a Ayame, ella ya estaba preparando todas sus defensas ante un posible ataque que, por suerte, nunca llegó a ocurrir. Le arrebató de las manos la vara de metal y ella le dejó ir.
Cerca de ella, Kagetsuna respiró hondo y se cruzó de brazos, negando con la cabeza.
—Pst, pst. —Chistó, y Ayame giró la cabeza hacia él. Al darse cuenta de que estaba tratando de llamar su atención se acercó a él—. ¿Qué haremos con ellos cuando lo saquemos de ahí abajo?
Aquella pregunta le pilló con la guardia baja. Ayame alzó ambas cejas, confundida.
—¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿A qué te refieres? —le preguntó, con inocencia.
Pero no era hora de hablar. Ya habían colocado el hierro doblado debajo de un grupo de tablones, pero por mucha fuerza que trataba de imponerle, el chico de cabellos bicolores parecía estar teniendo problemas para levantarlos lo suficiente como para que su amigo pudiera salir. Ayame chasqueó la lengua y se puso de nuevo a buscar alguna otra vara de hierro que fuera similar a aquella. Estaba claro que con las manos desnudas no iban a conseguir nada.
—¡Aquí hay otra! —exclamó, al cabo de un tiempo de búsqueda alrededor del lugar donde había encontrado la otra. Aquella vara en cuestión no estaba doblada en su extremo y además era algo más gruesa y pesada.
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—¿Que a qué me refiero?— Alzó la ceja, mirando a ambos lados cerciorándose que la atención no estaba puesta en ellos —¡Pues a que tenemos aquí a una pandilla de delincuentes juveniles que han graffiteado las paredes y de paso causaron un incidente en un área restringida de construcción!— Estaba alterado, pero trataba de mantener baja la voz. No le entraba en la cabeza que Ayame fuese tan cándida.
»Ya, que más da...
No parecía que la prospecto de kunoichi entendiese la preocupación del Senju. ¿Qué era cruel pensar en entregarlos a las autoridades cuando estaban en problemas? ¡Eran criminales! No lo entendía, simplemente no lo entendía. Se dio la vuelta y hacía ademanes de aquí para allá, buscando calmarse mientras para sus adentros mantenía un monólogo un tanto peculiar.
"Que bonito, que bonito. Que la ley de lo intangible me restriegue un bistec en la cara. No sé que divago. Oh, pero luego es de mala suerte que no llueva en vez de estar agradecidos que por fin podemos ver el puto sol, por el régimen demagogo del presidente de las farmacéuticas. Claro, como el queso y el maní se complementan. Y luego el pato cruzó el puente con sus patitos, mientras se columpiaban en la tela de una araña. Yoh jo jo, ¿ilógico? Nooooooooo, como va ser eeesooooo. Que cuando se enteren que ayudamos a los bandidos me nombraran el próximo Arashikage. ¡QUÉ ME PARTA UN MAL RAYO!"
Mientras el se distraía, los demás seguían concentrados en rescatar al joven.
—Gracias— Dijo el muchacho a Ayame por pasarle el tubo. Con la vara de metal lograron levantar por el lado derecho, mientras que con el tubo el izquierdo. Aún así hizo falta ayuda de un par de manos más para sujetar toda la estructura. —¡Rápido! ¡Safate de ahí que no aguantaremos el peso mucho tiempo!
—No, no siento las piernas, no me responden— Dijo con voz adolorida.
—Tendremos que jalarlo— Dijo sorpresivamente Kagetsuna tras haberse calmado.
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—Gracias —respondió uno de los chicos cuando Ayame le pasó la vara de metal.
Con ayuda de ambas herramientas, y con varias manos más, entre todos lograron levantar por ambos extremos el pilón de madera que mantenía preso a su compañero.
—¡Rápido! ¡Safate de ahí que no aguantaremos el peso mucho tiempo! —exclamó el mismo.
«"Sáfate"... ¿Acaso sesea?» No pudo evitar preguntarse Ayame, pese a la gravedad del asunto.
—No, no siento las piernas, no me responden —se quejó el herido.
—Tendremos que jalarlo —comentó Kagetsuna.
Aunque Ayame ni siquiera necesitó escucharlo para actuar. Rápidamente se agachó junto al muchacho herido, pasó como pudo sus brazos por debajo de sus hombros y empezó a estirar de él para sacarlo fuera del montón de maderas antes de que sus compañeros perdieran las fuerzas y dejaran caer de nuevo los pilones. Sin embargo, apenas lograba moverlo unos pocos centímetros y enseguida recordó que la fuerza no estaba entre sus cualidades.
—A... ¡Ayudadme! Yo sola no puedo con él —suplicó, angustiada.
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Casi todos los pandilleros estaban sujetando la estructura, por lo que no podían socorrer a la aprendiz de kunoichi. Le tocaba al joven Isa cumplir con aquella labor.
Kagetsuna tampoco es que fuera muy fuerte, tenía sus entrenamientos pero no era muy dedicado a ello. Aún así, rápidamente se dispuso a ayudar a Ayame. Con ambos tirando, la víctima iba saliendo poco a poco del atasco maderil.
—¡Ya casi!— Se esforzó lo más que pudo. Cuando el sujeto ya estaba medio afuera decidió echarse el peso de su brazo al hombro, como un punto de apoyo. —¡Huh!— Con un último tirón, lograrían sacarlo de ahí.
El muchacho salió jadeando y tosiendo por la falta de aire que había sufrido. El resto soltó las varillas y las demás maderas, aunque no generaron mucho ruido pues no las habían alzado demasiado alto. Por su lado, el joven Isa se sentó en el suelo, tanto para descansar por el esfuerzo como para relajarse al saber que la parte más difícil había pasado... O Eso quería creer él.
—¡FUERA!— El de cabellos bicolor de pronto sacó una navaja, apuntándola directamente a los dos chicos que le habían ayudado —!Váyanse a la mierda!
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(Última modificación: 25/03/2017, 13:54 por Aotsuki Ayame.)
Estando todos los demás chicos ocupados sujetando los pilones de madera para evitar que volvieran a caer sobre su compañero, fue Kagetsuna el que se acercó a ayudarla a sacarlo de allí.
«Es fuerte... Mucho más fuerte que yo.» Pensó Ayame. La diferencia entre ambos se había hecho patente desde el primer instante en el que comenzó a tirar de él. A ella le estaba costando un mundo moverle siquiera unos centímetros y ya le ardían los brazos y sentía los músculos agarrotados, pero con la ayuda de Kagetsuna el esfuerzo se había reducido considerablemente y consiguieron mover al chico más rápido.
—¡Ya casi! —exclamó Kagetsuna junto a su oído.
Ayame hizo un último esfuerzo y puso todo su empeño en el último tirón, tratando de ignorar las punzadas de dolor de sus brazos. Finalmente, consiguieron liberarle. Y en cuanto le soltaron, Ayame inclinó el cuerpo y se abrazó ambos brazos con un rictus de dolor contrayendo su rostro.
—E... ¿Estás bien...? —le preguntó entre resuellos—. Deberías... deberías ir al ho...
—¡FUERA![/color] —aulló la voz del chico de cabellos bicolores. La escasa luz de las antorchas se reflejó en el filo de la navaja que había sacado y con la que les estaba apuntando a ambos—. [sub=khaki]¡Váyanse a la mierda!
Ayame alzó ambas manos en un gesto conciliador. Sin embargo, y al contrario que las otras veces, en aquella ocasión no sintió miedo. No podía tener miedo de una simple navaja, porque un Hōzuki jamás sangra. Sin embargo, Kagetsuna sí podía sangrar. Y eso era lo que de verdad le preocupaba.
Aunque si se paraba a comparar aquella navaja con la espada que llevaba su compañero a la espalda, la situación era casi ridícula...
—Está bien... Pero deberíais llevar a vuestro amigo al hospital. Podría tener un hueso roto o algo peor —se volvió hacia su compañero—. Vámonos, Kagetsuna-san.
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