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12/06/2015, 04:30
(Última modificación: 12/06/2015, 04:33 por Hanamura Kazuma.)
«De verdad que esto es magnífico —se aseguraba a si mismo mientras degustaba lentamente aquel peculiar grano—. Me alegro de que el primer tazón de arroz que pruebe en mi viaje sea este, es tan suave y fresco. Hasta me gustaría que Mizuki lo pudiera probar, de seguro moriría de alegría si pudiera hacer unas bolas de arroz con esto»
Probablemente podría llegar a compartir aquel manjar con su criada, ya que por su puesto le sería imposible dar fin a aquel enorme tazón. Ni siquiera era algo de lo que se pudiera dudar, solo hacía falta comparar el tamaño de su cabeza con el volumen de su almuerzo.
Al contrario de lo que se pudiera pensar esto no le quito ánimos al muchacho, ya que este decidió que comería hasta donde su apetito estuviera satisfecho, ni mas, ni menos que eso. Por lo que solo le quedaría la cuestión de disfrutar su comida, cosa que siendo una de sus tres actividades predilectas, no sería difícil.
«Me pregunto si este será el arroz que menciono aquel pueblerino —se pregunto así mismo, mientras que con cada trocito de bacalao se le dibujaba una sonrisa en el rostro—. De verdad que nada cae mejor que un humeante plato del mejor arroz casero luego de un largo día caminando por los arrozales del silencio»
Por otro lado, su compañero yano parecía estar encontrando en la comida un momento tan agradable. Aquello quedaría confirmado cuando de improviso se dirigió al peliblanco, solo para decirle que era demasiada comida para una persona. El Ishimura lo miro con un leve desprecio por unos instantes, y luego continuo en su ingesta como si nada hubiese pasado. Con total seguridad era porque detestaba que molestaran su hora de comer con tonterías, al menos así catalogo la insinuación de su acompañante.
«No veo cual es el problema… —pensó con cierta molestia—. Si no puede terminarlo, simplemente puede pedir que se lo pongan para llevar. De seguro se atiborro por haber tomado el tazón como si fuera un desafío en lugar de disfrutarlo»
Con eso en mente, solo le quedo enfocarse en disfrutar el momento mientras se alimentaba con toda la serenidad de la que disponía.
El Yotsuki continuó con su ardua tarea, pese a que el arroz era exquisito, luchar contra ese plato gigantesco era un verdadero desafío. Normalmente el chico nunca se dejaba nada en el plato, era una costumbre suya, y en ésta ocasión casi se veía sin oportunidad a completar. De hecho, si llegase a mas de la mitad, ya sería todo un logro. Comía y comía, pero no por ello frenéticamente y a lo loco, disfrutaba del sabor. Eso si, apenas se tomaba demasiado descanso, pues el arroz frío no está igual de bueno que recién sacado de la olla.
Hubo un momento en que paró para comentarle a su improvisto compañero sobre la ingente cantidad de comida, pero éste actuó de una manera tosca y rara. Al menos para ver del Yotsuki. Ni tan siquiera se dignó a contestarle, simplemente siguió comiendo. Acto reflejo, el rostro del rubio presentó un descarado disgusto. La reacción del peliblanco no le gustó para nada. Cuando te hablan, lo mínimo que puedes hacer es contestar, bases del respeto y el ser humano. El lenguaje es de las pocas cosas que diferencian a un humano de un animal.
"¿Y a éste tío que leches le pasa ahora...?"
Sin mas, dejó caer un suspiro, volvió su mirada a su bol, y continuó comiendo. No era de los que se achantan pronto ante un desafío, y antes que un desafío, acabar con ese plato era cosa de costumbre... su manera de ser. No podía evitarlo, había de terminarlo, aunque explotase a consecuencia de ello.
— Vaya... ésto es interminable... — Se dijo a si mismo casi a susurro.
Sus ojos se mantenían en el bol, hincados en éste como un halcón hinca sus ojos en su presa. Tras un pequeño descanso, atacó de nuevo. Comía y comía, como un auténtico Hooligan bebe cerveza... salvo que en su tarea, era verdaderamente difícil. ¿Qué dirían los gigantes si se dejaba algo de comida? ¿Se enfadarían?
Fuere como fuere, el chico iba a morir antes de fallar en su misión. No pensaba dejar en el plato ni un solo grano de arroz, y tampoco una sola brizna de pescado. Había de comérselo todo.
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Aquel tazón de granos blancos había demostrado ser un manjar digno de un señor feudal. Sin embargo sus proporciones resultaban demasiado exageradas como para que una persona común pudiera ponerle fin mediante la ingesta. Pero el joven peliblanco ya tenía pensado como lidiar con aquel formidable banquete que parecía estar conformado por un arrozal entero.
«Creo que he llegado a mi limite —inquirió, mientras miraba la nueva curvatura de su estomago— Realmente estoy satisfecho, pero aun así la comida esta casi intacta»
Mientras aquel dilema se agitaba en su mente, su compañero de pelo rubio parecía totalmente determinado a no dejarse derrotar por el gran plato de arroz que se encontraba desafiantemente puesto delante de él.
«Bueno al menos el sí parece que fuera a terminar su comida —pensó mientras le miraba de reojo— Yo por otro lado tendré que recurrir a una táctica diferente, que seguramente será vergonzosa. Aun así espero que sea efectiva»
De un momento a otro dejo a un lado los palillos, para luego poner sus manos sobre su estomago mientras se apoyaba en el espaldar, y para permitir que en su cara se dibujara una gran sonrisa.
—Disculpe señora… Esta delicioso, pero estoy muy lleno ¿podría llevarme el resto a casa? Digo para compartirlo —dijo aquello con un tono alegre, inocente e infantil, mientras que enmarcaba sus ojos grises en una gran mirada de cachorro—. Por fa ¿sí?
Solo restaba el ver si aquella artimaña funcionaria.
El rubio se debatía entre la vida y la muerte, acabando ese interminable cuenco de arroz y salmón... bueno, intentando acabarlo. Su tarea realmente comenzaba a apreciarse como que imposible. Por mas que comía, la cantidad o volumen parecía bajar... pero a un ritmo para nada acorde al ritmo al que el chico ingería. Éste plato se lo dabas a un pato, y el pobre animal acabaría explotando, literalmente.
Por otro lado, su compañero tramó algo por su cuenta. No comió ni por asomo tanto como el rubio, sin embargo se le veía mas que calmado. Estaba conforme, placido, y apreciablemente lleno. Ésto último quedó mas que vigente cuando éste se llevó la mano al estomago. Zuka le miró, pero tampoco le prestó demasiada importancia. Ya seguiría comiendo cuando quisiera. Sin embargo, el peliblanco dejó claro que ya había llegado a su límite. No podía comer mas, pero la comida le había gustado, y pedía a la señora que se lo pusiera en algún recipiente mientras ponía ojos de gatito mono.
"Ostras... un tape... quizás es buena idea..."
Sin embargo, poco tiempo le duraría al Yotuski ese pensamiento. La mujer se posicionó ante ellos, de manera tosca y con el entrecejo fruncido.
— Un carao te va deha la comia! Dela mesa no levanta ta que termine de comé! — Vociferó la mujer.
En el acto, una ráfaga de arroz salió disparada desde la boca del rubio. El arroz se le fue por el conducto que no era al escuchar las palabras de la mujer, y no pudo evitar escupirlo todo de un sopetón. ¿Acaso estaba loca esa mujer? Por dios, lo que pedía era imposible....
— Hostia puta! — Se aquejó el chico dándose unos pequeños golpes en el pecho.
La situación le había impresionado, y casi había perdido del todo la respiración. Tras esos pequeños golpes, alzó una ceja y miró al peliblanco. No tenía que decirle nada, la cosa estaba mas clara que el agua. El arroz era exquisito... pero era algo imposible acabarse ese absurdo plato de gigantes.
— A comé onbre yiá! — Volvió a insistir la mujer, alzando esa dantesca mano.
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Su actuación no había funcionado y el plato de arroz aun estaba casi completo.
«Bueno… No me esperaba que no funcionase, supongo que tendré que ingeniármelas» —pensó él.
El joven peliblanco se dio cuenta de que no saldría de aquella situación tan fácilmente. Por lo que tendría que buscar una manera de terminar con aquel cuenco enorme, sin embargo aquello sería imposible para una persona normal. Pero para un shinobi cavia la posibilidad de lidiar con ese problema.
La mujer fue bastante firme con aquello de que nadie se levantaría de la mesa hasta haber terminado toda la comida, y viendo el hecho de que el hombre no decía nada, quedaba más que claro que a la hora de comer la que mandaba era la señora.
Viéndose en tal situación, el joven Ishimura decidió arremeter contra el plato utilizando grandes bocados, todo mientras esperaba que la señora le quitara el ojo de encima por un rato.
El chico se quedó anonadado, sin respuesta, patidifuso, asombrado, atónito, asombrado, estupefacto, pasmado, impresionado. En la vida se hubiese esperado una actitud similar, pues su calmada manera de recogerles de la calle no había sido para nada extraña. Sin embargo, los modales en la mesa parecían imperativos, al menos a la hora de terminarse el plato de comida. Pocas opciones mas que morir por indigestión para dos simples chiquillos tan delgados... no había manera humana de encajar esos enormes platos.
Su compañero se tomó la amenaza algo seria, y como diablo sobre ruedas, continuó pellizcando el arroz y comiendo. Sus palillos encajaron en el plato a mas velocidad de con la que había empezado, y se estaba hincando unas buenas estocadas... eso no pintaba que terminase bien. Pero en fin, el ya era mayorcito. El Yotsuki lo miró de reojo, soltó un pequeño suspiro, y continuó con su plato. Aún le quedaba algo de espacio... pese a que apenas llevaba la mitad.
La mujer por su parte pareció ceder un poco en su pose agresiva, y volvió a entonar un rostro libre de entrecejo ceñido. Puso ambas manos a la cadera, e incluso mostró lo que parecía una sonrisa. Entre tanto, el hombre seguía dormido en una de las sillas mas lejanas.
— Asís ta mehó. — Argumentó la mujer al ver que el chico volvía a comer.
La mujer se giró y vio como su marido estaba durmiendo, fue entonces que sonrió de verdad. Se llevó una mano a la mejilla, y dejó caer un suspiro. Su amor dormía como un angelito.
Sin mas, comenzó a andar hacia la cocina. No tardaría demasiado, entró, y al rato saldría, acompañada de una silla con un buen respaldo. Tras entrar en el salón, se pondría la silla junto a su marido, y se sentaría ahí a ver como sus invitados terminaban de cenar. No quedaba del todo lejos, aunque no estaba pegada a ellos. Entre tanto, el Yotsuki aún peleaba con su plato....
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Luego de que el Ishimura comenzara su “enfrentamiento” con aquel plato de arroz. La señora de la casa pareció relajarse un poco, como si estuviera haciendo valer las reglas de su hogar y aquello fuera motivo de orgullo.
El joven estaba consciente de que terminar aquel cuenco le sería imposible, pero igual de imposible, parecía explicarle a aquella gigante ese hecho tan aparentemente obvio. Aquello le molestaba en cierto modo, que le estuvieran obligando a terminarse los alimentos como si fuera un niño pequeño.
Durante unos instantes pensó en la gracia que tienen los giros irónicos de la vida. Luego de haber perdido su familia y vivir como un mendigo por dos años, recordó que hubo momentos en los que hubiera hecho lo que fuese para obtener un plato de comida como tal. Aunque a su parecer, era evidente que ni con el hambre de un vagabundo raquítico podría terminar sus alimentos.
Así que decidió hacer lo natural de los ninjas, desenvolverse en situaciones difíciles.
Durante un momento, la atención de la mujer se alejo de los chicos, mientras se tomaba unos instantes para observar a su esposo y lanzar suspiros por él. Aquella pequeña muestra de melosidad era justamente la distracción que necesitaba.
Para cuando la señora volvió a fijar la mirada en ambos chicos, el plato de Kazuma parecería haber sido atacado por una bandada de aves, ya que en el mismo solo quedaría un pequeño puñado de arroz en el fondo, que el joven peliblanco raspaba de a poco con sus palillos.
El rubio continuó su interminable hazaña, entre tanto, la mujer acudió a la cocina y se trajo la silla. Desde ella, y junto a su esposo, con una melosa actitud hacia éste, la señora continuaría su vigía hacia los pequeños. Sus reglas habían sido impuestas, y tan solo esperaba que los chicos la cumpliesen a rajatabla. Tampoco cabía esperar menos, tras su rotunda y agresiva hospitalidad.
Para cuando el rubio miró hacia su lado, el peliblanco parecía estar raspando el fondo del cuenco. Sin pensarlo dos veces, se asomó a ver si sus oídos no le engañaban. Al verlo, no pudo ni creérselo. Era imposible. Absolutamente disparatado, ni de coña... Un sudor frío le recorrió la sien, ¿Cómo era posible ésto? Miró al suelo, e incluso al techo... ese arroz debía estar en algún lado. Sin tutías, el rubio no se contuvo.
— Ni de coña... no te has terminado el plato. ¿Que has hecho con el arroz? — Acusó a su compañero.
Obviamente, ésto lo hizo a un tono lo suficientemente bajo como para que no le escuchase la señora. La cual, empezó a alzar una ceja y mirar extrañada a los chicos. La mujer comenzaba a estar un poco mosqueada, sospechando que los jóvenes tramaban algo.
— ¿Que disís? ¿Que sus tai tramando? —
Su pregunta fue clara y concisa, sin hueco a errar. Pese a su actitud, la mujer aún se mantenía en su asiento. Agarrando de la mano a su señor esposo.
— Noo... nada. Solo le comentaba a éste chico lo bueno que está este arroz. Es usted una gran cocinera. — Contestó rápidamente el Yotsuki.
Dicho ésto, el chico continuó haciendo como que comía, evidentemente sin opción de comer mucho mas... el estómago ya se lo impedía, hacía tiempo que había llegado a su máximo de comida ingerida. Fuere lo que fuere que había hecho ese chico, el Yotsuki debía ingeniárselas también para esconder el plato.
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Mientras daba fin a los rastros de arroz que había dejado en su plato, el chico de Kusagakure se detuvo por un instante a ver que ocurría. En aquel momento soltó una exclamación con bastante sorpresa en ella. De algún modo le parecía imposible que aquel chico de cabellos blanco hubiese terminado de comerse semejante ración en un instante.
Por supuesto que había un truco tras aquella hazaña, por unos instantes el Ishimura se planteo a darle unas cuantas explicaciones a su acompañante, mientras le miraba con cierta curiosidad mientras inclinaba su cabeza al igual que un búho, como si le que acabaran de hacer una pregunta cuya respuesta era obvia.
Pero justamente cuando iba a contarle todo, la mujer noto que algo extraño estaba sucediendo, por lo que se dirigió a los jóvenes al preguntarles si tramaban algo.
Para el ojos grises, se hizo obvio el que no podría decir nada ahora que la mujer había vuelto a poner su atención sobre ambos. En principio tenía pensado tratar de ayudar a su compañero, pero la indiscreción de este le había quitado aquella posibilidad.
Lo único que pudo hacer fue un gesto de agradecimiento por la comida, y seguidamente aparto un poco el plato —que seguía siendo pesado a pesar de estar vacio— para entonces en silencio, recostarse en el espaldar de la silla mientras bebía un poco de agua. Todo mientras que al lado suyo, el chico rubio daba su mejor esfuerzo para terminarse su porción.
El rubio quedó sin respuesta por parte del peliblanco. Que a momento, aún era de nombre desconocido para él. Vaya par de dos, encerrados en una "tierna" hospitalidad. Sin reparo en ese descaro, el chico miró con algo de recelo a su compañero... era obvio que había hecho alguna trampa, y no estaba por la labor de ayudar. Se dejó caer sobre el respaldo de la silla, tras apartar el enorme cuenco vacío. Así quedó, mas pancho que una ostra en el mar muerto.
"Tsk! Tramposo y encima de poco compañerismo... no se ha molestado ni en contestar a la señora... vaya chico mas molesto."
Zukamane soltó una profunda exhalación, y miró hacia la puerta. No había ningún tipo de mecanismo de seguridad, ni llaves, nada.... la mujer estaba algo alejada, y su peso seguramente era difícil de digerir en una carrera contra un shinobi, por novicio que fuese.
— Bueno... se ha intentado por las buenas... no me queda otra opción. — Se dijo a sí mismo, en un tono casi inaudible.
Sin pensarlo dos veces, el chico alejó también un poco el cuenco. No lo había terminado, y ésto alarmó quizás un poco a la mujer. Era evidente que los chicos no podían haber terminado tan rápido tras el rapapolvo. Alzó de nuevo una ceja, y elevó a la misma vez un poco la cabeza, intentando avistar el interior de los cuencos desde su posición.
Entre tanto, el rubio cerró de manera tosca los puños, apretando las ciñas de los guantes con el mismo gesto. De éstos comenzaron a iluminarse unos pequeños chisporroteos, ligeras descargas eléctricas que recorrían sus manos de principio a fin. Desvió su mirada hacia la mujer, y enfrentó su mirada a la de ella. El silencio se hizo por un instante, y tras ello, le mostró una sonrisa.
— La comida estaba deliciosa, señora... pero no puedo terminar el plato. Así que, sabiendo que usted no me dejará ir sin terminar el plato, le tengo que decir... adiós! —
Acto seguido, bajo los pies del chico se iluminaron unas plataformas eléctricas. Se bajó de un salto de su asiento, empujando de manera despectiva al otro chico, y patinó literalmente hacia la salida. Su velocidad era mas que notable, ese nin-taijutsu de la familia era fabuloso. Pararía a la altura de la puerta, y la abriría de sopetón. En el abismo de la puerta, quedaría un solo instante, observando la situación en el interior de la casa.
La mujer, enervada, se alzó de su silla y alzó su brazo como si fuese un hacha de batalla. Su mirada lo decía todo, y sus pulmones también lo dejaron claro. Del mismo grito despertó hasta al hombre, que plácidamente dormía. Solo hasta ese momento, claro.
— UN CARAHO! TU TE COME SO COMO YIO ME LLAMO SHUN SI! —
Inmediatamente, la mujer comenzaría a correr hacia la puerta, cual loca de los gatos hacia un minino. Lamentablemente, en éste caso el rubio no iba a llevarse caricias, bueno... las iba a recibir, pero a toda velocidad, y posiblemente con el puño cerrado. En fin, no es lo mismo.
El Yotsuki comenzaría a correr como alma que lleva el diablo, patinando a toda velocidad en la primera dirección que viese oportuna, le siguiese o no el chico de Uzu. La cuestión era no ser martilleado por una moza de ese tamaño. Entre tanto, el hombre de la casa intentaba reponerse del susto, y al primero que vería es al peliblanco, si es que no había huido también.
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De un momento a otro, el joven rubio dirigió su voz hacia la señora con lo que parecía ser una disculpa y algo referente a que no había otra opción.
Antes de que cualquiera hiciera o dijera algo, el chico reacciono de manera extraña a sus propias palabras. Sin previo aviso se pudo apreciar como una luz emanaba desde sus pies, está definitivamente era una técnica ninja de desplazamiento. Ya que inmediatamente el chico rubio pego un brinco desde su silla, y luego de aterrizar, se dio a la fuga a toda velocidad, no sin antes darle un empujón al pelo blanco.
«Joer que rápido» —fue lo único que le dio tiempo de pensar.
Inmediatamente la mujer de la casa reacciono, y cual búfalo enojado, salió a la persecución del shinobi de kusa, luego de haber dado un grito casi gutural que sacudió a todos y a todo en la sala. Justo después de eso y mitad de la persecución el hombre se incorporo, solo para ver a Kazuma sentado a aproximadamente un metro de él.
«Joder» —pensó, cuando el gigante le intercepto la vista.
«Ahora la cosa esta difícil, bien podría intentar escapar como aquel chico… Pero no soy tan rápido, además si no frustran el escape las cosas se pondrán feas. Por otro lado, si el escapa y yo me quedo, voy a estar en graves aprietos»
«Bueno, creo que optare por la tercera opción… Dejare que le chico sea el señuelo mientras tomo mis cosas y me salgo por la ventana»
Con aquel precario plan en mente, el Ishimura se puso en acción.
Lo primero que hizo fue dirigir un gesto con el pulgar hacia arriba en señal de aprobación al gigante. Seguidamente se bajo de la silla, tomo sus cosas y se puso a caminar hacia la ventana. En ese instante le pareció notar una reacción en el hombre que ahora estaba a sus espaldas. Aunque con una persona de ese tamaño, sería difícil no notar cuando mueve su gran peso.
Sabiendo lo que podría pasar si le agarraban, decidió hacer lo que estuviese en sus manos para salir de ahí sin tener que lastimar a nadie. Por lo que se decanto por usar sus habilidades ninjas, en un instante junto sus manos y luego de tres simples sellos, ya no había un solo Kazuma, si no que había once que empezaron a moverse caóticamente como mosquitos al vuelo.
Aprovechando aquella brecha de tiempo creada por su distracción, el ojos grises corrió hacia la ventana, y con una precisión envidiable, salto a través de las misma sin siquiera tocar su bordes. Lo cual fue todo un logro, ya que a pesar de ser una casa de grandes proporciones, sus ventanas eran pequeñas, muy pequeñas para sus habitantes, pero suficientemente grandes para que un chico pasara por ellas.
«Mierda…» —pensó luego de que hubiera caído de cabeza en el jardín lateral de la casa.
«Bueno, creo que ya puedo irme… Aunque quizás debería espera al chico de Kusa» —pensó aquello mientras se escondía en un arbusto para vigilar el frente de la casa.
Aquello quizás fuera un poco de culpa, después de todo le utilizo como distracción, y bien sabía que si su escape fallaba, tendría un grave problema.
El rubio corrió como alma que lleva el diablo, bueno... patinó. Sus zancadas le desplazaban como si estuviese montado en unos patines, el rubio literalmente patinaba en su acalorada huida de la justicia. No es que fuese realmente un fugitivo de la ley, pero la mujer quería imponer sus propias leyes, y éste no iba a dejarse avasallar sin motivo o razón humana. Era imposible que acabase con ese plato, y si ella no se dignaba a aceptarlo, una mediación era imposible.
Dejó la casa atrás casi de inmediato, pero no tenía demasiado sentido que huyese hasta otro país. Lo pensó, pero no lo hizo. El rubio tuvo una idea mucho mejor, cansar a la mujer e intentar razonar quizás con ella. Quizás bajo esa condición, la mujer aceptase ese otro punto de vista. A lo mejor no funcionaba, pero al menos así tendría mas tarde la consciencia tranquila. Al menos se había esforzado en dar esa opción.
El chico comenzó a darle vueltas a la casa. Mientras, la mujer le perseguía con todos los ánimos de destrozar su careto. El Yotsuki lo tenía claro, si la mujer le pillaba, iba a sufrir. Por desgracia para ella, el chico era ágil cual pantera. Difícilmente llegase a capturarlo. Entre vuelta y vuelta, llegó a observar que el peliblanco también se las ingenió para escapar de la casa, saltando por una estrecha ventana. El chico de Uzu escapó hacia un arbusto, y se intentó esconder. Entre tanto, el rubio seguía patinando alrededor de la casa, cansando a la señora. A cada vuelta, iba bajando la velocidad, haciendo que la mujer no parase en su empeño de cogerlo.
"Esperemos que ésto funcione...."
Al cabo de unas vueltas, el hombre también asomó. Salía por la puerta, y casi tropieza con el Yotsuki. Con unos buenos reflejos, el chico lo fintó y esquivó a tiempo, dejando tras de si a otro perseguidor. Con el hombre y la muer tras de él, el chico continuó con su juego del gato y el ratón. En algún momento terminarían por pararse, cansados... sería ahí que él también pararía. Mientras tanto, no quedaba mas opción que patinar.
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El Ishimura era testigo de lo que parecía ser todo un espectáculo de circo.
Mientras disimuladamente se escondía entre algunos arbustos, pudo ver como el joven de cabellos rubios salía por la puerta principal, deslizándose cual veloz serpiente. Pero aquel joven no iba solo, pues de tras de él iba corriendo aquella autoritaria mujer.
La señora no podía ni por asomo alcanzar la velocidad de su fugitivo, pero con toda seguridad, se podían sentir sus enormes zancadas, tal era su peso y su tamaño que al correr hacia meya en la tierra misma.
«Joder, se que está mal, pero verlos correr en círculos alrededor de la casa se me hace hasta gracioso» —pensó él, aunque con algo de culpabilidad en su ser.
«Bien podría irme ahora, pero no me parece correcto dejar abandonado a aquel chico»
«Además, me causa mucha curiosidad aquella manera de moverse que tiene. De ser posible me gustaría preguntarle al respecto, jamás había visto nada parecido»
Mientras pensaba en todo aquello, el hombre salió de la vivienda y se unió a la persecución del chico, teniendo en cuenta de que hasta que se detuvieran todos, el mismo no podría hacer nada, decidió que esperar sería lo mejor. Por lo que se levanto y decidió sentarse en la base de un tronco cortado que estaba enfrente de la casa.
Para su suerte, todos estaban tan concentrados en la carrera, que nadie parecía notar que él estaba sentado observando todo.
Mientras que el rubio se limitaba a seguir la treta tramada, el peliblanco pareció pasar olímpicamente de todo. A la quinta vuelta o así, los ánimos de la persecución iban mermando, pero al chico solo le faltaron las palomitas. De espectador, se limitó a ver como perseguían al de Kusa, no se dignó siquiera a intentar ayudar... no. De hecho, hasta buscó un asiento cómodo y placentero. En una de las vuelta, el Yotsuki no pudo evitar mirarlo bastante indignado.
Pese a la actitud del chico, el rubiales no podía dejar atrás su plan, debía proseguir. Patinó y patinó, hasta que la mujer llegó a su límite. El hombre, ipso facto, paró a su vera. Ambos se llevaron las manos a los cuadriceps, dejándose reposar sobre éstos con un claro cansancio. Trataban de poco a poco retomar la respiración, cosa que parecía costarles la misma vida.
— Como te coa, te va tragá la rros de una soa ves! — Vociferó pee al cansancio.
Fue entonces que el chico se acerco, evidentemente no demasiado. Se encontraban en la parte posterior de la casa, por lo que el peliblanco no sería testigo por el momento. Con recelo, pues no se fiaba un solo pelo, el Yotsuki comenzó con su táctica.
— Mujer, ¿No entiendes que soy mucho mas pequeño que vosotros? Ni en toda una semana me sería imposible comer ese plato tan grande! Mucho menos en un almuerzo. ¿Tanto te cuesta entenderlo? Mi estómago no da para mas! —
El hombre miró a la mujer, casi sin comprender el porqué de todo éste alboroto. No tardó en comprenderlo. La situación era evidente, aunque cualquiera se ponía en contra de esa mujer... tenía carácter y cuerpo para tumbar a una legión entera. No cabía esperar que el hombre intentase imponerse, y de hecho no lo hizo... dos tetas tiran mas que dos carretas. Teniendo en cuenta el tamaño de la mujer.... eso había de tirar mas que una limusina de marca ferrari.
— Te la disho po la buena! como te coa te van terá! —
— Tsk! — Masculló el chico mientras retomaba la carrera.
De nuevo, la persecución se ponía en marcha. Ni el desaliento les hacía cambiar de opinión... esto no pintaba que fuese a funcionar. Quizás un par de vueltas mas y lo intentaba de nuevo... si no funcionaba en la segunda, lamentablemente una tercera o cuarta vez fuese en vano.
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El joven de piel morena estaba siendo testigo de toda aquella situación tan disparatada.
Y aunque en cierto modo le hacía gracia, la expresión en el rostro del shinobi de Kusagakure demostraba todo lo contrario. Por un momento, Kazuma se compadeció de él. Después de todo a nadie le debía de gustar que le estuvieran persiguiendo, mientras que alguien más solo veía cómodamente.
«Bueno, creo que ya fue suficiente» —con esas palabras de su puso en marcha.
Se puso de pie y camino hasta el lugar donde creía que pasarían todos. Miro el sol, tomo aire y afirmo sus pies. Todo con la intención de prepararse para lo que vendría. Para su suerte no tuvo que esperar mucho, ya que el grupo aun seguía en carrera —aunque notablemente más lento.
«Si lo agarra lo mata» —Pensó el ojos grises, luego de recordar que la mujer había dicho que si lo agarraba, lo haría tragarse todo el tazón de un solo golpe —cosa que definitivamente asfixiaría de manera horrible a una persona normal.
Justo cuando el rubio le había pasado al lado —con una notable cara de enojo— Kazuma tomo su kunai y colocándolo en un ángulo especifico, reflejo la luz del sol poniente con una potencia que basto para cegar a ambos gigantes.
Debido a esto la mujer tropezó, cayendo al suelo y a esta le siguió su marido. En ese instante le hizo una seña al ojos azules para que se detuviera y se acercara.
—Vale hombre, ya está, puedes dejar de correr —dijo mientras caminaba hacia el camino enfrente de la casa.
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