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—¿Y así es como nos pagas?— La expresión de su único ojo se afiló ante su atacante. Ya se había aguantado mucho los insultos de los pandilleros, pero no tenía intención de pelear en desventaja. Sin embargo, Ayame, con una calma y templanza que no había mostrado hasta ahora se limitó a llamarle para que se fueran de ahí. —Tsk— Le sabía mal el no llevar a esos maleantes malagradecidos ante la justicia que él mismo no podía imponer en esos instantes.
"Debo llevarla a casa."
Se convenció con ese engaño para pararse y darse la vuelta, dándole la espalda a la bola de pendencieros.
—Lo que sea.
—Rapidito, rapidito se me van a la chingada va.— Amenazó por última vez.
El resto de los maleantes estaban socorriendo al afecto, probablemente para llevarlo a algún sitio donde tratarlo. El Senju ignoró el insulto, ya no le importaba que hicieran después. Se echaría a andar junto a Ayame en cuanto ella lo hiciera, total, desde un inicio la pelinegra era la que conocía la ruta. La lluvia seguía incesante, y a lo lejos ya no se escuchaban las voces de los muchachos.
—Dime, ¿estás contenta con lo que acaba de pasar?— No entendía porqué ayudó así a esos tipos. No compartía la satisfacción de ello, le era irracional.
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~Ausente los fines de semana~
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—¿Y así es como nos pagas? —replicó Kagetsuna, evidentemente disgustado con la ingratitud de aquel grupo de vándalos a los que acababan de ayudar. Sin embargo, ante la petición de Ayame, Kagetsuna chasqueó la lengua, rendido—. Lo que sea.
—Rapidito, rapidito se me van a la chingada va —les urgió el de cabellos bicolores, con aquella agresividad característica de él.
Ayame inclinó la cabeza por última vez antes de darse media vuelta y, acompañada de Kagetsuna, echó a andar por el camino que habían recorrido hasta allí. Las voces de los muchachos se fueron atenuando tras su espalda, y pronto fue el rumor de la lluvia lo que las sustituyó. Pero ella, cabizbaja y pensativa, no dejaba de darle vueltas a lo sucedido.
—Dime, ¿estás contenta con lo que acaba de pasar? —la voz de Kagetsuna la sorprendió. Cuando alzó la mirada hacia él, comprobó que parecía seguir igual de disgustado que antes.
—Eh... ¿Sí, supongo? —respondió, con una sonrisa nerviosa—. Hemos ayudado a una persona. Sólo espero que nos hagan caso y le lleven a un hospital o algo... esa pierna no tenía buena pinta...
»¿Por qué lo preguntas?
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—Por nada—. Contestó con una frialdad cortante, como si ya no le importase nada. Simplemente suspiró y volteó de nuevo la vista.
"Ni siquiera se dio cuenta de que ellos eran quienes habían pintarrajeado las paredes. Fuuf, supongo que entonces será mejor no sacarla de su burbuja, creo que es lo más adecuado. No le creía al inicio, pero aparentemente ella es más blanda e inofensiva que un pan mojado. Meh, que más da."
Recordó entonces el bulto en su bolsillo, pero ya ni que. Estaba malhumorado, más de lo normal. Probablemente ya hubiesen pasado más de la medianoche. Recordó a su abuela en el hospital, pero no había mucho que pudiese hacer ya.
—¿Cuánto falta para llegar a tu casa?— Le interrogó, por algo ella era la que iba dirigiendo la marcha.
Hacía ya mucho que la zona de construcción había quedado atrás. El joven Isa esperaba también dejar atrás esa noche como un mal recuerdo.
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—Por nada —replicó Kagetsuna, afilado y acerado como el filo de la espalda que llevaba con él.
Ayame encogió ligeramente los hombros cuando él suspiró y le apartó la mirada. Era obvio que estaba disgustado, pero Ayame sentía que habían hecho lo correcto. Era posible que fueran unos chicos desagradecidos y desagradables, era posible que no estuvieran actuando del modo correcto en el momento del accidente... ¡Pero no podían dejarle abandonado a su suerte en mitad de la noche y casi sepultado por una avalancha de madera! Ayame no podría habérselo perdonado nunca si lo hubiera hecho.
Cabizbaja, siguió liderando la marcha hacia su casa casi de forma inconsciente. Rápidamente dejaron atrás el barrio en obras y volvieron a internarse en las callejuelas de la ciudad.
—¿Cuánto falta para llegar a tu casa? —La voz de Kagetsuna la sorprendió, y Ayame salió de su ensimismamiento con un brinco.
—¿Qué? ¡Ah! No mucho. Mi casa está al girar la calle.
Y, tal y como había señalado, Ayame giró a la izquierda al terminar la calle y se detuvo frente a un portal. A su izquierda, la pastelería de Kiroe ya había apagado sus luces hacía rato.
—Aquí es. —Sonrió, balanceándose sobre sus talones—. Muchas gracias por acompañarme, ha sido un placer conocerte, Kagetsuna-san.
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Para su suerte la muchacha le confirmó que ya faltaba casi nada para llegar a su hogar, el cual lucía común y corriente, sin nada que destacar. La chica se mostró complacida con él, a pesar de que en un inicio la gracia de acompañarla había sido por la desconfianza que le tenía y buscaba escoltarla cual criminal. Normalmente esta sería la parte donde él tendría que responder algo al mismo nivel de formalidad, pero nunca le había gustado utilizar esas frases prefabricadas para quedar bien y mentirle a la sociedad. De igual forma no iba a tratarla como él maldito inadaptado que era, pues al ver lo inocente y amable que resultaba Ayame incluso a él le dolería decirle algo. Por un momento hasta se preocupó, era un blandengue con las niñas.
—No tienes que agradecerme, sólo hice lo que me correspondía— Caminó un par de pasos hacia ella y levantó el dedo índice, acercándolo a su rostro para señalarla mientras hacía un movimiento circular con el mismo. —No te quedes sola hasta tarde, no rayes las paredes ajenas, no te fíes de los extraños. Esfuérzate en la academia y gradúate. ¿Queda claro?— Remató para luego cruzarse de brazos.
Un trueno resonó en la lejanía y la luz del relámpago alumbró durante unos instantes antes de dejar todo en penumbra de nuevo, al igual que la primera vez que se vieron. El Senju se giró sobre sus talones, dándole la espalda a la muchacha de cabellos como el carbón. No esperó siquiera a que tocara ni nada, su labor estaba cumplida. Así, empezó a caminar sin reparo alguno.
—Adiós—. Se le escuchó decir mientras alzaba la mano y la movía de un lado a otro en señal de despedida.
Otro día iría a visitar a su abuela, por ahora debía irse a casa mientras pensaba una forma de sobornar a Hangaku para que luego no lo delatase ante su padre por llegar tarde. Si nada le detenía, simplemente se le vería perderse entre la oscuridad de las calles de Amegakure.
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—No tienes que agradecerme, sólo hice lo que me correspondía —respondió Kagetsuna. Sin embargo, se acercó a ella, levantó el dedo índice y señaló su rostro—. No te quedes sola hasta tarde, no rayes las paredes ajenas, no te fíes de los extraños. Esfuérzate en la academia y gradúate. —Cada orden quedaba remarcada por un movimiento circular de su dedo—. ¿Queda claro?
Ayame sonrió con cierto nerviosismo.
—V... vale...
El bramido de un trueno resonó a lo lejos, y a aquel le siguió el resplandor del relámpago, que iluminó sus rostros durante un breve instante. Kagetsuna giró sobre sus talones y echó a andar, alejándose del lugar.
—Adiós.
—¡Adiós! ¡Ojalá volvamos a vernos! —respondió Ayame, agitando un brazo en el aire.
Pero no tardó en girarse sobre sus talones y entrar en el portal. Aún tenía un problema bastante gordo por delante. Tenía que enfrentarse a la suspicacia y la ira de su padre por haber llegado tan tarde a casa.
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