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Lo odiaba, odiaba esa maldita sensación de opresión. Le caía bien el sensei, hasta que empezó a soltar un sermón sobre la obediencia. No había cosa que le chirriara más que lo mandonearan. Lo peor es que repitió el mismo trillado discurso que muchos de los profesores de la academia. Que si debía respeto a la Arashikage, que si debía asesinar en caso de que se lo ordenaran. Rodó la vista y se cruzó de brazos buscando evitar contacto visual, por mucho que no lo agradase sabía que tenía razón y debía acatar hasta el más pusilánime mandato.
"Claro, porque con la tiranía de Yui aunque quisiera me cortarían la lengua."
Eran palabras mayores, pero por la misma razón ninguna iba a salir de su boca. Infló los cachetes, haciendo puchero como niño malcriado y sin responderle nada al sensei. Curiosamente, el enmascarado manifestó un infantilismo aún mayor, metamorfoseándose y saliendo por la ventana. Huyendo de las responsabilidades. Que lástima que Kagetsuna no pudiese hacer lo mismo.
La guinda del pastel fue que nuevamente el niño-pez seguía con las intenciones de armar la bronca, a lo que él reaccionaba con tedio. Simplemente le daba pereza lidiar con el malhumorado escualo con patas.
—¡Y dale! Otra vez la burra al trigo.— Exclamó extendiendo los brazos.
Su atención se desvió por un instante, al ver como uno de los extraños dibujos tatuados en los brazos del hombre se desprendía del mismo, tomando vida propia y siguiendo al otro genin. El joven Isa parpadeó y se limpió el ojo, jamás había visto un jutsu como ese... Aunque tampoco es que hubiese visto muchos la verdad.
—A ver— Dijo al atrapar el pergamino, extendiéndolo para que Kaido también pudiese ver el contenido y no le alegara por acaparador.
"¿Proteger un artilugio de ladrones? ¿Eso no sería ya una misión de rango C?"
Al menos dentro de su concepto esa era la idea, pues no se trataba sólo de transportar el artilugio, sino que había posibles complicaciones de por medio. No le disgustaba, pero creía que quizás hubo un traspapeleo a la hora de asignar los rangos.
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Kaido se acercó hasta los linderos próximos a Kagetsuna, aún con las asperezas que no habían podido limar. Se le paró a un lado, austero, y miró la carta a regañadientes: como si en verdad creyese que aquel pergamino lo debería haber tenido que sostener él, por más inverosímil que fuese la acción en sí.
Kurozuchi ensombreció a los dos genin con su imponente altura, desde atrás; apoyando sus dos brazos — uno por encima del cogote de cada pupilo—, y les apretujó. Leyó la carta por sí mismo, también, y espetó:
—Vaya, parece que os ha tocado una buena. Normalmente las misiones para los renacuajos como ustedes no suelen ser tan importantes —el sensei paró el pico en un gesto de sorpresa, y luego dejó libres de atadura a los miembros de su recién creado equipo ninja—. conozco al viejo Jinbë. Le vendí una espada hace un buen tiempo, es un buen tipo. Vamos yendo, hemos perdido mucho tiempo con vuestras chácharas.
***
Kurozuchi les guió a través de la aldea, trayecto que les duró aproximadamente unos diez minutos. Era una mañana concurrida como ninguna otra, donde los lugareños trabajaban fuertemente y sin descanso a pesar de la incesante lluvia que les ataviaba cada día, noche, y madrugada. Y es que si pensasen en aguardar a que el diluvio se detuviera para poder laborar y producir como era debido, probablemente morirían de hambre todos en menos de lo que canta un gallo.
Se podía decir que el centro comercial de Amegakure, seguro uno de los más avanzados en cuanto a mercancía y comercios disponibles se refiere; era quizá el sector popular más concurrido por lo que llegar hasta las instalaciones de la tienda del señor Jinbë no fue tarea sencilla debido a ello.
Aunque, cuando por fin dieron con el gran galpón, fue fácil discernir que era el lugar correcto. A las afueras del mismo yacía un amplio cartel adornado con luces de neón con el apellido de la familia y el nombre del negocio mencionado en el pergamino.
El sensei se adentró, hizo sonar una campanita al abrir la puerta, y esperó a que Kaido y Kagetsuna entrasen.
El tiburón se abalanzó hasta el interior del lugar sintiéndose dueño de él, de alguna forma. Miró a todos lados, una y otra vez, encontrándose a simple vista con una recepción sencilla, donde había unos cuantos asientos de madera, cuadros decorativos, y algunas revistas para leer sobre la mesa. Al otro lado del inmenso separador de mármol, yacían dos mujeres atendiendo a los presentes, aunque sin señales del verdadero jefe.
Kurozuchi se acercó a una de ellas y comenzó a hablar entredientes. Kaido, tomó asiento, e increpó a Kagetsuna a que lo hiciera. Si había que esperar, no lo haría aburriéndose, desde luego.
—Mira, ya que los dos estamos atados a éste maldito equipo, creo que lo mejor será... llevarnos bien. Digamos que intentaré no arrancarte la cabeza mientras debamos trabajar juntos, aunque como sigas con esa cara de viejo amargado "oh, mira; soy Kagetsuna el tuerto y me creo muy madurito" me temo que va a ser difícil. Así que hagamos un trato: tratémonos como colegas de profesión, más que todo para no fallar misiones ni despertar la ira de los tatuajes de el tal Kurozuchi. Nos conviene a los dos.
Kaido alzó el brazo y estiró la mano, para estrechársela a su compañero.
»¿Qué dices?
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Mientras leían sintió como la mano de Kurozuchi se posaba sobre su hombro, apretando con fuerza. No era demasiada como para lastimarle, pero si la suficiente para imponer respeto sobre él.
Luego de eso caminarían un largo trecho por la aldea, durante el cual los miembros de aquel recién formado escuadrón no dijeron palabra alguna. Ya sea por respeto o quizás todos estaban malhumorados, o ambas en todo caso. Al llegar a la tienda de antigüedades el pez parlante entró como Juan por su casa, mientras Kagetsuna ingresó con normalidad, curioseando el interior mientras mantenía sus manos dentro de su chaqueta. El jounin se dirigió a hablar con el supuesto encargado y Kagetsuna se resignó a esperar, pero pronto fue abordado por el chico de piel azulada, ofreciéndole un curioso acuerdo.
—Fuff— Sacó la mano diestra de su bolsillo para rascarse la nuca. —Con lo primero no me opongo, llevarnos como la gente civilizada me parece correcto—. Respondió con voz calma, pues aunque no le aparentara el joven Isa era más propenso a cooperar si se le hablaba de forma condescendiente. —Ahora con mi cara no te prometo nada, que es la única que tengo.— Siempre pensaban que estaba enojado con medio mundo aunque no fuese así, grave problema. Igual, el Hozuki se tendría que aguantar eso si o sí, porque el Senju no iba a poder remediarlo aunque quisiera.
»Una cosita más. Cooperaremos como equipo, por que así lo dicta. Más no esperes que sea tu amigo ni nada por el estilo.
Dejando claro todos sus puntos, correspondió el apretón de manos para cerrar el trato.
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—Ahora con mi cara no te prometo nada, que es la única que tengo —dijo Kagetsuna, a lo que Kaido no tuvo más remedio que responder con un ademán de evidente resignación. Pensó que si a él le pidieran quitarse la cara de chulo que siempre lleva pintada, no podría hacerlo bajo ningún concepto; así que entendía completamente al tuerto.
Kagetsuna, sin embargo, se tomó la estúpida libertad de hacer una última acotación. Y es que no creía que él y el tiburón pudiesen a llegar ser amigos, sino sólo cooperantes en una asignación oficial de la que no podrían zafarse. Que entendiendo ese punto en particular, todo marcharía bien.
Kaido decidió continuar con su actitud mediadora, y terminó de estrechar la mano del tuerto.
—Lo que tu digas, compañero; lo que tu digas...
Poco después de eso, Kurozuchi les llamó con un sonoro silbido. Ambos pudieron ver como las conversaciones del sensei habían dado sus frutos, y de cómo las puertas de la recepción se encontraban abiertas sólo para ellos tres. El sensei se atrevió a entrar primero que todos, esperando que tanto Kaido como Kagetsuna le acompañasen.
Una vez dentro, se encontrarían con dos pasillos a cada extremo. Kurozuchi tomó el de la izquierda, y más adelante se adentró a una de las numerosas habitaciones.
Allí adentro se encontraba un hombre de avanzada edad sentado en una ostentosa silla de madera, revisando un par de documentos. Tenía un frondoso bigote grisáceo cubriéndole el rostro, y unos pocos reflejos de cabello que aún cubrían parte de su cabeza. Vestía de forma humilde, sin embargo, a pesar de suponer ser el patriarca de una de las familias más importantes a nivel comercial de la aldea.
Era el señor Jinbë, sin lugar a dudas.
—¡Bienvenidos, bienvenidos! tomad asiento, por favor —movió los brazos consternado por el desorden y habló de nuevo, con su voz carrasposa—. lamento el desastre. Hemos tenido muchos encargo los últimos días, casi no he dormido revisando tantos manifiestos...
—No te preocupes. ¿Hemos llegado a buena hora, o regresamos luego?
—No, está bien. Habéis aparecido justo a tiempo. Así que vosotros me ayudaréis hoy, ¿eh?... a ver, a ver. Cuéntenme un poco de ustedes.
Jinbë arrojó media sonrisa, y miró a los genin. Les evaluaba, como si necesitase saber si eran de confianza. Después de todo, lo que estaba a punto de compartir con ellos era información privilegiada de su negocio. Kaido se sintió ligeramente nervioso por la introspectiva observación del patriarca Utaga, a lo que respondió con una de las suyas.
—Me llamo Umikiba Kaido, tengo la piel azul y soy un ninja jodidamente asombroso. No hay peligro que me aceche, ni obstáculo que me detenga... si quiere proteger su negocio, mejor espere a que el tiburón venga.
Aquello lo había recetado como un eslogan comercial. Pensó que haría algo de gracia, aunque normalmente elegía los momentos menos adecuados.
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Tras el forzoso trato y apretón de manos, ambos fueron llamados por el sensei para que ingresasen al interior del local. Caminose sin garbo alguno, demostrando así el desgano que tenía encima. Sin embargo, sabía que debía disimular su malestar, así que el menos trató de mantener la espalda recta.
"Que curioso. Nos llevan tras un camino oculto fuera de la vista del público general, quizás sea porque aquí guardan la mercancía más valiosa que no está expuesta en la recepción. Eso o yo estoy imaginándome cosas de nuevo. Bah, como sea. Me pregunto que clase de objeto será, supongo que lo descubriré pronto."
Sus intentos de hacer lucir la misión más interesante no estaban funcionando.
Tras seguir a Kurozuchi por los pasillos, llegaron finalmente con cliente, el cual se encontraba aparentemente ocupado con papeleos y labores administrativas. Tras un leve intercambio de palabras, era la hora de proceder con las incómodas presentaciones; incómodas para el Senju, odiaba tener que hablar sobre sí... Bueno, en realidad odiaba casi cualquier cosa, pero las presentaciones más que nada. Para su suerte, el escualo fue el primero en alzar la voz de forma efusiva mostrando una gran autoconfianza.
—Mi nombre es Isa Kagetsuna y, este, bueno...— Quién lo diría, se atascó sin saber que decir. No se le ocurría nada interesante para contar sobre sí mismo. —Soy un genin graduado recientemente, haré lo mejor posible para llevar el encargo—. Bajó la voz al hablar y el rubor se le subió a las mejillas. Estaba avergonzado por algo demasiado simple, pero aún así mantuvo firme la mirada sin desviarla del señor Jinbë.
"Me lleva la que me trajo. Claro, nada mejor para la confianza del cliente que decir que eres un novato. Es que seré idiota..."
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Jinbë sonrió entre sus barbas, complacido con las respuestas. No podía negar que cada uno tenía su toque personal de rareza, pero regularmente se llevaba mejor con forajidos como ellos que con la gente normal.
—Pues bien; Kagetsuna y Kaido. Bienvenidos al negocio familiar, y espero que no tengáis ningún problema para cumplir con lo que les pediré éste día —mientras argumentaba aquello, sus magulladas manos se acercaron hasta los linderos de una gaveta cercana y tomó un pequeño cajón negro, con una nota sobre el mismo. Jinbë se lo entregó a Kurozuchi y le miró con la una repentina seriedad, asintió dos veces y volvió a mirar a los jóvenes—. mientras vuestro superior me hace éste pequeño favor, yo les explicaré todo con detalle. ¿Les parece?
—Tratad de no romper nada, por favor. Que hasta respirar sale caro en éste lugar —dijo Kurozuchi, a lo que el viejo Jinbë rió, casi secundando la veracidad del comentario del jounin. El sensei le dio una palmadita a Kaido en la espalda, y dejó la habitación; perdiéndose poco después en los pasillos del galpón, no sin antes soltar un ligero:—. ¡vuelvo en quince minutos!
Un poco hastiado del proceso, Kaido bufó y dejó entrever que le quedaba poca paciencia. Se cruzó de brazos en su asiento, y observó al viejo con cara de pocos amigos.
—¿Y bien?
—He adquirido un importante artilugio cuyo valor, ahora mismo, es incalculable. No sólo a nivel monetario, sino para la historia de una importante familia feudal de las tierras de la Tormenta. Sepan disculpar que no pueda darles demasiado detalle sobre el objeto en cuestión, o sobre a qué familia Real pertenece; pero para ésta casa de empeño es importante mantener ésta adquisición bajo perfil debido a la numerosa cantidad de gente que puede estar interesado en el.
Kaido se chupó los dientes, e intervino. No sin antes mirar primero a Kagetsuna.
—Pero el pergamino decía...
—El pergamino decía lo que vuestra aldea necesitaba leer para poder asignar la misión a novatos como ustedes. Verán, si yo reclamase a Amegakure una protección de élite, el nivel de la misión sería más alto. Eso llamaría mucho más la atención que la de un par de genin ayudando a éste pobre viejo a cuidar sus viejos artilugios de simples ladronzuelos, ¿verdad? —el viejo carraspeó la garganta y continuó—. por ello pedí explícitamente, también, que fuera un equipo con un sensei asignado. Sé que bajo la protección del sr. Kurozuchi, estaréis a salvo.
Aún así, quedaban muchos vacíos por llenar. Pero Kaido no tenía la cabeza tan clara y lúcida como para hacer él las preguntas pertinentes. Su compañero, quizás, sí.
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Kagetsuna volteó justo cuando el pez le quiso ver, cruzando miradas y dejando entrever que estaba igual de confuso que él.
"Oh no... Esto no pinta nada bien."
De pronto las cosas se habían complicado más de lo que esperaba. Si bien nunca le había cuadrado que en una misión de ese rango tuviesen problemas, ahora todo empeoraba con la explicación del cliente. Era astuto de su parte, sí, pero riesgoso para ellos. Y las palabras de que su sensei estaría ahí para protegerles lejos de consolarlo solo acrecentaban su preocupación sobre quién o quienes podrían obstaculizar la entrega de la mercancía. No importaba desde que punto de vista lo viese, eran malas noticias por todos lados.
"¿Siquiera es legal que haga esto? ¿Los superiores nos arriesgarían así? ¿Estarán al tanto de ello?."
No podía creérselo, rogaba que les estuvieran tomando el pelo. No se tragaba del todo el cuento del tal Jinbë, quería pensar que era un viejo exagerado. Estaba por darle una migraña de la rabia. Entendía que era mejor guardar el secreto sobre el artefacto, sin revelarles detalles que luego pudiesen ser extraídos de ellos. Algún idiota se sentiría emocionado de vivir una aventura llena de peligros, pero ese no era Kagestsuna. Él era realista.
—Creo comprender su idea y sus motivaciones, señor—. Se cruzó de brazos, como ya era costumbre. —No le pediré que nos de detalles de la procedencia del encargo, pero lo que sí he de exigir es al menos un poco de información sobre quienes podrían estar tras el objeto para saber que precauciones tomar—. Al decir eso recordó que había dejado su espada en casa por creer que no la iba a necesitar... Grave error. —Dos cosas importantes: Primero ¿Puede indicarnos el tamaño del objeto o al menos donde estará guardado?—. Iba directo al asunto, sin rodeos. Quería corroborar de una buena vez las dimensiones del artilugio, pues dependiendo de eso podría saber que tan fácil sería de transportar y por lo mismo, que tan difícil sería para algún atacante el llevárselo en caso de ser atracados. —Segundo. ¿A dónde o con quién se supone que debemos llevarlo? Nunca se nos aclaró en el pergamino.
Se mantenía erguido al hablar, aunque le empezaban a dar ganas de mascar algo por los nervios.
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Como era de esperarse, el tuerto tomó la batuta de la conversación tras las importantes revelaciones de Jinbë, y comenzó a dar su opinión respecto al asunto que les concernía en ese momento. A medida que soltaba con gracia su relato, aprovechó también para dejar en el aire las preguntas que el propio Kaido hubiera considerado como pertinentes, de no tener muy grabado en la cabeza que su usual método para la resolución de conflictos era pelear, y nada más que eso.
En ese momento, el escualo pensó que tal vez, sólo tal vez; ellos podrían hacer un buen equipo. Eso, si alguno de los dos no terminaba muriendo más pronto que tarde, probablemente a manos de uno de esos enemigos a los que Jinbë trataba de eludir con escaramuzas y triquiñuelas como las que les había llevado a ellos dos a esa situación en particular, una misión aparentemente sencilla —al menos de manera oficial, para el record de la aldea—; pero que en la realidad se antojaba peligrosa, si las distracciones no funcionaban.
—Dos cosas importantes: primero —Jinbë alzó una ceja, sorprendido por las demandas de Kagetsuna —. ¿puede indicarnos el tamaño del objeto o al menos donde estará guardado? —cuando el escualo quiso agregar algo, sin embargo, el tuerto volvió a intervenir con una segunda interrogante—. segundo. ¿A dónde o con quién se supone que debemos llevarlo? Nunca se nos aclaró en el pergamino.
—No es nada estrafalario, si eso es lo que te preocupa. El artilugio no es más grande que tu bandana, por ejemplo; pero se encuentra dentro de un maletín cerrado que le mantiene a salvo de cualquier agente exterior. Es lógico, entenderás, siendo que su valor proviene directamente de su buen estado a pesar de ser algo que ha existido por más de un siglo.
El viejo se levantó y juntó sus manos, sobándose la tupida barba. Luego cogió de su escritorio la copia del pergamino que contenía la información de la misión, y corroboró lo que él pensaba desde un principio.
—El objeto lo llevará vuestro sensei, junto con mis guardias, a primeras horas de la mañana; a una locación de la que no os diré nada por el simple hecho de que no seréis parte de la comitiva de viaje. Verás, joven Kagetsuna, no debes preocuparte de tomar precauciones: vuestra líder fue bastante enfática en el hecho de que el "trabajo pesado" lo hiciera Kurozuchi. Ustedes dos están aquí para formalizar la tapadera que con gusto la aldea me ayudó a montar, a fin de restarle importancia a que un shinobi de alto rango acudiera a mi local.
—Pues no sé tú, Kagetsuna, pero a mi se me antoja interesante la cosa —Kaido puso gesto curioso y continuó—. yo me esperaba tener que recoger mierda de perro o algo parecido. Si me das a elegir, te compro hacerle de vigilante al viejo Jinbë mil veces, cuando quieras.
Jinbë sonrió levemente, e inquirió su mirada a Kagetsuna. Probablemente era él el que menos estaba de acuerdo con todo. Y eso lo convertía en un problema.
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Un tic nervioso atacó su párpado, al compás de las palabras del viejo Jinbë. Si bien en un inicio le tranquilizó escuchar la explicación, el resto de detalles le cayeron como un gancho en el hígado. Le era difícil identificar que era lo que sentía en esos momentos: ¿frustración?, ¿rabia?, ¿indignación?, ¿alivio?, ¿condescendencia?, ¿miedo? Tantas emociones mezcladas de golpe eran demasiado para él. Aparte de la previa reacción de malestar, bajó la mirada y apretó los puños, quedándose un instante en silencio, tratando de calmarse para no decir una estupidez. Era de esas situaciones donde uno dice que no sabe si reír o llorar, aunque Kagetsuna no era muy dado a ninguna de las dos cosas.
"Así que pertenecemos a una mascarada y somos utilizados de fachada para algo más peligroso. Mierda, es una grandísima mierda. Bueno, al menos a nosotros no nos tocará la peor parte si algo llega a pasar. Joder, este tipo debe estar mintiendo, es que no me lo trago. ¿Tan poco les importamos para que nos estén utilizando de esta forma?"
No le era para nada agradable el asunto, a diferencia del pez azulado que lucía aquella cínica y molesta sonrisa, dejando claro que era su barco. El Senju se volteó hacia Kaido lentamente al escuchar como mencionaban su nombre, girando su cuello con un movimiento que parecía más propio de un muñeco inanimado.
—Dame una caja de chicles y seré feliz con eso.— Respondió a la oferta del pez. No era su intención bromear, lo decía muy, MUY en serio. No era de los que se rifan el pellejo a lo bruto.
Volteó a ver de nuevo al cliente y suspiró resignado.
—Entendido.
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Entendido, dijo Kagetsuna. A lo que Kaido también asintió, haciéndole saber al viejo como empleador que estaban listos para hacer lo necesario para cumplir con la misión.
Su impertérrita resignación, no obstante, le resultó más que curiosa. Jinbë pensó que mientras los jóvenes no se la quisieran dar de héroes, nada malo podría pasar. Incluso creía poco probable que alguien tuviese sospechas fundadas y reales acerca de su posesión sobre el objeto en cuestión; lo que le hacía creer también que nadie intentaría atacarle de ninguna forma. Y si así fuera, ya contaba con la seguridad suficiente para contrarrestar cualquier peligro.
—Pues, queda todo dicho. Si tenéis alguna otra pregunta, el señor Kurozuchi podrá responderlas con toda propiedad. Él ya está informado de todos los detalles, ¿ok? —mientras Jinbë decía ésto último, de la puerta al despacho entraban dos hombres. Ambos eran desconocidos para los dos genin, pero no así para el dueño del local, que les miró con parsimonia y les regaló un gesto de bienvenida mientras concluía con la pequeña reunión que tenía con los jóvenes shinobi —. al salir del despacho cojan inmediatamente su derecha y al final del pasillo encontraréis una habitación disponible para vosotros. Podéis descansar y preparar todo mientras decidimos cuales serán los turnos de guardia durante lo que queda del día.
—Guay —argumentó Kaido, risueño. Luego señaló groseramente a los dos hombres que habían hecho acto de aparición segundos antes, e inquirió curioso sobre éstos—. oiga, ¿y estos tipos quienes son?
Tanto Kaido como Kagetsuna, con la suficiente perspicacia; podrían percatarse del parecido de estos dos hombres con respecto a Jinbë. Ambos eran tipos de prominente altura, tenían el cabello castaño y corto, y llevaban prendas acordes a su supuesto status social.
—Mis hijos, y socios. Son el futuro de la tienda de empeño —admitió, con mirada orgullosa—. y tenemos cosas que tratar, así que si nos disculpan. Gracias a ambos, jóvenes.
Kaido se levantó del asiento y les otorgó una mirada agresiva a los recién aparecidos. Frunció el ceño, retándoles, era algo que hacía casi siempre. Pero más que amedrentarles, les hizo sacar una sonrisa; a ambos, aunque no era una sonrisa amigable, sino de retador. Luego movió su azulado trasero hasta la salida del despacho y volteó inmediatamente hacia donde se le había indicado ir.
Al menos una siesta se iba a echar, eso seguro.
***
Acostado en un inmenso y ostentoso sillón, Kaido se debatía en sus pensamientos.
—Trabajar aquí debe ser la polla. O no, más bien... ser hijo de ese viejo millonario debe ser más la polla aún. Tener la vida así de arreglada debe ser todo un lindo paseo, ¿no crees, Kagetsuna?
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Tras llegar a un acuerdo con el dueño no debían haber más problemas, pero por alguna razón el pez parlante no podía estar ni diez minutos sin armar una jodida bronca con alguien. Kagetsuna vio de reojo a los dos hombres con una total indiferencia, sintiendo vergüenza ajena por la escenita que acaba de montar el escualo. Así, simplemente se limitó a aceptar la última oferta del viejo Jinbë.
La sala en la que se encontraba parecía tener lo mínimo para atender a los posibles compradores. Desde el amueblado hasta las pinturas, poseían un estilo que distaba mucho de lo tradicional y abrazando más el lujo y el derroche. Incluso había una dulcera de cristal con grabados finos y cuyo brillo parecía una distorsión de distintos colores del espectro.
—Y que lo digas.— Milagrosamente estaban de acuerdo en algo. —Nada como ganar dinero a costillas de los endeudados mientras te pasas todo el día rascándote la entrepierna. Aunque, según he escuchado lo malo de ser hombre de negocios es tener lidiar con mucha gente idiota.— Admitió mientras se metía uno de los exóticos caramelos a la boca, recostado sobre el respaldo de una silla acojinada y con las piernas apoyadas sobre una mesita de centro que ahí se encontraba.
En realidad, pese a su actitud autodestructiva no tenía inconvenientes en darse un respiro de vez en cuando, si le diesen la opción de tirarse en calzoncillos a una piscina de billetes no rechazaría la oferta. Eso sí, no era alguien materialista, era más conformista que otra cosa, pero si pudiera darle una mejor calidad de vida a su familia estaría dispuesto a ello.
—Oeh, ¿y que opinas de Kurozuchi? Para mí al menos mucha cara de sensei no tiene.— Aprovechó para preguntar viendo que Kaido ya no estaba tan arisco.
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Que qué opinaba él de Kurozuchi.
Opinaba muchas cosas...
—Opino que es un gilipollas. Pero no puedo hablar mucho de ser un gilipollas, porque yo también soy un gilipollas. Incluso creo que hasta tú eres un poco gilipollas, a tu manera —luego calló, y sonrió; pensando en que tal vez, sólo tal vez... no había hecho suficiente énfasis en la palabra gilipollas—. disculpa que me repita tanto, pero creo que es la palabra que mejor lo resume. Lo bueno está es que no parece un tipo vulgar, común y corriente. Como tampoco lo somos tu y yo, así que creo que en cierta forma hay algo de razón en que sea nuestro sensei.
Sin embargo, lo que más le llamaba la atención eran sus tatuajes. Y sí, Kagetsuna tenía razón al decir que no parecía ser un hombre asiduo a encargarse de chiquillos como él.
—Pero sí, por lo que ha dicho hace un rato, parece que Yui-sama le ha obligado a tomar nuestro equipo. Quizás es su primera vez, habrá que preguntárselo —luego se miró los brazos, como si allí hubiese algo—. eso, y también sobre la jodida criatura que le salió del cuerpo de la nada. Pedazo de rareza, ¿no crees?
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—Deberías buscar más palabras para agregar a tu vocabulario, yo lo hago.— Dijo mientras se limpiaba la oreja con el dedo meñique. —Es entretenido tener insultos variopintos según la ocasión. Hay muchas formas divertidas de decirle a alguien que es un idiota.— Dijo tirando la mugre a un lado.
Agradecía que al menos a él lo considerase solo un poco gilipollas y no uno total como a los demás. Pero bueno, Kaido ya había dejado en claro que a su punto de vista el mundo estaba hecho una mierda ~Que tampoco estaba tan alejado de la realidad.~ En todo caso estaban ahí reunidos los dos genins con peor carácter de toda la aldea, y eso que iba faltando un tercero. Por irónico que parezca, la forma tan negativa de ser de ambos en algún momento les hacía empatizar de cierta forma.
"Eso no ha sonado naaaaada bien. Si de verdad es un sensei primerizo nos va a llevar la chingada, joder, lo que me faltaba. Me pregunto si de verdad lograremos salir de una pieza. Sería fatal fallar de buenas a primeras una misión de rango D. Para colmo, a nosotros fijo nos van a pagar la mísera cantidad de 500 Ryos cuando en realidad estamos apostando a una jugada peligrosa. Claro, como a los superiores nada les cuesta."
Estiró los brazos y las piernas a la vez que bostezaba, dejándose caer aún más sobre el sillón.
—He de decir que nunca me imaginé que existiera un jutsu para hacer que los tatuajes cobraran vida.— Cerró los ojos dejando su cabeza acomodada en el acolchonado. —La la, quizás exista un jutsu para que las escobas y los trapeadores limpien solos, eso sí sería útil.— La idea de haraganear le parecía muy atractiva. De hecho, solía pensar que limitar el uso del chakra a combate era un verdadero desperdicio.
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Kaido soltó una pequeña risilla ante los últimos comentarios de su compañero. Le hacía gracia pensar que alguien gastase su tiempo en tergiversar la utilización del ninjutsu —arte conocida que sustenta el infinito ciclo de la guerra y los enfrentamientos— para hacer más sencillos los quehaceres del hogar.
El tiburón, desde luego, preferiría ingeniar una técnica súbita y infalible que ningún ninja pudiera contrarrestar. Pero estaba lejos de lograrlo, de eso no quedaba duda.
—Pues no sé tú, pero nada más útil que tener un sinfín de figuritas chulas en el cuerpo y darles vida. O bueno, eso es lo que me ha parecido —admitió, confuso—. de cualquier forma, espero que la aguilucha esa de mierda haya encontrado a la marica de Reiji. Huir así de esa manera... no es digno de un shinobi de Amegakure.
Pronto el paladar le palpitó al escualo, lo que le obligó a levantarse de su cómodo sofá. Ya antes de acostarse le había puesto el ojo a una pequeña nevera, a la que se acercó para hurgar; deseoso de encontrar un buen bocadillo. Pero mientras rebuscaba en el interior del refrigerador, dejó salir de su boca una interrogante que, a pesar de las discrepancias entre ambos, aún continuaba comiéndole la curiosidad.
—Oye, dime algo. ¿Qué te pasó en el ojo?
Nivel: 20
Exp: 35 puntos
Dinero: 50 ryōs
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· Pod
· Res
· Int
· Agu
· Car
· Agi
· Vol
· Des
· Per
—No, si de que tiene estilo tiene estilo eh— Comentó mientras movía la mano para restarle importancia.
A decir verdad Kurozuchi le agradó desde el inicio. Con aquella apariencia lucía como esos tipos rudos e inclementes de los mangas seinen. De esos que siempre tienen un estratagema bajo la manga o en su defecto improvisan con astucia. Por esa misma razón era que no lo veía como un maestro, ya que no pegaba con su imagen. El joven Isa hasta se puso a pensar si él sería capaz de perfeccionar una técnica tan elegante como esa, centrándose más en la estética que en la funcionalidad. De todas formas, iba a ser algo muy interesante de ver. Quién sabe igual y el sensei los estaba escuchando desde el otro lado de la pared, mejor hablar bonito por si las moscas.
—Ah, el niño Reiji, ya ni me acordaba.— Se levantó de un tirón para extender la mano y jalar más caramelos de la dulcera. —No sé cual era su problema, se fue haciendo berrinche. Él se lo pierde.— Remató mientras se echaba de nuevo en el respaldo del sillón. Poco o nada le importaba ya el Uchiha. —Quizás era muy feo y no soportó la idea de que le viéramos la cara.— Si bien, no le interesaba cómo fuese bajo la máscara. Su duda siempre fue el cómo se transforma de tal forma que no necesitaba sellos ni nada. Era un secreto que quizás no sabría nunca, pero tampoco le mortificaba el quedarse con la duda.
Hasta ese momento el pez y el tuerto habían tenido una conversación medianaente decente. Incluso podían coincidir en algunos aspectos. Sin embargo, el ritmo se rompió en cuanto Kaido tocó un tema delicado para el Senju: su ojo faltante.
—…— La hasta ahora tosca e inflexible expresión del pelimorado cambió radicalmente, siendo que su mirada se volvió lóbrega y prefirió voltear la cara al otro lado. Sabía que tarde o temprano el tema iba a salir a relucir, odiaba eso. —Pues...— No quería hablar de eso, él no criticaba la privacidad de los demás y esperaba el mismo trato de regreso. El problema estaba en que si iban a ser un equipo, tarde o temprano tendrían que entrar en confianza, pero por ahora no deseaba que se enterase. Era más porque detestaba recrear esos acontecimientos dentro de su cabeza que por decirlo en sí. —Historia larga para ahora. Luego.— La última frase no sólo sonaba rara, sino que la dijo con un tono de voz que denotaba su estado de debilidad mental ante la pregunta.
Hablo || Pienso || Narro
~Ausente los fines de semana~
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